N.22. - La Hija de La Mujer Sirofenicia
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1. El texto
Mateo 15:21-28
Saliendo Jesús de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea
que había salido de aquella región comenzó a gritar y a decirle:
—¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por
un demonio.
Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces, acercándose sus discípulos, le rogaron di-
ciendo:
—Despídela, pues viene gritando detrás de nosotros.
Él, respondiendo, dijo:
—No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo:
—¡Señor, socórreme!
Respondiendo él, dijo:
—No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros.
Ella dijo:
—Sí, Señor; pero aun los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Entonces, respondiendo Jesús, dijo:
—¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como quieres.
Y su hija fue sanada desde aquella hora.
2. Introducción
El presente texto también se encuentra en el evangelio de Marcos y ambos relatan esen-
cialmente la misma historia. Además, el espacio que se le dedica al relato es más o menos
el mismo, sólo que Marcos tiene unas pocas palabras menos. En ambos relatos, Jesús ha
dejado el lugar de su residencia, posiblemente Capernaum y llega a las cercanías de Tiro.
Allí una mujer no judía de aquella región clama a Él pidiendo ayuda porque su hija está
poseída por un demonio. La madre de la niña es muy insistente en su demanda. Jesús no le
concede de inmediato su deseo. Le dice, “No es correcto tomar el pan de los hijos y echarlo
a los perros”. Ella responde, “aun los perros debajo de la mesa comen algunas de las miga-
jas de los hijos”. Jesús elogia su fe y le otorga su petición.
Cada uno de estos dos evangelistas hace su propia contribución a esta historia, pero no se
produce conflicto alguno. Cada uno usa su propio estilo y presenta los sucesos de acuerdo
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a las necesidades de sus lectores. Mateo identifica a la mujer como cananea. Los judíos que
leían el Evangelio de Mateo habían oído mucho acerca de esta gente impía. Los cananeos
causaron muchos problemas en los días de Josué e incluso más tarde. ¿Qué? ¿También pa-
ra ellos hay salvación? El relato de Mateo es algo más dramático que el de Marcos. La mu-
jer llama a Jesús “Señor, Hijo de David”, y le ruega “ten misericordia”. Literalmente dice:
“—¡Señor, ¡Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por
un demonio.”
Aunque desde el principio mismo ella identifica su pena con la de su hija (“Ten misericor-
dia de mí, mi hija ...”), el proceso de identificación aumenta en intensidad, llegando a su
clímax cuando la madre deja de mencionar a la hija y simplemente exclama: “¡Socórre-
me!”. Según Mateo, la mujer le habla a Jesús tres veces por separado y cada vez el evange-
lista reproduce sus palabras en discurso directo. Marcos reproduce sólo dos de sus líneas y
sólo una vez por medio de discurso directo. Mateo introduce a los discípulos. Como es ca-
racterístico de ellos, le piden a Jesús que la despida. Marcos nunca menciona a los discípu-
los en su relato. Mateo dice que, al principio, Jesús no respondió a la suplicante mujer y
que después le dijo, “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. En
vista de la gente a quienes Marcos escribe, no nos sorprende que Marcos no registre ese de-
talle.
Marcos hace su propia y valiosa aportación. Aunque él mismo no era un apóstol, con toda
seguridad había oído a Pedro relatar la historia. Para mostrar cuán “famoso” había llegado
a ser Jesús en aquel momento, Marcos informa que, aunque al llegar a la región de Tiro, el
Maestro entró en una casa buscando privacidad, “no pudo pasar inadvertido”. Marcos in-
forma también que la mujer era griega, es decir, gentil de nacimiento, con antecedentes pa-
ganos y de nacionalidad sirofenicia. Estos pequeños detalles eran apreciados por los lecto-
res gentiles para quienes Marcos escribió este Evangelio. Este evangelista muestra más cla-
ramente que Mateo, que cuando Jesús compara la situación de la mujer con la de los perri-
llos, no quería con esto cerrar completamente la puerta de su esperanza. La estaba dejando
claramente entreabierta. Marcos, también a diferencia de Mateo, relata incluso lo que suce-
dió después que la madre volvió a su casa: halló a la niña acostada en cama y que el demo-
nio la había dejado.
Esta vez Jesús se retira o se aparta a un territorio definitivamente gentil. Es claro que sale
de la tierra de Israel. Esta vez no son los extranjeros quienes acuden a Él; Él mismo sale a
ellos. Pero esta acción de salir hacia ellos no comienza inmediatamente. Primero entra en
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una casa con el propósito de estar temporalmente oculto, pero “no podía permanecer ocul-
to”.
