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Sereni, Cristina Andrea


POPULISMO DEMOCRÁTICO Y MOVILIZACIÓN POLÍTICA. EL ASCENSO AL PODER DE HUGO CHÁVEZ
EN SU CONTEXTO HISTÓRICO-POLÍTICO
Revista POSTData: Revista de Reflexión y Análisis Político, vol. 19, núm. 2, octubre, 2014, pp. 431-462
Grupo Interuniversitario Postdata
Buenos Aires, Argentina

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=52233952006

Revista POSTData: Revista de Reflexión y


Análisis Político,
ISSN (Versión impresa): 1151-209X
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Grupo Interuniversitario Postdata
Argentina

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POSTData 19, Nº 2,

POPULISMO DEMOCRÁTICO Y MOVILIZACIÓN POLÍTICA.


EL ASCENSO AL PODER DE HUGO CHÁVEZ
EN SU CONTEXTO HISTÓRICO-POLÍTICO

por Cristina Andrea Sereni*

I. Introducción

El concepto de populismo es controvertido y multifacético. Suele ser


entendido como corriente ideológico-política, pero también como sistema
político, es decir, como un fenómeno histórico concreto reducido a un con-
texto regional delimitado, que cobra protagonismo en un momento históri-
co determinado. Ambas dimensiones, la ideológico-política y la histórica,
están conectadas causalmente, debido a que el populismo como corriente
político-ideológica precede y es fundamento del populismo como sistema
político.
Una tercera posición respecto al concepto estudiado lo presenta como
un estilo de conducción política o forma de movilización y manipulación de
masas. Así visto, el populismo es un concepto ahistórico e ilimitado
geográficamente, que se define como una forma específica de acceso al poder
político y como estrategia para la permanencia en el poder, basado funda-
mentalmente en el apoyo popular directo, inmediato, y en el sometimiento
de las instituciones mediadoras a la voluntad y los intereses del líder.
Estos tres enfoques mencionados serán considerados en nuestro análi-
sis. Sin embargo, nuestro punto de partida para intentar definir el concepto
de populismo será su concepción clásica, para derivar de ella los conceptos
más recientes de neopopulismo y populismo democrático (Boeckh 2000).

* Fundación Bariloche-Conicet, Argentina. Licenciada en Ciencia Política de la Univer-


sidad de Augsburgo, doctoranda en Filosofía Política en la Universidad Nacional de
Cuyo. E-mail: [email protected]

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POSTData 19, Nº2, Octubre/2014-Marzo/2015, ISSN 1515-209X, (págs. 431-462)
Cristina Andrea Sereni

Seguidamente, estableceremos un contraste del segundo con el concepto de


democracia delegativa, introducido en los años noventa por el politólogo
argentino Guillermo O’Donnell y luego ampliado y revisado (O’Donnell
1994, 2010 y 2011). Finalmente, estableceremos similitudes entre ambos
en contraste con el populismo de carácter autoritario.
Nos parece importante destacar que el concepto de populismo es
ampliamente considerado un radial concept (concepto radial, Roberts 1996:
88). Esta clase de conceptos abarcan diversos tipos subordinados a un con-
cepto principal, que carecen como mínimo de una de las características fun-
damentales propias de dicho concepto. Esta clase de conceptualización lleva
frecuentemente a confusiones, ya que diversos autores pueden aplicar pro-
piedades contradictorias entre sí a un mismo concepto, creando un sinnú-
mero de diminished subtypes (tipos subordinados) pobremente definidos.
Con la intención de evitar esta suerte de confusiones, hemos decidido
aplicar como herramienta de análisis de nuestro objeto de estudio la defini-
ción cuatripartita de populismo presentada por el estadounidense Kurt
Weyland (1995, 1996, 1998, 1999, 2001, 2003), que detallaremos más
adelante. Esta definición nos resulta apropiada debido a su adaptación a
contextos históricos particulares y a que no presupone como condición pre-
via al fenómeno populista un modelo económico determinado. Hemos estu-
diado asimismo el carácter top-down (descendente) de las estrategias de mo-
vilización popular propias del populismo latinoamericano, tomando como
referencia los cuatro modelos políticos latinoamericanos desarrollados por
Weyland que hemos mencionado (Weyland 1995). Hemos definido tam-
bién el concepto de participación política en relación al contexto latinoame-
ricano y a las características de los regímenes populistas y/o democracias
delegativas existentes en la región, para luego profundizar el caso venezola-
no. Junto a una contextualización ideológico-cultural del bolivarianismo, la
retrospectiva histórica tiene como fin resumir la evolución de la participa-
ción política popular en Venezuela durante el período posterior a 1958.
Hemos dividido el período post-1958 en tres etapas: la etapa populista, que
comprende los años entre 1958 y el Caracazo de 1989, la etapa neopopulista,
cuyo intento de imponer una reforma estatal de tinte neoliberal desemboca
en el ascenso de Hugo Chávez a la presidencia en 1998 y, por último, la
etapa del populismo político-estratégico, que comprende los años iniciales
del gobierno bolivariano.

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POSTData 19, Nº 2, Populismo democrático y movilización política...

II. El populismo en su concepción clásica

Un autor clásico como Gino Germani, sociólogo de origen italiano


radicado en la Argentina durante los años 30, define al populismo como
etapa histórica dentro del proceso de modernización de los sistemas
socioeconómicos. Durante la transición de una sociedad tradicional hacia
una moderna, gran parte de la población rural fue desplazada hacia las gran-
des urbes, deshaciéndose de las relaciones de dominación patriarcal. Este
proceso no fue acompañado por un cambio en el ámbito institucional, ya
que el poder político permanecía en manos de las elites políticas tradiciona-
les. En consecuencia, aumentó la receptividad de las nuevas masas urbanas
al discurso populista. Surgieron entonces regímenes políticos nacional-po-
pulares, cuyas figuras líderes provenían de la clase media en muchos casos. A
pesar de la instrumentalización vertical implícita, estas clases sociales, antes
relegadas completamente por el sistema, encontraron un canal de comuni-
cación a través de movilizaciones masivas, huelgas y manifestaciones. Germani
claramente asocia al fenómeno populista latinoamericano con su experiencia
durante el surgimiento del fascismo italiano (Germani 1979).
Desde un enfoque estructural-institucional, Torcuato Di Tella, autor
clásico también, destaca la “revolución de expectativas” generada por dichas
movilizaciones en combinación con la vertiginosa urbanización de la pobla-
ción. Di Tella circunscribe el fenómeno populista a un período histórico
determinado, a saber, al primer peronismo en la Argentina de los años cua-
renta y cincuenta (Di Tella 1964, 1965). A lo largo de su obra destaca la
coexistencia del líder personalista con una estructura de partidos debilitada
y un poder legislativo sin injerencia real en el proceso de toma de decisiones.
Asimismo, menciona el poder de las corporaciones dedicadas a influenciar y
controlar las movilizaciones populares.
Un tercer enfoque clásico entre estudiosos del populismo es el que
plantea Ernesto Laclau, aproximándose al tema desde el análisis discursivo
neomarxista. Laclau no define al populismo partiendo de sus causas, fines o
estructuras, sino como discurso dirigido en contra del orden establecido,
que plantea demandas populares y básicamente democráticas. Su análisis es
de naturaleza sociológico-psicológica, dado que se concentra en la restaura-
ción de las identidades sociales destruidas por el capitalismo que lleva a cabo
la retórica populista. Laclau rechaza el enfoque estructural-institucional por
estar éste demasiado ligado a un fenómeno histórico específico, y define al

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Cristina Andrea Sereni

populismo como: “The presentation of popular-democratic interpellations


as a synthetic-antagonistic complex with respect to the dominant ideology”
(Laclau 1977:172-173).
Siguiendo esta cita, el surgimiento del populismo estaría estrecha-
mente vinculado a la crisis del discurso ideológico dominante, siendo esta
crisis a su vez solamente un elemento de una crisis social más amplia. Laclau
presenta al populismo como una forma universal de hacer política, basada
en un discurso dicotómico que moviliza al pueblo hacia un cambio social y
que produce la ruptura del statu quo y la formación de nuevas identidades
como resultado de una lucha hegemónica contingente entre dos proyectos
rivales. Laclau no define al populismo en términos de lo que le falta, o como
síntoma de anormalidad, sino que amplía su modelo:

En términos de una retórica generalizada (la cual, como veremos,


puede ser denominada ‘hegemonía’), de manera que el populismo
aparezca como una posibilidad distintiva y siempre presente de
estructuración de la vida política (Laclau 2005a: 27-28).

