Mitos Migraciones (Hasta El 3)

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Mito 1: “Los migrantes no realizan tareas esenciales

y les quitan los mejores trabajos a los argentinos”


Por Organización Internacional para las Migraciones (OIM)*
Aunque la migración es constitutiva de nuestras sociedades y los desplazamientos son tan
antiguos como la humanidad, prima la idea de que la migración es un problema reciente,
una amenaza. En el Día Internacional del Migrante, la Organización Internacional para las
Migraciones (OIM) y el Dipló publican el primero de una serie de seis artículos que
buscarán desmontar algunos de los principales mitos relacionados con las migraciones en
Argentina.

En Argentina, el camino por la ampliación de los derechos de las personas migrantes es


sinuoso. Si bien a la fecha se han zanjado algunas deudas con la población migrante, otras
siguen pendientes. Una de ellas es el reconocimiento de la indispensabilidad del trabajo de
las personas migrantes. Esta verificación no es sólo del orden de lo ético, sino que requiere
de un anclaje material en legislaciones y políticas públicas que garanticen el trabajo digno y
en igualdad de condiciones entre las personas migrantes y las nativas.

De los 2,2 millones de los migrantes internacionales que se estiman actualmente en


Argentina, el 84,9% proviene de América Latina y el 49% se ocupa en trabajos no
registrados (1). En línea con este último dato, la Encuesta Nacional Migrante de Argentina
(ENMA) de 2020 registró que el 37% de la población migrante tiene una situación laboral
inestable o se encuentra desocupada. En un país donde la tasa de desocupación es de 9,6%
y la de empleo no registrado alcanza el 31,5% de la población (2), estas condiciones
adversas de la realidad sociolaboral afectan a todo el campo trabajador, pero lo hacen con
especial fuerza sobre las personas migrantes.

Las corrientes migratorias internacionales presentes en este país se han ido consolidando al
compás de una forma particular de segmentación del mercado laboral –es decir, de la
diferenciación de la fuerza de trabajo– que concentra a ciertas personas en cierto tipo de
empleos en función de la intersección del género, la edad, la racialización, el origen étnico
o nacional, el estatus legal y toda la amplia red de relaciones sociales en las que está inserta
una persona. De esta manera, en Argentina se ha construido un mercado de trabajo para
migrantes que abarca el comercio, la construcción y el servicio doméstico, sectores que
representan el 53% de las ocupaciones (3), junto a la agricultura, la confección textil y
otros trabajos de cuidados (4). Se trata de sectores relativamente desatendidos por la
población nativa y ocupados por personas migrantes principalmente de América Latina,
pero también del Caribe, África y Asia.

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La pandemia

Antes del inicio de la pandemia, las dificultades más frecuentes que encontraban las
personas migrantes que habitan en Argentina se relacionaban justamente con la
informalidad. Al ser cruzada por la irregularización migratoria y la racialización del
mercado de trabajo, limita aún más los sectores laborales a los que estas personas pueden
acceder y aumenta las condiciones de desprotección social en las que trabajan. Cabe
destacar que, según datos de la ENMA, el 35% de las personas migrantes no consiguieron
trabajos para los que tienen formación específica o experiencia previa, entre otras causas,
por no tener DNI, por dificultades en convalidar sus títulos y por discriminación. El Mapa
Nacional de la Discriminación de 2013 elaborado por el INADI (5) reveló que en Argentina
la xenofobia afecta específicamente a las personas migrantes latinoamericanas, africanas y
asiáticas, y que en Buenos Aires la discriminación por nacionalidad o condición migrante y
por color de piel es dominante.

Los impactos drásticos de la pandemia no fueron parejos en todos los sectores sociales.
Algunos, como las personas migrantes, ingresaron con mucha desventaja en esta crisis e
inmediatamente vieron afectadas múltiples dimensiones de sus vidas de manera extrema.
En efecto, según datos de la ENMA, el 53% de las personas migrantes consultadas vio
interrumpido su trabajo y perdió su fuente de ingresos durante el aislamiento obligatorio.
Asimismo, en el informe elaborado por Agenda Migrante 2020 se señala que el 13% de
quienes vieron su trabajo parcialmente interrumpido sufrieron asimismo una reducción
significativa de sus ingresos (6).

Las personas migrantes también experimentan diversos tipos de discriminación en tiempos


de pandemia. Durante la primera mitad de 2020, algunos autores (7) identificaron una
dinámica de discriminación dirigida, primero, a viajantes que volvían del exterior y a
personal de salud vinculado a la atención de pacientes con Covid-19, y luego orientada a
personas vulnerabilizadas, entre ellas a trabajadores migrantes.

Aunque la población migrante en Argentina históricamente se integra en condiciones


desventajosas a sectores fundamentales de la economía, su labor es poco reconocida,
especialmente durante el aislamiento obligatorio. En este contexto, trabajadores y
trabajadoras migrantes de la salud, de los cuidados, de la agricultura y de los servicios
nutrieron la fuerza de trabajo de actividades consideradas “esenciales”, garantizando las
condiciones necesarias para que otros pudieran cumplir el aislamiento. Sin embargo, las
propias condiciones de trabajo de las personas migrantes nuevamente fueron de gran
desprotección. A las bajas remuneraciones se sumaron las extensas jornadas laborales y los
altos riesgos de contagio (8).

Esenciales para curarnos

Según datos de la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes


de Venezuela (R4V), en julio de 2020 había 179.069 personas de este origen en Argentina,
una cifra que ha crecido rápidamente desde su llegada al país en 2015. Si bien tienen

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diferentes proyectos migratorios, se destaca un perfil de personas jóvenes calificadas,
quienes originalmente tenían planes de estudio o inserción laboral. Algunas los han
concretado, pero otras han sufrido procesos de desclasamiento social, como señalan
Mallimaci Barral y Pedone (9), en tanto encontraron menos oportunidades de inserción
profesional y en condiciones de mayor precarización. De acuerdo a la ENMA, el 54% tiene
un trabajo no registrado en el sector de servicios, con salarios que apenas superan el
mínimo.

