Tiempo en La Filosofía, Relatividad
Tiempo en La Filosofía, Relatividad
Tiempo en La Filosofía, Relatividad
I . — E L MOVIMIENTO V EL ESPIRITU.
(6) Cf. R. MONDOLFO, L'infinito net pensiero dei greci, Firenze 1934,
p. 47.
(7) P. GASSENDI, Phys., sec. I, 1 . 2 , c. 1 .
(8) I. NEWTON, Philosophiae N a tu ralis Principia Mathematica, Londres
Ya vimos en el capítulo anterior, como el espacio absoluto está
exigido en la mecánica clásica, por la necesidad de dar un contenido
a los principios de la mecánica. Igualmente el tiempo absoluto .y
único juega un papel fundamental en la expresión del movimiento
absoluto.
La concepción espiritualista que Newton llegó a adquirir sobre
el tiempo, fue tenazmente defendida por su discípulo Clarke en las
célebres controversias sostenidas con Leibniz (9).
Pero de mayor importancia es la tendencia que se afirma como
subjetivista en la consideración del tiempo. El mismo Aristóteles,
al comienzo de su exposición, recoge la sentencia de los que nega-
ban una realidad objetiva al tiempo, pues éste se compone de cosas
que no existen: el futuro que aún no ha llegado, y el pasado que
tampoco existe a no ser en el recuerdo, separados por el indivisible
del momento presente (10). De donde se seguiría, que, el tiempo no
es nada, fuera de la inteligencia que lo recompone dándole una en-
tidad sucesiva, merced al recuerdo del pasado y a la imaginación
de lo futuro. La única realidad sería la del movimiento con la que
se identificaría, y su unidad formal sería tan sólo una consecuencia
de la operación del sujeto.
En esta dirección se encuentran Scoto, Occam y Suárez.
Scoto inicia una tendencia que disfrutará de muchos seguidores,
según la cual, el tiempo consta de dos elementos: material y formal,
y según esta distinción, el tiempo "secundum suum esse materiale
est in rebus extra, secundum suam vero rationem formalem est ab
anima et est in e a " (11).
Según esta distinción la realidad formal del tiempo sería algo
puramente subjetivo: "Cum istae rationes —prius et posterius— ut
sit acceptae, dicant puram distintionem et solum sint in continúo ab
actione animae, sic tempus vere et totaliter est quantitas discreta, et
est totaliter etiam solum in anima, non in re extra"... (12).
W . Occam por su parte acentúa aún más esta posición subjeti-
vista, en la que el alma representa una necesidad absoluta en la
definición de tiempo, ya que sólo el alma puede medir el movimien-
(14) F . SUAREZ.
(15) B A L M E S , Filos. Fundamental. Madrid B.A.C.
siguientes palabras de Hume: "The idea of time, being deriv'd
from the succession of our perceptions of every kind, ideas as well
as impressions, and impressions of reflections as well as of sensa-
tions" (18).
La doctrina del tiempo es en Kant semejante a la que expusi-
mos al tratar del espacio. El tiempo es algo subjetivo, no es una
propiedad de las cosas sino condición de nuestra actividad sensible,
esto es, una forma a priori de la sensibilidad: "El tiempo no es una
cosa que exista en sí o que sea inherente a las cosas como una deter-
minación objetiva, y que por consecuencia, subsista si se hace abs-
tracción de todas las condiciones subjetivas de su intuición... El
tiempo no es más que la forma del sentido interno, es decir, de la
intuición de nosotros mismos y de nuestro estado interior" (19).
Otros autores importantes trataron del tema del tiempo, cuyas
interpretaciones no encajan perfectamente en la división tripartita
que hemos establecido.
Para Platón, el tiempo es algo creado por el Demiurgo, y vie-
ne a ser como la energía del alma del mundo, una noble imagen de
la idea de la eternidad; sin embargo este tiempo se desenvuelve en
días, meses, años, como propiedad de las cosas mudables (20).
Plotino en sus Enneadas, III, 7, define al tiempo como "Vita
animae in suo motu transeúnte ex uno in alium statum vitae".
San Agustín depende en gran parte de esta corriente neoplató-
nica y considera al tiempo como una imagen de la eternidad creada
por Dios en el alma humana, cuva definición no puede ser en modo
alguno el numeras motus de Aristóteles (21), aunque nos sirvamos
del movimiento para medirle.
Por último indicaremos algo de la doctrina del filósofo de la
temporalidad. Para Bergson, el tiempo como duración representa
un movimiento vital, en el que cada momento está condicionado por
las adquisiciones pasadas, es irrepetible y en constante crecimiento.
El tiempo real para Bergson es algo heterogéneo, cualitativo, por
11.—DOCTRINA ARISTOTELICO-TOMISTA.
