El Crimen de La Cinta Métrica

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El crimen de la cinta métrica

Agatha Christie

Asiendo el llamador, la señorita Politt lo dejó caer sobre la puerta de la casita. Luego de un
breve intervalo llamó de nuevo. El paquete que llevaba bajo el brazo le resbaló un tanto al hacerlo,
y tuvo que volver a colocarlo en su sitio. En aquel paquete llevaba el nuevo vestido de invierno de
la señora Spenlow, de color verde, dispuesto para la prueba. De la mano izquierda de la señorita
Politt pendía una bolsa de seda negra, que contenía la cinta métrica, un acerico de alfileres y un
par de tijeras grandes y prácticas.

La señorita Politt era alta y delgada, de nariz puntiaguda, labios finos y cabellos grises.
Vaciló unos momentos antes de llamar por tercera vez. Mirando al final de la calle, vio una figura
que se aproximaba rápidamente y la señorita Hartnell, jovial y curtida, con sus cincuenta y cinco
años, le gritó con su voz potente y grave:

-¡Buenas tardes, señorita Politt!

La modista respondió:

-Buenas tardes, señorita Hartnell -su voz era extremadamente suave y moderada. Había
comenzado a trabajar como doncella en casa de una gran señora-. Perdóneme -prosiguió-, pero
¿sabe por casualidad si está en casa la señora Spenlow?

-No tengo la menor idea.

-Es bastante extraño que no conteste a mis llamadas. Esta tarde tenía que probarle el
vestido. Me dijo que viniese a las tres y media.

La señorita Hartnell consultó su reloj de pulsera.

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-Ahora es un poco más de la media -contestó.

-Sí. He llamado ya tres veces, pero no contesta nadie; por eso me preguntaba si no habría
salido y habrá olvidado que tenía que venir yo. Por lo general no se olvida, y además quería estrenar
el vestido pasado mañana.

La señorita Hartnell atravesó la puerta de la verja y llegó al jardín para reunirse con la
señorita Politt.

-¿Y por qué no le ha abierto Gladys? -quiso saber-. Oh, no, claro, es jueves... es su día libre.
Me figuro que la señora Spenlow se habrá quedado dormida. Me parece que no consigue usted
hacer gran ruido con ese chisme.

Y alzando el llamador lo descargó con todas sus fuerzas. Rat-tat-tat-tat y, además golpeó
la puerta con las manos. También gritó con voz estentórea:

-¡Eh! ¿No hay nadie ahí dentro?

No obtuvo respuesta.

-Oh, yo creo que la señora Spenlow debe de haberse olvidado y se habrá ido -murmuró la
señorita Politt-. Volveré cualquier otro rato.

-Tonterías -replicó la señorita Hartnell con firmeza-. No puede haber salido. Yo la hubiera
encontrado. Voy a echar un vistazo por las ventanas para ver si da señales de vida.

Y riendo con su habitual buen humor, para indicar que se trataba de una broma, miró
superficialmente por la ventana más próxima, pues sabía que los señores Spenlow no utilizaban
aquella habitación, ya que preferían la salita de la parte posterior.

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A pesar de ser una mirada superficial consiguió su objetivo. Es cierto que la señorita
Hartnell no vio signos de vida. Al contrario, a través de la ventana distinguió a la señora Spenlow
tendida sobre las alfombra... y muerta.

-Claro que -decía la señorita Hartnell contándolo después- procuré no perder la cabeza. Esa
criatura, la señorita Politt, no hubiera sabido qué hacer. Tenemos que conservar la serenidad -le
dije-. Usted quédese aquí y yo iré a buscar al alguacil Palk. Ella protestó diciendo que no quería
quedarse sola, pero no le hice el menor caso. Hay que mantenerse firme con esa clase de personas.
Les encanta armar alboroto. De modo que cuando iba a marcharme, en aquel preciso momento, el
señor Spenlow doblaba la esquina de la casa.

La señorita Hartnell hizo una pausa significativa, permitiendo a su interlocutora que le


preguntara impaciente:

-Dígame: ¿qué aspecto tenía?

La señorita Hartnell prosiguió:

-Con franqueza, ¡inmediatamente sospeché algo! Estaba demasiado tranquilo. No se


sorprendió lo más mínimo. Y puede usted decir lo que quiera, pero no es natural que un hombre
que oye decir que su mujer está muerta no exteriorice la menor emoción.

Todo el mundo tuvo que darle la razón.

La policía también. Y no tardaron en averiguar cuál era su situación después de la muerte


de su esposa, descubriendo que ella era rica y que todo su dinero iría a parar a manos del viudo
gracias a un testamento hecho a toda prisa poco después del matrimonio, cosa que despertó
generales sospechas.

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La señorita Marple, la solterona de rostro afable (y según algunos de lengua afilada), que
vivía en la casa contigua a la rectoría, fue interrogada muy pronto... a la media hora del
descubrimiento del crimen. El alguacil Palk, con una libreta de notas para datos, le dijo:

-Si no le molesta, señora, tengo que hacerle unas preguntas.

La señorita Marple repuso:

-¿Acerca del asesinato de la señora Spenlow?

Palk se sorprendió.

-¿Puedo preguntarle cómo se enteró de ello?

-Por el pescado.

La respuesta fue perfectamente inteligible para el alguacil, quien supuso con gran acierto
que el repartidor del pescado le habría llevado la noticia al mismo tiempo que la merluza o las
sardinas.

-Fue encontrada en el suelo de la sala estrangulada -continuó la señorita Marple-,


posiblemente con un cinturón muy estrecho; pero fuera lo que fuese, no ha aparecido.

-¿Cómo es posible que Fred se entere de todo...? -comenzó a decir Palk.

La señorita Marple lo interrumpió.

-Lleva un alfiler en la solapa.

Palk se miró el lugar indicado.

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-Dicen: «Ver un alfiler y cogerlo, y todo el día tendrás buena suerte.»

-Espero que sea verdad. Y ahora dígame, ¿qué es lo que quería decirme?

El alguacil se aclaró la garganta y con aire de importancia consultó su libreta.

-El señor Arturo Spenlow, esposo de la interfecta, ha prestado declaración. El señor


Spenlow dice que a las dos y media, según sus cálculos, le telefoneó la señorita Marple para pedirle
que fuera a verla a las tres y cuarto, pues tenía precisión de consultarle algo. Dígame, señorita, ¿es
cierto?

-Desde luego que no -repuso la señorita Marple.

-¿No telefoneó al señor Spenlow a las dos y media?

-Ni a esa hora ni a ninguna otra.

-¡Ah! -exclamó Palk, retorciéndose el bigote con satisfacción.

-¿Qué más dijo el señor Spenlow?

-Según su declaración, él vino aquí atendiendo a su llamada, y salió de su casa a las tres y
diez, y que al llegar, la doncella le comunicó que la señorita Marple «no estaba en casa».

-Eso es cierto -replicó la solterona-. Él vino aquí, pero yo me encontraba en una reunión
del Instituto Femenino.

-¡Ah! -volvió a exclamar Palk.

-Dígame, alguacil, ¿sospecha usted acaso que el señor Spenlow haya dado muerte a su
esposa?

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-No puedo asegurar nada en este momento, pero me da la impresión de que alguien, sin
mencionar a nadie, se las quiere dar de muy listo.

-¿El señor Spenlow? -preguntó la señorita Marple, pensativa.

Le agradaba el señor Spenlow. Era un hombre delgado, de pequeña estatura, de hablar


mesurado y convencional y el colmo de la respetabilidad. Parecía extraño que hubiera ido a vivir
al campo, pues era evidente que había pasado toda su vida en la ciudad, y confió sus razones a la
señorita Marple.

