Gestión Del Tiempo

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Gestión del tiempo

No pretende trabajar más, sino obtener más resultados.

1 – Antes de iniciar el día, determina cuáles son las cuestiones fundamentales (“tareas clave”)
que deben quedar resueltas antes del final del día.

2 – Asigna un determinado tiempo a cada tarea.

3 – No inicies nunca una tarea antes de tener todos los materiales o informaciones que necesites
para su realización.

4 – No permitas interrupciones durante el desempeño de tareas clave.

5 – Concentración absoluta en la tarea que tienes delante.

EL TIEMPO DESDE UNA PERSPECTIVA FILOSÓFICA

Francisco Titos Lomas

Tanto en la vida cotidiana como en las diferentes ramas del saber, manejamos
continuamente nociones temporales; antes, después, ahora, ya, simultáneamente, tarde,
temprano, ayer, mañana,... El mundo se nos ofrece como una realidad que cambia
incesantemente y la percepción del cambio, de la sucesión o de la duración de las cosas nos
sugiere la idea del tiempo. Sabemos que ha transcurrido el tiempo lectivo, el tiempo de
vacaciones o el tiempo de la juventud. Es indudable que tenemos experiencia del tiempo y
hasta nos atrevemos a calcularlo mediante diversos procedimientos: el curso del sol, la
sucesión de los días y las noches, el desplazamiento de las agujas del reloj. Sin embargo,
qué es realmente el tiempo es una cuestión difícil y compleja, pues, como decía San
Agustín, "si nadie me lo pregunta, lo sé, pero si trato de explicárselo a quien me lo
pregunta, no lo sé".

Dilucidar la esencia y naturaleza del tiempo, penetrar filosóficamente en su entraña más


recóndita, partiendo de nuestra propia experiencia, es el objetivo que nos proponemos. Pero
somos conscientes de las múltiples dificultades que comporta tan ardua empresa. Por ello
consideramos conveniente adoptar una perspectiva diacrónica, a fin de recabar las
opiniones de los más destacados filósofos. Sólo al final intentaremos establecer, de manera
sincrónica, algunas conclusiones.

Ya la filosofía griega, propensa a la reflexión sobre los más variados asuntos, abordó la
temática del tiempo. De todos los filósofos griegos es, sin duda, Aristóteles el que nos ha
legado la doctrina más sólida sobre el tiempo. La visión aristotélica del tiempo está
estrechamente vinculada al movimiento, ya que, en su opinión, el tiempo no es posible sin
acontecimientos, sin seres en movimiento. De ahí que conciba el tiempo como el
movimiento continuo de las cosas, susceptible de ser medido por el entendimiento.
Conceptos como "antes" y "después", sin los cuales no habría ningún tiempo, se hallan
incluidos en la sucesión temporal. Esta estrecha vinculación induce a Aristóteles a definir el
tiempo en su Física en los siguientes términos: " la medida del movimiento respecto a lo
anterior y lo posterior". Esta definición nos revela que el tiempo no es el movimiento, pero
lo implica de tal suerte que si no tuviéramos conciencia del cambio, no sabríamos que el
tiempo transcurre. El tiempo aristotélico es exterior al movimiento, pero supone un mundo
que dura sucesivamente y esta duración sucesiva nos permite establecer relaciones de
medida entre sus partes según un "antes" y un "después", Así surgirá el tiempo métrico,
cuya estimación estará regulada por el movimiento de los astros, como el de rotación o el
de traslación, o por el movimiento rítmico de aparatos de desarrollo preciso, como los
relojes.

