Sermón de La Soledad

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ESTACIONES MARIANAS DE SOLEDAD

“El adiós de María”


 
 

 
 
Para iniciar la celebración
 
V/. Alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo
R/. Y los dolores de su Santísima Madre.
 
Quién ama, sufre con el amado. Nadie ama a Jesús más que su madre, y por
eso nadie sufre más que ella, por amor a Él.
 
Los sufrimientos de María se recogen en esta liturgia de la soledad.
 
Meditar en la soledad de María es meditar en sus dolores. Esa una manera de
compartir sus sufrimientos más hondos.
 
Al mismo tiempo le pedimos a la Madre Dolorosa que nos ayude a entender, el
dolor de la humanidad, el dolor de nuestros pueblos y nuestros propios dolores.
 
Al unir nuestros dolores a los de María, tal como Ella unió sus dolores a los de su
Hijo, participamos del amor maternal de la Madre de nuestro Salvador, de Aquel
que murió por nuestros pecados y los del mundo entero.
 
 
Lectura del evangelio según san Lucas (Lc 1,42-45)
 
“Y exclamando con gran voz, dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el
fruto de tu seno; y ¿de donde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño de mi
seno. ¡Feliz porque has creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas
de parte del Señor!”
 
 
Reflexión
 
“La Madre estaba junto a la cruz”
 
El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la
misma historia de la pasión del Señor. -Dice el santo anciano Simeón,
refiriéndose al niño Jesús- “está puesto como una bandera discutida; y a ti –
añade, dirigiéndose a María– una espada te traspasará el alma.”
 
En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma.
 
Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin
atravesar tu alma.
 
En efecto, después que Jesús hubo expirado –él que es de todos, pero que es
tuyo de un modo especialísimo–, la cruel espada que abrió su costado, sin
perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no
llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya. Porque el alma de Jesús ya no
estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar.
 
Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y, por esto, con toda razón, te
llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las
sensaciones del dolor corporal. Te llamamos Madre y Reina de todos los
mártires.
 
¿Acaso no fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron
verdaderamente tu alma y penetraron hasta la separación del alma y del
espíritu: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” ¡Qué tremenda entrega!
 
Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución del Señor,
al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a
un simple hombre en sustitución del Dios verdadero.
 
¿Cómo no habían de atravesar tu alma, Madre Dolorosa, estas palabras, tan
sensible, cuando aún nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se quiebra
con sólo recordarlas?
 
No te admires de que María sea llamada “mártir en el alma”.
 
Que se admire el que no recuerde haber oído cómo Pablo pone entre las peores
culpas de los gentiles el carecer de piedad.
 
Nada más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos debe estar de sus
humildes servidores.
 
Pero quizá alguien dirá: “¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?” Sí
lo sabía, y con toda certeza.
 
“¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?” Sí, y con
toda seguridad.
 
“¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?” Sí, y con toda vehemencia.
 
Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú o de dónde te viene esta sabiduría, que te
extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María?
 
El Hijo sacrosanto murió en su cuerpo, ¿y María no podía morir en su corazón?
 
Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener
cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de
aquél, no tiene semejante.
 
(De los Sermones de san Bernardo, Abad)
 
 
Primera Estación de soledad: “María presenta su Hijo en el templo”
 
V/. Alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo
R/. Y los dolores de su Santísima Madre.
 
Evangelio de san Lucas (Lc 2,22-35)
“Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: Éste esta puesto para caída y
elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma
una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las
intenciones de muchos corazones”.
 
Reflexión
 
Cuando María y José presentaron el Niño Jesús en el templo, Simeón predijo que
una espada (de dolor) atravesaría el alma de ella.
 
Invariablemente, a una madre, con en el nacimiento de un hijo se le hacen
interminables regalos. A Maria, Simeón le anunció los amargos dolores que ella
sufrirá, por causa de ese Hijo que ofrecía en el templo.
 
Muchas mujeres hoy, reciben a diario malas noticias, y ellas también son
atravesadas a diario por el dolor, de traer a sus hijos a una vida: sin pan, sin
salud, sin estudios, sin papás o sin posibilidad de un futuro digno.
 
