Populismo Moda o Proyecto

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 5

María Victoria Crespo

también en una misma expresión histórica puede ser interpretado en un nivel


ideológico como política de izquierda o de derecha, a nivel de régimen como
el vehículo de una “democratización fundamental” (Vilas, 1995) o como forma
autoritaria que exalta al presidencialismo. Involucra también a nivel de régimen
político, una expansión de la ciudadanía y la participación, pero al mismo tiempo
liderazgos personalistas que inclusive se yuxtaponen con la dictadura; o como un
fenómeno de movilización autónomo de las clases populares “desde abajo” y al
mismo tiempo una red de lealtades clientelares organizadas “desde arriba” por el
Estado. Según Vilas (1995)

La frontera entre lo democrático y lo autoritario en el populismo no es


clara ni rígida. Podría decirse que, casi por definición, el populismo articula
ingredientes democráticos y autoritarios: ampliación de la ciudadanía, recurso
a procedimientos electorales, pluripartidismo, extensión de la participación
social y política, junto con: control vertical de las organizaciones sociales,
reducción del espacio institucional para la oposición, promoción de un
sistema político ampliado y al mismo tiempo excluyente (Vilas, 1995: 98).
Debido a este carácter polémico, complejo y antitético del populismo, los analistas
y teóricos políticos como estrategia académica y política han eludido el término
para referirse a estos procesos históricos en América Latina, proponiendo una re-
significación y por ende una re-interpretación del populismo a través de nuevos
u otros conceptos. El esfuerzo más significativo en contexto latinoamericano es el
concepto de lo “nacional-popular” propuesto hace ya varias décadas por Germani
(1962), como uno de los posibles regímenes políticos resultantes de los acelerados
procesos de modernización latinoamericanos. Según Germani (1962), durante el
proceso de modernización, vastos sectores de la población pierden sus vínculos
con la “sociedad tradicional”, y los movimientos nacional-populares surgen cuando
los grados de movilización rebasan la capacidad de los mecanismos de integración
existentes. En el ámbito político, los partidos existentes no ofrecen una representación
de los nuevos sectores populares lo cual da origen a movimientos políticos nuevos.
En estas condiciones se produce el desarrollo de movimientos nacional-populares
“que combinan ingredientes de autoritarismo político, nacionalismo, estatismo
y democratización fundamental” (Vilas, 1995:102). Germani (1962) señala que
la participación y la experiencia de libertad de “las masas” o sectores populares
van más allá de los mecanismos de la democracia representativa. Se trata de una
libertad y un poder de decisión concreto en diversos terrenos de la vida cotidiana.
Una democratización en el terreno de la sociabilidad y de la cultura política, en
un sentido igualitario, inédito en América Latina. Esta experiencia de igualdad y
democratización social y del espacio público es una de las re-significaciones más
importantes del giro conceptual que va del populismo a lo nacional-popular en
la década de 1960, como en su momento ilustró desde la historia social del siglo
XX el trabajo de Daniel James (1988: 7-30) sobre el peronismo argentino.

Vol. 55, N°1 (2017) 21


¿Adiós al populismo?: Notas sobre sus ciclos, crisis y persistencia en América Latina

Otra operación analítica ha sido el “rescatar” al concepto de su significación


peyorativa, pero reteniéndolo como significante. Este es el camino elegido por
Ernesto Laclau, pero también de manera pionera por Worsley (1969), quien
busca reinterpretar el degradado concepto de populismo sustrayéndolo de una
significación ideológica en un espectro de izquierda/derecha. De esta forma,
Worsley enfatiza los aspectos formales del populismo (un elemento que después
va a rescatar Laclau en La razón populista del 2005). Worsley (1969) señala que el
populismo involucra dos características fundamentales: la primera, la noción de la
supremacía de lo popular, y, la segunda, el hecho de que el populismo experimenta
con formas de contacto directo entre el pueblo y el liderazgo, lo cual puede
expresarse en una gran variedad de culturas y formas políticas. Para Worsley (1969:
212-250) el “síndrome populista” es mucho más amplio que sus manifestaciones
particulares en una unidad política o de clase. Así el populismo es un “énfasis”,
una “dimensión de la cultura política” y no un sistema ideológico o tipo de
organización. De esta forma, con esta redefinición Worsley busca simultáneamente
superar el carácter peyorativo del concepto de populismo, las manifestaciones
ideológicas contradictorias del populismo y las diferencias entre los populismos
europeos, estadounidenses y latinoamericanos.