Existe, además de los nombrados anteriormente, una lista inabarcable


de autores que se han ocupado de estudiar al populismo en sus variadas
concepciones. Por ello, haremos referencia breve solamente a dos enfoques
teóricos más. La teoría de la dependencia (Lauga 1999) redefine el concepto
marxista de clase y plantea el surgimiento de un “estado de masas precoz”
(Weffort 1971, 1989), utilizando el ejemplo de Brasil. Introduce asimismo
un segundo concepto importante: el de las “relaciones individuales de clase”,
consecuencia de la disolución de los lazos tradicionales patriarcales.
En un esfuerzo por sintetizar las diferentes y numerosas posturas res-
pecto al populismo y su definición, finalmente, el enfoque de Paul Cammack,
especialista en estudios latinoamericanos de la University of Hong Kong,
plantea un análisis integrador de los tres aspectos mencionados como funda-
mentales: el estructural, el institucional y el discursivo. Cammack considera
que el éxito o el fracaso de cada régimen populista depende de la restaura-
ción de un orden institucional mediante un programa político-económico
eficiente, superador de la crisis específica. Además, incorpora a su esquema la
contextualización histórica.

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POSTData 19, Nº 2, Populismo democrático y movilización política...

III. El concepto de neopopulismo

La distinción entre populismo clásico y neopopulismo no es sola-


mente de índole sustancial, sino también temporal. El relativamente nove-
doso concepto de neopopulismo conceptualiza la reacción sistémica frente a
la crisis del populismo clásico y su estructura económica, orientada al merca-
do interno en el marco de una industrialización incipiente. Dicha reacción
sistémica se produce preservando las estructuras políticas del sistema ante-
rior de una manera defensiva, en combinación con reformas económicas
neoliberales. Estos nuevos regímenes cobraron protagonismo hacia fines de
los años ochenta en la región. Son inherentemente inestables, debido a su
falta de competitividad en el mercado mundial, pese a su “matrimonio con
el neoliberalismo económico”, como señala Benjamín Arditi (Arditi 2005:
74). Su tendencia a mantener la comunicación inmediata entre líder y pue-
blo profundiza el proceso sostenido de desinstitucionalización política, de-
teriorando las instancias mediadoras, especialmente las parlamentarias y
político-partidarias. Al mismo tiempo, estos regímenes fomentan la expan-
sión y el fortalecimiento de redes clientelistas existentes con el fin de mante-
ner su legitimidad política.
El clientelismo es, siguiendo la definición proporcionada por Manfred
Schmidt (Schmidt 1995: 476), una relación personal asimétrica entre un
patrón y un cliente, basada en el intercambio de servicios, protección, acceso
a recursos estatales y otra clase de favores. El elemento tradicional en la base
de los vínculos clientelistas les otorga cierta estabilidad. Podemos afirmar,
además, que la incorporación de uno o de más actores al mecanismo clientelista
no siempre es voluntaria, sino que en muchos casos está ligada a situaciones
de necesidad frente a la ausencia de un sistema institucional estable. La
combinación de elementos contradictorios entre sí como procesos electora-
les institucionalizados, el clientelismo informalmente institucionalizado y la
ineficiencia de la normativa formal fomenta el desarrollo del elemento
delegativo del poder. Cabe preguntarse si la legitimidad de un sistema de-
mocrático con elementos clientelistas debe buscarse solamente en las insti-
tuciones formales.
En este proceso las instancias de control horizontal —horizontal
accountability (O’Donnell 1998: 41-42)— se encuentran minadas por un
poder ejecutivo que monopoliza la responsabilidad vertical o electoral
accountability (O’Donnell 1998: 44), ya que dilatan la toma de decisiones.

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Cristina Andrea Sereni

Ante esta situación, las redes clientelares brindan una alternativa de comuni-
cación y de implementación de medidas concretas. Debido a la “revolución
de las expectativas” populares que mencionaba Di Tella en su análisis del
populismo clásico, también los neopopulismos se ven confrontados con de-
mandas de reformas contra la ineficiencia, la desigualdad social y la pobreza.
Como consecuencia, al no estar el líder personalista interesado en fortalecer
la sociedad civil desde el ámbito institucional, el pueblo se ve obligado a
acudir a redes clientelares preexistentes y reeditadas en los nuevos regíme-
nes. Reformas y cambios suelen ser impulsados por grupos del sector infor-
mal, no institucionalizados, alimentados por la dinámica del “favor contra
favor” y justamente por ello sujetos a una lealtad con el régimen de turno.
Las instituciones informales son interacciones regulares entre actores
políticos y sociales surgidas a partir de tradiciones, costumbres y valores
compartidos. Su legitimidad se fundamenta en la aceptación social, y res-
ponden a una expectativa de conducta de individuos y grupos sociales no
respaldada por un constructo legal formal, cuyo incumplimiento, sin em-
bargo, sufre una sanción social importante. Estas instituciones compiten
con los mecanismos de participación política formalizada al ofrecer al ciuda-
dano canales alternativos y, de hecho, más eficientes, de participación.
Si las normas informales de una sociedad son aceptadas e
implementadas de manera genérica, pueden asumir el rol de las normas
formales, legalmente institucionalizadas. La sustitución de instituciones for-
males, propias del Estado de Derecho, por la informalización de los procedi-
mientos políticos, explica el surgimiento de democracias de carácter delegativo,
en numerosos casos incluyendo elementos de democracia directa.
Como bien lo señala María Matilde Ollier, cuanto menos
institucionalizada está una democracia presidencialista (o en el caso venezo-
lano, de tradición hiperpresidencialista), mayor es el papel del liderazgo
personalista, y viceversa (Ollier 2011: 115). Es común a todas las formas de
populismo existentes el llamado directo y sin intermediarios del líder al
pueblo. El populismo despolitiza, a la vez que hiperpolitiza las relaciones
sociales (Panizza 2005: 20-21). El líder suele venir “de afuera”, no como
político tradicional, sino como ser humano, sin ataduras partidarias. El per-
sonalismo exacerbado, en combinación con un discurso dicotómico, es sín-
toma de una crisis institucional manifiesta que conduce a la
instrumentalización de la convocatoria popular con el fin de enfrentar a
corto plazo un estado de emergencia permanente.

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La profunda crisis del modelo de sustitución de importaciones du-


rante los años ochenta del siglo XX y el consecuente endeudamiento sin fin
de numerosos países latinoamericanos provocaron reacciones neopopulistas
de diferente tipo según el contexto nacional. De un lado se ubican los
neopopulismos defensivos, obstinados en preservar el viejo modelo populis-
ta clásico, como lo fue el caso de Hugo Chávez en Venezuela, o en menor
medida Evo Morales en Bolivia. De otro lado pueden mencionarse los
neopopulismos propiamente dichos, que imponen a la estructura política
populista la convivencia con una profunda reforma neoliberal en lo econó-
mico, con las inevitables consecuencias sobre la vida cultural y social. Estos
casos son los de Alberto Fujimori en Perú, Carlos Menem en la Argentina,
Carlos Salinas de Gortari en México, entre otros.

IV. Populismo democrático y populismo autoritario

Se puede decir que la motivación principal de los estudios internacio-


nales sobre el neopopulismo latinoamericano es el diagnóstico y la posterior
clasificación de las democracias de la región según la calidad de sus democra-
cias en cuanto nivel de institucionalización formal. Dada la distancia que
mantiene el fenómeno estudiado en relación a los valores tradicionales de la
democracia representativa liberal, el proceso de institucionalización demo-
crática en América Latina es estudiado frecuentemente con el fin de prevenir
la emergencia de regímenes (neo) populistas. De esta forma, se ubica a cada
país entre dos tipos ideales: totalitarismo y democracia liberal. Esta concep-
ción fue duramente puesta en discusión por conocedores de la realidad la-
tinoamericana, repudiando la calificación descontextualizada de fenómenos
históricos concretos.
Históricamente, el populismo latinoamericano se ha vinculado tanto
con liderazgos autoritarios como con elementos democráticos. Por lo tanto,
el proceso de democratización se ha orientado en ambas líneas:

Democratization along liberal lines requires a capacity on the part


of ruling groups to accommodate new social elements, and progressively
to share political rights and duties with them. Democratization along
populist lines characteristically follows upon the failure of pre-existing
governing groups to accommodate additional social elements, which

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Cristina Andrea Sereni

thereupon seek the destruction of the old ruling groups and the
institutional basis for their authority (Kronhauser 1960: 132).

