Nazareno, Marcelo

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Izquierda, populismo… ¿populismo

de izquierda? De la función ontológica


al contenido óntico posliberal en la
política populista
Leftism, populism… left-wing populism?
From ontological function to postliberal
ontic content in populist politics
Marcelo Nazareno*
Si la izquierda es lo popular y la derecha
lo oligárquico y entonces lo anti-popular,
la Doctrina Peronista está entonces a la izquierda
aún del colectivismo comunista, ya
que el peronismo patroniza el acceso total del pueblo,
de la gente trabajadora (...)
al gobernar
Mundo Peronista de junio de 1952 (citado en Ostiguy, 2015, p. 148)
*
Unidad Asociada al CONICT-Universidad Católica de Córdoba / Facultad de Ciencias Socia-
les-Universidad Nacional de Córdoba. Profesor de Teoría Política en la Universidad Nacional
de Córdoba y de Metodología de la Investigación en la Universidad Católica de Córdoba, don-
de también es director del Doctorado en Política y Gobierno. Actualmente sus intereses de in-
vestigación se centran en la relación entre procesos políticos y desigualdad y en las dinámicas
hegemónicas en torno a identidades y lógicas políticas en América Latina. Correo electrónico
de contacto: [email protected] y [email protected]

Código de referato: SP.325.LX/23


http://dx.doi.org/10.22529/sp.2023.60.13

STUDIA POLITICÆ Número 60 invierno 2023 pág. 369–403


Recibido: 15/06/2023 | Aceptado: 31/08//2023
Publicada por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales
de la Universidad Católica de Córdoba, Córdoba, República Argentina.
370 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

Resumen

Es común hoy distinguir entre populismos de izquierda y populismos de


derecha. Sin embargo, los desacuerdos en torno a esta distinción, aún entre
quienes adhieren a la ontología laclauiana del populismo, son intensos e in-
volucran, incluso, el cuestionamiento a la posibilidad misma de establecer
esta diferencia o su pertinencia (el populismo sería, por definición, de iz-
quierda para algunos y de derecha para otros). Estos desacuerdos surgen de
dos obstáculos que no han sido suficientemente abordados: 1) la propia obra
de Laclau, concentrada casi exclusivamente en dimensión ontológica del
populismo, sin desarrollo de su dimensión óntica; de este modo, aun cuando
el propio Laclau abre la posibilidad de reconocer populismos de derecha y
de izquierda no ofrece ningún fundamento teórico para esta distinción; 2)
la noción de izquierda y derecha que, tal como es usada corrientemente,
remite no a una lógica populista, sino a una lógica liberal, de modo tal que
pensar populismos de izquierda o derecha en estos términos lleva a fuertes
distorsiones e inconsistencias. En este trabajo abordo una posible supera-
ción de estos obstáculos a través del desarrollo de: 1) una concepción alter-
nativa de la distinción izquierda-derecha que pueda ser operativa respecto
de la lógica populista; 2) asumiendo la común antología de ambos tipos de
populismo, la elaboración de un puente teórico entre la dimensión ontológi-
ca y la dimensión óntica a partir del cual distinguir dos modos de “antago-
nismo populista” con sus respectivas expresiones político-institucionales.
Estas expresiones, en función de las reformuladas nociones de derecha e
izquierda mencionadas más arriba, permiten distinguir, en el nivel óntico,
entre un populismo de izquierda posliberal y otro de derecha iliberal.

Palabras clave: Populismo – Antagonismo - lógicas políticas - izquierda


– derecha

Abstract

It is common today to distinguish between left-wing populism and ri-


ght-wing populism. However, the disagreements around this distinction,
even among those who adhere to the Laclauian ontology of populism, are
intense and even involve questioning the possibility of establishing this di-
fference or its relevance (populism would be, by definition, left for some
and right for others). These disagreements arise from two obstacles that
have not been addressed: 1) Laclau’s own work, concentrated almost exclu-
sively on the ontological dimension of populism, without any development
of its ontic dimension; In this way, even though Laclau himself opens the
possibility of recognizing right-wing and left-wing populisms, he does not
offer any theoretical foundation for this distinction; 2) the notion of left
and right which, as it is used, refers not to a populist logic, but to a liberal
logic; so, thinking of left or right populism in these terms leads to distor-
tions and inconsistencies. In this work, I addresses a possible overcoming
of these obstacles through the development of: 1) an alternative conception
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of the left-right distinction that can be operative with respect to populist


logic; 2) assuming the common anthology of both types of populism, the
development of a theoretical bridge between the ontological dimension and
the ontic dimension from which to distinguish two modes of “populist anta-
gonism” with their respective political-institutional expressions. Based on
the reformulated notions of right and left mentioned above, I distinguish,
at the ontic level, between a post-liberal left-wing populism and an illiberal
right-wing populism.

Key words: Populism – Angagonism – Political Logics – Left - Right

Introducción

S
i el siglo XXI, como señala Rosanvallon (2020), es el siglo del populis-
mo, también es cierto, sin embargo, que las implicancias del populismo
respecto de valores como la democracia, la justicia, la equidad y la
emancipación están lejos de suscitar amplios consensos.
Desde un punto de vista “de izquierda”, cualquiera que sea la noción intui-
tiva que tengamos de este concepto, mayor democracia, mayor justicia, ma-
yor igualdad, etc., junto con la apertura de horizontes emancipatorios en una
multiplicidad de dimensiones, son elementos constitutivos de un proyecto
político digno de aquel nombre.
No obstante, parece indiscutible que algunos “experimentos” que podrían
ser llamados (y no pocos llaman) populistas, como los gobiernos de Trump,
Erdogan, Orban, etc., y movimientos muy potentes electoralmente, como los
de Le Pen, no pueden ser considerados de izquierda. De hecho, en buena
parte de la literatura, especialmente la que se ocupa de los populismos del
centro-norte europeos, son usuales términos como el de derecha populista
radical (Mudde, 2016) o populismo autoritario (Inglehart y Norris, 2017)
para hacer referencia a ellos.
Otros fenómenos, como los populismos latinoamericanos (con la excepción
notoria de Bolsonaro, si es que puede ser llamado populista) o los del sur de
Europa, parecen estar más en sintonía con una tradición izquierdista. ¿Pode-
mos entonces hablar de “populismos de izquierda” que pueden distinguirse
de los que cabría llamar “populismos de derecha”? Por supuesto, una res-
puesta afirmativa a esta pregunta nos remite inmediatamente a otra pregunta
crucial: ¿cuál es la especificidad del populismo de izquierda? En otros térmi-
nos, ¿qué lo distingue del populismo de derecha?
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Respecto a la primera pregunta, no hay visos de un mínimo acuerdo. In-


cluso dentro del amplio campo teórico que podría llamarse laclauiano, las
divergencias son enormes. En un extremo, encontramos posiciones como la
de Mouffe (2019), quien no solo asume la existencia de un populismo de
izquierda y uno de derecha, sino que ve en la confrontación entre ambos la
definición del futuro de las sociedades de nuestro tiempo (o, al menos, de
las europeas occidentales). En el otro extremo, autores y autoras que reivin-
dican, como Mouffe, la teoría del populismo de Laclau, niegan que pueda
existir un “populismo de derecha” en tanto y en cuanto el populismo es, por
definición, de izquierda (Stavrakakis y Katsambekis, 2014; Jäger y Borriello,
2020; Biglieri, 2020; Balsa, 2020; Alemán, 2019; Biglieri y Cadahia, 2021,
entre otras/os).
Respecto de la segunda pregunta, entre quienes sí aceptan la existencia de
populismos de izquierda y de derecha, tampoco es posible encontrar una
postura en común en cuanto a lo de cada tipo de populismo. Más
aún, creo posible sostener que ninguna de las propuestas al respecto es sa-
tisfactoria, ya que en todas ellas se encuentran inconsistencias teóricas o
cierta incapacidad para dar cuenta de fenómenos sociopolíticos que razona-
blemente pueden ser considerados populistas. Esto es válido, incluso, si nos
restringimos a autores que adoptan la perspectiva laclauiana. Es cierto que
existen, como veremos, aproximaciones conceptuales y sugerencias teóricas
que esbozan caminos promisorios de indagación. Sin embargo, creo e inten-
taré demostrar más adelante que están aún lejos de completar un abordaje
sistemático que preserve, al mismo tiempo, una mínima coherencia con la
teoría del populismo de Laclau,
Las razones de este subdesarrollo teórico en el campo laclauiano son segura-
mente variadas, pero estimo que una de las principales es que el estado en el
que Laclau dejó su teoría del populismo da pocas pistas sobre cómo abordar
la distinción entre populismos de derecha y de izquierda. Y esto a pesar de
que, desde sus primeros trabajos sobre populismo hasta los últimos, esta cara
bifronte de la lógica populista es planteada explícitamente y constituye uno
de los pocos rasgos que se mantienen constantes en su tránsito desde sus ini-
ciales planteos marxistas hacia su mirada posmarxista de esta lógica política
(Laclau, 1978, 2005 y 2014). Otra de las razones que considero relevante es
que carecemos de una noción de izquierda lo suficientemente abstracta para
que sea aplicable a una lógica no-liberal, como la populista.
El objetivo de este artículo es abordar estos problemas y, con ello, contribuir
al avance hacia una concepción más clara y consistente con la teoría laclauia-
MARCELO NAZARENO 373

na de los rasgos definitorios del populismo de izquierda (y, por defecto, de


los del populismo de derecha).
Por cierto, las implicancias de esta tarea no son solo teóricas y académicas.
Tener una mínima claridad sobre naturaleza del populismo de izquierda, sus
diferencias y puntos en común con el populismo de derecha y, a partir de esta
distinción, establecer los posibles puntos de encuentro con otras expresiones
de izquierda es clave para cualquier estrategia política que pretenda generar
avances en pos de un horizonte emancipatorio, en particular en un contexto
en el que “derechas radicales”, populistas o no, parecen ganar cada vez más
terreno en la “guerra de trincheras” con visos de “movimiento” que hoy pa-
rece desplegarse de modo cada vez más visible en nuestra región y a nivel
global.
En el primer apartado examino críticamente algunas de las perspectivas más
conocidas sobre el populismo de izquierda, incluyendo aquellas posturas que
sostienen que solo este tipo de populismo es populismo en sentido estricto.
En el segundo apartado abordo el problema y propongo una solución a la
falta de una noción consistente y suficientemente abstracta de izquierda y
derecha, que pueda luego ser aplicada a la especificidad de la lógica política
populista.
La tercera sección está dedicada a establecer una conexión entre el esquema
analítico de distinción entre izquierda y derecha desarrollada en el apartado
anterior, por un lado, con la ontología laclauiana del populismo, por el otro,
en base a una de las categorías centrales de esta ontología: el antagonismo.
En el siguiente apartado, el cuarto, y a partir de los desarrollos precedentes,
establezco los rasgos distintivos del populismo de izquierda por contraste
con las del populismo de derecha.
La última sección, a modo de cierre provisorio, intenta bosquejar las impli-
cancias de los hallazgos previos en términos de praxis y horizontes emanci-
patorios.

