Vergara, Camila
Vergara, Camila
Vergara, Camila
Resumen
*
University of Essex Reino Unido, Colchester. Senior Lecturer en la Universidad de Essex
Business School, editora de Theoria: A Journal of Political and Social Theory y autora de
Systemic Corruption: Constitutional Ideas for an Anti-Oligarchic Republic (Princeton Uni-
versity Press 2020) y República plebeya. Guía práctica para constituir el poder popular
(Sangría Editora 2020). [email protected]
Abstract
Introducción
L
a redefinición de conceptos para adaptarlos a proyectos ideológicos
no es nada nuevo. A lo largo de la historia, los conceptos se han es-
tablecido y redefinido para apoyar estructuras materiales e ideales de
poder y política. El populismo, un concepto que en su forma moderna co-
menzó a usarse alrededor de 150 años atrás, es hoy un término ambiguo y
cuestionado que se ha redefinido para dar sentido a la plétora de líderes y
partidos etiquetados como populistas en los medios y en los círculos aca-
démicos, sobre todo en el norte global. Este artículo trata críticamente la
redefinición del populismo como una forma de política antipluralista de ex-
clusión que, por un lado, ha permitido camuflar y normalizar el surgimiento
del etnonacionalismo1 y otras formas de política excluyente bajo la etiqueta
populista y por el otro, ha logrado demonizar a quienes afirman representar
genuinamente a los sectores populares, al ser asociados con políticas contra-
rias a los derechos humanos.
Aunque son ideologías y tipos de política diferentes, el etnonacionalismo
y el populismo parecen estar irremediablemente entrelazados en la mayor
parte de la literatura predominante. Líderes como Jair Bolsonaro en Brasil
y Donald Trump en Estados Unidos, y partidos como Alternativa para Ale-
mania (AfD) y Hermanos de Italia son tildados como populistas de derecha,
aunque su carácter etnonacionalista es lo que realmente los define2. Partidos
políticos y líderes de izquierda como el autodenominado partido populista
Podemos en España y la presidencia de Evo Morales en Bolivia también son
1
Formas de nacionalismo que consideran la etnicidad (basada en origen, historia, lengua
o características culturales y/o rasgos físicos comunes) como componente central de ‘la
nación’.
2
Para un breve análisis del nacionalismo cristiano de Jair Bolsonaro y Giorgia Meloni,
véase Vergara (2022).
CAMILA VERGARA 157
reconocidos como populistas, aunque tengan poco o nada en común con los
populistas de derecha en cuanto a sus plataformas políticas y estilo retórico.
Parte de esta confusión se explica porque tanto el populismo como el nacio-
nalismo son ideologías que apelan a ‘el pueblo’ como sujeto colectivo.
A través del marco teórico de los estudios democráticos, el nacionalismo y el
populismo parecen casi indistinguibles porque ‘el pueblo’ es la comunidad
entera, un todo imaginario superpuesto con la nación. Además, debido a que
la política populista se ha asociado tradicionalmente con un outsider político
que promete cumplir con las demandas de las masas, el resurgimiento del
etnonacionalismo en las últimas dos décadas, liderado por nuevos partidos
y líderes de extrema derecha que patrocinan principalmente políticas de in-
migración xenófobas en nombre del pueblo, fue rápidamente mal etiquetado
como populismo, lo que dio a grupos de ideologías totalitarias credencia-
les democráticas. Si bien la diferencia entre la política de clase —dirigida a
emancipar y empoderar a los sectores populares (plebeyos)— y la política
basada en la supremacía étnico-nacional —dirigida a proteger y restablecer
el dominio de un grupo étnico (nación)— debiera ser suficientemente clara,
desde la teoría democrática se ha estado analizando la política de la nación
como si fuera parte de la política de la plebe. La versión ‘buena’ o ‘menos
mala’ del populismo como ideológicamente de izquierda aboga por la re-
distribución de la riqueza y el poder político, y la ‘mala’ o ‘peor’ versión de
derecha presiona por leyes antiinmigración y antipluralistas.