4. La mujer cananea
Entonces una mujer cananea que había salido de aquella región comenzó a gritar y a de-
cirle:
—¡Señor, Hijo de David, ¡ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por
un demonio.
Notemos en primer lugar la actitud reverente de la mujer hacia Jesús. Ella llama a Jesús
“Señor” y añade “Hijo de David”, honrándolo como que es ciertamente el Mesías prometi-
do. Se destaca el gran contraste entre la incredulidad de los judíos de Jerusalén y la fe de
esta mujer que nació gentil (no judía).
Hubo un absoluto silencio de su parte. Actuó como si ni siquiera la hubiera oído. Un poco
más adelante se dirá más acerca de esta aparente (no es real) indiferencia de parte de Jesús.
6. Los discípulos
Entonces, acercándose sus discípulos, le rogaron diciendo:
—Despídela, pues viene gritando detrás de nosotros.
Ningún argumento sólido apoya la teoría de que los discípulos querían decir: “Concédele
lo que pide, y despáchala”. Evidentemente estos hombres consideraban a esta mujer una
gran molestia por el hecho de que los seguía gritando constantemente.
7. La respuesta de Jesús
Él, respondiendo, dijo:
—No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
En esta conexión es importante tomar nota no solamente del hecho de que Jesús parece
permanecer inexorable en su negativa a ayudar a esta mujer, sino también del hecho de que
tampoco prestó atención al pedido urgente de sus discípulos. A veces se olvida esto. Sin
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embargo, es muy importante. Uno podría aun decir que la negativa del Señor a prestar
atención tiene el propósito de alcanzar a los discípulos más que a la mujer. Aunque las pa-
labras dirigidas a ella parecen duras, por lo menos Él sigue tratando con ella. Aun rompe el
silencio y ahora conversa con ella. Pero en cuanto a la sugerencia de los discípulos, ni si-
quiera la considera digna de una respuesta. Uno también podría decir: Supongamos que las
palabras del Señor fueran también para los discípulos—¿no era éste el ministerio mismo
durante el cual Jesús les estaba enseñando? —queda el hecho de que Jesús por la misma
acción relatada rechaza la urgente petición de ellos. Pero no rechaza la petición de la mu-
jer, aun cuando pareciera hacerlo.
Jesús desea dejarlo completamente claro a todos que la apertura de par en par de las puer-
tas para la entrada de los gentiles en el reino de los cielos es un asunto que corresponde al
futuro. En cuanto al presente, su misión es hacia quienes denomina tiernamente “las ovejas
perdidas de la casa de Israel”.
8. La desesperación de la mujer
Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo:
—¡Señor, socórreme!
Por el momento la respuesta del Señor está lejos de ser alentadora. La palabra traducida
“perros” (kynariois) no es la usada como perro grande, salvaje y feo que ronda las basuras
que se arrojan en la calle (kysin), sino los perros bien cuidados en hogares en calidad de
mascotas. Jesús ya ha llamado la atención de la mujer al hecho de que no ha sido enviado a
los que están fuera de Israel. Siguiendo la misma línea, ahora añade que no sería correcto
dar las bendiciones de Israel—las bendiciones que corresponden a “los hijos”— a quienes
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no pertenecen a Israel. Después de todo, los perros, por mucho que los quieran sus amos,
no son hijos y no tienen derecho de ser tratados como hijos.
Probablemente éste sea el lugar adecuado para hacer frente a la pregunta: ¿Por qué tardó
tanto Jesús en dar a esta mujer la ayuda que ella necesitaba tan desesperadamente? Las res-
puestas que se dan a esta pregunta varían ampliamente. La vieja respuesta es “para probar
la fe de ella”. Si esta respuesta es satisfactoria o no depende de lo que se quiera decir por
probar la fe. Otra respuesta es que, puesto que solamente hacia el final de la historia Jesús
llega a tener la disposición de conceder la enfática petición de esta mujer, Él tiene que ha-
ber cambiado de parecer en el último momento; de ahí la tardanza. Esta respuesta es
inaceptable por las siguientes razones:
a. Si hubiera sido así, ¿por qué no accedió al repetido consejo de sus discípulos en el sen-
tido de despedirla?
b. No se registra otro caso en que Jesús se negara a atender a una petición de ayuda fer-
viente, humilde y sincera. Tener desde el comienzo mismo la intención de rechazar la
petición de la mujer habría sido completamente improbable en Cristo como nos es reve-
lado en las Escrituras.