Muy distinta es la concepción agustiniana del tiempo. El carácter intimista de su filosofía


induce a San Agustín a concebir el tiempo como algo desligado del movimiento y
estrechamente vinculado al alma, a la vez que manifiesta su profunda perplejidad ante el
tiempo al resaltar la paradoja del presente. Si decimos de algo que es presente, estamos
afirmando que ya no será y que pasará al mundo de lo inexistente. El presente propiamente
no es, sino que pasa, deja de ser, carece de dimensión y sólo lo podemos caracterizar
relacionándolo con el futuro, que todavía no existe, y con el pretérito, que ya ha dejado de
ser. El tiempo es un "ahora", que no es, porque el "ahora" no se puede detener, ya que si se
pudiera detener no sería tiempo. No hay presente, no hay ya pasado, no hay todavía futuro.
Por lo tanto, la medida del tiempo no es el movimiento, no son los seres que cambian; la
verdadera medida del tiempo es el alma, el yo, el espíritu. El pasado es aquello que
recordamos; el futuro, aquello que esperamos; el presente, aquello a lo que prestamos
atención. Pasado, futuro y presente aparecen, pues, como memoria, espera y atención. En el

" ¿Quién puede negar que las cosas pasadas no son ya? Y, sin embargo, la memoria de lo
pasado permanece en nuestro espíritu.

¿ Quién puede negar que las cosas futuras no son todavía? Y, sin embargo, la espera de
ellas se halla en nuestro espíritu.

¿Quién puede negar que el presente no tiene extensión, por cuanto pasa en un instante? Y,
sin embargo, nuestra atención permanece y por ella lo que no es todavía se apresura a
llegar para desvanecerse".

Estos célebres y bellos pasajes revelan no sólo una perplejidad acerca de esa escurridiza
realidad llamada tiempo, sino también, y sobre todo, la idea del tiempo como realidad
vivida o, mejor dicho, vivible, como algo que se vive o se vivió o se vivirá. Es la
concepción psicológica del tiempo.

La llegada de la era moderna y el espectacular desarrollo que experimenta la física en la


obra de Newton nos trae un nuevo concepto del tiempo como algo absoluto, existente en sí
mismo e independiente de las cosas. El tiempo, al igual que el espacio, es una realidad
absoluta, infinita, uniforme, vacía de todo movimiento, en cuyo seno se desarrollan los
acontecimientos y los cambios sucesivos de las cosas. Esta concepción absolutista del
tiempo es expresada por Newton en Los Principios del siguiente modo: "El tiempo
absoluto, verdadero y matemático, por sí mismo y por su propia naturaleza, fluye
uniformemente sin relación con nada externo".

Los filósofos racionalistas, influidos por la física newtoniana, también absolutizaron el


tiempo e hicieron de él una realidad independiente. Pero más que pensar en algo sobre cuyo
fondo transcurren los fenómenos, hacían referencia al tiempo de la totalidad del mundo y
no al tiempo físico de cada fenómeno. De este modo, el tiempo absoluto vendría a ser como
un fluir total, siendo los acontecimientos singulares transcursos del mundo físico insertos
en ese fluir total.

Opuesta a la anterior es la teoría kantiana sobre el tiempo. Para Kant el tiempo no existe
como una realidad en sí exterior a nosotros, ni como algo que tienen las cosas en
movimiento, sino como una manera de percibir propia del hombre. El tiempo existe en cada
uno de nosotros como una forma de ordenar nuestra experiencia interna.

El tiempo no es una idea obtenida por abstracción a partir de la observación de los


acontecimientos, no es un concepto empírico, sino una estructura necesaria para cualquier
observación. El tiempo es la posibilidad que hay en nosotros, en cuanto observadores, de
percibir los acontecimientos. Tanto el tiempo como el espacio no son más que relaciones
entre las cosas en cuanto que son percibidas. Cualquier experiencia tiene como condición el
tiempo, de manera que éste es la condición general de todas las experiencias, superior
incluso al espacio, no siempre necesario. Nuestra experiencia externa está sometida a las
coordenadas espacio-temporales, mas la interna sólo lo está a la temporal.

Según Kant, no podemos saber si "fuera" las cosas se suceden, pues cuando intentamos
atisbarlas ya lo hacemos desde el tiempo, que es una cualidad de la conciencia del hombre.
La sensibilidad humana lleva el tiempo como una manera de ser suya. El tiempo es una
forma a priori de la sensibilidad que condiciona y hace posible toda experiencia.

En la filosofía contemporánea la meditación sobre el tiempo arraiga profundamente en las


tendencias que más impulsaron el desarrollo de las ciencias humanas, tales como el
historicismo, el vitalismo y el existencialismo.

