La Ilíada V

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Capítulo IV
El sacrificio de Ifigenia

No tardó Menelao en enterarse de que su esposa había escapado de


Esparta con su joven huésped, llevándose con ella muchos de sus
tesoros. Indignado por la manera en que Paris había traicionado su
hospitalidad, Menelao fue a ver a su hermano, el rey Agamenón de
Micenas, y le pidió su ayuda para vengarse de los troyanos.
—Querido hermano —dijo Menelao—, el príncipe Paris ha roto
las leyes de la hospitalidad impuestas por Zeus y se ha llevado a mi
esposa a la ciudad de Troya. Si dejamos que se marche impunemente
será una afrenta para todos los griegos y nadie nos respetará nunca
más.
Agamenón, que era un rey sabio y poderoso, quiso evitar la guerra
y envió una delegación para exigirle a los troyanos que devolvieran a
Helena y los tesoros que habían robado. Los embajadores llegaron a
Troya y le hicieron a Príamo
S o l y l u n o O)

sus exigencias, pero los troyanos aún cstaban indignados por el


rapto de la hermana del rey y sc negaron a devolver a la hermosa
Helena, que ya se había ganado sus corazones. Agamenón no
tuvo otro remedio que convocar a la guerra a todos los reyes y
héroes dé Grecia, que habían jurado en la boda de Menelao
defender su matrimonio cuando fuera necesario.
Al primero que llamó fue a Odiseo, rey de Ítaca, famoso por
su astucia y su valor. Cuando llegó a su palacio, Agamenón le
pidió que lo ayudara a reunir un gran ejército. Odiseo partió de
inmediato y recorrió toda Grecia en busca de los héroes que
habrían de acompañarlos a Troya. En Salamina reclutó a Ayax, el
más grande y fuerte de todos los griegos, y a su hermano Teucro,
que tenía fama de ser un gran arquero. En Argos reclutó a
Diomedes que lleyó consigo gran cantidad de guerreros y barcos,
y en Pilos al anciano Néstor, quien fue a la guerra acompañado
por su hijo Antíloco.
Por último, Odiseo y sus amigos fueron en busca de
Aquiles, el más valiente y poderoso de todos los héroes de
Grecia, para pedirle que fuera con ellos.
Aquiles era el hijo del rey Peleo y de la diosa Tetis, en
cuya boda había sido arrojada la manzana de la discordia. Tetis
sabía que su hijo no volvería vivo de Troya, porque estaba
destinado a morir joven, pero cubierto de gloria. Por esto lo
había escondido, disfrazándolo de doncella en la corte de
Esciros, donde creía que estaría a salvo.
Odiseo supo que Aquiles estaba oculto e ideó entonces un
plan para descubrirlo. Puso delante de todas las doncellas

28
Los héroes y los dioses

del palacio de Esciros una gran cantidad de vestidos hermosos y entre


ellos las armas de un guerrero. Reunió luego a las doncellas y les dijo
que escogieran sus regalos. Aquiles fue el único que escogió las
armas y así fue descubierto y tuvo que partir con los demás héroes
hacia Troya.
Agamenón reunió a todos sus aliados en el puerto de Áulide y allí
hizo sacrificios a los dioses Zeus y Apolo, rogándoles que los
protegieran en su travesía. Cuando estaba orando, una enorme
serpiente apareció ante sus ojos y se dirigió a un árbol cercano donde
devoró a un gorrión y a sus ocho crías. Luego se convirtió en piedra.
Qué quiere decir este prodigio? —preguntó Agame-
nón.
Calcante, el gran adivino griego, le respondió:
—Este es un presagio enviado por Zeus. Quiere decir que nos
tomará nueve años tomar la ciudad de Troya. Pero debes saber que
no podremos partir hacia allá a menos que sacrifiques a tu hija
Ifigenia, para calmar la ira de la diosa
Artemisa.
Agamenón se sintió muy perturbado al oír la profecía de
Calcante. Si quería destruir Troya, no tenía otro remedio que
sacrificar a su hija. Agamenón sabía que su esposa nunca lo
dejaría sacrificarla, así que envió a Odiseo para que la engañara y
trajera a Ifigenia hasta el puerto, donde tendría que matarla,
Odiseo fue entonces a Micenas y le dijo a la reina que Ifigenia
iba a casarse con Aquiles antes de partir a Troya. La reina creyó
sus mentiras y dejó partir a su hija, sin saber que iba hacia su
muerte,
A pesar dc las protestas dc Aquiles, a quien no Ic gustaba que
hubieran engañado a la reina usando su nombre, Ifigenia aceptó
voluntariamente que la sacrificaran. Agamenón la llevó al altar de
Artemisa y con lágrimas en los ojos clavó en su pecho el hacha
dorada de los sacrificios. En ese momento el viento comenzó a soplar
en dirección a Troya y los griegos pudieron embarcarse hacia la
guerra.
Después de una larga travesía, las tropas de Agamenón y Menelao
garon finalmente a las costas de Troya. Desde lo alto de las murallas, los
oyanos vieron asustados cómo el mar se llenaba con las naves oscuras que

ían a sus enemigos. La guerra de Troya había comenzado.


Segunda parte
Relatos de La Ilíada
Capítulo V
La cólera de Aquiles

Tal como lo había profetizado Calacante en el puerto de


Aulider los griegos no pudieron conquistar fácilmente la
ciudad de Troya. Aunque Agamenón y Menelao habían
reunido a muchos héroes y tenían un enorme ejército, los
troyanos contaban con la protección de las murallas que
había construido Poseidón y con el valor de los hijos de
Príamo, que luchaban con valentía en contra de los griegos.
Los troyanos habían llamado también a muchos de sus
aliados, para que los ayudaran a defender su ciudad. Eneas, el
primo del rey Príamo e hijo de la diosa Afrodita, había llegado
a Troya al mando de los dardanios. Pándaro, el gran arquero,
había venido desde Zelea y Sarpedón, que era hijo del mismo
Zeus, había llegado de Licia con muchos guerreros valerosos.
sol y I u n a

Por nueve años los griegos acamparon frente a la


ciudad sin poder atravesar sus murallas. Durante ese
tiempo se dedicaron a conquistar muchas de las
ciudades cercanas a Troya, donde obtuvieron grandes
riquezas y valiosos prisioneros.
Siempre que los griegos conquistaban una ciudad, sus
jefes se reunían y repartían el botín y los prisioneros que
habían capturado. Este botín era la muestra sagrada del
valor en la batalla de cada uno; un reconocimiento, por
parte de sus amigos, de la gloria que habían alcanzado
en el combate.
Cuando los griegos tomaron la ciudad de Tebas, sus
tesoros y prisioneros fueron repartidos entre los héroes, según su
costumbre. Agamenón, que había dirigido el ataque, recibió
como premio a una hermosa tebana llamada CriseiI da, mientras
que Aquiles, el más valiente de los guerreros, recibió a Briseida
como botín de guerra.
Pero Criseida era hija de un poderoso sacerdote de
Apolo llamado Crises, que al enterarse de su captura se
dirigió al campamento de los griegos con el propósito de
pagar un enorme rescate por su hija.
—Permíteme que recobre a mi hija —le dijo Crises a
Agamenón— y yo oraré a los dioses para que puedas
tomar la ciudad de los troyanos.
Agamenón, que no quería perder a su prisionera, le
respondió indignado que no lo haría y que Criseida sería
su esclava por muchos años. Sumido en la tristeza,
Crises regresó a su tierra y le pidió al dios Apolo que
castigara a los griegos.
Los héroes y los dioses

—Apolo, escucha mis plegarias —dijo—. Hiere con tus


flechas a los griegos que han tomado a mi hija y no han
querido aceptar su rescate.
El dios oyó el ruego de su sacerdote y comenzó a lanzar sus
flechas contra los guerreros griegos que acampaban frente a
Troya. Uno a uno, los soldados de AgamenÓn y sus aliados
comenzaron a morir a causa de la peste que les enviaba Apolo.
AgamenÓn, preocupado por sus hombres, los llamó entonces
a todos para que se reunieran en asamblea y decidieran qué
había que hacer. ¿ Volverían a Grecia sin haber triunfado?
¿ Dejarían a Helena en Troya después de todo? Uno de los
adivinos griegos dijo entonces que Apolo estaba indignado por
la manera como habían recibido a su sacerdote y que sólo se
aplacaría si Agamenón liberaba a Criseida y la llevaba con su
padre. Pero Agamenón no estaba dispuesto a renunciar a ella.
—¿Por qué tendría yo que entregar el premio que me dieron
los griegos por mi valentía? —dijo—. ¿Qué me darán ahora si
entrego a Criseida?
Aquiles le respondió:
—Tú sabes que no tenemos riquezas que no se hayan
repartido. Entrega a tu prisionera y nosotros te daremos más
tesoros que a nadie cuando haya caído Troya.
—Aquiles —dijo Agamenón dejándose llevar por la ira—,
no pretendas que me quede sin ningún premio mientras tú
conservas el tuyo, Si voy a perder a Criseidat entonces me
quedaré con Briseida, tu prisionera, como si fuera mi
recompensa.

35
L os h é roes y los dioses

Aquiles se enfureció porque Agamenón quería quitarle sin


razón la recompensa que le habían dado por su valor. Quiso
sacar su espada y enfrentarse con el rey, pero la diosa Atenea
lo calmó y Aquiles se alejó diciendo:
—Tomen entonces a Briseida y lleven a Criseida con su
padre. Yo, por mi parte, no volveré a combatir con ustedes y
llegará el día en que me echarán de menos para enfrentar a
los troyanos.
Los griegos tomaron a Criseida y la enviaron con
Crises, que apenas la tuvo entre sus brazos, le pidió a
Apolo que dejara de matar a los guerreros griegos. El dios
detuvo su ataque contra ellos y todos se alegraron de
haberse salvado. Pero Aquiles se dirigió a la costa y
sollozó llamando a su madre, la diosa Tetis.
—Ay, querida madre —dij 0—, Agamenón me ha
dejado sin mi premio y me ha sumido en la deshonra. Por
favor, pídele a Zeus que ayude a los troyanos en la guerra y
haga que Agamenón se dé cuenta del error que ha
cometido.
—No te preocupes —dijo Tetis surgiendo de las aguas
—. Yo misma hablaré con Zeus y le pediré que te
complazca, porque tu destino es morir lleno de gloria y no
vivir mucho tiempo sin ningún premio por tu valor.
Tetis partió volando hacia el monte Olimpo y encontró a
Zeus sentado en su trono, contemplando el mundo. La diosa
se acercó a él y le rogó que ayudara a los troyanos e hiciera
que Agamenón se arrepintiera de haber insultado a su hijo.
Zeus le prometió que así lo haría y condenó a los griegos a
sufrir muchos males por culpa de la cólera de Aquiles.

37

Capítulo VI

La cobardía de Paris

Zeus estaba decidido a darle la victoria a los troyanos para


favorecer a Aquiles y envió al dios del sueño a que
engañara a Agamenón y lo hiciera marchar contra Troya al
día siguiente. El sueño bajó rápidamente del monte Olimpo
y se acercó a la tienda en que dormía Agamenón.
—¿ Por qué estás aquí durmiendo y no estás combatiendo
a los troyanos, rey Agamenón? —le dijo el sueño en un
susurro—. ¿Acaso no te importan las vidas de todos los
S o l y luna
griegos que han muerto en esta guerra? Zeus me envía a
decirte que los dioses se han puesto de acuerdo y han
decidido que ha llegado la hora de que conquistes Troya.
Agamenón se despertó sobresaltado y llamó a todos
sus aliados para contarles el increíble sueño que había
tenido y ordenarles que atacasen la ciudad.
O)

—No tengáis miedo —les dijo a sus hombres porque


Zeus me ha dicho que hoy es el día en que Troya será
nuestra.
Todos los guerreros griegos lanzaron gritos de júbilo y
comenzaron a avanzar hacia la ciudad. Mientras los
soldados marchaban a pie al combate, armados con lanzas,
espadas y arcos, los grandes héroes griegos se aproximaban
montando hermosos carros tirados por caballos. Al frente
iban Agamenón y Menelao, seguidos por Ayax, Diomedes
y Odiseo. Néstor y Antíloco marchaban detrás con el resto
de los guerreros.
Los troyanos los vieron acercarse desde lo alto de las
murallas y, al notar que Aquiles no estaba con ellos,
decidieron salir a combatirlos.
—Aquiles no viene con los griegos —decían—. Ya no
hay que temer enfrentarnos con ellos.
Así pues, mientras los griegos se acercaban dispuestos a
tomar la ciudad, los troyanos salieron a su encuentro. En la
primera fila marchaban los príncipes de Troya. Héctor, que
siempre era el primero en luchar contra los griegos, y Paris,
que se cubría los hombros con una piel de pantera y retaba a
sus enemigos a que pelearan con él.
—¿ Quién es tan valiente para enfrentarse conmigo ? -
decía y agitaba su lanza en el aire.
Menelao oyó sus palabras y avanzó hacia él/ para
vengarse por el rapto de su esposa. Pero Paris al verlo perdió
todo su valor y comenzó a retroceder hacia los muros de la
ciudad.
Los héroes y los dioses

