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agitó en su sillón, se levantó y se llevó la mano al rostro.

La señora Hall abrió la puerta de par


en par para que entrara más luz y para poder ver al visitante con claridad. Al igual que antes la
servilleta, una bufanda le cubría ahora el rostro. La señora Hall pensó que seguramente habían
sido las sombras.

‐Le importaría que entrara este señor a arreglar el reloj? ‐dijo, mientras se recobraba
del susto.

‐¿Arreglar el reloj? ‐dijo mirando a su alrededor torpemente y con la mano en la boca‐.


No faltaría más ‐continuó, esta vez haciendo un esfuerzo por despertarse.

La señora Hall salió para buscar una lámpara, y el visitante hizo ademán de querer
estirarse. Al volver la señora Hall con la luz al salón, el señor Teddy Henfrey dio un respingo, al
verse en frente de aquel hombre recubierto de vendajes.

‐Buenas tardes ‐dijo el visitante al señor Henfrey, que se sintió observado


intensamente, como una langosta, a través de aquellas gafas oscuras.

‐Espero ‐dijo el señor Henfrey‐ que no considere esto como una molestia.

‐De ninguna manera ‐contestó el visitante‐. Aunque creía que esta habitación era
para mi uso personal ‐dijo volviéndose hacia la señora Hall.

‐Perdón ‐dijo la señora Hall‐, pero pensé que le gustaría que arreglasen el reloj.

‐Sin lugar a dudas ‐siguió diciendo el visitante‐, pero, normalmente, me gusta que se
respete mi intimidad. Sin embargo, me agrada que hayan venido a arreglar el reloj ‐dijo, al
observar cierta vacilación en el comportamiento del señor Henfrey‐. Me agrada mucho.

El visitante se volvió y, dando la espalda a la chimenea, cruzó las manos en la espalda,


y dijo:

‐Ah, cuando el reloj esté arreglado, me gustaría tomar una taza de té, pero, repito,
cuando terminen de arreglar el reloj.

La señora Hall se disponía a salir, no había hecho ningún intento de entablar


conversación con el visitante, por miedo a quedar en ridículo ante el señor Henfrey, cuando
oyó que el forastero le preguntaba si había averiguado algo más sobre su equipaje. Ella dijo
que había hablado del asunto con el cartero y que un porteador se lo iba a traer por la mañana
temprano.

‐¿Está segura de que es lo más rápido, de que no puede ser antes? ‐preguntó él.

Con frialdad, la señora Hall le contestó que estaba segura.

‐Debería explicar ahora ‐añadió el forastero lo que antes no pude por el frío y el
cansancio. Soy un científico.

‐¿De verdad? ‐repuso la señora Hall, impresionada.

‐Y en mi equipaje tengo distintos aparatos y accesorios muy importantes.

‐No cabe duda de que lo serán, señor ‐dijo la señora Hall.

‐Comprenderá ahora la prisa que tengo por reanudar mis investigaciones.

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