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El bebé que no dejaba de llorar

Tuve mi tercer hijo y todo iba bien hasta que cumplió tres semanas de nacido.
Empezó a vomitar mucho cada vez que le daba su leche. Paso una semana así y lo
lleve al doctor quien le dio una medicina para controlar el problema. Regresamos a
casa y me quedé despierta, preocupada y pensando mucho en mi bebé. Eran como las 2
a.m. y me puse lavar y secar ropa. De repente escuché niños llorando pero el bebé
estaba en su cunita y en los cuartos de los niños, nada… todos bien dormidos.
Regresé a la sala cuando lo escuché otra vez, y le pregunté a mi esposo, quien
estaba en el mismo cuarto con el bebé que si había llorado el niño, él contestó que
no. Me quedé entre el pasillo de la casa donde están los cuartos de los niños para
ver qué estaba pasando. En eso escuché a una mujer llorando en la sala, lo hacía
con mucha tristeza y desesperación. Me quedé totalmente fría y paralizada en el
pasillo, pero algo dentro de mi me dijo que llevará al niño al hospital.
Ya eran casi las 4 a.m. Me lo llevé y le hicieron exámenes pero cuando el doctor
llegó con los resultados me dijo que tenían que llevarlo a otro hospital a hacerle
un cirugía en la panza. Y que si hubiera esperado más tiempo él hubiera muerto. No
sé qué estaba pasando en mi casa pero mi mamá dice que era un ángel avisándome.

El monje chino
Cuando vivía en China, una vez me enoje muchísimo con mi ahora ex. Me salí de los
departamentos donde viva y me fui a caminar a una montaña cercana que tenia una
especie de templo en la parte más alta. Siempre iba a ese lugar a olvidarme de
todo, porque nunca había gente y la vista era hermosa. Ese día ya era de noche y no
se veía nada, pero no sabia a dónde más ir a llorar, así que con la luz de mi
celular recorrí toda la montaña hasta que llegue al templo.
Me acurruqué en una banca de madera muy vieja y llore hasta quedarme dormida. Entre
sueños escuché los pasos de alguien entrando al templo, y sentí como se sentó a mis
pies en la misma banca y puso su mano en mis pies. Apenada me paré de golpe para
disculparme por haberme dormido allí, pero al incorporarme no había nadie. Nunca he
sentido tanto miedo y tanta paz al mismo tiempo. Después de contarle la historia a
mis amigos chinos me dijeron que nadie subía allí por esa misma razón.

La mano
Un día cuando tenía unos 16 años y estaba con mi familia terminando de cenar, todos
se quedaron en el comedor pero yo quise subir a ver la tele. Cuando iba subiendo
las escaleras sentí una mano enorme y rasposa que me jaló del tobillo e hizo que me
cayera. Grité y todos vinieron, yo estaba llorando como loca, mi papá buscó por
todos lados y no había nada.
Nos subimos al cuarto y de la puerta se veía hacía la calle, en la esquina vi una
mujer joven con una bata blanca y con el cabello largo y rizado pero no se le veían
los pies, era como si estuviera flotando. Pegué un grito de terror, no sabía qué
pasaba pero mi hermana mayor corrió, me abrazo y me dijo que ella también la había
visto. Me quedé dormida llorando. 12 años después sigo subiendo las escaleras de mi
casa corriendo.