-Desde joven tuve deseos de vivir en el campo -le dijo- y tener un jardín de mi propiedad.
Siempre me gustaron mucho las flores. Ya sabe, mi esposa tenía una floristería. Es donde la vi por
primera vez.

Un simple comentario, pero que dejaba adivinar el idilio: Una señora Spenlow mucho más
joven y hermosa, con un fondo de flores.

No obstante el señor Spenlow, en realidad, no sabía nada acerca de las flores... ni de


semillas, poda, época de plantación, etc. Sólo tenía una imagen en su mente... la imagen de una
casita con un jardín repleto de flores de brillantes colores y dulce aroma. Le pidió que le instruyera,
y fue anotando en su libretita todas las respuestas de la señorita Marple.

Era un hombre de ademanes reposados. Y tal vez por eso la policía se interesó por él cuando
su esposa fue encontrada asesinada. A fuerza de paciencia y perseverancia averiguaron muchas
cosas respecto a la difunta señora Spenlow... y pronto lo supo también todo Saint Mary Mead.

La finada señora Spenlow había comenzado su vida como camarera de una gran casa, que
dejó para casarse con el segundo jardinero, y con él puso una tienda de flores en Londres. El
negocio había prosperado, pero no así el jardinero, que al poco tiempo enfermó y murió. Su viuda
llevó adelante la tienda y tuvo que ampliarla, pues no cesaba de prosperar. Luego la había

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traspasado a muy buen precio y volvió a embarcarse en un segundo matrimonio... con el señor
Spenlow, un joyero de mediana edad, que había heredado un negocio reducido y decadente. Poco
después lo vendieron, yendo a vivir a Saint Mary Mead.

La señora Spenlow era una mujer bien educada. Los beneficios del establecimiento de
flores los había invertido... «con ayuda de los espíritus», según explicaba a todo el mundo. Y éstos
le habían aconsejado con inesperado acierto.

Todas sus inversiones resultaron magníficas. Sin embargo, en vez de afianzarse en sus
creencias «espiritistas», la señora Spenlow abandonó las sesiones y los médiums, y se entregó
rápidamente, pero de corazón, a una oscura religión con afinidades indias que se basaba en varias
formas de inspiraciones profundas. No obstante, cuando llegó a Saint Mary Mead, se adscribió
temporalmente a la iglesia anglicana. Pasaba muchos ratos con el vicario, y asistía a los oficios
religiosos con asiduidad. Era parroquiana de los comercios de la localidad y jugaba al bridge en
las reuniones.

Una vida monótona.., sencilla. Y de repente... el crimen.

El coronel Melchett, jefe de policía, había mandado llamar al inspector Slack.

Slack era un tipo positivista. Cuando tomaba una resolución, no se volvía atrás, y ahora
estaba seguro de sus hipótesis.

-Fue el esposo quien la mató, señor -declaró.

-¿Usted cree?

-Estoy completamente seguro. Sólo tiene que mirarlo. Es culpable como el mismo diablo.
No demuestra la menor pena o emoción. Volvió a la casa sabiendo que su mujer estaba muerta.

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-¿Y no hubiera intentado por lo menos representar el papel de marido desconsolado?

-Él no, señor. Está demasiado seguro de sí mismo. Algunos caballeros no saben fingir.

-¿Alguna otra mujer en su vida? -preguntó el coronel Melchett.

-No he podido dar con el rastro de ninguna. Claro que este hombre es muy listo. Sabe
«despistar». Yo creo que estaba harto de su esposa. Ella tenía el dinero y me parece que era de
carácter difícil de soportar. Así que a sangre fría decidió deshacerse de ella y vivir cómodamente
solo y a sus anchas.

-Sí, supongo que puede haber sido ése el caso.

-Puede usted estar seguro de que fue así. Trazó sus planes con todo cuidado. Fingió una
llamada telefónica...

Melchett le interrumpió:

-¿No han podido comprobar la llamada?

-No, señor. Eso significa que, o bien han mentido, o que fue hecha desde un teléfono
público. Los únicos teléfonos públicos del pueblo son el de la estación y el de Correos. Desde
Correos no llamó. La señorita Blade ve a todo el que entra. En el de la estación, tal vez. Hay un
tren que llega a las dos y veintisiete y a esa hora se ve bastante concurrida. Pero lo principal es que
él dice que fue la señorita Marple quien lo llamó, y eso, desde luego, no es cierto. La llamada no
fue hecha desde su casa, y ella estaba en el Instituto Femenino.

-¿Y no habrá pasado por alto la posibilidad de que alguien quitara de en medio al marido...
para poder asesinar a la señora Spenlow?

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-Se refiere a Ted Gerard, ¿verdad? He estado investigando..., pero tropezamos con la falta
de motivos. Él no iba a ganar nada. Sin embargo, es un indeseable. Y tiene un buen número de
desfalcos en su haber.

-Es miembro del Grupo Oxford.

-No digo que no sea un equivocado. No obstante, él mismo fue a confesárselo a su patrón.
Dijo que estaba arrepentido y comenzó a devolver el dinero. Y no digo que no fuera una artimaña...
pudo pensar que sospechaban y decidir representar la comedia.

-Tiene usted una mentalidad muy escéptica, Slack -dijo el coronel Melchett-. A propósito,
¿ha hablado usted con la señorita Marple?

-¿Qué tiene ella que ver con esto, señor?

-Oh, nada. Pero ya sabe... oye cosas... ¿Por qué no va a charlar un rato con ella? Es una
anciana muy inteligente.

Slack cambió de tema.

-Quería preguntarle una cosa, señor: en casa de Robert Abercrombie, donde la difunta
trabajaba, hubo un robo de esmeraldas... que valían una fortuna. No aparecieron. He estado
calculando... y debió ser cuando estaba allí la señora Spenlow, aunque entonces sería casi una niña.
No creerá que estuviera complicada en el robo, ¿verdad, señor? Spenlow, como ya sabe, era uno
de esos joyeros de vía estrecha...

-No creo que tuviera nada que ver -repuso Melchett meneando la cabeza-. Entonces ni
siquiera conocía a Spenlow. Recuerdo el caso. La opinión policíaca fue que el hijo de la casa, Jim
Abercrombie, estaba mezclado en el asunto... Era un joven muy gastador. Tenía un montón de
deudas, que pagó precisamente después de ocurrido el robo... El viejo Abercrombie dificultó un
poco las cosas... y quiso distraer la atención de la policía.

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-Era sólo una idea, señor -dijo Slack.

La señorita Marple recibió al inspector Slack con satisfacción, sobre todo al saber que lo
enviaba el coronel Melchett.

-Vaya, la verdad, el coronel Melchett es muy amable. No sabía que me recordaba.

-Me indicó el coronel que viniera a verla, pues, sin duda, sabía todo lo que ocurre en Saint
Mary Mead, que valga la pena.

-Es muy amable, pero la verdad es que no sé nada en absoluto. Quiero decir, con respecto
a este crimen.

-Pero sabe lo que se murmura.

-Oh, claro..., pero no va una a repetir simples habladurías.

-Ésta no es una conversación oficial -dijo Slack queriendo animarla-, sino una charla en
confianza, por así decir.

-¿Y quiere usted saber lo que dice la gente... sea o no verdad?

-Eso es.

-Bien, pues, desde luego, se habla y se imagina mucho. Las opiniones se dividen en dos
campos opuestos, no sé si me comprende. Para empezar, hay personas que creen que ha sido el
marido. En cierto modo, un marido o una esposa, es el sospechoso más natural, ¿no cree?

