12 Cuentos para Finalizar
12 Cuentos para Finalizar
12 Cuentos para Finalizar
… y entonces decidieron reunirse, todos los personajes de los cuentos, como una
protesta por sus dramáticos destinos (aunque casi todos tenían final feliz).
- "Yo me estoy perdiendo los mejores años de mi vida durmiendo por esperar que
el príncipe se digne a besarme" - dijo la Bella Durmiente.
- "Yo, aunque tomo sol, nunca estoy tostada y… siempre sigo blanca como la nieve"
- dijo la tradicional Blanca Nieves - "y eso que uso protector solar" - agregó, mientras
comía una manzana.
- "Y yo… siempre soy el narigón, mentiroso y… de madera en cada relato" - exclamó
Pinocho ofuscado.
Ese día encontré en el bosque la flor más linda de mi vida. Yo, que siempre he sido
de buenos sentimientos y terrible admirador de la belleza, no me creí digno de ella
y busqué a alguien para ofrecérsela. Fui por aquí, fui por allá, hasta que tropecé con
la niña que le decían Caperucita Roja. La conocía pero nunca había tenido la
ocasión de acercarme. La había visto pasar hacia la escuela con sus compañeros
desde finales de abril. Tan locos, tan traviesos, siempre en una nube de polvo,
nunca se detuvieron a conversar conmigo, ni siquiera me hicieron un adiós con la
mano. Qué niña más graciosa. Se dejaba caer las medias a los tobillos y una
mariposa ataba su cola de caballo. Me quedaba oyendo su risa entre los árboles.
Le escribí una carta y la encontré sin abrir días después, cubierta de polvo, en el
mismo árbol y atravesada por el mismo alfiler. Una vez vi que le tiraba la cola a un
perro para divertirse. En otra ocasión apedreaba los murciélagos del campanario.
La última vez llevaba de la oreja un conejo gris que nadie volvió a ver. Detuve la
bicicleta y desmonté. La saludé con respeto y alegría. Ella hizo con el chicle un
globo tan grande como el mundo, lo estalló con la uña y se lo comió todo. Me rasqué
detrás de la oreja, pateé una piedrecita, respiré profundo, siempre con la flor
escondida. Caperucita me miró de arriba abajo y respondió a mi saludo sin dejar de
masticar.
Érase una vez… una isla donde habitaban todos los sentimientos la Alegría, la
Tristeza, la Sabiduría y muchos más incluyendo el Amor.
Un día, se les fue avisando a los moradores que la isla se iba a hundir. Todos los
sentimientos se apresuraron a salir de ella, se metieron en sus barcos y se
preparaban a partir, pero el Amor se quedó, porque quería permanecer un rato más
en la isla que tanto amaba antes de que se hundiese.
Cuando por fin, estaba ya casi ahogado, el Amor comenzó a pedir ayuda.
En eso venia la Riqueza y el Amor dijo: ¡Riqueza llévame contigo! No puedo, hay
mucho oro y plata en mi barco, no tengo espacio para ti.
– Uno, dos, tres... Contaba apresuradamente con ansiedad. Apretaba la lluvia y ella
casi se ahogaba porque el agua podía más que su ligereza.
Y soltó a llorar.
– ¿Qué te pasa?
– ¿Qué contabas?
…
Usted termina la historia.
Cuento 5
Un día el diablo, con voz ronca y fea, le dijo a un diablito que estaba a su lado:
"Tengo ganas de pasear. Estoy cansado de vivir en este hueco del infierno, y me
voy a conocer mundo, a viajar en aviones y en trenes, a montar en buque y en
burritos orejones. Quiero recorrer la tierra toda, y sembrar el mal por donde vaya
pasando". El diablito a quien dijo el diablo todas estas cosas, no respondió nada,
pero movió la cola, como para decir que no le importaba que el diablo grande se
fuera. Pasados algunos días de mucho calor, pues eran días pasados en los mismos
infiernos, el diablo comenzó a viajar, con su cara de diablo, y con una maleta llena
de espejitos y chucherías para engañar a los niños y a los hombres. Pero antes de
partir, el demonio dejó todas sus cosas muy bien arregladas en el infierno. Dejó
hasta la dirección de los hoteles y los países que iba a visitar.
Había una vez en una colmena una abeja que no quería trabajar, es decir, recorría
los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo
para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.
Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas apenas el sol calentaba el aire,
la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se
peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy
contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la
colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se
mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de
las abejas recién nacidas.
Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la
hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas
que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas
suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque
han perdido todos los pelos al rozar contra la puerta de la colmena.
-Compañera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.
La abejita contestó:
…
Usted termina la historia.