Madre Santa, Madre de la Esperanza, por el dolor que tuviste al escuchar la
profecía de Simeón, y porque viviste con el temor de Madre de aquella hora, ten
compasión de tantas madres que sufren en el campo y la ciudad, por los
sufrimientos de tu hijo, intercede por ellas ante Aquel que nos amo hasta el
extremo.
 
Segunda Estación de soledad: “María huye con su hijo a Egipto”
 
V/. Alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo
R/. Y los dolores de su Santísima Madre.
 
Evangelio de san Mateo (Mt 2,13-15)
“El Ángel del Señor se apareció en sueños a José, y le dijo: “Levántate, toma
contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y quédate allí hasta que yo te
avise. Porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. Él se levantó tomó de
noche al niño y a su madre y se fue para el país de Egipto, y estuvo allí hasta la
muerte de Herodes”.
 
Reflexión
 
Unos dos meses, quizás, después del nacimiento de Jesús, el ángel avisó a José:
“Huye con el niño y su madre a Egipto; Herodes trata de matar al niño”. La
amenaza de muerte que cernía sobre su hijo, hizo más angustioso y penoso el
viaje de María y su familia desplazados.
 
Cuantas familias hoy tienen que huir de noche con sus hijos, victimas de la
violencia, que ha sembrado el desplazamiento forzoso en nuestra nación. Son
desplazados como la familia de María que huyen para proteger la vida del niño,
ellos también intentan proteger la vida de sus niños
 
Madre santísima, por el dolor que tuviste al huir a Egipto, viviendo en el
destierro y la extrema pobreza ten compasión de tantas familias colombianas y
del mundo entero, para que no pierdan la esperanza de regresar nuevamente a
sus campos y les sean restituidos sus viviendas que los vieron nacer.
  
 
Tercera Estación de soledad: “María encuentra a su Hijo en el templo”
 
V/. Alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo
R/. y los dolores de su Santísima Madre.
Evangelio de san Lucas (Lc 2,41-50)
“José y María iban todos los años a la ciudad de Jerusalén para celebrar la fiesta
de la Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, los acompañó a Jerusalén. Al
terminar los días de la fiesta, sus padres regresaron a su casa; pero, sin que se
dieran cuenta, Jesús se quedó en Jerusalén. José y María caminaron un día
entero, pensando que Jesús iba entre los compañeros de viaje. Después lo
buscaron entre los familiares y conocidos, pero no lo encontraron. Entonces
volvieron a Jerusalén para buscarlo. 
Al día siguiente encontraron a Jesús en el templo, en medio de los maestros de
la Ley. Él los escuchaba con atención y les hacía preguntas. Todos estaban
admirados de su inteligencia y de las respuestas que daba a las preguntas que
le hacían. 
Sus padres se sorprendieron al verlo, y su madre le reclamó: -“¡Hijo! ¿Por qué
nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy preocupados
buscándote.”
 
Reflexión
 
María y José buscaron al Niño Jesús a través de tres días, y por fin lo
encontraron en el templo.
 
El Evangelio nos consigna estas palabras de María: “Hijo mío, ¿Por qué... nos
has hecho esto? Tu Padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia”. El
corazón de María, como el de muchas familias, también fue oprimido por el
terror ante la pérdida de su hijo.
 
Madre mía por el dolor que tuviste cuando se perdió tu hijo, ten compasión de
tantos papás angustiados por la pérdida de sus hijos, victimas del secuestro, de
la trata de niños, del abuso a que se ven expuestos; permite que ellos regresen
a sus hogares para que crezcan sanos, fuertes y robustos al lado de sus padres.
 
Cuarta Estación de soledad: “María se encuentra con su Hijo camino del
Calvario”
 
V/. Alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo
R/. Y los dolores de su Santísima Madre.
 
Evangelio de san Lucas (Lc 23,27-29)
“Muchas personas seguían a Jesús, y entre ellas había muchas mujeres que
gritaban y lloraban de tristeza por él. Jesús se volvió y les dijo: -"¡Mujeres de
Jerusalén! No lloren por mí. Más bien, lloren por ustedes y por sus hijos. Porque
llegará el momento en que la gente dirá: "¡Dichosas las mujeres que no pueden
tener hijos! ¡Dichosas las que nunca fueron madres, ni tuvieron niños que
alimentar!"
 