No todos los autores enfatizan la incompatibilidad de los elementos de-


mocráticos con el populismo. En algunos casos, según escribe Margaret Canovan,
la idea de la democracia radicalizada en tanto canal de participación directa a
través de referendos o iniciativas populares, prevalece por sobre el elemento auto-
ritario del régimen (Canovan 1981: 172). Canovan se pregunta de qué manera
podría la democracia genuina no ser populista (Canovan 1981: 173). Esta auto-
ra se refiere al concepto de populismo como una herramienta aplicable tanto
para el estudio de la democracia directa y sus mecanismos como para la defini-
ción específica de regímenes populistas autoritarios, y cita como ejemplo el
peronismo argentino (Canovan 1981: 174). Ernesto Laclau se confronta con la
dificultad de aprehensión de la diversidad inherente al populismo tomando
como ejemplo la tipología de Canovan realizada en 1981 (Laclau 2005a:17-
20). En un trabajo posterior (Canovan 1999), Canovan caracteriza al populismo
como emergente en el hiato existente entre la faceta pragmática de la democracia
y la faceta redentora. En otras palabras, el populismo podría traducir el ideal
democrático a un idioma aplicable a la realidad política concreta.
Numerosos autores indagaron en este dilema. Mencionaremos aquí a
Kurt Weyland, quien afirma que el neopopulismo se diferencia del populismo
clásico por ser más compatible con la democracia liberal:

Neopopulism adopts a more antiorganizational stance, reaches


followers in the private sphere, and depends on the confidential
responses of individual citizens, not on collective manifestations by
the people in the public sphere. The volonté de tous has replaced the
volonté générale as populism’s base of plebiscitarian legitimation.
Neopopulism is therefore less mobilizational, transformatory, and
redemptive than classical populism, and its inclusionary character is
more symbolic than effective. But by appealing to the whole citizenry
and by ascertaining the will of the people through votes and poll
responses, neopopulism is more representative than classical populism
and more compatible with liberal democracy (Weyland 2001: 16).

Siguiendo una línea similar, Andreas Boeckh separa de modo tajante a


los populismos autoritarios de los populismos democráticos, equiparando a

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POSTData 19, Nº 2, Populismo democrático y movilización política...

éstos últimos a la democracia delegativa propuesta por O’Donnell en 1994.


La manera en que se incorporan las reglas informales a la estructura institucional
formal indica la diferencia entre democracias delegativas respecto a las repre-
sentativas. En las democracias representativas, las instituciones formales son
complementadas por las reglas informales, en tanto adquieren a través de ellas
una flexibilidad que les permite adaptarse a los requerimientos de la política
cotidiana. En las democracias delegativas, en cambio, las reglas informales
reemplazan estructuralmente a las instituciones formales. La limitación al fun-
cionamiento de las instituciones formales puede provenir “desde arriba”, es
decir que el poder ejecutivo electo democráticamente amplía su poder efectivo
a costa de los mecanismos de control parlamentario, o bien puede provenir
“desde abajo” en el caso de que las tradiciones clientelares colonicen las institu-
ciones formales (Merkel y Croissant 2000: 20). De ambas formas, el ejercicio
del poder se traslada a la persona del líder y su círculo íntimo.
La democracia delegativa expresa, en palabras de O’Donnell, “una
manera de concebir y ejercer el poder político” (O’Donnell 2010: 2). Es
democrática por haber surgido de elecciones y por respetar libertades políti-
cas básicas, aunque:

Menos liberal y republicana que la democracia representativa. Esto


implica no reconocer los límites constitucionales/legales de los pode-
res del estado que, aunque de diferentes maneras, esas dos corrientes
postulan (…) Es por ello mismo fuertemente mayoritaria (O’Donnell
2010: 2).

Tanto la democracia delegativa como el populismo democrático son


producto de la reacción popular a una crisis económico-social y tienen como
síntoma visible la movilización masiva, consignas antipluralistas y la promo-
ción de canales directos de comunicación con el líder, quien dice encarnar la
voluntad de todo el pueblo. La heterogeneidad de los seguidores del líder es
contrarrestada por la formación y el fortalecimiento de redes clientelistas.
Estas redes se centralizan en el círculo de poder, y, en cierto modo, son
estatizadas siguiendo una lógica de búsqueda de rentabilidad.
La diferencia principal entre el populismo autoritario y el democráti-
co es su manera de aproximarse a los órganos constitucionales. El primero
directamente anula los poderes legislativo y judicial, mientras que en el se-
gundo se les quita legitimidad a estos poderes de forma tanto retórica como

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efectiva, sustituyéndolos por instituciones informales y elementos de demo-


cracia directa como, por ejemplo, referendos y plebiscitos. Expondremos
esto a continuación.

V. La participación política en regímenes populistas.


Elementos de democracia directa

Desde un punto de vista instrumental, se entiende por participación


política la actividad realizada por individuos o colectivos con la intención de
influenciar directa o indirectamente en el proceso de toma de decisiones de
gobierno. Esta participación es voluntaria, salvando ciertos medios de coac-
ción democrática, como puede ser la obligatoriedad del voto en algunos
países. Normativamente, por otro lado, la participación del pueblo en la
toma de decisiones políticas es un objetivo, una meta y el fundamento de la
identidad de una comunidad política. El concepto instrumental se orienta
hacia el conflicto potencial, mientras que el normativo está orientado al con-
senso y la integración del pueblo en su conjunto al sistema político.
Las decisiones políticas son tomadas buscando apoyo en la periferia
del poder, utilizando como medio de difusión y persuasión a los círculos
ubicados en el medio de estas dos esferas. En sociedades con una cultura
política personalista, estas esferas suelen tejer redes cada vez más amplias de
favores y contra-favores, que llevan a una desinstitucionalización del sistema
político, como hemos visto en el anterior apartado.
En contraste con la realidad latinoamericana, el contexto histórico
europeo posibilitó la inserción de derechos de participación fundamentales
a lo largo de cuantiosos procesos revolucionarios enmarcados en un desarro-
llo industrial acelerado. Se destacan entre estos derechos el de libre opinión,
reunión, derecho a fundar partidos y asociaciones políticas y el derecho a
sufragio. De esta manera, la distribución de roles o competencias tuvo lugar
en planos diferenciados: la toma de decisiones sucede en el centro, delegan-
do la mediación y formación de opinión pública a los planos intermedios.
Este modo formalmente institucionalizado de participación política se dife-
rencia de las formas no convencionales e informales de participación, en
ocasiones violentas, que pueden observarse en la región latinoamericana.
De la misma manera que el concepto de populismo, el concepto de
democracia directa se contrapone al tipo de democracia representativa por

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POSTData 19, Nº 2, Populismo democrático y movilización política...

prescindir del elemento representativo en el ejercicio de poder. Pero la de-


mocracia directa, además de ser un tipo específico de dominación, es un
procedimiento mediante el cual los ciudadanos toman decisiones sobre cues-
tiones específicas independientemente del proceso electoral convencional.
En este sentido, la democracia directa no es un concepto opuesto a la demo-
cracia representativa, sino que dichos elementos de participación inmediata
y directa también se pueden constituir como complementarios al sistema
representativo en sí. Los mecanismos de la democracia directa hacen sentir al
pueblo que es parte activa del proceso de toma de decisiones. Se aplican en
su mayoría a cuestiones específicas, problemáticas locales o regionales pun-
tuales sobre las cuales se toma determinaciones mediante referendos, plebis-
citos o iniciativas populares (Sereni 2006). Es decir, constituyen instrumen-
tos de acercamiento de la esfera popular a la gestión política.
La Constitución Bolivariana de Venezuela (CBV) del año 1999, base
jurídica del régimen chavista, tuvo como objetivo principal introducir el
principio de participación directa como fundamento, desplazando el princi-
pio representativo, para reorientar la relación entre Estado, economía y so-
ciedad y fundar una nueva identidad ciudadana. Quiso hacer del Estado un
espacio participativo, dentro del cual la política fuera construida pública-
mente, y por otro lado un garante de los derechos sociales, obligado a pro-
veer para cada ciudadano trabajo, educación, salud y vivienda para establecer
un régimen de justicia social.
La CBV otorga protagonismo la soberanía popular:

Artículo 5: La soberanía reside intransferiblemente en el pueblo,


quien la ejerce directamente en la forma prevista en esta Constitución
y en la ley, e indirectamente, mediante el sufragio, por los órganos
que ejercen el Poder Público.
Los órganos del Estado emanan de la soberanía popular y a ella
están sometidos.

