Gamplel Y. Cap 4
Gamplel Y. Cap 4
Gamplel Y. Cap 4
-Introducción
-Cap. 4: "Se lo contarás a tus hijos" pp. S5-68
-Cap. 7:"El nombre del héroe"
Adolescencia Grassi
INTRODUCCIÓN
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efectos de la aberación causada por deterainada violencia
sociopolítica de Estado, por lo que algunos seres humanos
pueden hacer sufrir a otros seres humanos. Trato de repre
sentar la penetración en el ser de aspectos terribles,
violentos y destructores de una realidad externa frente a
la cual el sujeto se encuentra sin defensa, comparándola
con los efectos de las radiaciones concretas.
Los rosiduawradtacttvoepueden transmitirse de la pri
mera generación, la que vivió directamente la Shoah, a la
segunda generación, que la vivió en forma fantasmática, y
luego a la tercera. En el transcurso de la transmisión de
una generación a otra, pueden tener lugar algunos procasos
que susciten trastornos especificos. El concepto de trang
misión radiactiva intenta dar formaa un fenómeno incons
ciente, imprevisible, que hasta ahora no había sido estu
diado por ninguna teoria psicoanalftica.
Los conceptos de secuelas, transmisión e identificación
radiactivas, que serán desarrollados en este libro, provo
caron y siguen provocando resistencias. La idea de una
penetración contra la cual el individuo no puede protegerse,
y que no se puede remediar, es insoportable. Por otra parte,
se me ha reprochado el hecho de recurrir a una metáfora
cuyo peligro es dar origen a la idea de una influencia poli
morfa e infinita. Sin embargo, después de los horrores de
la Shoah, que debieron haber llevado a un "nunca más",
se siguen produciendo en todo el mundo persecuci¡nes co
lectivas, torturas, limpiezas étnicas y genocidios, que
indudablemente son manifestaciones de una infiltración
polimorfa e infinita de la crueldad.
Para poder aceptar este concepto de radiactividad, es
indispensable salir de la concepción lineal de causalidad
en lo que se refiere a los hechos, renunciar a la evidencia
inmediata de los fenómenos y enfrentarse a la incerti
dumbre, que forma parte de nuestra existencia misma.
En el transcurso de mi trabajo clfnico, durante más de
treinta años, con sobrevivientes que fueron niños durante
la Shoah, pude observar un proceso particular: en ellos se
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produce, en ciertas circunstancias, un entrelazamiento
entre el presente y el pasado. Y esto me llevó a concebir ese
entrelazamiento como una coexistencia de dos sustratos:
un "sustrato de seguridad" y un "sustrato de lo inquietante
y extraîno". En este sentido, hay que subrayar que, si bien
cada individuo lleva en su interior una herencia tácita y
oculta de agresión, los individuos que sufrieron violentos
traumatismos sociales conocen una agresión especfica: la
de un mundo exterior brutal que los ha penetrado. Y esa
segunda agresión se superpone a la primera.
Todo mi trabajo, tanto en mi práctica como en mi investi
gación, estuvo guiado por un hilo conductor: ¿existe en el
psicoanálisis un lügar en el que puedan ponerse de relieve
los hechos, los traumas sufridos por el individuo por causa
de la violencia social, especialmente la de la Shoah? Mi
respuesta es sí. Aunque esos hechos no sean ni mensurables
ni comprensibles, y mucho menos interpretables, tienen
que ser puestos en circulación, necesitan una articulación.
Deben poder ser dichos, aunque sea ocasionalmente,
incluso bajo la forma de una insinuación, de una alusión.
La experiencia del terror, de la violencia de Estado, exige
una textura narrativa particular. El horror generalmente
produce silencio, pero a veces un largo trabajo en profun
didad permite el acceso a la representación. Entonces surge
la posibilidad de hablar.