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-Es posible -repuso el inspector con precaución.

-La vida en común... ya sabe... y muy a menudo la parte monetaria. He oído decir que quien
tenía el dinero era la señora Spenlow y que su esposo se beneficia con su muerte. En este perverso
mundo, suposiciones menos caritativas a menudo están justificadas.

-Sí, entra en posesión de una bonita suma.

-Por eso... parece muy verosímil que la estrangulara, saliera por la puerta posterior y viniera
a mi casa a través de los campos, para preguntar por mí con la excusa de haber recibido una llamada
telefónica: luego regresar y descubrir que su mujer había sido asesinada durante su ausencia...
Naturalmente, con la esperanza de que achacaran el crimen a cualquier ladrón o vagabundo.

-Y añadiendo a eso la parte monetaria... y si últimamente no se llevaban muy bien... -


continuó el inspector.

-¡Oh, pero si se llevaban muy bien! -interrumpió la señorita Marple.

-¿Lo sabe a ciencia cierta?

-¡Si se hubieran peleado lo sabría todo el mundo! La doncella, Gladys Brent, hubiera hecho
circular la noticia por todo el pueblo.

-Tal vez no lo supiera -dijo el inspector sin gran convencimiento... y recibiendo a cambio
una sonrisa compasiva.

-Y luego tenemos la opinión del otro campo -prosiguió la señorita Marple-: Ted Gerad. Un
joven muy simpático. Creo que el aspecto personal tiene mucha importancia sobre los demás.
¡Nuestro último vicario produjo un efecto mágico! Todas las muchachas iban a la iglesia... por la
tarde y por la mañana. Y muchas mujeres ya mayores desplegaron una desacostumbrada
actividad...; ¡la de zapatillas que le hicieron! Al pobre hombre le resultaba muy violento. Pero...

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¿dónde estaba? Oh, sí, hablaba de ese joven, Ted Gerad. Claro que se ha hablado de él. Venía a
verla muy a menudo. A pesar de que la propia señora Spenlow me dijo que era miembro de un
movimiento religioso que llaman el Grupo Oxford. Creo que son muy sinceros y esforzados, y la
señora Spenlow se sintió muy impresionada,

La señorita Marple tomó un poco de aliento antes de proseguir.

-Y estoy convencida de que no hay razón para creer que hubiera algo más que eso, pero ya
sabe usted cómo es la gente. Muchas personas opinan que la señora Spenlow se dejó embaucar por
ese joven, y que le prestó mucho dinero. Y es positivamente cierto que lo vieron en la estación
aquel día... En el tren de las dos veintisiete. Pero hubiera sido muy sencillo para él apearse por el
lado contrario y saltar la cerca y no pasar por la entrada de la estación. De ese modo no lo hubieran
visto ir a la casa. Y claro, la gente considera que el atuendo de la señora Spenlow era, digamos,
bastante particular.

-¿Particular?

-Sí. Iba en quimono -la señorita Marple se sonrojó-. Eso resulta bastante sugestivo para
ciertas personas.

-¿Y para usted resulta positivo?

-¡Oh, no, yo no lo creo! A mí me parece perfectamente natural.

-¿Lo considera natural?

-En aquellas circunstancias, sí -la mirada de la señorita Marple era fría y reflexiva.

-Eso pudiera darnos otro motivo para el esposo. Celos -dijo el inspector Slack.

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-¡Oh, no! El señor Spenlow no hubiera sentido nunca celos. Es de esos hombres que se dan
cuenta de las cosas. Si su esposa le hubiera abandonado dejándole una nota en la almohada, él sería
el primero en explicarlo.

El inspector Slack se sintió interesado por el modo significativo con que le miraba. Tenía
la impresión de que toda su charla pretendía ocultarle algo que él no alcanzaba a comprender.

-¿Ha encontrado alguna pista, inspector? -le preguntó la señorita Marple con cierto énfasis.

-Hoy en día los criminales no dejan sus huellas dactilares ni puntas de cigarros, señorita.

-Pues yo creo... que este crimen es anticuado...

-¿Qué quiere decir con eso? -preguntó Slack con extrañeza.

-Creo que el alguacil Palk puede ayudarle -repuso la señora Marple despacio-. Fue la
primera persona en acudir al «escenario del crimen», como dicen.

El señor Spenlow se hallaba sentado en una silla y parecía asustado. Dijo con su voz fina
y precisa:

-Claro que puedo imaginarme lo ocurrido. Mi oído no es tan fino como antes, pero oí
claramente cómo un chiquillo gritaba tras de mí: «¡Eh, miren a ese asesino...!» Y.., eso me dio la
impresión de que pensaba que yo... había matado a mi querida esposa.

La señorita Marple, cortando una rosa marchita, repuso:

-Ésa es, sin duda, la impresión que quiso dar.

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-Pero ¿cómo es posible que metieran esa idea en la cabeza de un niño?

-Pues lo más probable es que la asimiló escuchando las opiniones de sus mayores -repuso
miss Marple.

-Usted... ¿usted cree de verdad que lo piensan también otras personas?

-La mitad de los habitantes de Saint Mary Mead.

-Pero... mi querida señora... ¿cómo es posible que se les haya ocurrido una idea semejante?
Yo quería sinceramente a mi esposa. A ella no le agradaba vivir en el campo tanto como yo
esperaba, pero el estar de completo acuerdo en todo es un ideal inasequible. Le aseguro que he
sentido intensamente su pérdida.

-Es probable. Pero si me perdona le diré que no lo parece.

El señor Spenlow irguió cuanto pudo su menguada figura.

-Mi querida señora, hace muchos años leí que un filósofo chino, cuando tuvo que separarse
de su adorada esposa, continuó tranquilamente tocando su batintín en la calle, como tenía por
costumbre...; me figuro que debe ser un pasatiempo chino. Los habitantes de aquella ciudad se
sintieron muy impresionados por su entereza.

-Mas la gente de Saint Mead ha reaccionado de un modo bastante distinto -dijo la señorita
Marple-. La filosofía china no va con ellos.

-¿Pero usted lo comprende?

Miss Marple asintió.

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-Mi buen tío Enrique -explicó- era un hombre con un extraordinario dominio de sí mismo.
Su lema fue: «Nunca exteriorices tu emoción.» Él también era muy aficionado a las flores.

-Estaba pensando que tal vez pudiera colocar una pérgola en el lado oeste de la casa -dijo
Spenlow con cierta vehemencia-. Con rosas de té, y tal vez glicinias... Y hay una florecita blanca,
en forma de estrella, que ahora no recuerdo cómo se llama...

-Tengo un catálogo muy bonito, con fotografías -le dijo la señorita Marple en un tono
semejante al que empleaba para dirigirse a su sobrinito de tres años-. Tal vez le agradara hojearlo.
Yo tengo que ir ahora mismo al pueblo.

Y dejando al señor Spenlow sentado en el jardín con el catálogo, la señorita Marple subió
a su habitación, envolvió apresuradamente un vestido en un trozo de papel castaño, y saliendo de
la casa, se encaminó a toda prisa a la oficina de Correos. La señorita Politt, la modista, vivía en
una de las habitaciones de la parte alta del edificio.

Mas la señorita Marple no subió directamente la escalera. Eran las dos y media, y un minuto
después, el autobús de Much Benham se detendría ante la puerta de la oficina de Correos...
constituyendo uno de los mayores acontecimientos de la vida cotidiana de Saint Mary Mead. La
encargada saldría a toda prisa a recoger los paquetes relacionados con la parte de venta de su
negocio, pues también vendía dulces, libros baratos y juguetes.

Durante algunos minutos la señorita Marple estuvo sola en la oficina de Correos.

