Los Impactos de La Educación
Los Impactos de La Educación
Los Impactos de La Educación
la estructura social. Todas las sociedades pueden ser concebidas como sistemas de posiciones. La producción
y reproducción de este sistema de posiciones depende de las estrategias que desarrollan los actores sociales
(individuales y colectivos) para disputar la definición de las reglas y la apropiación de los recursos materiales
y simbólicos socialmente valorados. La educación constituye uno de los vehículos más eficaces para la
reproducción de las jerarquías sociales.
Finalmente, nos ocuparemos de la relación entre los sistemas educativos y los sistemas políticos. La
responsabilidad formativa de las escuelas es doble: se les requiere no solamente entrenar trabajadores sino
también formar ciudadanos.Trataremos de elucidar en qué consiste “formar ciudadanos,” lo cual requiere,
por un lado, determinar qué se entiende por ciudadanía en los estados democráticos modernos y, por otro,
cuáles son las habilidades necesarias para su completo ejercicio. Como se verá, la formación de ciudadanos
de estados democráticos supone para los sistemas educativos el requisito adicional de contribuir a la
realización de la igualdad democrática. Deteniéndonos en el análisis del caso argentino, ilustraremos cuáles
son las dificultades asociadas con este requisito.
Aquí Tenti recurre a la teoría del Espacio Social de Pierre Bourdieu, sociólogo francés que se ha dedicado
especialmente a esta temática y a la sociología de la educación:
Decimos, entonces, que es más apropiado pensar la sociedad como un espacio organizado de acuerdo con
múltiples sistemas de valoración. ¿Qué es entonces lo que determina la posición de un individuo o un grupo
de individuos en el espacio social? La posición de una persona en el
espacio social viene, en efecto, definida por la valoración de sus
atributos y posesiones. Lo que determina esta valoración es no sólo el
volumen sino también la estructura de sus posesiones. En la imagen, el
eje y representa el volúmen total de capital de una persona, y los
restantes, cada tipo de capital, su composición. De este modo, cada
sujeto ocupa un punto específico que representa el cruce de la cantidad
de capitales de cada tipo y el volúmen total.
En otras palabras, para definir una posición social no basta con conocer
cuánto poseen los individuos o grupos que la ocupan, sino cuánto de
qué cosa.
Transportando la terminología característica de la economía política,
llamaremos capital a las posesiones socialmente valoradas. Existen tres formas elementales de capital, es
decir, tres sistemas de valoración que no pueden ser reducidos a los términos de otros sistemas de
valoración: el capital económico, el capital cultural y el capital social. El capital económico corresponde al
conjunto de las posesiones necesarias para producir bienes o servicios intercambiables. El capital cultural se
relaciona con el conjunto de habilidades y disposiciones necesarias para producir y apropiarse de bienes
simbólicos. El capital social corresponde al conjunto de vínculos que, en la forma de obligaciones o créditos,
lealtades y afinidades, permiten a un individuo o grupo contar con la cooperación voluntaria de otros
individuos o grupos.
El eje espacial nos permite entender la relación de unos capitales con otros (cómo la posesión o carencia de
cada uno conduce a la ganacia o pérdida de los otros tipos) y la cercanía de las personas entre sí, formando
grupos sociales, en función de posiciones cercanas en este espacio social.
Una vez que hemos demostrado la insuficiencia de las metáforas corrientemente utilizadas para representar
la jerarquía social, podemos ver que esta clasificación compleja de las formas de capital nos permite dar
cuenta de la producción y reproducción de la sociedad como el resultado de fuerzas personales (y no,
impersonales) y, a la vez, condicionadas (y no, incondicionadas). La disposición de una adecuada teoría de la
estructuración social permite, por un lado, explicar adecuada y exhaustivamente las estrategias de los
actores y, por otro, interpretar las restricciones a las que esas estrategias están sujetas.
Educación y ciudadanía
Ciudadanía democrática
En nuestro vocabulario político la noción de ciudadanía está fuertemente asociada con la de democracia. En
tanto que herederos y portadores de este vocabulario estamos habituados a pensar la democracia como
gobierno del pueblo, la participación política como participación en la formación del gobierno y de las
decisiones de gobierno, y la participación en la formación del gobierno y de las decisiones de gobierno como
ciudadanía. En su sentido original, que puede encontrarse ya en la Etica a Nicómaco de Aristóteles,
ciudadanía designa, simplemente, al ser miembro de una comunidad política, independientemente de la
forma que esta comunidad adopte. Esta extensión todavía permite distinguir entre membrecía en una
comunidad política, es decir, una comunidad sujeta a leyes fundamentales o constitutivas, y membrecía en
una comunidad no política o despótica, es decir, una comunidad sujeta solamente a la voluntad de los
gobernantes. (…)
El principio de acuerdo con el cual y el procedimiento a través del cual se constituye el gobierno permite,
entonces, distinguir entre distintas formas de ciudadanía. Lo característico del gobierno democrático es que
todos los ciudadanos tienen la posibilidad de elegir y ser elegidos para gobernar por un período determinado.