En el capítulo IV “De los Derechos Políticos y del Referendo Popu-


lar” (artículos 62 a 74) se incluye expresamente al referendo en sus diferen-
tes modalidades (consultivo, revocatorio, aprobatorio, abrogatorio) como
forma de participación institucionalizada paralela al sufragio.
Esto significa una acentuación notable del poder de intervención po-
pular en “materias de especial trascendencia nacional” (artículo 71, CBV),

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asuntos legislativos (artículos 73 y 74, CBV) e incluso de política interna-


cional, al permitirse someter a referendo “tratados, convenios o acuerdos
internacionales que pudieren comprometer la soberanía nacional o transferir
competencias a órganos supranacionales” (artículo 73, CBV) de la mano de
formas directas —no representativas— de participación política. Entre las
numerosas instancias de participación política directa introducidas durante
el inicio del régimen chavista se encuentran el cabildo abierto, el Plan Bolí-
var 2000, las Misiones y los Círculos Bolivarianos.
El cabildo abierto es un mecanismo de participación política popular
a nivel provincial o comunal que promueve el debate en asambleas abiertas
de temas presentados por ciudadanos previamente. La segunda instancia
participativa nombrada, el programa de infraestructura y política social Plan
Bolívar 2000, se inició el 27 de febrero de 1999, exactamente 10 años des-
pués del Caracazo, y depende del Ministerio de Defensa. Su meta fue la
realización de proyectos de desarrollo de infraestructura, salud y agronomía,
la mayoría de ellos llevados a cabo por las Fuerzas Armadas. El plan fue
sometido a duras críticas debido a la falta de sustentabilidad, atribuyéndole
intenciones contradictorias con el planteo inicial de desarrollo social como la
legitimación y revalorización de las fuerzas armadas en la población y su
inclusión encubierta dentro de las actividades gubernamentales. Las misio-
nes, en tercer lugar, son un proyecto educativo implementado a partir del
año 2003 con el propósito de fomentar la educación gratuita para adultos.
Están basadas en la idea de la refundación de la República. Nombraremos
aquí solamente algunas de las primeras misiones: Misión Robinson I y II,
dedicada a la alfabetización adulta; Misión Ribas, que ofrece la oportunidad
de acceder a un título secundario; Misión Sucre, que lleva adelante un pro-
grama descentralizado de educación universitaria; Misión Identidad, dedi-
cada a la integración y educación ciudadana de inmigrantes ilegales; Misión
Mercal, capacitadora contable y comercial para cooperativas y pequeños co-
merciantes, entre otras. Las misiones están agrupadas bajo la Misión Cristo
y depende de ministerios nacionales, comunas, municipios o incluso de
empresas estatales, como por ejemplo la Misión Ribas, financiada por la
empresa petrolera estatal PdVSA. Por último nombramos a los Círculos
Bolivarianos, autodenominados la síntesis de la base del poder popular que
materializa el principio de la democracia participativa. Desde el año 2002 se
ocupan de incentivar a los sectores sociales desplazados a solucionar proble-
mas de diversa índole fomentando su auto-organización. Las reuniones de

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POSTData 19, Nº 2, Populismo democrático y movilización política...

los Círculos tienen lugar en las llamadas Casas Bolivarianas, una especie de
centros comunitarios. Bajo una apariencia de organización horizontal pue-
den, sin embargo, observarse elementos verticalistas.
Desde los comienzos de su presidencia, Hugo Chávez ha utilizado la
estrategia de permanecer en una campaña política continua con el fin de crear
en el pueblo la sensación de protagonismo en la toma de decisiones. Durante
su primera presidencia fueron llevados a cabo referendos sobre diversos asuntos
en un ritmo prácticamente anual, caracterizados por consignas dicotómicas.
Se sumó la implementación de una amplia estructura mediática, compuesta
por cadenas nacionales frecuentes y programas televisivos de comunicación
“directa” con el pueblo, como el dominical “Aló Presidente”, así como el desa-
rrollo de poderosas redes sociales vinculadas a la figura presidencial. Éstos to-
maron forma de proyectos sociales orientados, en teoría, a fomentar el
autogobierno popular. En la práctica, el florecimiento de la corrupción ante
los cuantiosos recursos asignados de manera directa a los diversos proyectos, la
no consideración de los procesos de maduración ciudadana ante las innovacio-
nes y el proselitismo en tiempos electorales (López Maya 2011) llevaron a
empobrecer la capacidad de participación ciudadana directa, acrecentando el
desinterés por la participación activa. Los participantes políticos activos se re-
dujeron a pequeños grupos de personas, frecuentemente inmersas en relacio-
nes de clientelismo con los gobiernos locales o regionales.

VI. Movilización top down y bottom up

La introducción de elementos de democracia directa crea, como he-


mos mostrado, nuevas posibilidades de participación política. Puede contri-
buir a la apertura de la estructurada democracia de partidos, ampliándola a
una democracia más participativa y cercana a la ciudadanía. Esta apertura
aumenta la presión sobre los organismos gubernamentales así como el poder
legislativo en cuanto al rendimiento de cuentas, lo que lleva a un diálogo
más fluido con el pueblo que, en un caso ideal, fomentaría la integración
política de éste. Pero en la práctica, frecuentemente el diálogo directo se
mezcla con una retórica personalista, que suele terminar en la instalación de
un régimen de corte populista. En países con una sociedad civil debilitada,
altos índices de pobreza, un sistema educativo insuficiente y una población
acostumbrada a la pasividad, que es consecuencia a su vez de su exclusión

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Cristina Andrea Sereni

sistemática del proceso de toma de decisiones, la simplificación de enuncia-


dos y la falta de iniciativa popular llevan a un sistema de movilización top
down. Llamamos movilización top down a la rutinización de la relación entre
el líder carismático y el pueblo, plasmada en un movimiento centrado en su
liderazgo y legitimador del mismo. Este fenómeno se ve acentuado aún más
en caso de existir una situación de crisis social y/o económica, debido a que
ante el estado de emergencia y un nivel de institucionalización débil, la
potestad del líder de brindar respuestas y soluciones inmediatas a problemas
urgentes no es cuestionada.
Existen dos dimensiones que Kurt Weyland toma como punto de
partida para clasificar los regímenes democráticos latinoamericanos en “libe-
ralismo”, “populismo”, “basismo” y “concertación” (Weyland 1995). La pri-
mera a tomar en cuenta es el rol que desempeñan las élites políticas, o bien,
líderes carismáticos en la toma de decisiones respecto a la base popular; la
segunda se refiere al mecanismo concreto que introduce la igualdad social
como meta. ¿Es este un mecanismo originado por iniciativas de las élites (top
down) o son iniciativas populares espontáneas las que presionan a quienes
tienen el poder de decisión (bottom up)?
Según la clasificación de Weyland, en el liberalismo la iniciativa polí-
tica parte del ciudadano individual, siendo este el actor político central,
mientras que en el populismo la iniciativa reside en la figura del líder. En
este segundo caso, el líder carismático es quien moviliza a las masas popula-
res para quebrar la dominación de las élites tradicionales. Establece una rela-
ción casi personal con el pueblo, pasando por alto las instituciones mediado-
ras. En tercer lugar se menciona el “basismo”, que tiene como fin integrar a
los sectores sociales más marginalizados tradicionalmente, incentivando una
movilización autónoma de éstos. La “concertación”, por último, tiene como
fin garantizar la supervivencia del sistema político plural, desplazando a un
segundo plano la cuestión social. Los partidos políticos asumen funciones
diversas en cada modelo: en el liberalismo los partidos políticos suelen ser
pragmáticos; en el populismo, personalistas. El basismo presenta un partido
popular o partido del pueblo, que convierte las inquietudes populares en
consignas extremas y fundamentales. El último caso, la concertación, es un
caso menos frecuente y se concentra en un compromiso mutuo que, por lo
tanto, excluye cualquier elemento no conciliatorio.
Los cuatro modelos que hemos mencionado brevemente representan
cuatro propuestas de solución al dilema que plantea la cuestión de la igual-