En un reciente informe de la Organización Internacional del Trabajo sobre el aporte de las


personas migrantes venezolanas en los servicios esenciales de salud de seis países de
América Latina durante la pandemia, se destaca su labor en “la primera línea de batalla”
contra el virus (10). En Argentina, la Asociación Civil de Médicos Venezolanos incluye
1.667 profesionales de este origen y 1.557 enfermeros. En ambos casos las mujeres son
mayoría. Estos números -que se estiman podrían ser mayores- se traducen en personas
altamente capacitadas para superar el déficit de personal sanitario en los momentos
cruciales de la pandemia. Sin embargo, se trata de profesionales que hasta ahora no habían
podido incorporarse plenamente al mercado de trabajo por diversas trabas de la política
migratoria, relativas a la regularización de su estatus migratorio, la convalidación de títulos
y la habilitación para ejercer su profesión. Sólo el 6% tenía un trabajo vinculado a la salud
en Argentina.

Para hacer frente al posible colapso del sistema de salud, el decreto de emergencia sanitaria
promulgado por el Gobierno Nacional al comienzo de la pandemia dispuso la contratación
temporal y transitoria de profesionales de la salud argentinos y extranjeros,
independientemente de contar o no con los documentos habilitantes. Según la Asociación
de Médicos Venezolanos, se contraron unas 350 personas que finalmente pudieron ejercer
su profesión en el país.

Sin embargo, el informe de la OIT revela que las condiciones laborales y de seguridad en el
trabajo no respetaban sus derechos. Contaban, por ejemplo, con equipos de protección
personal insuficientes, no estaban cubiertos por un seguro de vida en caso de fallecimiento
por coronavirus. Además, se veían obligados a desempeñar jornadas largas y extenuantes,
se produjo una mayor contratación de médicos varones que de mujeres y obtuvieron
remuneraciones más altas quienes tenían títulos convalidados.

Esenciales para cuidarnos

Otro de los sectores de la primera línea de los trabajos esenciales en Argentina durante el
2020 fue el de las tareas de cuidado: garantizar la continuidad del trabajo de cuidado
supuso la posibilidad misma de mantener la cuarentena y el teletrabajo de los empleos
considerados “no esenciales”.

Según datos de la Encuentra Nacional de Trabajadores sobre Condiciones de Empleo,


Trabajo, Salud y Seguridad de 2018 (11), hay 1,4 millones de personas –en su mayoría

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mujeres– ocupadas en el trabajo doméstico y de cuidado en Argentina, de las cuales 9,1%
son migrantes de países limítrofes (Bolivia y Paraguay), Perú y República Dominicana.

Si bien el decreto que dispuso el aislamiento obligatorio estableció como actividad esencial
únicamente a quienes asisten y cuidan de personas con discapacidad, mayores, niños y
adolescentes, la Encuesta a Trabajadoras/es de Casas Particulares y su situación laboral en
el contexto de aislamiento reveló que el 6,9% de las trabajadoras consultadas cumplió tanto
tareas de cuidado como tareas generales de limpieza y otras típicas del hogar. Las personas
migrantes del sector doméstico temieron perder su ingreso o su trabajo si no acataban las
demandas laborales de sus empleadores. Entre quienes cuidan ancianos se sumó el estrés
adicional por el miedo a contagiarlos (12). Además, quienes vieron su situación más
perjudicada fueron las trabajadoras migrantes no registradas, expuestas a sufrir
arbitrariedades.

A las tareas domésticas también se suman las de cuidado comunitario, en las que las
personas migrantes tienen una importante participación. Sostener el funcionamiento de
organizaciones sociales y comunidades de apoyo en el contexto de aislamiento, como
comedores y asociaciones de migrantes, fue crucial para garantizar atención y alimentación
a quienes no podían “quedarse en casa”, sin distinción de origen.

Esenciales para alimentarnos

La región metropolitana sur de Buenos Aires (La Plata, Berazategui y Florencio Varela)
alberga el cordón hortícola más grande de Argentina, que abastece el principal centro de
consumo del país. Según datos del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, allí se
produce el 72% de las hortalizas que se comercializan en el Mercado Central de Buenos
Aires y se envían a otras provincias (13). La producción es de tipo familiar,
tradicionalmente a cargo de población migrante de Portugal, Italia y Japón. Desde la década
de 1980 se destaca la producción familiar de personas migrantes de Bolivia, quienes
garantizan grandes volúmenes de alimentos frescos, aunque en condiciones de desventaja
respecto a otros actores del sistema productivo.

A un mes de iniciada la cuarentena, estos productores bolivianos donaron verduras a


quienes más las necesitaban (14). En una de las iniciativas que se conocieron, algunas
familias aportaron cajones de lechuga, acelga, tomate, berenjena, espinaca, entre otros
productos de su cosecha, sumando 10 toneladas de verdura que fueron llevadas a dos
hospitales del partido de La Plata, a comedores y a otros puntos de cuidado comunitario de
la zona. Ángel Gutiérrez, uno de los productores bolivianos que puso a disposición su casa
como lugar de acopio de la mercadería donada, resumió la mirada de estas familias:
“Tenemos una responsabilidad porque somos una de las actividades autorizadas y porque la
producción tiene que seguir llegando a los hogares”.

Otra dinámica, aún menos visibilizada, es la de los trabajadores migrantes de provincias del
noroeste argentino hacia Mendoza y Río Negro, donde se desempeñan en la cosecha
estacional de frutas y verduras, que fueron exceptuadas del decreto de aislamiento. Con

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matices particulares, como muestran Trpin, Ataide y Moreno (15), su continuación fue
sostenida por trabajadores “golondrina”.

Reconocimiento, interdependencia y reciprocidad

El reconocimiento del trabajo de las personas migrantes, su presencia en espacios vitales


que sostienen al país y al mundo, requiere una mirada relacional a escala más micro y
humana. Personas migrantes y nativas son parte de un entramado conjunto que se favorece
del funcionamiento recíproco.

En esta línea, la presencia de población migrante en actividades esenciales durante la


pandemia merece mayor atención, ya que el sostenimiento de estas actividades se debió en
buena medida a mujeres y varones migrantes que siguieron adelante a pesar de las
restricciones y desigualdades a las que se enfrentan.