El problema o punto ciego de la teoría laclauiana que nos interesa aquí se re-
fiere a la posibilidad de distinguir, dentro de la lógica populista, una versión
de “izquierda” (y otra de “derecha”). Para Laclau (2005) esta distinción es
una derivación lógica de su concepción del populismo:
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…Debemos diferenciar (…) el rol ontológico de la construcción discursiva


de la división social, y el contenido óntico que, en ciertas circunstancias
juega ese rol (…) y [considerar] que –dada la indeterminación de la rela-
ción entre contenido óntico y función ontológica– la función puede ser des-
empeñada por significantes de signo político completamente opuesto. Esta
es la razón por la cual entre populismo de izquierda y el de derecha existe
una nebulosa tierra de nadie que puede ser cruzada –y ha sido cruzada– en
muchas direcciones. (p. 115)

En la cita, el énfasis está puesto en la transitabilidad, de una a otra orilla, de


la tierra de nadie, pero lo que quiero resaltar aquí es que, obviamente, esto
supone que ambas orillas existen y, de un modo menos obvio, que ambas se
constituyen en el nivel óntico. Sin embargo, Laclau no señala los aspectos
que (en este nivel óntico) diferencian entre sí a ambos tipos de populismo
ni, por supuesto, el modo en que estas diferencias se derivan, más allá de su
carácter contingente, de la dimensión ontológica de la lógica populista1.
Abordar esta cuestión implica lidiar con, al menos, dos problemas. En pri-
mer lugar, si ambos populismos, de derecha y de izquierda, apelan a los de
“abajo” contra los de “arriba”, instaurando una frontera que divide a la so-
ciedad y generando una identidad popular por la mediación de significantes
vacíos, ¿qué diferencia, en esta misma apelación, los hace de izquierda o de
derecha? El primer desafío, entonces, es establecer una distinción dentro de

1
En La razón populista hay aisladas referencias a ciertos rasgos del “populismo nativis-
ta” (que podemos asumir que Laclau considera de derecha), por un lado, y al populismo
latinoamericano que parece identificar con un populismo de izquierda, por el otro (Laclau,
2005). En uno de sus últimos trabajos, Laclau (2014) desarrolló algunas reflexiones (tam-
poco demasiado extensas, ni detalladas) sobre lo que serían los rasgos distintivos y los pro-
blemas de un populismo de izquierda. Allí, luego de señalar, nuevamente, la ambigüedad
ideológica del populismo, Laclau (2014, p. 259) parece plantear que el carácter de izquierda
del populismo no surgiría de una dinámica interna de esta lógica, sino del hecho de que la
“izquierda” (definida como tal por “fuera” del populismo como una orientación política que
promueve una sociedad socialista), solo puede asumir, si habrá de generar algún cambio so-
cial sustantivo, rasgos populistas. Brevemente, entonces, no se trata tanto de que podamos
hablar de un “populismo de izquierda”, sino más bien de una “izquierda populista”. Esto
es problemático en, al menos, dos sentidos: 1) en términos históricos no hay populismos
de izquierda, que, más allá de alguna retórica en buena medida vaga, hayan promovido
una transformación socialista de la sociedad; 2) en términos teóricos, en línea con su muy
criticada identificación del populismo con la política, esta idea de que un populismo de
izquierda es un contenido de izquierda que asume modalidades populistas diluye la posibi-
lidad de establecer las orientaciones retóricas, prácticas e ideológicas de un populismo de
izquierda populista.
MARCELO NAZARENO 375

una misma lógica política que preserve, al mismo tiempo, su base común o
“función” ontológica.
El segundo problema es que la distinción derecha-izquierda canónica es con-
cebida, como veremos más adelante, en el marco de una lógica política no
populista, sino liberal, con lo cual, en principio, corremos el peligro, al in-
tentar aplicar esta distinción a la lógica populista sin tomar los necesarios
recaudos, de combinar de modo ilegítimo dos ontologías diferentes. En este
caso, el desafío es el opuesto al anterior: debemos evitar la confusión teórica
y conceptual entre lógicas diferentes (la liberal y la populista).
Dados estos problemas, no sorprende que no sean muchos los trabajos,
particularmente dentro del paradigma posfundacionalista, que abordan una
conceptualización explícita del populismo de izquierda (o de derecha). Una
notoria mayoría de autores que están dentro de este paradigma (o que tienen
cierta cercanía con él), o bien eluden una explícita conceptualización de am-
bos tipos de populismo, o bien niegan, como vimos, que el populismo pueda
ser de derecha, con lo cual populismo y populismo de izquierda pasan a ser
una identidad.
No es de extrañar, entonces, que haya sido en el campo teórico no (al menos
completamente) laclauiano donde se desarrollaron los intentos más sistemá-
ticos y más conocidos de distinción entre ambos tipos de populismos.
Entre los intentos más divulgados se encuentra la propuesta de Mudde y
Rovira Kaltwasser (2013), quienes establecen la diferencia entre populismos
de izquierda y de derecha en el carácter inclusivo (izquierda) o exclusivo (de-
recha) del populismo. Estas inclusión y exclusión tienen varias dimensiones
(material, política y simbólica). Mientras el populismo de izquierda otorga
derechos en estas dimensiones a grupos hasta entonces excluidos formal o
informalmente de ellas, el populismo de derecha se esfuerza por identificar
(bajo diferentes criterios, pero usando predominantemente el racial o nacio-
nal) a grupos que deben quedar excluidos de las mismas. Una perspectiva
similar es la de Gandesha (2018) y Mendonça y Almeida Resende (2021).
Como señalan Ostiguy y Casullo (2017), el problema con este criterio de
distinción es que el populismo (sea de izquierda o de derecha) es, al mismo
tiempo, inclusivo y excluyente2.

2
Es muy llamativo que, a lo largo de su artículo, Mudde y Rovira Kaltwasser (2012), mien-
tras examinan los ejemplos (latinoamericanos) del populismo de izquierda y los ejemplos
(europeos) del populismo de derecha, señalan las exclusiones que pueden detectarse en
376 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

Ostiguy y Casullo (2017) y Casullo (2019) sostienen, como opción alternati-


va de distinción, que la diferencia entre populismo de izquierda y de derecha
es el “contenido social” de las exclusiones o, en otros términos, la definición
diferente por parte de cada tipo de populismo, de lo que estos autores llaman
the social other. Ambos populismos antagonizan con la élite política, pero
en la dimensión social, mientras el populismo de izquierda antagoniza con la
élite socioeconómica (siendo, de este modo, upward pushing), el populismo
de derecha antagoniza con grupos considerados cultural o étnicamente outsi-
ders (siendo de este modo downward pushing).
Aunque este criterio parece más ajustado que el de Mudde y Rovira Kal-
twaisser (2012) a pautas analíticas ampliamente aceptadas y a la evidencia
de los registros históricos, presenta el problema de que contradice cierto con-
senso respecto a que el populismo, antes de cualquier distinción de derecha o
izquierda, es una práctica y una identidad políticas que involucra y reivindica
a los de “abajo” en una relación antagónica con los de “arriba”3. Ambas va-
riedades de populismo asumen la defensa de los intereses de los sectores po-
pulares (o al menos de parte de ellos), con lo cual la imagen simétrica de un
populismo upward pushing y otro downward pushing no parece apropiada.
Como sostiene Biglieri (2020), “todo populismo, llámese de izquierda o de
derecha, desde el punto de vista de su estructuración constitutiva –si segui-
mos el argumento de Laclau– está atravesado o conformado por una lógica
igualitaria…” (p. 19). En el mismo sentido, Moffitt (2022) señala, en base a
datos relevados en los países europeos, que “…los gobiernos populistas, a
ambos lados de la brecha ideológica, también tienden a lograr una reducción

los primeros y las inclusiones que pueden identificarse en los segundos, a pesar de lo cual
mantienen su criterio de distinción.
3
El énfasis en este tipo antagonismo es un elemento central de la perspectiva laclauiana del
populismo que adopto en este trabajo. No obstante, más allá de la enorme importancia que
la aproximación discursiva de Laclau ha tenido y tiene sobre el modo en que el populismo
es concebido, coexisten con ella al menos otros tres grandes paradigmas con gran inciden-
cia sobre los debates en torno a esta lógica política: la llamada perspectiva “ideacional”,
la “socio-cultural” y la “estratégica” (Ostiguy et al., 2021). Sin embargo, las dos primeras
comparten con Laclau, más allá de notorios desacuerdos en otros aspectos, el señalamiento
del antagonismo como un factor distintivo de la lógica populista. Incluso la perspectiva
estratégica reconoce que los antagonismos son activados por los líderes populistas, si bien
difiere respecto a las otras tres perspectivas en la medida en que considera estos antagonis-
mos “artificiales”, ya que son fruto de la manipulación de las masas por parte de aquellos
liderazgos y no tienen verdadero sustento en las identidades sociales que se configuran en
el proceso de emergencia y consolidación de la lógica populista.
MARCELO NAZARENO 377

