La Iliada
La Iliada
La Iliada
¿Cuál de los dioses incitó la cólera entre ambos? Fue el hijo de Zeus y de Latona.
Irritado contra el rey desde que éste ofendió a Críses, sacerdote de sus altares,
desencadenó contra el ejército tan mortífera peste que pocos soldados se
salvaron.
Todo empezó porque queriendo Crises rescatar a su hija se había presentado ante
las naves griegas ofreciendo una gran cantidad, Se dirigió a todos los griegos, pero
con especial mirada a los dos hijos del Atrida, caudillos de los griegos, y les habló
así:
“Hijos del Atrida, vosotros, los de las hermosas grebas! Pido a los dioses del Olimpo que asaltéis
la orgullosa ciudad de Príamo y después de aniquilarla regreséis felizmente a vuestra patria.
Pero devolvedme a mi hija y aceptad como rescate este premio sagrado, si es que veneráis al
hijo de Zeus, al magnífico Apolo, el hábil arquero cuyas flechas son siempre certeras.
El dios acogió favorablemente su plegaria. Lleno de cólera, Apolo bajó del Olimpo
con el carcaj a la espalda; Al principio solo disparaba contra los mulos y los perros,
pero pronto sus saetas tomaron por blanco a los hombres y por todas partes
empezaron a arder piras llenas de cadáveres.
Durante nueve días las flechas del dios causaron terribles estragos en el ejército.
Al décimo, Aquiles, inspirado por Hera, la diosa de los níveos brazos -que sintió
piedad viendo morir tantos griegos-, reunió al ejército y dijo, dirigiéndose a
Agamenón:
"¡Atrida!, la guerra y la peste nos están destruyendo. Creo que debemos consultar a algún
adivino, a algún sacerdote o intérprete de sueños, y así sabremos la causa de la persecución de
que nos hace víctimas Apolo. Sepamos si nos castiga porque le hacemos pocos sacrificios o
porque se nos olvidó consagrarle algunas de las hecatombes prometidas. Tal vez si quemamos
en su honor algunas cabras y corderillos escogidos nos libraremos de su cólera."
Después dicho esto se sentó. Habló en seguida Calcas, hijo de Testar, que era el
mejor de los augures -conocía lo presente, el pasado y el futuro, y con palabras
reveladoras de su prudencia y sabiduría, dijo:
"¡Oh Aquiles, hombre mortal bien amado de Zeus! Yo te explicaré la razón de la cólera de Apolo,
pero antes jura que me defenderás del hombre que goza aquí de más poder, a quien todos los
griegos obedecen y a quien seguramente indignará mi revelación. Nada tan peligroso para un
súbdito como el rey a quien enoja; pues, aunque al principio oculte sus propósitos, después el
rencor no cesa en él hasta que haya obtenido venganza. Dime, pues, si me salvarás de sufuror."
Replicó Agamenón :
"¡Huye, márchate, pues a esto, a huir, se reduce todo tu valor! ¡Vete, que no he de suplicarte
que te quedes! Tengo otros bravos guerreros que me harán el honor de ayudarme en mi
venganza. Eres el más abominable de los príncipes, porque nunca has hecho otra cosa que
iniciar querellas y luchas, y aunque fuese mucho tu valor, no debes envanecerte, puesto que fue
un dios quien te los dio. Marcha a tu patria con tus navíos y tus hombres y reina sobre los
mirmidones. Nada me importa tu cólera, y escucha bien lo que te digo: si Apolo me quiere
arrebatar a Criseida, acepto; se la enviaré en uno de mis barcos, custodiada por amigos míos.
Pero yo también iré a tu tienda para robarte Briseida. Con ello podrás percatarte de que aquí mi
poder es superior al tuyo. Así, con tu ejemplo, escarmentarán otros y se abstendrán de
hablarme con insolencia y de pretender ponerse a mi altura."