(30) S . THOMAS.
tiempo. Por lo tanto: "Jam vero prius et posterius in loco primum
s u n t : et hic quiclem positione partium. Quum autem in magnitudi-
ne sit prius et posterius; necesse est ut etiam in motu sint prius et
posterius, quae illis proportione respondeant. Quin etiam in tempore
est prius et posterius, quia semper horum alterum alteri consequens
est" (3¡2).
Y como el tiempo sigue al movimiento, le ha de seguir según
el antes y el después, con lo que la definición queda terminada: "Quum
autem prius et posterius sentimus, tunc dicimus esse tempus. Tem-
pus enim nihil aliud est quam numerus motus secundum prius et
posterius. Tempus igitur non est motus, nisi quatenus motus nume-
rum habet" (33).
El tiempo sigue al movimiento pero difieren en su razón formal,
pues mientras que al movimiento le compete ser "actus in potentia
prout est", la razón formal del tiempo, es la del "numerus" que mi-
de el movimiento. El tiempo sigue al movimiento, pero expresa al-
go que no va incluido en la noción de movimiento, esto es, la nume-
rabilidad del antes y el después. Así lo afirma claramente Santo To-
más: "Sic igitur prius et posterius sunt idem subjeto cum motu,
sed differunt ratione" (34).
Las dos características, tanto del tiempo como del movimiento,
son la continuidad y la sucesión. En tanto en cuanto captamos una
parte anterior y otra posterior en el movimiento, separadas por la
posición actual, percibimos el tiempo numerando el antes y el des-
pués del movimiento. Es pues, en la consideración de la sucesión
del movimiento en la que percibimos el tiempo: " I n motu proprie
accepto est duo reperire, scilicet continuitatem et successionem: et
secundum quod ihabet continuitatem sic proprie mensuratur per lo-
cum, quia ex continuitate magnitudinis est continuitas motus...; se-
cundum autem quod habet successionem sic proprie mensuratur per
tempus: unde tempus dicitur numerus motus secundum prius et
posterius" (35).
¿(Existiría el tiempo si no hubiese alguien que lo numerase?
(35) S . THOMAS.
La duda se la propone el mismo Aristóteles (36), como una con-
secuencia de su definición del tiempo. En efecto, el número implica
un alma intelectual que realice la numeración, pues numerar es com-
parar una cantidad con otra que se toma como unidad, y esta com-
paración es operación propia de la razón. Luego parece que el tiempo
no es nada sin una razón que lo numere.
La respuesta de Aristóteles (37) representa serias dificultades
críticas que Hoenen examina detalladamente (38). El texto utilizado
por Santo Tomás, tal y como aparece en sus comentarios: "quod
utcumque ens est tempus, ut si contingit motum esse sine anima",
difiere, en la opinion de Hoenen, del original, determinando el co-
mentario de Santo Tomás. Nosotros no obstante aceptamos la inter-
pretación del Santo por estar en consonancia con los pasajes ante-
riormente comentados, y además por seguir una línea de pensamien-
to claramente aristotélica, en cuyo contexto queda perfectamente es-
clarecido el sentido, que para Sto. Tomás y para muchos escolásticos y
comentadores, tiene el tiempo cosmológico.
El movimiento es un ser esencialmente sucesivo, no está fijo en
las cosas, sino que continuamente pasa de la potencia al acto tan
sólo es actual el indivisible que delimita el antes y el después. La
consideración del movimiento en su totalidad sólo ocurre dentro de
la inteligencia que representa las diversas partes. Igual ocurre con
el tiempo; sólo es actual el nunc indivisible que separa el antes y el
después del movimiento, y sólo el alma puede recomponerlo en toda
su totalidad. El movimiento y el tiempo tienen fuera de la inteligen-
cia un ser imperfecto, y la objeción ya apuntada, de que el tiempo
no es nada por estar formado por partes inexistentes, tiene com 0
respuesta la distinción siguiente: como ser perfecto no tiene exis-
tencia fuera del alma, pero lo tiene imperfecto como el mismo mo-
vimiento: "Ad evidentiam autem hujus solutionis considerandum
est, quod positis rebus numeratis, necesse est poni numerum. Unde
sicut res numeratae dependet a numerante, ita et numerus earum.
Esse autem rerum numeratarum non dependet ab intellectu, nisi sit
aliquis intellectus qui sit causa rerum, sicut est intellectus divinus:
non autem dependet ab intellectu animae. Unde nec numerus rerum
III.—APORTACION RELATIVISTA.
(82) P . STRANEO, en H u m a n i t a s .