El abrazo
Cuando vivía en mi ciudad natal me mudé de casa unas cinco veces antes de terminar
en un lugar permanente. Una de esas casas tenía dos pisos y yo era la única que
dormía en el cuarto de abajo. Una noche mi perro empezó a ladrar y se metió
corriendo a mi cuarto, le ladraba a la puerta y no se le quería acercar para nada,
me saqué de onda y revisé, pero no había nadie, así que decidí dormir.
Momentos después me desperté sintiéndome incómoda, extraña y, sin motivo alguno,
empecé a sentir mucho miedo. Me acurruqué de lado intentando dormir cuando, de
pronto, sentí a alguien abrazándome y no podía moverme ni gritar. Sólo cerré los
ojos muy fuerte y pensé en todos los rezos que me se hasta que me quedé dormida.
Nunca supe quién me abrazó o que fue lo que pasó.
El silbido
Un día estaba haciendo tarea en la cocina en la madrugada cuando algo raro ocurrió.
Escuché el grito de un señor, no entendí lo que dijo y pensé que tal vez era algún
borracho de la calle así que lo ignoré. Pasó un rato y empecé a escuchar a lo lejos
un silbido que entonaba una melodía que no había escuchado antes, lo volví a
ignorar pensando que quizá venia de la calle o de la casa de mis vecinos, pero
empecé a escucharlo cada vez más cerca.
Traté de no prestarle mucha atención, no era la primera vez que pasaban cosas rara
en esa casa, pero el silbido se acercaba cada vez más. De pronto se detuvo y lo
siguiente que escuché fue que abrieron la puerta para bajar las escaleras y unos
pasos pesados como los de un hombre que traía botas.
Regresó el silencio y cuando me tranquilicé, escuché el mismo silbido cerca de mi
oído y una mano estaba recargada en mi hombro, me paralicé del miedo que sentí y
cuando reaccioné sólo pude llamar a mi papá que fue corriendo con preocupación
hacia mi.
Le conté lo que había pasado y fue a inspeccionar la puerta conmigo, estaba abierta
pero esa puerta nunca estaba abierta, la cerró y cuando íbamos bajando vio que en
el escalón había una huella de un animal y me dijo que me fuera a dormir. Ya no he
vuelto a escuchar ese silbido inolvidable, pero la mano me dejo un recuerdo, cada
que volteo a mi hombro siento que la veo aunque sé que no es real.

Historia de la dama de rojo


Cada fin de semana, la rutina era la misma; ella salía del trabajo a prisa, para
llegar a casa y tomar un aromático baño, luego se sentaba horas frente al espejo
embelleciéndose. El toque final, siempre un vestido rojo, porque le gustaba llamar
la atención, además, hacia resaltar su hermosa piel clara, labios carmín y la
sedosa cabellera negra que cubría un poco el gran escote en su espalda.
Volvía de su gran noche de fiesta, luciendo tan hermosa como al salir de casa, solo
que el cansancio de tanto bailar, la obligaba a cargar sus tacones en mano,
mientras el cemento frio e irregular por el que caminaba, masajeaba sus pies a cada
paso.
Ese camino lo recorrió tantas veces, que podía fácilmente llegar a su destino con
los ojos cerrados si así lo quisiera, por lo cual no le molestaba dejar caer sus
parpados para dedicarse a escuchar y oler la noche que tanto le fascinaba.
Avanzaba lentamente, buscando sorprenderse con algún detalle que pudo ignorar al
llenarse con las imágenes que pasaban por su retina, fue entonces que descubrió… un
agitado resoplido, acompañado de un olor particular que transportaba un ligero
viento que apenas le movía un par de cabellos. Temía abrir los ojos y perder el
rastro de aquello que había provocado tantas sensaciones en su cuerpo…Siguió así,
ensanchando sus fosas nasales, para que aquel sabroso olor a metal húmedo la guiara
hasta el punto exacto de su procedencia… uno, dos, tres… decenas de ansiosos pasos,
y se detuvo en la entrada de un callejón, el lugar era una fiesta de sonidos y
olores que le nublaban la razón.Gemidos, lamentos, respiraciones agitadas, algo que
se desgarra o se rompe; finalmente un rechinido que le obliga a abrir rápidamente
los ojos, para verlos ahí… de rodillas, hundiendo sus colmillos y desgarrando el
cuerpo de aquel hombre para alimentarse.Ella deja caer sus tacones, en el choque de
estos contra el suelo, ellos se dan cuenta que no están solos, voltean, la miraban
fijamente por un segundo y vuelven a lo suyo, ella no puede resistirlo, se tira
sobre sus rodillas, se arrastra por el suelo… el estómago parece consumirse a sí
mismo, la obliga a retorcerse y convulsionar, pero todo termina, cuando hunde sus
dientes en el cuerpo del hombre muerto, el tibio sabor a hierro despierta
nuevamente sus sentidos, siente la vida fluir dentro de ella, la hace vibrar,
hundiendo otra y vez su cara en las vísceras de aquel cuerpo, para no dejar escapar
aquella sensación de plenitud…
Ella tenía razón, ¡el rojo es su color! Y la sangre su nuevo vestido, seguramente
volverá nuevamente a ese callejón, para cenar junto a los suyos.