A través del psicoanálisis, se supone que cada uno puede
elaborar una libertad de pensamiento y una búsqueda
continua de uno misno y del otro. Frente a circunstancias
externas extremas, tales como la guerray la violencia so
cial, la capacidad de pensar puede verse amenazada. El
terapeuta debe mantener una distancia crítica para reco
nocer, analizar y vencer las diversas resistencias de su pa
ciente a la dolorosa percepción de los hechos y a su eva
luación. Pero su actitud también debe estar basada en el
sentido común, la intuición y el corazón. Es una tarea muy
difcil, y muchas veces me he sentido impotente y deses
perada.
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Por último, el contenido de este libro no pretende ser
una construcción o una reconstrucción que exprese una
verdad. Se trata nmás bien de un ensayo para volver audible,
perceptible, quizá comprensible, lo que constituye el dolor
de la violencia social, el dolor en su aspecto más esencial
mente humano.
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4. "SE LO CONTARÁS ATUS HLJOS"
(ÉXODO 13,8)
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Algunos sobrevivientes optaron por borrar sus recuerdos
de la Shoah, suprimir las aterradoras imágenes que
contienen. Si ese pasado es recordado, el contenido repri
mido, suprimido, negado o renegado corre el riesgo de rea
parecer. Puede favorecer el resurgimiento de contenidos
de muerte y de destrucción, y esa transmisión de una gene
ración a otra se hará de una manera cruel si no interviene
la mediación del símbolo. Pero también puede permitir con
ferirles a los muertos un lugar en la historia.
La gran cantidad de testimonios sobre la Shoah publi
cados en estos últimos años son otra manera de preservar
la memoria y de garantizar su transmisión a las gene
raciones futuras, observando el mandamiento: "Se lo
contarás a tus hijos".
- e linico
En 1984, la señora N. vino a verme porque tenía pro
blernas con su hija E., de diecisiete años. Ésta rechazaba
las convenciones sociales de su ambiente familiar, no quería
terminar sus estudios secundarios y se negaba a venir a la
consulta (Kestenberg y Gampel, 1986).
La señora N., bonitay elegante, provenía evidentemente
de una familia rica y culta, y no le gustaban los modales
groseros, el lenguaje vulgar, la falta de disciplina y de dis
creción" de su hija. Ésta tenía dos hermanas. La mayor
estaba casada y estudiaba en la universidad. La segúnda
era inteiectualmente brillante, mientras que E., la menor,
nunca se había destacado en el ámbito escolar.
La señora N. tenía treinta y ocho años cuando nació E.
Sentia un gran cariño hacia ella y le había dedicado más
tiempo y atención que a sus hijas mayores. Durante mucho
tienpo, E., muy apegada a su madre, había sufrido tras
tornos infantiles, como enuresis, y tenía frecuentes pe
sadiilas.
Le hice preguntas a propósito de esos dos síntomas. La
señora N. respondió que la familia había pasado algunos
años en el exterior,y que luego regresaron a Israel, cuando
E. tenía doce años. Dos años después, el padre murió tras
una larga enfermedad. Durante esa permanencia en el
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extranjero, E. había tenido una niñera que la quería mucho
y la ayudó a adaptarse, a integrarse a los demás niños. La
señora N. me aseguró que se había sentido muy feliz por
su hija y no sintió celos por ese amor. La niñera provenía
de una familia no judfa muy modesta, y a la nina le
encantaba pasar el tiempo con ella.
A lo largo del tratamiento, me enteré de que, al igual
que su marido, la seHora N. había vivido en Europa durante
la Segunda Guerra Mundial. Su familia era muy rica y
ella era hija única. Cuando estalló la guerra, tenía nueve
años. Sus padresy ella fueron detenidos y encerrados en
un gueto. uando le hice preguntas sobre la vida que levó
allí, me contestó que todas las "estupideces" que se hablan
escrito acerca de los efectos de la guerra sobre los niños
eran "mentiras". Ella recordaba que en esa época jugaba a
"alemanes y judíos", como los niños de hoy juegan a
"policías y ladrones". "La guerra no tuvo ninguna influencia
sobre nosotros", afirmó. De hecho, no quería hablar de ese
tema conmigo. Solo podía hacerlo con amigos que habían
vivido ese período.