La pandemia acentuó la desigualdad estructural y dejó expuesta, una vez más, la brecha en
el acceso a derechos entre migrantes y población nativa. En Argentina se han producido
avances a favor de una perspectiva migratoria en la legislación, por ejemplo, para mitigar el
impacto negativo de la pandemia entre la población migrante –como atestiguan, entre otras
medidas, el decreto para la incorporación de personal migrante en el sistema de salud o la
reciente eliminación de la palabra “extranjero” antes señalada en rojo de todos los DNI de
personas migrantes–, pero aún queda trabajo por hacer. Por ello, considerar las
singularidades de la condición migratoria, como así también las iniciativas y soluciones que
las propias comunidades migrantes ponen en práctica, potenciaría la perspectiva de
derechos de las políticas públicas y favorecería su participación ciudadana.

Es necesario reconocer ya no sólo del “aporte” de las personas migrantes a nuestra


sociedad, sino también, como sostiene Magliano (16), la “compartencia, solidaridad e
interdependencia” que permite la vida. Y así tal vez se comprenda finalmente el punto de
partida y sus implicancias: migrar no sólo es un hábito humano, es un derecho.

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Mito 2: “Los migrantes abusan del sistema de salud

argentino”
Por Organización Internacional para las Migraciones (OIM)*
Las estadísticas muestran que los migrantes no constituyen un gasto significativo
para el sistema de salud argentino, ni siquiera en las zonas de frontera. Aunque
los datos son claros, y aunque la atención de salud es un derecho contemplado en
la ley, la idea de abuso reaparece periódicamente en el discurso público. Esta es
la segunda nota del proyecto conjunto entre la Organización Internacional de las
Migraciones (OIM) y el Dipló, que busca desmontar los principales mitos de las
migraciones en Argentina.
Max Ernst

Para conservar la vida es elemental proteger la salud. Sin embargo, en Argentina -como en
el resto del mundo- es muy frecuente que se asocie de manera lineal un supuesto colapso
del sistema de salud con el uso que hacen del mismo las personas migrantes. Existe, en
general, un cuestionamiento sobre el acceso de la población migrante a los servicios de
salud pública, aunque esto constituya un derecho plasmado en la legislación nacional.

La identificación entre migración y salud en clave de amenaza no es nueva en Argentina. A


fines del siglo XIX y principios del XX, en plena consolidación del proyecto de Estado-
nación del que la migración de ultramar fue parte central, se establecieron las primeras
restricciones a la inmigración europea basadas en criterios de salubridad y control de
enfermedades (1). Durante el siglo XX, los discursos sobre los inmigrantes como agentes
de difusión de ciertas enfermedades (fiebre amarilla y dengue, entre otras) adquirieron una
gran influencia, ingresando incluso a la agenda del Ministerio de Salud (2). Pero fue sobre
todo durante la década de 1990, en pleno auge del neoliberalismo, cuando se instaló la
culpabilización de las personas migrantes por la pauperización del sistema de salud,
fenómeno que en realidad respondía a las reformas ortodoxas iniciadas décadas antes por
los gobiernos de facto.

El supuesto colapso general de los servicios públicos fue terreno fértil para avivar viejos
estereotipos. Bajo una lógica de la escasez de recursos (3) que contribuyó a avalar la idea
de abuso, en la etapa neoliberal de los 90, tal como había sucedido un siglo antes con los
migrantes provenientes de Europa, la migración de países limítrofes, como Bolivia y
Paraguay, fue acusada de usurpar y desfinanciar los servicios de salud, además de causar
enfermedades infecto-contagiosas (4). Tiempo más tarde, en 2018, un discurso similar

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volvió a instalarse, a partir de diversos proyectos de ley que buscaban restringir el derecho
a la salud de la población migrante mediante el cobro de aranceles a los no residentes.

En general, a lo largo del siglo XX se ha profundizado un proceso de exclusión social que


se apoyó parcialmente en un mecanismo de responsabilización, el cual, con significantes
diversos, se resume en la idea de que “el otro” se aprovecha de “nosotros”. Esta premisa no
hace más que fomentar la xenofobia y desviar la agenda política de las normas que regulan
la vida en sociedad (5). Además de reforzar el odio al extranjero en clave étnico-nacional,
este mecanismo contiene un clivaje de clase. La idea que subyace es simple: “el Estado,
con la plata de quienes contribuyen con sus impuestos, le paga la salud a los inmigrantes”.

Derecho a la salud

En 1946 la Organización Mundial de la Salud estableció en el Preámbulo de su


Constitución que el “goce del grado máximo de salud que se pueda lograr es uno de los
derechos fundamentales de todo ser humano sin distinción de raza, religión, ideología
política o condición económica o social” (6).

Este y otros instrumentos internacionales que resguardan la vida y la salud humana sin
distinción están incorporados en la Constitución Nacional e inspiraron también la redacción
de dos artículos fundamentales de la Ley Nacional de Migraciones, que prevén que “el
Estado en todas sus jurisdicciones asegurará el acceso igualitario a los inmigrantes y sus
familias en las mismas condiciones de protección, amparo y derechos de los que gozan los
nacionales, en particular en los referido a servicios sociales, bienes públicos, salud,
educación, justicia, trabajo, empleo y seguridad social”. Asimismo, “no podrá negársele o
restringírsele en ningún caso, el acceso al derecho a la salud, la asistencia social o atención
sanitaria a todos los extranjeros que lo requieran, cualquiera sea su situación migratoria.
Las autoridades de los establecimientos sanitarios deberán brindar orientación y
asesoramiento respecto de los trámites correspondientes a los efectos de subsanar la
irregularidad migratoria”.

Esta ley fue aprobada en 2004 como parte de un largo proceso de consenso y trabajo
conjunto de organizaciones de migrantes y de la sociedad civil. Marcó un punto de
inflexión en la política migratoria y posicionó a la Argentina como una referente regional
internacional por sus estándares en materia de derechos humanos (7). La garantía de
derechos sociales que prevé la norma, entre ellos el acceso a la atención médica bajo los
principios de justicia, equidad y universalidad que caracterizan al sistema público de salud
argentino, es considerada una conducta normativa y ejemplar, distinguida a nivel
internacional.

