Vergara, Camila

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El pueblo plebeyo populista:

Ciudadanos de segunda clase y la


lógica refundacional
The People in Plebeian Populism:
Second-Class Citizens and the Logic of
Refoundation
Camila Vergara*

Resumen

Las definiciones de populismo más usadas en la literatura especializada han


surgido desde un marco académico predominantemente europeo y tienden
a la abstracción, separando el concepto de las condiciones históricas y ma-
teriales en las que este se ha sido utilizado. Las teorías formales que tratan
de explicar el populismo han llevado a un “estiramiento conceptual” que ha
disminuido la capacidad explicativa del concepto. Aunque la teoría populis-
ta de Ernesto Laclau hunde sus raíces en la experiencia populista argentina,
esta no escapa a las abstracciones que han profundizado en la ambigüedad

*
University of Essex Reino Unido, Colchester. Senior Lecturer en la Universidad de Essex
Business School, editora de Theoria: A Journal of Political and Social Theory y autora de
Systemic Corruption: Constitutional Ideas for an Anti-Oligarchic Republic (Princeton Uni-
versity Press 2020) y República plebeya. Guía práctica para constituir el poder popular
(Sangría Editora 2020). [email protected]

Código de referato: SP.330.LX/23


http://dx.doi.org/10.22529/sp.2023.60.05

STUDIA POLITICÆ Número 60 invierno 2023 pág. 154–177


Recibido: 24/08/2023 | Aceptado: 26/10/2023
Publicada por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales
de la Universidad Católica de Córdoba, Córdoba, República Argentina.
CAMILA VERGARA 155

del concepto. En este ensayo destacaré dos problemas de la concepción


discursiva del populismo expuesta en La razón populista (2005): que no
nos permite distinguir entre populismo y etnonacionalismo, ni determinar si
la política populista es emancipadora u opresiva. Estas distinciones no son
solo semánticas, sino que son de central importancia para entender a caba-
lidad el fenómeno populista contemporáneo en sus distintas variaciones. A
través de un enfoque republicano radical, doy un fundamento teórico para
separar efectivamente al sujeto popular del populismo de las concepciones
del pueblo basadas en la etnicidad. Apoyándome en la teoría de la política
como desacuerdo emancipatorio de Jacques Rancière y en la teoría del su-
jeto plebeyo como ciudadano de segunda clase de Jeffrey Green, argumento
que, visto desde una perspectiva histórica y material, el pueblo del populis-
mo se construye a partir de una identidad plebeya basada en la clase, que es
igualitaria e inclusiva, construida desde una posición de no-gobierno, en re-
sistencia al orden oligárquico opresor. Esta concepción plebeya del pueblo
contrasta con la concepción étnico-nacionalista articulada por movimientos
y partidos de extrema derecha, enfocada en restaurar valores tradicionales,
asignar membresía y defender fronteras, excluyendo a los “otros,” quienes
no pertenecen al pueblo-nación, de sus derechos.

Palabras clave: republicanismo plebeyo – populismo - nacionalismo - La-


clau – Rancière

Abstract

Mainstream definitions of populism in the specialized literature have emer-


ged from a predominantly European academic framework and tend towards
abstraction, separating the concept from the historical and material condi-
tions in which it has been used. Formal theories that try to explain popu-
lism have led to a “conceptual stretch” that has decreased the explanatory
capacity of the concept. Although Ernesto Laclau’s populist theory has its
roots in the Argentine populist experience, it does not escape the abstrac-
tions that have deepened the ambiguity of the concept. In this essay I will
highlight two problems with the discursive conception of populism set forth
in Populist Reason (2005): that it does not allow us to distinguish between
populism and ethnonationalism, nor to determine whether populist politics
are emancipatory or oppressive. These distinctions are not only semantic,
but are of central importance to fully understand the contemporary popu-
list phenomenon in its different variations. Through a radical republican
approach, I provide a theoretical foundation to effectively separate the po-
pular subject of populism from conceptions of the people based on ethnici-
ty. Relying on Jacques Rancière’s theory of politics as emancipatory disa-
greement and Jeffrey Green’s theory of the plebeian subject as second-class
citizen, I argue that, seen from a historical and material perspective, the
people of populism are constructed from a class-based plebeian identity,
which is egalitarian and inclusive, formed from a position of non-rule, in
resistance to the oppressive oligarchic order. This plebeian conception of
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the people contrasts with the ethnonationalist conception articulated by


far-right movements and parties, focused on restoring traditional values,
assigning membership and defending borders, and excluding “others,” who
do not belong to the people-nation, from their rights.

Keywords: plebeian republicanism – populism – nationalism- Laclau –


Rancière

Introducción

L
a redefinición de conceptos para adaptarlos a proyectos ideológicos
no es nada nuevo. A lo largo de la historia, los conceptos se han es-
tablecido y redefinido para apoyar estructuras materiales e ideales de
poder y política. El populismo, un concepto que en su forma moderna co-
menzó a usarse alrededor de 150 años atrás, es hoy un término ambiguo y
cuestionado que se ha redefinido para dar sentido a la plétora de líderes y
partidos etiquetados como populistas en los medios y en los círculos aca-
démicos, sobre todo en el norte global. Este artículo trata críticamente la
redefinición del populismo como una forma de política antipluralista de ex-
clusión que, por un lado, ha permitido camuflar y normalizar el surgimiento
del etnonacionalismo1 y otras formas de política excluyente bajo la etiqueta
populista y por el otro, ha logrado demonizar a quienes afirman representar
genuinamente a los sectores populares, al ser asociados con políticas contra-
rias a los derechos humanos.
Aunque son ideologías y tipos de política diferentes, el etnonacionalismo
y el populismo parecen estar irremediablemente entrelazados en la mayor
parte de la literatura predominante. Líderes como Jair Bolsonaro en Brasil
y Donald Trump en Estados Unidos, y partidos como Alternativa para Ale-
mania (AfD) y Hermanos de Italia son tildados como populistas de derecha,
aunque su carácter etnonacionalista es lo que realmente los define2. Partidos
políticos y líderes de izquierda como el autodenominado partido populista
Podemos en España y la presidencia de Evo Morales en Bolivia también son