de la desigualdad económica” (p. 78). En todo caso, el populismo de derecha


define como excluidos del pueblo a “los de abajo” que no se ajustan a ciertos
rasgos étnicos/culturales o nacionales; pero, en sentido estricto, estos crite-
rios se aplican también a “los de arriba” (el caso típico es la referencia, casi
universal dentro de las derechas radicales, a los judíos ricos o al poder de las
élites financieras internacionales). De este modo, la distinción en base a que
un tipo de populismo “golpea hacia abajo” y el otro lo hace “hacia arriba”
parece insostenible.
Una notoria excepción en el campo laclauiano respecto a la desconsideración
de las diferencias entre populismo de izquierda y de derecha es el trabajo de
Mouffe (2018). En él se encuentran algunos indicios que creo promisorios
(y que retomaré más adelante) respecto a esta cuestión. Se trata de la refe-
rencia que la autora belga hace a la democracia liberal (entendida como una
tensa e inestable articulación entre principios democráticos y liberales) y su
degradación posdemocrática como el telón de fondo contra el cual se definen
los perfiles de la izquierda y derecha populistas. Sin embargo, la concep-
tualización que aquí se ofrece de ambos tipos de populismo es, entiendo,
cuestionable en términos de la teoría laclauiana de esta lógica política. Esta
conceptualización de la autora belga tiene tres niveles. En el primero, se
establece la diferencia entre el populismo de derecha y el de izquierda en el
hecho de que “los populistas de derecha no postulan la demanda de igualdad
y construyen un ‘pueblo’ que excluye a numerosas categorías…” (Mouffe,
2018, p. 38). Ya vimos más arriba los problemas que surgen de definir la
distinción entre derecha e izquierda populista en términos de desigualdad y
exclusión. Un segundo nivel se establece en términos de demandas: el po-
pulismo de izquierda canaliza “demandas democráticas”, orientadas a recu-
perar la democracia-liberal para ampliarla y profundizarla (Mouffe, 2018,
p. 39). En este nivel está la noción promisoria a la que me referí más arriba.
Como mostraré más adelante, puede fundamentarse adecuadamente la idea
de que la distinción clave en entre populismo de derecha y de izquierda pasa
por el autoritarismo del primero y el pluralismo del segundo. No obstante,
el sumario planteo de Mouffe en este sentido deja muchas cuestiones sin
resolver, como, por ejemplo, la ya mencionada cuestión de cómo es posible
tal divergencia entre dos modalidades políticas que comparten una misma
base ontológica. La falta de precisiones en este sentido lleva a nuestra autora
a justificar la orientación democrática del populismo de izquierda en base a
“demandas democráticas”, cuando sabemos por Laclau que el populismo, en
cuanto lógica política, no se basa en la sustantividad de las demandas, sino
en el modo de articulación entre ellas. Las “demandas democráticas”, por
378 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

ende, pueden articularse en torno a lógicas no (necesariamente) populistas.


Finalmente, en un tercer nivel, el carácter de izquierda de un cierto populis-
mo parece referirse a una base social empírica que sostiene aquellas deman-
das: “La estrategia populista de izquierda (…) requiere el establecimiento de
una cadena de equivalencia entre las demandas de los trabajadores, de los
inmigrantes y de la clase media precarizada, además de incluir otras deman-
das democráticas como las de la comunidad LGBT” (Mouffe, 2018, p. 39).
Esto es también inconsistente con la mirada teórica que concibe el populismo
como una identidad política que emerge de un proceso de articulación y, por
ende, no supeditado a los rasgos empíricos de grupos sociales específicos.
Como ya lo señalara Laclau en su primer trabajo sobre populismo (1978 y en
sus trabajos posteriores (2005, 2009 y 2014), las demandas y reivindicacio-
nes de distintos sectores pueden articularse en un formato tanto de derecha
como de izquierda.
En el siguiente apartado abordaré el segundo de los problemas señalado al
inicio de esta sección: el de la necesidad de construir una noción de izquierda
que sea operativa en términos de la lógica populista y no solo de la lógica
liberal; luego, en el tercer apartado, abordaré el primer problema, el de la
ontología común de ambos tipos de populismo.

Las nociones de izquierda y derecha que en general se utilizan en la literatura


asumen, como punto de referencia analítico y normativo (no pocas veces de
modo implícito), una noción democrático-liberal del orden político; en otros
términos, es una distinción izquierda-derecha que solo es operativa dentro de
una lógica política liberal, lo cual, por definición, no nos permite distinguir
entre izquierda y derecha dentro de una lógica populista.
Norberto Bobbio, autor de la más conocida e influyente conceptualización
de derecha e izquierda desde una mirada liberal progresista, distingue ambas
por su diferente actitud frente al ideal de igualdad socioeconómica o material
(1995, p. 133)4. De este modo, una posición de izquierda se distingue por su

4
Bobbio (1995) establece explícitamente que la noción de “igualdad” requiere especifi-
caciones respecto del “qué” (además del “entre quiénes” y con “qué criterio”) estamos
considerando, en cuanto a su distribución (más o menos) igualitaria (pp. 134-135). En otros
términos, la igualdad (y la desigualdad) son multidimensionales y relativas. Así, siguiendo
su ejemplo, podemos considerar más igualitaria la distribución del derecho al voto cuando
MARCELO NAZARENO 379

énfasis en la reducción sustancial de las desigualdades cuyo origen es social,


por un lado, y en hacer lo menos penosas posible para los desfavorecidos las
desigualdades naturales, por el otro. Del lado de la derecha, el énfasis está
puesto en la valoración de la “diversidad” antes que la igualdad, con lo cual,
la derecha es más “desigualitaria” que la izquierda (Bobbio, 1995, p. 141).
A ello se suma, como criterio de distinción “de segundo orden”, el valor re-
lativo atribuido al ideal de libertad, que permite discriminar entre posiciones
más moderadas –y como tales, respetuosas de los principios y reglas que
están en la base de los gobiernos democráticos– de un lado, y posiciones más
extremistas para quienes aquellos principios y reglas liberales carecen de
valor sustantivo, del otro. Emergen así las categorías “izquierda autoritaria”
y “derecha autoritaria” (Bobbio, 1995, p. 159). Esta referencia a la dimensión
autoritaria da el carácter liberal de la propuesta: por un lado, implícitamente
se postula que el valor de la igualdad queda desmerecido por el carácter
autoritario de aquellas propuestas que violan el principio de libertad, con lo
cual este valor pasa tener una primacía lexicológica sobre el de la igualdad;
por otro lado, en consonancia con lo anterior y siempre de modo implícito, lo
que se asume es que la igualdad solo debe avanzar hasta allí donde la libertad
no corre riesgo de ser deteriorada. Sabemos que una libertad completa es im-
posible dentro de un mínimo orden sociopolítico, por lo que cabe asumir que
cuando Bobbio habla de una “libertad” más allá de la cual nos adentramos
en el terreno autoritario, tiene en mente las reconocidas libertades políticas y
civiles propias de los regímenes liberales.
Esta conceptualización presenta serios problemas para aplicarse a la lógica
política populista. Al ser el espacio ideológico el punto de referencia, tal
como es concebido desde la perspectiva de la democracia liberal, aquellas ló-
gicas que se ubican fuera (y antagonizan, al menos, hasta cierto punto) con la
lógica liberal pasan a ser “autoritarias” en términos políticos. Por definición,
todos los populismos serían autoritarios en la medida en que cuestionan la
normalidad institucional liberal; solo por poner algunos ejemplos, son pro-

se permite votar a las mujeres, lo cual no implica que otros bienes o derechos (por ejemplo,
la educación o los ingresos) no puedan estar muy desigualmente distribuidos. Sin embargo,
no está claro qué dimensiones de la desigualdad considera Bobbio cuando sostiene que
la izquierda es igualitaria y la derecha no. No obstante, da indicios de que la dimensión
que toma en cuenta, prioritariamente y de modo inicial, es la “material” (bienes, ingresos,
acceso a servicios). En efecto, por un lado, es claro que no considera la dimensión de los
derechos civiles y políticos, los cuales, como veremos luego, incorpora como otra dimen-
sión diferente a la de igualdad. Por otro lado, al hablar de los logros de los movimientos
socialistas, menciona los llamados “derechos sociales” (educación, salud y trabajo).
380 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

clives a sostener la reelección indefinida del “líder”, a promover la sanción


plebiscitaria de cambios político-institucionales o socioeconómicos, a acen-
tuar la faz “decisionista” del poder ejecutivo, a generar conflictos y confron-
tar directamente con otros poderes del Estado (principalmente el judicial),
etc. Del otro lado, en términos sociales, dada la ya mencionada orientación
igualitaria de la lógica populista, todos los populismos serían de izquierda,
con lo cual el único modelo de los cuatro que distingue Bobbio –izquierda
autoritaria, centro-izquierda o socialdemocracia, centro-derecha y derecha
autoritaria (Bobbio, 1995, p. 160-161)– en el que se podría ubicar el populis-
mo sería el de “autoritarismo de izquierda”, en la incómoda compañía, desde
el punto de vista teórico, analítico y político, de la izquierda marxista radical.
Necesitamos, entonces, una concepción de izquierda-derecha que, al mismo
tiempo que no contradiga flagrantemente el sentido intuitivo de estos tér-
minos, sea lo suficientemente flexible como para alojar en su distinción a la
lógica populista (en otros términos, precisamos una noción más abstracta que
nos permita denotar no solo las variantes ideológicas liberales, sino también
populistas).
Desde mi punto de vista, algunos elementos de la concepción de “izquier-
da” de Arditi (2014) constituyen un aporte en este sentido. Para este autor,
solidaridad, igualdad y participación en los debates y decisiones públicos
configuran la orientación normativa de la izquierda. La libertad forma parte
también de su bagaje ideológico, pero concebida en una línea rousseauniana,
en tanto esta libertad, sin niveles mínimos de igualdad, se vuelve una for-
malidad vacía. Sin embargo, el contenido de estos elementos y la resolución
de las tensiones entre ellos no puede especificarse apriorísticamente. Solo
existen como un rasgo distintivo de la izquierda en la medida que se expre-
sen como un desacuerdo (en el sentido de Rancière, 1996) respecto del statu
quo. No hay, así, una especificación unitaria, no contextual y ahistórica de
la izquierda (Arditi, 2014, p. 236). En otras palabras, lo que puede (y debe)
ser una posición de izquierda en cierto tiempo y contexto puede (ya) no serlo
en otros.
No obstante, con todo el valor que tiene esta noción histórico-contextual,
presenta dos problemas. El primero es que el “desacuerdo” con el statu quo
(o, al menos, alguna de sus dimensiones) puede ser también de derecha,
como lo muestran las experiencias fascistas, y las más recientes experiencias
del trumpismo y de las derechas radicales europeas y latinoamericanas. En
principio, este problema podría resolverse de manera teórica, simplemente
revirtiendo como un espejo los valores de la izquierda: el bagaje normativo
MARCELO NAZARENO 381