Y hasta que la encargada hubo regresado a su puesto, no subió a ver a la señorita Politt para
explicarle que quería que retocara su viejo vestido de crepé gris y lo pusiera a la moda, a ser
posible. La modista le prometió hacer cuanto pudiera.

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El jefe de policía quedó bastante asombrado al saber que la señorita Marple deseaba verlo.
La solterona entró disculpándose:

-No sabe cuánto siento molestarlo. Sé que está muy ocupado, pero usted ha sido siempre
tan amable conmigo, coronel Melchett, que creí que debía verlo a usted en vez de acudir al
inspector Slack. En primer lugar no me gustaría complicar al alguacil Palk... Hablando con toda
claridad, supongo que él no habría tocado nada en absoluto.

El coronel Melchett estaba ligeramente extrañado.

-¿Palk? Es el alguacil de Saint Mary Mead, ¿verdad? ¿Qué es lo que ha hecho?

-Cogió un alfiler. Lo llevaba prendido en su traje y a mí se me ocurrió que tal vez lo hubiese
cogido en casa de la señora Spenlow.

-Desde luego. Pero, después de todo, ¿qué es un alfiler? A decir verdad, lo cogió junto al
cadáver de la señora Spenlow. Ayer vino Slack y me lo dijo...; me figuro que usted lo obligó a
ello. Claro que no debía haber tocado nada, pero como le dije ya, ¿qué es un alfiler? Era sólo un
simple alfiler. De esos que emplean todas las mujeres.

-Oh, no, coronel Melchett, ahí es donde se equivoca. Tal vez a los ojos de un hombre
parezca un alfiler vulgar, pero no lo es. Se trata de uno especial... muy fino... de los que se compran
por cajas y que usan especialmente las modistas.

Melchett la miraba mientras se iba haciendo una pequeña luz en su mente. La señorita
Marple inclinó varias veces la cabeza en señal de asentimiento.

-Sí, naturalmente. A mí me parece todo claro. Llevaba el quimono porque iba a probarse
su nuevo vestido, y nada más abrir la puerta, la señorita Politt debió decir algo de las medidas y le
puso la cinta métrica alrededor del cuello... y luego su tarea se limitó a cruzarla y apretar...; muy
sencillo, según he oído decir. Luego saldría cerrando la puerta, y, haciendo ver que acababa de

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llegar, comenzó a golpearla con el llamador. Mas el alfiler demuestra que ya había estado en la
casa.

-¿Y fue la señorita Politt la que telefoneó a Spenlow?

-Sí. Desde la oficina de Correos, a las dos y media... precisamente cuando llega el autobús
y la oficina se queda vacía.

-Pero, mi querida señorita Marple, ¿por qué? No es posible cometer un crimen sin motivo.

-Bueno, a mí me parece, coronel Melchett, por todo lo que he oído, que este crimen data
de mucho tiempo atrás. Y esto me recuerda a mis dos primos Antonio y Gordon. Todo lo que hacía
Antonio le salía bien; en cambio, Gordon era el lado opuesto: perdía en las carreras de caballos,
sus valores bajaron y sus acciones fueron depreciadas... Tal como lo veo, las dos mujeres actuaron
juntas.

-¿En qué?

-En el robo. Hace mucho tiempo. Según he oído eran unas esmeraldas de gran valor. Fueron
robadas por la doncella de la señora y la ayudante de camarera. Porque hay una cosa que todavía
no se ha explicado... Cuando se casó con el jardinero, ¿de dónde sacaron el capital para montar
una tienda de flores? La respuesta es: de su parte en la... rapiña... creo que es la expresión adecuada.
Todo lo que emprendió le salió bien. El dinero trae dinero. Pero la otra, la doncella de la señora,
debió ser poco afortunada... y tuvo que conformarse con ser una modista de pueblo. Luego
volvieron a encontrarse. Todo fue bien al principio, supongo, hasta que apareció en escena Ted
Gerard. La señora Spenlow seguía sintiendo remordimiento e inclinación por todas las religiones
emocionales. Este joven le apremiaría para que «hiciese frente a los hechos» y «limpiara su
conciencia», y me atrevo a asegurar que estaba dispuesta a hacerlo. Mas la señorita Politt no lo
apreciaba así... sino que podía verse en la cárcel por un delito cometido muchos años atrás. Así
que decidió poner fin a todo aquello. Me temo que haya sido siempre una mujer perversa. No creo
que hubiera movido ni un dedo para impedir que ahorcaran al afable y estúpido señor Spenlow.

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-Podemos... er... comprobar su teoría... si logramos identificar a la señorita Politt como la
doncella de los Abercrombie -dijo el coronel Melchett-, pero...

-Será muy sencillo -lo tranquilizó miss Marple-. Es de esas mujeres que confesará en
seguida al verse descubierta. Y, ¿sabe usted?, además tengo su cinta métrica. Se... se la quité
distraídamente cuando me estuvo probando ayer. Cuando la eche de menos y sepa que está en
manos de la policía... bien, es una mujer ignorante y creerá que eso la acusa definitivamente. No
le dará trabajo, se lo aseguro -terminó la solterona animándolo, con el mismo tono con que una tía
suya le aseguró que no lo suspenderían en los exámenes de ingreso en Sandhurst. Y había
aprobado.

FIN

Los cuatro sospechosos

[Cuento. Texto completo]

Agatha Christie

La conversación giraba en torno a los crímenes que quedaban sin resolver y sin castigo.
Cada uno por turno dio su opinión: el coronel Bantry, su simpática y gordezuela esposa, Jane
Helier, el doctor Lloyd e incluso la señorita Marple. El único que no habló fue el que, en opinión
de la mayoría, estaba más capacitado para ello. Don Henry Clithering, ex comisionado de Scotland
Yard, permanecía silencioso, retorciéndose el bigote o, más bien dicho, tirando de él, y con una
media sonrisa en los labios, como si le divirtiera algún pensamiento.
-Don Henry -le dijo finalmente la señora Bantry-, si no dice usted algo, gritaré. ¿Hay
muchos crímenes que quedan impunes?

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-Usted piensa en los titulares de la prensa, señora Bantry: SCOTLAND YARD FRACASA
DE NUEVO y, a continuación, la lista de crímenes sin resolver.
-Que en realidad debe ser un porcentaje muy pequeño, supongo -dijo el doctor Lloyd.
-Sí, los cientos de crímenes que se resuelven y los responsables castigados rara vez se
pregonan. Pero eso no es precisamente lo que discutimos. Los crímenes no descubiertos y los
crímenes que quedan impunes son dos cosas por completo distintas. En la primera categoría entran
todos los crímenes de los que Scotland Yard ni siquiera ha oído hablar, los que nadie ni siquiera
sabe que se han cometido.
-Pero supongo que no debe haber muchos de ésos -dijo la señora Bantry.
-¿No?
-¡Don Henry! ¿No querrá usted decir que sí los hay?
-Yo creo -dijo la señorita Marple pensativa- que debe de haber muchísimos.
La encantadora anciana, con su aire tranquilo y anticuado, hizo esta declaración con la
mayor placidez.
-Mi querida señorita Marple... -empezó el coronel Bantry.
-Claro que muchas personas son estúpidas -dijo la señorita Marple-. Y a las personas
estúpidas se las descubre hagan lo que hagan. Pero también hay muchas que no lo son y uno se
estremece al pensar lo que serían capaces de hacer de no tener principios muy arraigados.
-Sí -replicó don Henry-, hay muchísimas personas que no son estúpidas. Muchas veces un
crimen llega a descubrirse por un fallo insignificante y uno no deja de hacerse siempre la misma
pregunta. De no haber sido por aquel fallo, ¿hubiese llegado a descubrirse?
-Pero esto es muy serio, Clithering -dijo el coronel Bantry-, pero que muy grave.
-¿De veras?
-¿Pero qué dice usted? ¡Lo es! Claro que es serio.
-Usted dice que hay crímenes que quedan impunes, pero ¿es eso cierto? Tal vez no reciban
el castigo de la ley, pero la causa y el efecto actúan aun fuera de la ley. Decir que cada crimen
conlleva su propio castigo parecerá muy tópico y, no obstante, en mi opinión, nada hay más cierto.
-Tal vez -dijo el coronel Bantry-, pero eso no altera la gravedad.., la gravedad...
Se detuvo desorientado.
Don Henry Clithering sonrío.