1
Formas de nacionalismo que consideran la etnicidad (basada en origen, historia, lengua
o características culturales y/o rasgos físicos comunes) como componente central de ‘la
nación’.
2
Para un breve análisis del nacionalismo cristiano de Jair Bolsonaro y Giorgia Meloni,
véase Vergara (2022).
CAMILA VERGARA 157

reconocidos como populistas, aunque tengan poco o nada en común con los
populistas de derecha en cuanto a sus plataformas políticas y estilo retórico.
Parte de esta confusión se explica porque tanto el populismo como el nacio-
nalismo son ideologías que apelan a ‘el pueblo’ como sujeto colectivo.
A través del marco teórico de los estudios democráticos, el nacionalismo y el
populismo parecen casi indistinguibles porque ‘el pueblo’ es la comunidad
entera, un todo imaginario superpuesto con la nación. Además, debido a que
la política populista se ha asociado tradicionalmente con un outsider político
que promete cumplir con las demandas de las masas, el resurgimiento del
etnonacionalismo en las últimas dos décadas, liderado por nuevos partidos
y líderes de extrema derecha que patrocinan principalmente políticas de in-
migración xenófobas en nombre del pueblo, fue rápidamente mal etiquetado
como populismo, lo que dio a grupos de ideologías totalitarias credencia-
les democráticas. Si bien la diferencia entre la política de clase —dirigida a
emancipar y empoderar a los sectores populares (plebeyos)— y la política
basada en la supremacía étnico-nacional —dirigida a proteger y restablecer
el dominio de un grupo étnico (nación)— debiera ser suficientemente clara,
desde la teoría democrática se ha estado analizando la política de la nación
como si fuera parte de la política de la plebe. La versión ‘buena’ o ‘menos
mala’ del populismo como ideológicamente de izquierda aboga por la re-
distribución de la riqueza y el poder político, y la ‘mala’ o ‘peor’ versión de
derecha presiona por leyes antiinmigración y antipluralistas.
Mientras las teorías antipopulistas ven al populismo como una corrupción
de la democracia, yo interpreto el surgimiento de actores populistas como
un síntoma de la corrupción sistémica, una reacción plebeya contra la dom-
inación oligárquica y el deslizamiento hacia regímenes en los que las leyes
benefician desproporcionadamente a los poderosos (Vergara, 2020a, 2020b,
2020c). Lejos de ser una fuerza que corrompe la democracia, el populis-
mo debiera verse como una política de último recurso en la que el pueblo
plebeyo empodera a líderes para emprender reformas radicales y corregir
el crecimiento excesivo del poder oligárquico en las democracias contem-
poráneas. A través de una lente teórica republicana, en este artículo analizo
‘el pueblo’ del populismo, contrastándolo con el sujeto colectivo de grupos
etnonacionalistas. Desde la teoría política de Jacques Rancière, argumento
que, a diferencia de la subjetivación étnica del pueblo, basada en el privilegio
y la exclusión, la identidad plebeya clasista del pueblo populista es inclusiva,
construida desde una posición de no-gobierno, en resistencia a la opresión.
Por lo tanto, una definición apropiada del populismo debiera reconocer esta
diferencia central en la concepción del pueblo y entregar las herramientas
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necesarias para poder discriminar, en la arena política actual, entre líderes


y partidos populistas y otros actores movidos por ideologías centradas en
concepciones étnicas del pueblo.

1. El giro totalitario en los estudios de populismo

La principal definición de populismo utilizada en las ciencias sociales hoy


es la elaborada por Cas Mudde, investigador de la extrema derecha euro-
pea. Siguiendo el análisis de las ideologías propuesto por Michael Freeden
(1996), Mudde concibe el populismo como:

Una ideología delgadamente centrada que considera que la sociedad está


últimamente separada en dos campos homogéneos y antagónicos, ‘el pue-
blo puro’ versus ‘la élite corrupta’, y que argumenta que la política debe
ser una expresión de la volonté générale (voluntad general) del pueblo.
(Mudde, 2004, p. 39).

Sin embargo, el mismo Freeden ha señalado que la definición de populismo


de Mudde como ideología “es escuálida más que delgadamente centrada”
(2017, p. 3). Concuerdo que la definición de populismo como una ideología
delgada es defectuosa, en el sentido de que es tan mínima que prácticamente
cualquier tipo de política que apele a “el pueblo” contra un “otro” corrupto
podría encajar en el perfil populista. Este estiramiento conceptual del popu-
lismo como concepto a través de la adopción de un marco formal de “no-
sotros contra ellos” que presupone “campos homogéneos y antagónicos”,
se origina desde el interés de Mudde de clasificar a los partidos y líderes de
extrema derecha que se han adaptado a la democracia, disfrazados de política
de la “gente común”3. En vez de resignificar un concepto ligado a la ideolo-
gía fascista o inventar uno nuevo, Mudde prefiere proporcionar al populismo
una delgada estructura ideológica que le permita dar cabida a estas nuevas
formas de política con ribetes neofascistas.
El populismo concebido de esta manera —como una “ideología delgada-
mente centrada” sin contenido sustantivo, compromisos normativos o fun-
damentación histórica, que impone una cosmovisión maniquea de un “‘bien’
homogéneo y un ‘mal’ homogéneo en el que un autodenominado ‘pueblo

3
Para la adaptación del neofascismo a la democracia de posguerra en Italia y Francia, véase
Mammone (2015).
CAMILA VERGARA 159

puro’ reclama su voluntad como soberana” (Mudde y Rovira, 2017, p. 7)—


aparece estrechamente relacionado no con el populismo histórico y su con-
cepción clasista del pueblo, sino con la filosofía política fascista del jurista
Carl Schmitt, para quien la política se define por la distinción amigo-enemi-
go, que tiene como resultado más extremo la negación existencial del ‘otro’
(Schmitt, 2007).
La definición de Mudde ha tenido éxito en resignificar al populismo, no solo
logrando incluir como populista a la política de extrema derecha, que él reco-
noce que tiene “la nación” como un “concepto central” (Mudde, 2007, p. 16),
sino también en establecer el populismo como sinónimo de política iliberal.
Esta redefinición del populismo no solo nubla la diferencia entre populis-
mo y neofascismo, sino que también constituye una forma de colonialismo
conceptual; ideas nacionalistas europeas se han impuesto sobre un concepto
que ha sido ampliamente utilizado, principalmente en América Latina, para
referirse a un tipo de política que apela a los sectores plebeyos de la sociedad
—y no al pueblo como etnia—4. Este giro totalitario en la conceptualización
del populismo se suma a la connotación peyorativa construida desde el punto
de vista de las élites. Al igual que la democracia de la antigüedad fue con-
ceptualizada desde el punto de vista de aquellos como Platón y Aristóteles,
quienes se oponían al gobierno de las masas, el populismo es hoy también
definido mayoritariamente por pensadores antipopulistas que ven a los lí-
deres populistas como una amenaza para la democracia liberal5. Incluso los
pocos académicos que teorizan el concepto desde una postura más simpati-
zante no han logrado distinguir fundamentalmente la política populista de la
etnonacionalista6.
El principal referente de los estudios sobre populismo de izquierda es La
razón populista (2005) de Ernesto Laclau. Mientras el punto de partida para
la definición formal de Mudde fueron los grupos neofascistas europeos, la
definición de Laclau se origina en el método particular de análisis del dis-
curso que él ayudó a desarrollar en la Universidad de Essex, además de su
experiencia con el peronismo argentino, una forma de populismo que se ins-
titucionalizó en un partido que ha sabido acomodar posiciones ideológicas
heterogéneas durante más de 70 años.