Mi hermano quiere jugar


Cuando tenía unos 8 años, me gustaba mucho jugar con Mega Bloks; armaba grandes
torres, para luego derrumbarlas. Una de esas veces, ya habiendo tirado otra de mis
torres, me aburrí de estar en mi cuarto y fui a pedirle permiso a mi mamá para
salir a jugar. Ella me dijo que me dejaría una vez que recogiera los bloques que
había dejado en el piso, entonces yo me giré para regresar a mi cuarto, pero me
detuve porque mi hermano, de 5 años estaba en mi cuarto, recogiendo los juguetes
por mí.
Había encendido la luz, estaba callado y se veía muy concentrado en lo que hacía.
Volteé con mi mamá otra vez, y le dije, «Ah, mi hermano ya lo esta haciendo por
mí,» a lo que ella se asomó, observó mi puerta muy desconcertada por un par de
segundos, y dijo: «Ahí no hay nadie. Tu hermano está afuera, jugando.» Volví a mi
cuarto y vi que, en efecto, no había nadie; ahora la luz estaba apagada, y los
juguetes seguían en el suelo. Sí se me hizo extraño, pero decidí ignorarlo, recoger
y simplemente salir…

La llorona
La casa de mis abuelos paternos no es muy grande, pero los patios sí lo eran, en
especial el de atrás porque mis tenían una mini granja para uso personal. Detrás de
eso estaba la construcción en obra negra de casa de una de mis tías y luego un
plantío de magueyes de mi abuelo. En esa zona tenía un baño viejito de madera,
donde todo iba a dar a un riachuelo que pasa por atrás. Ahí estábamos mis primos,
mis hermanos y yo, éramos como ocho personas de entre 7 y 16 años jugando entre los
magueyes.
En eso me dieron ganas de hacer del baño, la puerta no cerraba bien así que mis
primos estaban sosteniéndola, cuando estaba lista para salir del baño el ruido de
risas y juegos se detuvo en seco por un grito aterrador. Me congelé, todos salieron
corriendo y aún se oía ese horrible grito.
Cuando al fin pude moverme empujé la puerta para salir corriendo pero entré en
pánico cuando vi que la puerta no abría por más que la empujara, no tenía pestillo
ni nada pero no abría. Sólo habían pasado como 5 segundos y el grito seguía
escuchándose, sentí un frío aterrador desde mi espalda que atravesó mi pecho y
cubrió todo mi cuerpo mientras yo pegaba en la puerta, la empujaba y gritaba, pensé
que me iba a morir ahí.
Cuando al fin pude abrir la puerta y salir corriendo llegué hasta el patio y
encontré a todos mis primos pálidos, algunos lloraban pero yo sólo sentía un nudo
en el pecho. Ese grito dejó de escucharse, nos asomamos al pasillo que nos llevaba
hasta los magueyes y vimos una silueta blanca flotando en el arrollo, siguiendo el
curso del agua. El abuelo nos dijo más tarde que esa había sido La Llorona y que él
ya la había visto y oído. Nos advirtió que no dejáramos que nos viera de frente o
podríamos morir del susto. Nunca volvimos a jugar en esa zona.

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