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-El noventa y nueve por ciento de la gente sin duda comparte su opinión -comentó-. Pero,
¿sabe usted?, no es la culpabilidad lo importante, sino la inocencia. Eso es lo que nadie aprecia.
-No lo entiendo -exclamó Jane Helier.
-Yo sí -replicó la señorita Marple-. Cuando la señora Trent descubrió que le faltaba media
corona que llevaba en el bolso, la persona más afectada fue la asistenta, la señora Arthur. Desde
luego los Trent pensaron que había sido ella, pero eran buenas personas y, como sabían que tenía
una familia numerosa y un marido aficionado a la bebida, pues... naturalmente no quisieron tomar
medidas extremas. Pero cambiaron totalmente su actitud hacia ella. Ya no la dejaban al cuidado
de la casa cuando se ausentaban y otras personas empezaron a comportarse con ella de un modo
semejante. Y luego se descubrió de pronto que había sido la institutriz. La señora Trent la
descubrió, a través de una puerta que se reflejaba en un espejo, por pura casualidad, a la que yo
prefiero llamar Providencia. Y creo que eso es lo que quiere decir don Henry. La mayoría de las
personas se hubieran interesado únicamente por saber quién cogió el dinero, que resultó ser la más
insospechada, como en las novelas policíacas. Pero, para quien realmente era importante, casi
cuestión de vida o muerte, descubrir la verdad era para la señora Arthur, que no había hecho nada.
Eso es lo que quiso usted decir, ¿verdad, don Henry?
-Sí, señorita Marple, ha dado usted en el clavo. La asistenta de su historia tuvo suerte en el
caso que ha expuesto: se demostró su inocencia. Pero algunas personas pueden pasar toda su vida
oprimidas por el peso de una sospecha completamente injusta.
-¿Se refiere usted a algún caso en particular, don Henry? -preguntó la señora Bantry con
astucia y con verdadera curiosidad.
-Pues, a decir verdad, sí, señora Bantry. Uno muy curioso. Un caso en el que pensábamos
que se había cometido un crimen, pero no teníamos la más remota posibilidad de probarlo.
-Veneno, supongo -exclamó Jane-. Algo que no deja rastro.
El doctor Lloyd se removió inquieto y don Henry negó con la cabeza.
-No, querida señorita. ¡No fue el veneno secreto de las flechas de los indios sudamericanos!
¡Ojalá hubiera sido algo así! Tuvimos que habérnoslas con algo mucho más prosaico, tanto, que
no cabe la esperanza de dar con el responsable. Un anciano que se cayó por la escalera y se
desnucó, uno de tantos accidentes, lamentables accidentes, que ocurren a diario.
-¿Y que sucedió en realidad?

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-¿Quién puede decirlo? -don Henry se encogió de hombros-. ¿Lo empujaron por detrás?
¿Ataron un cordón de lado a lado de la escalera, que luego fue quitado cuidadosamente? Eso nunca
lo sabremos.
-Pero usted cree que... bueno, que no fue un accidente ¿Por qué? -quiso saber el médico.
-Ésa es una historia bastante larga, pero... bueno, sí, estamos casi seguros. Como les digo,
no hay posibilidad de poder culpar a nadie, las pruebas serían demasiado vagas. Pero el caso se
puede mirar también desde otra perspectiva, la que mencionaba antes. Cuatro son las personas que
pudieron hacerlo. Una es culpable, pero las otras tres son inocentes. Y, a menos que se averigüe la
verdad, permanecerán bajo la terrible sombra de la duda.
-Creo -dijo la señora Bantry- que será mejor que nos cuente usted toda la historia.
-En realidad no creo que sea necesario que me extienda tanto -replicó don Henry-. Puedo
resumir el principio. Es sobre una sociedad secreta alemana: "La Mano Vengadora", algo parecido
a la Camorra o a la idea que la gente tiene de ella. Una organización dedicada a la extorsión y el
terrorismo. La cosa empezó repentinamente después de la guerra y se extendió con sorprendente
rapidez, y fueron numerosas las víctimas de la organización. Las autoridades no pudieron con ella,
porque sus secretos eran guardados celosamente y era casi imposible encontrar a nadie que quisiera
traicionarlos.
"En Inglaterra no se oyó hablar mucho de ella, pero en Alemania estaba causando un efecto
paralizador Finalmente fue disuelta gracias a los esfuerzos de un hombre, un tal doctor Rosen, que
en un tiempo fue un miembro notable del Servicio Secreto. Se hizo miembro de la sociedad, se
infiltró en sus círculos más íntimos y fue, tal como les digo, el instrumento que la desmoronó.
"Pero, en consecuencia, se convirtió en un hombre marcado y se consideró prudente que
abandonara Alemania, al menos durante algún tiempo. Se vino a Inglaterra y fuimos informados
por la policía de Berlín. Se entrevistó personalmente conmigo y advertí enseguida lo resignado de
su actitud. No le cabía la menor duda de lo que le reservaba el futuro.
"-Me cogerán, don Henry -me dijo-, no cabe la menor duda. -Era un hombre alto, de
hermosas facciones y voz profunda, que sólo delataba su nacionalidad por su ligera pronunciación
gutural-. Es una conclusión inevitable. No me importa, estoy preparado. Ya afronté ese riesgo al
emprender esta empresa. He hecho lo que me propuse. La organización no podrá volver a
levantarse, pero quedan muchos de sus miembros en libertad y se vengarán de la única manera que
pueden: con mi vida. Es sólo cuestión de tiempo, pero desearía alargarlo lo más posible. Estoy