Por qué te escapas así de Menelao? —le preguntÓ su


hermano Héctor al verlo alejarse como un cobardc—. ¿Es
que acaso sólo sirves para seducir a las mujeres y traer
desgracias para todos los troyanos?
Paris, avergonzado al oír sus palabras, le respondió:
—Tienes razón, hermano, cuando dices que soy un
seductor, pero ese es el don que me dieron los dioses.
Permíteme que rete de nuevo a Menelao a un combate
entre los dos y podré demostrarte que también soy muy
valiente.
Hector avanzó entonces en medio de los dos ejércitos y
levantando las manos dijo:
—Deteneos todos y escuchad mis palabras —griegos y
troyanos pararon su ataque para oírlo—. Paris me ha
pedido que rete a Menelao en su nombre, para que ambos
resuelvan esta guerra de una vez por todas. Quién gane
tendrá la mano de la bella Helena y ninguno de nosotros
tendrá que seguir luchando.
S o l y luna
Todos los guerreros lanzaron gritos de alegría, porque
llevaban combatiendo muchos años y querían que acabara la
matanza. Se reunieron entonces Príamo y Agamenón e
hicieron el juramento sagrado de respetar el resultado del
combate entre los dos héroes. Desde lo alto de las murallas,
Helena vio cómo su antiguo y su nuevo esposo se
preparaban para enfrentarse y pudo reconocer a cada uno de
los guerreros que habían venido en su búsqueda y
observaban el combate entre Paris y Menelao.
Paris fue el primero en arrojar su lanza y está se clavó en
el escudo de Menelao, pero no pudo atravesarlo. Menelao
O)

invocó a Zeus y arrojó también su lanza contra cl escudo


de Paris. El arma atravesÓ el escudo y estuvo a punto de
herirlo, pero Paris se movió a un lado y sólo le rasgó la
túnica.
Ambos héroes sacaron entonces sus espadas y se
atacaron con furia, pero la espada de Menelao se atascó en
el casco de Paris y no pudo recuperarla. Aunque estaba
desarmado, Menelao se arrojó sobre Paris, lo tomó del
casco y lo arrastró hacia las filas de los griegos mientras el
joven trataba de escapar, para evitar que lo mataran
Paris había sido derrotado y hubiera muerto allí de no
ser por la ayuda de Afrodita! La diosa rompió las correas
del casco y se llevó a Paris en una nube pscura lejos del
campo de batalhl Afrodita llevó al príncipe troyano hasta su
mansión en la ciudad y después trajo también a Helena
desde las murallas, para que yacieran juntos una vez más,
mientras los griegos y los troyanos se preguntaban qué
había pasado,
Al darse cuenta de que Paris había desaparecido, los
griegos reclamaron la victoria y exigieron que Helena les
fuera devuelta. Todos esperaban para ver si los troyanos
cumplían su palabra o si tenían que combatir de nuevo,
—¿ Debemos permitir que termine así la guerra ? —les
preguntó entonces Zeus a los demás dioses que veían des de el
Olimpo todo lo que pasaba—, Permitamos que Helena
regrese con Menelao y salvemos así la ciudad de Troya.
Pero Hera estaba decidida a vengarse de Paris y sus
amigos y le dijo:

42
Lo « héroes y los dioses

—¿Acaso no te importa todo el esfuerzo de los héroes


griegos en esta guerra ? Si decides terminarla dc esta
forma, debes saber que los demás dioses no estamos de
acuerdo contigo.
—Haz entonces lo que quieras —dijo Zeus furioso—.
Pero ten en cuenta que estás destruyendo una ciudad a la
que siempre he querido y llegará el día en que tome
venganza.
Hera envió entonces aJAtenea al campo de batalla,
para que inspirase a algún troyano a que rompiera la
S o l y luna
tregua, Atenea tomó la forma de un guerrero troyano y se
acercó a Pándaro, el arquero, que había venido desde
Zelea a ayudar a los troyanos8
—Pándaro —le dij 0—, Si lanzaras una flecha contra
Menelao y lo mataras, obtendrías una gran gloria y los
troyanos te darían muéhos obsequios.
Pándaro se dejó convencer por la diosa, tomó su arco y
disparó contra Menelao, que cayó al suelo con la flecha
clavada en su armadura. Los griegos corrieron a socorrerlo,
pero vieron rápidamente que no estaba herido, porque
Atenea había hecho que la flecha se clavara en la hebilla de
su cinturón sin causarle ningún daño.
Agamenón llamó entonces a todos sus aliados y les
dijo:
—Los troyanos han roto su juramento y han tratado de
matar a mi hermano. Corramos todos ahora a la batalla y
tomemos la ciudad de Príamo tal como me lo prometió
Zeus.

Los griegos volvieron a la carga y Agamenón iba entre


ellos animándolos a combatir con todas sus fuerzas.
—i Ánimo, Néstor! iÁnimo, Odiseo! —gritaba Agame_
nón agitando su lanza—. iAyax! iDiomcdes! Mostrad ahora
vuestro valor y por qué sois llamados los más grandes de los
héroes griegos.
Todos los héroes griegos oyeron sus palabras y se
lanzaron sin miedo contra los troyanos. Los dioses mismos
bajaron del Olimpo y se unieron a los mortales en la batalla,
Ares, el dios de la guerra, inspiraba a los troyanos y Atenea
a los griegos. Muchos guerreros valientes perecieron en
ambos bandos, mientras Paris compartía su lecho con la
hermosa Helena muy lejos del campo de batalla.
S o l y luna

Capítulo
Las hazañas de Diornedes

En medio de la lucha entre griegos y troyanos, Atenea


quiso que Diomedes, el héroe griego que venía de Argos,
alcanzara una gran gloria. Le inspiró entonces fuerza y
valentía e hizo que de sus armas surgiera una llama
brillante, que hacía retroceder a todos los troyanos.
Diomedes avanzó entre ellos, hiriéndolos con su lanza sin
que nadie pudiera detenerlo.
Cuando Pándaro vio las grandes hazañas que Diomedes
estaba realizando y cómo estaba acabando con los guerreros
troyanos, tomó de nuevo su arco, el mismo que había
iniciado la batalla, y disparó contra Diomedes, hiriéndolo en
el hombro.
—iÁnimo troyanos! —gritó Pándaro—. Ahora que el
más valiente de los griegos está herido, demostremos
nuestro valor y nuestra fuerza.
Pero Diomedes no estaba herido de gravedad. Sus amis
gos retiraron la flecha y el héroe invocó de nuevo a Atenea
pidiéndole su ayuda.
—Atenea —dijo—, si de verdad quieres que obtenga
hoy la victoria, dame nuevas fuerzas y permite que mate
al guerrero troyano que me hirió con su arco.
—No temas, Diomedes —le respondió la diosa—, porque
ya te he dado fuerza y valor para enfrentar a los troyanos.
También te he permitido que veas a los dioses que luchan
invisibles en el campo. Debes tener cuidado de no pelear con
ellos, porque son más fuertes que tú, pero si te encuentras con
Afrodita no dudes en herirla con tu lanza.
Diomedes se sintió mejor al oír las palabras de Atenea y

volvió al combate luchando con más fuerza y coraje que


antes. De nuevo los troyanos tuvieron que retroceder ante
él, dejando a muchos de los suyos moribundos en el
campo.
Eneas, el primo de Príamo, al ver cómo Diomedes
derrotaba a los troyanos, condujo su carro en busca de
Pándaro y cuando lo encontró le dijo:
—Pándaro, tú eres el mejor arquero entre todos los
aliados de los troyanos. ¿ Por qué no le disparas al héroe
griego que nos causa tantos males?
S o l y luna
—Ya he disparado hoy dos veces contra los griegos -le
dijo Pándaro—. La primera vez contra Menelao y la segunda
contra Diomedes y no he podido hacerles daño. Quizás
debería dejar el arco y tratar de herirlos con mi lanza.
Eneas lo invitó entonces a subir a su carro y los dos
juntos se dirigieron a enfrentarse con Diomedes. Cuando
los griegos los vieron venir, le pidieron a Diomedes que
Los héroes y los dioses

contuviera su valor y retrocediera con ellos, pero él se


mantuvo en su lugar esperando a los héroes troyanos,
seguro de poder vencerlos.
Pándaro arrojó su lanza primero y esta se enterró
profundamente en el escudo de Diomedes, pero no pudo
herirlo de nuevo. Diomedes arrojó entonces su lanza
contra Pándaro, clavándosela en un ojo y matándolo en el
acto. Eneas bajó inmediatamente de su carro y se enfrentó
con los griegos que querían apoderarse del cadáver de su
amigo.
Diomedes, al verlo, tomó entonces una enorme piedra
y la arrojó en su contra, lo golpeó en una pierna y lo dejó
indefenso. Ese hubiera sido el fin del noble troyano de no
ser porque su madre, la diosa Afrodita, lo tomó en sus
manos y lo alejó del peligro.
Cuando Diomedes la vio llevándose a su hijo, recordó
las palabras de Atenea y le arrojó su lanza, hiriéndola en
una de sus delicadas manos.
—Alejate de aquí, diosa seductora —le dijo Diomedes—
porque tu lugar no está en el campo de batalla.
Afrodita no tuvo más remedio que alejarse asustada,
entregando a su hijo a los brazos de Apolo. Diomedes, que
no quería que Eneas se escapara, atacó al dios, confiando en
que podría derrotarlo. Pero Apolo lo rechazó tres veces con
su escudo y le dijo con una voz terrible:
—Diomedes, retírate ahora y no pretendas ser tan
fuerte como los dioses.
Asustado, Diomedes tuvo que regresar con sus tropas
y dejar que Apolo se llevara a Eneas para que curaran sus
heridas.
O)

Indignado por el ataque del héroe griego, Apolo llamó


entonces a Ares, el dios de la guerra, y le contó cómo un
mortal se había atrevido a atacarlo y había herido a la
hermosa Afrodita. Ares, al oír sus palabras/ bajó al campo
de batalla y tomando la forma de un guerrero troyano
animó a los hijos de Príamo a que lucharan con valor en
contra de los griegos.
Ares y Héctor se abalanzaron contra las tropas de
Agamenón y sus aliados, causándoles muchas bajas, pues
había muy pocos que pudieran resistir el ataque del
príncipe de Troya cuando tenía a un dios a su lado. El
mismo Diomedes tuvo que alejarse del combate, porque la
S o l y luna
herida que Pándaro le había hecho en el hombro había
comenzado a dolerle de nuevo.
Pero Atenea estaba decidida a evitar la derrota de los
griegos y, entrando de nuevo en el campo de batalla, inspiró a
los guerreros a que resistieran y fue en busca de Diomedes
que estaba descansando y curando sus heridas.
—¿Por qué evitas luchar contra los troyanos? —le
preguntó la diosa—. ¿Acaso no has sido hoy el más
valiente de todos ?
Diomedes le explicó que había huido porque Ares
luchaba con los troyanos y ella misma le había ordenado
que no combatiera con los dioses. Atenea le dijo entonces
que no temiera enfrentarse con el dios de la guerra,
porque ella misma iría a su lado. Así volvió Diomedes
por tercera vez a la batalla, inspirado por Atenea y
decidido a enfrentars e con los dioses mismos.
lo vio desde lejos y Ic arrojó lanza, pero la diosa
la desvió de su curso e hizo que 5c enterrara cn la tierra
tnuy lejos del héroe. Diomedes atacó luego al dios dc la
guerra y Atenea hizo que su lanza 5c enterrara en su
vientre, causándole una horrible herida. Ares tuvo que
dejar entonces cl campo dc batalla y regresó al Olimpo
para mentarse por sus heridas.
Diomedes se había enfrentado con los dioses y había
vencido. La gloria de aquel día era sólo para él.
50

Capítulo VIII
Héctor y Andrólnaca

Los guerreros griegos estaban derrotando a los troyanos:


Diomedes avanzaba al frente de sus hombres, seguido de cerca
por Ayax y Odiseo, y los reyes Menelao y Agamenón. Muchos
troyanos fueron derrotados y se arrojaron a sus pies pidiendo
clemencia, pero Agamenón, que estaba aún indignado por el
rapto de Helena, animaba así a sus hombres:
—Amigos míos, no olvidemos la ofensa de Paris y no
dejemos ningún troyano con vida.
Los héroes griegos oyeron sus palabras y mataron sin piedad
a muchos de sus enemigos. Incapaces de resistir su ataque, los
troyanos retrocedieron hasta las murallas de la ciudad y se
prepararon allí a presentar su última batalla.
Heleno, el adivino hijo de Príamo, llamó entonces a su
hermano Héctor y le dijo:
S ol y I U n o

—Los griegos nos están derrotando porque los dioses los


acotnpañan y los inspiran. Regresa, Héctor, a la ciudad y dile a
nuestra madre que vaya al templo dc Atcnca y ofrezca grandes
sacrificios a la diosa si aleja a Diomedes de nosotros.
Héctor siguió el consejo de su hermano y, animando a los
troyanos a que resistieran, se dirigió a la ciudad.
Rápidamente llegó al palacio de Príamo y allí encontró a su
madre que salió a recibirlo, feliz de verlo con vida.
—¿Qué haces aquí, hijo mío? —le preguntÓ Hécuba—
Toma conmigo una copa de vino para recuperar tus fuerzas
antes de volver al combate,
—No me ofrezcas vino, madre —dijo Héctor—. He
venido a la ciudad solamente a pedirte que vayas al templo de
Atenea y le hagas grandes ofrendas para que ayude a los
troyanos y aleje de la ciudad al feroz Diomedes, que está
matando sin piedad a todos nuestros guerreros.
Hécuba se marchó entonces al templo con sus sirvientas e
hizo grandes sacrificios en el altar de Atenea, rogándole que
salvara a los troyanos, Pero Atenea no oyó sus ruegos, porque
estaba decidida a acabar con la ciudad.
Héctor, por su parte, se dirigió a la mansión de Paris y allí lo
encontró yaciendo con su esposa.
—Hermano, en verdad eres un cobarde —le dijo—.
Afuera de las murallas muchos troyanos han muerto
defendiendo la ciudad y tú, que eres el causante de esta
guerra, permaneces oculto dedicándote al amor.
Paris sc avergonzó al oír los reproches de su hermano y
pidió dc inmediato sus armas para volver con él a la batalla•