Sin embargo, me contó que en 1942, a los doce años,
estuvo escondida en casa de una familia de campesinos no
judíos con quienes vivió hasta el final de la guerra. Se refirió
a las impresionantes diferencias que existían entre su ho
gar rico yordenadoy el de esos campesinos muy sencillos,
sucios eincultos:"personas rústicas, con modales groseros,
un lenguaje vulgar y falta de disciplina y de discreción".
¡Usó las mismas palabras que había empleado antes para
describir el comportamiento de su hija! Tuvo que enseñarles
a esos campesinos las reglas elementales de la higiene. Para
ella, la vida fue muy dura en esa casa. Su consuelo era una
niña pequeña, que la campesina había dado a luz a los
treinta y ocho años, sin desearla. La señora N. se hizo cargo
de ella y la crió.
Le sugerí a la señora N. que para su hija de doce años,
la legadaa Israel pudo haber sido un momento doloroso,
relacionado con la pérdida de su querida nihera, ycon la lar
ga enfermedad y la muerte de su padre. Aesa misma edad,
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la señora N. también había sido separada de sus padres,
de su casa, de su ambiente, y viviólatransición de una vida
quo ella describía como "ideal" a una vida muy dura. Pero se
enojó cuandohice psa comparación, ydijo que ella no había
sufrido en absoluto. En cambio, podía tomar en consi
deración los sufrimientos de su hija, y siguió hablando de
su sensibilidad, de su búsqueda de la verdad, de su hosti
lidad hacia la hipocresía de la sociedad.
Le dije a la señora N. que evidentemente ella hatía pasa
do por hechos dolorosos. Para escapar a esas vivencias, se
había construido una coraza que la volvía "insensible" a ese
pasado que queria desterrar. Tal vez el comportamiento
de su hija correspondiera a la exteriorización de todos los
sufrimientos que ella misma había soportado, y que hasta
ese momento había logrado dejar de lado. Por supuesto, no
había que olvidar los hechos dolorosos vividos por su bija. La
señora N. me respondió que ella nunca Boraba, y se contro
laba, mientras que su hija expresaba abiertamente su dolor.
La señora N. negóvehementemente toda relación entre
su infancia durante la guerra y la vida de su hija, especial
mente, en cuanto a los problemas de conducta que ésta
presentaba. Pero existía una relación entre la edad en la que
se habían producido algunos hechos en la vida de la madre
y aquella en la que se manifestaron los trastornos de la
hija: a los doce años, la mnadre y la hija habían vivido una
ruptura, una separación. La madre tuvo a ss hija E. a los
treinta y ocho años, igual que la camnpesina. Ésta no había
querido ocuparse de su hija no deseada. Del mismo modo,
cuando E. conoció la angustia de la separación, no fue su
madre quien se ocupó de ella, sino una niñera.
El comportamiento de la adolescente, tan perturbador
para la madre, respondía a un aspecto terrible y amend
zante de la vida pasada de sus padres. Comprobamos una
vez más que los modelos de idenifcación, así como los
ideales y los relatOS, alimentan la cadena de transmisión
con significaciones que pasan de.una generación a otra, e
incluyen lo nodicho. Esas significaciones contienen una
fuerza determinada por el inconsciente. Otra cadena de
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transmisión pued ser alimentada por. impresiones _que
exceden Ja posibilidad de transmisión psíquica o por ves
tigios que no legan a expresarse. en .una representación,
simbólica. En ambos casos, lo que es trangmitido -incons:
cientemente- circula en calidad de energía no ligada sys
ceptible de crear una herencia traumática.
Se plantea una doble pregunta a propósito de los sobre
vivientes de la Shoah, como de toda catástrofe provocada
por la violencia social: ¿cómo les transmiten su vivencia
traumátËca a sus hijos, y cómo son afectados éstos?