Bergson, uno de los filósofos que más atención ha dedicado al estudio del tiempo, distingue
dos modos diferentes de durar los seres, dos distintas temporalidades: el tiempo numerado,
que está mezclado con el espacio, y el tiempo puro, que es mera duración interna. El
primero es la duración exterior del mundo de las cosas, es un tiempo materializado que se
desarrolla en el espacio, es la paralización del movimiento al considerar el tiempo como
una yuxtaposición de quietudes en el espacio. En esta duración el tiempo es un mero
espectador que no penetra en su realidad. Así, por ejemplo, si una sustancia química se
hallase en debidas condiciones de conservación, no experimentaría ninguna variación con
el paso del tiempo. Y si la experimentara, podríamos decir, en sentido figurado, que ha
envejecido, pero, en realidad, sólo se habría operado en ella un proceso químico que podría
-al menos teóricamente- revertir, es decir, someterse a un proceso inverso y retornar, sin
variación alguna, a su estado primitivo. Si no hubiera un ser consciente que contemplara
estos hechos del mundo material, no podría decirse que en él existiera tiempo, sino sólo
coexistencia y sucesión de realidades de suyo atemporales. A juicio de Bergson, se han
confundido espacio y tiempo, pues el movimiento parcelado en momentos estáticos no es
otra cosa que espacio, y sólo adquiere sentido de movimiento si hay un espectador que
opere la síntesis mental de lo recorrido por el móvil. Pero esta síntesis es un puro proceso
psíquico. De hecho, fuera de nosotros, únicamente existen situaciones estáticas del móvil
en el espacio.

Cosa muy diferente acontece en la vida interior, en la duración que constituye la vida de
cada uno, donde no es posible retornar a situaciones pasadas. El avance temporal y el paso
del presente a pasado es un hecho radical e insuperable, porque el tiempo psicológico es
irreversible. Soñamos, a veces, con volver a situaciones pasadas, con recomenzar la vida;
pero, aunque todas las circunstancias anteriores –lugar, compañía, ocupación- convergieran
para situarnos en el ambiente pasado que añorábamos, pronto comprenderíamos que ni
nosotros ni los que nos rodean somos ya los mismos. El tiempo no ha sido para nosotros
espectador de unos procesos reversibles, sino que ha constituido, en cierto modo, nuestra
propia esencia, la trama misma de nuestro ser. En cada momento de nuestra vida gravita
todo el pasado, de forma que el momento presente es una especie de condensación de la
vida anterior, y el yo que en él actúa es un producto de la experiencia pasada.

El tiempo puro, piensa Bergson, es cualidad, interioridad, duración, devenir, intensidad. El


tiempo verdadero es el puro fluir de nuestra interioridad, desprovisto de toda medida,
sentido como algo cualitativo. El tiempo verdadero es un devenir indivisible, innumerable,
incontable. Fuera de nosotros sólo hay espacio. En nuestro interior, en cambio, existe la
verdadera duración: el proceso por el que se va penetrando y fusionando una sucesión de
hechos psicológicos.

El momento propicio para analizar el sentido de la duración verdadera es el sueño, porque


en él se altera la comunicación entre el yo y el mundo exterior y, en consecuencia, se evita
el riesgo de confundirla con el espacio. En estas circunstancias ya no medimos la duración,
sino que únicamente la sentimos; deja de ser cuantitativa para convertirse en cualitativa y
desaparece toda apreciación matemática del tiempo pasado.

El tiempo bergsoniano, además de indivisible, es inconmensurable. Si habitualmente


medimos el tiempo, es debido a que lo proyectamos sobre el espacio. Un ser ajeno al
espacio tendría una noción pura del tiempo, noción que podemos obtener si no separamos
el presente de los estados anteriores, porque la duración pura no yuxtapone estados, sino
que los fusiona. La medida del tiempo no es posible, porque el tiempo no es homogéneo,
sino pura heterogeneidad. Medirlo, por tanto, es exteriorizarlo, espacializarlo y degenerarlo.

