Sábado Santo
Sábado Santo
Sábado Santo
SÁBADO SANTO
RECUERDOS DE MARÍA
La persona que más sufre en la pasión de Jesús no es probablemente Jesús, sino María.
Cuando uno sufre, física o espiritualmente, puede poner en marcha mecanismos de
autodefensa, algo que ayude a soportar el dolor o el sufrimiento. Cuando el que sufre es
otro, y no podemos hacer nada para ayudarle, nos sentimos totalmente desarmados.
María, como tantas madres en las mismas circunstancias, preferiría ser ella la que
estuviera sufriendo en lugar de su hijo. Por eso me parece un deber dedicar esta charla
del sábado santo a María.
Al presentar los recuerdos de María cabe la tentación de mezclar lo que cuentan
los cuatro evangelios, y componer con todos los datos una historia continua desde el
anuncio de Gabriel hasta la muerte. Sin embargo, esto sería traicionar el espíritu y la
intención de los evangelistas. Porque cada uno de ellos ofrece un aspecto peculiar, como
cuatro hermanos que se reúnen a comentar los recuerdos que tienen de su madre;
coincidirán en muchos aspectos, pero cada uno tendrá su propia visión.
Por consiguiente, iré presentando los recuerdos de María no en orden
cronológico, sino tal como los presentan los cuatro evangelios, empezando por el más
antiguo, el de Marcos.
1. Marcos
1ª etapa: extrañeza
Todo empezó el día en que llegó a Nazaret la noticia de que en el río Jordán hay
un profeta llamado Juan que anuncia la llegada del reinado de Dios, lo que supondría la
liberación de los romanos, el castigo de las autoridades políticas y religiosas judías
conchabadas con ellos, el exterminio de los pecadores, y un mundo de justicia y
santidad para los buenos judíos. El que quisiera verse libre del castigo y tener a Dios por
rey, debía convertirse y bautizarse para que se le perdonaran los pecados.
La noticia provocaría en Nazaret, como en todas partes, reacciones muy
distintas. Unos dirían que Juan era un loco peligroso, que podía provocar una nueva
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rebelión contra Roma, y los galileos ya tenían malas experiencias de esas rebeliones.
Otros lo verían como un gran profeta, el que hacía falta para terminar con la situación
de injusticia y olvido de Dios dominantes. La mayor parte no mostraría el menor
interés.
María recordaría el momento en el que Jesús le dijo que iba a conocer a Juan, a
hacerse bautizar por él. Quizá lo único que le preguntó es si iba a estar mucho tiempo
fuera. De Nazaret al Jordán se puede llegar en un día, dos al máximo. Otros dos para
volver. En menos de una semana podría estar de vuelta.
Pero la ausencia de Jesús se prolonga mucho más de lo que ella podía imaginar.
Hasta que un día lo ve aparecer de nuevo y le cuenta lo ocurrido. Estuvo con Juan, se
hizo bautizar por él, y en el mismo momento del bautismo tuvo una experiencia muy
fuerte y muy clara: Dios le encomendaba una misión. Al principio no sabía exactamente
cuál era. Más tarde, cuando a Juan lo metieron en la cárcel, vio claro que debía
continuar su tarea, pero con un enfoque nuevo. No se podía estar quieto en el Jordán,
esperando que viniera la gente a bautizarse. Había que ir de pueblo en pueblo, buscando
a la gente, hablándole del reinado de Dios y animándole a creer en esa buena noticia.
2ª etapa: preocupación
Con esta decisión de Jesús, para María comienza una nueva etapa. Cuando ella
era joven vivió de cerca lo que ocurrió en Séforis, a cinco kilómetros de Nazaret, que
los romanos arrasaron por completo. Tiene miedo que el mensaje de Jesús, sobre todo si
lo proclama de pueblo en pueblo, termine provocando una revuelta que le cueste la vida
a él y a otra mucha gente. Ella sabe cómo piensa Jesús. Sabe que no es partidario de la
violencia. Pero no se fía de cómo pueden reaccionar quienes lo escuchen.
Sin embargo, las noticias que le llegan al cabo de unas semanas son muy
positivas. Ante todo, Jesús ya no está solo. Ha convencido a cuatro muchachos, dos
parejas de hermanos, Pedro y Andrés, Santiago y Juan, para que lo acompañen. Y eso a
María la tranquiliza mucho, porque imaginar a su hijo yendo solo, de pueblo en pueblo,
con tantos bandoleros como andan sueltos por las montañas, no le gusta. Además, se
entera de que la gente está encantada con él. No se dedica a hablar contra los romanos
en las plazas, sino a hablar de Dios en las sinagogas, los sábados, y también al aire libre,
a la orilla del lago. Lo hace contando unas historias muy bonitas, muy entretenidas, que
la gente entiende perfectamente, y habla con mucha autoridad, no como los escribas,
que siempre repiten lo mismo y ni siquiera se creen lo que dicen.