4
Para una descripción general del populismo en Latinoamérica, véase Conniff (2012).
5
Véase, por ejemplo, Urbinati (2014).
6
Para un análisis de la incapacidad de Laclau para separar la política plebeya de la totalita-
ria, véase Vatter (2012, pp. 246-248).
160 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

Laclau (2005) concibe el populismo como una construcción discursiva de la


identidad popular a partir de una articulación de demandas bajo un “signifi-
cante vacío” que viene a simbolizar al sujeto colectivo. ‘El pueblo’ se cons-
truye retroactivamente a través del discurso y se convierte él mismo en un
significante vacío sin necesidad de unidad previa, más allá de las demandas
compartidas (p. 69). Separando esta construcción discursiva de las condicio-
nes materiales y normativas específicas que la configuran, para Laclau “el
pueblo” del populismo podría construirse sobre la base de demandas de clase
o étnicas, y con fines emancipatorios u opresivos.
En la elaboración de su teoría, Laclau se declara influenciado por la tradición
republicana argumentando que ‘el pueblo’ del populismo tiene relación con
la plebe romana, un sujeto colectivo que fue definido en contra de la nobleza.
Aunque Laclau hace todo lo posible para conectar el populismo con ejemplos
de experiencias plebeyas en la historia —desde levantamientos populares y
revoluciones hasta guerras civiles— su teoría separa el populismo de la ple-
be, de su ideología y sus condiciones materiales. A partir de esta abstracción,
sostiene que el populismo y la política son, de hecho, sinónimos, porque la
“construcción del ‘pueblo’ es el acto político por excelencia” (Laclau, 2005,
p.154 y 164). El populismo es entonces una lógica política que no solo es
constitutiva de la política, sino que es la única lógica política. Este movi-
miento absolutista es contraproducente —ya que el populismo se convierte al
mismo tiempo en todo y en nada, una articulación de demandas que pueden
ser “apropiadas por cualquier agencia para cualquier construcción política”
(Anderson, 2017, p. 17)—, a la vez que constituye un paso teórico hacia la
conceptualización del populismo como potencialmente totalitario.
Al abstraer al pueblo de la experiencia plebeya, Laclau formula una teoría del
populismo desconectada de su origen de clase, en la que se confunde al pue-
blo plebeyo con el ‘pueblo como totalidad’. Esta conflación entre la política
plebeya y la política de la nación tiene sus raíces en la encarnación medieval
del poder y el mito de la soberanía popular surgido de las teorías del contrato
social en el siglo XVII. Siguiendo este paradigma de la soberanía popular, ‘el
pueblo’ del populismo es para Laclau “una plebe que dice ser el único populus
legítimo, es decir, una parcialidad que quiere funcionar como la totalidad de la
comunidad” (2005, p. 81). Esta lógica pars pro toto (la parcialidad suplantan-
do a la totalidad) haría del populismo una forma de poder político-teológica
que tiende inevitablemente hacia la encarnación del poder7.

7
Para una crítica de la teologización del populismo en Laclau, véase Arato (2013).
CAMILA VERGARA 161

Dado que “no hay totalización sin exclusión”, para Laclau (2005) la lógica
populista necesariamente apunta a crear dos campos antagónicos que permi-
tan la construcción de una identidad popular totalizadora (p. 78). Laclau ve
esta tendencia hacia la totalidad como algo inherente al populismo, un fenó-
meno que, según él, presenta “la mayoría o todas las características descritas
con tanta precisión por [Claude] Lefort” como totalitarias (p. 166) —aunque
Lefort nunca categorizó el populismo como una forma de política totalita-
ria—. Al rechazar la “simple oposición” que Lefort hace entre formas polí-
ticas totalitarias y democráticas, Laclau entiende el populismo dentro de un
“espectro de posibles articulaciones” de estas formas, dentro de un continuo
(ibid.). Separando la construcción discursiva del pueblo de las condiciones
materiales y normativas específicas que la conforman, ‘el pueblo’ del popu-
lismo podría así construirse sobre la base de demandas de clase o demandas
étnicas, y con fines emancipadores u opresivos.
Aunque una frontera antagónica es ciertamente necesaria para que ‘el pue-
blo’ se construya retroactivamente, esto no quiere decir que la tendencia ha-
cia la totalización que Laclau identifica como central en el populismo sea
inevitable, o incluso factible. Una visión totalizante no se desprende necesa-
riamente del reconocimiento de una división ya existente entre la élite y el
pueblo, como bien lo demuestra la política plebeya que él mismo revisa al
comienzo de su libro. Por tanto, la afirmación de que una identidad parcial
necesariamente apuntaría a la hegemonía, a convertirse en la única identidad
legítima, constituye un salto conceptual que permanece sin explicación. ¿Por
qué apuntaría la plebe no solo a controlar temporalmente el Estado (al igual
que cualquier otra facción partidista), sino también a encarnarlo y suplantar
a la comunidad?
En la república romana los plebeyos existían en la dicotomía establecida por
la existencia de la clase patricia, en contra del privilegio material y formal.
Aunque la plebe ciertamente deseaba liberarse de la dominación patricia y
castigar a los nobles por su gobierno opresivo, no hay evidencia de que los
sectores populares quisieran establecerse hegemónicamente y así asumir
“una significación universal inconmensurable” para constituir un “populus
verdaderamente universal”, “concebido como una ‘totalidad ideal’”, como
lo indica Laclau (pp. 70 y 94). Y aunque la plebe fuera capaz de expulsar
a todos los nobles y lograra convertirse en la única clase en la sociedad, su
identidad plebeya colectiva —construida en contra de la clase privilegiada—
desaparecería junto con el privilegio que le dio origen, lo que apunta a un
marco discursivo efímero y disperso más que a uno totalizante, incapaz de
imponerse como la única lógica política legítima.
162 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