El principio sobre el cual se funda la legitimidad de los órdenes democráticos modernos es el principio de
autonomía. De acuerdo con este principio sólo pueden considerarse justas aquellas leyes o mandatos que
una persona adulta, completamente desarrollada y en pleno ejercicio de sus funciones, aceptaría darse a sí
misma. Ningún adulto está en condiciones de determinar qué es lo que mejor conviene o verdaderamente
representa los intereses de ningún otro adulto. En este sentido, el mejor gobernante de cada uno es uno
mismo. La distinción de la ciudadanía democrática reside, en primer lugar y tal como lo sostiene nuestra
comprensión habitual del término, en el derecho a participar en la formación y en las decisiones de gobierno
y, consecuentemente, la obligación de reconocer un derecho igual a todos los otros miembros de la
comunidad política, independientemente de la convergencia o divergencia entre sus ideas e intereses y los
nuestros.
Estos derechos adicionales van acompañados de la responsabilidad adicional de fundar nuestros juicios y
decisiones políticas de modo tal que hacerlos aceptables para el resto de los ciudadanos y compatibles con su
ejercicio efectivo de un conjunto de derechos idéntico al nuestro.
Democracia e igualdad
Existe un segundo sentido que solemos darle al término democracia, un sentido que sólo está
secundariamente relacionado con la forma de gobierno y que refiere, de modo más directo y elemental, a la
igualación de las condiciones sociales. Según Alexis de Tocqueville, que fue el primer autor en llamar la
atención sobre el punto, la democracia es un movimiento social, paulatino y de larga duración histórica, que
consiste en la erosión de las jerarquías sociales, fundamentalmente en su manifestación simbólica. De
acuerdo con esta perspectiva, el proceso de igualación democrática consiste no tanto en la ecualización
concreta de las condiciones de vida sino en la capacidad de pensar la diferencia social como desviación
respecto de una igualdad originaria y fundamental. Las diferencias que separan a ricos de pobres, mujeres
de hombres, diestros de torpes, honorables de villanos, pasan a ser concebidas como accidentes u obstáculos
salvables y, en este sentido, se erosiona la legitimidad de la riqueza, el género, la destreza y el honor como
fundamentos de los derechos políticos. (…)
La extensión del principio democrático entendido de esta manera a otras esferas de la vida social consiste en
la extensión de esta lógica ecualizante, homogeneizadora y corrosiva de las jerarquías y la autoridad.
De acuerdo con el significado concreto que en cada situación concreta se le dé a la idea igualitaria, el principio
de igualdad puede entrar en contradicción con el principio de autonomía que, como hemos visto, es el
fundamento de la legitimidad de la democracia política. Para identificar estas posibles contradicciones,
autores como Giovanni Sartori han propuesto distinciones entre distintas formas de igualdad.
La primera de ellas es la igualdad de oportunidades. La realización de este principio consiste en la eliminación
de los privilegios o subsidios, cubiertos o encubiertos, que distorsionan la libre competencia entre los
individuos o grupos de individuos por la apropiación de los bienes sociales, premiando cualquier otro atributo
que no sea el mérito y el esfuerzo como medida de contribución social. La segunda forma es la igualdad de
puntos de partida. Este principio reconoce la existencia de agudas desventajas de origen, que en la medida
en que están asociadas con el accidente de nacer en una familia con más o menos recursos, injustamente
distorsionan la competencia por la apropiación de bienes. La realización de este principio de igualdad
consiste, entonces, en la adopción de medidas que permitan compensar las desigualdades familiares básicas,
favoreciendo a los hijos de las familias más vulnerables de la sociedad. La tercera forma de igualdad es la de
resultados. De acuerdo con este principio, nuestra igualdad esencial nos hace acreedores de un derecho igual
a una idéntico conjunto de bienes sociales, independientemente de nuestra posición de partida y nuestra
colaboración en el esfuerzo colectivo de producirlos. Tanto la igualdad de puntos de partida como la igualdad
de resultados requieren de intervenciones de la autoridad política que corrijan las distribuciones resultantes
de los intercambios espontáneos entre los miembros de la sociedad, compensando desventajas. De acuerdo
con la circunstancia y con la modalidad que adopten, estas intervenciones pueden ser contradictorias o
absolutamente incompatibles con el principio de autonomía individual.