La Iliada

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La Iliada

La guerra de Troya, el que será el tema central de la llíada, el episodio de la cólera


de Aquiles, que tuvo su origen en la disputa de éste con Agamenón, el jefe
supremo de la coalición griega contra Troya.
Patronímico: "Aquiles, es hijo de la diosa Tetis y de Peleo, rey de Ptía, y es el principal
protagonista de la Iliada, poema centrado en el episodio de su cólera. Es el guerrero más
destacado del bando griego, para el que tendrá desastrosas consecuencias su renuncia a
combatir tras la disputa con Agamenón. Junto a los patronímicos Pelida y Eácida (o sea,
"descendiente de Éaco"), sus epítetos más característicos hacen referencia a su velocidad en la
carrera: "de los pies ligeros", "de veloces pies".
Los nombres de "aqueos", "dánaos" o "argivos" designan a los griegos que partieron a
conquistar Troya.
Patronímico: hijo de Atreo. Agamenón, rey de Argos, es el jefe supremo de la coalición griega
contra Troya. La guerra que enfrentó a griegos y troyanos tiene su origen mítico en el juicio de
París y sus consecuencias: En la boda de Tetis y Peleo, la Discordia puso sobre la mesa una
manzana de oro con la leyenda "para la más hermosa", que se disputaban las diosas Hera,
Atenea y Afrodita. El príncipe troyano Paris fue elegido juez de la disputa y ante las ofertas de
Hera (dominio del universo) y Atenea (sabiduría y victoria), aquél optó por los dones de Afrodita
(el amor de la mujer más hermosa, que era Helena). Otorgando el premio a ésta, se ganó el
odio de Hera y Atenea hacia él y los troyanos. Con el favor de Afrodita, Paris, aprovechando una
estancia en Esparta, como huésped del rey Menelao, raptó a su esposa Helena y se la llevó a
Troya. Se organizó entonces una expedición griega para rescatar a Helena y destruir la ciudad
de Troya, bajo el mando supremo a Agamenón.

¿Cuál de los dioses incitó la cólera entre ambos? Fue el hijo de Zeus y de Latona.
Irritado contra el rey desde que éste ofendió a Críses, sacerdote de sus altares,
desencadenó contra el ejército tan mortífera peste que pocos soldados se
salvaron.
Todo empezó porque queriendo Crises rescatar a su hija se había presentado ante
las naves griegas ofreciendo una gran cantidad, Se dirigió a todos los griegos, pero
con especial mirada a los dos hijos del Atrida, caudillos de los griegos, y les habló
así:
“Hijos del Atrida, vosotros, los de las hermosas grebas! Pido a los dioses del Olimpo que asaltéis
la orgullosa ciudad de Príamo y después de aniquilarla regreséis felizmente a vuestra patria.
Pero devolvedme a mi hija y aceptad como rescate este premio sagrado, si es que veneráis al
hijo de Zeus, al magnífico Apolo, el hábil arquero cuyas flechas son siempre certeras.

Todos estaban conformes en aceptar el trato y que se respetase al sacerdote,


aceptando sus ricos presentes. Pero el Atrida Agamenón, se mostró contrario a
ello y dijo amenazador:
“Que no te vuelva yo a encontrar, Crises, porque no te valdrá ni el cetro ni las ínfulas del dios.
Respecto a tu hija, jamás será libre; pasará toda su vida lejos de su patria, en mi palacio de
Argos, trabajando en el telar y compartiendo mi lecho. Retírate, pues, y no me irrites, pues en
ese caso te castigaría duramente.