Para colmo, le llegan también noticias de que Jesús tiene poder sobre los
espíritus inmundos, sobre los demonios, que tanto daño hacen y vuelven locas a tantas
personas. María lo comprende perfectamente, porque Jesús siempre ha tenido la
capacidad de tranquilizar a la gente, de escucharla y calmarla, haciendo que se sienta
bien.
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Lo que le extraña es que Jesús también cura enfermos. Le cuentan que la suegra
de un amigo suyo, Pedro, que estaba un día en cama con una fiebre altísima, le bastó
cogerla de la mano para que se pusiera buena. Y lo mismo con todo tipo de enfermos,
incluso un leproso había curado, tocándolo, sin darle asco. Este milagro provocó
muchos problemas, porque Jesús no quería que se supiera y le dijo al leproso que
guardara silencio. Pero él lo fue contando por todas partes y venía tanta gente a pedirle
un milagro que Jesús y los otros cuatro tenían que quedarse fuera de los pueblos, en
descampado.
Sin embargo, lo que a María producía alegría y orgullo de madre, al resto de la
familia le preocupaba cada vez más. La forma de hablar de Jesús, con tanta autoridad,
podía provocarle la enemistad de los escribas, que eran muy poderosos y dignos de
respeto. Y algunos empezaban a decir tenía un pacto con Satanás, y por eso era capaz de
expulsar demonios.
4ª etapa: insomnio
Esta opinión se vio corroborada por las noticias que llegaron en las siguientes
semanas, mucho más preocupantes. Parecía que Jesús estaba actuando ya a cara
descubierta, dejando claro quiénes eran sus enemigos: no los romanos, sino los escribas,
los que presumían de conocer a Dios y lo presentaban como un ser autoritario y cruel.
Jesús los provoca, incluso los escandaliza, para dejar clara su imagen de Dios y de cómo
debemos comportarnos.
Un día le llevan un paralítico para que lo cure, y en vez de curarlo le dice: «Hijo,
se te perdonan tus pecados». Como es lógico, los escribas se indignan porque se está
atribuyendo un poder que sólo compete a Dios. Y Jesús, en vez de justificar
humildemente su postura, aduciendo que también el profeta Natán perdonó a David, y el
profeta Elías al rey Ajab, les responde irónicamente, burlándose de ellos: « ¿Qué es más
fácil? ¿Decir al paralítico que se le perdonan sus pecados o decirle que cargue con su
camilla y camine?» (Mc 2,9).
Otro día, un nuevo escándalo. ¿Cómo debe comportarse un israelita piadoso? Lo
dice el salmo 1: no tiene trato con los pecadores, no se para a hablar con ellos, no se
sienta a su mesa. Jesús, en cambio, trata con la gente más odiada, los recaudadores de
impuestos, se detiene a hablar con ellos y acepta que lo inviten a su mesa. Es lo que ha
ocurrido con Leví, que encima se ha convertido en discípulo suyo. A María le gusta la
explicación que ha dado su hijo: «No tienen necesidad del médico los sanos, sino los
enfermos. No vine a llamar a justos, sino a pecadores» (Mc 2,17).
En cambio, le preocupa otra cosa que hace su hijo. En casa siempre han sido
muy respetuosos con el ayuno. Sin exagerar, como algunos fariseos que ayunan tres
veces por semana, pero sí respetando mucho la práctica. Sin embargo, le aseguran que
Jesús no obliga a ayunar a sus discípulos. Dice que el trae un vino nuevo, y que no se
puede echar en el odre viejo del ayuno, porque los dos se estropean.
Pero lo que a María le quitó el sueño y la dejó sin dormir toda la noche fue
cuando le contaron que su hijo decía cosas terribles contra el sábado. El sábado es
sagrado. Sus abuelos contaban que muchos judíos piadosos habían muerto por no
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5ª etapa: angustia
imponiéndoles las manos. Pero ni así consiguió ser aceptado. Fue entonces cuando dijo:
«A un profeta sólo lo desprecian en su tierra, entre sus parientes y en su casa» (Mc 6,4).
Esta visita de Jesús a Nazaret, aunque fuese acompañado de sus discípulos,
debió ser un momento de contacto más intenso con María, pero Marcos no dice una
palabra sobre ello. A partir de ese momento, no vuelve a mencionarla.