Dado que el populismo es una ideología centrada en el pueblo, es crucial


definir quienes conforman “el pueblo” del populismo, tanto material como
retóricamente. Mientras Mudde diluye la ideología populista para borrar al
sujeto y acomodar al pueblo como nación en un concepto tradicionalmente
clasista, Laclau, para evitar el esencialismo, convierte al pueblo en un signifi-
cante vacío construido a partir de demandas heterogéneas. Estas definiciones
no solo no nos permiten distinguir adecuadamente entre política populista
y nacionalista, sino que también contribuyen al “estiramiento conceptual”
(Sartori, 1970, p. 1034) que ha ayudado a cimentar la percepción de que el
populismo es compatible con la política etnonacionalista. Propongo escapar
de estas redefiniciones del populismo como política totalizante y excluyente
a través de la interpretación del populismo desde el punto de vista del pensa-
miento republicano radical, que ve la sociedad, no como una comunidad uni-
taria, sino como una colectividad dividida entre unos pocos que gobiernan y
la gente común que resiste la dominación oligárquica. Como he argumentado
en trabajos anteriores (Vergara, 2020a, 2020b), el populismo debe concebirse
como una forma de política plebeya en la que “el pueblo” se construye desde
la clase a través de la politización de la desigualdad. Este marco teórico no
solo es útil para separar conceptualmente el populismo del etnonacionalis-
mo, sino que también está más en sintonía con los orígenes del populismo
como ideología de emancipación en la Rusia de la década de 1860, con la
fuerte retórica antiplutocrática de los populistas estadounidenses de la déca-
da de 1890 y con la emancipación y empoderamiento popular que lograron
los gobiernos populistas en América Latina durante los siglos XX y XXI.
A continuación, ofrezco una base teórica para conceptualizar al pueblo ple-
beyo del populismo. Primero describo los orígenes filosóficos y políticos de
la ideología populista de Nikolai Chernyshevsky, quizás el exponente más
destacado del populismo ruso, prestando especial atención a sus ideas so-
bre emancipación, raza y dominación, para luego analizar brevemente otros
movimientos, partidos y líderes populistas en relación con “el pueblo”, des-
tacando sus continuidades y discontinuidades. A partir de estas ideas y ca-
sos, en la segunda parte de este ensayo propongo una conceptualización del
pueblo del populismo que está en sintonía con la larga historia del concepto.
Argumento que deberíamos entender la construcción del pueblo del populis-
mo, por un lado, como análoga al proceso de subjetivación de lo que Jacques
Rancière llama la “parte de ninguna parte”, como el sujeto incipiente que se
convierte en un actor político de pleno derecho cuando reconoce su estatus
desigual, su “no parte” dentro del orden de la policía —lo que para Jeffrey
Green es el reconocimiento de la “ciudadanía de segunda clase” plebeya— y,
CAMILA VERGARA 163

por el otro, irrumpiendo activamente en la escena política de las élites me-


diante la realización radical de la igualdad a través de la participación en la
política extraelectoral.

Los primeros populistas modernos se remontan a los populistas rusos, un


grupo de intelectuales y activistas que proclamaron al campesinado como su
sujeto revolucionario y a la comuna agraria como la organización socioeco-
nómica de la nueva sociedad. El más famoso de los pensadores populistas
fue Nikolai Chernyshevsky, cuya filosofía materialista fue cuidadosamente
estudiada por Karl Marx y Vladimir Lenin8. Como intelectual público en
Rusia, Chernyshevsky libró una lucha ideológica en las páginas del Sovre-
mennyy (Contemporáneo)9 a principios de la década de 1860 contra, por un
lado, el régimen zarista y sus aliados conservadores y, por el otro, contra los
liberales que abogaban por reformas fragmentarias. Su enfoque principal fue
la llamada cuestión campesina, que se convirtió en una preocupación central
en la política rusa cuando en 1861 el zar Alejandro II proclamó la emancipa-
ción de unos 20 millones de siervos.
Intentando controlar el inevitable cambio social, el zar, en colaboración con
terratenientes reaccionarios, diseñó un sistema para preservar tanto como
fuera posible el statu quo. Los campesinos recibieron pequeñas parcelas de
tierra de los terratenientes, pero se vieron obligados a vender su trabajo para
hacer onerosos “pagos de redención” al Gobierno, que luego compensaría a
los antiguos propietarios10. A través de este sistema de endeudamiento, los
siervos se volvieron libres y dueños de los medios de producción solo for-
malmente, manteniéndose de facto esclavizados por la deuda, lo que permi-
tió que el sistema de servidumbre perdurara, aunque de una forma diferente.
Después de la promulgación de la emancipación, Chernyshevsky escribió
A los campesinos de los terratenientes, un panfleto incendiario publicado

8
Su tesis fue una crítica de las teorías estéticas y una propuesta para una teoría materialista
del arte Chernyshevsky (1953b). Para una descripción general del populismo ruso, véase
Venturi (1960).
9
Revista literaria y política publicada en San Petersburgo entre 1836 y 1866, que se originó
en un colectivo literario dirigido por Alexander Pushkin. Chernyshevsky se convirtió en
editor en 1853 y publicó allí, por partes, su obra más famosa, la novela ¿Qué se ha de hacer?
10
Los pagos de redención solían adeudarse durante 50 años (Gorshkov, 2005).
164 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

ilegalmente que llamaba a los campesinos a rebelarse contra el zar, los te-
rratenientes y el sistema legal que defendía su opresión material11. Un grupo
revolucionario inspirado en el populismo de Chernyshevsky se reunió en
1862 bajo el nombre de Zemlya i Volya (Tierra y Libertad)12.
A pesar del carácter revolucionario de los populistas rusos, su objetivo no era
subvertir el sistema de propiedad existente, lo que se convertiría más tarde en
la bandera de los marxistas. Los populistas querían más bien convertir a los
campesinos en propietarios individuales dentro de una estructura de tenencia
común de la tierra administrada a través de la obshchina, una forma tradi-
cional de autogobierno local (Kimball, 1990). La redistribución periódica de
la tierra a través de la toma de decisiones colectiva y el acceso a praderas de
pastoreo comunes eran fundamentales para la obshchina, una organización
económica y política que los populistas pensaron que podría convertirse en
una alternativa al capitalismo13. La redistribución de la propiedad y el auto-
gobierno local eran principios y prácticas centrales dentro de esta ideología
populista que no atraía a las clases obreras o a los pobres urbanos, sino a los
pequeños productores, los campesinos que representaban más del 80 % de la
población (Moon, 1996).
Si bien, como argumentó Lenin, la identidad de ‘el pueblo’ era decidida-
mente tanto campesina como pequeñoburguesa (Lenin, 2017, p. 341), esta
también se construyó en contra del poder absoluto del régimen zarista y la
dominación de los terratenientes, de la legalidad existente y la opresión so-
cioeconómica. El pueblo populista compartía experiencias de opresión tanto
a manos de burócratas estatales como de terratenientes, así como también de
exclusión del poder político, por lo que su identidad era de clase, determi-
nada por su posición subordinada dentro de las estructuras socioeconómicas
y políticas de poder. En este sentido, el populismo ruso fue una ideología
plebeya centrada en un sujeto colectivo construido sobre la base de la exclu-
sión del poder y la resistencia a la opresión monárquica y oligárquica —y no
sobre la base de una etnia o nacionalidad comunes—.