A pesar de la existencia de este marco regulatorio modelo, la fragilidad del derecho a la


atención de la salud de las poblaciones migrantes es notoria y se encuentra minada, entre
otros factores, por las históricas asociaciones erróneas sobre migración y salud. Erróneas
porque, si a los números nos remitimos, estos indican que el gasto destinado a la atención
en salud de migrantes internacionales en Argentina es marginal.

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Uso, no abuso

Un informe de la Fundación Soberanía Sanitaria (8) analiza las prestaciones de salud


brindadas a personas con residencia habitual fuera de Argentina a través de los datos de
nacidos vivos y egresos hospitalarios, que dan cuenta de mujeres embarazadas e
internaciones entre la población migrante. En base a las estadísticas del Anuario Estadístico
del Ministerio de Salud de la Nación, el informe muestra que en 2016 sólo el 0,03% del
total de nacidos vivos (219 de 728.035) tenían madres que residían habitualmente en el
extranjero. En relación a los egresos hospitalarios, el informe indica que en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires sólo el 0,04% de las personas egresadas tenía su residencia
habitual en el extranjero (72 personas de 180.339).

En otras palabras, no es cierto que personas residentes en otros países vengan a Argentina a
atenderse usufructuando el sistema de salud. Estos datos se confirman en la provincia de
Jujuy, donde el cruce fronterizo Bolivia-Argentina es una práctica habitual. En esta
provincia, de 12.681 personas nacidas vivas en 2016 solo 56 (0,44%) tenían madres con
residencia extranjera, mientras que, de 47.147 egresos hospitalarios, sólo 132 personas
(0,29%) residían fuera del país (9). El informe también aclara que prestaciones de salud
costosas, como trasplantes de órganos y tratamientos oncológicos, requieren DNI argentino,
requisito que limita el acceso a ciertas categorías de migrantes.

Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en el gasto


público social nacional de 2015 del Ministerio de Salud de la Nación concentró sólo el
2,9% de sus recursos a las personas migrantes, ubicándose entre las instituciones que
menos recursos destinaron a tal fin (10).

Por su parte, la Encuesta Nacional Migrante de Argentina (ENMA) (11) arroja datos
complementarios que muestran que el tipo de cobertura de salud a la que accede la
población migrante varía con los años de residencia en el país. Quienes llevan más de una
década en Argentina han tenido más posibilidades de insertarse en empleos registrados, lo
que les permite acceder con mayor frecuencia a obras sociales, prepagas y al PAMI, en el
caso de los jubilados y pensionados, lo cual redirige la atención sanitaria fuera del sistema
público. Otro dato a destacar indica que el 8% de las personas migrantes encuestadas nunca
acudió a atenderse al sistema de salud nacional. Entre quienes viven hace menos de 5 años
en Argentina esta cifra asciende al 16%, e incluso hay gente que vive hace más de 5 años y
nunca se atendió en el sistema de salud, destacándose esta situación en el Área
Metropolitana de Buenos Aires.

La ENMA también señala que los migrantes recientes son quienes más dependen del
sistema público de salud. Esto se debe a una inserción laboral en condiciones de
informalidad y precarización que restringe el acceso a beneficios laborales como la obra
social. En línea con esto, hay que recordar que para lograr el sustento diario y sostener sus
proyectos migratorios muchas de estas personas anteponen el trabajo a otros aspectos de su
vida, postergando incluso la atención de su salud. En otras ocasiones, las personas en
situación migratoria irregular pueden incluso evitar acudir a centros de salud por miedo a

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exponerse frente a las autoridades (12). Asimismo, algunas personas migrantes también
practican otras formas de cuidado de la salud, acudiendo a redes de autocuidado, siguiendo
recomendaciones familiares o poniendo en práctica saberes de medicina tradicional
transmitidos intergeneracionalmente (13). Esto desmiente también el argumento falaz de
que las personas migrantes abusan del sistema de salud argentino.

La pandemia

La ENMA señala que el estado de la salud de la población migrante en la Argentina no es


peor que el de la población no migrante con un perfil similar. El 63% de las personas
migrantes encuestadas declaró no tener ninguna enfermedad crónica. Sin embargo, si nos
remitimos al impacto de Covid-19 entre la población migrante, los datos arrojados por
informes preliminares no son tan auspiciosos e indican mayor tasa de contagios y
fallecimientos entre las personas migrantes y/o afrodescendientes. Hacia septiembre de
2020, de 749.014 casos confirmados de Covid-19, el 7% correspondía a personas
migrantes, mientras que 2.731 de las mismas había fallecido por esa enfermedad, lo que
corresponde al 11% de las muertes por el virus. Esto implica una mayor tasa de letalidad
que el promedio de la población argentina (14). Según datos de la ENMA, los mayores
contagios se dieron en edades económicamente activas, lo cual puede deberse a la
necesidad de salir a trabajar a pesar del virus.

Por otro lado, tal como fue mencionado en otros artículos (15), las personas migrantes
participaron activamente para derrotar al COVID-19, contribuyendo al sistema de salud
argentino. En particular, la promulgación del decreto 260/20 permitió, excepcionalmente,
contar con la contribución de profesionales y técnicos de la salud migrantes titulados en el
extranjero y que por diversos motivos aún no contaban con la reválida necesaria para
ejercer en la Argentina.

¿Cómo desarticular el chivo expiatorio?

La necesidad de atención médica o la experiencia de enfermedad no son motivos


prioritarios para migrar. Por lo tanto, no se puede asociar de modo concluyente la condición
de migrante con la necesidad de atención de la salud en el lugar de destino. Las operaciones
discursivas que históricamente alimentaron el mito de la responsabilidad migrante en el
desfinanciamiento de los servicios de salud o la importación de enfermedades buscaron
desplazar el foco del origen de los problemas subyacentes. Es necesario disipar las
percepciones negativas sobre las poblaciones migrantes, lo cual implica aprender a tramitar
tensiones propias de sociedades cada vez más heterogéneas y articular de manera
respetuosa las diversas necesidades, expectativas, demandas y respuestas que surgen en
ella.