Es innegable para la inteligencia, que capta el concepto de ser
en todo aquello que existe, la existencia de una duración absoluta,
que no es otra cosa que la permanencia de las cosas en su ser. Esta
duración absoluta está ligada al concepto de ser, y es independien-
te del espacio y del tiempo. Por tanto, el concepto de duración, co-
mo el concepto de existencia del que no difiere esencialmente, caen
dentro del campo de la ¡Metafísica. Un hombre y una piedra son
medidos por el tiempo en cuanto a su existencia, y dentro de esta
duración absoluta se da la simultaneidad independientemente de
de cualquier observador. Hasta ahora estamos en un plano metafí-
sico; al descender a un orden físico, Aristóteles no encontró ningu-
na dificultad en identificar esta consideración abstracta, absoluta de
duración con el movimiento aparente del cielo. Para ello utiliza dos
presupuestos: la creencia de que la velocidad de la luz es infinita
(instantánea), y la característica privilegiada del movimiento celes-
te. De esta manera la identificación era fácil: el tiempo, medida de
la duración de las cosas mudables se transfería al primer movimien-
to donde se ciaría como en su sujeto propio midiéndole intrísica-
mente, y a él se podían referir instantáneamente todos los demás
movimientos y duraciones particulares.
De esta forma se tenía una escala objetiva del tiempo, único y
universal que medía la duración de todo el universo.
El descubrimiento ele Copérnico destruyó el soporte de este tiem-
po universal al poner en evidencia que el movimiento del cielo era
sólo una apariencia; y no obstante, la idea del tiempo universal
siguió siendo utilizada por diversos motivos.
Se impone la separación entre el concepto metafísico de dura-
ción y el concepto de tiempo físico. No podemos olvidar que nues-
tro sistema solar es un grano de arena en el conjunto de nuestra
galaxia, la famosa Vía Láctea: se calcula que son más de cien mil
millones de soles semejantes al nuestro, los que existen en esta gala-
xia. Esta, a su vez, forma una especie de isla. A distancias inmen-
sas se encuentran otras muchas galaxias, cuyo número es imposible
de determinar, pero que según algunos astrónomos, sobrepasan los
mil millones, y no se llega al límite. En este universo inmenso, todo
él en movimiento incesante, ¿Dónde encontrar un movimiento pri-
vilegiado para constituirle sujeto del tiempo?
Ambos conceptos de duración y tiempo, tal y como lo utiliza-
ron los antiguos es aún. perfectamente utilizable en la vida práctica,
en el sistema inercial que forma la superficie de la Tierra para todos
los habitantes de ella. Nuestro planeta girando alrededor de su eje
con velocidad angular constante, permite establecer el día o tiempo
sidéreo, como el lapsus que transcurre entre dos pasos sucesivos de
la misma estrella ante el retículo de un anteojo fijo, en cuya corres-
pondencia se construyen los relojes.
Mas, en la Física moderna el concepto de duración absoluta no
tiene sentido, como no lo tiene el de tiempo absoluto. El tiempo es
relativo a cada movimiento y está en dependencia de las coordena-
das espaciales; pero junto a esta relatividad del tiempo, toda la apor-
tación aristotélica queda incorporada: su existencia objetiva; su
carácter continuo y a la vez sucesivo por su dependencia aî movi-
miento y su numeralibilidad, que determina la unicidad serial del
tiempo.
En la teoría de la Relatividad, todos los tiempos particulares
quedan fundidos en el absoluto espacio-temporal, ligados a la pro-
pagación de la luz como propiedad universalísima del espacio-tiem-
po, así como todos los movimientos y duraciones particulares queda-
ban fundidos en la duración absoluta, medida por el tiempo univer-
sal de la filosofía aristotélica. Recordemos de paso, que, el argu-
mento que ofrecía la interpretación averroista para mostrar la uni-
dad objetiva del tiempo era un recurso a la causalidad del primer
movimiento. Este recurso es hoy insostenible como hemos mostrado
a lo largo de este trabajo.
Se impone pues la distinción: duración única y absoluta y tiem-
po relativo al estado de movimiento de los cuerpos. De esta manera
queda a salvo el ámbito de la ontología, con sus conceptos absolutos
de ser, existencia, duración, simultaneidad, y la física con su plurali-
dad de tiempos particulares y su simultaneidad relativa, siempre por
referencia a un sistema.
Todas las valiosas consideraciones que descubrió la física aris-
totélica sobre la naturaleza del tiempo quedan incorporadas a la fí-
sica, como un primer escalón, como un primer estadio en el descu-
brimiento de nuestro universo. La raíz de las divergencias está en
la consideración del movimiento local, que, fue considerado durante
muchos siglos como absoluto. Los conceptos derivados del movi-
miento han de ser revisados, y la solución parece venir de la distin-
ción hecha entre concepto de duración, ligado al concepto de ser,
y concepto de tiempo, ligado al movimiento local.
IV.—SIGNIFICADO DE LA TEORIA DE LA RELATIVIDAD.
F. RENOIRTE.
ENRIQUE MOLERO, O. P.