11
Poco después, Chernyshevsky fue arrestado, juzgado por sedición y sentenciado a siete
años de trabajos forzados y exilio en Siberia. Para un relato detallado de su persecución,
véase Ruud y Stepanov (1999, pp. 26-29).
12
Aunque el nombre supuestamente fue tomado de ¿Qué necesita el pueblo? (1862) de
Alexander Herzen, él no estaba de acuerdo con los métodos revolucionarios del grupo (Her-
zen, 2012, p. 176). Véase también Acton (1979, pp. 161-164).
13
Marx (1881), respondiendo a la rebelde populista Vera Zasulich, escribió que estaba
convencido de que “la comuna es el punto de apoyo para la regeneración social en Rusia”.
CAMILA VERGARA 165

Como ideología de emancipación, el populismo ruso era abolicionista y anti-


imperialista. Chernyshevsky dedicó gran parte de su trabajo a denunciar los
prejuicios y el interés económico detrás del racismo. Aunque la esclavitud
no era una preocupación central en Rusia como lo era en los Estados Unidos,
Chernyshevsky escribió en 1887 su
de ciertos problemas de la historia mundial con el objetivo de desmantelar
los tropos ideológicos utilizados para justificar la explotación basada en la
raza, argumentando que las distinciones raciales no son naturales, sino “de
origen histórico”, derivadas de experiencias de dominación (Chernyshevsky,
1953a, p. 212). En los Estados Unidos, donde “los dueños de esclavos habían
gobernado durante mucho tiempo”, las opiniones sobre la raza y la supuesta
superioridad de la raza blanca sobre las demás estaban “vestidas con ropajes
científicos y dadas como una deducción de hechos científicos” (p. 199). Para
él era claro que la esclavitud se justificaba con una “mentira agradable” con-
cebida para mantener la dominación económica de los hacendados en el sur
de Estados Unidos (p. 206). Los hábitos racistas que persistieron incluso con
posterioridad a la Reconstrucción demostraron ser una barrera infranqueable
para el populismo plebeyo.
A partir de mediados de la década de 1880, se establecieron en los estados del
sur de Estados Unidos alianzas locales de agricultores —pequeños propie-
tarios y arrendatarios, blancos y negros, hombres y mujeres— para exigir al
Gobierno que protegiera a los campesinos que estaban endeudados con plu-
tócratas depredadores14. A partir de las alianzas de pequeños agricultores, el
Partido del Pueblo (People’s Party) se estableció en 1890 para elegir líderes
populistas y llevar sus demandas a los congresos estatales, lo que representó
quizás la amenaza política más importante para la élite blanca dominante en
la historia del país15. La alianza populista interracial de campesinos, que se
expandiría para formar vínculos con los sindicatos urbanos, aunque al princi-
pio fue muy exitosa electoralmente, comenzó a resquebrajarse al poco tiem-
po, cuando una estrategia de colaboración electoral con el Partido Demócrata
significó renunciar a la política igualitaria y a los principios antioligárquicos
del movimiento16. En la batalla electoral, la raza se utilizó como cuña para
dividir a la coalición populista e impedir una mayor colaboración de los agri-

14
Para una descripción general de las condiciones materiales de los agricultores, véase
Goodwyn (1978, cap. 2).
15
Para un análisis sociológico de la conexión entre la amenaza populista al establishment
blanco y la violencia racial, véase Soule (1992).
16
Para un análisis detallado de la alianza y su erosión, véase Goodwyn (1978, pp. 100–122).
166 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

cultores blancos y negros en los intereses socioeconómicos. La alianza popu-


lista de clase se desintegró y la identidad plebeya del pueblo como pequeños
productores frente a la plutocracia quedó efectivamente inhabilitada.
Como evidencian estas distintas instancias históricas de populismo, la ideo-
logía populista no es totalizadora, ni está orientada a cambiar radicalmente la
sociedad, sino que es reformista y enfocada a asignar más recursos y autono-
mía a los sectores plebeyos. Tras el populismo revolucionario en Rusia y el
populismo electoral del Partido del Pueblo en Estados Unidos, la ideología
populista inspiró exitosamente proyectos políticos en América Latina. Dado
que los plebeyos del siglo XX ya no eran en su mayoría campesinos, sino
trabajadores urbanos, el populismo de Juan Perón en Argentina a fines de la
década de 1940 atrajo principalmente a los trabajadores de bajos ingresos de
las ciudades: los descamisados17. El peronismo, que incorporó una declara-
ción de derechos socioeconómicos de los trabajadores en la Constitución de
1949, no logró una identidad totalizadora o un cambio de paradigma, pero sí
garantizó al pueblo atención médica, seguridad social, educación y tiempo
libre remunerado. El peronismo significó la relativa emancipación del pueblo
plebeyo de la precariedad y la pobreza a través del establecimiento del estado
de bienestar y su empoderamiento simbólico conectado con el surgimien-
to del Partido Justicialista como una fuerza política dominante (Adelman,
1992).
El caso más reciente de un gobierno populista es el de Evo Morales, el primer
presidente indígena de Bolivia, que tiene similitudes con el populismo agra-
rio del siglo XIX. Morales llegó al poder en 2006 como líder de un partido de
izquierda multirracial que reunió a los cultivadores de hoja de coca mestizos
de las tierras bajas y las comunidades indígenas de las tierras altas. Aunque
alrededor del 60 % de los bolivianos se identifican como indígenas, Morales
se opuso explícitamente a establecer un proyecto indigenista18. Eligió, en
cambio, representar una coalición populista heterogénea de pequeños pro-
ductores, tanto indígenas como mestizos. Al preferir la identidad de clase por
sobre la identidad étnica, el populismo de Morales ayudó a establecer una
constitución plurinacional que otorgó autonomía a las comunidades indíge-

17
Aunque su mensaje también atraía a los jornaleros rurales y campesinos indígenas (Rut-
ledge, 1972; Little, 1973).
18
Morales compitió contra Felipe Quispe, líder del Movimiento Indígena Pachakutik
(MIP), quien quería reemplazar el Estado actual por un orden indígena (Canessa, 2006).
CAMILA VERGARA 167

nas19 y aumentó el bienestar de las personas al nacionalizar los recursos, ex-


pandir los servicios sociales, aumentar considerablemente el salario mínimo
y descentralizar el poder político20. Este experimento populista de una coa-
lición multiétnica de clase terminó en un golpe cívico-militar en noviembre
de 2019 que regresó al poder a la élite católica blanca y su ideología racista
y oligárquica (Farthing, 2020).