El tiempo para Bergson es el fundamento de toda la realidad. El fluir, que es la esencia del
tiempo, embarga al hombre y a todas las cosas. El fluir, que es vida, cambio, tiempo,
aunque nos es íntimamente conocido, resulta, sin embargo, indefinible, porque sólo se
puede conceptualizar lo material y el tiempo no es una realidad material. Para captar la
duración real hemos de utilizar la intuición en lugar del pensamiento. El tiempo de la física
es un tiempo falsificado, porque, al medir y mecanizar, falsea la realidad, aunque permite
su utilización. El tiempo verdadero es duración de algo que cambia, y ese algo es la
conciencia, la vida interior del sujeto psíquico, para quien el tiempo reviste un carácter
radical, porque el hombre posee un ser de naturaleza temporal. Es el sujeto psíquico el que
introduce la noción de tiempo en el universo material, donde sólo hay sucesión o
coexistencia de fenómenos atemporales.

Heidegger, en su analítica existencial del Dasein, descubre al hombre como un ser


incompleto e inacabado, que tiene que hacer y proyectar su propia vida,
autotrascendiéndose y anticipándose a lo que va a ser, porque el futuro, entendido como
posibilidad de existir, constituye una dimensión de su ser. Pero el futuro implica el pasado,
puesto que nuestra posibilidad de ser se plantea desde lo ya sido. Por lo tanto, también el
pasado constituye una dimensión del ser del hombre. Ahora bien, la comprensión de lo ya
sido determina la comprensión de lo que actualmente somos. El presente, pues, aparece
envuelto por la relación entre futuro y pasado. Estas tres dimensiones –pasado, presente y
futuro- constituyen la unidad del ser humano y reciben el nombre de temporalidad.

El hombre es esencialmente un ser temporal y esta temporalidad es, en realidad, el tiempo


originario, a diferencia del tiempo cósmico. La temporalidad es la estructura concreta del
Dasein y su sentido último, porque el hombre no se limita a estar en el tiempo, sino que éste
constituye su propia esencia. El tiempo es la textura más profunda de la existencia humana,
que se patentiza como preocupación, y la preocupación cobra sentido en el tiempo, en el
futuro, pasado y presente.

También Ortega, al establecer las categorías que definen la vida, señala la temporalidad
como raíz misma de la vida, porque ésta es futurización . La temporalidad es la esencia de
la vida humana. El hombre está sujeto al tiempo, su vida transcurre en el tiempo, está
sometido a un continuo ser y dejar de ser, impulsado por el pasado va proyectando y
avanzando hacia el futuro. No sólo es lo que realmente es, lo que ha sido, sino también lo
que ha de ser. La realidad específicamente humana se caracteriza por su consistencia
temporal y, por ello, la historia es la propia vida de los hombres y de la sociedad. El
hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia. La filosofía orteguiana empieza con el
reconocimiento del tiempo y de la historia como elementos fundamentales de la vida
humana. Toda noción referente a la vida específicamente humana es función del tiempo
histórico.

Este somero recorrido por la historia del pensamiento, amén de proporcionarnos una serie
de datos sumamente interesantes sobre la multiplicidad de teorías que se han formulado
acerca del tiempo, nos permite extraer algunas consideraciones en nuestro afán reflexivo de
captación del tiempo.

Por de pronto, es evidente que el tiempo no es un concepto unívoco ni tiene el mismo


sentido si lo aplicamos al mundo o si lo aplicamos al hombre. Tal indistinción es la génesis
de muchas aporías y dificultades en la comprensión del tiempo. Y es que hay dos maneras
de hablar y de pensar sobre el tiempo: el tiempo del mundo y el tiempo del alma. El
primero es un tiempo medible, objetivo y cosmológico. El segundo es un tiempo medido,
subjetivo y antropológico. Disponemos de instrumentos – calendarios, relojes – que nos
permiten medir con facilidad el tiempo del mundo. Pero carecemos de procedimientos que
nos permitan expresar la experiencia humana del tiempo, porque esta experiencia es
heterogénea, plural y siempre cambiante.