Mientras las teorías antipopulistas ven al populismo como una corrupción
de la democracia, yo interpreto el surgimiento de actores populistas como
un síntoma de la corrupción sistémica, una reacción plebeya contra la dom-
inación oligárquica y el deslizamiento hacia regímenes en los que las leyes
benefician desproporcionadamente a los poderosos (Vergara, 2020a, 2020b,
2020c). Lejos de ser una fuerza que corrompe la democracia, el populis-
mo debiera verse como una política de último recurso en la que el pueblo
plebeyo empodera a líderes para emprender reformas radicales y corregir
el crecimiento excesivo del poder oligárquico en las democracias contem-
poráneas. A través de una lente teórica republicana, en este artículo analizo
‘el pueblo’ del populismo, contrastándolo con el sujeto colectivo de grupos
etnonacionalistas. Desde la teoría política de Jacques Rancière, argumento
que, a diferencia de la subjetivación étnica del pueblo, basada en el privilegio
y la exclusión, la identidad plebeya clasista del pueblo populista es inclusiva,
construida desde una posición de no-gobierno, en resistencia a la opresión.
Por lo tanto, una definición apropiada del populismo debiera reconocer esta
diferencia central en la concepción del pueblo y entregar las herramientas
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3
Para la adaptación del neofascismo a la democracia de posguerra en Italia y Francia, véase
Mammone (2015).
CAMILA VERGARA 159
4
Para una descripción general del populismo en Latinoamérica, véase Conniff (2012).
5
Véase, por ejemplo, Urbinati (2014).
6
Para un análisis de la incapacidad de Laclau para separar la política plebeya de la totalita-
ria, véase Vatter (2012, pp. 246-248).
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7
Para una crítica de la teologización del populismo en Laclau, véase Arato (2013).
CAMILA VERGARA 161
Dado que “no hay totalización sin exclusión”, para Laclau (2005) la lógica
populista necesariamente apunta a crear dos campos antagónicos que permi-
tan la construcción de una identidad popular totalizadora (p. 78). Laclau ve
esta tendencia hacia la totalidad como algo inherente al populismo, un fenó-
meno que, según él, presenta “la mayoría o todas las características descritas
con tanta precisión por [Claude] Lefort” como totalitarias (p. 166) —aunque
Lefort nunca categorizó el populismo como una forma de política totalita-
ria—. Al rechazar la “simple oposición” que Lefort hace entre formas polí-
ticas totalitarias y democráticas, Laclau entiende el populismo dentro de un
“espectro de posibles articulaciones” de estas formas, dentro de un continuo
(ibid.). Separando la construcción discursiva del pueblo de las condiciones
materiales y normativas específicas que la conforman, ‘el pueblo’ del popu-
lismo podría así construirse sobre la base de demandas de clase o demandas
étnicas, y con fines emancipadores u opresivos.
Aunque una frontera antagónica es ciertamente necesaria para que ‘el pue-
blo’ se construya retroactivamente, esto no quiere decir que la tendencia ha-
cia la totalización que Laclau identifica como central en el populismo sea
inevitable, o incluso factible. Una visión totalizante no se desprende necesa-
riamente del reconocimiento de una división ya existente entre la élite y el
pueblo, como bien lo demuestra la política plebeya que él mismo revisa al
comienzo de su libro. Por tanto, la afirmación de que una identidad parcial
necesariamente apuntaría a la hegemonía, a convertirse en la única identidad
legítima, constituye un salto conceptual que permanece sin explicación. ¿Por
qué apuntaría la plebe no solo a controlar temporalmente el Estado (al igual
que cualquier otra facción partidista), sino también a encarnarlo y suplantar
a la comunidad?
En la república romana los plebeyos existían en la dicotomía establecida por
la existencia de la clase patricia, en contra del privilegio material y formal.