Después de la crisis financiera mundial de 2008 y las medidas de austeridad


que le siguieron en múltiples países, se establecieron partidos populistas en
el sur de Europa, donde las tasas de desempleo y remates hipotecarios se dis-
pararon, lo que dejó a las clases medias-bajas empobrecidas y precarias. En
España, el movimiento Indignados de 2011, que galvanizó las protestas de
desempleados, desahuciados y trabajadores precarios21, construyó una iden-
tidad plebeya contra la casta: la clase oligárquica que dirige la economía y el
Estado. Podemos, el partido político formado para llevar las demandas del
movimiento al Parlamento, obtuvo un éxito inmediato en las urnas, convir-
tiéndose en la tercera fuerza política en 2014. Cinco años después, ingresó a
la alianza de izquierda Unidas Podemos, que llegó al poder en enero de 2020
como parte de un Gobierno de coalición con el Partido Socialista (PSOE).
Para hacer frente a la crisis provocada por la pandemia de COVID-19, los po-
pulistas españoles impulsaron medidas para proteger a las clases trabajadoras
de la pobreza, como la renta básica universal y una moratoria en alquileres,
hipotecas y pagos de préstamos.

clase

Para elaborar una concepción del pueblo plebeyo que pueda ser transhistóri-
ca, lo suficientemente amplia como para capturar la experiencia populista a
través de diferentes condiciones materiales que dan forma a los fines y me-
dios de acción plebeyos, y lo suficientemente específica como para distinguir

19
Para un estudio sobre cómo ha funcionado la autonomía en el territorio, véase Postero y
Tockman (2020).
20
Para un recuento más profundo de las propuestas y desafíos de Morales, véase Centellas
(2010).
21
La tasa de desempleo de España alcanzó el 21,3 % y la tasa de desempleo juvenil alcanzó
el 43,5 %, la más alta de la Unión Europea.
168 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

claramente entre el populismo y otras ideologías centradas en “el pueblo”,


comienzo por la filosofía política posfundacional de Jacques Rancière. Si
bien para el autor el término populismo, tal como se utiliza en el discurso
dominante, es solo un “nombre conveniente bajo el cual se disimula la con-
tradicción exacerbada entre la legitimidad popular y la legitimidad experta”
(Rancière, 2006, p. 80), lo que él denuncia es que el concepto actual reúne
características que “no tienen conexión necesaria” y que “amalgaman la idea
misma de un pueblo democrático con la imagen de la multitud peligrosa”
(Rancière, 2013). Propongo ignorar el sesgo contingente de Rancière contra
la concepción hegemónica antipopulista del populismo y aplicar sus ideas
plebeyas al estudio de la política populista.
Mientras que Laclau sigue a Claude Lefort, para quien la política democrá-
tica prospera en la contradicción del poder “que emana del pueblo” y que no
pertenece a nadie, y que está constantemente amenazada por la resolución de
esta contradicción, ya sea a través de la encarnación del espacio simbólico
del poder o su privatización (Lefort, 1986, p. 279), Rancière rechaza este
continuo en el que la democracia ocupa un espacio entre el totalitarismo y
la dominación oligárquica, y elige en cambio una lente dicotómica en la que
la política como alteridad, disidencia e igualdad se opone a la jerarquización
del orden impuesto a través de la lógica policial del Estado. Para Rancière
todo Estado es oligárquico y las políticas democráticas son las que quitan el
poder a los pocos (Rancière, 2006, p. 72).
Dentro de este paradigma, la democracia no es una forma de gobierno, un
marco jurídico o un lugar vacío simbólico, sino una “comunidad que se defi-
ne por la existencia de una esfera específica de apariencia del pueblo” (Ran-
cière, 1998, p. 99). La democracia se actualiza cuando el pueblo, entendido
como aquel que no forma parte de la estructura oligárquica del poder, logra
hacerse visible, modificando con su mera existencia el ámbito de lo visible,
irrupción que “desdobla la realidad y la reconfigura como doble” (p. 99).
Mientras que la forma del régimen democrático permite una imagen alter-
nativa de la sociedad al proporcionar un escenario para que el pueblo se
convierta en un sujeto político y ejerza su igualdad, la política democrática
es inherentemente igualitaria y se opone al poder disciplinario del Estado
oligárquico.
Si bien Rancière no hace explícita la conexión entre la construcción del
pueblo democrático como “aquellos que no tienen parte” y la concepción
plebeya del pueblo como aquellos que no gobiernan y resisten la opresión
oligárquica, la influencia de la ideología plebeya en el pensamiento de Ran-
CAMILA VERGARA 169

cière es sustantiva y explícita. Su filosofía política estuvo fuertemente in-


fluenciada tanto por su participación en Les révoltes logiques —una revista
destinada a “reconstruir el pensamiento de base” rompiendo con la “metafí-
sica proletaria”—, como por la teorización de Pierre-Simon Ballanche sobre
el “principio plebeyo” en la historia de la república romana (Breaugh, 2013,
pp. 91-92), el que Rancière utiliza como narrativa fundacional en su teoría
de la política como desacuerdo (Rancière, 1998). Este principio plebeyo es
subversivo y emancipador, porque niega “los límites del presente posible
del orden dominante”, y el sujeto plebeyo que lo ejecuta no es una categoría
social, ni una identidad, sino una experiencia, “el paso de un estatus subpo-
lítico a otro”, el origen del sujeto político popular (Breaugh, 2013, pp. XVI,
1). A través de esta lente plebeya, el pueblo ‘democrático’ de Rancière sería
análogo a la concepción plebeya del pueblo como ‘sujeto acontecido’, inse-
parable de su condición de opresión y del movimiento emancipatorio en el
que se reconstituye “a través de un proceso de enunciación y manifestación”
(Rancière, 2009, p. 278).
En el marco teórico de Rancière, la democracia no forma parte de las es-
tructuras oligárquicas de poder —lo que él llama el “orden policial”—, sino
que consiste en la materialización de una lógica de igualdad antijerárquica y
conflictiva (Rancière, 1998, p. 101). La política democrática es una política
del desacuerdo, “formas de expresión que confrontan la lógica de la igualdad
con la lógica del orden policial” (p. 101). La verdadera acción política es
siempre democrática, porque ataca la desigualdad y busca desmantelar pa-
trones de opresión que se han naturalizado gracias a la disciplina de la lógica
policial. Debido a que la política como desacuerdo ha sido completamente
sofocada por la democracia de consenso —régimen posdemocrático en el
que hay una “eliminación absoluta de la esfera de apariencia del pueblo”
(p. 103)— las instancias de la política —ejecuciones populares de la lógica
igualitaria contra el orden policial jerárquico— son escasas.
La lógica policial, que también estructura el sistema de representación polí-
tica basado en el conteo y agregación de preferencias y votos individuales,
inunda el espacio público, haciendo de la política algo esporádico y efímero,
estallidos de emancipación en medio de la estructura oligárquica del orden
policial. El acto político se fundamenta en el conflicto, pero no un conflicto
sistémico de “intereses entre partidos constituidos de la población”, “una dis-
cusión entre socios”, sino un conflicto refundacional “sobre la cuenta misma
de esos partidos” que “mina la situación misma de la interlocución” (p. 100).
La disputa política desafía los cimientos del sistema policial a través de una
170 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