52
Los héroes y los dioses

—Pobre Héctor —dijo entonces Helena—. Todo esto lo


sufres por mi culpa, mientras mi esposo yace conmigo y no
combate. Ojalá no hubiera venido nunca a Troya.
Héctor agradeció sus palabras y salió en busca de su
propia esposa, Andrómaca, porque quería verla antes de
volver a la batalla. Después de buscarla en su mansión, la
encontrÓ finalmente cerca de las puertas de la ciudad; tenía
a su hijo en brazos y el guerrero sonrió al verlos.
—i Ay, esposo mío! —le dijo Andrómaca con lágrimas
en los ojos—. i Tu valor te llevará a la muerte! ¿Qué será de
nosotros si caes en el campo de batalla? ¿Qué pasará con tu
hijo? Todos mis amigos han muerto en esta guerra y sólo
me quedas tú.
—También yo me preocupo y sufro por ustedes —le
respondió Héctor—, pero no puedo dejar solos a los
troyanos cuando los griegos casi están a nuestras puertas. Mi
valor me llama de nuevo al campo de batalla, porque quiero
que todos sepan que tu esposo es el mejor de los troyanos.
Héctor quiso entonces abrazar a su hijo, pero al verlo
cubierto con su casco, el niño se asustÓ, encogiéndose en los
brazos de su madre. Héctor y Andrómaca se rieron y por un
instante pareció que la guerra estaba muy lejos, Héctor se quitó
su casco y alzó a su hijo, pidiéndole a Zeus que lo dejará crecer
y convertirse en un guerrero poderoso que defendiera la ciudad
algún día.
—Zeus —dijo—, permite que cuando crezca, los troyanos
puedan decir que este niño es más valiente que su padre.
Le entregó entonces el niño a su esposa que lo veía
llorando, porque temía no volver a verlo.

53
—No tc preocupes —le (lijo I léctor—, Nadie pticdc CfiCapar
de su Illuerte así quede en casa y no combata cn la guerra. Mi fin
atín no ha llegado.
En ese apareció Paris que ya 5c había armado dc nuevo y
juntos salieron dc Troya y volvieron al campo dc batalla. Muchos
guerreros griegos cayeron moribundos frente al ataque de los
príncipes de Troya y Agamenón y sus hombres tuvieron que
retirarse de las murallas para evitar sus lanzas.
Atenea vio desde el Olimpo que los troyanos salían victoriosos
y quiso bajar en su ayuda, pero Apolo la detuvo y le dijo:
—No ayudes más a los mortales, porque aún no es tiempo de
que caiga la ciudad. Inspiremos mejor a Héctor para que rete a los
griegos y hagamos que acaben por hoy la lucha y el sufrimiento.
Los dos se pusieron de acuerdo e inspiraron a Heleno, el
adivino, para que animara a su hermano a enfrentarse con los
griegos. Así lo hizo este y por segunda vez aquel día Héctor
avanzó en medio de los ejércitos y dijo:
—Los dioses han roto la tregua entre nosotros, pero yo, que
soy el más valiente de todos los troyanos, prometo ahora que
combatiré con cualquiera de ustedes si juramos los dos respetar
el cadáver de aquel que sea derrotado.
Muchos griegos sintieron miedo al ver a Héctor tan valiente
y poderoso y ninguno se atrevió a aceptar su reto. Menelao,
indignado, los criticó entonces por $tl cobardía, —¿No hay
nadie capaz de enfrentar a este troyano? dijo—, Si nadie más
se atreve a hacerlo, lo haré yo,
lié r oc s y los dioqes

Y ese hubiera sido el fin de Menelao, pero muchos otros


héroes se animaron al oír sus palabras y los griegos eligieron
a Ayax, el más fuerte de todos ellos, para que se enfrentara
con Héctor.
—Ahora sabrás —le dijo Ayax al príncipe de Troya—, que
Aquiles no es el único valiente que pelea con los griegos.
Mientras los dos héroes se acercaban dispuestos a combatir,
Andrómaca subió a las murallas de la ciudad y, al ver luchando
a su esposo, rogó a los dioses que lo protegieran. Héctor arrojó
su lanza y esta se clavó en el enorme escudo de Ayax y estuvo
a punto de herirlo. La lanza de Ayax también golpeó contra el
escudo del troyano haciendo un gran estruendo.
Ambos héroes sacaron sus espadas y volvieron a atacarse
con furia. Ayax hirió a Héctor en un hombro, pero este tomó
una enorme piedra y la arrojó con fuerza contra el enorme
escudo del griego. Ayax arrojó entonces una piedra aún más
grande contra Héctor y este cayó al suelo del golpe tan
poderoso que dio en su escudo, pero volvió a ponerse de pie
con la ayuda de Apolo.
En ese momento los heraldos interrumpieron el combate
porque ambos guerreros estaban igualados y el día estaba
terminando ya.
—Ayax ha demostrado que es en verdad un gran guerrero
—dijo Héctor para que todos pudieran oírlo y luego se dirigió
a Ayax—. Detengamos ahora el combate e intercambiemos
regalos, como es la costumbre, pues aunque hemos luchado el
uno contra el otro, aún podemos despedirnos como amigos.

55
Soly
luna

Ayax estuvo de acuerdo y los dos sc dieron la mano.


Héctor le regaló una espada de plata y Ayax le dio a él un
hermoso ceñidor. Mientras se alejaban en busca de sus
amigos, todos los guerreros, griegos y troyanos,
estUvieron de acuerdo en que ambos eran dos héroes muy
valientes.
Desde lo alto de las murallas de Troya, Andrómaca le
agradeció a los dioses por haberle dado un esposo tan
valiente y por haberlo protegido en la batalla.

56
Capítulo IX
La voluntad de Zeus

Al día siguiente Zeus reunió a todos los dioses del


Olimpo. Había estado pensando la forma de favorecer a
los troyanos, para darle gusto a Aquiles y hacer que
recuperara su honor, y había llegado a una decisión.
—He decidido —dijo Zeus— que ninguno de los
dioses participe más en la guerra que libran los griegos y
los troyanos. No se atreva ninguno a desobedecerme,
porque yo soy más poderoso que vosotros y os castigaré
con toda mi furia.
Ninguno de los dioses se atrevió a responderle y
muchos se lamentaron porque sabían que Zeus pensaba
darle la victoria a los troyanos.
Cuando estuvieron armados de nuevo, los guerreros se
encontraron una vez más en el campo de batalla y se
Soly
arrojaron unos contra otros dispuestos a matarse. Al frente
de los troyanos iba Héctor en su carro y a medida que
avanzaba
lu n a

Zeus hacía sonar terribles que retumbaban en todo el


cannpo de batalla.
Sólo Néstor, Antíloco y Diomedes sc atrevieron a
Combatir con el príncipe troyano. Néstor condujo su carro
hacia él y Diomedes le arrojó su lanza, matando a su
conductor, pero Héctor tomó las riendas él mismo y siguió
adelante. En ese momento Zeus lanzó sus rayos frente al
carro de los héroes griegos para evitar que se atrevieran a
enfrentarse con él.
—Retrocedamos ahora —dijo Néstor—. Zeus quiere
hoy darle la victoria a Héctor y no podemos hacer nada.
Diomedes no sabía qué hacer: era muy valiente y no
quería huir, pero temía también el poder de Zeus, que
seguía enviando rayos y truenos alrededor de Héctor.
Después de dudar un instante, el héroe tuvo que alejarse
asustado por el poder del dios.
—Ahora los griegos no podrán llamarte el mejor de
sus guerreros —le dijo Héctor mientras se alejaba—.
Hoy has huido de mí como si fueras una doncella.
Hera y Atenea, que veían el combate desde lo alto del
Olimpo, quisieron ir en ayuda de los griegos, porque
temían que fuesen destruidos, pero Zeus las vio cuando

58
bajaban a la tierra y envió a Iris, la mensajera de los
dioses, para que las detuviera.
—¿Adónde vais, diosas del Olimpo? —les preguntÓ
Iris—. ¿Pensáis que podéis desobedecer a Zeus que es
el dios más poderoso de todos? Regresad ahora a
vuestros palacios/ pues Zeus no quiere que ningún dios
intervenga hoy en la guerra que libran los mortales.
Los héroes y los dioses

Las diosas, asustadas por la cólera de Zeus, volvieron


entonces al Olimpo, dejando que Héctor siguiera arrasando
con los guerreros griegos y haciendo que estos
retrocedieran derrotados.
Cuando terminó la batalla, los griegos construyeron un
muro y un foso para proteger sus barcos, temerosos porque
los troyanos acampaban muy cerca de ellos. Esa noche
Agamenón no pudo dormir porque tenía miedo de que los
troyanos pudieran destruir sus barcos e impedir que
regresaran a Grecia. Llamó entonces a los héroes griegos y
les dijo que no había nada que hacer, que no había forma de
resistir por más tiempo a los troyanos.
—¿Qué estás diciendo? —le dijo entonces Odiseo—. No
te rindas todavía, porque entonces sí que estaremos
perdidos.
—Sería mejor —intervino Néstor— que llamaras de
nuevo a Aquiles. Pídele perdón por la ofensa que le
Soly
infringiste y dale valiosos regalos para que vuelva con
nosotros al combate y nos salve de la furia de Héctor.
Agamenón le dio la razón al anciano Néstor y envió a
Ayax y a Odiseo en busca de Aquiles, para que le
ofrecieran ricos obsequios y le pidieran que volviera a
luchar con ellos, Los dos héroes fueron a las tiendas de
Aquiles y sus hombres y este los recibió alegremente,
porque ambos eran sus amigos,
—Aquiles —dijo Odiseo—, los troyanos han obtenido
la victoria y nos han hecho retroceder hasta aquí. Nadie es
capaz de resistir la fuerza de Héctor, pues el mismo Zeus
envía rayos y truenos para ayudarlo.
lu no

—Agatnenon está desesperado —con tinuó Ayax--, tc pide


perdón y espera que quieras volver a la batalla y salvarnos a
todos.
Pero Aquiles no había olvidado las ofensas de Agamenón
y estaba pensando volver a su casa y dejar Troya, porque
sentía que allí no podría obtener más gloria.
—No quiero volver a la batalla —dijo Aquiles porque
los griegos no reconocen mi valor ni mis hazañas y me
quitaron el premio que me habían dado. No me importa
que Agamenón me ofrezca grandes riquezas, todo es su
culpa por haber insultado mi honor.
Ayax y Odiseo se marcharon entristecidos. Le contaron
a Agamenón lo que había dicho Aquiles y el rey lamentó
profundamente haberle quitado a Briseida.

60
Capít
ulo X
La batalla del rnuro

Toda la noche los griegos estuvieron vigilando el muro


que habían construido. A lo lejos veían las fogatas de los
guerreros troyanos, que esperaban que amaneciera para
quemar sus barcos y acabar con ellos. Cuando salió el
sol, Agamenón reunió a los héroes griegos y preparó a
todos sus guerreros para que defendieran el muro y
rechazaran a los troyanos.
—Si dejamos que los troyanos quemen nuestras naves
—les dijo a sus hombres— ya no podremos regresar a
casa y la guerra estará perdida. Es hora de mostrar nuestro
valor.
Soly
Los griegos se animaron al oír sus palabras y
salieron del muro en busca del ejército enemigo.
Agamenón iba en su carro, delante de todos, causando
muchas bajas a los troyanos, que tuvieron que retirarse
y regresar poco a poco a su ciudad.