Aunque la plebe ciertamente deseaba liberarse de la dominación patricia y
castigar a los nobles por su gobierno opresivo, no hay evidencia de que los
sectores populares quisieran establecerse hegemónicamente y así asumir
“una significación universal inconmensurable” para constituir un “populus
verdaderamente universal”, “concebido como una ‘totalidad ideal’”, como
lo indica Laclau (pp. 70 y 94). Y aunque la plebe fuera capaz de expulsar
a todos los nobles y lograra convertirse en la única clase en la sociedad, su
identidad plebeya colectiva —construida en contra de la clase privilegiada—
desaparecería junto con el privilegio que le dio origen, lo que apunta a un
marco discursivo efímero y disperso más que a uno totalizante, incapaz de
imponerse como la única lógica política legítima.
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8
Su tesis fue una crítica de las teorías estéticas y una propuesta para una teoría materialista
del arte Chernyshevsky (1953b). Para una descripción general del populismo ruso, véase
Venturi (1960).
9
Revista literaria y política publicada en San Petersburgo entre 1836 y 1866, que se originó
en un colectivo literario dirigido por Alexander Pushkin. Chernyshevsky se convirtió en
editor en 1853 y publicó allí, por partes, su obra más famosa, la novela ¿Qué se ha de hacer?
10
Los pagos de redención solían adeudarse durante 50 años (Gorshkov, 2005).
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ilegalmente que llamaba a los campesinos a rebelarse contra el zar, los te-
rratenientes y el sistema legal que defendía su opresión material11. Un grupo
revolucionario inspirado en el populismo de Chernyshevsky se reunió en
1862 bajo el nombre de Zemlya i Volya (Tierra y Libertad)12.
A pesar del carácter revolucionario de los populistas rusos, su objetivo no era
subvertir el sistema de propiedad existente, lo que se convertiría más tarde en
la bandera de los marxistas. Los populistas querían más bien convertir a los
campesinos en propietarios individuales dentro de una estructura de tenencia
común de la tierra administrada a través de la obshchina, una forma tradi-
cional de autogobierno local (Kimball, 1990). La redistribución periódica de
la tierra a través de la toma de decisiones colectiva y el acceso a praderas de
pastoreo comunes eran fundamentales para la obshchina, una organización
económica y política que los populistas pensaron que podría convertirse en
una alternativa al capitalismo13. La redistribución de la propiedad y el auto-
gobierno local eran principios y prácticas centrales dentro de esta ideología
populista que no atraía a las clases obreras o a los pobres urbanos, sino a los
pequeños productores, los campesinos que representaban más del 80 % de la
población (Moon, 1996).
Si bien, como argumentó Lenin, la identidad de ‘el pueblo’ era decidida-
mente tanto campesina como pequeñoburguesa (Lenin, 2017, p. 341), esta
también se construyó en contra del poder absoluto del régimen zarista y la
dominación de los terratenientes, de la legalidad existente y la opresión so-
cioeconómica. El pueblo populista compartía experiencias de opresión tanto
a manos de burócratas estatales como de terratenientes, así como también de
exclusión del poder político, por lo que su identidad era de clase, determi-
nada por su posición subordinada dentro de las estructuras socioeconómicas
y políticas de poder. En este sentido, el populismo ruso fue una ideología
plebeya centrada en un sujeto colectivo construido sobre la base de la exclu-
sión del poder y la resistencia a la opresión monárquica y oligárquica —y no
sobre la base de una etnia o nacionalidad comunes—.
11
Poco después, Chernyshevsky fue arrestado, juzgado por sedición y sentenciado a siete
años de trabajos forzados y exilio en Siberia. Para un relato detallado de su persecución,
véase Ruud y Stepanov (1999, pp. 26-29).
12
Aunque el nombre supuestamente fue tomado de ¿Qué necesita el pueblo? (1862) de
Alexander Herzen, él no estaba de acuerdo con los métodos revolucionarios del grupo (Her-
zen, 2012, p. 176). Véase también Acton (1979, pp. 161-164).