444
POSTData 19, Nº 2, Populismo democrático y movilización política...

dad social frente a la conservación o no conservación del status quo. Mientras


que el liberalismo tiende a la preservación del orden socio-político, el
populismo pretende voltear las elites y establecer un mecanismo de
redistribución de recursos socioeconómicos. El basismo, por su parte, recha-
za la manipulación de las masas inherente al populismo, pretendiendo dar
inicio al cambio social mediante el fomento de acciones directas y moviliza-
ción autónoma de los sectores excluidos del sistema. Dado que este tipo de
movilización requiere de tiempo y maduración, los movimientos sociales de
base se suelen asociar con grupos de interés ya establecidos. La concertación,
finalmente, recurre a reformas graduales, que no suelen alcanzar a los secto-
res marginales de la sociedad.
Weyland concluye que los modelos bottom up, que promueven la
movilización independiente y autónoma de la base popular (liberalismo y
basismo) son difíciles de implementar en la realidad, debido a la fuerte des-
igualdad social estructural entre los sectores populares y la élite fuertemente
arraigada. El basismo se tiende a moderar, siguiendo la dirección de la
concertación, mientras el liberalismo cobra características populistas al estar
la sociedad civil demasiado debilitada como para poder enfrentar la marcada
desigualdad social. Las eventuales medidas económicas neoliberales, ajustes
y endeudamiento con organismos de crédito internacionales y el incumpli-
miento de las promesas electorales llevan a la necesidad de canalizar un cre-
ciente descontento popular a través de las redes clientelares establecidas y
brindarle protagonismo a la figura personalista que lidera frente a la crisis.
En sociedades con grandes desigualdades sociales y una frágil cultura políti-
ca democrática, el liberalismo político conduciría entonces a la instalación e
regímenes populistas o neopopulistas.
El concepto de representación entendido como “actuar en nombre de
otros” pierde vigencia ante un escenario de estas características, y cobra peso
la representación populista, que, gradualmente, “slips into the symbolic ‘stan-
ding for’ and ultimately into a Hobbesian authorisation whereby the gap is
disolved de facto in favor of the representative” (Arditi 2005:96).
Hemos mencionado en el apartado anterior algunos ejemplos de
mecanismos de participación ciudadana directa implementados por el
chavismo, que no han surgido por iniciativa propia de los sectores populares
involucrados. Planes como el Plan Bolívar 2000, fuertemente militarizado, o
la creación de los círculos bolivarianos son iniciativas del Estado, que crean
un vínculo de dependencia unilateral de los individuos hacia el colectivo que

445
Cristina Andrea Sereni

los incluye. Promueven una participación pasiva y desalientan la participa-


ción autónoma y activa, lo cual se ve plasmado en los niveles crecientes de
abstención electoral y la caída de los niveles de participación en los frecuen-
tes referendos llevados a cabo entre 1999 y 20041.

VII. Retrospectiva: el rol de la renta petrolera


durante el populismo clásico (1958-1989)

En el presente apartado resumiremos en primer lugar el proceso de


transición hacia un sistema presidencial bipartidista en Venezuela y su esta-
blecimiento a partir de 1969, año en que los partidos AD (Acción Democrá-
tica, fundado en 1941) y COPEI (Comité de Organización Política Electo-
ral Independiente, fundado en 1946) comienzan a alternarse en el poder.
Durante las décadas de 1960 y 1970, la literatura internacional sobre siste-
mas de partidos presupone que a la consolidación de un sistema de partidos
estable en América Latina le debe preceder la superación de la etapa populis-
ta. En el caso particular venezolano, esta hipótesis parece no cumplirse. El
desarrollo de AD, por ejemplo, de origen marxista con elementos nacionalis-
tas, fue caracterizado históricamente como un partido democrático popular
modelo. A partir de los intentos de golpe de Estado del año 1992, esta
perspectiva es revisada y la historia política de Venezuela comienza a ser
analizada desde el punto de vista de la ruptura democrática (Linz 1978, 1993,
1994, 1997, Diamond y Plattner 1993, O’Donnell 1994, 1996, 1998,
Merkel 1996, 1998, 1999, 2000), incorporando el concepto de neopopulismo,
con especial interés en la estabilidad institucional (Werz 2005: 38).
La AD avanzó desde sus bases marxistas-revolucionarias hacia la cons-
titución típica de un partido político moderno. Tomó parte de la transición
del sistema populista clásico hacia el desarrollismo durante la década de
1960 junto al COPEI, de tinte socialdemócrata. La clasificación de estos
partidos como partidos políticos reformistas fue influenciada por el contexto
internacional de la Guerra Fría, así como por la teoría de la modernización
que había ganado terreno entre numerosos politólogos estadounidenses. Sin
embargo, estos estudios dejaron de lado temas como la democratización

1
Datos y estadísticas de resultados electorales a partir del año 1958 están disponibles en
la página web del Poder Electoral: www.cne.gob.ve.

446
POSTData 19, Nº 2, Populismo democrático y movilización política...

interna de los partidos políticos y priorizaron la estabilidad política. Pasaron


a segundo plano asimismo los problemas de corrupción, patronazgo y los
problemas inherentes a la regulación de la representación proporcional par-
tidaria.
En el período tratado, la memoria del último golpe de Estado había
sido desplazada por el impacto social de una democracia ineficiente y parti-
dos políticos sin injerencia en el proceso parlamentario. La tendencia al
hiperpresidencialismo generalizada en la región, acompañado por procesos
delegativos de la toma de decisiones, fomentaba la concentración de poder
en el ejecutivo. En Venezuela, además, se sumó una creciente dominación
clientelista y de patronazgo político por parte de los dos partidos dominan-
tes, financiada por los inmensos ingresos petroleros. El Estado formalmente
seguía garantizando las instancias electorales, mientras SD y COPEI fortale-
cían su alternancia en el poder tomando el papel de intermediarios exclusi-
vos entre el gobierno y el pueblo.
Fundamento de esta democracia fue el Pacto de Punto Fijo del año
1958, entre los principales partidos políticos del momento AD, COPEI y la
Unión Republicana Democrática-URD. El pacto fue fijado en presencia de
delegados de los grupos de interés más influyentes del país y tuvo como
objetivo el mantenimiento de un sistema democrático integrador que debía
incluir tanto a los sectores de clase alta y media como también a las organi-
zaciones sindicales populares. El Partido Comunista de Venezuela, creado en
1931, había sido excluido. Las partes implicadas se comprometían a formar
un gobierno de unidad nacional, en base a un plan mínimo compuesto por
una nueva constitución, considerada el fundamento jurídico del puntofijismo,
planes económicos de desarrollo a largo plazo y la introducción de una legis-
lación referente a cuestiones sociales. Este pacto puede ser considerado como
un acuerdo corporativo elitista impuesto “desde arriba”, ya que, a pesar de
haber sido incluidos amplios sectores hasta entonces marginales de la socie-
dad venezolana, que de hecho apoyaron el pacto en las elecciones con gran
mayoría, éstos no fueron sus impulsores ni protagonistas. Era necesario en-
tonces para el mantenimiento del “sistema populista de conciliación de élites”
(Rey 1991) una alta concentración de poder en las corporaciones, en este
caso, las cúpulas de los partidos políticos y los sindicatos. Dentro de los
partidos, empero, se registraron en los primeros años de vigencia del pacto
varias escisiones, cambios en el liderazgo partidario e incapacidad de restituir
a antiguos líderes por nuevo personal político-partidario. Este aspecto cons-