62
Al ver cl valor de Agatnenón y la gran tuatanza que
hacía ent re los troyanos, Zeus tttvo lilicd() de que venciera
a léc_ tor y envió a Iris, para que le advirtiera que sc
alejara.
—Dile a Héctor —dijo Zcus— que no pretenda
vencer a Agamenón, pero que una vez este se retire, será
su tunidad de derrotar a los griegos y obtener una
gran victoria.
Iris fue rápidamente donde el príncipe troyano y le
dio el mensaje de Zeus. Héctor tUV0 entonces que
retroceder con sus hombres, temeroso de la furia del rey
griego. Pero no estuvo alejado del combate mucho
tiempo porque un guerrero troyano hirió al rey
Agamenón, clavándole la lanza en el brazo derecho.
Incapaz de seguir combatiendo, Agamenón tuvo que
volver a su campamento, dejando solos a sus hombres.
Al verlo alejarse, Héctor le dijo a sus amigos:
—El rey Agamenón se marcha herido. Ahora Zeus nos
da la ventaja y la gloria. Ataquemos ahora a los griegos y
destruyamos sus defensas.
Y cargó contra las filas de los griegos que no pudieron
resistirlo y huyeron de regreso al muro que habían
construido,
Sólo Diomedes y Odiseo fueron capaces de quedarse
en sus posiciones, esperando el ataque del príncipe de
Troya. Cuando vieron que se acercaba, Diomedes le arrojó
su lanza y esta golpeó a Héctor en el casco, haciéndolo

63
caer al suelo, Diomedes y Odiseo trataron de matarlo, pero
Héctor escapo rápidamente hacia su lado del cannpo,
L o Q lié roes y los dioses

—Ahora, Héctor, eres tú el que corre —dijo Diomedes


—. Una vez más te has salvado, pero ya llegará cl día en
que yo pueda matarte.
Paris, que estaba cerca de allí, oyó al héroe griego
burlándose de su hermano y, tomando su arco, le disparó
una flecha. La flecha se le clavó en el pie a Diomedes lo
hirió de gravedad y lo obligó a alejarse del combate.
—Lástima que mi flecha no lo haya matado —dijo Paris
—, porque después de Aquiles es el guerrero al que más
tememos los troyanos.
Odiseo se quedó solo, rodeado de fieros troyanos que
amenazaban con matarlo. Ese hubiera sido su fin de no ser
porque Ayax lo vio desde lejos y corrió en su ayuda. Los dos
héroes griegos se defendieron lo mejor que pudieron y
retrocedieron juntos hasta ocultarse detrás del muro.
Héctor organizó entonces a los troyanos y se preparó con
ellos para conquistar el muro y llegar hasta la costa, para
incendiar los barcos de los griegos. En ese momento, sin
embargo, Zeus envió a los troyanos un terrible presagio. Un
águila que llevaba una serpiente entre sus garras apareció en
el cielo. La serpiente, que aún estaba viva, atacó al águila,
haciendo que la soltara, y cayó frente a Héctor.
Uno de los troyanos llamado Polidamas, que siempre
anunciaba presagios funestos, advirtió a Héctor que quizás
era mejor alejarse del muro y de los barcos de los griegos,
pero Héctor rechazó sus palabras.
—No me gustan tus consejos —dijo Héctor—, El
mismo Zeus me prometió que obtendríamos la victoria y
los grie-
S OI y l u n o

gos ret roceden asustados. tomar cl muro y quc_ Illar sus


barcos.
Los troyanos arremetieron contra las defensas griegas
tratando por todos los medios de destruir el muro. Zeus
inspiró entonces a su hijo Sarpedón, que marchó antes
que ninguno en contra de los griegos, llevando una lanza
en cada mano y matando sin piedad a los guerreros que se
cruzaban en su camino. Sarpedón llegó hasta el muro y
subió por él destruyendo el parapeto que protegía a los
griegos, que salieron huyendo del héroe troyano.
Desde lo alto del muro, Ayax y Teucro trataban con
gran esfuerzo de evitar que los troyanos conquistaran sus
defensas. Teucro, que tenía -fama de ser el mejor de los
arqueros, lanzaba sus flechas en contra de los troyanos
matando a muchos de ellos. Ayax, su hermano, lo
protegía con su escudo y usaba su enorme fuerza para
rechazar a sus enemigos.
Cuando vieron que Sarpedón escalaba el muro y derrotaba
a sus guardianes, Ayax y su hermano se dirigieron en su
contra. Teucro le disparó con su arco y estuvo a punto de
herirlo, pero Zeus salvó a su hijo de la muerte y lo alejó del
peligro. Ayax le arrojó entonces su lanza, golpeándolo con
fuerza en el escudo y haciéndolo retroceder de nuevo.
Los griegos y los troyanos combatieron alrededor del muro
por mucho tiempo, sin que ninguno de los dos bandos pudiera
hacerse con la victoria. Pero Zeus estaba decidido a que
Héctor obtuviera gran gloria aquel día y lo inspiró para que
guiara a sus hombres y derrotara a los griegos.
L o Q h é roce y los dioses

Héctor tornó entonces una enrome roca que había allí


cerca y la arrojó con fuerza contra las puertas del muro
griego, rompiéndolas en mil pedazos.
—Ahora el camino hacia los barcos griegos está libre —
dijo Héctor—. Es hora de derrotar por fin a Agamenón y sus
aliados.
Y avanzó al mando de todos los troyanos, mientras los
griegos huían asustados tratando de salvarse.
XI Capítulo
El engaño de Hera

Zeus vio cómo los troyanos atravesaban el muro y hacían


que los griegos huyeran temerosos. Convencido de que la
victoria sería para Héctor y sus aliados y que ningún dios
se atrevería a intervenir, Zeus decidió retirarse del campo
de batalla y se fue a visitar la tierra de los tracios.
Poseidón, el dios del mar, que estaba en contra de los
troyanos, aprovechó el descuido de Zeus y se acercó a la
batalla con la intención de ayudar en secreto a los griegos
y evitar que fueran derrotados. Tomó la forma de un
guerrero griego y acercándose a Ayax le dijo:
—Ayax, ha llegado la hora de salvar a los griegos de la
terrible derrota. Anima a tus hombres y guíalos tú mismo,
para que puedan alejar a Héctor de los barcos y obtengan
la victoria.
S o l y l u na O)

Ayax la voz del y Sintió que su cuerpo Se llenaba de


vigore Animando a sus aliados, se lanzó de nuevo al
combate dejando a muchos troyanos moribundos en el
campo. A su lado iba Teucro, que lanzaba mortales flechas
contra sus enemigos y luego se ocultaba detrás del enorme
escudo de su hermano
Los príncipes troyanos se reunieron entonces para
detenerlos y Deífobo y Heleno se lanzaron en su contra. Pero
Poseidón acompañaba a los griegos e hizo que ambos fueran
heridos y tuvieran que retirarse del campo de batalla. Los
troyanos comenzaron a huir hacia el muro que tanto les
había costado atravesar, pero Héctor los retuvo y les dijo:
—¿ Por que retrocedéis ahora? ¿ Dónde están los
príncipes de Troya que os dirigen? ¿Dónde está vuestro
valor?
—Heleno y Deífobo han sido heridos —le respondió
Paris— y han tenido que marcharse. Sólo si tú nos
diriges, hermano, podremos volver a combatir.
Héctor tomó entonces la delantera y condujo a los
troyanos en contra de los griegos, buscando entre ellos a
Ayax, para acabar con él de una vez por todas. Los
griegos se acobardaron al ver que Héctor dirigía a los
troyanos y comenzaron a retroceder de nuevo hacia sus
barcos.
Néstor, Antíloco y Agamenón trataban de alejarse del
combate cubriéndose con sus escudos, cuando Poseidón
tomó la forma de un viejo guerrero y los inspiró a los tres
para que resistieran un poco más. Los héroes tomaron de
nuevo sus lanzas y animando a los suyos consiguieron
detener a los troyanos con la ayuda del dios del mar.
S o l y l u n a O)

Hera, que estaba a favor de griegos, vio desde lo alto


del 111011te Olimpo cómo Poseidón los ayudaba y quiso
protegerlo de la mirada de Zeus, que en cualquier
momento podía descubrirlo y hacer que se retirara. Se le
ocurrió entonces que podría engañar a Zeus y seducirlo,
para hacerlo caer en un profundo sueño y evitar que
detuviera a Poseidón.
Antes que nada, Hera partió en busca de Afrodita y le
pidió que le prestara el amor y el deseo que había usado para
seducir a Helena y hacer que se fugara con Paris.
—Hija mía —le dijo—, préstame tus dones, para
poder viajar con ellos al fondo del mar y hacer que los
dioses del océano, que están distanciados, vuelvan a
enamorarse.
Afrodita creyó sus mentiras y, sin sospechar nada, le
entregó lo que pedía. Hera se alejó velozy fue luego en
busca del dios Hipnos, señor del sueño, para pedir
también su ayuda.
—Ayudame a dormir a Zeus y yo te daré un trono de
oro como los que hay en el Olimpo —le dijo Hera.
Pero Hipnos tenía miedo de que Zeus se enfureciera y
no quiso ayudarla, hasta que Hera no le prometió la mano
de Pasitea, la diosa de la alucinación divinat de quien el
dios estaba enamorado.
—Te juro —dijo Hera— que si me ayudas con mi plan,
Pasitea será tuya.
Y el dios del sueño cedió entonces a sus deseos.
Hera viajó entonces a la tierra de los tracios y allí
encontró a Zeus, Con ayuda de los dones de Afrodita lo
sedujo y ambos yacieron juntos sin que nadie los viera,
porque Zeus

70
Los héroes y los dioses

puso una nube de oro alrededor de ambos. Cuando Zeus


estaba ya satisfecho, Hera llamó a Hipnos, que sumió a su
divino esposo en un profundo sueño, evitando que viera
cómo Poseidón destruía a los troyanos.
Libre para ayudar a los griegos, Poseidón se acercÓ de
nuevo a Ayax, le dio vigor y lo envió a luchar contra
Héctor, que atacaba a los griegos con gran fuerza y coraje.
Al ver que Ayax se acercaba, Héctor le arrojó su lanza,
pero el dios del mar hizo que fallara y no pudiera herirle.
Asustado, Héctor quiso alejarse de Ayax, pero este le arrojó
una enorme roca que lo golpeó en el pecho e hizo que
cayera al suelo perdiendo el sentido. Ese habría sido el fin
de Héctor si Eneas y Sarpedón no hubieran corrido en su
ayuda y lo hubieran sacado del campo de batalla.
Los griegos lanzaron gritos de júbilo al ver herido a
Héctor y se lanzaron con más furia al ataque, haciendo
que los troyanos retrocedieran de nuevo más allá del
muro. Poseidón iba entre los héroes griegos
inspirándolos a luchar con más furia, mientras Zeus
dormía en la tierra de los tracios, sin darse cuenta del
engaño de su esposa.

71

El regresode Héctor
Muchos troyanos murieron bajo las lanzas de los griegos
mientras Poseidón los inspiró para que combatieran. Nada
pudo hacer Héctor, porque había sido herido por Ayax y se
encontraba adolorido y cansado. Nada pudieron hacer
tampoco Eneas ni Sarpedón, sino tratar de resistir el ímpetu
de los griegos y volver lentamente hacia Troya.
Pero el ruido de la batalla y los lamentos de los troyanos
fueron tan fuertes, que llegaron a oídos de Zeus que dormía
en la tierra de los tracios. Despertando de su profundo
sueño, el dios se dio cuenta del engaño de su esposa y
corrió en su busca.
—Malvada Hera —le dijo—, me has engañado y haz
hecho que Héctor huya herido del campo de batalla, pero
es la última vez que lo haces,
S o l Ju n o

Mandó entonces a Iris, la mensajera de los dioses,


para que llannara a Poseidón de regreso al Olimpo. Iris
bajó 107, al Inundo de los mortales y encontrando a
Poseidón en rnedio de los guerreros griegos le dijo:
—Poseidón, Zeus te ordena que dejes el campo de
batalla y no insistas en ayudar a los griegos, porque
quiere que sean derrotados para honrar al valeroso
Aquiles.
—Zeus es muy poderoso —replicó Poseidón
enfurecido—, pero no tiene derecho a ordenarme nada,
porque los dos somos hermanos y juntos gobernamos el
mundo.
Pero Iris le respondió que aunque eran hermanos, Zeus
era el primogénito y el más poderoso de lós dioses, y no
era correcto que Poseidón se enfrentara con él. El dios del
mar tuvo que darle la razón y se alejó enfurecido del
campo de batalla.
Zeus mandó entonces a Apolo a que fuera en busca de
Héctor, ordenándole que curara sus heridas y lo guiara de
nuevo a la batalla, para que le diera la victoria a los
troyanos tal como le había prometido. Apolo bajó a la
tierra y encontró a Héctor recostado cerca al tratando de
recuperar el aliento.
—¿Por qué estás aquí tan lejos de los troyanos? —le
preguntó el dios—. ¿Acaso no te quedan fuerzas ya?
y

Héctor reconoció la voz de Apolo y entristecido le


dijo:
—Yo quisiera combatir y ganar la gloria que me
prometió Zeus, pero Ayax me hirió en el pecho con una
enorme roca y ahora no puedo levantarme ni vengarme
de los griegos.
L o Q héroe Q y los dioses

Apolo le dio entonces fortaleza, curó mágicamente sus


heridas, y lo animó a volver al combate. Héctor sc puso en
pie de nuevo, tomó sus armas y, guiado por Apolo, regresó
a la batalla para sorpresa de todos sus amigos.
—Allí viene Héctor —gritaban—. Ha regresado a pesar
de sus heridas para llevarnos hasta los barcos de los
griegos.
Todos los troyanos que lo veían recobraban los ánimos
y atacaban con más fuerza a los griegos, que habían
perdido la poderosa ayuda de Poseidón y volvían a
alejarse hacia sus barcos, temerosos del príncipe troyano.
Héctor guió a sus guerreros hasta el muro y lo atravesó
de nuevo. A su lado Apolo agitaba la égida, el símbolo de
Zeus, haciendo cundir el pánico entre los griegos que
huían desesperados por sus vidas. Eneas y Sarpedón iban
también a su lado y sus lanzas brillaban con la sangre de
sus enemigos. Muchos héroes griegos murieron entonces
heridos por la lanza de Héctor y las armas de los troyanos.
—Que nadie se demore recogiendo las armas de los
caídos —dijo Héctor—. Vayamos derecho hacia los
barcos y quemémoslos todos, para que nuestros enemigos
no puedan escapar.
Al ver que Héctor se aproximaba a los barcos y nadie
era capaz de detenerlo, Ayax llamó a su hermano Teucro y
le dijo:
Por qué permites que Héctor siga venciendo a
nuestros hombres? Tú eres el mejor de los arqueros
griegos. ¿Por qué no usas tu arco?
Teucro preparó entonces una flecha y le apuntó a Héctor,
seguro de poder matarlo, Pero Zeus protegía al príncipe

75
S o l luna O)

troyano e hizo que la cuerda del arco se rompiera y la flecha


cayera tnuy lejos dc su blanco.
—Los dioses protegen a Héctor —dijo Teucro—. No
hay nada que mis flechas le puedan hacer.
Ayax y Teucro retrocedieron protegiéndose con sus
escudos y sus lanzas. Héctor los vio alejarse y animó aún
más a los troyanos, que ya estaban cerca de los barcos con
sus antorchas encendidas.
—Zeus nos protege y nos otorga la victoria —dijo
Héctor—. Combatid todos sin miedo a la muerte.
y

Mucho tiempo resistieron los griegos los ataques del


príncipe de Troya, muchas veces intentó este romper sus
filas sin conseguirlo, porque eran muchos los que luchaban
para proteger sus barcos. Néstor, Antíloco y Ayax los
animaban, tratando de darles fuerzas, y atacaban con sus
lanzas a todos aquellos que intentaban acercarse. Pero Zeus
había decidido apoyar a los troyanos hasta que lograran
alcanzar los barcos y no tardó mucho en elevarse el fuego
desde las proas de los barcos de los griegos.