Al oír esto, el anciano tuvo miedo y obedeció el mandato. Al tiempo que se


alejaba invocó fervorosamente al poderoso Apolo, diciendo:
“¡Oh tú hijo de Latona, la de la hermosa cabellera, atiende mi súplica! ¡Escúchala, señor del
arco de plata y de las flechas mortíferas! Si alguna vez te he sido agradable con los adornos que
dispuse en tu templo, si te he complacido sacrificando en tu honor toros magníficos y hermosas
cabras, atiende mis votos ¡y que tus flechas venguen en los griegos mis sollozos! "

El dios acogió favorablemente su plegaria. Lleno de cólera, Apolo bajó del Olimpo
con el carcaj a la espalda; Al principio solo disparaba contra los mulos y los perros,
pero pronto sus saetas tomaron por blanco a los hombres y por todas partes
empezaron a arder piras llenas de cadáveres.
Durante nueve días las flechas del dios causaron terribles estragos en el ejército.
Al décimo, Aquiles, inspirado por Hera, la diosa de los níveos brazos -que sintió
piedad viendo morir tantos griegos-, reunió al ejército y dijo, dirigiéndose a
Agamenón:
"¡Atrida!, la guerra y la peste nos están destruyendo. Creo que debemos consultar a algún
adivino, a algún sacerdote o intérprete de sueños, y así sabremos la causa de la persecución de
que nos hace víctimas Apolo. Sepamos si nos castiga porque le hacemos pocos sacrificios o
porque se nos olvidó consagrarle algunas de las hecatombes prometidas. Tal vez si quemamos
en su honor algunas cabras y corderillos escogidos nos libraremos de su cólera."

Después dicho esto se sentó. Habló en seguida Calcas, hijo de Testar, que era el
mejor de los augures -conocía lo presente, el pasado y el futuro, y con palabras
reveladoras de su prudencia y sabiduría, dijo:
"¡Oh Aquiles, hombre mortal bien amado de Zeus! Yo te explicaré la razón de la cólera de Apolo,
pero antes jura que me defenderás del hombre que goza aquí de más poder, a quien todos los
griegos obedecen y a quien seguramente indignará mi revelación. Nada tan peligroso para un
súbdito como el rey a quien enoja; pues, aunque al principio oculte sus propósitos, después el
rencor no cesa en él hasta que haya obtenido venganza. Dime, pues, si me salvarás de sufuror."

Aquiles, el de los pies veloces, respondió:


"Dime, Calcas, sin temor alguno el deseo de Apolo, pues juro que nadie, mientras yo viva,
pondrá sobre ti sus manos, ni siquiera Agamenón, que afirma ser el más poderoso."

Animado el augur por estas palabras, dijo sin vacilar:


"No son los votos ni las hecatombes lo que tiene irritado al dios, sino el ultraje que Agamenón
ha inferido a su sacerdote Crises, a quien no devolvió su hija ni aceptó su rescate. Por ello nos
castiga, y no serán los únicos males que nos envíe, pues no dejará de hacenos sentir su poder
hasta que Criseida, la de los bellos ojos, haya sido devuelta a su padre sin premio ni rescate
alguno e inmolemos en Crisa una hecatombe sagrada. Cuando con todo ello le hayamos
aplacado, tal vez se compadecerá de nosotros."

Dichas estas palabras, se sentó.


Agamenón, al oír esto, ciego de cólera y lleno de furor, se levantó y, clavando en
Calcas una mirada siniestra, exclamó:
"¡Augur, nunca me has anunciado nada favorable! Se diría que te complaces anunciando
desgracias. Jamás has dicho cosa buena. Ahora vaticinas que el Arquero nos envía calamidades
porque no quise admitir el rescate de Criseida, Pues bien: sí, la prefiero a Clitemnestra, mi
esposa legítima, ya que no le es inferior en belleza, ni en gracia, ni en inteligencia, ni en
destreza. No obstante, estoy dispuesto a devolverla pues nadie debe dudar que prefiero el
bienestar de mis guerreros a la pérdida de esa mujer. Pero otorgadme al punto otra
recompensa para no ser el unico entre los griegos cuyo valor haya quedado sin galardón, y
puesto que ella era lo único que hasta ahora me había correspondido."