447
Cristina Andrea Sereni

tituyó uno de los puntos principales de crítica a la “partidocracia” efectuada


por el discurso chavista a partir de 1992.
El petróleo constituyó el segundo pilar de la estabilidad política. A
partir de la década de 1940 desplazó a los productos tradicionales de expor-
tación y la dependencia de la economía venezolana de la exportación de
petróleo fue intensificándose. Los así llamados “petrodólares” permitieron
regular hasta mediados de la década de 1970 los crecientes conflictos socia-
les a través de una controlada redistribución de los ingresos. Bajo el presi-
dente Rómulo Gallegos, de Acción Democrática, se fortaleció durante el
trienio adeco, comprendido entre 1945 y 1948, el intervencionismo estatal
por medio de proteccionismo económico y subvenciones. La retórica
combativa de AD respecto a la antigua oligarquía le garantizó un creciente
apoyo popular. A través de las rentas petroleras fue impulsada la industriali-
zación parcial del país, sin recaer el peso financiero sobre las élites nacionales,
ya que la renta apropiada por el Estado en cooperación con los Estados
miembros de la OPEC provenía de las empresas petroleras internacionales.
A partir de la estatización de las empresas petroleras activas en el país en el
año 1976, este dominio sobre la renta petrolera fue prácticamente total. La
consecuente independencia económica del Estado llevó al extremo la inde-
pendencia respecto a la sociedad y sus reclamos, que eran satisfechos a través
de sobrevaluación monetaria, reducción impositiva y cuantiosas subvencio-
nes y subsidios. El bienestar de cada sector social dependía entonces de su
capacidad política de ser partícipe de la distribución de la renta petrolera.
Hacia final de la década de 1970 comienza un proceso de transforma-
ción social paulatina que tendrá efectos a largo plazo sobre las élites gober-
nantes y su posición hegemónica en la sociedad venezolana. El sistema del
puntofijismo había llevado a Venezuela a un equilibrio de negociación entre
los partidos políticos predominantes a nivel nacional, a saber, AD y COPEI,
y en ocasiones, el MAS. Este sistema minimizaba la competencia política
entre elites y aún más la posibilidad de participación popular. Ante el final
del boom petrolero y frente a la devaluación de 1983, comenzó a aumentar
el faccionalismo dentro de los partidos políticos. La creciente división inter-
na llevó a un debilitamiento estructural del sistema establecido. Al mismo
tiempo aumentó la demanda de participación por parte de los sectores po-
pulares, antes reducida a pequeños grupos y organizaciones como “Quere-
mos elegir”, “Escuela de Vecinos”, “Fiscales Electorales”, así como a entida-
des académicas y empresariales ligadas a la élite económica, entre otros, “Grupo

448
POSTData 19, Nº 2, Populismo democrático y movilización política...

Santa Lucía” o el “Instituto de Estudios Superiores de Administración”. Sec-


tores sociales cada vez más numerosos comenzaron a exigir la limitación del
papel preponderante de los partidos políticos y la apertura del espacio polí-
tico a nuevas propuestas (Álvarez 2004: 151).
El “sistema populista de conciliación de élites” fundado por las élites
venezolanas para pacificar al país, fue destruido por un levantamiento popular
espontáneo, el Caracazo de 1989. Una movilización popular bottom up, gestada
durante más de una década, llevó a una fuerte y violenta reacción del pueblo
en contra del statu quo, la partidocracia y la dependencia de la renta petrolera
ya en crisis. Durante la década siguiente, nuevos actores políticos intentarán
canalizar las demandas del pueblo y refundar un sistema político estable.
Irónicamente, las causas de la estabilidad democrática venezolana elo-
giada por los Estados Unidos por cumplir con las condiciones formales de las
democracias liberales representativas y por ser capaz de minimizar el conflic-
to social gracias a su economía rentista, fueron precisamente las mismas que
explican la crisis política y la inestabilidad durante la década de 1990. La
inflexibilidad del sistema político partidario por demás institucionalizado
—overinstitutionalized (Ellner y Hellinger 2004: 12)— bloqueó la incorpora-
ción de nuevos actores con capacidad de renovación y de toma de decisiones.
Un Estado letárgico había bloqueado reformas económicas y políticas urgentes
durante tres décadas. Hacia 1980, la contracción económica y, especialmente,
la posterior devaluación de 1983 acrecentaron las tensiones sociales y la cre-
ciente conciencia por parte de las elites de la necesidad de cambio, siendo
insuficientes los pobres intentos de reforma institucional. La legitimidad del
sistema político fue cuestionada cada vez más fuerte y abiertamente, como
demuestran los golpes de Estado fallidos del año 1992. Recién al final de la
década de 1990 el liderazgo fuerte y carismático de Hugo Chávez logrará
cohesionar a los sectores populares y alinearlos en su movimiento bolivariano.
La movilización pierde, entonces, iniciativa propia e independencia y se trans-
forma en lo que denominamos una movilización vertical o top down.

VIII. Crisis y ruptura. El chavismo


y los inicios de un cambio de paradigma

La década de 1980 irrumpió en Venezuela trayendo consigo un cre-


ciente endeudamiento acompañado por la pérdida de credibilidad de la

449
Cristina Andrea Sereni

retórica populista y una crisis ideológica de los partidos por falta de proyec-
tos políticos viables a futuro. El mecanismo de reparto de rentas petroleras
establecido había introducido, además del clientelismo, mecanismos de co-
rrupción de amplio alcance. Como consecuencia, al mismo tiempo en que el
sistema de redistribución de rentas petroleras creaba la imagen de un Estado
todopoderoso, patriarcal y protector, la participación de la población en la
política nacional era prácticamente nula, pasiva, reducida a la participación
electoral esporádica teñida de sospechas de irregularidad.
Como reacción ante la crisis económica y el fuerte endeudamiento del
Estado, hacia finales de la década el recientemente electo presidente Carlos An-
drés Pérez implementó una serie de reformas estructurales bajo supervisión del
Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Este paquete de medidas
económicas incluyó la eliminación del control de precios, liberación del tipo de
cambio, la apertura de la economía de mercado y con ello la exposición de la
precaria industria nacional a la competencia internacional. Los precios se dispa-
raron, mientras que los salarios se estancaron (Carrasquero Aumaitre 2002: 18).
El pueblo venezolano reaccionó a las reformas con el “Caracazo” en 1989. La
crisis afectó primeramente al sector informal, y los grupos sociales más bajos,
antes sostenidos por la repartición de la renta, fueron expulsados por el siste-
ma, intensificándose aún más las tasas de pobreza, indigencia y exclusión so-
cial. Los mecanismos integradores con base clientelista perdieron efectividad,
dejando traslucir la falta de cohesión social (Boeckh y Graf 2005: 93).
El costo social del cambio rotundo en un patrón de conducta enquis-
tado fue inmenso y llevó a la destitución de Carlos Andrés Pérez. Los nuevos
comicios registraron la tasa más alta de abstención electoral de la historia
posterior a 1958. El nuevo presidente electo, Rafael Caldera, miembro fun-
dador del COPEI posteriormente alejado de éste, estaba sostenido por el
partido político Convergencia, de reciente creación. Sus intentos de mante-
ner políticas distributivas al estilo populista fracasaron y tuvieron un impac-
to económico negativo.
Los intentos de golpe de Estado fallidos en el año 1992 fueron señal del
paso de la crisis socioeconómica a un plano político. El ejército, cada vez más
politizado, se presentaba como alternativa real al gobierno desprestigiado. La
popularidad del entonces coronel Hugo Chávez llegó a un 72 por ciento
(Carrasquero Aumaitre 2002: 19) luego de su intento golpista del 4 de febre-
ro. Es entonces cuando se sentaron las bases de su liderazgo posterior. Desde el
primer momento, su aparición pública fue en calidad de héroe.