76
Capítulo XIII
La Inuerte de Patroclo

Lejos de la batalla, cerca de las tiendas de Aquiles,


Patroclo, el mejor amigo del héroe griego, vio con pesar
cómo los troyanos incendiaban los barcos. Había venido
con Aquiles a la guerra de Troya y lo había acompañado
siempre en la batalla; no había nadie a quien Aquiles
apreciara más que a él. Al ver que los troyanos salían
victoriosos y que no había nadie para detenerlos, Patroclo
no pudo contener las lágrimas y fue llorando donde
Aquiles.
—¿ Qué te pasa, Patroclo? —le preguntó Aquiles
compadecido—, ¿Lloras acaso por los griegos que perecen
ahora por culpa de su propio orgullo?
y

—Todos nuestros amigos yacen heridos —respondió


Patroclo— y temo que pronto no haya nadie que venga a
pedirte perdón por las injusticias que han cometido.
SOI lu n a

Aquiles suspiró y vio hacia los barcos quc empezaban a


quetnarse a lo lejos, pero no dijo nada.
—Si tú no quieres ayudar a tus amigos —continuó Pas
troclo—, préstame tu armadura y yo iré en tu nombre y
salvaré a los griegos.
Aquiles, al ver el valor de su amigo, accedió a darle sus
armas y él mismo lo vistió con su armadura y le dio su
escudo, pero le advirtió que no pretendiera derrotar él
solo a los troyanos, porque temía que sufriera alguna
herida.
Patroclo partió entonces hacia la batalla seguido de los
hombres de Aquiles, que después de tanto tiempo de estar
inactivos, estaban ansiosos por enfrentarse con los
troyanos. Mientras se alejaba, Aquiles oró a Zeus para
pedirle que le otorgara una gran gloria a su amigo y lo
trajera sano y salvo al terminar el día. Zeus oyó sus
ruegos, pero sólo quiso concederle a Patroclo la gloria,
porque estaba destinado a morir aquel día cerca de las
murallas de Troya.
Patroclo y sus hombres se abalanzaron contra los
troyanos que querían incendiar los barcos y fue tal su
furor, que sus enemigos tuvieron que alejarse de la costa
para no perder sus vidas. De nada le sirvieron a Héctor
su fuerza y su valor, pues Patroclo y sus hombres
derrotaron a los troyanos y los llevaron de vuelta al muro,
Sólo Sarpedón, el hijo de Zeus, fue capaz de resistirlos.
Bajó de su carro y se enfrentó con Patroclo, dispuesto a
detenerlo,
—El destino de los hombres es cruel —dijo Zeus, que
10 veía todo desde el monte Olimpo—. El hijo que más
quiero tendrá ahora que morir a manos de Patroclo.

78
Los héroes y los dioses

Zeus hubiera querido salvarlo y llevarlo muy lejos de


allí, pero su destino no podía cambiarse. Sarpedón arrojó su
lanza en contra de Patroclo, tratando de herirlo, pero sólo
logró rasgar su túnica. Patroclo, en cambio, clavó su lanza
en el pecho del hijo de Zeus que cayó muerto a sus pies.
Los troyanos trataron de recuperar su cuerpo, pero los
griegos lograron quitarle sus armas y lo hubieran llevado
con ellos, de no ser porque Zeus envió a Apolo a salvar su
cadáver. El dios tomó el cuerpo de Sarpedón en sus brazos
y lo llevó a su casa en Licia, donde fue enterrado con todos
los honores. Debilitados por la muerte de Sarpedón, los
troyanos huyeron en desbandada hacia Troya.
Patroclo, olvidando las recomendaciones de Aquiles,
siguió corriendo tras ellos, queriendo hacerse con la
victoria. Muchos troyanos quedaron moribundos en el
y

campo, abatidos por su lanza y por su espada. Patroclo llegó


hasta las mismas puertas de Troya y trató de entrar por ellas,
pero Apolo lo detuvo con su escudo. Tres veces intentó
Patroclo entrar en Troya y tres veces fue rechazado por el
poder del dios.
—No es tu destino tomar esta ciudad, valiente Patroclo
—le dijo Apolo y el héroe griego tuvo que alejarse.
Apolo fue entonces donde estaba Héctor y tomando la
forma de un guerrero troyano le dijo:
—No te alejes del combate, Héctor, y ataca al valiente
Patroclo, pues Apolo quiere que lo derrotes y que su muerte
te llene de gloria.
Héctor se dejó convencer por el dios y avanzÓ en contra

de su enemigo, que lo esperaba confiado con la lanza pre7 9


をぎえこ、・第を.ミ肉を。いゞ=を、,を'らを= /

-。、、準心生を第をど”お裳 0 第

回:。:回: :回ト・回:。回ト・回す回す回す回:通
I, os héroes y los di oses

parada. Apolo se acercó entonces a Patroclo por la espalda, le


quitó su escudo y su lanza, y lo dejó indefenso. Al verlo
desarmado, un guerrero troyano arrojó su lanza contra él y lo hirió
en la espalda. Patroclo quiso retroceder al verse herido, pero
Héctor lo siguió cuando trataba de alejarse clavándole su lanza
en el costado, le dio muerte.
—Los dioses te han dado hoy su ayuda —le dijo Patroclo a
Héctor con su último aliento—, pero muy pronto tú morirás
también a manos de Aquiles.
Sin poner atención a sus palabras, Héctor tomó las armas que
Aquiles le había prestado a su amigo y se puso su armadura, pero
no pudo quedarse con el cadáver de Patroclo, porque Menelao
corrió a defenderlo y mató con su lanza a todos los troyanos que
quisieron alcanzarlo.
Una gran matanza se dio entonces alrededor del cuerpo de
Patroclo. Los troyanos, animados por su muerte y dirigidos por
Héctor y Eneas, se lanzaron furiosos contra los griegos que antes
los habían hecho correr hasta las puertas de Troya. Pero los
griegos no permitían que se apoderaran del cadáver de Patroclo y
lo iban arrastrando hacia sus barcos. Ayax y Menelao cubrieron
el cuerpo con sus escudos para defenderlo y lograron finalmente
llevárselo consigo, cuando el sol comenzaba a ocultarse y la
batalla llegaba a su fin.
Cuando Aquiles se enteró de la muerte de su amigo, corrió en
busca de su cadáver y abrazándose a él prorrumpió en llanto.
Todos los héroes griegos se reunieron a su lado y lloraron
también por la muerte de Patroclo.

81
SOI y I tono O)

—Annigo lilí() —gennía Aquiles—, no hace mucho tiempo


estabas en lili tienda y hablabas conmigo y tc reías, y ahora yaces
nnucrto y sin vida. Ninguna desgracia podría sufrir mayor a esta.
Agamenón se acercó entonces a Aquiles y pidiéndole perdón le
rogó que volviera a la batalla. Ofreció también de_ volverle a
Briseida y darle grandes recompensas y tesoros si volvía a luchar
con ellos. Llorando Aquiles le respondió:
—Mucho tiempo he estado enfurecido y por mi causa han
muerto muchos griegos. Ya es hora de que vuelva a combatir y,
aunque mi muerte esté cerca, pronto mataré al asesino de
Patroclo,
Así cumplió Zeus la promesa que le había hecho a Tetis, la
madre de Aquiles. Los griegos estaban dispuestos a devolverle
su recompensa y su gloria, pero ahora que su amigo estaba
muerto, lo único que le importaba era a venganza.

82
Capítulo XIV
La batalla de los dioses

A la mañana siguiente, después de haber llorado toda la noche,


Aquiles se dispuso al combate. Tetis, su madre, bajó del monte
Olimpo con una nueva armadura para su hijo, porque la suya la
había tomado Héctor tras la muerte de Patroclo. La ninfa sabía
que su hijo había perdido su armadura y había corrido a ver a
Hefesto, el dios herrero, para pedirle que hiciera una nueva para
dársela a Aquiles.
Aquiles recibió su regalo agradecido y se puso la armadura
hecha de bronce y el casco de alto penacho que había
fabricado Hefesto. Tomó el enorme escudo en el que el dios
había grabado un hermoso paisaje de toda Grecia y la gruesa
lanza de su padre, que sólo él podía empuñar. Preparó sus
caballos, se montó en su carro y lanzó un grito de guerra que
hizo estremecer a todos los troyanos.
SO I y l u n a

En lo alto del monte Olimpo, Zeus reunió entonces a todos los


dioses y les dijo:
—Ahora que Aquiles ha vuelto al campo de batalla, temo que
los troyanos no puedan contenerlo solos. Por eso quiero que
vayáis todos a la tierra y ayudéis a los griegos o a los troyanos
según os parezca.
Al oírlo, los dioses bajaron de nuevo al mundo y cada uno tomó
un bando. Hera, Atenea, Poseidón y Hefesto corrieron a ayudar a los
griegos, mientras que Ares, Apolo, Artemisa y Janto, el dios del río,
le daban su fuerza a los troyanos. Los dioses y los hombres se
mezclaron en el campo de batalla y los ejércitos marcharon al
combate, mientras Aquiles buscaba a Héctor para cobrar su
venganza.
El primer troyano que se enfrentó con Aquiles no fue, sin
embargo Héctor, sino el valeroso Eneas, a quién Apolo había
animado a la contienda. Aquiles, al verlo venir en su contra le
dijo:
—¿Por qué vienes a combatir conmigo? ¿Quieres acaso una
recompensa de los troyanos? Sería mejor que te alejaras antes de
que decida matarte.
Pero Eneas no se dejó asustar y le respondió diciendo:
—No quieras asustarme, Aquiles. Yo también soy hijo de una
diosa y tus palabras no me hacen daño.
Arrojó Eneas su lanza contra el héroe griego, pero este se
defendió con su escudo. Aquiles atacó después y estt1V0 muy
cerca de quitarle la vida al valiente hijo de Afrodita• Ambos
tomaron entonces sus espadas y corrieron a en contrarse, pero
Poseidón, aunque estaba del lado de los griegos' no quiso que
Eneas muriese, porque estaba destinado a go-
lié roe Q y los di o «es

bernar a su pueblo y siempre había sido piadoso con todos los


dioses. Cubrió pues los ojos de Aquiles con una nube oscura y alejó
a Eneas de su muerte diciendo:
—No pretendas enfrentarte con Aquiles, porque ya sabes que
es más fuerte que tú. No temas en cambio a los demás griegos,
pues ninguno de ellos podrá hacerte daño.
Entre tanto, Héctor y Aquiles, cada uno en su bando,
animaban a sus guerreros para que pelearan con más fuerza y
causaban con sus lanzas grandes penas entre sus enemigos.
Mientras luchaba en medio de la batalla, Aquiles mató a
Polidoro, uno de los hermanos menores de Héctor, y este corrió a
su encuentro, decidido a tomar venganza.
—Aquí por fin está Héctor —dijo Aquiles—, el hombre que
mató a mi amigo. Sólo me queda vencerlo.
Pero Héctor no se asustÓ con sus palabras y le dijo:
—Aunque seas el mejor de los griegos y puedas vencerme
fácilmente, también yo puedo quitarte la vida con la ayuda de
los dioses.
Y arrojó su lanza en contra del héroe griego, pero Atenea la
alejó de su cuerpo e hizo que cayera muy lejos, enterrándose en
la tierra. Aquiles se abalanzó entonces contra Héctor y ese
hubiera sido el fin del troyano de no ser porque Apolo lo
envolvió en una nube y lo alejó de allí poniéndolo a salvo.
—Una vez más Apolo ha salvado a Héctor —gritó Aquiles—,
pero está cerca la hora en que lo alcanzará mi lanza.
Aquiles siguió atacando a los troyanos, que huían corriendo
de él, temiendo por sus vidas. Muchos de ellos cayeron bajo
su lanza o se arrojaron al río Janto tratando de

85

SOI y

escapar, pero Aquiles no les; dio cuartel y, metiéndose bién


al río, los tijató a todos, tiñendo de rojo las aguas.
De repente, Aquiles oyó la voz dc Janto, cl dios del río, que
le pedía que no manchara su caudal con la sangre de sus
enenligos.
—Aléjate de aquí y mata a los troyanos en la llanura —dijo
—. No manches más mi cauce con su sangre.
Pero Aquiles no le hizo caso y el río enfurecido se alzó a
su alrededor formando un torbellino. La furia de las aguas
arrastrÓ a Aquiles y este tuvo que hacer un esfuerzo por
alcanzar la ribera. Mas Janto no estaba dispuesto a que se
fuera y dejando su cauce persiguió al héroe a lo largo de toda
la llanura, tratando de ahogarlo.
—¿Por qué ninguno de los dioses viene corriendo a
salvarme? —gritaba Aquiles mientras corría—. ¿Es que
quieren que me ahogue y no pueda ya vengar la muerte de
Patroclo ?
Hera oyó entonces los ruegos desesperados de Aquiles y
mandó a su hijo Hefesto para que contuviera al río. El dios de
la fragua prendió un enorme fuego que consumió las orillas
del Janto y evaporó sus aguas. El dios del río adolorido y
humillado le dijo casi llorando:
—No me lastimes más, Hefesto, Ya no pienso ayudar más a
los troyanos,
En ese momento los demás dioses bajaron también a la
llanura y comenzaron a pelear entre ellos, olvidándose de Jos
mortales, Ares, el dios de la guerra, atacó a Atenea' queriendo
vengarse de la herida que Diomedes le había hecho con su
ayuda. Atenea lo rechazó con $tl escudo Y

86
Los héroes y los dioses

tomando una piedra se la arrojó en la espalda, quebrándole las


fuerzas.
—Así queda demostrado quién de los dos es más fuerte —dijo
Atenea y se marchó victoriosa.
Poseidón quiso entonces combatir con Apolo y surgiendo de las
aguas se acercó a él y le dijo:
—¿Por qué no luchamos ahora nosotros? No debemos quedarnos
quietos cuando los demás dioses combaten.
Pero Apolo no quiso pelear con él, porque era hermano de su padre
y un dios muy poderoso.