Reflexión
 
La Madre Dolorosa comparte el sufrimiento de Jesús mientras Él carga la cruz
por las calles de Jerusalén.
 
Si un hijo recibe sentencia de muerte y a su madre le dan a conocer la fecha,
ciertamente su calvario de angustia y de dolor empezará en ese mismo
momento... y se multiplicará al infinito cuando vea a su hijo subir al patíbulo.
 
María sabía, ciertamente, que Jesús sería tomado por sus enemigos y entregado
a la muerte, en su viaje a Jerusalén. Fue informada por Jesús, como fueron
informados los apóstoles, con suficiente anticipación. En su alma llevaba la
angustia mortal, que se multiplicó al infinito cuando encontró a su hijo
arrastrando la cruz, camino al Calvario.
 
Madre de todos los hombres, por el tremendo dolor que padeciste en la calle de
la Amargura, viendo a tu Hijo destrozado por los azotes y las espinas, el rostro
más bello cubierto de sangre, ten compasión de nosotros y haz que muchas
personas que son sentenciadas inocentemente, ante la impunidad de la justicia,
encuentren en tu Hijo Jesús valor para afrontar la muerte.
  
Quinta Estación de soledad: “María al pie de la cruz con su Hijo”
 
V/. Alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo
R/. Y los dolores de su Santísima Madre.
 
Evangelio de san Juan (Jn 19,17.25ss)
“En el lugar que en hebreo se llama Gólgota, que significa "Lugar de la
Calavera".  Allí clavaron a Jesús en la cruz… Cerca de la cruz estaban María la
madre de Jesús, y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás y María
Magdalena. Cuando Jesús vio a su madre junto al discípulo preferido, le dijo a
ella: "Madre, ahí tienes a tu hijo". Después le dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu
madre". Desde ese momento, el discípulo llevó a María a su propia casa.”
 
Reflexión
 
Por designios inescrutables del Padre Celestial, María estuvo en el Calvario y
presenció la cruel y horrorosa muerte padecida por su Hijo. La espada de dolor
destrozaba, en ese momento, la mente y el corazón de María... junto a la cruz
estaban su madre, y la hermana de su madre, María esposa de Cleofás y María
Magdalena.
 
Triste es el espectáculo de María viendo a su querido Hijo cruelmente clavado en
la cruz, sin embargo ella permaneció al pie de la cruz y oyó a su Hijo prometerle
el cielo a un ladrón y perdonar a sus enemigos. Escuchó sus últimas palabras
dirigidas a Ella y como a nosotros nos dijo en Juan: Hijo, he ahí a tu Madre.
 
Madre dolorosa, al pie de la cruz, tu que conoces nuestras penas, los dolores de
nuestro pueblo que sufre, por la espada que atravesó tu corazón cuando tu Hijo
inocente fue desnudado y crucificado, ten compasión, Madre de todos nosotros,
tus hijos, asístenos cuando nos falten las fuerzas, cuando seamos vulnerables,
cuando seamos tentados por encima de nuestras propias fuerzas y haz que
podamos crucificar nuestros vicios y apetitos desordenados en la cruz de tu Hijo.
  
Sexta Estación de soledad: “María recibe el cuerpo de Jesús”
 
V/. Alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo
R/. Y los dolores de su Santísima Madre.
 
Evangelio de san Marcos (Mc 15,42-46)
“Ya era viernes por la tarde, y los judíos se estaban preparando para las
celebraciones especiales del día sábado. Un hombre llamado José, del pueblo de
Arimatea, no tuvo miedo de pedirle a Pilato el cuerpo de Jesús. José era un
miembro muy importante de la Junta Suprema. Además, él oraba para que el
reinado de Dios empezara pronto. José compró entonces una sábana de tela
muy fina y cara. Bajó a Jesús de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en
una tumba.”
 