450
POSTData 19, Nº 2, Populismo democrático y movilización política...

Las elecciones de 1994 dejaron al descubierto el deterioro de la anti-


gua élite gobernante. Se instalaron en la sociedad la anomia, protestas socia-
les y acciones fuera del circuito institucional. Las protestas sociales habían
sido reprimidas bajo el antiguo orden, pero en la lógica del nuevo populismo
instalado debían ser escuchadas, dejando traslucir nuevos elementos de con-
tacto directo, no institucionalizado, del gobernante con el pueblo. El pue-
blo comenzó a cobrar protagonismo en tanto actor democrático. Durante
los primeros años de la década de 1990 habían surgido fuerzas políticas
nuevas, distintas a los partidos políticos tradicionales, siguiendo un esquema
movimientista (López Maya 1999). Entre ellas se encontraban agrupacio-
nes autodenominadas anti-partido, como “Causa Radical”. Además, se for-
maron organizaciones paramilitares estables: el “Movimiento Bolivariano
Revolucionario 200”, fundado ya en 1983 y nombrado en conmemoración
de los 200 años del nacimiento de Simón Bolívar, adquirió calidad de agrupa-
ción cívico-militar organizada funcionalmente. Un tercer fenómeno novedoso
fueron los efímeros “partidos unipersonales”, formados fuera de las institucio-
nes partidarias tradicionales con fines netamente electorales. Ejemplos de ello
son los candidatos presidenciales Rafael Caldera en 1993, Irene Sáez Conde en
1998 y Henrique Salas Römer en el mismo año (Werz 2005: 47).
Finalmente, la salida a la crisis tuvo lugar de la mano de un discurso
“anti-establishment”. En 1998 se produjo una cesura en la historia política
venezolana, cuando asumió la presidencia una figura carismática novedosa,
el “outsider” político Hugo Chávez. Bajo el lema unificador inherente al
populismo (Conaghan 1996: 32), Chávez supo proporcionarle un marco
legitimador a su movimiento a través del bolivarianismo, conjunto de valo-
res destinado a la creación de una nueva identidad popular. A través de la
reducción de problemáticas complejas a consignas simples y utilizando ele-
mentos emotivos y mitológicos logra enmarcar normativa e históricamente a
la “Revolución Bolivariana”, remontándose a la figura del libertador Simón
Bolívar.
Contrarios a la cosmovisión conservadora y eurocéntrica sostenida por
el puntofijismo, los valores del bolivarianismo se dividen en tres “raíces”, de
las cuales la más importante la encarna Simón Bolívar. El tutor y mentor de
Bolívar, Simón Rodríguez, representa la segunda raíz, y la tercera raíz, final-
mente, la encarna el líder campesino revolucionario Ezequiel Zamora.
La identificación de Chávez con el gran libertador simboliza, desde la
cosmovisión chavista, la identificación con la idea de una democracia basada

451
Cristina Andrea Sereni

en la soberanía del pueblo, la única soberanía legítima. Siguiendo un siste-


ma dicotómico, la oligarquía queda afuera de la alianza entre peones rurales,
pequeños granjeros, trabajadores urbanos y clases medias, ocupando el lugar
del enemigo del pueblo y cumpliendo una función estabilizadora para dicha
alianza popular, sumamente heterogénea en su interior.
Siguiendo a Rousseau, el líder populista desconfía de la representa-
ción no inmediata, por considerar que corrompe la voluntad general. No se
considera representante, sino vocero del pueblo (Arditi 2005: 82). El orden
social está basado en un convenio entre los miembros de una sociedad, cuya
finalidad es conciliar la multitud de voluntades individuales para constituir
una voluntad única, la voluntad del pueblo. De esta manera, la voluntad
popular se convierte en soberana. Esta soberanía, indelegable, insustituible e
ilimitada, es uno de los pilares en los que se apoya el chavismo para justificar
la sustitución de la democracia liberal-representativa por una “auténtica de-
mocracia representativa, participativa y protagónica” (Chávez 1999).
Chávez apela directamente a Rousseau en un discurso del 2 de agosto
del año 2000:

…pero luego, el 6 de diciembre de 1998, ocurrió la llamada por


nosotros, tomando el término de Rousseau, la fase contractual o con-
trato social. Yo te propongo un camino, tú lo aceptas o no. Lo acepta-
mos, sellamos un contrato (Chávez 2000).

Dicho contrato, la nueva Constitución Bolivariana del año 1999, se


convirtió en una suerte de libro sagrado para el régimen, citado textualmen-
te tanto en discursos del presidente Hugo Chávez como en debates y discu-
siones cotidianas.
Durante los dos primeros años de su mandato, Hugo Chávez perma-
neció en campaña electoral. Su programa de gobierno no contemplaba en
sus comienzos ninguna línea económica clara, y su gestión se vio enmarcada
en políticas populistas aisladas. En su primer momento, calificamos al régi-
men de Hugo Chávez como un populismo estratégico destinado a la conser-
vación y legitimización del poder. En efecto, dado que no hubo un quiebre
real ni formal con el sistema democrático ni con el capitalista vigentes en un
primer momento, sino que principalmente fue su retórica agresiva,
demagógico-simbólica y poco concreta la que provocó un creciente rechazo
por parte de vastos sectores de la población hacia el viejo orden, no podemos

452
POSTData 19, Nº 2, Populismo democrático y movilización política...

calificar a esta etapa inicial como revolucionaria, sino como un populismo


político-estratégico.
En los años posteriores a 1998, Chávez optó por crear una élite pro-
pia, adicta a su persona, institucionalizando nuevamente al país a medida
que dejaba de lado las instituciones políticas heredadas, ya casi sin sustento
efectivo, y creaba nuevas. El nuevo líder supo capitalizar los elementos del
antiguo sistema en su favor y exponer públicamente sus debilidades, las
redes de corrupción intrínsecas a éste y reconstruir un nuevo sistema a su
medida y necesidad. Desde temprano recurre a la polarización sistemática
de la sociedad, deslegitimando las posiciones políticas adversas al ideal
bolivariano en construcción, siguiendo una lógica de amigo-enemigo en un
sentido schmittiano.
La inclusión efectiva de sectores marginales de la sociedad en el siste-
ma político y social mediante nuevas formas de participación y redistribución
de recursos es parte del elemento innovador chavista, ya que estas políticas
fueron acompañadas por un nuevo sentimiento de pertenencia plasmado en
la construcción de una identidad propia ligada al simbolismo de personajes
históricos y movilizados por el carisma del líder. Disentimos aquí, sin em-
bargo, con el postulado de Laclau, quien manifiesta que:

cuando las masas populares que habían sido excluidas se incorporan a la


arena política, aparecen formas de liderazgo que no son ortodoxas desde el
punto de vista liberal democrático, como el populismo. Pero el populismo,
lejos de ser un obstáculo, garantiza la democracia, evitando que esta se
convierta en mera administración (Arenes 2005: 1),

debido a que el populismo como estrategia política no promueve el


desarrollo de una masa popular movilizada de manera independiente, sino
que su ideal comunicativo parte de la iniciativa del líder, quien se comunica
en intervalos regulares, cotidianos, con el ciudadano. El pueblo como sujeto
colectivo no es integrado al proceso de toma de decisiones, sino que es, de
hecho, alejado del mismo. A través de la redistribución de ingresos estatales,
subsidios y subvenciones, planes sociales y la construcción de fuertes redes
clientelares se otorga al ciudadano la sensación de ser parte de un todo, gene-
rando de este modo la sensación de obligación de retribución al régimen.
La movilización top down característica del chavismo aplaca la partici-
pación política independiente y la capacidad de debate entre sectores oposi-

453
Cristina Andrea Sereni

tores, lo cual redunda en que “las masas políticas vírgenes que nunca habían
participado en el sistema político excepto a través de formas de extorsión de
carácter clientelístico” (Arenes 2005: 1) se encuentren inmersas, precisa-
mente, en un sistema clientelar dirigido por un Estado que controla vertical-
mente la incorporación de las masas, creando, según O’Donnell “una ciudada-
nía socialmente fragmentada y políticamente alienada” (O’Donnell 2010: 3).
Poniendo como ejemplo al régimen de Hugo Chávez, O’Donnell
nombra el afán de control desmedido, las nociones de gestas nacionales y la
polarización de la escena política como factores de riesgo de deslizamiento
autoritario (O’Donnell 2011: 204). Podemos agregar la lógica excluyente
del “otro”, propia del discurso bolivariano. Éste distingue entre “pueblo” y
“oligarquía”, colocando a ésta última fuera del concepto “pueblo”. En otras
palabras, el pueblo en sí abarca en el discurso chavista únicamente a los
humildes y desclasados, identificados a lo largo de la historia con los valores
bolivarianos. Ellos son los que encarnan la Venezuela “auténtica”, y la virtud
reside en ellos (Wiles, citado en Arditi 2005: 74). La complejidad de la
sociedad moderna, empero, no se ve reflejada en semejante esquema
dicotómico excluyente.