—Dejemos que los mortales resuelvan este conflicto —le dijo y


los dos se alejaron de regreso al Olimpo.
Artemisa, la diosa de la caza, vio que Apolo se alejaba y quiso
ayudar ella a los troyanos. Tomó su arco y sus flechas y disparó
contra Hera, pero no pudo acertarle. La reina de los dioses,
enfurecida, le quitó entonces su arco y rompiéndolo en pedazos la
golpeó con él hasta que Artemisa huyó asustada.
Desde lo alto del monte Olimpo, Zeus contemplaba
complacido cómo los dioses luchaban entre ellos frente a las
puertas de Troya, causando gran temor en los mortales que los
veían asombrados y salían huyendo de regreso a la ciudad.

87
Capítulo XV
Héctor y Aquiles

Mientras los dioses luchaban, Aquiles persiguió a los troyanos


hasta las mismas murallas de Troya donde trataban de refugiarse.
Muchos fueron los héroes troyanos que murieron entonces
heridos por su lanza y habrían sido muchos más si Apolo no
hubiera engañado a Aquiles para alejarlo de la ciudad. El dios
tomó la forma de un valeroso guerrero y retándolo a combatir
comenzó a llevarlo lejos de las puertas de Troya, mientras los
troyanos y sus aliados se refugiaban en su interior.
Cuando todos estuvieron a salvo, el rey Príamo dio la orden de
que cerraran las puertas de la ciudad. Sólo un troyano permaneció
en la llanura esperando valiente la llegada de Aquiles, Héctor, el
mayor de los príncipes de Troya, armado con su lanza y con su
escudo, había decidido que era hora de enfrentarse con Aquiles.
S o l y l u n a O)
Apolo se le reveló entonces al héroe griego y le dijo con una
sonrisa:
—¿Por qué persigues a los dioses y no a los troyanos?
Aquiles se dio cuenta de que lo había engañado y marchó de
nuevo hacia las puertas de la ciudad donde lo esperaba su
enemigo. Desde lo alto de las murallas los reyes de Troya lo
vieron venir dispuesto a matar a su hijo.
—Querido Héctor —gritó entonces Príamo—, no te quedes
afuera de las murallas esperando a Aquiles, porque seguramente
te matará y entonces Troya estará perdida.
—Ten piedad de tu madre, hijo mío —sollozó Hécuba—. Entra
en la ciudad y evita que te maten frente a las puertas.
Pero Héctor estaba decidido a combatir con Aquiles y no se
movió de donde estaba.
—Si volviera a la ciudad —se dijo— los troyanos se burlarían
de mi valor. Yo fui quien los hizo atacar los barcos griegos a
pesar de la advertencia de Polidamas, trayendo de vuelta a
Aquiles al combate. Ahora debo defenderlos.
Aquiles se acercó a Héctor blandiendo su lanza. Las armas que
Hefesto le había hecho relucían con el sol de la tarde y el príncipe
troyano supo entonces que su muerte estaba cerca y salió huyendo
de Aquiles, que corrió también tras él, intentando detenerlo. Tres
vueltas dieron alrededor de la ciudad y los troyanos que los veían
desde lo alto de las murallas comentaban entre ellos que Héctor
era un valiente, pero que otro guerrero más valiente lo perseguía.
Desde el Olimpo, Zeus se lamentaba al ver a Héctor corriendo
para salvar su vida, pues siempre había sido un hombre piadoso y
Zeus lo quería más que a ningún Otro
li é ro cs y los dios cs

troyano. Aquiles hubiera alcanzado entonces a Héctor, pero


Apolo acudió por última vez en su ayuda y Ic dio fuerzas para
seguir corriendo alrededor de la ciudad, mientras los soldados
griegos esperaban en la distancia que Aquiles lo alcanzara y
acabara con su vida.
Zeus tomó entonces la balanza del destino y puso en ella las
suertes de Héctor y Aquiles. El plato que contenía la suerte del
troyano se hundió más que el del griego, y los dioses supieron
que el momento de Héctor había llegado. Apolo lo abandonó
finalmente, lo dejó solo y cansado, y Atenea, tomando la
forma de Deífobo, su hermano, le dijo:
—Detente, Héctor. No corras más. Enfrentémonos juntos con
Aquiles y quizás los dos podamos vencerlo.
Héctor se sintió más valiente al ver a su hermano y avanzó
contra Aquiles sin darse cuenta de que Atenea lo había
engañado y que marchaba él solo en busca de su enemigo.
—Ya he corrido suficiente, Aquiles —dijo Héctor—. Es hora
de que te enfrente, pero antes que nada juremos que el vencedor
respetará el cadáver de su oponente y lo devolverá a sus amigos.
—No habrá pactos entre nosotros —le respondió Aquiles—
Ahora voy a vengar la muerte de Patroclo.
Aquiles arrojó su lanza contra Héctor, pero este la esquivó
fácilmente. Atenea, sin embargo, le devolvió la lanza a Aquiles
para que no estuviera desarmado. Héctor arrojó también su lanza
con fuerza, pero esta se clavó en el escudo de oro que Hefesto
había fabricado y no pudo atravesarlo.
I lector quiso entonces; pedirle a hermano otra lanza pero
había desaparecido y I léctor se dio cuenta d que había sido
engañado por los dioses. Aquiles sc lanzó contra él
enjpuñando su lanza, preparado a matarlo.
Héctor no huyó más dc su destino, desenvainÓ su espada y,
corriendo sin temor hacia la muerte, se abalanzó contra Aquiles.
La lanza del héroe griego le atravesÓ el cuello Héctor cayó al
suelo herido de muerte.
—Te suplico —dijo con sus últimos alientos— que regreses
mi cuerpo a mis padres para que puedan llorarme.
Pero Aquiles no quiso oírlo porque aún lo odiaba por
haber dado muerte a su mejor amigo.
—Ya llegará el día —dijo Héctor— en que mi hermano Paris
vengará mi muerte.
Así murió Héctor y Aquiles tomó su cadáver y lo arrastró con
su carro alrededor de Troya, cubriendo de polvo al que antes
había sido el más valiente de los troyanos.
En las murallas de la ciudad, Príamo y Hécuba se lamentaban
profundamente por la muerte de su hijo y rasgaban sus vestidos
en señal de duelo. Andrómaca, su esposa, lloraba también y
abrazaba a su pequeño hijo, tratando de calmarlo.
—¿Qué será ahora de mí? —sollozaba—. ¿Qué será ahora
de este niño cuando los griegos conquisten la ciudad, ahora
que no hay nadie para defenderla?
Esa noche todos los troyanos lloraron por Héctor y por cl
triste destino de la ciudad.

92

Capítulo XVI
Los ritos funerarios

Aquiles volvió al campamento de los griegos con el cuerpo de Héctor y se


dirigió al lugar donde yacía Patroclo.
—Descansa en paz, amigo mío, porque tu muerte ha sido vengada —dijo
llorando al lado de su cuerpo—. Héctor está ahora muerto y su cuerpo
quedará sin sepultar, mientras los griegos te rinden honores.
Esa noche Aquiles soñó que Patroclo entraba como un
fantasma en su tienda y le decía:
—Dame tu mano, Aquiles, porque esta es la última vez
que nos vemos,

Aquiles quiso tocarlo, pero sus dedos lo atravesaron porque sólo


era un fantasma,
—Quema mi cuerpo mañana y ríndeme los ritos funerarios —le
pidió Patroclo—. Pide a los griegos que guarden mis
S o l y luna

cenizas y cuando tú mueras también, nos entierren en una misma


urna y así estaremos juntos para siempre.
Aquiles se despertó llorando y llamó a sus amigos para que
prepararan los funerales de Patroclo. Cerca de la costa
levantaron entre todos una gran montaña de madera y pusieron
en ella el cuerpo del valiente griego. Aquiles la prendió con una
antorcha y rogó a los dioses de los vientos que avivaran el
fuego. Las llamas se alzaron muy alto en el cielo y el cuerpo de
Patroclo se convirtió en cenizas que los griegos guardaron en
una urna de oro.
Aquiles organizó entonces los juegos funerarios, ofreciendo a
los ganadores grandes riquezas tomadas del botín que había
obtenido en la guerra. Los héroes griegos compitieron entre sí
para honrar al difunto Patroclo. Diomedes y Antíloco obtuvieron
la victoria en la carrera de carros, y Ayax y Odiseo en la lucha
cuerpo a cuerpo. Muchos fueron los griegos que recibieron los
regalos de Aquiles y todos se lamentaron por la muerte de su
amigo.
Aquiles siguió llorando a Patroclo por muchos días. Cada
mañana se levantaba y arrastraba el cadáver de Héctor alrededor
del campamento griego, tratando de deshonrarlo, pero los dioses
no permitían que el polvo dañara su cuerpo. Apolo mismo bajó
del monte Olimpo y cubrió sus restos con néctar y ambrosia, los
alimentos de los dioses, evitando que se corrompiera.
El mismo Zeus, conmovido por la muerte del príncipe
troyano, quiso que su padre recuperara su cuerpo y le rindiera
honores, Envió a Tetis a hablar con su hijo para que Los héroes y
los dioses

liberara sus restos y envió a Iris con Príamo, ordenándole que


fuera hasta el campamento griego con un rescate dc oro para
recuperar su cuerpo.
Al oír la voluntad de Zeus, Príamo preparó un carro y lo llenó
con los más grandes tesoros que había en su palacio. Sus hijos
quisieron detenerlo, temerosos de que cayera en manos de los griegos,
pero el rey estaba convencido de la protecciÓn de Zeus y dejó la
ciudad en medio de la noche.
Zeus envió entonces a Hermes para que guiara al rey de Troya y
el dios mensajero bajó a la tierra y condujo el carro de Príamo
hasta el campamento griego. Aquiles estaba solo en su tienda
sumido en la tristeza y Príamo se acercó a él, y se arrojó a sus pies,
y abrazó sus rodillas:
—Aquiles —le dijo—, apiádate de mí que tengo la misma edad
que tu padre. Piensa en él que se quedó en tu casa y espera que
regreses algún día. Permíteme que recupere el cadáver de mi hijo y
yo te daré grandes riquezas a cambio
de sus restos.
Aquiles lo oyó y sintió una gran tristeza al pensar en su padre a
quien no volvería a ver, pues ya sabía que habría de morir frente a
Troya. El padre de Héctor y su asesino lloraron juntos en silencio
en medio de la noche.
—Tú has sufrido más que nadie en esta guerra, Príamo, rey de
Troya —dijo Aquiles—, pero no te lamentes más. El cadáver de
Héctor te será devuelto a cambio del rescate.
Aquiles ayudó al anciano rey a ponerse de pie y los dos juntos
hicieron sacrificios a los dioses, para honrar el pacto que habían
hecho.

S ol

ahora una tregua de doce días —dijo Aquis les--


para que podais los troyanos enterrar al más valiente de
vosotros.
Así lo hicieron y antes del amanecer Príamo se marchó del
campamento griego y volvió a Troya, cargado con los restos de
su hijo. Todos los troyanos salieron de la ciudad a recibirlo
portando antorchas y llorando por su príncipe muerto.
AndrÓmaca y Hécuba lo tomaron en sus brazos, sorprendidas al
ver que su cuerpo estaba intacto.
—Eras un guerrero valiente y fuerte —le decían—, pero
ahora estás muerto y nos dejas sumidas en la tristeza.
Incluso Helena se acercó llorando y dijo:
—Ojalá hubiera yo muerto antes de llegar a Troya. Héctor
era el único que me defendía cuando todos me culpaban por
la guerra y ahora me deja indefensa.
Príamo organizó a los troyanos para rendir homenajes
fúnebres a su hijo. Por varios días los habitantes de la ciudad
fueron a los bosques cercanos y reunieron una gran montaña
de madera. Al décimo día pusieron el cuerpo del héroe sobre
ella y le prendieron fuego. Las llamas consumieron los restos
de Héctor y los troyanos enterraron sus cenizas en un túmulo
de tierra cercano a la ciudad, honrándolo como el más valiente
de todos los héroes de Troya.