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reuniendo y preparando material muy interesante, el resultado de toda una vida de trabajo. Y si
fuera posible, me gustaría poder completar mi tarea.
"Habló con sencillez, pero con cierta grandeza que no pude dejar de admirar. Le dije que
tomaríamos toda clase de precauciones, pero no me dejó insistir
"-Algún día, más pronto o más tarde, me cogerán -repetía-. Y cuando ese día llegue, no se
preocupe. No me cabe la menor duda de que habrá hecho todo lo posible por evitarlo.
"Luego me expuso sus proyectos, que eran bastante sencillos. Se proponía adquirir una
casita en el campo donde vivir tranquilamente y continuar su trabajo. Por fin escogió un pueblecito
de Somerset, King’s Gnaton, situado a unas siete millas de la estación de ferrocarril y
singularmente preservado de la civilización. Compró una casita preciosa en la que llevó a cabo
algunas reformas y mejoras, y se instaló en ella muy contento, acompañado de su sobrina Greta,
un secretario, una vieja criada alemana que le había servido fielmente durante casi cuarenta años
y un mañoso jardinero externo, que era nativo de King’s Gnaton."
-Los cuatro sospechosos -comentó el señor Lloyd con voz apagada.
-Exacto, los cuatro sospechosos. No hay mucho más que decir. La vida transcurrió
apaciblemente en King’s Gnaton durante cinco meses y entonces ocurrió la desgracia. El doctor
Rosen se cayó una mañana por la escalera y fue hallado muerto media hora más tarde. En el
momento en que debió ocurrir el accidente, Gertrud estaba en la cocina con la puerta cerrada y no
oyó nada, o por lo menos eso dijo. la señorita Greta estaba en el jardín plantando unos bulbos,
también según dijo. El jardinero, Dobbs, estaba en el cobertizo, desayunando, según dijo. Y el
secretario había ido a dar un paseo y tampoco tenemos otra cosa mejor que su palabra.
"Ninguno de ellos tiene una coartada ni es capaz de atestiguar la declaración de los demás.
Pero una cosa es cierta: nadie del exterior pudo hacerlo ya que la presencia de un extraño hubiera
sido advertida con seguridad en el pueblecito de King’s Gnaton. La puerta principal y la de atrás
estaban cerradas, y cada uno de los habitantes de la casa tenía su llave. De modo que ya ven que
los sospechosos se reducen a estos cuatro: Greta, la hija de su propio hermano; Gertrud, que llevaba
cuarenta años sirviéndole fielmente; Dobbs, que nunca había salido de King’s Gnaton, y Charles
Templeton, el secretario."
-Sí -intervino el coronel Bantry-. ¿Qué nos dice de él? A mí me parece el más sospechoso.
¿Qué sabía usted de él?

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-Pues lo que sé de él es lo que lo deja completamente al margen de sospechas, por lo menos
de momento -dijo don Henry en tono grave-. Charles Templeton era uno de mis hombres.
-¡Oh! -exclamó el coronel Bantry visiblemente sorprendido.
-Sí, quise tener a alguien en la casa y que al mismo tiempo no llamara la atención en el
pueblo. Rosen realmente necesitaba un secretario y yo le proporcioné a Templeton. Es un
caballero, habla alemán a la perfección y es, en conjunto, un tipo muy capacitado.
-Pues entonces, ¿de quién sospecha usted? -preguntó la señora Bantry con extrañeza-.
Todos parecen tan... buenos y tan inocentes.
-Sí, eso parece, pero podemos considerar el caso desde un ángulo distinto. Fraülein Greta
era su sobrina y una muchacha encantadora, pero la guerra nos ha demostrado a menudo que un
hermano puede volverse contra su hermana, un padre contra su hijo, etcétera, etcétera, y que las
más encantadoras y gentiles jovencitas eran capaces de cosas sorprendentes. Lo mismo puede
aplicarse a Gertrud y quién sabe qué otros factores pudieron obrar en su caso. Tal vez una disputa
con su señor, un creciente resentimiento más intenso debido a los largos años de fidelidad. Las
mujeres que tienen tantos años y pertenecen a esa clase, algunas veces pueden vivir increíblemente
amargadas. ¿Y Dobbs? ¿Queda eliminado por no tener relación alguna con la familia? Con dinero
se consiguen muchas cosas. Pudieron aproximarse a él de algún modo y sobornarlo.
"Una cosa parece segura: debió llegar algún mensaje u orden del exterior. De otro modo,
¿por qué aquellos cinco meses de espera? No, los agentes de "La Mano Vengadora" debieron estar
trabajando. No estarían seguros de la perfidia de Rosen y debieron retrasar su venganza hasta
asegurarse de su posible traición sin ninguna duda. Luego, cuando verificaron sus sospechas,
debieron enviar su mensaje al espía que tenían dentro de su misma casa. El mensaje que decía:
«Mata»."
-¡Qué horror-! -dijo Jane Helier con un estremecimiento.
-Pero ¿cómo llegaría el mensaje? Ese es el punto que traté de aclarar como única esperanza
para resolver el misterio. Una de esas cuatro personas debió de ser abordada por alguien o
comunicarse con ellos de alguna manera. La orden debía ser ejecutada, lo sabía muy bien, tan
pronto como fuera recibido el aviso. Era la peculiaridad de "La Mano Vengadora".
"Me puse a trabajar de una forma que probablemente les parecerá ridículamente
meticulosa. ¿Quiénes habían estado en la casa aquella mañana? No descarté a nadie. Aquí está la
lista."

23
Y sacando un sobre de su bolsillo, escogió un papel entre los que contenía.
-El carnicero, que trajo la carne de ternera. Hice averiguaciones y resultaron exactas.
"El chico del colmado trajo un paquete de harina de maíz, dos libras de azúcar; una de
mantequilla y otra de café. Fueron investigados y resultaron correctos.
"El cartero trajo dos circulares para la señorita Rosen, una carta de la localidad para
Gertrud, tres para el doctor Rosen, una con sello extranjero, y dos para el señor Templeton, una de
ellas también con sello extranjero."
Don Heniy hizo una pausa y luego extrajo varios documentos del sobre.
-Tal vez les interese verlos. Me fueron entregados por los interesados o bien recogidos de
la papelera. No necesito decirles que fueron examinados por expertos para ver si se encontraban
en ellos rastros de tinta invisible, etc., etc. No se ha encontrado nada.
Todos se acercaron para mirar Las catálogos para la señorita Rosen eran de un jardinero y
de un establecimiento de peletería de Londres muy importante. El doctor Rosen recibió una factura
de las semillas compradas a un jardinero local para su jardín y otra de una papelería de Londres.
La carta dirigida a él decía lo siguiente:
Mi querido Rosen:
Acabo de regresar de la finca del señor Helmuth Spath. El otro día vi a Udo Johnson. Había
venido para visitar a Ronald Periy, y me dijo que él y Edgar Jackson acaban de llegar de Tsingtau.
Con toda Ecuanimidad, no puedo decir que envidie su viaje. Envíame pronto noticias tuyas. Como
ya te dije antes: guárdate de cierta persona. Ya sabes a quién me refiero, aunque no estés de acuerdo
conmigo. Tuya,
Georgine
-El correo del señor Templeton consistía en esta factura que como ustedes ven enviaba su
sastre y una carta de un amigo de Alemania -prosiguió don Henry-. Esta última, desgraciadamente,
la rompió durante su paseo. Y por último tenemos la carta que recibió Gertrud.
Querida señora Smvartz:
Esperamos que pueda usted asistir a la reunión del viernes por la noche. El vicario dice que
tiene la esperanza de que vendrá y será usted bienvenida. La receta de tocineta era estupenda y le
doy las gracias por ella. Confío en que se encuentre bien de salud y podamos verla el viernes.
Queda de usted afectísima.
Emma Greene