IX. Consideraciones finales y perspectivas

Durante la década previa a la asunción de Hugo Chávez a la presiden-


cia se pudo observar en Venezuela un cambio radical en su estructura admi-
nistrativa e institucional. La creación de nuevas instituciones formales fue
acompañada por la aparición de instituciones informales mencionadas an-
tes, que modificaron profundamente las relaciones de poder entre el Estado
y la sociedad. El fracasado modelo de la democracia pactada había traído
consigo un gran descontento con la pobre eficiencia y la corrupción del
sistema político imperante, deteriorando la confianza en las instituciones,
especialmente en los partidos políticos tradicionales (Nolte 2005: 97). En
sus inicios, el régimen de Hugo Chávez se concentró en transformar el siste-
ma político existente mediante la penetración personalista del aparato guber-
namental, en el marco de un proceso de concentración de poder en la persona
del Presidente y en base a la institucionalización informal del Estado.
Por lo tanto, podemos observar que el movimiento Chavista en sus
años iniciales quiebra con la etapa neopopulista por estar ligado a un modelo

454
POSTData 19, Nº 2, Populismo democrático y movilización política...

económico sui generis, opuesto a las reformas neoliberales precedentes. Por


otra parte, cumple en su etapa inicial con las características fundamentales
de un sistema democrático, a saber: elecciones periódicas, libres y secretas,
así como libertad de prensa (restringida en los años siguientes progresiva-
mente) y respeto a los Derechos Humanos, a la vez que presenta elementos
propios de la democracia delegativa postulada por Guillermo O’Donnell.
Este autor plantea que este tipo de democracia “…consists in constituting,
through clean elections, a majority that empowers someone to become, for
a given number of years, the embodiment and interpreter of the high interests
of the nation” (O’Donnell 1994: 60).
O’Donnell agrega posteriormente que, aunque no todas las crisis pro-
ducen democracias de este tipo, las democracias delegativas suelen ser pro-
ducto de crisis no solamente socioeconómicas, sino políticas, como en el caso
venezolano. Sus líderes surgen de la crisis y continúan alimentando su po-
tencialidad para instalar a su persona como elemento imprescindible de es-
tabilidad (O’Donnell 2010). En el caso venezolano se observa el elemento
militarista continuamente presente como símbolo del “estado de emergen-
cia permanente”, estratégicamente impulsado a perdurar con el fin de impo-
ner decisiones de corto plazo. De este modo, la estructura político-partidaria
es menospreciada y asociada a una élite burguesa corrupta y elitista, ubicán-
dose el poder ejecutivo por sobre cualquier instancia mediadora y poniendo
trabas al desarrollo institucional. El presidente se ve con derecho a gobernar
sin control horizontal, encarnando en su persona la voluntad popular. Am-
plios sectores de la sociedad que habían sido excluidos de la participación
política durante el puntofijismo se vieron de hecho incluidos en el sistema
bolivariano (Magallanes 2005: 81) bajo la consigna de igualdad y equidad
del pueblo (y solamente del “pueblo”) ante el Estado. Las antiguas redes
clientelares fueron sustituidas por un nuevo clientelismo, base de un
populismo estratégico para la legitimación de poder, acompañado de ele-
mentos delegativos que alejan a Venezuela de ser un Estado de Derecho.
Retomando la tipología de Weyland, afirmamos que el chavismo en
su primera etapa, comprendida por la primera presidencia de Hugo Chávez,
fue un sistema populista, basado en la movilización desde arriba o top down
de las masas populares por el líder carismático con el propósito de establecer
una relación directa con el pueblo. El statu quo bipartidista, empero, domi-
nado por los partidos políticos tradicionales y las élites vinculadas a la
redistribución de la renta petrolera, no es reemplazado por partidos políticos

455
Cristina Andrea Sereni

personalistas, como lo presupone el tipo ideal, sino por un único movimien-


to sostenido por la mística del discurso bolivariano, excluyendo mediante
un discurso agresivo y polarizador del espectro político a partidos opositores
como alternativa viable. Instrumentalizando la profunda crisis política y so-
cial en la que había caído Venezuela en la década de 1990, Chávez llevó
adelante una estrategia de legitimación para garantizar su permanencia en el
poder, posicionándose discursiva y simbólicamente como el único capaz de
interpretar y llevar a la práctica la auténtica voluntad popular.
El populismo chavista es un populismo político estratégico en tres
sentidos: por ser un proyecto de carácter netamente político, sin una estrate-
gia económica concreta ni implementable; por oponerse al esquema neoliberal
anterior, propio del neopopulismo; y finalmente, por impedir el desarrollo
de instituciones políticas que garanticen una movilización popular autóno-
ma bottom up y de controles horizontales parlamentarios, elemento funda-
mental de una democracia republicana.

Perspectivas futuras: el rumbo del régimen chavista


posterior al período analizado

Desde 2006 Venezuela se mueve hacia un socialismo radicalizado,


con una cultura personalista exacerbada por elementos autoritarios. La in-
tención de Chávez a partir de su segunda presidencia fue trabajar hacia un
Estado Comunal con base en el colectivo popular, sustituyendo definitiva-
mente a las instituciones de la democracia representativa como alternancia
en el poder, pluralismo político y sufragio secreto por decisiones tomadas en
asambleas públicas. El Estado se convertiría en un Estado en emergencia
permanente, con comandos militares a cargo de la solución de problemas
cotidianos. La dicotomía entre Estado y sociedad sería totalmente borrada
mediante la lógica militarista inherente al nuevo modelo comunal, propi-
ciando la intolerancia del disenso y la persecución de opositores políticos.
La historiadora Margarita López Maya plantea al socialismo del siglo
XXI como una desviación de la democracia participativa hacia un tipo de
gobierno autoritario y como un proyecto personal del Presidente. Cuando
Chávez lanzó esta idea en 2005 lo presentó como un socialismo distinto del
modelo soviético o cubano, como un socialismo a construir. Al dejar vacante
la definición precisa del socialismo que pretendía, dio lugar a contradiccio-

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POSTData 19, Nº 2, Populismo democrático y movilización política...

nes, y al uso del término como un significante vacío, del cual nadie sabe
exactamente qué significa, pero no deja de depositar sus aspiraciones en él
(Rivera 2011). El elemento autoritario caracterizado por un liderazgo fuer-
temente verticalista, la restricción de libertades individuales y una moviliza-
ción top down se intensifica a partir de la segunda presidencia de Hugo
Chávez, aunque el carácter top down de la movilización social es notoria ya
desde sus inicios.
Después del fallecimiento de Hugo Chávez en marzo de 2013, Nico-
lás Maduro, presidente débil y líder sin carisma, enfrenta una coyuntura
económica ya no tan próspera, lo que permite la paulatina relajación de la
polarización social y política y la emergencia de voces y fuerzas opositoras
con creciente capacidad de organización. Desde el año 2010, la Mesa de
Unidad Democrática ha ofrecido un contraste al discurso chavista, introdu-
ciendo una cultura de discusión, negociación y consenso entre más de 30
partidos a pesar de la falta de recursos para su financiación, que son monopo-
lizados por el Estado. La alternativa de la oposición, como plantea Margarita
López Maya (Rivera 2011) es fomentar la construcción de una fuerza política
autónoma, desde abajo, mediante pequeñas victorias a nivel local o regional.

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Resumen
El artículo pretende elaborar una defini- entre el neopopulismo, vinculado a una
ción del concepto “populismo” acorde al política económica determinada, y el con-
contexto latinoamericano y a las caracterís- cepto de democracia delegativa, orientado
ticas específicas de las democracias regio- al análisis de la calidad institucional. A con-
nales, partiendo de diversas definiciones tinuación de una retrospectiva histórica, la
clásicas y actuales. La autora alude al surgi- autora se dedica a analizar el caso específico
miento de fenómenos llamados de Venezuela y el carácter del primer pe-
neopopulistas en las últimas dos décadas ríodo del régimen populista liderado por
del siglo XX. Establece una comparación Hugo Chávez.

Palabras clave

populismo - neopopulismo - democracia delegativa - movilización - Venezuela

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Cristina Andrea Sereni

Abstract

The article aims to develop a definition of comparison between neo-populism, which


“populism” according to the Latin is a concept linked to a particular economic
American context and the specific policy, and the concept of delegative
characteristics of regional democracies, democracy, which is orientated to the analysis
based on various classic and current of institutional quality. After elaborating an
definitions. The author refers to the historical retrospective, the author discusses
emergence of so-called neo-populist the specific case of Venezuela and the
phenomena during the last two decades character of the first period of the populist
of the twentieth century. She establishes a regime led by Hugo Chavez.

Key Words

populism - neopopulism - delegative democracy - mobilization - Venezuela

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