Tercera parte
Capítulo XVII
La muerte de Aquiles

Después de la muerte de Héctor, los griegos pensaron que sería muy


fácil conquistar Troya, pero los troyanos no estaban dispuestos a
rendirse. Príamo sabía que necesitaba ayuda para defender la ciudad,
ahora que su mayor defensor había muerto y Aquiles luchaba de
nuevo entre los griegos, así que envió un mensajero a la corte de su
hermano, el rey de Asiria, en busca de ayuda.
El mensajero de Príamo salió de Troya en secreto y viajó hasta
el reino de los asirios sin que los griegos se enteraran. Allí fue a
ver al rey y le ofreció en nombre de Príamo una vid hecha de oro a
cambió de su ayuda. El rey aceptó el regalo y decidió enviar a su
hijo Memnón con dos millares de soldados etíopes y doscientos
carros de combate, para ayudar a los troyanos.
S ol y luna O)
Cuando Memnón y su ejército llegaron a Troya después de un
largo viaje, los troyanos sintieron que de nuevo te_ nían alguna
esperanza de obtener la victoria y salvar su ciudad. Agamenón y
sus aliadosj por el contrario, lamentaron la llegada de Memnón,
porque sabían que era un gran guerrero y que sería muy difícil
derrotarlo.
Una vez más los griegos y los troyanos corrieron a
encontrarse en el campo de batalla y una vez más dejaron la
llanura manchada con su sangre. Memnón guió a sus etíopes
contra los griegos y estos tuvieron que retroceder debido a la
fuerza de sus enemigos. Al ver que sus soldados retrocedían
asustados frente a las tropas etíopes, Néstor, el más viejo y sabio
de los griegos, dirigió su carro contra ellos mientras los animaba
a seguir luchando.
—No hace mucho huíamos todos de Héctor y ahora está
muerto —decía Néstor—. No escapemos ahora de un hombre
menos valiente.
Paris lo oyó hablar así y quiso acabar con él. Tomó su arco y
disparó contra los caballos del carro de Néstor, matándolos a
todos y dejando al héroe griego a merced de MemnÓn y sus
etíopes. Néstor se defendió con valentía, pero sus enemigos eran
demasiados y habría muerto entonces, si su hijo Antíloco no
hubiera corrido a defenderlo. El joven griego ayudó a Néstor a
subir a su carro, pero cuando trataban de escapar, Memnón
mismo lo hirió de muerte con su lanza, para tristeza de su padre.
Los etíopes siguieron adelante y, aunque Aquiles y lo s demás
héroes griegos trataban de contenerlos, llegaron has-
loo
Los héroes y los dioses

ta sus barcos y les prendieron fuego de nuevo, justo antes de que


acabara el día.
Esa noche, los griegos se reunieron y decidieron elegir un
campeón para que luchara con Memnón y evitara que siguiera
dirigiendo a los etíopes. Todos pensaron que debía ser Aquiles,
pero este se había retirado a llorar en la tumba de Patroclo y los
griegos tuvieron que elegir a Ayax como su campeón.
Al día siguiente los griegos y los etíopes se dispusieron a
contemplar el duelo entre los dos héroes. Memnón estaba ya
listo, confiado en que podría derrotar a Ayax, cuando Tetis fue
corriendo en busca de su hijo y este regresó con sus amigos.
Los griegos se alegraron al verlo de vuelta, porque era el mejor
de todos ellos y le pidieron que combatiera. Sin saber que su
muerte estaba cerca, Aquiles le rogó a Ayax que lo dejara tomar
su lugar.
—Permíteme que sea yo quien mate a Memnón —le dijo— y
guíe de nuevo a nuestros hombres hasta los muros de Troya.
Ayax accedió a sus ruegos y Aquiles corrió a enfrentarse con
el héroe etíope. Memnón arrojó primero su lanza y esta se clavó
con fuerza en el escudo de Aquiles, pero no pudo atravesarlo.
Aquiles arrojó la suya y esta voló precisa y se clavó en el pecho
de su enemigo hiriéndolo de muerte y dejando a Troya indefensa
una vez más. Después Aquiles le quitó la armadura a Memnón y
se la dio a Néstor para que adornara con ella la tumba de su hijo.
Asustados por la muerte de Memnón, los etíopes y los
troyanos huyeron en desbandada buscando refugiarse de

101
S o l y luna O)

nuevo en la ciudad. Aquiles tomó el mando dc los griegos y los


guió a través de la llanura, matando sin piedad a los troyanos y a
sus aliados. Su lanza y su espada brillaban mientras corría hacia
la ciudad, sin sospechar que su destino era morir aquel día.
En las puertas de Troya, Paris veía cómo los griegos hacían
que los troyanos huyeran temerosos sin poder resistirlos. En ese
momento se presentó ante él el dios Apolo, tomando la forma
de un anciano troyano.
—¿ Por qué permites que Aquiles cause tantos males entre tu
pueblo ? —le dijo—. ¿Acaso no piensas vengar a tu hermano
que tantas veces te salvó a ti en medio de la batalla?
Paris tomó entonces su arco y lanzó una flecha en contra del
valiente Aquiles. Apolo mismo guio su disparo e hizo que la
flecha se enterrara en el talón derecho del héroe griego, que supo
de inmediato que había llegado la hora de su muerte.
Cuando Aquiles era un niño, su madre, la diosa Tetis, lo había
sumergido en las aguas del río Estigio, haciéndolo invulnerable.
Pero el agua no había tocado el talón del que lo sujetaba su
madre para que no se ahogara y ese era su único punto débil. Allí
fue a clavarse la flecha de Paris hiriéndolo de muerte y de nada le
sirvieron su fuerza y su valor para evitar su destino.
Al verlo caer al suelo moribundo, los troyanos se lanzaron
sobre él/ queriendo tomar su cuerpo y apoderarse de sus armas,
pero Ayax y Odiseo se enfrentaron con ellos y llevaron el
cadáver de regreso al campamento griego,

1 02
Ivo Q héroes y los di oses

Mucho se lannentaron griegos al perder al más grande de sus


héroes. Tetis misma surgió del mar y acompañada dc una corte de
Nereidas, las divinidades marinas dc la corte dc Poseidón, lloró por el
triste destino de su hijo, mientras las nueve musas del Olimpo, diosas
de las artes, la música y la poesía, cantaban sus hazañas con voces
tristes.
Diecisiete días duraron llorando los griegos por la muerte de
Aquiles y al decimoctavo día hicieron una hoguera enorme y
pusieron su cuerpo sobre ella para que se consumiera. Recogieron
después sus cenizas y las mezclaron con las de Patroclo y los
enterraron juntos en un gran túmulo cerca del mar.
Así se cumplió el destino del más grande de todos los héroes
griegos, que había nacido de una diosa para morir joven, pero
cubierto de gloria.
Capítulo XVIII
La locura de Ayax

Tras la muerte de Aquiles, los héroes griegos se reunieron para


decidir quién habría de quedarse con las armas que este había
recibido del dios Hefesto. La diosa Tetis apareció entonces entre
ellos y dijo que las armas de su hijo, sólo podrían pertenecer al
más valiente de los griegos que aún quedaban con vida. Sólo dos
héroes se atrevieron a reclamar las armas de Aquiles: Ayax y
Odiseo. Los dos eran guerreros valerosos y todos los griegos
estuvieron de acuerdo en que no había ningún otro que pudiera
compararse con ellos.
Ayax había combatido con Héctor de igual a igual y había
ayudado a recuperar los cadáveres de Patroclo y del mismo
Aquiles, Todos sabían, además, que no había otro gUerrero
más fuerte que él. Odiseo, por su parte, había Participado en
muchas batallas saliendo victorioso, había
S o l y luna O)

ayudado también a proteger el cuerpo de Aquiles y tenía fama de


ser el más astuto de todos los héroes griegos.
No era una decisión sencilla y Agamenón decidió que
compitieran entre sí para probar cuál de los dos era el mejor de
los griegos. Ayax y Odiseo se enfrentaron entonces en todo tipo
de pruebas: arrojaron sus lanzas, dispararon con sus arcos,
corrieron y lucharon, pero fue imposible declarar un ganador.
Agamenón no sabía qué hacer para resolver el problema, pero
Néstor, que era el más sabio de los griegos, pensó en una
solución:
—¿Por qué no averiguamos qué piensan de esto los troyanos?
—dijo—. Enviemos un espía a Troya, para que oiga decir a
nuestros enemigos quién es el héroe griego al que más temen, y
así sabremos quién es el mejor.
Todos los griegos estuvieron de acuerdo y enviaron a uno de
sus guerreros para que fuera hasta Troya.
Aquel día un grupo de troyanas se encontraba cerca de las
murallas hablando entre sí acerca de la guerra. El espía griego se
acercó con cuidado para oír lo que decían.
—Ayax es el mejor de los griegos —decía una—. No sólo es
el más fuerte de todos, sino que además fue él quién salvó el
cadáver de Aquiles y lo llevó hasta los barcos.
Pero Atenea quería que fuera Odiseo quien recibiera las armas
de Aquiles, así que inspiró a otra de las troyanas para que
hablara en su favor.
—¿Qué estás diciendo? —dijo la mujer—. Todas sabenw$ que
Ayax no lo hubiera logrado sin la ayuda de Odiseo. Él se enfrentó) a
nuestros guerreros e hizo que se alejaran, y

1 06
Los héroes y los dioces

además tiene fama de ser muy astuto. Él es, sin duda, cl mejor de
los griegos.
Y todas las demás estuvieron de acuerdo. El espía rcgresó
entonces al campamento griego y le contó al rey Agamenón lo
que había oído.
—Así pues —dijo Agamenón—, las armas serán entregadas a
Odiseo, porque queda claro que es el mejor de todos nosotros.
Ayax no estaba satisfecho con la decisión del rey y quiso
vengarse de él y de Odiseo retándolos a combatir. Pero Atenea, que
protegía siempre a Odiseo, lanzó un poderoso hechizo contra Ayax e
hizo que perdiera la razón. Ayax ya no supo dónde estaba ni qué le
estaba pasando. Se alejó del consejo balbuceando enloquecido y
nadie se atrevió a seguirlo por miedo a que se enfureciera con ellos
y los atacara.
En medio de su locura, el héroe atacó con furia a los rebaños
de ovejas que apacentaban los griegos cerca de su campamento.
Creyendo que los animales eran en realidad Agamenón y Odiseo,
los hirió con su lanza y con su espada hasta acabar con todos
ellos.
—i Muere, Odiseo! —gritaba—. i Muere, Agamenón! Ahora
soy yo el mejor de los griegos.
De repente, el hechizo de Atenea se deshizo y el
desafortunado héroe se dio cuenta de todo lo que había hecho y
se sintió desolado.
me ha pasado ? —dijo avergonzado—. ¿Quién podrá
ahora alabar mi valor después de haberme visto actuando como
un loco y peleando con los animales?

1 07
Sol y luna

Se dirigió entonces a su tienda Y tomó SEIS armas, pero dejó


el enorme escudo que tantas veces lo había salvado de sus
enemigos.
—Ahora será para mis hijos y mis descendientes —dijo Ayax
con tristeza y se alejó caminando hacia el mar.
Allí se lavó la sangre de los animales que había matado y oró
una última vez a Zeus para que Teucro, su hermano, descubriera
su cuerpo y pudiera informarle a su padre que había muerto. Clavó
en la arena la espada de plata que Héctor le había regalado el día
que combatieron y se arrojó sobre ella. Así murió Ayax por su
propia mano y no bajo las lanzas de los troyanos que por tanto
tiempo habían querido matarlo.
En ese momento Zeus le reveló a Teucro el destino de su
hermano y esté corrió a la playa, donde encontró el cuerpo de Ayax
tendido en el suelo. Tomándolo con cariño lo llevó de nuevo al
campamento y quiso rendirle honores, pero Agamenón se rehusó,
alegando que había muerto cobardemente.
—No digas eso, Agamenón —dijo Odiseo—. Fueron los
dioses los que le quitaron la razón a este hombre. Mientras
vivió, Ayax fue siempre uno de los mejores y ahora debemos
rendirle honores en su muerte.
Los griegos estuvieron de acuerdo con las palabras de Odiseo
y Agamenón permitió que celebraran los ritos funerarios, pero
no quiso que quemaran los restos de Ayax como si hubiera
muerto en la batalla. Teucro y Odiseo tomaron entonces cl
cuerpo del héroe griego y lo enterraron con todas sus armas en
una tumba solitaria cerca de la costa.