Lo que podemos reconstruir de los recuerdos de María basándonos en el
evangelio de Marcos ofrece una imagen muy humana, muy auténtica, de una madre que
sigue con extrañeza, preocupación, alegría, insomnio y angustia lo que le ocurre a su
hijo. Eso me parece una contribución de valor incalculable.
2. Mateo
cristianos y a los que se harán en el futuro, a todos nosotros, que cuando vamos en
busca de Jesús siempre lo encontraremos «con María, su madre».
3. Lucas
1
«Hijo del Altísimo» no hay que interpretarlo en relación con la Santísima Trinidad; es el título del
rey de Israel, de acuerdo con el oráculo de Natán de que el descendiente de David sería para Dios como
un hijo.
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todos» (Lc 2:34-35). Ya no se habla de un rey con el que están contentos todos los
súbditos, ni de un salvador o un señor aclamado y querido por todos. A María le
anuncian que su hijo será un personaje discutido y causa de división. El horizonte
comienza a oscurecerse.
El quinto y último personaje con el que se encuentra María en el evangelio de
Lucas es el mismo Jesús. A los doce años, se queda en el templo. Ella y José lo buscan
angustiados durante tres días y la respuesta de Jesús debió de resultarle muy dura y
desconcertante: «¿No sabías que yo tengo que estar en las cosas de mi Padre?» Lucas
añade expresamente: «Ellos no entendieron lo que les dijo».
4. Juan.
Los tres primeros evangelios no dicen casi nada de María durante la vida pública
de Jesús: sólo la visita a Cafarnaún en Marcos y Mateo. Mateo y Lucas han puesto todo
el énfasis en la infancia.
El evangelio de Juan, que siempre va por sus caminos, habla de María sólo en
dos momentos, pero los dos de la vida pública y los dos capitales: las bodas de Caná y
en la cruz.
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Al tercer día se celebraba una boda en Caná de Galilea; allí estaba la madre de
Jesús. También Jesús y sus discípulos estaban invitados a la boda. Se acabó el vino, y
la madre de Jesús le dice: No tienen vino. Le responde Jesús: ¿Qué quieres de mí,
mujer? Aún no ha llegado mi hora. La madre dice a los que servían: Haced lo que os
diga.
Saben muy bien lo que sigue. Pero recuerdo el final del relato:
En Caná de Galilea hizo Jesús esta primera señal, manifestó su gloria y
creyeron en él los discípulos.
Jesús le encarga a la hora de la muerte: que sea madre de todos nosotros. En su oración
de despedida durante la última cena, Jesús dice que durante toda su vida custodió y
guardó a los discípulos. Ahora que va a morir, esa misión se la encomienda a María. Y a
nosotros nos corresponde acogerla como madre. Desde el punto de vista histórico se
podrá discutir la identidad del discípulo amado. Desde un punto de vista simbólico, ese
discípulo somos todos nosotros, la Iglesia. Jesús en la cruz nos ofrece un punto de
apoyo (María) y un encargo (atenderla).
Hay, además, un detalle en Juan que se presta a desarrollar ampliamente el tema
de los recuerdos de María: «estaban junto a la cruz de Jesús María, su madre…» Estar
junto a la cruz significa haberlo acompañado hasta allí, haber presenciado todo, el
momento en que lo despojan de las vestiduras, la escena terrible de la crucifixión,
primero una mano, luego otra, luego los pies, los gritos de dolor, la crucifixión de los
otros dos bandidos, las horas colgado sin poder casi respirar, haciéndolo con tremendo
dolor, las pocas palabras pronunciadas, y finalmente la muerte. Después de ella, quizá lo
peor, el tiempo muerto, la espera interminable mientras José de Arimatea va a ver a
Pilato, consigue la entrevista, Pilato se cerciora de que ha muerto realmente, concede
permiso para sepultarlo. Son horas muertas mirando el cadáver del hijo, hasta que por
fin lo bajan de la cruz con dificultad, con gran esfuerzo. Luego la procesión hasta la
tumba, la sepultura y la vuelta a Jerusalén.
Probablemente fueron las horas que más grabadas tendría María en su memoria
y en su corazón, y daría vuelta a las escenas para encontrarles el sentido que Dios
quería.
5. Final
Hemos visto los recuerdos de María a través de cuatro hijos suyos, cada uno con
su enfoque peculiar y su intención. Termino con dos preguntas: Y tú, ¿qué recuerdos
tienes de María? ¿Qué significa María para ti?