lógica igualitaria radical que no le habla al sistema, sino que lo trastorna a


través de la acción política del pueblo, de aquellos que no tienen parte en el
sistema, pero sin embargo la reclaman. “Política significa la suplementación
de todas las calificaciones por el poder de los no calificados”, la acción visi-
ble del pueblo, de aquellos que se supone que no deben actuar por ignorantes
e incompetentes (Rancière, 2010, p. 53).
Dada su lógica igualitaria, Rancière insiste en que la política tiene un sujeto
específico que no puede construirse sobre líneas identitarias porque “existe
solo en forma de disyunción” (Rancière, 2010, p. 53). El sujeto democrático
“no es definible en términos de propiedades étnicas”, ni se identifica “con
una parte sociológicamente determinable de una población”, sino como un
sujeto compuesto por “los que no tienen parte”, que no “coinciden con los
partidos del Estado o de la sociedad, sujetos flotantes que desregulan toda re-
presentación de lugares y porciones” (Rancière, 1998, p. 99). Esta construc-
ción del pueblo democrático basada en una lógica igualitaria de la alteridad y
el desacuerdo no solo se diferencia de las construcciones étnicas del pueblo,
sino que se opone a ellas.
Analizando la crisis de la democracia representativa desde el punto de vista
del desencanto y el vaciamiento de significantes trascendentales desarrolla-
do por Lefort, Rancière argumenta que las construcciones identitarias del
pueblo responden a una dislocación de la identidad posibilitada por nuevas
formas de aparente emancipación. A diferencia de la “emancipación en la era
marxista”, la nueva emancipación promete “liberar a la nueva comunidad en-
tendida como una multiplicidad de racionalidades locales y minorías étnicas,
sexuales, religiosas, culturales o estéticas, afirmando su identidad sobre la
base del reconocimiento de la contingencia de toda identidad” (p. 104). Esta
liberación a través de la “destrucción de la metafísica” produce una caren-
cia, un espacio que necesita ser “llenado” por una nueva subjetivación: una
concepción étnica del pueblo que responde a la lógica de la policía: “En el
lugar de los pueblos de Rousseau o de Marx, surge aquí, allá, en todas partes,
un pueblo étnico inmovilizado como idéntico a sí mismo, como un cuerpo
contrapuesto a los demás” (p. 98).
Según Rancière, el retorno de los pueblos identitarios se debe a la desafec-
ción con las instituciones representativas, que efectivamente han eliminado
el “escenario político de exposición y procesamiento del conflicto”, así como
la subjetivación del pueblo plebeyo, provocando el retorno a una identidad
prepolítica primordial (p. 109). Argumenta que estamos experimentando una
“violenta intrusión de nuevas formas de racismo y xenofobia en nuestros
CAMILA VERGARA 171

regímenes de consenso” (p. 117), la “abrupta reaparición en lo real de una


alteridad que ya no puede simbolizarse”, una “forma arcaica de la otredad
desnuda” que no es democrática ni política, sino que apunta a la exclusión
y la desigualdad a partir de los marcadores esencialistas de los pueblos ét-
nicos (p. 119). La construcción identitaria del pueblo es para Rancière una
subjetivación apolítica que corresponde a la lógica excluyente y jerárquica
de la policía y, por tanto, no lleva la marca democrática del desacuerdo. El
pueblo-como-etnia es un sujeto excluyente; solo los miembros de una de-
terminada raza, o con una herencia nacional, o que profesan una religión
específica son parte de la “verdadera” nación, cuya integridad depende de la
“eliminación de sus parásitos” (Lefort, 1986, p. 287).
Las formas protototalitarias de política, como el nacionalismo, utilizan estos
elementos cuasiesencialistas para crear el carácter ‘verdadero’ y ‘puro’ de la
nación a través de un discurso centrado en el pueblo “estructurado en torno
a una relación dentro/fuera” que se reafirma constantemente con la exclu-
sión de otros que son considerados inferiores y una amenaza a la identidad
nacional (De Cleen y Stavrakakis, 2017, p. 309). El pueblo “democrático”,
por otro lado, es reconstruido como un sujeto plebeyo atado a su posición de
outsider y a su lógica performativa igualitaria de emancipación. La “ruptura
del consenso” por parte de movimientos, partidos y líderes populistas es lo
que “los oligarcas, sus expertos e ideólogos” ven como una amenaza al “pro-
greso” y la “modernización” (Rancière, 2006, p. 79). Populismo es, según
Rancière, el nombre que utiliza la élite gobernante para “agrupar toda forma
de disidencia en relación con el consenso imperante, ya sea que implique
afirmación democrática o fanatismo religioso y racial” (p. 80).
El populismo, como concepto definido ‘desde arriba’ para etiquetar la di-
sidencia, incorpora concepciones del pueblo tanto plebeyas como étnicas,
subjetivaciones populares democráticas y antidemocráticas. Desde la pers-
pectiva de Rancière, esta concepción “policíaca” del populismo como polí-
tica de exclusión no tiene sentido, ya que un fenómeno no puede reprodu-
cir dos lógicas opuestas; no puede ser, al mismo tiempo, policía y política,
oligárquica y plebeya. Siguiendo esta lógica, dado que las construcciones
étnicas del pueblo no son democráticas, sino formas de subjetivación que
reproducen la lógica policial del privilegio y la exclusión, estas no deben ser
concebidas como partícipes, conceptualmente, de una subjetivación plebeya
del pueblo y sus políticas del desacuerdo. En otras palabras, las concepciones
étnicas y plebeyas del pueblo, y la política que engendran, no son partes de
un continuo, sino formas de subjetivación radicalmente diferentes. Mientras
172 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