En dos de sus obras ha sido Laclau quien más enérgicamente ha intentado revertir
la carga negativa del concepto de populismo para constituirlo como un fenómeno
de democracia radical respecto a un modelo liberal dominante. El primer paso
en esta dirección Laclau (1978) deslinda al populismo de cualquier referente de
clase o vinculación socioeconómica para constituirse al mismo como un discurso
cuya característica fundamental es la interpelación popular-democrática como un
conjunto sintético y antagónico a la ideología dominante. De esta forma, Laclau
se concentra en las características discursivas del populismo escindidas de su
manifestación ideológica o de cualquier componente estructural de clase. Este
texto indica el camino hacia su libro La razón populista, publicado en el 2005, es
decir en pleno apogeo del régimen de Hugo Chávez, el ascenso del Movimiento
al Socialismo (MAS) y Evo Morales en Bolivia, los primeros años del kirchnerismo
en Argentina, y poco después, también en el 2006, la elección de Rafael Correa
en Ecuador. Como lo indica explícitamente Laclau (2005b: 10, 15, 31-35), su
objetivo es transformar el significado peyorativo del populismo al demostrar los
prejuicios que guían al analista político. Una intencionalidad ya indicada en el
título del libro en el que vincula el populismo con la razón, rompiendo con la
idea de que el populismo es un fenómeno irracional, emocional y carismático de
identificación del pueblo con un líder.

En este libro Laclau se concentra en los aspectos formales del populismo y lo articula
como un “significante vacío” (en términos de contenidos o significado político-
ideológicos) cuya característica fundamental y formal es la interpelación del pueblo.
El segundo aspecto destacado por Laclau (2005a:110) es la “frontera antagónica”
estructurada en “dos campos incompatibles”. Así, Laclau busca comprender la lógica

22 Política / Revista de Ciencia Política


María Victoria Crespo

y racionalidad del populismo para “resolver” sus inconsistencias ideológicas, pero


también para elevarlo como una forma política democrática como articulador de las
demandas de pueblo. De esta forma, el texto de Laclau se ha constituido como el
referente y la principal justificación teórica-política del populismo contemporáneo
en la región. Laclau en La razón populista expone una alternativa de democracia radical en
América Latina plantada frente a modelos dominantes o convencionales de carácter
más republicanos o liberales. De hecho, el debate académico en torno a los estudios
de la democracia en la región osciló en la década pasada entre la escuela vinculada
al tema de la consolidación y perfeccionamiento de la democracia, inaugurada entre
otros por Guillermo O´Donnell, y quienes proponen otros modelos más “radicales”
de la democracia, tendencia en la que destaca Laclau.

En este contexto una referencia fundamental, aunque poco conocida en los círculos
académicos latinoamericanos es el artículo de Arato (2013), “Political Theology
and Populism,” publicado en Social Research. Este artículo es central como respuesta
teórica y crítica a La razón populista de Ernesto Laclau y a su vez para comprender
muchas de las contradicciones que encierra el populismo e interpretar su crisis y
descenso actualmente en América Latina. El sociólogo político Andrew Arato –quien
de hecho debatió en varias ocasiones con Laclau personalmente en la New School
for Social Research, en Nueva York—plantea que Laclau introduce una estructura
teológica al concepto de populismo. Arato sugiere que Laclau está “secretamente”
influenciado por la concepción política de Schmitt. La frontera de antagonismo
que Laclau introduce como una característica formal del populismo, según Arato,
no es otra cosa que la concepción de la política como amigo/enemigo de Schmitt,
con todos los problemas que conlleva. Pero la crítica fundamental de Arato apunta
a que el pueblo en el texto de Laclau es apartado de su significación empírica
sociológica concreta. Siguiendo a la doctrina de los dos cuerpos del rey y del pueblo
a través de Claude Lefort (1988) —quien a su vez se basa en el formidable libro
The King´s Two Bodies de Kantorowicz (1997)— Arato (2013) observa que Laclau
identifica el pueblo con su significación simbólica, de unidad y totalidad. Es decir,
el pueblo no es un sujeto sociológico plural y diverso, sino un sujeto político y
simbólico, y como tal un pueblo absoluto, puro, verdadero, y homogéneo. De esta
manera, Laclau re-introduce el problema de lo teológico- político señalado por
Lefort. El populismo se fundamenta en una concepción absolutista de la soberanía
popular y por ende en una justificación de las manifestaciones autoritarias en las
que un movimiento, una asamblea o un líder puedan incurrir en el nombre de
ese pueblo. Por lo tanto, el “significante vacío” de Laclau no tiene absolutamente
nada que ver con el “espacio vacío” de la soberanía propuesto por Lefort y sus
discípulos, entre ellos Pierre Rosanvallon. El vacío del poder político, para Laclau
debe ser llenado precisamente por el pueblo y el programa teológico-populista.
El vacío es solo ideológico, un significante, una forma, el cual ayuda a Laclau a
justificar la inconsistencia y contradicciones ideológicas del populismo. Se produce
una “mitologización” del pueblo, sumada a la del líder con la que se identifica a ese

Vol. 55, N°1 (2017) 23


¿Adiós al populismo?: Notas sobre sus ciclos, crisis y persistencia en América Latina

pueblo, y, en este contexto, en palabras de Emilio de Ipola y Juan Carlos Portantiero


(1994), “un populismo laico triunfante es impensable”.