Reflexión
 
El amargo dolor que sintió María Santísima cuando el cuerpo de su Hijo Jesús
fue bajado de la cruz y colocado en su regazo, contrasta con la alegría de María
cuando tuvo en sus brazos a tu Hijo sonriente recién nacido en el pesebre; ahora
se lo devuelven muerto, víctima de la maldad y la violencia de algunos hombres
y también víctima de nuestros pecados. Te acompañamos, Madre Dolorosa, en
este profundo e indescriptible sufrimiento... Y por los méritos del mismo, haz
que sepamos amar a Jesús como Él nos amó.
 
¡Oh, Madre Dolorosa, nuestros corazones se estremecen al ver tanta aflicción!
Haz que permanezcamos fieles a Jesús hasta el último instante de nuestras
vidas.
 
Madre de piedad, por la pena que sentiste al recibir el cadáver de Jesús en tu
regazo y examinar sus santas llagas, ten compasión de nosotros los pecadores
por quien Él sufrió tanto y por quien entrego su vida y haz que lo recibamos
cada día con mayor amor en la eucaristía.
 
Séptima Estación de soledad: “La soledad de María después de dejar el
sepulcro”
 
V/. Alabada sea la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo
R/. Y los dolores de su Santísima Madre.
 
Evangelio de san Juan (Jn 19,38-42)
“Después de esto, José, de la ciudad de Arimatea, le pidió permiso a Pilato para
llevarse el cuerpo de Jesús. Pilato le dio permiso, y José se llevó el cuerpo.
También Nicodemo, el que una noche había ido a hablar con Jesús, llegó con
unos treinta kilos de perfume a donde estaba José. Los dos tomaron el cuerpo
de Jesús y lo envolvieron en vendas de una tela muy cara. Luego empaparon las
vendas con el perfume que había llevado Nicodemo. Los judíos acostumbraban
sepultar así a los muertos. 
En el lugar donde Jesús murió había un jardín con una tumba nueva. Allí no
habían puesto a nadie todavía. Como ya iba a empezar el sábado, que era el día
de descanso obligatorio para los judíos, y esa era la tumba más cercana,
pusieron el cuerpo de Jesús allí.”
 
Reflexión
 
El cuerpo de Jesús es colocado en el sepulcro y la Virgen María espera la
Resurrección.
 
La separación definitiva de los restos del ser amado, en el momento de la
sepultura, acrecienta el dolor de la muerte. María Dolorosa no fue la excepción.
Después de cerrado el sepulcro, seguiría contemplando, con los ojos del amor, a
su Hijo destrozado... colgando de los clavos de la cruz... y agonizando en la
fiebre de las angustias y el sufrimiento.
 
La inmensa soledad y el inmenso vacío de María, después de sepultado Jesús,
ningún ser humano pudo haberlo aliviado. Solamente su Hijo Resucitado
devolvió la "vida" a ese corazón destrozado.
 
Madre de nuestra esperanza, por el dolor que tuviste al depositar
apresuradamente el cuerpo inerte de Jesús en el sepulcro, dejándolo en la
oscuridad y en el silencio, ten compasión de nosotros y no nos abandones ahora
y en la hora de nuestra muerte.

Oración final
 
Señor, María es nuestra Madre santísima. Ella hace que la Iglesia se sienta
familia; Ella, como la mujer sencilla, buena y amorosa, entra en nuestra vida.
Ella llega a nuestras vidas para ayudarnos a crecer en la fe y en la esperanza.
En su fe amorosa, encontró la fortaleza para estar junto a Ti en el Calvario. Y allí
se dio una nueva maternidad cuando nos recibió como hijos y nosotros la
recibimos en nuestra casa, en nuestra vida.
En su fe, como abandono en las manos de Dios, encontramos la alegría de creer.
Queremos desde la intimidad de cada corazón que hoy la recibe como Madre,
recibir de Ella las palabras que pronunció en las Bodas de Caná.
“Hagan lo que Él les diga”
Señor, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de
la cruz; haz que la Iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo, merezca
participar de su resurrección.
Por nuestro Señor Jesucristo, Tu Hijo, que contigo vive y reina por los siglos de
los siglos.
Amén.

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