Conviene, por lo tanto, distinguir dos conceptos temporales: el tiempo cosmológico y el


tiempo psicológico. El tiempo cosmológico es el tiempo físico, objetivo, homogéneo,
susceptible de ser medido y calculado y gracias al cual podemos hablar de la edad de los
astros. El tiempo psicológico, en cambio, es el tiempo de nuestra vida según nuestra propia
experiencia. Es un tiempo subjetivo y variable, porque unas veces nos parece que transcurre
muy deprisa y otras muy despacio; unas veces nos parece que lo aprovechamos y otras lo
dejamos pasar; hay esperas interminables y momentos que nunca acaban. Es nuestra
vivencia personal del tiempo.

A estos dos conceptos fundamentales podríamos añadir un tercero, no menos importante,


que no se identifica con ninguno de los dos y que viene a ocupar un lugar intermedio entre
ambos: el tiempo histórico, el tiempo de los acontecimientos de la humanidad. El tiempo
histórico nos permite comprender la existencia de épocas diferentes, así como los cambios
continuos a que todo está sometido. En cierto modo, es el intento de integrar el tiempo
personal en el tiempo universal. En el tiempo histórico nuestra propia vida se inscribe en el
tiempo del mundo. Es lo que pretendemos hacer, por ejemplo, por medio de los calendarios.

La división tripartita que acabamos de esbozar nos permite comprender mejor el tiempo,
pero no resuelve toda la problemática que entraña tan compleja noción. Así, por ejemplo,
podríamos preguntarnos si existen tres tiempos –pasado, presente y futuro – o si el tiempo
reviste un carácter unitario y presencial.

El pasado ha sido, pero ya no es; el futuro será, pero aún no es; sólo el presente es, aunque
su modo de ser es instantáneo y fugaz, porque muy pronto deja de ser. Sin embargo, es
cierto que el pasado es en tanto que pasado y el futuro es en tanto que futuro. Por lo tanto,
parece que los tres tiempos convergen en el momento actual como si sólo existiera el
presente, un presente de las cosas pasadas, un presente de las cosas presentes y un presente
de las cosas futuras. He aquí lo paradójico del tiempo. Por un lado, lo percibimos como una
realidad instantánea, huidiza y fugaz, como algo que se nos escapa y da a nuestra vida un
sentido inestable y efímero. De ahí que intentemos aferrarnos al momento presente, como si
quisiéramos asir el tiempo, porque somos conscientes de la brevedad de nuestra vida y
necesitamos vivirla intensamente, porque el tiempo pasa y mañana, quizás, sea tarde. Pero,
por otro lado, experimentamos como un rechazo hacia esa fugacidad del tiempo y tendemos
a dilatarlo en el pasado y a proyectarlo en el futuro, instalándonos en una especie de
eternidad como si nuestra vida nunca fuera a tener fin.

Este sentido paradójico, que comporta la temporalidad, hace que el tiempo constituya una
dimensión fundamental de la vida humana, ya que sin él seríamos incapaces de entender
nuestra vida, porque somos seres limitados en el tiempo y porque éste va marcando nuestro
propio devenir y el de la humanidad. El hombre es un ser histórico, cuya vida se inscribe en
el transcurso del mundo. Gracias a esta dimensión temporal, de la que es imposible
prescindir, el ser humano intenta entenderse a sí mismo y a los otros en relación con el
tiempo de su vida. Esto hace que pertenezcamos a una generación, es decir, a un grupo de
personas que comparten un tiempo específico: el tiempo que dura nuestra vida. Y esto hace
también que podamos decir que las personas que compartimos una misma edad histórica
somos coetáneos, porque somos hijos de nuestro tiempo y recibimos unas costumbres, una
cultura y un modo de concebir la realidad dependientes del tiempo que nos ha tocado vivir.

Francisco Titos Lomas

http://es.slideshare.net/sebastianlilly/presentacin-adm-del-tiempo

diapositivas de administración del tiempo slides.

EJERCICIO:

Enlistar las consecuencias del trabajo excesivo.

la gestión del tiempo no pretende trabajar más, sino obtener más resultados

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