1 08
Los héroes y los dioses

Algunos dicen que cuando Ayax murió, apareció en su


tierra natal una flor blanca y roja que nadie había visto nunca
y su padre supo entonces que su hijo había muerto en las
costas de Troya.
109

Capítulo XIX
Las flechas de Heracles

La muerte de Aquiles y la locura de Ayax afectaron


profundamente el ánimo de los griegos. Después de nueve años
de guerra, muchos pensaban que Troya no podría ser conquistada
y que lo único que podían hacer era volver a sus tierras y
olvidarse del rapto de Helena. Agamenón, desesperado, decidió
entonces consultar de nuevo a Calcante, el adivino que al salir de
Grecia había profetizado la caída de la ciudad de Príamo.
—Troya caerá dentro de poco —le dijo Calcante—, pero antes
debes conseguir las flechas de Heracles. Sólo con ellas podrás
obtener la victoria.
Heracles había sido el más famoso y poderoso de los hijos
mortales de Zeus. Muchos años antes, había realizado grandes
hazañas y había ganado mucha fama entre los griegos. Fue
Heracles quien conquistó Troya por primera
S ol y luna

vez y dio la corona de la ciudad al rey Pría1110, Cuando murió,


sus flechas habían quedado en de PilÓctctcs, el famoso arquero
griego.
Filóctetes había marchado con los demás héroes griegos
rumbo a Troya, pero había sido mordido por una scrpicntc en
una pierna y st1S gritos habían sido tan terribles, que Odiseo
tuvo que dejarlo abandonado en la isla dc Lemnos. Algunos
decían que la serpiente había sido enviada por Hera para
castigarlo por la ayuda que su padrc le había prestado a Heracles.
Otros decían que era cl castigo por haberse acercado demasiado
a los dominios de una ninfa.
Al enterarse de que sólo con las flechas de Heracles podría
conquistarse Troya, Agamenón envió de inmediato a Diomedes y a
Odiseo para que fueran en su búsqueda. Los dos héroes tomaron un
barco y navegaron hacia la isla de Lemnos, donde Filóctetes había
vivido en soledad por nueve años. Diomedes y Odiseo recorrieron la
isla y encontraron a Filóctetes viviendo en una cabaña ruinosa. Su
herida nunca se había curado y le producía terribles dolores. Las
flechas de Heracles no se veían por ninguna parte.
—¿Por qué venís ahora, después de tantos años? —les
preguntó Filóctetes al verlos—. ¿Acaso no habéis conquistado
aún Troya ?
Odiseo quiso entonces engañarlo para recuperar las flechas y le
dijo:
—Agamenón se ha apiadado de tu suerte y quiere que vayas a
Troya con nosotros para poder rendirte honores por los ultrajes que
has recibido. tus flechas y ven con nosotros,

112
Los héroes y los dioses•

Filóctetes, emocionado al oírlo, sacó su arco y sus flechas del


escondite en que los guardaba y se preparó a partir. Pero Odiseo le
arrebatÓ las flechas y se dispuso a marcharse con ellas. Diomedes,
sin embargo, no estuvo de acuerdo con el robo. Tomó de nuevo las
flechas de manos de Odiseo y las devolvió a su dueño diciendo:
—Aquí están tus flechas. Debes ser tú quien decida si las
entregas o no, para ayudar a los griegos.
Filóctetes dudaba si debía confiar en aquellos que lo habían
abandonado o debía quedarse de nuevo triste y solo en su isla. De
repente, el espíritu de Heracles apreció frente a él y le dijo:
—Filóctetes, ve a Troya y lleva mis flechas. Hay allí un
hombre que podrá curar tu herida y entonces podrás demostrar tu
valor en contra de los troyanos.
Filóctetes accedió entonces a irse con Diomedes y Odiseo y
juntos volvieron a las costas de Troya donde los héroes griegos los
estaban esperando.
Al llegar al campamento, los hijos de Asclepios, el dios de la
medicina, que estaban del lado de los griegos, se acercaron a
FilÓctetes y le ofrecieron curarlo. Lavaron su herida con agua de un
manantial y aplicaron un ungüento milagroso sobre ella. La herida se
cerró al instante y los dolores desaparecieron, para sorpresa y
regocijo del héroe griego, que pudo presentarse frente a Agamenón
llevando las flechas de Heracles,
—Ha llegado la hora —le dijo al rey— de vengarnos por el
rapto de Helena. Envía un mensajero hasta Troya y dile

113
S o l y luna O)

a Paris que quiero retarlo a un combate entre los dos y abatirlo


con mis flechas.
Agamenón accedió de inmediato y envió un mensajero en
busca del príncipe troyano. Paris aceptó el duelo, confiado en
que podría vencer a Filóctetes, sin sospechar que su muerte se
acercaba. Griegos y troyanos se encontraron entonces en medio
de la llanura y los dos héroes tomaron sus arcos, dispuestos a
enfrentarse. Paris disparó primero dos de sus flechas sin
conseguir herir al héroe griego. Luego Filóctetes disparó e hirió
a Paris en la mano con su primera flecha. Su segunda flecha lo
hirió en el ojo derecho y la tercera fue a clavarse en su tobillo.
Sabiéndose herido de muerte, el príncipe troyano corrió de
regreso a Troya y llegó moribundo ante su madre, que lo
recostó en un lecho y le limpió las heridas. Paris quiso llamar
entonces a la ninfa Enone, que en otro tiempo había sido su
amante y que conocía muchos remedios y hierbas
medicinales. Pero los mensajeros que envió al bosque no
pudieron encontrarla, pues Paris había roto su corazón al
casarse con Helena y la ninfa no quería salvarlo de la muerte.
Después de sufrir por mucho tiempo, Paris finalmente
exhaló su último suspiro. En vida había raptado a la mujer
más hermosa del mundo y había traído grandes desgracias a
su pueblo, pero al final tuvo que morir dejando sola a su
amada Helena.
Al terminar sus funerales, sus hermanos pelearon entre ellos
para saber quién habría de casarse con la viuda y al

114
Los lié ro cs y los dioses

final fue Deífobo quien, tomando a Helena por la fuerza, la


hizo su esposa, sin saber que muy pronto él también habría
de perderla.
115

Inj
ee00000
Capítulo XX
La caída de Troya

Muchos héroes valientes murieron en la guerra de Troya: Héctor


y Aquiles, Patroclo, Sarpedón, Antíloco y Paris. Todos cayeron
en el campo de batalla tiñendo las tierras troyanas con su sangre,
pero Troya no habría de caer por la fuerza de las armas.
Después de haber combatido cerca de las murallas por mucho
tiempo, los griegos se habían dado cuenta de que no podrían
conquistar la ciudad de Príamo a pesar de sus esfuerzos.
—¿ CÓmo podremos atravesar las murallas que construyó
Poseidón ? —se preguntaban.
Atenea los escuchó desde lo alto del monte Olimpo y decidió
ayudarlos una vez más, La diosa bajó al campamento de los
griegos y, acercándose al astuto Odiseo, le inspiró

S o l y luna O
un plan para engañar a lo troyanos y poder entrar en la ciudad.
Odiseo reunió entonces a los griegos y les dijo:
—Ha llegado la hora de que tomemos Troya y yo tengo un
plan para lograrlo,
Les pidió a sus carpinteros que construyeran un enorme
caballo de madera y escribieran en su costado el nombre de
Atenea. Un grupo de héroes griegos se escondería en su interior
mientras el resto del ejército haría creer a los troyanos que habían
decidido marcharse. Los troyanos llevarían el caballo a su
ciudad, pensando que era inofensivo, y una vez adentro, los
griegos que iban en él podrían tomar las puertas y permitir la
entrada del ejército, que habría regresado durante la noche.
Todos estuvieron de acuerdo con el plan de Odiseo y al día
siguiente comenzaron la construcción del caballo de Troya.
Cuando estuvo terminado, Odiseo, Menelao y Diomedes se
ocultaron en él con sus guerreros, listos para enfrentarse con los
troyanos. El resto del ejército griego quemó su propio
campamento, subió a sus barcos y se alejó hacia el mar.
Al ver el fuego y los barcos que se alejaban, los troyanos
salieron de la ciudad y se acercaron temerosos a la costa. El
campamento de los griegos estaba en ruinas; por todas partes se
veían restos de armaduras y tiendas quemadas, y en medio de
todo estaba el enorme caballo de madera.
Al comprobar que los griegos se habían marchado, los
troyanos pensaron que la guerra había terminado y cantaron y
bailaron alrededor del caballo, sin sospechar que estaba lleno de
guerreros griegos.

118
y los
Los héroes dioses

—Llevemos el caballo de regreso a la ciudad —dijo


entonces uno de los troyanos— y dediquémoselo a la diosa
Atenea, quien nos ha permitido obtener la victoria.
—Pero Atenea nunca ha estado de nuestra parte en esta
guerra —dijo otro troyano—. Quizás sea una trampa.
—Sería mejor que lo quemáramos —añadió un tercero.
—No ven que los griegos han huido —contestÓ el
primer troyano—. Este caballo de madera es ahora nuestro
botín de guerra.
Los troyanos discutieron por largo rato qué iban a hacer
con el caballo, mientras Odiseo y sus amigos rogaban a los
dioses para que su plan funcionara. Al final, el mismo
Príamo ordenó que llevaran el enorme caballo a la ciudad y
lo dejaran cerca del templo de Atenea.
Casandra, la adivina, que sabía que todo era un truco de
los griegos, le dijo entonces a su padre:
—No confiemos en los griegos ni en sus regalos. Este
caballo es sólo un plan para tomar la ciudad por sorpresa.
Pero los troyanos estaban decididos a llevarse el caballo
y, a pesar de sus augurios, lo arrastraron con gran esfuerzo
hasta la ciudad y lo condujeron dentro de las murallas.
Aquella noche los habitantes de Troya se dedicaron a
celebrar el fin de la guerra. Hombres y mujeres se lanzaron
a las calles cantando y bailando en honor de los dioses.
Todos bebieron y comieron hasta hartarse, mientras los

119
héroes griegos esperaban en silencio, ocultos dentro del
caballo de madera.
Cuando terminÓ la fiesta y los habitantes de la ciudad se
quedaron dormidos, Odiseo y $tl$ hombres tomaron sus
S ol y luna O)

armas y descendieron a la ciudad. Rápidamente se diri_


gieron a las puertas y eliminaron a los guardias que las
cuidaban. Las puertas de la ciudad se abrieron y el ejército
griego, que había vuelto en secreto a la costa, pudo entrar por
fin en Troya.
Los griegos mataron sin piedad a todos los troyanos que
encontraron a su paso y que estaban durmiendo sin
sospechar nada. Algunos, sin embargo, consiguieron
despertarse a tiempo y dar la alarma; pronto el combate se
extendió por toda Troya.
Príamo y Hécuba se refugiaron con sus hijas cerca al altar
de Zeus y vieron con tristeza cómo su hermosa ciudad era
destruída. Los fuegos de los incendios se elevaban hacia el
cielo y los gritos de los moribundos llenaban la noche.
Príamo quiso ir en ayuda de su pueblo, pero su esposa lo
retuvo.
—No hay nada que puedas hacer —le dijo—. Ya estás muy
viejo para pelear con los griegos.
—Si Héctor aún viviera —le respondió el rey—, él
podría defendernos.
y los
Los dos reyes permanecieron abrazados en silencio
mientras la ciudad se consumía. No tardaron los griegos en
llegar al palacio y comenzaron a matar a todos los hijos de
Príamo. Incapaz de contenerse ante la muerte de su familia,
Príamo arrojó su lanza contra los griegos, pero estos se 10
llevaron a rastras hasta la puerta del palacio y le cortaro n el
cuello, Su cadáver quedó allí abandonado, en medio de la
destrucciÓn de Troya.

1 20
LOS lié ro cs dioses

Entre tanto, Odiseo y Menelao fueron a la mansiÓn dc


Deífobo en busca de la hermosa Helena. El príncipc troyano
se enfrentó con ellos con su lanza, los hizo retroceder
asustados, pero en ese momento Helena lo apuñaló por la
espalda, tomando venganza por haberse casado con ella por
la fuerza. Menelao corrió entonces a abrazarla y ella lo
recibió llorando, sintiéndose culpable de la destrucciÓn que
la rodeaba.
Sólo un troyano logró evitar la muerte aquella noche.
Ayudado por los dioses, el valiente Eneas defendió la
ciudad hasta el final, resistiendo con sus armas el ataque de
los griegos, Eneas luchó con coraje y mató a todos los
griegos que se atrevieron a enfrentarlo, pero no había nada
que pudiera hacer para salvar a Troya. Cuando Eneas vio

121
que todo estaba perdido, escapó con sus hombres al amparo
de la noche y dejó la ciudad en manos de los griegos.
A la mañana siguiente, los griegos despojaron la ciudad de
todos sus tesoros y se llevaron a las mujeres para que fueran
sus esclavas. Casandra fue sacada a la fuerza del templo de
Atenea y el pequeño hijo de Héctor fue arrojado por Odiseo
desde lo alto de las murallas que por tanto tiempo 10 habían
protegido. La ciudad de Troya fue destruida y con ella el
linaje de Príamo.
Los griegos obtuvieron la victoria, pero los dioses no
perdonaron las atrocidades que cometieron en contra de los
troyanos. Muchos héroes griegos perecieron en el mar cn el
viaje de regreso a sus hogares, muchos encontraron que
habían perdido a sus mujeres o a stl$ padres mientras estaban
ausentes,
0
y los

LOS liéroee, d 1 0 s cs

Nunca más volvieron a reunirse cn un campo de batalla tantos


héroes poderosos y valientes, como aquellos que combatieron y
murieron frente a la ciudad de Príamo. El mundo heroico de la
guerra de Troya había llegado a su
fin.

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