el pueblo étnico se construye a través de la lógica policial, el pueblo plebe-


yo trastorna esta lógica desafiando las estructuras de dominio oligárquico y
apareciendo como actor político, para realizar materialmente la lógica de la
igualdad y su propia emancipación22.
En un intento de teorizar este sujeto plebeyo desde una perspectiva republi-
cana liberal, Jeffrey Green argumenta que la experiencia plebeya se define
por una “sombra de injusticia” resultante de la plutocracia, “la incursión in-
eludible de la desigualdad socioeconómica en los espacios cívicos” (Green,
2016, p. 4). Según él, “la democracia liberal actual adolece de irrealidad en
la medida en que considera que el ciudadano común es (o potencialmente
llega a ser) completamente libre e igual frente a ciudadanos que tienen can-
tidades significativamente mayores de riqueza, fama e influencia política”
(p. 20). La subjetivación del pueblo plebeyo implica el reconocimiento de
esta exclusión del privilegio, de que “la ciudadanía ordinaria es ciudadanía
de segunda clase” (p. 9). Mientras que Rancière proporciona al pueblo ple-
beyo una lógica normativa basada en la igualdad y un impulso para estar en
desacuerdo y disentir, Green teoriza la posición subalterna constitutiva del
pueblo plebeyo frente a la plutocracia, como un sujeto subalterno obligado a
resistir la dominación oligárquica23. A través de esta lente híbrida de la filo-
sofía plebeya posfundacional y liberal, plebeyos son quienes comparten su
exclusión del privilegio y toleran condiciones materiales equivalentes a las
de una ciudadanía de segunda clase. Sin embargo, el pueblo plebeyo se con-
vierte en el sujeto de la política populista solo cuando esta identidad plebeya
compartida se reconoce, politiza y realiza, y la acción colectiva se dirige a
obligar al Estado oligárquico a retraerse para permitir que la gente común
acceda a los beneficios colectivos de la sociedad, de los cuales se encuentran
de facto excluidos.

Conclusión

El populismo —una ideología centrada en el pueblo, que en el siglo XIX


apeló a los pequeños productores contra la oligarquía, y que en el siglo XX

22
Sin embargo, esto no significa que el populismo no pueda superponerse con la política
etnonacionalista; si el pueblo plebeyo es también parte de un grupo étnico homogéneo
que es distinto al de la oligarquía, entonces la política de clase y raza podrían combinarse
efectivamente.
23
Para una discusión sobre el plebeyismo liberal de Green, véase Vergara (2020a).
CAMILA VERGARA 173

se convirtió en la política de las clases trabajadoras marginadas— hoy inter-


pela a los trabajadores precarios y a las clases medias diezmadas a construir
una identidad plebeya común contra la dominación oligárquica. El pueblo
del populismo —aquel que reconoce su condición plebeya— comparte una
identidad de clase, de exclusión del poder político y socioeconómico. Por lo
tanto, la política populista viene a perturbar el campo electoral oligárquico
dominado por los partidos tradicionales y a trastornar los asuntos políticos
ordinarios al promover la igualdad del pueblo plebeyo, denunciar la domi-
nación oligárquica y abogar por aumentar de inmediato el bienestar de las
personas comunes a través de la redistribución de la propiedad, los beneficios
universales y descentralización del poder24.
A pesar de conectar el populismo con la larga historia de experiencias plebe-
yas, la definición discursiva formal de Laclau entiende el populismo como un
tipo de formación de la identidad popular que no está ligada exclusivamente
al pueblo como plebe, su emancipación y empoderamiento, sino que se vin-
cula a otras concepciones del pueblo y sus ideologías. Este marco teórico
ha permitido que el neologismo ‘populismo de derecha’ —una combinación
de nacionalismo, xenofobia y política oligárquica— sea no solo reconocido
como parte de la concepción tradicional del populismo, sino también que
haya colonizado el concepto, suplantando su significado histórico. De esta
manera, el ‘giro discursivo’ en la interpretación del populismo ha sido utili-
zado por teóricos antipopulistas del populismo para definir la política popu-
lista como antipluralista y, por tanto, protototalitaria.
Una plataforma política empujando por la redistribución de riquezas desde
‘los pocos’ hacia ‘los muchos’ no solo no es totalitaria, sino que parece ab-
solutamente necesaria dado el incremento de la desigualdad económica y la
precariedad de los sectores populares. Y aunque el objetivo de un gobierno
populista fuera imponer una visión totalizadora para cambiar el paradigma
de acumulación y despojo promovido por el neoliberalismo —lo que cierta-
mente requeriría una nueva narrativa hegemónica para sentar las bases nor-
mativas del legítimo empoderamiento popular y el control sobre las élites—,
esto no significa que coadyuve a constituir una identidad totalizadora del
pueblo de una parte que quiere convertirse en el todo, en el único pueblo
‘verdadero’, como lo indican tanto Laclau como las definiciones antipopu-

24
Antes de la redefinición del concepto, Dornbush y Edwards (1990) analizaron la macro-
economía de los gobiernos populistas latinoamericanos en el siglo XX y su tendencia a
aumentar el gasto fiscal a favor de los sectores populares.
174 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

listas. Más bien, siguiendo a Rancière (1998), el pueblo plebeyo es una parte
que quiere afirmarse como legítima y que ahora está efectivamente excluida
del poder, en lugar de querer convertirse en la totalidad, en la única parte le-
gítima, ya que esto requeriría pasar de una política democrática a una lógica
policial de dominación.
Al rechazar el proyecto normativo de Lefort, que se basa en la concepción de
Hannah Arendt del totalitarismo como un movimiento en contra de la plura-
lidad y, por ende, en contra de la esencia humana (Arendt, 1967), el enfoque
antinormativo y antiesencialista de Laclau ha dejado a los académicos del
populismo sin herramientas para desafiar las interpretaciones totalitarias del
término. Dada la influencia de la teoría del populismo de Laclau dentro de la
izquierda, las avenidas teóricas alternativas capaces de cuestionar el reciente
‘giro totalitario’ en la concepción del populismo han permanecido en gran
parte inexploradas. Creo que para resistir la redefinición antipopulista del
populismo se hace necesario inyectar en la teoría de Laclau una dosis de ma-
terialismo, además de reintroducir la normatividad plebeya desde la cual fue
desarrollada. El antiesencialismo radical en el que se basa La razón populista
debiera abandonarse en favor de una concepción genuinamente plebeya del
populismo que esté conectada con las condiciones materiales que hacen po-
sible la formación discursiva del pueblo plebeyo, que irrumpe en la escena
política unido bajo un significante vacío y en contra de la clase dirigente.

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