La Mujer de Arriba

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"La mujer de arriba"

Me mudé hace poco, decidí vivir la vida de un adulto y alejarme de mi abuela,


aunque la quiera mucho; necesitaba mi propio espacio.
Busqué varios lugares que se ajustaran a lo que podía pagar, un departamento
chico, nada extravagante, necesitaba estar tranquilo sin mucha gente y sin
ruido. Ahí es cuando lo encontré, el departamento que dejaron porque sus
anteriores inquilinos se sentían incómodos porque se encontraba rodeado de
departamentos vacíos. Me dijeron que no era una zona concurrida, por lo que
nadie conocía el edificio, y la mayoría prefería vivir en los departamentos de
abajo, ya que no había ascensor.
Era perfecto, casi sin gente alrededor y todo silencioso, eso me dijeron.
Pero por algún motivo, no entendía por qué la escuchaba todos los días.
Empezó a la semana de mudarme, oía sus pasos de un lado a otro, como
cuando alguien está nervioso y camina sin parar, no es que me molestara
tanto, pero no entendía quién era, no me dijeron que vivía gente arriba. Había
supuesto que habría gente en el siguiente piso, uno no puede ser el único, pero
no esperaba que al preguntar sobre los de arriba, me dijeran que no vivía nadie
ahí.
Creo que de todas las cosas que me pasaron, esta fue la más rara. Cada tanto
la escuchaba hablar, una mujer joven, parecía a veces murmurar o hablarle a
alguien, contando; creo yo; de sus penas. A veces la sentía recostarse en el
piso, no es que tenga un súper oído, pero parecía que los sonidos de ese
departamento se escucharan como si yo estuviera ahí, y me provocaran tantos
escalofríos, dios.
Seguí insistiendo en que había alguien ahí, al dueño no le gustó, me llevó en
persona a verlo, y para mi sorpresa, estaba todo deshabitado. Ni una sola
huella de que alguien estuvo, había polvo en todo el lugar, hasta creí haber
visto telarañas en los rincones con arañas, pero aparte de ellas, ningún ser
vivo.
No lo entendía, pero sentí que me estaba acostumbrando. No es que no tenía
miedo, o no quería saber qué pasaba, por supuesto que lo tenía y claramente
me intrigaba, pero creo decir, que realmente me sentía algo cómodo con su
compañía.
A veces la escuchaba reír, como cuando se te cruza un chiste por la cabeza y
no puedes contener la risa y estallas hasta el punto de que se te escapan las
lágrimas, y créanme, era una risa tan contagiosa, que inconscientemente me le
unía. Otras veces lloraba, lloraba y lloraba sin parar, murmuraba cosas que no
entendía, y me producía la necesidad de consolarla. A veces le hablaba a
alguien, creo yo, un animal, le decía cosas con esa voz aniñada que todos
usamos, y otras veces le hablaba normal, le hacía preguntas, no sé cuáles
eran, pero sonaban como si estuviera triste todo el tiempo.
Con el tiempo me acostumbré bastante a el hecho de que haya un fantasma
arriba de mi departamento, sí, un fantasma, supuse que es lo que sería ya que
realmente no había nadie. Me acostumbré a su presencia, era como una rutina
escucharla, pensar en qué estaría haciendo, reír con ella, sentir sus penas,
¿entienden no? Era contagiosa, y me hacía sentir que no estaba solo, que
tenía compañía, compañía de la buena.
Hace poco la escuché bailar, sonaban ecos de música, jazz a mi parecer, sus
pasos sonaban en mi techo, parecía recorrer todo el cuarto y era increíble.
Tanta fue la intriga que me dio que decidí ir a verla.
Salí de mi departamento y subí al piso de arriba, me posicioné enfrente de su
puerta, todavía escuchaba la música, sus pasos y sus pequeñas risas de vez
en cuando. Tenía miedo de abrir la puerta, tenía miedo de que no estuviera, de
que se fuera y no volverla a sentir. Tomé coraje, agarré el picaporte y
lentamente lo di vuelta, abriendo con lentitud, y en vez de abrirla por completo,
solo miré por el pequeño espacio. Vi luces relucientes, fotografías y pinturas en
la pared. Vi su sombra moverse, vi la tela del vestido que llevaba girar, daba
vueltas y vueltas. Vi sus brazos delgados, y su pelo negro largo, vi sus pies
descalzos jugar dando vueltas entre sí. Y la vi a ella, sonriendo enormemente,
la vi y abrí un poco más, empezó a bailar, me miró, ambos nos miramos, fue la
primera vez que la pude observar, era tan magnífica.
Entonces por fin abrí la puerta, las luces ya no estaban, apenas había rastros
viejos de las pinturas que antes se hallaban en la pared, el polvo invadió de
nuevo, las arañas me recibieron por segunda vez, y los almohadones dejaron
de estar. Y ella ya no estaba, no había rastro alguno, me había ilusionado de
que esta vez, solo esta vez, podría verla por siempre.

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