Así dijo el Pelida; y, tirando a tierra el cetro tachonado con clavos de oro, tomó
asiento. El Atrida, en el opuesto lado, iba enfureciéndose. Pero se levantó Néstor,
elocuente orador de los pilios, de cuya boca las palabras fluían más dulces que la
miel, que ya había visto perecer dos generaciones de hombres de voz articulada
que nacieron y se criaron con él en la divina Pilos y reinaba sobre la tercera , y
benévolo los arengó diciendo:
“¡Oh dioses! ¡Qué motivo de pesar tan grande para los griegos! Si Príamo y sus hijos oyeran
vuestra disputa se alegrarían enormemente, y también los demás troyanos. Escuchad mi
consejo, ya que soy más viejo. Yo he tratado hace tiempo con hombres aún más valerosos que
vosotros, y jamás despreciaron mis consejos. […] Lo mejor que podéis hacer vosotros es oírme
también y obedecerme. Ni tú, Agamenón, aunque seas un valiente le arrebates a su amante,
pues se la dieron los griegos como premio; ni tú, Pélida, pretendas disputar con el rey de igual a
igual, pues nunca hubo soberano que empuñara cetro, más digno que él. Tú, como hijo de una
diosa, eres capaz de mayor esfuerzo, él más poderoso porque reina sobre mayor número de
hombres. Atrida aplaca tu cólera, desecha tu ira contra Aquiles, que es para todos los griegos,
su mejor paladín en la guerra.
El rey Agamenón replicó: "Muy oportuno es cuanto acabas de decir. Pero ten en cuenta,
anciano, que este hombre quiere avasallar a todos los demás, gobernarlos y mandarlos, cosa
que alguien no querrá tolerar. Los dioses le hicieron belicoso, pero ¿le dieron también permiso
para inferirultrajes?"
Después de este altercado se disolvió la junta que se celebraba cerca de las naves
aqueas. El hijo de Peleo marchó con Patroclo y otros amigos a sus tiendas y hacia
sus bien provistas naves; en tanto, el Atrida botó su velero, puso veinte nombres
al remo y cargó las víctimas de la hecatombe ofrecidas al dios. Se embarcó
también Criseida, la de la hermosa faz, y tomó el timón el ingenioso Ulises.
Agamenón, que no olvidaba la amenaza que le hizo Aquiles, llamó a sus dos
serviciales heraldos TaItibio y Euríbates y les dijo:
"Id a la tienda de Aquiles, tomad por la mano a Briseida, la del hermoso rostro, y traédmela. Si
se opone a ello, iré yo mismo a quitársela, con algunos guerreros y le será más duro."
Con estas palabras violentas, despidió a los dos heraldos que, contra su voluntad,
caminaron por las orillas del mar hasta las naves y el campamento de los
mirmidones, encontrando al rey cerca de su oscuro navío, a la puerta de su
tienda. Aquiles, al verlos, frunció el ceño y ellos quedaron confusos e inmóviles,
después de hacer una reverencia, sin atreverse a decir nada. Pero el héroe,
comprendiéndolo todo, exclamó:
“¡Salud, heraldos, mensajeros de Zeus y de los hombres! No os turbéis y acercaos, pues no sois
vosotros los culpables, sino Agamenón que os ha enviado para que os llevéis a la joven Briseida.
¡Ea, Patroclo!, llama a esa muchacha y entrégala para que se la lleven. Se testigo de esto ante
los dioses y ante los mortales, lo mismo que ante ese rey despiadado por si alguna vez tienen
que acudir a mí para que los libre de funestos estragos. El furor que llena su corazón le impide
considerar al mismo tiempo el pasado y el futuro, y prever lo necesario para que los griegos se
salven combatiendo junto a los barcos."
Su venerada madre, que se hallaba en el fondo del mar junto a su anciano padre,
emergió de repente, como una niebla, de las espumosas aguas, yendo a sentarse
al lado de Aquiles. Acarició su mano y le habló de esta suerte: "¿Por qué lloras, hijo?
¿Qué pesar te llega al alma? Dime lo que te ocurre sin ocultarme nada."
Dichas estas palabras partió, dejando a Aquiles con el corazón irritado a causa de
la mujer de bella cintura que violentamente y contra su voluntad le habían
arrebatado.