Para abordar las necesidades de salud de las personas migrantes en Argentina es necesario
difundir y consolidar el reconocimiento de este derecho fundamental, que instaura efectos
de justicia e igualdad que impactan positivamente en el conjunto de la sociedad. Empezar
subsanando el desconocimiento general de la Ley de Migraciones sería un primer paso, que

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podría darse incorporándola a la formación del personal sanitario y mediante campañas de
sensibilización que informen a las personas migrantes y a la sociedad receptora sobre sus
derechos.

Mito 3: “Las mujeres migrantes vienen a Argentina a

cobrar planes”
Por Organización Internacional para las Migraciones (OIM)*
“Vienen por los planes”, dice un arraigado lugar común. Sin embargo, un análisis
de los datos demuestra fácilmente que las mujeres migrantes representan un
porcentaje mínimo de las beneficiarias de los programas de ayuda social. Aunque
deberían acceder a ellos en iguales condiciones que las argentinas, diversas
trabas legales se lo impiden. A continuación, la tercera nota del proyecto conjunto
entre la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) y el Dipló, que busca
desmontar los principales mitos de las migraciones en Argentina.
Max Ernst

Aunque la migración es una acción y un derecho que engloba a toda la humanidad, las
mujeres han sido reconocidas tardíamente como sus protagonistas. Los varones siguen
siendo el arquetipo de migrante representado en los medios de comunicación y en el
discurso público, y durante mucho tiempo fueron también el objetivo principal de las
políticas migratorias (1). Todo esto afecta el bienestar de las mujeres migrantes de manera
sustancial.

Algunas cifras permiten visualizar rápidamente la importancia de las mujeres en el


escenario de la movilidad humana. Ellas representan el 48,1% de los 281 millones de
personas que migran a escala global y el 49,5% de los 14,8 millones en América Latina y el
Caribe (2), donde la proporción de mujeres trabajadoras migrantes (2,5%) es similar a la de
hombres (2,9%) (3). Estas cifras están en línea con la situación de Argentina, donde la
presencia significativa y continua de mujeres migrantes se remonta a las migraciones de
ultramar de fines del siglo XIX (4). En el censo de 2010 del INDEC las mujeres migrantes
representaban el 54% del total, insertándose mayoritariamente en el servicio doméstico y de
cuidados, un sector altamente desprotegido. Hacia 2019, esta rama de actividad representó
la ocupación del 60% de las trabajadoras migrantes no registradas (5), la mayoría de las
cuales provienen de Latinoamérica.

Si la pandemia tuvo efectos adversos para el conjunto de la sociedad, estos se hicieron


sentir especialmente entre las mujeres migrantes, quienes sufrieron un aumento abrupto en
la desocupación, que pasó del 38,90% en 2019 a al 54,90% en 2020 (6). Esto guarda
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estrecha relación con la rama de actividad en la que se emplean, ya que el trabajo en casas
particulares difícilmente pudo adaptarse al teletrabajo y se vio poco afectado por las
medidas de protección laboral dispuestas por el gobierno, resultando en al menos unas
104.600 mujeres migrantes trabajadoras en casas particulares menos.

Las remesas que las trabajadoras migrantes envían a sus lugares de origen para mejorar los
medios de vida y la salud de sus familias y comunidades permiten dimensionar el
protagonismo de las mujeres en los procesos de movilidad. Según un estudio de la
Organización Internacional para las Migraciones (OIM) (7), a pesar de que perciban
ingresos más bajos que los varones migrantes, las mujeres están más predispuestas a
mandar dinero a casa, de manera más regular y por más tiempo.

Esto desmiente algunas percepciones extendidas. Como consecuencia del modelo


dominante de “varón proveedor”-“mujer doméstica”, en la división sexual de la movilidad
las mujeres migrantes fueron tradicionalmente vistas como acompañantes de sus esposos.
Sin embargo, ellas han migrado de manera independiente a lo largo de la historia, y lo
hacen cada vez más para trabajar y mantener a sus familias, que suelen permanecer en el
país de origen. Estos procesos, conocidos como “feminización de las migraciones”,
suponen múltiples desafíos que dificultan las condiciones de vida de las mujeres migrantes:
desde las barreras administrativas y las condiciones laborales precarizadas al rol de de jefas
de hogar con hijos a cargo y sin cónyuge, junto a la invisibilización del aporte que realizan
las mujeres a las economías nacionales, diversos tipos de violencias, racismo y xenofobia.

A pocos días de haberse conmemorado el Día de las Mujeres Migrantes en Buenos Aires,
establecido en recuerdo del crimen de Marcelina Meneses y su bebé (víctimas de un brutal
ataque racista que terminó con su vida), las mujeres migrantes siguen enfrentando
prejuicios y situaciones de discriminación que constituyen verdaderos factores de riesgo
para el pleno goce de derechos y la preservación de la vida, como señala la Comisión
Argentina para Refugiados y Migrantes (CAREF) (8).

Es por esto que la asociación lineal entre migración femenina y abuso de las prestaciones
estatales contribuye a ocultar, entre otras cosas, los factores de exclusión que atraviesan las
mujeres migrantes, la dificultad en el acceso a derechos –entre ellos a la seguridad social–,
como así también las propias estrategias que despliegan estas mujeres para trasformar sus
vidas de manera colectiva. A continuación vamos a desmontar este mito.

Derecho a la protección social

Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el 33,7% de la


población de la región vive en la pobreza (lo que corresponde a 209 millones de personas),
mientras que el 12,5% vive en la pobreza extrema (78 millones de personas) (9). Esto hace
de América Latina la región más desigual del mundo y confirma la necesidad de desarrollar
agendas políticas orientadas a la integración social. En el caso de Argentina, fue, según
datos de 2019, el segundo país latinoamericano que destinó más fondos para políticas de
protección social (10,8% del PBI) (10).

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En este contexto adverso, existe una necesidad real de acceder a programas de asistencia
social así como un escenario imaginado de aprovechamiento de los mismos por parte de las
personas migrantes. Sin embargo, dos hechos demuestran lo contrario: por un lado, el
derecho a la protección social de los migrantes consagrado en la Ley Nacional de
Migraciones; por otro, las estadísticas que muestran el bajo acceso de los migrantes a las
políticas de protección social.