El divino Aquiles respondió, levantándose:


"¡Oh tú, Atrida, el más insaciable de los hombres! ¿Qué otro premio podrían darte los griegos
generosamente? ¿Es que tenemos botín que podamos repartir? Todo lo que saqueamos en las
ciudades vencidas está ya repartido y no sería justo querer recuperarlo. Entrega la joven; y si
algún día logramos conquistar la bien fortificada Troya, te recompensaremos con
magnificencia."
"Es inútil, divino Aquiles, que pretendas con hermosas promesas -replicó Agamenón- ocultar tu
pensamiento. Eres valiente, pero no sagaz para convencerme, ni hábil para burlarme. Vosotros
ya disfrutáis del premio concedido a vuestro mérito y. no pretenderás que yo renuncie al mío
entregando a Criseida. Únicamente accederé si los griegos me dan otra mujer que valga lo que
ella y me satisfaga como ella; de lo contrario, te robaré la tuya o me llevaré la de Ulises, y
entonces verás arder la furia de aquel a quien le toque. “

El rápido Aquiles, mirándole con infinita ira, replicó:


"¿Cómo es posible, avaro insaciable, cuya codicia y egoísmo se lee en tu frente como en un
espejo, que los griegos se sometan voluntariamente a tus órdenes? Yo no he venido aquí a
luchar para tomar venganza de los troyanos; nunca me ofendieron ni me robaron mis vacas ni
mis caballos. ¿Habríamos de seguirte a ti, desvergonzado, cara de perro, yo y los míos sólo para
que te dieras el gusto de vengar un agravio a tu honra? Sin tener esto en cuenta ni guardarnos
la menor consideración, aún tienes la osadía de amenazar con despojarme de lo que los griegos
me dieron como premio por mi valor. ¡Jamás al saquear una ciudad obtuve yo un botín igual al
tuyo, a pesar arrastrar mayores peligros! Tus recompensas, al hacerse el reparto, son siempre
mayores que las mías, teniendo yo que regresar a mis naves con lo poco que se me concede
después de arriesgar mi vida en los combates. A Ptía, pues, me vuelvo con mis barcos; que no
voy a quedarme aquí sin el menor beneficio, únicamente para proporcionarte a ti, honor y
riquezas’’

Replicó Agamenón :
"¡Huye, márchate, pues a esto, a huir, se reduce todo tu valor! ¡Vete, que no he de suplicarte
que te quedes! Tengo otros bravos guerreros que me harán el honor de ayudarme en mi
venganza. Eres el más abominable de los príncipes, porque nunca has hecho otra cosa que
iniciar querellas y luchas, y aunque fuese mucho tu valor, no debes envanecerte, puesto que fue
un dios quien te los dio. Marcha a tu patria con tus navíos y tus hombres y reina sobre los
mirmidones. Nada me importa tu cólera, y escucha bien lo que te digo: si Apolo me quiere
arrebatar a Criseida, acepto; se la enviaré en uno de mis barcos, custodiada por amigos míos.
Pero yo también iré a tu tienda para robarte Briseida. Con ello podrás percatarte de que aquí mi
poder es superior al tuyo. Así, con tu ejemplo, escarmentarán otros y se abstendrán de
hablarme con insolencia y de pretender ponerse a mi altura."

Al oir Aquiles semejantes palabras, la rabia y el dolor oprimieron su corazón y


dudó un momento entre sacar la espada y abrirse paso entre los nobles y
capitanes que allí estaban y matar a Agamenón o reprimir su ira y callar. Pero
mientras su pensamiento vacilaba, y cuando ya había echado mano de la espada,
Atenea descendió de los Cielos, enviada por Hera. Se colocó detrás del Pélida y
dio un pequeño tirón a su cabellera, apareciéndose únicamente a él. Sorprendido
Aquiles, se volvió, y reconociendo a Palas Atenea, cuyos ojos relucían de una
manera terrible le dijo:
"¿Por qué te presentas aquí en este instante, hija de Zeus? ¿Has venido para oír los insultos que
me dirige Agamenón, hijo de Atreo? Pues espera y verás cómo su insolencia le cuesta la vida."
"He venido para calmar tu cólera” contestó la diosa de los ojos brillantes.- “me envía Hera, la
diosa de los níveos brazos, que os ama a ambos y por vosotros se interesa. Cesa de pelear, no
desenvaines la espada e injúrialo de palabra como te parezca. Lo que voy a decir se cumplirá:
Por este ultraje se te ofrecerán un día espléndidos presentes y por triplicado. Domínate y
obedece a los dioses.