Con toda probabilidad se podría aplicar el mismo razonamiento en conexión con la mujer
sirofenicia o cananea. Jesús demoró en oírla porque quería dar a la fe de ella la oportunidad
de una expresión mucho más gloriosa.
A las tres cosas que hemos dicho acerca de ella, ahora se añade una cuarta, su humildad. Ni
siquiera se resintió por ser comparada con un perro casero en contraste con un hijo. Ella
acepta su posición de inferioridad.
La quinta observación que hacemos de ella es su viveza y su ingenio. Ella convierte la pa-
labra de aparente reproche en una razón para estar optimista. Transforma la derrota inmi-
nente en una victoria jubilosa. Es como si estuviera diciendo: “¿Se me compara con un pe-
rro? Acepto lo que se implica en la comparación. Y no sólo lo acepto, me gozo en ello,
porque ciertamente los amos buenos no permiten que sus perros mueran de hambre. Les
permiten comer las migas que caen de la mesa”.
Es evidente también, en sexto lugar, la firme fe que Dios le ha dado en Jesús, a quien ella
ha confesado como su Señor y Mesías.
En séptimo y último lugar, siempre recordaremos a esta mujer por su perseverancia, cuali-
dad que se puede considerar por separado o en combinación con su fe (su fe perseverante).
En cuanto a esta perseverancia hay que notar lo siguiente. Se ha dicho que aquí Jesús se es-
tá apartando del principio que Él mismo ha expresado. Está haciendo una excepción a la
regla, ¡como si esto fuera malo!: “Sólo a la casa de Israel he sido enviado”. Bueno, en un
sentido estaba haciendo una excepción, una maravillosa excepción, por cierto, porque cier-
tamente esta mujer era una griega, una gentil. Sin embargo, en un sentido diferente no es-
taba haciendo excepción alguna, como se hará evidente cuando consideremos que ella
triunfó a pesar de:
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El amor divino es tan infinito y maravilloso que llega a elogiar a un ser humano, una mu-
jer, por ejercer un don—en este caso la fe—con que este mismo amor la ha dotado y que
sin la actividad divina no podría haber entrado en acción en ella.
El elogio que recibe esta mujer no puede dejar de recordarnos el encomio con que Jesús
elogió al centurión a quién le sanó al siervo. Aquí, ¿no hay una predicción del momento en
que se abrirán ampliamente las puertas para la recepción de los gentiles en el reino de los
cielos, momento que se aproximaba rápidamente?
Notemos también que la bendición otorgada a la mujer ni siquiera se puede concebir sin
aquella con la que su hija fue favorecida. Cuando la mujer recibió lo que deseaba, esto sig-
nificaba que la hija del mismo modo recibía lo que necesitaba. ¡Fue sanada inmediata y
completamente! Además, estas bendiciones no quitaron el “pan” a los “hijos”.
12. Conclusión
Este pasaje tiene unas implicaciones tremendas. Aparte de todo lo demás, describe la única
ocasión en que Jesús salió del territorio judío. La significación suprema del pasaje está en
que prenuncia la salida del Evangelio a todo el mundo; nos muestra el principio del fin de
todas las barreras.
Para Jesús este era un tiempo de retirada deliberada. El fin se aproximaba y Él quería estar
un poco tranquilo para prepararse para el final. No era tanto que quisiera prepararse Él
mismo, aunque sin duda eso también lo tendría en mente, sino más bien quería disponer de
algún tiempo para preparar a Sus discípulos para el día de la Cruz. Había cosas que tenía
que decirles y que tenía que hacerles entender. No había ningún lugar en Palestina donde
pudiera estar seguro de que le dejaran tranquilo; dondequiera que iba, le encontraba la gen-
te. Así es que se fue al extremo Norte de Galilea, y de allí pasó a la tierra de Tiro y de Si-
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dón donde vivían los fenicios. Allí, por lo menos por algún tiempo, estaría a salvo de la
maligna hostilidad de los escribas y fariseos y de la peligrosa popularidad de la gente, por-
que ningún judío se atrevería a seguirle a territorio gentil.
Este pasaje nos presenta a Jesús buscando un tiempo de tranquilidad antes de la conflagra-
ción del final. Esto no es una evasión en ningún sentido, sino la preparación que hizo Jesús
de sí mismo y de sus discípulos para la batalla final y definitiva que habría de producirse
muy pronto.
Pero hasta en esas regiones extranjeras Jesús no se vería libre de las demandas clamorosas
de la necesidad humana. Allí estaba una mujer que tenía una hija gravemente asediada.