En un artículo anterior mencionamos que la Ley Nacional de Migraciones –en conformidad


con la Constitución Nacional e instrumentos internacionales que establecen la no
discriminación– prevé el acceso igualitario a una serie de derechos como la salud, los
servicios sociales y la seguridad social para la población migrante, en las mismas
condiciones que gozan los nacionales (11). Sin embargo, los requisitos de accesibilidad
resultan bastante excluyentes con las personas migrantes, sus hijas e hijos. La cantidad de
años de residencia regular exigida limita la recepción de ayudas, variando de 2 a 3 años de
residencia para los programas nacionales o provinciales, a períodos que van de los 15 a los
40 años para las pensiones no contributivas (12). En suma: sólo 3 de cada 10 migrantes en
Argentina recibe algún tipo de ayuda social, la cual además no siempre proviene del Estado
(13).

La Asignación Universal por Hijo (AUH) es uno de los casos paradigmáticos. La AUH
integra el sistema de la seguridad social y equivale a este derecho, al buscar cubrir las
necesidades básicas de aquellos niños, niñas y adolescentes que pertenecen a grupos
familiares en condición de vulnerabilidad. Para que la población migrante acceda a esta
prestación monetaria mensual es necesario que la persona beneficiaria sea hijo de
argentino. Si es hijo de una persona nacida en otro país, debe tener residencia regular en
Argentina durante al menos 2 años, exigida tanto al niño como a quien cobra el beneficio:
la madre, prioritariamente, el padre o tutores. Además, debe acreditar la identidad del
adulto y del menor mediante DNI.

De este modo, un pilar de la política social como la AUH muestra, al analizarla en relación
a la población migrante (14), este sesgo, que pone en cuestión la universalidad del derecho
a la protección social que ella misma propone y que la Ley de Migraciones refuerza.
Muchas personas migrantes no llegan a los dos años de residencia regular exigida y quedan
por fuera del beneficio, es decir, excluidas de su derecho. Las estadísticas son reveladoras:
en 2019, sólo el 1,36% de las personas migrantes (53.557) pudo cobrar la AUH; el 98,64%
restante eran argentinas (3.884.443 personas) (15).

El análisis de otros programas del Estado nacional también desmiente el argumento de que
las mujeres migrantes “vienen a Argentina a cobrar planes”. Por ejemplo, la Asignación por
Embarazo exige una residencia regular mínima de 3 años y DNI, con resultados similares a
la AUH en cuanto a la accesibilidad de la población migrante. Por su parte, el programa
Potenciar Trabajo del Ministerio de Desarrollo Social (ex Hacemos Futuro y Salario Social
Complementario) incluye a personas nacidas en otro país con residencia permanente o
temporaria en Argentina (sin especificar cantidad mínima de años): las cifras disponibles
para Hacemos Futuro indican que hacia mediados de 2019 sólo el 7,1% de los beneficiarios

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había nacido en otro país (16.810), mientras que el 92,9% restante eran argentinos (219.957
personas) (16).

Una de las prestaciones más significativa de 2020 fue el Ingreso Familiar de Emergencia
(IFE), otorgado de manera excepcional por la ANSES para compensar la pérdida de
ingresos de los sectores más rezagados durante el aislamiento obligatorio por la pandemia.
Nuevamente, para acceder al subsidio la persona debía acreditar, entre otras cosas, una
residencia regular en el país de al menos 2 años. Aunque más de la mitad de los migrantes
perdió su fuente de ingresos, sólo el 18% de las personas accedió al IFE. Una de las
mayores trabas fue el tiempo de residencia regular exigido por el programa (17).

No toda la ayuda viene del Estado. Los colectivos migrantes cuentan con estrategias
variadas de ayuda social que contribuyen a mejorar su realidad, en particular la de las
mujeres. Desde las propias redes de solidaridad migrante y sus asociaciones de ayuda
mutua, pasando por organizaciones sociales y comunitarias, ollas populares y merenderos,
hasta organizaciones eclesiásticas e internacionales.

Dar lo mejor

En el Área Metropolitana de Buenos Aires habitan la mayor cantidad de personas migrantes


de Argentina. Allí se encuentra la cuenca baja del Río Reconquista, una de las zonas más
rezagadas del país, con gran densidad poblacional. Los asentamientos comprendidos en esta
zona albergan a unas 60 mil mujeres, muchas de las cuales son trabajadoras migrantes. Con
la irrupción de la pandemia, sus redes de cuidados comunitarios cobraron una importancia
fundamental. A los comedores existentes se sumaron nuevos, surgidos en los hogares de
algunas de las migrantes, para dar respuesta a la necesidad de alimentación, que aumentó
exponencialmente por el cese total de ingresos en muchas familias. Si bien los comedores y
ollas populares ya recibían mercadería del Estado nacional y municipal, los nuevos
espacios se nutrieron de donaciones de particulares (18).

Floriana Zánchez, una migrante de Paraguay que vive hace 11 años en el Área Reconquista,
es una de quienes abrió su cocina para dar de comer a las familias del barrio. Los tablones
que hacen de mesada reciben todo tipo de recipientes que jóvenes, adultos, niños y niñas
traen vacíos y se llevan llenos. En un video del proyecto “Migrantas en Reconquista”,
Floriana cuenta que “los hombres trabajaban generalmente de albañil, ahora no hay nada. Y
las mujeres de empleadas domésticas, que no pueden salir a trabajar tampoco. Conozco casi
a la mayoría de mis vecinos y hasta te puedo decir a veces qué comen, qué no comen. Para
que yo pueda asegurar mi comida y asegurársela a los demás, me propuse cocinar, así
empezó. Trato de hacer lo mejor, de dar lo mejor a la gente, como a mí me gustaría que me
den” (19).

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Mito 5: “Los migrantes les quitan la posibilidad
de estudiar a los argentinos”

Por Organización Internacional para las Migraciones


(OIM)*

La idea de que los migrantes ocupan lugares en el sistema


educativo que les corresponden a los argentinos está muy
arraigada. Sin embargo, las estadísticas demuestran que el
porcentaje de migrantes sobre alumnos totales es bajo. En el
marco de la Semana de la Migración celebrada por las
Naciones Unidas, ponemos el foco en la importancia de la
educación gratuita y universal para mejorar las oportunidades
de las comunidades migrantes.