Contestó, Aquiles, el de los pies ligeros:


“Debo obedecerte, oh diosa, aunque el corazón esté muy irritado. Es lo mejor que puede hacer
quien desee la protección de los dioses”.

Y obedeciendo a Atenea envainó la enorme espada. Conseguido esto, la diosa


regresó al Olimpo. Pero Aquiles, no calmado en su cólera, insultó nuevamente al
Atrida con injuriosas voces:
“¡Borracho, que tienes ojos de perro y corazón de ciervo! ¡Cobarde! Incapaz de combatir al
frente de un ejército, ni de luchar junto a los valientes griegos, muestras sin vergüenza tu
cobardía siempre temeroso de la traición y de la muerte. En cambio, maltratas y robas a los
tuyos si no se te humillan; oprimes a tu pueblo y mandas a un rebaño de gentes viles. De no ser
así, el ultraje que me has hecho iba a ser el último. Oye bien lo que voy a decirte. Juro que
llegará el día en que los griegos necesitarán a Aquiles, y tú, aunque te aflijas, no podrás
socorrerlos cuando muchos sucumban y perezcan a manos de Héctor, el exterminador de
hombres. Entonces te atormentará el remordimiento por no haber tratado dignamente al más
valeroso de los griegos”.

Así dijo el Pelida; y, tirando a tierra el cetro tachonado con clavos de oro, tomó
asiento. El Atrida, en el opuesto lado, iba enfureciéndose. Pero se levantó Néstor,
elocuente orador de los pilios, de cuya boca las palabras fluían más dulces que la
miel, que ya había visto perecer dos generaciones de hombres de voz articulada
que nacieron y se criaron con él en la divina Pilos y reinaba sobre la tercera , y
benévolo los arengó diciendo:
“¡Oh dioses! ¡Qué motivo de pesar tan grande para los griegos! Si Príamo y sus hijos oyeran
vuestra disputa se alegrarían enormemente, y también los demás troyanos. Escuchad mi
consejo, ya que soy más viejo. Yo he tratado hace tiempo con hombres aún más valerosos que
vosotros, y jamás despreciaron mis consejos. […] Lo mejor que podéis hacer vosotros es oírme
también y obedecerme. Ni tú, Agamenón, aunque seas un valiente le arrebates a su amante,
pues se la dieron los griegos como premio; ni tú, Pélida, pretendas disputar con el rey de igual a
igual, pues nunca hubo soberano que empuñara cetro, más digno que él. Tú, como hijo de una
diosa, eres capaz de mayor esfuerzo, él más poderoso porque reina sobre mayor número de
hombres. Atrida aplaca tu cólera, desecha tu ira contra Aquiles, que es para todos los griegos,
su mejor paladín en la guerra.
El rey Agamenón replicó: "Muy oportuno es cuanto acabas de decir. Pero ten en cuenta,
anciano, que este hombre quiere avasallar a todos los demás, gobernarlos y mandarlos, cosa
que alguien no querrá tolerar. Los dioses le hicieron belicoso, pero ¿le dieron también permiso
para inferirultrajes?"

Interrumpió el divino Aquiles a Agamenón y le dijo: "Me llamarían vil y cobarde si me


sometiera tus órdenes. Manda a otros, yo no quiero obedecerte. Y has de saber, y fija esto en
tu memoria, que no he de combatir con mis manos, ni contigo, ni con nadie, por aquella mujer,
puesto que al fin me quitáis lo que me disteis. Pero de lo que guardo en mi nave negra, nada te
llevarás contra mi voluntad. Si lo quieres, anda, inténtalo y que todos los presentes también lo
vean. Tu pútrida sangre correrá en seguida por mi lanza."

Después de este altercado se disolvió la junta que se celebraba cerca de las naves
aqueas. El hijo de Peleo marchó con Patroclo y otros amigos a sus tiendas y hacia
sus bien provistas naves; en tanto, el Atrida botó su velero, puso veinte nombres
al remo y cargó las víctimas de la hecatombe ofrecidas al dios. Se embarcó
también Criseida, la de la hermosa faz, y tomó el timón el ingenioso Ulises.
Agamenón, que no olvidaba la amenaza que le hizo Aquiles, llamó a sus dos
serviciales heraldos TaItibio y Euríbates y les dijo:
"Id a la tienda de Aquiles, tomad por la mano a Briseida, la del hermoso rostro, y traédmela. Si
se opone a ello, iré yo mismo a quitársela, con algunos guerreros y le será más duro."