Tiene que haber oído algo de las obras maravillosas que realizaba Jesús y se puso a seguir-
le clamando desesperadamente por ayuda. A1 principio parece que Jesús no le hace ningún
caso. Los discípulos se sentían incómodos, y le dijeron: «Dale ya lo que sea, para que nos
deje en paz.» La reacción de los discípulos no era de compasión precisamente, sino todo lo
contrario: aquella mujer les resultaba molesta y lo que querían era librarse de ella lo más
pronto posible. Conceder una petición para librarse del solicitante que es, o puede llegar a
ser, una molestia para uno es una reacción de lo más corriente; pero es muy diferente de la
respuesta de la piedad, la compasión y el amor cristianos.
Pero para Jesús aquello no era un problema. No podemos poner en duda que Se sintió mo-
vido a misericordia hacia aquella mujer. Pero era una gentil. Y no sólo eso: pertenecía al
pueblo cananeo antiguo, que eran los enemigos ancestrales de los judíos de los que son
probablemente descendientes los actuales palestinos.
La mujer sería griega de cultura y por tanto rápida de ingenio para captar la oportunidad. «
Es verdad Señor –Le contestó ella-; pero también los perrillos saca algo de las migajas que
caen de la mesa de sus amos.» Y los ojos se le iluminaron de gozo a Jesús ante una fe tan
indómita, y concedió la demanda, la bendición y la sanidad que ella tanto deseaba.
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b. Esta mujer tenía fe. Una fe que creció en el contacto con Jesús. Empezó llamándole
Hijo de David; ese era un título popular y hasta político. Se le aplicaba a Jesús como el
gran y poderoso obrador de maravillas, pero todavía sólo en términos de poder y de glo-
ria terrenales. Llegó pidiendo una merced a uno al que tomaba por el hombre más gran-
de y poderoso. Llegó con una especie de superstición, como si acudiera a cualquier ma-
go. Acabó llamando a Jesús Señor. Jesús, por así decirlo, la obligó a mirarle a Él y en Él
descubrió algo que no se podía expresar en términos terrenales, porque no era nada me-
nos que divino. Eso era precisamente lo que Jesús quería despertar en ella antes de con-
cederle su petición. Quería que viera que la súplica dirigida a un gran hombre tiene que
transformarse en una oración al Dios viviente. Podemos ver crecer la fe de esta mujer al
encontrarse cara a cara con Cristo hasta el punto de verle, aunque como a través de la
niebla, como El que es. La fe de ella era una fe que adoraba. Empezó por seguirle, pero
acabó de rodillas delante de Él; empezó dirigiéndole una petición, pero acabó hablándo-
le en oración. Siempre que venimos a Cristo, debemos empezar por adorar Su Majestad
y sólo entonces podremos presentarle nuestra necesidad.
c. La mujer tenía una perseverancia indómita. Era impermeable al desaliento. Muchas
personas, ha dicho alguien, acuden a la oración porque no quieren dejar de probarlo to-
do. No creen realmente en la oración pero no descartan la posibilidad de que sirva para
algo. Pero esta mujer vino a Jesús, no como a alguien que a 1o mejor la ayudaba, sino
como a su única esperanza. Vino con una esperanza apasionada, con un sentimiento de
necesidad que clamaba al cielo y con una determinación de no dejarse desanimar. Tenía
la única cualidad que es supremamente eficaz en la oración: iba tremendamente en se-
rio. La oración no era para ella una fórmula ritual, sino su manera de derramar delante
de Dios el apasionado deseo de su alma, que de alguna manera pensaba que no podía ni
debía, ni tenía por qué aceptar una respuesta negativa.
d. Esta mujer tenía el don del optimismo. Estaba rodeada de problemas; tomaba las co-
sas apasionadamente en serio y sin embargo sabía sonreír. Tenía un corazón soleado.
Dios ama los corazones alegres, la fe en cuyos ojos brilla siempre la luz de la esperanza,
la fe con una sonrisa que puede disipar las sombras.
De esta mujer podemos aprender muchísimo. Vino a Cristo con un amor gallardo y audaz,
con una fe que siguió creciendo hasta arrodillarse en adoración a los pies de lo divino, con
una perseverancia indómita que brotaba de una esperanza irrenunciable, con una alegría
que disipaba el desaliento. Esa es la manera de acudir a Dios que no puede por menos de
encontrar la respuesta a sus oraciones… sea cual sea esa respuesta.
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