La educación es uno de los principales factores que incide en la decisión de migrar (1). Si
bien el trabajo tiende a ser el factor más importante en la búsqueda de mejores condiciones
de vida, los motivos ligados a la educación adquieren cada vez mayor relevancia en el
horizonte de posibilidades tanto individuales como familiares, especialmente entre los
jóvenes que buscan destinos donde estudiar, perfeccionarse y ampliar las oportunidades
futuras. Por este motivo, muchas comunidades sostienen proyectos migratorios que buscan
favorecer la
movilidad ascendente mediante la educación de las generaciones jóvenes (2).

Los datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la


Cultura (UNESCO) (3) muestran que las personas con educación universitaria tienen dos
veces más probabilidades de migrar dentro de su país, y cinco veces más fuera del mismo,
que quienes sólo han cursado la escuela primaria. En las últimas décadas se evidenció un
rápido crecimiento de la movilidad internacional ligada a la educación, especialmente en el
nivel
superior. Mientras que en el año 2000 la cantidad de personas que cursaban estudios
universitarios fuera de su país era de 2 millones, en la actualidad son más de 5,3 millones.
Esta cifra representa el 2% del total de alumnos a nivel global; la mitad de ellos cursan
estudios fuera de su región. Es probable que esta tendencia continúe en los próximos años.

En el caso de Argentina, la universalidad, la gratuidad y el prestigio de la educación


nacional constituyen factores que atraen la migración, convirtiendo al país en uno de los
principales destinos de estudio en la región, particularmente para ciudadanos del Mercosur
(5). Según la Encuesta Nacional Migrante de Argentina (ENMA) (6), el 59% de las
personas consultadas declararon haber migrado por motivos de estudio, entre otros factores.
La internacionalización de la educación, la distribución geográfica de los centros
educativos, el crecimiento de un mercado de educación superior, como así también la
circulación de remesas y su impacto en la educación, son procesos que conforman estos
“circuitos globales del conocimiento”. Sin embargo, quienes emigran en busca de trabajo y
de mayores ingresos pueden también retornar con mejores calificaciones y habilidades para
aportar a sus sociedades. Puesto en cifras porcentuales, las remesas que estas personas

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envían permitieron aumentar el gasto educativo en más del 35% en 18 países de África y
Asia y en más del 50% en América Latina (7).
El momento de la vida en el que las personas consideran o concretan la migración es un
factor que condicionará sus decisiones de manera rotunda, ya sea que estas impliquen
invertir en la educación, interrumpir los estudios o adquirir ciertas experiencias y resultados
educativos.
Por todo esto, no debe desestimarse el hecho de que las trayectorias personales y/o
familiares de buena parte de la población que transita los distintos niveles educativos en
Argentina se encuentran atravesadas por la migración. Esto nos enfrenta a múltiples
desafíos para la inclusión educativa de la población migrante.
Historizar rápidamente este panorama nos lleva a considerar que el sistema educativo
argentino se estructuró desde un paradigma ambiguo: a la vez que buscaba incluir a más
sectores sociales, como mujeres y niños, su mandato civilizatorio era asimilacionista y
uniformizante (8). Basado en estereotipos sobre el supuesto atraso de América Latina y del
“interior” del país, buscó borrar las marcas de origen de la población para adaptarla al
modelo de sociedad europea. Estas directrices generaron una sospecha hacia la población
migrante, especialmente la latinoamericana, percibida como un obstáculo para alcanzar el
progreso.
Desde los programas y los manuales escolares también se abordó a la migración regional
como “problemática”, incluyendo representaciones estereotipadas de inmigrantes y
refugiados que tuvieron efectos perjudiciales a largo plazo (9). Tal es así que una de las
responsabilidades que se le atribuyó fue la de ocupar espacios “no correspondidos” en las
instituciones educativas, sobrecargando el sistema escolar: un discurso falaz que sigue
vigente hasta nuestros días.
Veamos que aportan las estadísticas para contradecir el sentido común acerca de que “los
migrantes le quitan la posibilidad de estudiar a los argentinos”.

Estudiantes migrantes en Argentina


Datos de la Dirección de Infraestructura y Equipamiento Educativo del Ministerio de
Educación de la Nación revelaron que en 2016 sólo 1,53% de los estudiantes de los
diferentes niveles educativos (exceptuando el universitario) habían nacido en otros países.
Esto representaba 161.547 estudiantes sobre una matrícula total de 10.516.006 (10). El
nivel inicial concentraba la menor participación de comunidades migrantes, apenas 0,59%
del total, ascendiendo a 1,79% de la matrícula en el nivel primario, 1,72% en el secundario
y 1,46% en el superior no universitario.
En relación con el nivel universitario, el último informe estadístico de la Secretaría de
Políticas Universitarias (11) indica que en el período 2018-2019 los estudiantes extranjeros
representaban 3,6% del total de los estudiantes de carreras de pregrado y grado, es decir
75.332 personas, y 9,4% de los estudiantes de carreras posgrado, o sea 14.642 personas. El
informe destaca que el 94,8% procede de otros países de América. Quienes provienen de
Brasil, Perú, Paraguay, Colombia y Bolivia se encuentran en su mayoría en pregrado y
grado, mientras que aquellas personas originarias de Colombia, Ecuador, Brasil, Bolivia y
Chile estudian carreras de posgrado. Por otro lado, 3,9% de los estudiantes universitarios
provienen de países de Europa, mientras que 0,9% vienen de Asia, 0,3% de África y 0,1%
de Oceanía. Un contundente 75,2% de estos estudiantes cursan en instituciones estatales.