Las dferentes conceptualizaciones relativas a là iden
tificación se insertan en carencias que existen en la gene
ración anterior, en duelos interminables, secretos de
familia, traumas individuales y colectivos. Judith Kesten
berg (1982, 1989) describe un mecanismo que va más allá
de la identificación, al que lama "transposición al mundo
del pasado". Esta expresión le fue inspirada por laesuchå,
en el marco terápéutico, de los gritos angustiados de los
hijos de sobrevivientes que no podían evitar yivir "en,el
pasado"y contenían dentro de ellos a los.muertos.La
transposición" al pasado de los padres no debe confundirse
con la "identificación" con el pasado de los padres. Esta
"transposición" de la segunda generación se realiza como
"salvaguardia" de los seres queridos que los padres perdie
ron para siempre durante la Shoah. El niño de la segunda
generacipn penetra en la atmósfera del pasado, desciende
al infierno d la Shoah y cumple el papel de los diferentes
miembros de la familia desaparecida. Vive así en forma
inconsciente la ilusión de que está preservando a sus padres
de enfrentarse con su pérdida irreparable, haciendo el
trabajo de duelo en su lugar. J. Kestenberg habla en este
sentido de un "tiemnpo superpuesto", como un "túnel del
tiempo", en el que a la coexistencia de dos realidades _e
agrega una actualización artificial.
Un paciente de veinticuatro años contaba que, cuando
tenía ocho o diez años, ofa de noche los gritos de su madre
que revivía en sus pesadillas su adolescencia en Ausch
witz. El niño iba a la cama de su madre para consolarla,
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para calmarla, y ella le contaba sus sueños. "Si yo hubiera
estado contigo, le decfa él, te habría protegido". Dé hecho,
había inventado una historia en la que él, pequenb héroe,
salvaba a su madre, y ésta terminó por creerlo. El nito se
ubicaba así más allá de la muerte y m¥s acá de la vida.
Encerrado en el impasse materno, no podía ni constituirse
ni reconocerse. Por otra parte, su fantasma y sus deseos
incestuosos vinculados al complejo de Edipo probablemente
se injertaban en el traumatismo materno. Ydurante años
vivió una doble realidad: por una parte, la de su escuela,
Bus estudios, sus amigos, y por la otra, la de la adolescencia
de su madre y todos sus muertos.
En su libro Le Vampirisme, Pérel Wilgowicz (1991)
conceptualiza una forma típica de "identificación vampí
rica" en la que algunos descendientes de las víctimas de la
Shoah, prisioneros de los traumas de la generación ante
rior, no son "ni muertos, ni vivos, ni nacidog", como los vam
piros. Y como bllos, se encuentran en el origen de una
"îllación", una "genealogía vampírica".
Pérel Wilgowicz menciona el siguiente caso clínico:
Edith (una mujer joven) soñaba a menudo con explosiones
y casas incendiadas. En una pesadilla, miraba la lista de lo8
habitantes en el vestbulo de un edifcio modernO: comprobaba
que muchos nombres habían sido borrados. Con frecuencia,
cuando pensaba en los hijos de su padre deportados y exter
minados antes de que ella naciera, al mismo tiempó que sus
abuelos, se sorprendía llamándolos mis hjos": "Yo no viut
personalmente ese pertodo, pero lo siento en mi cuerpoa traues
de ellos ya traués de mi padre, que sobrevivió al campo de
concentración"
El ritmo de las palabras de Cdith era muy particular: sus
frases sonaban entrecortadas, pero lo más curioso era que
repetía tres veces los comienzo8 y los finales. El padre de
Edith, que habla perdido a su primera esposa y a sus dos
hijos durante la Shoah, se había vuelto a casar al regresar del
campo de concentración. Edith, nacida de ese nuevo matri
monio, fue confiada desde muy pequeña a una fanmilia qu la
cuidaba. Sus padres la visitaban los fines de semana o durante
sus vacacione_. [..J
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La joyen mostraba un sufrimiento abandónico preocu
pante. Sus afectos depresivos reavivaban sus sensaciones
de nuestro
siernpre aubyacentes con respecto a la futilidadlas
trabajo. Repetía con insistencia que, a su juicio, sesiones
no tenfan "ningún sentido".