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El doctor Lloyd sonrió afablemente, al igual que la señora Bantry.
-Creo que esta última carta puede eliminarse -dijo el doctor.
-Yo opino lo mismo -replicó don Henry-, pero tomé la precaución de comprobar que existía
esa tal señora Greene y que se celebraba la reunión. Ya saben, nunca está de más ser precavido.
-Esto es lo que dice siempre nuestra amiga la señorita Marple -comentó el doctor Lloyd
sonriendo-. Está usted ensimismada, señorita Marple. ¿En qué piensa?
La aludida se sobresaltó.
-¡Qué tonta soy! -exclamó-. Me estaba preguntando por qué en la carta del doctor Rosen la
palabra Ecuanimidad estaba escrita con mayúscula.
La señora Bantry exclamó:
-Es cierto. ¡Oh!
-Sí querida -respondió la señorita Marple-. ¡Pensé que usted lo notaría!
-En esa carta hay un aviso definitivo -dijo el coronel Bantry-. Es lo primero que me llamó
la atención. Me fijo más de lo que ustedes creen. Sí, un aviso definitivo... ¿contra quién?
-Hay algo muy curioso con respecto a esa carta -explicó don Henry-. Según Templeton, el
doctor Rosen la abrió durante el desayuno y se la alargó diciendo que no sabía quién podía ser
aquel individuo.
-¡Pero si no era un hombre! -dijo Jane Helier-. ¡Está firmada por una tal «Georgina»!
-Es difícil decirlo -dijo el doctor Lloyd-. Tal vez el nombre sea Georgey y no Georgina,
aunque parezca más bien lo contrario. En todo caso, resulta un tanto chocante, porque esta letra no
parece de mujer
-Eso es igualmente curioso -dijo el coronel Bantry-, que la enseñara fingiendo no saber
quién se la escribía. Tal vez pretendía observar la reacción de alguien al verla, pero ¿de quién?,
¿del chico o de ella?
-¿Tal vez de la cocinera? -insinuó la señora Bantry-. Quizá se encontrase en la habitación
sirviendo el desayuno. Pero lo que no comprendo es... es muy curioso que...
Frunció el entrecejo contemplando la carta. La señorita Marple se acercó a ella y, señalando
la hoja de papel con un dedo, cuchichearon entre sí.
-Pero, ¿por qué rompió la otra carta el secretario? -preguntó Jane Helier de pronto-.
Parece... ¡oh! No sé... parece extraño. ¿Por qué había de recibir cartas de Alemania? Aunque, claro,
si como usted dice está por encima de toda sospecha...

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-Pero don Henry no ha dicho eso -replicó la señorita Marple a toda prisa, abandonando su
conversación con la señora Bantry-. Ha dicho que los sospechosos son cuatro. De modo que
incluye a el señor Templeton. ¿Tengo razón, don Henry?
-Sí, señorita Marple. La amarga experiencia me ha enseñado una cosa: nunca diga que
nadie está por encima de toda sospecha. Acabo de darles razones por las cuales tres de estas
personas pudieran ser culpables, por improbable que parezca. Entonces no apliqué el mismo
procedimiento a Charles Templeton, pero al fin tuve que seguir la regla que acabo de mencionar.
"Y me vi obligado a reconocer esto: que todo ejército, toda marina y toda policía tienen
cierto número de traidores en sus filas, por mucho que se odie admitir la idea. Y por ello examiné
el caso contra Charles Templeton sin el menor apasionamiento.
"Me hice muchas veces la pregunta que la señorita Helier acaba de exponer. ¿Por qué fue
el único que no pudo presentar la carta que recibiera con sello alemán? ¿Por qué recibía
correspondencia de Alemania?
"Esta última pregunta era del todo inocente y por lo tanto se la hice a él, siendo su respuesta
bastante sencilla. La hermana de su madre estaba casada con un alemán y la carta era de una prima
suya alemana. De modo que me enteré de algo que ignoraba hasta entonces, que Charles
Templeton tenía parientes alemanes. Y eso lo colocó inmediatamente en la lista de sospechosos.
Es uno de mis hombres, un muchacho en el que siempre he confiado, pero para ser justo y ecuánime
debo admitir que es el que encabeza la lista.
"Pero ahí lo tienen: ¡No lo sé! No lo sé y, con toda probabilidad, nunca lo sabré. No se trata
sólo de castigar a un asesino, sino de algo que considero cien veces más importante. Se trata, quizá,
de la posibilidad de haber arruinado la carrera de un hombre honrado a causa de meras sospechas,
sospechas que por otra parte no me atrevo a despreciar."
La señorita Marple carraspeó y dijo en tono amable:
-Entonces, don Henry, si no le he entendido mal, ¿de quien sospecha principalmente es del
joven Templeton?
-Sí, en cierto sentido. Y en teoría los cuatro habrían de verse igualmente afectados por esta
situación, pero no es ése el caso. Dobbs, por ejemplo, aun cuando yo lo considere sospechoso, eso
no altera en modo alguno su vida. En el pueblo nadie recela de que la muerte del doctor Rosen no
fuese accidental. Gertrud tal vez se haya visto algo más afectada. La situación puede representar

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alguna diferencia, por ejemplo, en la actitud de Fraülein Rosen hacia ella, aunque dudo de que eso
le afecte excesivamente.
"En cuanto a Greta Rosen... bueno, aquí llegamos al punto crucial de todo este asunto.
Greta es una joven muy hermosa y Charles Templeton un muchacho apuesto, convivieron cinco
meses bajo el mismo techo sin otras distracciones exteriores y ocurrió lo inevitable. Se enamoraron
el uno del otro, aunque no quieren admitir el hecho con palabras.
"Y luego ocurrió la catástrofe. Ya habían transcurrido tres meses, y un día o dos después
de mi regreso, Greta Rosen vino a verme. Había vendido la casita y regresaba a Alemania, una vez
arreglados los asuntos de su tío. Acudió a mí, aunque sabía que me había retirado, porque en
realidad deseaba verme por un asunto personal. Tras dar algunos rodeos al fin me abrió su corazón.
¿Cuál era mi opinión? Aquella carta con sello alemán, la que Charles había roto, la había
preocupado y seguía preocupándola. ¿Había dicho la verdad? Sin duda debió decirla. Claro que
creía su historia, pero... ¡oh!, si pudiera saberlo con absoluta certeza.
"¿Comprenden? El mismo sentimiento, el deseo de confiar, pero la terrible sospecha
persistiendo en el fondo de su mente, a pesar de luchar contra ella. Le hablé con absoluta franqueza,
pidiéndole que hiciera lo mismo, y le pregunté si Charles y ella estaban enamorados.
"-Creo que sí -me contestó-. Oh, sí, eso es. Éramos tan felices. Los días pasaban con tanta
alegría.
"Los dos lo sabíamos, pero no había prisa, teníamos toda la vida por delante. Algún día me
diría que me amaba y yo le contestaría que yo también. ¡Ah! ¡Pero puede usted imaginárselo!
Ahora todo ha cambiado. Una nube negra se ha interpuesto entre nosotros, nos mostramos retraídos
y cuando nos vemos no sabemos qué decirnos. Quizás a él le ocurre lo mismo. Nos decimos
interiormente: ¡Si estuviéramos seguros! Por eso, don Henry, le suplico que me diga: «Puede estar
segura, quienquiera que matase a su tío no fue Charles Templeton». ¡Dígamelo! ¡Oh, se lo suplico!
¡Se lo suplico, se lo suplico!
"Y maldita sea -exclamó don Henry, dejando caer su puño con fuerza sobre la mesa-, no
pude decírselo. Se fueron separando más y más los dos. Entre ellos se interponía la sospecha como
un fantasma que no podían apartar."
Se reclinó en la butaca con el rostro abatido y grave mientras movía la cabeza con
desaliento.