de la derecha con el cual desafía al statu quo sería, entonces, menos solidari-
dad, igualdad, participación política y libertad. No obstante, esta concepción
de la derecha es irrazonable: las derechas liberales, concebidas conceptual-
mente como tales más allá de la realidad de sus expresiones ónticas, pueden
pretender menos igualdad económica, pero no menos libertad; las derechas
populistas, como vimos, pueden aspirar a menos libertad, pero no ciertamen-
te a menos (en términos relativos) igualdad.
Esto nos lleva al segundo problema (que está en la raíz del carácter, en prin-
cipio, irresoluble del primero): los valores de igualdad, solidaridad, partici-
pación política y libertad, a los que podríamos sumar otros como (al menos,
cierto) orden social, paz, protección de las minorías, responsabilidad de los
funcionarios, gobernabilidad, desarrollo, protección del medioambiente, di-
versidad de género, etc., no conforman un conjunto optimizable en el sentido
paretiano: no siempre es posible (en realidad nunca lo es) incrementar sus-
tancial o continuamente uno de ellos sin menoscabo de ninguno de los otros.
Es obvio, por poner un ejemplo entre casi infinitos posibles, que no se puede
establecer un mínimo orden social o incrementar la igualdad sin aumentar las
restricciones sobre las libertades de individuos o grupos. La pregunta, enton-
ces, es la prioridad de cuál de los diferentes valores (por ejemplo, igualdad o
participación) definen una posición de izquierda. La respuesta no es intuitiva
ni directa, tal como muestra Laponce (1981) al exhibir una cantidad relati-
vamente grande de términos que fueron y son usados de modo “disonante”
o aun contradictorio en la caracterización de la izquierda y la derecha, como
por ejemplo “nacionalismo” y “futuro”, primero asociados en Francia a la
izquierda y luego a la derecha (pp. 116-117).
Desde un punto de vista filosófico-político, este problema de inestabilidad
del concepto “izquierda” (y su contraparte, “derecha”) se traduce en la im-
posibilidad de pensar, en un sentido no utópico, una sociedad justa como
la simple maximización de todos los valores más relevantes. La salida que
concibe John Rawls (1971) pertinente a nuestros fines, es la de una estructura
de “prioridad lexicológica” de acuerdo con la cual un valor o principio de
justicia igualitario (en el caso de Rawls, la igualdad en términos de liber-
tades básicas) tiene prioridad sobre otro principio (en el caso de Rawls, la
igualdad económica), en el sentido de que no puede darse un avance en esta
última si esto implica un deterioro en la maximización de la primera. A su
vez, estos principios están sujetos a excepcionalidades en función de ciertos
criterios (en el caso de Rawls, la tolerancia a las desigualdades económicas
y de oportunidades, si estas implican una mejora en la situación de los más,
382 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

originalmente, desaventajados) (pp. 302-303). La prioridad lexicológica, en-


tonces, establece un principio de legitimidad de las desigualdades a partir de
una igualdad fundamental.
Creo que es posible trasladar provechosamente, con algunas adaptaciones,
este bagaje teórico-normativo al ámbito de la conceptualización teórico-po-
lítica de la izquierda y la derecha.
La primera modificación que propongo consiste en transformar la prioridad
lexicológica “absoluta” de Rawls en una prioridad relativa, para recuperar
la contextualización histórica propuesta por Arditi: la prioridad relativa, en
un contexto histórico dado, de un cierto valor igualitario (por ejemplo, la
igualdad socioeconómica) implica que quienes están comprometidos con
ella priorizan una mejora del mismo respecto del statu quo (o, cuando me-
nos, se oponen a su deterioro), en lugar de establecer (como en el criterio
rawlsoniano) un nivel de igualdad (absoluto) cuya reducción o sacrificio es
(normativamente) inaceptable. La prioridad relativa permite incorporar al
análisis, además del contexto histórico, la idea de “estrategia política”: en
efecto, el “cuánto”, que será la mejora en la distribución igualitaria del valor
prioritario, dependerá de la correlación de fuerzas y de los cambios que pue-
dan generarse en esta relación a partir del balance entre mayores o menores
mejoras en el valor prioritario y mayores o menores deterioros en los valores
lexicológicamente relegados.
El segundo cambio introduce la idea de “preferencia por la desigualdad”
como un valor, en una o más de las diferentes dimensiones de lo social, de
manera que se puedan caracterizar más ampliamente las diferentes posicio-
nes político-ideológicas. Así, dada una dimensión de lo social (por ejemplo,
“acceso a bienes y servicios” o “género de los individuos”), los valores aso-
ciados pueden remitir a una mayor o menor desigualdad.
El tercer cambio incorpora la noción de “preferencia de ordenamientos le-
xicológicos”, esto es, asume la posibilidad de una pluralidad de prioridades
lexicológicas. Esto nos permite postular que diferentes lógicas políticas ten-
drán diferentes ordenamientos lexicológicos. De este modo, si pensamos en
la lógica liberal, el primer escalón de dicho ordenamiento estará ocupado por
el valor “libertad”, cuya distribución igualitaria pasa a tener prioridad relati-
va respecto del resto de valores; no es casual, en este sentido, que Kymlicka
(1995) califique la teoría de la justicia de Rawls como liberal. Otras lógicas
políticas, en nuestro caso la populista, tendrán diferentes ordenamientos le-
xicológicos y prioridades relativas.
MARCELO NAZARENO 383

Veamos ahora como estas reconceptualizaciones no permiten pensar los con-


ceptos de izquierda y de derecha.
Mi primera proposición, en este sentido, es: la distinción izquierda-derecha
es interna a cada lógica política. En otros términos, no es posible ordenar
una lógica política en sí misma como más de izquierda o de derecha que otra
lógica. Si esto fuera posible, implicaría que un valor (desarrollo, libertad,
comunidad o el que fuera) podría ser calificado como “más de izquierda”
que el resto. Sin embargo, tal como emerge del intento de conceptualización
de Arditi (2014), la izquierda (y la derecha) son multidimensionales. Para
poner un ejemplo, si asumiéramos que la izquierda se define solo por el valor
“igualdad económica”, deberíamos aceptar que la experiencia histórica esta-
linista era “más de izquierda” que la socialdemócrata, lo que a todas luces no
parece aceptable ni en términos analíticos, ni normativos5.
Pero esto nos lleva al siguiente punto: ¿qué distingue, dentro de una lógica
política, las posiciones de izquierda respecto de las de derecha? Para respon-
der a esta pregunta, necesitamos una noción formal de izquierda que pueda
servir como criterio para establecer los espacios ideológicos en todas y cada
una de las diferentes lógicas políticas, cualesquiera que estas fueran. La-
ponce (1981), en su exhaustiva revisión de la literatura, en contraste con los
términos disonantes y contradictorios que vimos más arriba, encuentra ele-
mentos o conceptos estables (en los que no hay desacuerdo) en las concep-
tualizaciones de las posiciones de izquierda y derecha. La izquierda se define
por ser igualitaria, por proponer a los “pobres” como el sujeto sociopolítico
relevante y por sostener la libertad de pensamiento, mientras que la derecha
es jerárquica, enfatiza el rol sociopolítico positivo de los “ricos” y promueve
la sujeción de las ideas a la preminencia de una entidad trascendente (con
connotaciones religiosas) (p. 119). Desde mi punto de vista, estos tres rasgos
distintivos pueden colapsarse en uno solo: la izquierda es más igualitaria
(antijerárquica) que la derecha, cualesquiera sean los valores que considere-
mos. En otros términos, en una lógica específica (cualquiera sea el valor que
tal lógica considera que debe distribuirse igualitariamente en función de su
prioridad lexicológica), la distinción entre derecha e izquierda, dentro de tal
lógica, se dará entre posturas más jerárquicas y menos jerárquicas en el resto
de valores lexicológicamente subordinados al valor igualitario.

5
No obstante, lo que sí es posible preguntarse es si la opción de izquierda de una lógica es
“más de izquierda” que la alternativa de izquierda de otra lógica. Este es un tema de gran
relevancia en términos de las nociones de “universalidad” y “emancipación” que no puedo
abordar aquí.
384 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

Este criterio distintivo puede aplicarse a las diferentes lógicas políticas (a


las que corresponden, como vimos, diferentes ordenamientos lexicológicos).
Mi segunda proposición es, entonces: en una lógica política determinada, las
posturas de izquierda serán las que, al menos en uno de los valores subordi-
nados que forman parte de la estructura lexicológica de la lógica política en
cuestión, promuevan más igualdad que aquellas posiciones que, por defini-
ción, serán (más) de derecha.
Pensemos, por ejemplo, en la lógica liberal, cuyo valor axiológicamente
prioritario (y que consiguientemente debe distribuirse igualitariamente) es,
siguiendo la propuesta de Rawls adaptada por nuestra reformulación, la pro-
moción o mantenimiento de una mayor igualdad en el acceso a las libertades
básicas (dejemos, por ahora, de lado la distinción entre libertades o derechos
civiles y políticos). En relación con este valor, no hay distinción entre la
izquierda (socialdemocracia) y la derecha (conservadurismo). Ambas pos-
turas son, en este sentido, igualmente liberales. Las diferencias emergen si
consideramos otros valores del ordenamiento lexicológico, en particular, la
igualdad económica: la derecha liberal es más jerárquica (desigualitaria) que
la izquierda liberal: esta última promueve –para usar la metáfora de Marshall
(1998)– la remodelación de todo el edificio social para que “el rascacielos
se convierta en chalé” (p. 52 ), mientras la derecha considera las jerarquías
socioeconómicas más justas y socialmente productivas. Esto implica que la
“izquierda liberal” intentará promover una mayor igualdad económica, pero
aumentando (o al menos, no deteriorando) los derechos civiles y políticos,
mientras la “derecha liberal” intentará sostener e incluso aumentar la des-
igualdad económica, pero subordinando estos intentos a la promoción o de-
fensa de aquellos derechos.
Podría pensarse que volvimos al mismo punto en el que nos había dejado
Bobbio (1995). Después de todo, también él hace de la igualdad-desigualdad
el criterio para distinguir entre derecha e izquierda. No es así, sin embar-
go. Bobbio habla de una igualdad específica (la material), restringida (a la
Rawls) por la prioridad lexicológica de la “libertad” (política), cuya vulne-
ración hace emerger regímenes “autoritarios” (sean de derecha o de izquier-
da)6. Esto, como vimos, restringe su noción de izquierda-derecha a una sola

6
En realidad, según nuestro esquema de distinción de izquierdas y derechas dentro de
la especificidad de lógicas políticas, lo que Bobbio hace es mezclar, dentro de una única
dimensión espacial, dos lógicas diferentes. En un primer momento, dentro de una lógica
liberal, distingue izquierda y derecha según su postura sobre valores (igualdad material),
subordinados al valor “derechos básicos” que se distribuyen igualitariamente; luego, en un
MARCELO NAZARENO 385

lógica política (la liberal) y no nos permite pensar la distinción en otras lógi-
cas (incluyendo la populista). En otros términos, la noción de Bobbio no es
contradictoria con nuestra conceptualización, sino que queda incluida como
un género específico de la familia política definida por el criterio de mayor
o menor igualdad.
Esta concepción, relativa a las lógicas políticas de la izquierda (y la dere-
cha), al poder “viajar” entre diferentes lógicas, nos permite dar cuenta de las
contradicciones y disonancias de las que habla Laponce (1971). Estas diso-
nancias dejan de ser ahora contradicciones conceptuales para constituirse en
diversas modalidades de expresión sociohistórica de la izquierda (y la dere-
cha), según la vigencia de unas u otras lógicas políticas. En efecto, no hay
una izquierda o derecha tales que las diferencias históricas en sus distintas
manifestaciones no podrían ser más que una anomalía conceptual, sino dife-
rentes izquierdas y derechas que pueden expresar preferencias lexicológicas
muy distintas según cual sea la lógica política y el contexto histórico del que
formen parte.

