La Afectividad

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Asignatura: Desarrollo personal

Docente: Pbro. Licdo. Gustavo Romero


Ciclo: II/2024

UNIDAD 2
SENSIBILIDAD Y TENDENCIAS

CONTENIDO 4

LA AFECTIVIDAD

¿Qué son los sentimientos? ¿Qué hacer con ellos? ¿Tenemos que dejarnos llevar por los
sentimientos? ¿Podemos dominarlos? ¿Cómo se relacionan con la felicidad?

La afectividad humana se sitúa en una zona intermedia entre lo sensible y lo intelectual, y


nos manifiesta la estrecha unidad de cuerpo y alma.

Tradicionalmente la filosofía ha marcado una gran distancia entre la razón y la afectividad


a favor de la primera. Pero la psicología ha llegado a la conclusión de que en un sentido
muy real todos nosotros tenemos dos mentes, una mente que piensa y otra mente que
siente. Una mente racional y una mente emocional.

La mente emocional es más veloz que la mente racional y nos proporciona un cierto
conocimiento de la realidad a un nivel previo a la reflexión racional. La afectividad es
siempre un punto de vista personal y no un conocimiento objetivo.

En la experiencia diaria descubrimos unos fenómenos de comprensión inmediata gracias a


vinculaciones de tipo afectivo: la madre ‘sabe’ o ‘adivina’ los sentimientos del hijo, pero
de manera no estrictamente racional.

Se habla a veces de ‘intuición’ o de ‘empatía’. Es la capacidad de ponerse en lugar del otro;


la capacidad de hacerse cargo de lo que siente y preocupa al otro. Podemos ser muy
inteligentes, pero fracasar en el matrimonio por no empatizar con el cónyuge. ¿De qué
nos sirve entonces esa inteligencia?

Los sentimientos y afectos son un buen ‘termómetro’ de nuestra felicidad. La alegría, a


diferencia del placer, consiste en el gozo por la posesión de un bien no sensible. En el
remordimiento, experimento el dolor del mal cometido; y la tristeza me informa de un
problema de índole espiritual, y me impulsa a buscar la causa de ese ‘dolor espiritual’.

Hay una diferencia entre ‘estar contento’ porque se es feliz y ‘ponerse contento’ porque
estimulé artificialmente mi cerebro con alguna sustancia. Puede darse que ‘amo’ a la otra
persona no como un bien en sí misma, sino por la sensación de bienestar que encuentro
en su compañía. La persona ‘amada’ resulta ser, así, un ‘objeto’ del que me sirvo para mi
gratificación. Eso no es amor verdadero.

La felicidad es la vivencia de la posesión del bien. La posesión del bien nunca es perfecta
porque no podemos poseer el Bien (con mayúscula) totalmente. Sólo la posesión total,
eterna y perfecta del Bien absoluto, es capaz de satisfacer nuestro deseo de felicidad.

Pero no hay que caer en el emotivismo. Para quienes, hoy día, caen en el emotivismo
ético, los sentimientos definen lo bueno y lo malo. Decía Rousseau: “Cuando siento que
algo es bueno, eso es bueno; cuando siento que algo es malo, eso es malo”. Hoy se afirma
que debemos hacer caso al corazón, al sentimiento, para obrar correctamente: “adonde el
corazón te lleve”. Lo cual margina a la razón. Es un error tan grande como el racionalismo,
solo que se va al extremo opuesto.

El emotivismo puede conducir al relativismo moral: lo que para algunos podría ser una
acción buena, para otros podría ser una acción mala. Entonces no existiría un criterio
objetivo y universal acerca de lo que es bueno o malo realmente.
Para evitar esto, Kant propone el extremo contrario. No es el sentimiento, sino la razón la
que guía el obrar. Debo obrar por el deber que me dicta la razón, independientemente del
sentimiento que produzca en mí. Los sentimientos y las pasiones son un estorbo a la
razón. Tenemos aquí un rigorismo moral.

Frente a ambos extremos, se propone la ética de la virtud. El hombre feliz es virtuoso,


porque experimenta gozo realizando el bien y experimenta tristeza haciendo el mal. El
bien le atrae naturalmente y el mal, naturalmente le produce repugnancia.

Pero la experiencia nos muestra que podemos sentir gozo haciendo el mal, y tristeza
obrando el bien. El pecado original nos produjo esta desarmonía. Es preciso, pues, un
esfuerzo para integrar los afectos con la razón y con la actividad moral.

Los sentimientos pueden ser asumidos y controlados, hasta cierto punto, por la razón. De
ahí la importancia de la educación de los afectos. Está en nuestras manos asumir o no
cada sentimiento. Esto es lo propio de una persona madura.
La afectividad es una de las dimensiones de la persona más difíciles de sistematizar. El
acceso más adecuado parece ser la introspección, pero ello hace difícil el ejercicio de la
precisión y la objetividad. Aunque muchos “afectos” suelen ir asociados a determinadas
reacciones corporales (gestos, alteraciones de la respiración o del pulso, hormonales,
etc.), y suelen ser intuitivamente identificables (alegría, tristeza, ira, abatimiento, etc.), sin
embargo lo más característico está en su raíz interior, que escapa normalmente a la
observación objetiva (extrospección).

Los fenómenos afectivos reciben nombres muy diversos. Con carácter general hablamos
de “afectos” o “vivencias”. En la terminología clásica se hablaba de “pasiones” y
“apetitos”. Pero también existen diferentes tipos de fenómenos, más específicos, que
estudiaremos seguidamente (“emociones”, “sentimientos”, “estados de ánimo”, etc.)

En términos generales una vivencia es un estado subjetivo interior, que sobreviene –es
una reacción sensible–, se caracteriza por una experiencia de placer/agrado, o de
dolor/desagrado, y se vive inequívocamente como algo propio.

Los fenómenos afectivos suelen influir poderosamente en el comportamiento humano,


pero no llegan a determinarlo por completo como ocurre con los animales. Podemos
sentir una inclinación y resistirla, por ejemplo. Una cosa es “sentir” y otra muy distinta
“consentir”.

Lo distintivo de la afectividad, como dimensión psíquica, es la experiencia del propio


cambio (“emoción” deriva de motus, movimiento), que se hace presente en alguna forma
de agrado o desagrado.

Ofrece tres modalidades fundamentales: emociones, sentimientos y estados de ánimo (o


humor básico). Pero aunque es uno de los campos más frecuentados por los
investigadores, no existe una clasificación rigurosa y exhaustiva universalmente aceptada.

CLASIFICACIÓN (CLÁSICA) DE LAS PASIONES O AFECTOS:

AMOR (sensible): inclinación sensible al bien en general.


ODIO: inclinación al rechazo de todo mal sensible (en sí mismo).
DESEO: tendencia sensible dirigida hacia un bien ausente.
ALEGRÍA (PLACER): agrado por la posesión de un bien sensible.
ESPERANZA (ILUSIÓN): deseo de un bien difícil pero alcanzable.
DESESPERACIÓN: tendencia ante un bien deseado pero inalcanzable.
AVERSIÓN: repugnancia o rechazo de un mal ausente.
AUDACIA (VALENTÍA): inclinación ante un mal ausente vencible.
MIEDO: rechazo ante un mal ausente pero inevitable.
IRA: rechazo ante un mal presente.
TRISTEZA (DOLOR, SUFRIMIENTO): Desagrado ante un mal presente.

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