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-Y no hay nada más que hacer, a menos -volvió a enderezarse con una sonrisa burlona- a
menos que la señorita Marple pueda ayudarnos. ¿Puede usted, señorita Marple? Tengo el
presentimiento de que esa carta está en su línea. La de la reunión benéfica. ¿No le recuerda alguien
o algo que le haga ver este asunto muy claro? ¿No puede hacer algo por ayudar a dos jóvenes
desesperados que desean ser felices?
Tras la sonrisa burlona se escondía cierta ansiedad en su pregunta. Había llegado a formarse
una gran opinión del poder deductivo de aquella solterona frágil y anticuada, y la miró con cierta
esperanza en los ojos.
La señorita Marple carraspeó y se arregló la manteleta de encaje.
-Me recuerda un poco a Annie Poultny -admitió-. Claro que la carta está clarísima, para la
señora Bantry y para mí. No me refiero a la que habla de la reunión benéfica, sino a la otra. Al
haber vivido tanto en Londres y no tener ninguna afición por la jardinería, don Henry, no es de
extrañar que no lo haya notado usted.
-¿Eh? -exclamó don Henry-. ¿Notado qué?
La señora Bantry alargó la mano y escogió una de las cartas, un catálogo que abrió y leyó
pausadamente:
El señor Helmuth Spath. Lila, una flor maravillosa, su tallo alcanza una altura inusitada.
Espléndida para cortar y adornar el jardín. Una novedad de sorprendente belleza.
Udo Johnson. Amarilla y cálida. De aroma peculiar y agradable.
Edgar Jackson. Crisantemo de hermosa forma y color rojo ladrillo muy brillante.
Ronald Perry. Rojo brillante. Sumamente decorativa.
Tsingtau. Color naranja brillante, flor muy vistosa para jardín y de larga duración una vez
cortada.
Ecuanimidad...
-Recordarán ustedes que esta palabra aparecía en la carta escrita también en mayúscula.
Flor de extraordinaria perfección en su forma. Tonos rosa y blanco.
La señora Bantry, dejando el catálogo, terminó diciendo con una gran excitación:
-Y ¡Dalias!
-Las letras iniciales de sus nombres componen la palabra «MUERTE» -explicó la señorita
Marple satisfecha.
-Pero la carta la recibió el propio doctor Rosen -objetó don Henry.

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-Esa fue la maniobra más inteligente -explicó la señorita Marple-. Eso y la amenaza que se
encerraba en ella. ¿Qué es lo que haría al recibir una carta de alguien desconocido y llena de
nombres extraños para él? Pues, naturalmente, mostrársela a su secretario y pedirle su opinión.
-Entonces, después de todo...
-¡Oh, no! -exclamó la señorita Marple-. El secretario, no. Vaya, eso precisamente
demuestra que no fue él. De ser así, nunca hubiera permitido que se encontrase la carta e
igualmente no se le hubiese ocurrido destruir una carta dirigida a él y con sello alemán. Su
inocencia resulta evidente y , si me permito decirlo, deslumbrante..
-Entonces, ¿quién...?
-Pues parece casi seguro, todo lo seguro que puede ser algo en este mundo. Había otra
persona presente durante el desayuno y pudo... es natural, dadas las circunstancias, alargar la mano
y leer la carta. Y así fue. Recuerden que recibió un catálogo de jardinería en el mismo correo...
-Greta Rosen -dijo don Henry despacio-. Entonces su visita...
-Los caballeros nunca saben ver a través de estas cosas -replicó la señorita Marple-. Y me
temo que muchas veces a las viejas nos ven como a... brujas, porque vemos cosas que a ellos les
pasan inadvertidas, pero es así. Una sabe mucho de las de su propio sexo, por desgracia. No me
cabe la menor duda de que se alzó una barrera entre ellos. El joven sintió una repentina e
inexplicable aversión hacia ella. Sospechaba puramente por instinto y no podía ocultarlo. Y creo
que la visita que le hizo la joven a usted fue sólo puro despecho. En realidad se sentía bastante
segura, pero antes de marcharse quiso que usted fijara definitivamente sus sospechas en el pobre
señor Templeton. Debe usted reconocer que, hasta después de su visita, no le parecieron
completamente justificadas sus propias sospechas.
-Estoy convencido de que no fue nada de lo que ella dijo... -comenzó a decir don Henry.
-Los caballeros -continuó la señorita Marple con calma- nunca ven estas cosas.
-Y esa joven... -se detuvo-... ¡comete semejante crimen a sangre fría y queda impune!
-¡Oh, no, don Henry! -dijo la señorita Marple-. Impune no. Usted y yo no lo creemos.
Recuerde lo que dijo no hace mucho rato. No. Greta Rosen no escapará a su castigo. Para empezar,
deberá vivir entre gente extraña, chantajistas y terroristas, que no le harán ningún bien y
probablemente la arrastrarán a un final miserable. Como usted dice, no vale la pena preocuparse
por el culpable, es el inocente quien importa. El señor Templeton, me atrevo a aventurar, se casará
con su prima alemana ya que el hecho de que rompiera su carta resulta... bueno, un tanto

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sospechoso, empleando la palabra en un sentido distinto al que le hemos dado toda la noche. Parece
ser que lo hizo como si temiese que Greta la viera y le pidiera que se la dejase leer. Sí, creo que
entre ellos debió de haber algo. Y luego está Dobbs, a quien, como usted dice, las sospechas no le
afectarán mucho. Probablemente lo único que le interesa son sus desayunos. Y la pobre Gertrud,
que me recuerda a Annie Poultny. Pobrecilla Annie Poultny. Cincuenta años sirviendo fielmente
a la señorita Lamh y luego sospecharon que había hecho desaparecer su testamento, aunque no
pudo probarse. Aquello destrozó el corazón de aquella criatura tan fiel. Y después de su muerte,
se encontró en un compartimiento secreto en la caja donde guardaban el té y donde la propia la
señorita Lamb lo había guardado para mayor seguridad. Pero era ya demasiado tarde para la pobre
Annie.
"Por eso me preocupa esa pobre mujer alemana. Cuando se es viejo, uno se amarga
fácilmente. Lo siento mucho más por ella que por el señor Templeton, que es joven, bien parecido
y, según comentaba usted, goza de bastante popularidad entre las damas. ¿Querrá usted escribirle
a ella, don Henry, para decirle que su inocencia está fuera de toda duda? Con su señor muerto y el
peso de las sospechas... ¡Oh! ¡No quiero ni pensarlo!"
-Le escribiré, señorita Marple -dijo don Henry mirándola con curiosidad-. ¿Sabe una cosa?
Nunca llegaré a comprenderla. Siempre repara usted en algo que no esperaba.
-Me temo que mi experiencia resulta insignificante -replicó la señorita Marple
humildemente-. Apenas si salgo de St. Mary Mead.
-¡Y no obstante ha resuelto usted lo que podríamos llamar un problema internacional! -dijo
don Henry-. Porque lo ha resuelto. De eso estoy completamente convencido.
La señorita Marple enrojeció y luego, parpadeando, explicó:
-Creo que fui bien educada para lo que se acostumbraba en mis tiempos. Mi hermana y yo
tuvimos una institutriz alemana, una persona muy sentimental. Nos enseñó el lenguaje de las flores,
un estudio casi olvidado hoy en día, pero encantador. Un tulipán amarillo, por ejemplo, simboliza
el Amor Sin Esperanza, mientras un Aster Chino significa Muero de Celos a Tus pies. Esa carta
estaba firmada: Georgine, que me parece recordar significa dalia en alemán y eso lo dejaba todo
muy claro. Ojalá pudiera recordar el significado de dalia, pero escapa a mi memoria, que ya no es
tan buena como antes.
-De todas formas no significa MUERTE.
-No, desde luego. Horrible, ¿no? En este mundo hay cosas muy tristes.

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-Sí -replicó la señora Bantry con un suspiro-. Es una suerte tener flores y amigos.
-Observen que nos coloca en último lugar -dijo el doctor Lloyd.
-Un admirador solía enviarme orquídeas rojas cada noche -dijo Jane Helier con aire
soñador.
-«Espero sus favores», eso es lo que significa -dijo la señorita Marple con agudeza.
Don Henry carraspeó de un modo peculiar y volvió la cabeza.
La señorita Marpie lanzó una repentina exclamación.
-Acabo de recordarlo. La dalia significa «Traición y Falsedad».
-Maravilloso -replicó don Henry-. Absolutamente maravilloso.
Y suspiró.

FIN

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