3. La base ontológica de una distinción: antagonismo inclusivo y antago-


nismo excluyente en la lógica populista

En este apartado intentaré vincular el dispositivo conceptual elaborado más


arriba con la ontología de la lógica populista, tal como es planteada por La-
clau.
Las categorías centrales de esta ontología son bien conocidas: demandas
insatisfechas, primacía de la lógica equivalencial por sobre la diferencial,
frontera que divide a la sociedad en dos campos antagónicos (el pueblo y el
bloque de poder), significantes vacíos-flotantes y heterogeneidad.

segundo momento, “superpone” otra lógica, no liberal, en la que la “libertad” queda subor-
dinada a la igualdad. Esta superposición es ilegítima en términos analíticos y está en el ori-
gen de los problemas que mencioné más arriba respecto de las inconsistencias que surgen
cuando queremos pensar los populismos desde el esquema del teórico italiano. En efecto,
los populismos, dada su preferencia por la igualdad en la lógica del “primer momento” de
Bobbio, quedan del lado de la izquierda, pero como no son liberales (en términos políticos),
la única opción es ubicarlos in totum, en el “segundo momento” del esquema de Bobbio,
en la extrema izquierda, que subordina el valor “libertad” a la igualdad económica. Queda
vedado, así, clasificar los populismos en términos de su propia lógica con la correspondien-
te distinción, dentro de ella, entre izquierda y derecha, concebidas ahora de un modo no
liberal, sino populista.
386 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

Es cierto que estos elementos configuran, para Laclau, una lógica formal
del populismo, más allá de sus manifestaciones ideológicas y sociológicas
específicas. Es justamente por ello que el populismo, entre otras variedades,
puede ser de derecha o de izquierda. Sin embargo, si pensamos en el ordena-
miento lexicológico que se estructura en el discurso populista, lo que emerge
claramente es la primacía de una mayor igualdad en términos socioeconó-
micos. En efecto, como ya viéramos, el componente igualitario de la lógica
populista es uno de sus rasgos distintivos. El discurso populista se articula
en torno a la incorporación de quienes estaban fuera del campo simbólico
instituido que ahora se pone en cuestión. De allí que, quizá, el significante
vacío que es propio de la articulación discursiva populista sea el de “justicia
social”7.
En términos teóricos, la diferencia entre la izquierda y la derecha populista
no puede tener, entonces, como punto de referencia la primacía lexicológica
de la igualdad material, en tanto y en cuanto esta igualdad está inscripta en
la propia ontología del populismo sin adjetivaciones. En otras palabras, todo
populismo, sea de izquierda o de derecha, promueve, teóricamente, una ma-
yor igualdad socioeconómica.
Esto nos obliga a buscar las diferencias entre la izquierda y la derecha popu-
lista en otros niveles de la jerarquía lexicológica, esto es, en aquellos otros
valores subordinados a la primacía de una mayor igualdad socioeconómica.
Un valor relevante, tanto en términos analíticos como normativos, es el de la
libertad política, o “derechos políticos” tales como han sido entendidos en las
democracias liberales consolidadas de la segunda mitad del siglo veinte8. Su
importancia normativa puede considerarse aquí, dado el espacio disponible,
como relativamente obvia. Su relevancia analítica reside en el hecho de que
este tipo de derechos están fuertemente asociados con las prácticas y moda-
lidades de acción política tal como están definidas en el régimen político,
el cual, a su vez, corresponde al nivel óntico de la realidad social (Mouffe,
2007; Arditi, 1995). De este modo, concentrarnos en las libertades políticas
para establecer la distinción entre populismos de izquierda y de derecha im-
plica focalizarnos en el nivel óntico de la lógica populista, relegando a un

7
Véase respecto del rol de este significante específico en la lógica populista, las convincen-
tes consideraciones sobre el peronismo desarrolladas por Groppo (2009). Creo, cosa que no
puedo fundamentar aquí por razones de espacio, que sus argumentos pueden extenderse a
la lógica populista en general.
8
Dejamos de lado, a los fines de una mayor claridad analítica, los llamados derechos civi-
les, que pueden distinguirse analítica y empíricamente de los derechos políticos.
MARCELO NAZARENO 387

segundo plano el nivel ontológico de esta lógica donde, como vimos, tal
distinción es imposible.
Según nuestro esquema conceptual, esta distinción implicaría establecer di-
ferencias en cuanto a la mayor (menor) igualdad promovida por ambos tipos
de populismos respecto de los derechos políticos. Empíricamente, dicha dis-
tinción parece posible. En efecto, más allá de las ambigüedades, sincretis-
mos y situaciones híbridas que son propias de los casos concretos, tanto en
los populismos contemporáneos como en los “clásicos” puede distinguirse
entre regímenes políticos autoritarios (e incluso totalitarios) y aquellos que
garantizan grados sustanciales de libertad política. En el primer caso, esta-
ríamos frente a populismos fuertemente jerárquicos en términos políticos,
que reniegan de cualquier atisbo de distribución igualitaria de derechos en la
esfera política; en el segundo caso, tenemos populismos que en el ámbito de
la política aceptan y aun promueven una considerable mayor igualdad y par-
ticipación. Siendo esto así y teniendo en cuenta nuestro criterio de distinción
entre izquierda y derecha basado en las preferencias por la (des)igualdad, los
primeros podrían ser llamados con propiedad populismos de derecha y los
segundos populismos de izquierda.
No obstante, la pregunta que surge inmediatamente es si, en realidad, estos
regímenes más o menos (des)igualitarios en términos políticos pueden ser
llamados populismos. Para que esto sea así, deberíamos encontrar un vínculo
entre la ontología laclauiana del populismo y sus manifestaciones ónticas
más igualitarias o más desigualitarias, ya que, de lo contrario, caeríamos en
el riesgo de llamar populismos de izquierda y de derecha a cualquier régimen
(populista o no) que fuera (más) democrático o (más) autoritario, respectiva-
mente. En lo que resta de esta sección me ocupo de dicha cuestión9.
La ontología del populismo propuesta por Laclau ha sido criticada razona-
blemente por no dar cuenta de la especificidad del populismo como una ló-
gica diferente de otras lógicas políticas (Barros, 2009; Aboy Carlés, 2010;
Jäger y Borriello, 2020).
Sin embargo, Laclau (2005) explícitamente se refiere a la especificidad del
populismo diciendo que consiste en el privilegio de la lógica de la equivalen-
cia por sobre la de la diferencia (p. 105). Al intentar aclarar qué significa este
“privilegio” o “primacía” de lo equivalencial, Laclau señala que se trata del
establecimiento de una frontera de exclusión que divide la sociedad en dos

9
Retomo aquí líneas argumentales desarrolladas en Nazareno (2022).
388 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

campos; en cambio, cuando esta primacía es la de la diferencia, los límites de


la formación discursiva coinciden con los límites de la comunidad (p. 105).
Pero esta afirmación es problemática, porque asume que, en el populismo, a
pesar de que está dividida por una frontera excluyente, “la sociedad” subsis-
te como tal, esto es, como sistema o formación discursiva con sus propios
límites. Estos límites, a su vez, solo pueden ser establecidos, como reconoce
Laclau (2005), por el privilegio de una equivalencialidad, la cual, por defini-
ción, es diferente de la equivalencialidad populista, en la medida en que esta
última no establece los límites que dotan de unidad al sistema, sino que, al
contrario, lo divide bajo el supuesto de su preexistencia y preservación (p.
105).
La originalidad y especificidad ontológica (paradojal) del populismo, en-
tonces, no es tanto el mero privilegio de lo equivalencial, sino el ser una
lógica que, al desafiar al statu quo, no solo genera una frontera (rasgo que
compartiría con cualquier lógica política en su fase inicial instituyente), sino
que esta división entre dos campos
antagónicos de una sociedad que pasa así a ser, al mismo tiempo, una y di-
vidida. El privilegio de la equivalencia en el populismo debe ser entendido,
entonces, como la coexistencia de una doble frontera equivalencial: una que
establece los límites del sistema y otra que lo divide preservándolo, no obs-
tante, como tal.
De este modo, la vida política “normal” de una hegemonía populista consiste
en la recreación permanente de un antagonismo entre dos campos políticos
internos al sistema. Indagar sobre la onticidad de tal ontología hegemónica
implica, por ende, establecer la naturaleza de aquel antagonismo.
“Antagonismo”, sin embargo, es un concepto esquivo. En la obra de La-
clau, particularmente a partir de Hegemonía y estrategia socialista (Laclau
y Mouffe, 2004), este concepto ocupa un lugar central, a pesar de lo cual,
nunca terminó de alcanzar un estatus teórico del todo claro y definitivo10. A
nuestros fines, creo conveniente distinguir dos concepciones de antagonismo
presentes en la obra lacluiana,
La primera corresponde a la conocida formulación de Laclau y Mouffe
(2004): “…Situación en la que la presencia del Otro me impide ser totalmen-
te yo mismo”. Así, “…es porque un campesino no puede ser un campesino,