Con la amenaza latente de la interTupción de la cura, me
dijo un día: "Y% soy otra persona. No estoy aqu, sino en otra
es de
parte. No se por que. Thes sesiones, es dema_iado. Aqul partir
masiado pesado. Viuo una muerte lenta. Me gustarla
hacia otro pals, donde pudiera encontrarme a mí misma. No se
cómo ser. Me vi en sueños, desesperada. Lloraba, lloraba,
Uoraba. Pero no por m, sino por los demás".
(..J Luego asocia con su dependencia respecto de sus
padres, y de su analist. Agregó:"¿Por qué debo sufriry pagar
tanto? ¿Que tengo que pagar de esta manera? ¿Tengo que
soportar la desgracia judla, ser una vlctima?". La joven se
refrió entonces nuevamente a la historia de su padre.
Contrariamente a otros sobrevivientes, el no se habla ence
rado en un mutismo total sobre su pasado. Al principio, se lo
contaba a su hija por fragmentos, pero ahora decía frases
enteras, Duchas veces acompañadas de lágrimas. Recien
temente le había confesado que todos los dfas de su vida
pensaba en su mujer y sus hijos desaparecidos. Sólo unos
mses antes, la joven se había enterado de que el collar que
ss padre le había regalado para sus veinte años pertenecía
a u primerd mujer. (...]
Edith se identifcabavampfricamente tanto con su padre
deportado, y luego sobreviviente, como con su primera esposa
y sus primeros hijos, muertos sin sepultura. [..]Edith, ni
myerta/ni viva, se creía estéril, no apta para teneruna descen
dencia. Una parte de las manifestaciones propias de la reac
cion terapéutica negativa de la joven parecía vinculada a la
impregnación demasiado grande del marco analítico por las
prpyecciones sobre éste de un cepo "absurdo" de encierro, opre
sión y persecución, emanado de los campos de exterminio,
viyido en nombre de los otros.
Subyacente a la historia de su complejo de Edipo personal,
no segufa Edith un itinerario en el que sus identificaciones
Vampíricas la levaban hacia un singular descenso subte
ripeo, como si le correspondiera la misión de sostener a los
desaparecidos de su padre, padres, mujer e hij0s, para que
éstos pudieran seguir hablando através de su voz? Las angus
tias catastróficas de separación experimentadas por la joven
correspondfan a su historia infantil personal, pero también
reactualizaban las que había vivido su padre, yque reviva
con la Bdith niña cada vezque la visitaba en casa de la fami
lia extranjera con la que vivía. Bdith me hizo vivir eh forma
contratransferencial esos mismos temores de perderla, como
u padre había perdido a sus faniliares. Al mismo tierdpo,
pensar en poner una distancia entre nosotros quizá tanía el
sentido de protegernos, aambos, de la intenaidad de tus fan
tasmas de aniquilamiento.
Cuando le propuse hablar sobre la angustia de perdérla
que seguramente sentía su padre cada vez que se separabá de
ella, la joven pareció sorprendida, y luego me respondió que
lo que tenía que ver con su padre no le concernía a ella. Pero
en la siguiente sesión, me refrió ciertos comentarios de un
amigo que le interesaron mucho, y cuyo sentido era semejante
al de mis pålabras, que ella parecía haber olvidado. Esa sesión
MArcó un punto de viraje en la cura. (...)