Con estas palabras violentas, despidió a los dos heraldos que, contra su voluntad,
caminaron por las orillas del mar hasta las naves y el campamento de los
mirmidones, encontrando al rey cerca de su oscuro navío, a la puerta de su
tienda. Aquiles, al verlos, frunció el ceño y ellos quedaron confusos e inmóviles,
después de hacer una reverencia, sin atreverse a decir nada. Pero el héroe,
comprendiéndolo todo, exclamó:
“¡Salud, heraldos, mensajeros de Zeus y de los hombres! No os turbéis y acercaos, pues no sois
vosotros los culpables, sino Agamenón que os ha enviado para que os llevéis a la joven Briseida.
¡Ea, Patroclo!, llama a esa muchacha y entrégala para que se la lleven. Se testigo de esto ante
los dioses y ante los mortales, lo mismo que ante ese rey despiadado por si alguna vez tienen
que acudir a mí para que los libre de funestos estragos. El furor que llena su corazón le impide
considerar al mismo tiempo el pasado y el futuro, y prever lo necesario para que los griegos se
salven combatiendo junto a los barcos."

Así habló Aquiles. Patroclo, comprendiendo el mandato de su amigo sacó de la


tienda a Briseida, y se la entregó a los heraldos para que se la llevaran. La
muchacha iba con ellos de mala gana. Aquiles prorrumpió en sollozos y
alejándose de sus compañeros se sentó a la vera del espumoso mar, con la vista
fija en el océano inmenso y las manos extendidas dirigió a su madre fervorosas
súplicas:
"¡Madre!, ya que me pariste, destinado a vivir poco, Zeus debía velar por mi honra y jamás lo
hace .El poderoso Atrida Agamenón me ultraja y se ha llevado consigo el premio que me
dieron."

Su venerada madre, que se hallaba en el fondo del mar junto a su anciano padre,
emergió de repente, como una niebla, de las espumosas aguas, yendo a sentarse
al lado de Aquiles. Acarició su mano y le habló de esta suerte: "¿Por qué lloras, hijo?
¿Qué pesar te llega al alma? Dime lo que te ocurre sin ocultarme nada."

Aquiles, murmuró entre profundos suspiros:


"Si lo sabes ¿por qué he de relatarte lo que ya conoces? A la hija de Crises, a Criseida, una ligera
nave la conduce juntamente con las ofrendas para el dios. En cambio, la hija de Brises, que
recibí de los griegos en premio a mi valor, me ha sido arrebatada por unos heraldos de
Agamenón. Ayúdame tú si puedes, sube al Olimpo y ruega por mí a Zeus. Abraza sus rodillas,
recuérdale lo que entonces hiciste por él y dile que socorra a los troyanos para que derroten a
los griegos, y los obliguen a reembarcar después de innumerables bajas o mejor les hagan
perecer juntamente con sus barcos. Así verán lo que les ocurre por culpa de su rey y el Atrida
comprenderá el error que cometió al agraviar al mejor de los griegos."

Le respondió en seguida Tetis, derramando lágrimas:


“¡Ay, hijo mío! ¿Por qué te he criado, si en hora aciaga te di a luz? ¡Ojalá estuvieras en las naves
sin llanto ni pena, ya que tu vida ha de ser corta, de poca duración! Yo misma iré al nevado
Olimpo y hablaré a Zeus. Tú quédate en las naves, conserva la cólera contra los aqueos y
abstente por entero de combatir. Ayer se marchó Zeus al Océano, al país de los probos etíopes,
para asistir a un banquete, y todos los dioses lo siguieron. De aquí a doce días volverá al Olimpo
.Entonces acudiré a la morada de Zeus; le abrazaré las rodillas, y espero que lograré
persuadirlo.

Dichas estas palabras partió, dejando a Aquiles con el corazón irritado a causa de
la mujer de bella cintura que violentamente y contra su voluntad le habían
arrebatado.

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