10
En su última obra, Laclau todavía plantea la pregunta que considera “…absolutamente
crucial: ¿qué se entiende por un antagonismo?” (Laclau, 2014, p. 128).
MARCELO NAZARENO 389

por lo que existe un antagonismo con el propietario que lo expulsa de la


tierra” (p. 168). Desde este punto de vista, el antagonismo se concibe como
la negación de (una) identidad, negación que, a su vez, puede pensarse como
una violación de las reglas en las que la identidad negada encuentra su (pre-
cario) fundamento constitutivo (Laclau, 2000, pp. 27-28). El corolario de
esta concepción de antagonismo es evidente: “Si la fuerza que me antagoniza
niega mi identidad, el mantenimiento de esa identidad depende del resultado
de una lucha” (Laclau, 2000, p. 193). Sin embargo, Laclau no da el necesario
(en términos lógicos) siguiente paso: el resultado de esa lucha implicará la
negación de una de las identidades involucradas, ya que, o bien la identidad
antagonizada o bien la antagonizante serán derrotadas, esto es, efectivamente
negadas (debemos tener en cuenta que la identidad antagonizante se juega
en esta lucha, tanto como la antagonizada, la posibilidad de su propia cons-
titución en cuanto tal). Pero ¿qué es la “negación” de una identidad? No
puede significar su completa disolución o borramiento absoluto del campo
significativo. Esto solo sería posible si el antagonismo que derivase en la
negación no dejase huella alguna en el espectro de sentido de la identidad
“sobreviviente”; sin embargo, esto es inconcebible, ya que esta identidad no
podría haber luchado contra una identidad ausente en su propio campo dis-
cursivo. “Negación”, entonces y desde el punto de vista de la identidad que
vence en esta lucha, solo puede implicar el “señalamiento”, por parte de la
identidad preservada, de la exclusión de su propio campo de significación, de
la identidad ahora-negada. El antagonismo concebido como negación es un
antagonismo (práctico, institucional y discursivo) excluyente.
Entendido de este modo, entonces, el antagonismo exhibe una relación estre-
cha con la noción de heterogeneidad. De hecho, “…ahora sabemos, estricta-
mente hablando, que sin heterogeneidad tampoco habría ningún antagonis-
mo” (Laclau, 2005, p. 188).
Las identidades antagónicamente negadas son relegadas al ámbito de lo he-
terogéneo y, con ello, a los márgenes del lenguaje y del sentido, donde solo
existen como metáfora de lo que está más allá y es inconcebible (y, en prin-
cipio, “innombrable”, aunque debe ser nombrado): “subhumanos”, “aluvión
zoológico”, “monos”, “gorilas”, “alienígenas”…
La otra concepción de antagonismo de Laclau se opone casi simétricamente
a la que acabamos de ver. En efecto, Laclau reconoce que, en Hegemonía y
estrategia socialista, “antagonismo” y “límite” son presentados casi como
sinónimos, pero advierte que esta asimilación tiene como flaqueza “…que
el antagonismo no equivale a exclusión radical. Lo que hace es dicotomizar
390 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

el espacio social, pero ambos lados de la relación antagónica son necesarios


para crear un espacio único de representación” (Laclau, 2008, p. 394). En
otros términos, el “otro” de la relación antagónica no es negado, ni está fuera
del espacio simbólico en el que la identidad (antagonizada) se constituye.
En este caso, el antagonismo es inclusivo (Laclau habla de “exclusión inclu-
siva”). No implica la negación de las identidades involucradas, sino que es
condición de su mutua constitución en cuanto tales. Esta mutua constitución
involucra una inerradicable conflictividad que, no obstante, supone una (nor-
malmente) tácita solidaridad para el “mantenimiento del juego” o del terreno
en el que este antagonismo ha sido construido y se despliega. Así, por ejem-
plo, dos jugadores de ajedrez son, por definición, “enemigos”, pero el ser de
cada uno está solidariamente vinculado con el ser del otro y reaccionarán
cooperativamente para oponerse a quien quiera “patear el tablero” (Laclau,
2005, p. 177) o, agregamos, negar a su contrincante.
Antagonismo inclusivo y excluyente no se oponen, sino que se suponen mu-
tuamente, en la medida en que todo sistema precisa de ambos para consti-
tuirse como tal. No obstante, ambos tipos de antagonismos son distinguibles
claramente en términos analíticos y, en el caso de la lógica populista, la pre-
gunta relevante es qué tipo de antagonismo es el que se expresa en la rela-
ción entre ambas partes de la frontera equivalencial. Esta cuestión es crucial
porque el significado político de uno y otro antagonismo es completamente
diferente.
En el caso del antagonismo excluyente, estamos ante una relación en la que
la única resolución posible es la “represión” (Laclau, 2000, p. 48) de aquellas
identidades que “niegan” el sistema y, por ende, todo el orden institucio-
nal que da cuerpo a la onticidad política del sistema está permeado por esta
orientación represiva.
A la inversa, en el caso del antagonismo constitutivo, la política adquiere una
naturaleza incluyente orientada a la resolución de los (permanentes y consti-
tutivos) conflictos entre las identidades del sistema, bajo la asunción del ca-
rácter legítimo de los intereses que se manifiestan y demandan políticamente.
¿Qué antagonismo, entonces, expresa la frontera populista? Laclau (2005)
da una respuesta clara: debe pensarse la frontera como la división entre dos
campos heterogéneos que no comparten un campo de significación, de forma
tal que “…los puntos de resistencia a la fuerza antagonizante siempre van
a ser externos a ella” (p. 188). La frontera populista para Laclau, entonces,
define un antagonismo excluyente.
MARCELO NAZARENO 391

Sin embargo, esta concepción de la frontera populista parece, en principio,


teóricamente arbitraria si pensamos el populismo no ya como proceso ins-
tituyente, sino como sistema instituido. En efecto, es posible pensar que la
identidad instituida del pueblo queda definida por el contraste con un otro
constitutivo del cual le separa una frontera que atraviesa la totalidad social;
pero si esto es así, esta frontera, entonces, divide un sistema que, en cuanto
tal, incluye ambos lados de la misma y cuyos límites sistémicos se estable-
cen por la exclusión de otros “otros heterogéneos” respecto de los cuales
ambos bandos son excluyentes en términos significativos. No hay nada en la
ontología populista laclauiana que haga inconcebible una frontera populista
“interna” de este tipo. Tampoco, es cierto, hay nada en esta ontología que nos
diga que esta sea su naturaleza “necesaria”. Ambas posibilidades (frontera
como antagonismo excluyente o como antagonismo constitutivo) están on-
tológicamente abiertas. Veamos cada una de ellas con más de detenimiento.
Si la frontera equivalencial implica un límite entre la identidad popular y
un(os) otro(s) antagónico(s) cuya mera existencia implica la negación de
aquella, estamos frente a un antagonismo excluyente, tal como, según vimos,
postula Laclau. Sabemos que esta posibilidad se ha concretado no pocas ve-
ces en los populismos “realmente existentes”. Ahora bien, ¿es esto conce-
bible en términos teóricos a partir de la ontología laclauiana? Para que esto
fuera posible, el discurso populista debería, sin pérdida de su especificidad,
reconocer la existencia de una otredad interna a la comunidad política que
implica la negación del pueblo (esto es, que imposibilita a este el despliegue
de las prácticas que emergen de y refuerzan su autorreconocimiento identita-
rio); esta negación “obliga” a la implementación de una política de exclusión
del campo de significación. Este otro (ilegítimamente) incluido en la comu-
nidad política, debe pasar a ser un otro heterogéneo. La ontología laclauia-
na habilita, en términos teóricos, este proceso excluyente. Solo se requiere
dar, teóricamente, dos pasos adicionales: 1) un deslizamiento retórico que
permita nominar al otro antagónico (hasta entonces parte de la comunidad
política) a través de una metáfora que lo excluya del campo de significación
(el recurso típico es la metáfora animalizante); 2) el reemplazo de este otro
(ahora) excluido por otro “otro antagónico” que cumpla la función constitu-
tiva dentro del campo de significación, lo cual, como vimos, es también con-
dición de todo significado y ser social (Marchart, 2018) . El primer paso es
teóricamente factible, ya que sabemos que la metonimia inscribe en sí misma
un deslizamiento hacia la metáfora (en todo caso, el esfuerzo discursivo de
lo instituido se dirige a evitar este deslizamiento) (Laclau, 2014). El segundo
paso es también teóricamente concebible. El antagonismo populista emerge
392 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

en el contexto de una comunidad política organizada en torno a una estructu-


ra estatal que, en la lógica liberal, opera como un límite que permite estable-
cer “otros constitutivos” en el sistema internacional de Estados. Ese recurso
de afirmación identitaria a través de un antagonismo constitutivo está, por
definición, disponible para una identidad populista que emerge siempre en
un ambiente ya-estatal-nacional. En términos discursivos, la “apropiación”
del Estado como un recurso de constitución identitaria popular solo requiere
de mínimos “ajustes” metonímicos que hiperbolicen su carácter unitario. Por
el contrario, el otro elemento fundante de la discursividad liberal, la nación,
pasa a ser ahora un ámbito de disputa cruzado por un antagonismo excluyen-
te: la definición de quienes son parte de la nación y quienes están excluidos
(“dada” su heterogeneidad) de ella. La nación es el recurso discursivo dispo-
nible que permite constituir al (también imprescindible) otro heterogéneo11.
Dada la centralidad del Estado y establecidos en torno a su soberanía los lí-
mites de la comunidad política, ¿en qué sentido, entonces, se da la persisten-
cia de la frontera “interna” que da al populismo su rasgo característico? Esta
persistencia no es necesariamente sociológica (si bien, casi siempre habrá, al
menos, un referente sociológico empírico sujeto de la exclusión). En efec-
to, aun si la operación excluyente de la política consigue “homogenizar” la
comunidad política según los criterios de definición de la nación adoptados
(raza, etnia, lengua, etc.), la frontera, recordemos, excluyente, se reproduce
como un horizonte de posibilidad alrededor del cual sigue girando toda la
estructura institucional y simbólica del sistema político. En este caso, la dis-
cursividad populista se sostiene sintomáticamente en el fetiche12 que impide