Los descendientes de los sobrevivientes, para construir
su identidad, se encontraron en una situación en la cual no
sólo debían manejar la historia de sus confictos intrapsf
quicos. También ten•an que tomar en cuenta, en su estructu
ración personal, ese vAmpirismo abeoluto de la Historia que
fue el narismo ylos estragos que causó, tanto en lo colectivo
como en lo individual. [..] FormAs identifcatorias vampíricas,
insertas en figuras de no-vida/no-muerte, ode supervivencia,
siguen actuando en silencio en la vida de los hombres ylas
mujeres de la segunda, e incduso de la teroera generación
posteriores al genocidio. Su trayectoria puede permanecer
oeulta, irepresentable para siempre (Wilgowicz, 1991, págs.
194-198).
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por líneas identificatorias conocidas. Podemos ser "recep
tores" pasivos. Podemos ser también, de manera completa
mentè aleatoria, "transmisores".
LA metáfora de la sirve como
'representación conceptual de un proceso particular: la
penetración en el aparato psíquico de aspectos terribles,
violentos y destructores de la realidad externa, sin que el
individuo tenga ningún medio de controlo de protección
contra esa penetración, su arraigo o sus efectos. Esta "iden
tificción radiactiva" incluye vestigios no representables,
residuos de influencias "radiactivas" delmundo exterior que
se enquistaron en el individuo sin que éste se diera cuenta.
En el caso de la radiactividad concreta, material, la ema
nación daña fisicamente al individuo en el momento en
que se produce, o poco tiempo después. Del mismo modo,
la violeneia-socialedaña el psiquismo del individuo en el
momento en que se manifiesta, opoco tierapo después. Sir.
embargo, como en ciertas personas expuestas a la radiac
tividad concreta, los "residuos radiactivos" permanecen
latentes y sólo emergen como enfermedades -psíquicas o
fsics-, en ellos o en sus hijos, muchos aios más tarde.
Al analizar sus relatos, percibimos la manera en que
las víctimas de las violencias sociales, especialmente de la
Shoah, interiorizan "residuos radiactivos" de los que no son
conscientes, y se identifican con ellos. Esos rastros no pue
den entenderse por nedio de una conceptualizàción prècisa:
se someten a nuestra comprensión bajo formas psíquicas
variadas y en forma aleatoria. Sin embergo, uno de los
aspeçtos que se pueden subrayar es la sorprendente apa
rición en la palabra de una persona, oen su relación con os
demás, de una crueidad de dimensiònes deshumanizantes,
en di_onancia con sus actitudes o sus actos habituales. Al
igual que el fenómend de la radiactividad concreta, sin
forma, sin olor, sin color, el fenómeno radiactivo en la psique
no pyede caparse en forma directa, como la "pulsion". La
pulsión, una energía psíquica que orienta al organismo
hacia una meta, surge del interior desde el comienzo de la
vida, mientras que la radiactividad proviene del exterior.
65
Es producto de la violencia social y se incrusta en la perso
na, convirtiéndose en una parte de ella misma. Pero la
radiactividad puede injertarse en la pulsión y mantenerse
aferrada a ella para expresarse. Por es0 es importante
discernir entre las manifestaciónes de la pulsión y las que
provienen de los residuos que producen una identificación
radiactiva. Freud escribió a propósito de las pul_iones que
son "seres mfticos, grandiosos en su indeternainación" (Freud,
1975, pág. 95). Esa indeterminación también es la caracte
rística primaria de los "residuos radiactivo" a los que me
refiero.
Dado que esa_ idtefcetoeratacthzpertenecen
al inconsciente, no pueden ser sometidas a la rememo
ración, sino solamente "actuadas", es decir, traducidas en
palabras oactos. Pueden hacerlo las víctimas, pero también
sus hijos a través del misterioso proceso de la transmisión
transgeneracional. Se manifiestan especialmente en la
conjunción de factores pulsionales, de elementos personales
ofamiliares y de hedhos exteriores. Esa alternativa entre ac
tuar y rememorar nos pone frente a la questión de la articu
lación aleatoria de la identifcación y la representación.