13
Marx (1881), respondiendo a la rebelde populista Vera Zasulich, escribió que estaba
convencido de que “la comuna es el punto de apoyo para la regeneración social en Rusia”.
CAMILA VERGARA 165
14
Para una descripción general de las condiciones materiales de los agricultores, véase
Goodwyn (1978, cap. 2).
15
Para un análisis sociológico de la conexión entre la amenaza populista al establishment
blanco y la violencia racial, véase Soule (1992).
16
Para un análisis detallado de la alianza y su erosión, véase Goodwyn (1978, pp. 100–122).
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17
Aunque su mensaje también atraía a los jornaleros rurales y campesinos indígenas (Rut-
ledge, 1972; Little, 1973).
18
Morales compitió contra Felipe Quispe, líder del Movimiento Indígena Pachakutik
(MIP), quien quería reemplazar el Estado actual por un orden indígena (Canessa, 2006).
CAMILA VERGARA 167
clase
Para elaborar una concepción del pueblo plebeyo que pueda ser transhistóri-
ca, lo suficientemente amplia como para capturar la experiencia populista a
través de diferentes condiciones materiales que dan forma a los fines y me-
dios de acción plebeyos, y lo suficientemente específica como para distinguir
19
Para un estudio sobre cómo ha funcionado la autonomía en el territorio, véase Postero y
Tockman (2020).
20
Para un recuento más profundo de las propuestas y desafíos de Morales, véase Centellas
(2010).
21
La tasa de desempleo de España alcanzó el 21,3 % y la tasa de desempleo juvenil alcanzó
el 43,5 %, la más alta de la Unión Europea.
168 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023
Conclusión
22
Sin embargo, esto no significa que el populismo no pueda superponerse con la política
etnonacionalista; si el pueblo plebeyo es también parte de un grupo étnico homogéneo
que es distinto al de la oligarquía, entonces la política de clase y raza podrían combinarse
efectivamente.
23
Para una discusión sobre el plebeyismo liberal de Green, véase Vergara (2020a).
CAMILA VERGARA 173
24
Antes de la redefinición del concepto, Dornbush y Edwards (1990) analizaron la macro-
economía de los gobiernos populistas latinoamericanos en el siglo XX y su tendencia a
aumentar el gasto fiscal a favor de los sectores populares.
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listas. Más bien, siguiendo a Rancière (1998), el pueblo plebeyo es una parte
que quiere afirmarse como legítima y que ahora está efectivamente excluida
del poder, en lugar de querer convertirse en la totalidad, en la única parte le-
gítima, ya que esto requeriría pasar de una política democrática a una lógica
policial de dominación.
Al rechazar el proyecto normativo de Lefort, que se basa en la concepción de
Hannah Arendt del totalitarismo como un movimiento en contra de la plura-
lidad y, por ende, en contra de la esencia humana (Arendt, 1967), el enfoque
antinormativo y antiesencialista de Laclau ha dejado a los académicos del
populismo sin herramientas para desafiar las interpretaciones totalitarias del
término. Dada la influencia de la teoría del populismo de Laclau dentro de la
izquierda, las avenidas teóricas alternativas capaces de cuestionar el reciente
‘giro totalitario’ en la concepción del populismo han permanecido en gran
parte inexploradas. Creo que para resistir la redefinición antipopulista del
populismo se hace necesario inyectar en la teoría de Laclau una dosis de ma-
terialismo, además de reintroducir la normatividad plebeya desde la cual fue
desarrollada. El antiesencialismo radical en el que se basa La razón populista
debiera abandonarse en favor de una concepción genuinamente plebeya del
populismo que esté conectada con las condiciones materiales que hacen po-
sible la formación discursiva del pueblo plebeyo, que irrumpe en la escena
política unido bajo un significante vacío y en contra de la clase dirigente.
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