11
Como sostiene Thomassen (2005), la constitución de la identidad popular no se da en un
“campo vacío”, sino en uno constituido hegemónicamente donde existen los objetos discur-
sivos disponibles a partir de los cuales construir un “nuevo” discurso (p. 295). En el mismo
sentido, Barros (2013, p. 52) apunta que la estructuralidad relativa en cuyo contexto emerge
la ruptura populista es, al mismo tiempo, limitante y posibilitadora de la emergencia de
demandas que constituirán la cadena equivalencial. El discurso populista es, de este modo,
incompresible si no se tiene en cuenta el contexto discursivo liberal (en especial, sus compo-
nentes “Estado” y “nación”) en el seno de cuyas dislocaciones el discurso populista emerge.
12
Para sostenerse como tal, la dimensión fantasmática de lo social requiere de un elemento
que dé cuenta de la distancia entre la fantasía de una sociedad ideal y la realidad de una
sociedad escindida o amenazada por conflictos desintegradores. Este elemento es un “fe-
tiche” (en la ideología nazi-fascista, el “judío”) que corrompe el, de otro modo, impoluto
tejido social. Este fetiche “simultáneamente niega y encarna la imposibilidad estructural
de la ‘Sociedad’: es como si en la figura del judío esta imposibilidad hubiera adquirido
una existencia real, palpable –y por ello marca la irrupción del goce en el campo social–”
(Zizek, 2003, p. 173).
MARCELO NAZARENO 393

o amenaza la plena constitución de la nación: el judío, el negro, el árabe, el


latino o el africano en Europa; los negros y los indios en América. La noción
política que resume nominalmente esta frontera es la de “enemigo interno”.
Hasta aquí, solo hemos precisado más, en términos teóricos, la propuesta de
Laclau de que la frontera populista divide dos campos heterogéneos entre sí.
Sin embargo, como vimos, la frontera populista puede tener una naturaleza
antagónica diferente. El campo que se sitúa del lado opuesto al campo popu-
lar puede pensarse, desde el punto de vista del “pueblo”, como un elemento
necesario para su propia constitución identitaria, de modo tal que, si este
campo “antipopular” se excluyera del campo de significación, se generaría
la “implosión significativa” del pueblo como identidad política. Como dijera
más arriba, no hay nada en la ontología laclauiana que implique un obstá-
culo para pensar la frontera antagónica en estos términos. No obstante, para
que la frontera se constituya como la marca de un antagonismo constitutivo
(no excluyente), son necesarios también dos pasos teóricos adicionales en el
marco de la ontología laclauiana: 1) la reconstitución simbólica de la comu-
nidad política como una, pero dividida; y 2) el desmantelamiento simbólico
del Estado como referencia constitutiva de la identidad popular, típica del
discurso liberal.
Respecto del primer paso, debe recordarse que, si el otro tras la frontera
habrá de cumplir un rol constitutivo, no puede quedar fuera del campo de
significación; esto implica que, sin borrar la frontera, este “otro” debe quedar
incluido como parte de la formación discursiva que establece los límites de
la comunidad política. El artefacto retórico disponible para esta compleja
operación es el significante nación. La operatoria discursiva apunta a es-
tablecer una distinción entre pueblo y nación de modo tal que la división
entre “pueblo” y “antipueblo” se despliegue contra el telón de fondo de una
“amplio arco de solidaridades” (para usar la feliz metáfora de Guillermo O´-
Donnell) más primitiva y trascedente. Los juegos retóricos involucrados se
mantendrán en el ámbito de desplazamientos metonímicos que permitan un
deslizamiento desde ambos polos “antagónicos” hacia el horizonte común
de la unidad nacional13. Respecto del segundo paso, el Estado, en efecto,
se diluye como momento de la constitución y consolidación identitaria. Si
la frontera cruza la comunidad política que, no obstante, se mantiene unida

13
Llama la atención, dada la importancia que la nación tiene en la retórica populista, la
escasa atención teórica dada a este significante en los trabajos posfundacionales sobre el
populismo, incluida la obra del propio Laclau. Aibar Gaete (2008), Jäger y Borriello (2020)
y De Cleen y Stravrakakis (2018) se encuentran entre las excepciones en este sentido.
394 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

como tal, el Estado pasa a ser un terreno de disputa en el que se escenifica la


conflictividad inherente a la compenetración constitutiva de los dos lados de
la frontera. El Estado es una arena en disputa (legítima e interna al campo de
significación) cruzada por un antagonismo constitutivo, no excluyente.
Estas dos modalidades antagónicas de construcción discursiva de la cadena
equivalencial son, desde mi punto de vista, los puentes teóricos que unen
los niveles ontológicos y ónticos del populismo. Como vimos más arriba,
la frontera, en sus dos modalidades, y las operaciones discursivas que la
consolidan como tal, ya sea en términos excluyentes o constitutivos, están
claramente ancladas en la dimensión ontológica de la lógica populista y su
discursividad constitutiva: demandas, cadena equivalencial, antagonismo,
heterogeneidad y significante vacío.
Al mismo tiempo, sin embargo, esta discursividad se desliza y fluye hacia
la dimensión óntica del populismo, esto es, hacia una discursividad políti-
co-institucional en el marco de la cual tomará cuerpo la política populista en-
tendida como un conjunto de prácticas usuales y convencionales en relación
con el Estado, su estructura, sus acciones, su vínculo con la sociedad civil
y con los modos y contenidos de sus manifestaciones simbólicas referidas
y ancladas en la idea, propia de toda configuración estatal moderna, de “un
Estado-para-la-nación” (O´Donnell, 2004, p. 151).
Obviamente, esta política populista tendrá una naturaleza muy diferente si la
frontera antagónica ha sido construida en términos excluyentes o constituti-
vos. Es en este nivel óntico de la política populista donde se encuentran las
diferencias sustantivas entre un populismo de izquierda y un populismo de
derecha. Al establecimiento de los aspectos más precisos de esta distinción,
está dedicado el siguiente apartado.

posliberalismo e
iliberalismo en la

¿Cómo se configura el nivel de la política en ambos tipos de populismo?


No me ocuparé aquí, por razones de espacio, de los detalles del populismo
que se constituye en torno a una frontera excluyente que, en general, corres-
ponde a los llamados “populismos de (extrema) derecha” o “nativistas”. Solo
mencionaré que coincido con la caracterización que hace Tushnet (2019, p.
387) de este tipo de populismo como iliberal, en la medida en que se opo-
nen y contradicen punto por punto (casi) todos los rasgos que definen a la
MARCELO NAZARENO 395

democracia liberal, promoviendo un sistema político jerárquico-excluyente


en el cual los derechos políticos se distribuyen de un modo sustancialmente
más desigual que en los sistemas liberales. De este modo, según el criterio de
distinción lexicológica entre izquierda y derecha adoptado aquí, es pertinente
llamar a esta clase de populismos “de derecha”14.
El populismo que define la frontera en términos de un antagonismo consti-
tutivo, en cambio, tiende a la generación de una institucionalidad y prácticas
políticas cuya relación con la democracia liberal es más ambigua y compleja,
al tiempo que su concepción de la política y los derechos políticos es mucho
más igualitaria que el populismo excluyente.
En efecto, como vimos, en el populismo inclusivo, el “otro tras la frontera
interna” no se define en términos de su exclusión del campo de significación,
sino formando parte del mismo, independientemente de los (potencialmente
muy fuertes) conflictos que puedan darse entre el “pueblo” y el “anti-pueblo”.
En este caso, la política populista se organiza en torno a la (re)construcción
del Estado (su Constitución, sus normativas legales respecto de los derechos
sociales y políticos, su administración y su burocracia, etc.). La identidad na-
cional, en este contexto, no aparece sustantivamente problematizada ni ame-
nazada. Al contrario, la nación es una referencia al mismo tiempo ya-cons-
tituida y abierta que guía la acción política de transformación del Estado.
Lo que amenaza aquella identidad nacional no es una heterogeneidad que la
desborde (como en el caso de los populismos nativistas), sino un Estado que
no le corresponde plenamente. Es la parte de la nación que se siente excluida
de la comunidad política estatal (la plebs), la que se moviliza y cuestiona el
statu quo a partir de demandas que considera legítimas y que el ordenamien-
to político-estatal no puede satisfacer. En este populismo, lo que tenemos
es una nación en busca de un Estado (por contraposición, en el populismo
excluyente de derecha, lo que tenemos es un Estado en busca de una nación).
En este caso, en la medida que el objetivo general del movimiento populista
apunta a la (re)construcción de un Estado que incluya las heterogeneida-
des previamente excluidas de la política institucional, el pluralismo político
no solo no puede erradicase, sino que pasa ser parte constitutiva de su dis-

14
Es importante remarcar que la desigualdad política en los populismos de derecha tiene
una doble dimensión. En efecto, esta desigualdad no solo implica la “exclusión” de quienes
no forman parte de la nación, sino también una estructura jerárquica del ordenamiento
político que “incluye” de un modo sustancialmente subordinado a quienes sí forman parte
de ella.
396 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

cursividad y su práctica política. En efecto, si la aspiración específicamente


política de la identidad popular es la “apertura” de un Estado que, hasta el
momento, no daba cabida a todas las partes de la nación, el sistema político
es teóricamente impensable a partir de la exclusión política radical de alguna
de estas partes de la comunidad nacional. Esta apertura igualitaria del siste-
ma político es lo que, según nuestro esquema de diferenciación, nos permite
considerar a este tipo de populismo “de izquierda”, respecto del populismo
excluyente, jerárquico y desigual en términos políticos.
Sin embargo, como es obvio, esta preservación del pluralismo político pro-
pio del populismo de izquierda se expresará institucionalmente (en términos
formales e informales) de un modo muy diferente que en la lógica liberal.
Este pluralismo implica la preservación de la frontera que divide lo social
entre un campo popular (populista) y otro no-popular (antipopulista), al tiem-
po que el campo no-popular es concebido como parte legítima de la nación.
Esto es, la frontera social no deviene en frontera política excluyente como
en el caso de los populismos de derecha. De allí que las tensiones políticas
internas formen parte de la naturaleza y la cotidianeidad de la vida política
cuando los populismos incluyentes llegan al poder. Estas tensiones son parte
de un antagonismo constitutivo que vincula y hace posible la propia identi-
dad de los polos en los que la comunidad política, al tiempo que preservada,
queda dividida.
En el populismo de izquierda, populismo y antipopulismo se suponen y sos-
tienen mutuamente en un ordenamiento político paradójico en el que con-
viven una frontera interna (que separa a ambos polos sociopolíticos) y una
frontera externa (definida por el alcance territorial de la soberanía estatal),
que establece los límites de la comunidad política15. El populismo de izquier-