Cuento 7
Érase una vez un hombre sumamente estúpido, un loco, o quizás un sabio, que, cuando se
levantaba por las mañanas, tardaba tanto tiempo en encontrar su ropa que, por las noches, casi
no se atrevía a acostarse, sólo de pensar en lo que le aguardaba cuando despertara.
Una noche tomó papel y lápiz y, a medida que se desnudaba, iba anotando el nombre de cada
prenda y el lugar exacto en que la dejaba.
A la mañana siguiente sacó el papel y leyó: "Calzoncillos..." y allí estaban. Se los puso. "Camisa..."
allí estaba. Se la puso también. "Sombrero..." allí estaba. Y se lo encasquetó en la cabeza.
Desde hacía un mes la rata rondaba todas las noches por el apartamento. Leoncio
la oía, dueña del lugar, y había ensayado deshacerse de ella instalando trampas y
rociando veneno por el piso. También en vano obstruyó los agujeros de los rincones
y se paró amenazante con una escoba detrás de las puertas. Al cabo del mes
Leoncio se notó a sí mismo con el carácter cambiado, y escribió una nota: «Por
favor, déjeme tranquilo». La colocó en el piso de la cocina y se acostó confiado,
pero lo único que varió durante la noche fue el pasearse impaciente de la rata, y a
la mañana siguiente, cuando leyó de nuevo la nota,
Cuenta una vieja leyenda sioux que una vez llegó hasta la tienda del brujo más viejo de la tribu
una pareja de enamorados de la mano: Toro Bravo, el más valiente y honorable de los jóvenes
guerreros, y Nube Alta, la hija del cacique y una de las más hermosas mujeres de la tribu.
- "Nos amamos", empezó el joven.
- "Y nos vamos a casar", dijo ella.
- "Y nos queremos tanto que tenemos miedo."
- "Queremos un hechizo, un conjuro, un talismán."
- "Algo que nos garantice que podremos estar siempre juntos."
- "Que nos asegure que estaremos uno al lado del otro hasta encontrar a Manitú el día de la
muerte."
- "Por favor", repitieron, "¿hay algo que podamos hacer?"
Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires, y estaba muy contento porque
era un hombre sano y trabajador. Pero un día se enfermó y los médicos le dijeron
que solamente yéndose al campo podría curarse. El no quería ir, porque tenía
hermanos chicos a quienes daba de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta
que un amigo suyo, que era director del Zoológico, le dijo un día:
-Usted es amigo mío y es un hombre bueno y trabajador. Por eso quiero que se
vaya a vivir al monte, a hacer mucho ejercicio al aire libre para curarse. Y usted
tiene mucha puntería con la escopeta, cace bichos del monte para traerme los
cueros, y yo le daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.
El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos que Misiones
todavía. Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien. Vivía solo en el bosque y él
mismo se cocinaba, Comía pájaros y bichos del monte, que cazaba con la escopeta,
y después comía frutas. Dormía bajo los árboles y, cuando hacía mal tiempo,
construía en cinco minutos una ramada con hojas de palmera, y allí pasaba sentado
y fumando, muy contento en medio del bosque, que bramaba con el viento y la lluvia.
El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía apetito. Precisamente un
día en que tenía mucha hambre, porque hacía dos días que no cazaba nada, vio a
la orilla de una gran laguna un tigre enorme que quería comer una tortuga, y la ponía
parada de canto para meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas. AI ver al
hombre el tigre lanzó un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él. Pero el
cazador, que tenía una gran puntería, le apuntó entre los dos ojos y le rompió la
cabeza. Después le sacó el cuero, tan grande que él solo podría servir de alfombra
para un cuarto.
-Ahora se dijo el hombre- voy a comer tortuga, que es una carne muy rica.
Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba ya herida, y tenía la cabeza casi
separada del cuello, y la cabeza colgaba casi de dos o tres hilos de carne.
…
Usted termina la historia.
Cuento 11
La mujer le dejó saber con la mirada que quería decirle algo. Leoncio accedió, y
cuando ella se apeó del bus él la siguió. Fue tras ella a corta pero discreta distancia,
y luego de alejarse a un lugar solitario la mujer se volvió. Sostenía con mano firme
una pistola. Leoncio reconoció entonces a la mujer ultrajada en un sueño y
descubrió en sus ojos la venganza.
El maestro, le dijo que difícilmente le bastaría observar y que sería muy raro que
pudiera contar con la suficiente paciencia para no hacer ninguna pregunta ni emitir
ningún juicio previo sobre lo que tuviera oportunidad de ver, sin embargo accedió a
su pedido después que el hombre prometió mantenerse en silencio sin cuestionar
ni criticar nada.
Una vez cruzado el río y antes de abandonar el barco, el sabio hizo una perforación
en el piso hasta lograr hundirlo.