¿Cómo afectan los residuos radiactivos a la concencia,
que no deja de organizarse, de buscar un terreno y una vía
para expresarse? La radiactividad puede circular en fornma
imprevisible y no afectar a un individuo particular. Actúa
a distancia, y sus efectos no tienen límites ni en el espacio
ni en el tiempo. La "identificación radiactiva" contiene
elementos heterögéneos legados de afuera, asimilados,
incorporados, interiorizados de modo fantasmático, que
pueden resurgir en una sobretensión traumática. Cuando
un individuo es portador de cierta radiactividad metafórica
-en forma de un vestigio, un núcleo identificatorio o
cualquier otra forma psíquicao fisica-, termina sufriendo
un encierro que le impide vivir.
Una de mis pacientes era especialista en medicina
patológica. Quería que yo la ayudara a entender por qué
había elegido ese campo particular, en el que debía trabajar
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con muertos. Aunque no tenfa ningún conflicto espettfico
nË consigo misma ni con los demás, nunca legaba a expe
rimentar una sensación de bienestar, y ni siquiera sabía
bien de qué se trataba. Se quejaba de lo que llamaba el
erhibicionismo sexual de su padre. Cuando él volvía del
trabajo, se desvestía, quedándose sólo en slip, yse acostaba
en el piso en medio de la sala de estar. Su conducta era
aceptda pasiyamente por su familia. Pero la joven tenía
vergünza de invitar a sus amigas a su casa.
A medida que avanzaba la terapia, ella investigó el pa
Sado de sus padres y terminó por enterarse de que durante
la Shoah, su padre habia formado parte de un Sonder.
kommendo de un campo de exterminio. Se encargaba de
recoger los cadáveres, apilarlos o arrojarlos a las fosas.
Trabajamos mucho sobre este descubrimiento, que impactó
profundamente a su bija. Eidentemente él no podía bablar
de su terrible pasado, ni siquiera rememorarlo. Los "resi
duos radiactivos" de la crueldad que había debido soportar
penetraron en él y lo llevaron a identificarse con los muer
tos. Por es0 se acostaba en el pis0, casi desnudo, yperma
necía inmóvil. Ese "actuar inadecuado no correspondía
entoncs aun exhibicionisno sexual, sino a un rito compul
sivo de memoria inconsciente. Gracias a esta hipótesis
interpretativa, la joven pudo comenzar a hablar de su
cariño hacia su padre.
Al trabajar la alternativa repetir/rememorar, sacamos
a la luz la ambivalencia de los sentimientos de la joven.
Poco a poco apareció una relación entre su identificación
con su padre y lá elección de su especialización mdica.
¿Había elegido dedicarse a la patologia para interrogar a
la muerte? ¿Quería atenuar el sentimiento de culpa de su
padre, que ella había asumido inconscientemente?
Explorarmos durante mucho tiempo los restos radiactivos
de la viplencia que había sufrido su padre y con los cuales
él se había identificado: un secreto que había nterrado en
un cripta. En el transcurso de la terapia, su hija en cierto
modo entróen la cripta para transformar los antiguos ves
tigios. Esa reconstrucción le permitióreconocerse a sí mis
ma y constituirse segin sus deseos. Más adelante, eligió
otra especialización, se casó, tuvo hijos, y ahora sabe qué es
el bienestar.
En el tratamiento psicoanalftico, los fenómenos transge
neracionales se manifiestan a través de lo no-dicha, los
secretos de famiia, el "telescopaje" entre generaciones, así
como los sentimientos de vergçenza y culpa que pueden
acompañarlos.' Es importante antonces entender bien laa
mecanismos psíquicos que se encargan de la transnisión,
.deuna generación a otra, de traumatismOs producidos por
la violencia social.
Los ejemplos menionados han permitido esclarecer la
manera en que se constituye el yo del hijo de un sobrevi
viente. Con mucha frecuencia, el asume el duelo que sus
padres no pudieron hacer a causa del desgarro producido
en ellos por la Shoah. Al cargar el sufrimiento de sus
padres, el hijo trata inconscientemente de salvarlos de su
encierTO.
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