15
En esta modalidad de la política populista, la “tolerancia” del campo popular respecto
del otro-tras-la frontera que, no obstante, forma parte de la comunidad política, tiene una
clara reciprocidad desde el lado antipopulista. En su examen de la compleja relación entre
populismo y antipopulismo en la Argentina peronista de mediados del siglo veinte, Azzolini
(2016) observa que “…las bases peronistas pasaron a ser interpeladas de un modo inclusivo
por los principales partidos antiperonistas. Desde los partidos políticos tradicionales se in-
tentó separar a las masas peronistas de la dirigencia y de Perón, buscando convertir en pue-
blo a las masas peronistas. En este sentido, no es cierto que las fronteras del antiperonismo
hayan sido definitivas, por ende, con escasa posibilidad de regenerar al demos legítimo”
(p. 156). De aquí que, a la pregunta de Aboy Carlés (2016) sobre “…si el populismo no
trasciende a una identidad particular para comprender una suerte de gramática; esto es, una
matriz de con-constitución y funcionamiento de identidades” (p. 18), la respuesta sería un
enfático “sí”.
MARCELO NAZARENO 397

da implica, en este sentido, la reproducción indefinida de una polarización


permanente. Sin embargo, tal polarización y los arreglos político-institu-
cionales que contienen esta compleja lógica política no necesariamente son
iliberales, en cuanto “…casi sin excepciones, para cada innovación insti-
tucional o cambio constitucional implementado por un régimen populista,
podemos encontrar casi el mismo diseño institucional en algunos regímenes
incuestionablemente liberales” (Tushnet, 2018, p. 386; traducción propia).
Entre otras tantas innovaciones institucionales formales que pueden conside-
rarse propias de este tipo de populismo sobresale el referéndum, que “ocupa
un lugar central en la retórica de los populismos contemporáneos” (Rosan-
vallon, 2020, p. 182) y la garantía (“ilegítimamente” corporativa desde una
mirada liberal) a los sectores sociales hasta entonces subalternos y margina-
dos de la vida política institucional de ocupar lugares relevantes en el siste-
ma político, especialmente, pero no únicamente, en el Congreso. Entre las
innovaciones informales respecto a la democracia liberal, es particularmente
notoria la apelación a la movilización política del pueblo en el espacio públi-
co (la política “de la calle”).
Estos cambios e innovaciones implican que, sin contradecir abiertamente el
amplio registro político-institucional de la democracia liberal, sino por el
contrario, tomando antecedentes institucionales ya presentes o insinuados
en esta práctica política, este tipo de populismo tensiona (y, desde un pun-
to de vista estrictamente liberal, podría decirse “distorsiona”) los principios
normativo-institucionales liberal-democráticos. El objetivo central de estos
cambios es claro y, en general, bastante explícito: impedir que el sesgo o las
fallas del sistema político-institucional en favor de las élites o los sectores
dominantes se reproduzcan y amplíen indefinidamente. En este sentido, pue-
de decirse que este populismo es posliberal: asume una posición política, que
es crítica, respecto de las limitaciones de la democracia en su formato libe-
ral, pero pretende superar estas limitaciones a partir del reconocimiento, en
cuanto “herencia”, de los principios básicos del orden liberal-democrático16.
En definitiva, es concebible, a partir de la ontología laclauiana, un populismo
de izquierda más igualitario en términos políticos que un populismo de de-

16
Tomo el concepto “posliberalismo” de Arditi (2014, pp. 250-241). Es importante seña-
lar, no obstante, que Arditi se refiere a una “izquierda posliberal” y no al populismo. Usa,
además, este concepto sin referencia alguna a la distinción, que está en la base de mi argu-
mentación, entre distintas lógicas políticas (populistas o movimientistas, por ejemplo) que
pueden ser posliberales o no y, de serlo, los serán de muy diferente manera.
398 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

recha. Se trata de un populismo que no es liberal ni iliberal, sino posliberal:


tenso, polarizado y conflictivo; que preserva muchos rasgos del liberalismo
democrático, pero, al mismo tiempo, genera innovaciones institucionales que
se alejan de la “normalidad” política e institucional de una democracia (me-
ramente) representativa; tales innovaciones, a su vez, no contradicen com-
pletamente la tradición liberal, sino que reconocen en ella sus más profundos
(y polémicos) antecedentes.
Esta noción de un populismo de izquierda democrático posliberal presenta,
aún, diferentes problemas y posibles cuestionamientos teóricos cuyo aborda-
je es imprescindible para dotar a esta idea de mayor precisión y consistencia.
Por razones de espacio me ocuparé aquí solo de una de estas cuestiones pen-
dientes, la del antagonismo excluyente que permite definir los límites de este
paradojal y polarizado sistema político.
Vimos que este tipo de populismo genera una reconfiguración de la comuni-
dad política que, ahora, aparece al mismo tiempo dividida y tensamente re-
conciliada consigo misma. Esto último implica que todos los elementos que
componen esta fractura forman parte del campo de significación. Sabemos
que límites de este campo solo pueden demarcarse en función de otro tipo
de antagonismo, un antagonismo referido a aquellos elementos heterogéneos
que, por su mera existencia como tales, niegan, al tiempo que hacen posible,
la propia existencia del sistema. En el populismo de izquierda posliberal, el
modo en que se estructura su configuración discursiva impide que este an-
tagonismo tenga una referencia “nativista” como se señala comúnmente, es
el caso de los populismos de derecha. Por ende, la frontera excluyente debe
trazarse en otro “lugar”. En este caso, se traza en relación con las amenazas
externas a la comunidad política y sus complicidades internas que pretenden
la restauración del viejo orden. De este modo, la discursividad populista se
sostiene sintomáticamente en el fetiche que impide la constitución plena de
la estatalidad popular y la completa reconciliación nacional: el “imperialis-
mo” y la complicidad “interna” con el mismo.
El populismo de izquierda, entonces, maniobra política y retóricamente en
torno a dos fronteras internas (una constitutiva y otra excluyente) de una
manera necesariamente compleja (inclusiva y excluyente al mismo tiempo)
que puede parecer contradictoria cuando se observa su racionalidad desde un
punto de vista unidimensional.
Aboy Carlés (2019) da un ejemplo ilustrativo en este sentido. Poco antes del
golpe que pondría fin a su primera presidencia, y luego del bombardeo de
MARCELO NAZARENO 399

Plaza de Mayo por la aviación de la Armada, Perón convocó a dirigentes con


vínculos con la oposición a formar parte del gabinete como parte de una “po-
lítica de conciliación”. Poco después, sin embargo, lanzó Perón su conocida
apelación: “La consigna para todo peronista (…) es contestar a una acción
violenta con otra más violenta… ¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán
cinco de los de ellos! (Luna, 1990, p. 310, citado en Aboy Carlés, 2019, p. 40).
Ante tamaña arenga, los dirigentes conciliadores “presentaron lógicamente
sus renuncias a Perón, pero él los disuadió asegurándoles que la política de
pacificación seguía plenamente vigente” (Aboy Carlés, 2019, p. 40). Obvia-
mente, el “ellos” para Perón tenía dos significados diferentes vinculados con
dos nociones distintas, vigentes al mismo tiempo, de “frontera”: enemigos
irreconciliables con quienes solo podía haber una lucha a muerte, de una par-
te, y adversarios acérrimos con quienes era posible “conciliar”, de la otra17.
Pero entonces, si hay una práctica y un discurso excluyentes respecto a algu-
nos sectores sociopolíticos, ¿no es esta práctica una contradicción flagrante
con los principios liberal-democráticos de la misma naturaleza que la que es
propia de los populismos de derecha? En otros términos, ¿no es lo específico
del populismo de izquierda su naturaleza iliberal, esto es, no igualitaria en
términos políticos?
Una respuesta positiva a esta pregunta sería fruto de una confusión sobre la
naturaleza de lo social en su doble dimensión ontológica y óntica. Cualquier
tipo de (relativa) igualdad política, incluyendo la democracia liberal, solo
puede constituirse como tal a partir de exclusiones orientadas a neutralizar
las expresiones políticas que amenazan existencialmente el sistema y, por
ende, deben ser recluidas a lo otredad heterogénea18. La cuestión no es la
exclusión en sí, sino si la dinámica política del sistema constituido por tales
exclusiones es más o menos igualitaria. Toda lógica política es ontológica-
mente excluyente (si ha de ser hegemónica), pero no por esto todas sus ex-

17
No se me escapa que para Aboy Carlés la interpretación de la referida situación es menos
condescendiente. Para él, es la “expresión grotesca” de la imposible continuidad del me-
canismo de yuxtaposición entre ruptura y conciliación (Aboy Carlés, 2019, p. 40). Por el
contrario, yo creo que, en la agonía del primer gobierno peronista (que no del populismo
argentino), se trata de la expresión más elevada de la naturaleza populista posliberal: “El
búho de Minerva…”.
18
Carreira da Silva y Brito Viera (2019, p. 502) lo expresan muy claramente: “La exclusión
(…) es inevitable. Con cada intento de ampliar la inclusión, nuevas formas de exclusión
emergen. No importa cuán tenazmente la democracia intente disolver los límites, nuevos
límites emergerán inconteniblemente”.
400 STUDIA POLITICÆ Nº 60 invierno 2023

presiones ónticas dejarán de merecer la calificación de políticamente (más)


igualitarias, esto es, de izquierda.

La especificidad del populismo de izquierda se define en el nivel óntico (el de


la política) y consiste en el carácter democrático de este tipo de populismos,
dada la prioridad lexicológica “de segundo orden” (respecto a la igualdad
socioeconómica) otorgada a la igualdad política. Desde este punto de vis-
ta, puede apreciarse el sentido de la frase reproducida en el epígrafe: es la
apertura al gobernar del pueblo lo que sitúa al populismo (de izquierda) a la
izquierda del “colectivismo marxista”.
A su vez, vimos que este modo de concebir ónticamente a los populismos de
izquierda (y de derecha) es consistente con la ontología populista postulada
por Laclau.
A partir de esta conceptualización estamos en condiciones de afrontar una
serie de interrogantes de gran importancia teórica y práctica. Como vimos en
la introducción de este trabajo, estos interrogantes son múltiples y abarcan
varias dimensiones. Van desde la pregunta por los elementos que orientan la
lógica populista a asumir rasgo de derecha o de izquierda, hasta las impli-
cancias de los populismos de izquierda en términos emancipatorios, pasando
por las estrategias políticas que pueden fortalecer y consolidar estos tipos
de populismos y los factores que puede conducirlos a su debilitamiento o
eventual crisis.
Creo que esta agenda de indagación puede ser abordada ahora de un modo
más sistemático y consistente, al contar con una noción más clara y sólida de
la naturaleza del populismo de izquierda y sus diferencias (y similitudes) con
el populismo de derecha. Solo a modo de ejemplo y como una nota prelimi-
nar que requiere desarrollos mucho más amplios, la cuestión de la naturaleza
emancipatoria (o no) del populismo puede abordarse ahora en términos más
precisos y plantearse de una manera que transcienda la pura contingencia y
el voluntarismo político. En este sentido, pueden señalarse algunos de los
ejes en torno a los cuales deberían desplegarse las reflexiones al respecto:
1) el populismo de izquierda implica un avance en términos emancipatorios,
en la medida en que promueve una mayor igualdad tanto en términos econó-
micos como políticos; sin embargo, no hay nada en su naturaleza ontológica
ni óntica que promueva una transformación revolucionaria de la sociedad
MARCELO NAZARENO 401

capitalista; 2) no obstante, genera una “reestructuración” democrática (en


términos materiales, políticos y simbólicos) de lo social que dota a los sec-
tores populares de ingentes (respecto a su situación anterior) recursos para
promover cambios sustanciales en el ordenamiento social y político; 3) su
carácter democrático y pluralista habilita (e incluso promueve) la emergencia
de o la convivencia con vertientes de izquierda democráticas de otras lógica
políticas con las cuales, a su vez, es posible generar procesos de articulación
(Panizza, 2008) que amplíen y profundicen los horizontes emancipatorios.

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