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Resultados recientes de la ENMA muestran que la población migrante en Argentina tiene
en general un nivel educativo alto. Si se distingue por el tiempo de residencia, quienes
llegaron más recientemente, sobre todo jóvenes-adultos del Mercosur que participan de los
circuitos globales de conocimiento, muestran niveles educativos más altos. En porcentaje,
36% de quienes llegaron hace menos de 5 años se encuentra estudiando. En términos
absolutos: actualmente 3 de cada 10 migrantes están insertos en algún espacio educativo
(incluyendo
otros mecanismos de formación permanente, como cursos de español, capacitaciones
laborales y de culminación de estudios para adultos). Algo más de 2 de cada 10 migrantes
han completado el nivel universitario, principalmente mujeres y población LGTBI+ (12).
En los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)
las probabilidades de adquirir las competencias básicas en lectura, matemáticas y ciencias
siguen siendo inferiores para las personas migrantes, sus hijos e hijas (13). Argentina, aun
con una legislación progresiva en la materia, no escapa a la desigualdad que enfrenta la
población migrante para acceder a la educación, sobre todo a nivel secundario y superior,
en relación a la población nativa. Aunque los migrantes se encuentran insertos en el sistema
de educación
primaria, la proporción de quienes asisten a algún establecimiento educativo secundario en
comparación con la población nativa es significativamente más baja. De acuerdo a la
ENMA, 25 % de los migrantes tienen hijos cursando el nivel secundario, pero sólo el 6%
de la población joven y adulta migrante cursa alguna de las modalidades de estudios
secundarios.

Un derecho inalienable
La educación es una herramienta indispensable para defender la libertad y la dignidad
humanas y una condición sine qua non para que las personas migrantes se conviertan en
miembros de pleno derecho de la sociedad que integran. Sin embargo, esta aspiración
legítima se enfrenta con obstáculos en la realidad, por la brecha existente entre las
responsabilidades educativas que los tratados internacionales demandan asumir a los
estados, y el ejercicio real del derecho a la educación para todas las personas (14).
La Declaración Universal de los Derechos Humanos consagra la educación sin
discriminación, al igual que otros tratados y pactos internacionales. En Argentina contamos,
además, con la Ley Nacional de Migraciones, que prevé el acceso al derecho a la educación
para las personas migrantes y sus familias, cualquiera sea su estatus jurídico y en las
mismas condiciones que gozan los nacionales. La ley estipula que la irregularidad
migratoria no es impedimento para acceder a establecimientos educativos públicos o
privados de cualquier nivel, los cuales incluso deben orientar y asesorar a la persona para
que subsane su situación.
En segundo lugar, y en línea con estos principios, la Ley de Educación Nacional establece
que deben disponerse las medidas necesarias para garantizar a las personas migrantes el
acceso a los distintos niveles educativos y las condiciones para la permanencia y el egreso.
Además, esta ley contempla la modalidad de Educación Interculturalidad Bilingüe (EIB)
que reconoce los repertorios lingüísticos y culturales que coexisten en las aulas,
promoviendo explícitamente su integración.
El derecho a la educación obliga a los Estados a dar acceso a servicios y a recursos
financieros para que nadie se vea privado de las competencias escolares básicas (16). Se

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estima que el gasto anual de educación en el mundo asciende a 4,7 billones de dólares. De
esa cantidad, el 65% se gasta en países de altos ingresos y el 0,5% en países de bajos
ingresos (17). Los gobiernos son los mayores aportantes, pero los hogares también
participan, y en ello las remesas tienen un rol considerable.
Si bien existen procesos de integración regional, acuerdos bilaterales y cooperación
internacional que buscan lograr la equivalencia de credenciales educativas, menos de la
cuarta parte de las personas migrantes del mundo están cubiertas por un acuerdo bilateral de
reconocimiento de cualificaciones y aprendizaje anterior (18). Los mecanismos existentes
suelen ser fragmentarios o demasiado complejos para responder a las necesidades de las
personas en movimiento, y acaban siendo desestimados. Para ello, en 2019 se firmó la
Convención Mundial sobre el Reconocimiento de las Cualificaciones relativas a la
Educación Superior, primer convenio mundial que busca una evaluación justa y sin
discriminación, así como la ampliación del acceso a la enseñanza superior.
En Argentina, si bien los trámites de validación de títulos se han agilizado, aún siguen
siendo muy dificultosos. A esto se suman las medidas tomadas por algunas universidades
públicas que dolarizan aranceles (19) o demandan DNI para las inscripciones (20),
desoyendo los tratados internacionales y la normativa nacional. Inclusive, la ENMA reveló
las dificultades de la población migrante para cursar estudios durante el aislamiento por la
pandemia, no sólo por la falta de servicios básicos como conexión a Internet en los hogares,
sino también por la
irregularidad documentaria. Sumado a esto, el director de la Cátedra UNESCO de
Educación Superior, Pueblos Indígenas y Afrodescendientes en América Latina, Daniel
Mato, señaló que, a pesar de la perspectiva intercultural de la Ley de Educación, en la
práctica el actual sistema de educación superior argentino sigue siendo monocultural y
opera como un factorde extrañamiento para quienes finalmente acceden al mismo
provenientes de comunidades
indígenas, afrodescendientes y migrantes. Esto, sumado a factores como la necesidad de
inserción laboral y condiciones de pobreza, entre otros, afecta sus trayectorias y
posibilidades de graduación.
La práctica de migrar para estudiar es frecuente en casi todo el mundo, tanto a nivel interno
como internacional, siendo tan habitual como la migración para buscar trabajo. Aún así, la
participación de las personas migrantes en el sistema educativo argentino no impide el
acceso a la educación a nacionales: su bajo porcentaje no representa un impacto económico
importante, incluso en el nivel universitario. En este panorama restan atender una serie de
desafíos presentes en los procesos de migración y educación, como las trayectorias
educativas trasnacionales y las demandas por una formación que posibilite tanto la
inclusión en el nuevo país de residencia, como la continuidad de procesos identitarios de las
comunidades migrantes. Así como la práctica de migrar para estudiar es mundial, todas las
sociedades proveen algún entrenamiento y criterios formativos, haciendo emerger procesos
y concepciones distintas que, en ocasiones, disputan los significados normativos sobre
educación (21).
En ese sentido, una mayor diversidad en todos los niveles educativos supone un reto, pero
favorece el intercambio y el aprendizaje de experiencias que supera con creces los desafíos.
La mejora de la educación puede contribuir a que personas migrantes y refugiadas realicen
plenamente su potencial, con resultados que contribuyen positivamente al conjunto de la

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sociedad receptora; de lo contrario, no sólo se vulneran tratados internacionales y derechos,
sino que también se proyecta una sociedad futura con serios problemas sociales.

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