3. ¿Adiós al populismo? Del ciclo a la crisis.


Una de las cuestiones fundamentales que han abordado los teóricos y estudiosos
del populismo gira en torno a explicar su origen.Ya he mencionado que Germani
(1962) históricamente asoció el surgimiento de los populismos a diversas formas
de modernización acelerada en América Latina y la incapacidad de las estructuras
y organizaciones políticas para canalizar las nuevas condiciones sociales. Por lo
tanto, en su expresión “clásica” del siglo XX, el populismo latinoamericano se
caracterizó por ser una coalición política que ganó las elecciones siguiendo una
lógica multi-clasista. A su vez oriento su política económica a la profundización del
modelo de industrialización por sustitución de importaciones que había iniciado
en 1930. Por su parte, Di Tella (1964, 1965, 1968) también vinculó las formas
populistas con la modernización y la aparición de una nueva élite anti-status quo,
una “masa movilizada” y a una emergente efervescencia colectiva, vinculada a una
revolución de expectativas impulsada por la modernización. Estas explicaciones,
asociadas a la teoría de la modernización, tienden a concebir el populismo como
una forma transicional, como una “etapa” en el desarrollo modernizador.

Sin embargo, fue Weffort (1973) quien dio en la clave de la explicación del
populismo al interpretarlo como la expresión de un período de crisis: de la
oligarquía, del liberalismo y de la democratización restringida en América
Latina, en regiones alcanzadas por la industrialización y la urbanización. Esta
línea explicativa es continuada por Vilas (1995), quien plantea una “crisis de
hegemonía”: “el populismo puede ser visto como un movimiento de masas que
aparece en el centro de las rupturas estructurales que acompañan a la crisis del
sistema capitalista mundial y las crisis de las oligarquías latinoamericanas” (Vilas,
1995: 42). Pero, junto con la crisis socioeconómica, también cabe subrayar que se
trata de una crisis política en tanto se produce también a partir de una crisis de la
legitimación y la representación política. Esta lectura la ofrece más recientemente
Jean Prud’homme (2001), cuando se pregunta por las condiciones que “hacen que
los artificios del populismo encuentren un terreno fértil en sectores mayoritarios
del electorado” (Prud’homme, 2001:56). En su interpretación, las expresiones de
tipo populista “Tienden a estar bien ancladas en la historia de la representación
política de las sociedades en las cuales se manifiestan” (Prud’homme, 2001).

A su vez Prud’homme (2001) se refiere a dos condiciones sociales. Por un lado,


está la relación entre prácticas sociales y formas de expresión de la ciudadanía.
Continúa su análisis refiriéndose a prácticas sociales y la adscripción de las personas
a ciertas redes sociales tejidas por “obligaciones de reciprocidad de parentesco,
del clientelismo o de la solidaridad corporativista”. Prud’homme (2001) observa
que cómo estas prácticas sociales “totalmente aceptadas” se expresan también en

24 Política / Revista de Ciencia Política


María Victoria Crespo

la forma de hacer política, de entender la ciudadanía, y por ende son recursos


que utiliza la política populista. Más aún, siguiendo a O´Donnell, Prud’homme
observa cómo las prácticas aparentemente informales del clientelismo, la lealtad
y el particularismo, en realidad son resultado de una “profunda sedimentación
histórica” y “suelen ostentar un alto grado de institucionalización” y estar muy
presentes en las relaciones políticas. La persistencia del populismo en la región
puede en parte, aunque no completamente, ser explicada por estas relaciones
sociopolíticas. La segunda condición a la que se refiere Prud’homme es de
corte político-institucional, específicamente, el presidencialismo, que muestra una
tendencia histórica a la concentración de poder en el Ejecutivo, en detrimento
del Poder Legislativo y el Judicial. La debilidad de la horizontal accountability o en
términos clásicos de los pesos y contrapesos en el presidencialismo por razones ya
sean constitucionales o meta-constitucionales, tiende a favorecer el surgimiento de
liderazgos populistas. Un presidente que sólo responde a su electorado “alienta el
uso de un estilo político de corte populista” (Prud’homme, 2001:60).

Sobre la base de la discusión anterior, tenemos algunos elementos para comprender


los ciclos del populismo y preguntarnos acerca de su persistencia en América Latina.
La primer lección que nos deja este segundo ciclo del populismo, es que como en
el primero, el populismo surge como una respuesta alternativa a un momento de
crisis: crisis de las formas de representación política y partidos políticos históricos o
“tradicionales” que no dan respuesta a los problemas, demandas y expectativas del
electorado, y crisis de un “modelo de desarrollo”, el modelo agro-exportador en el
primer ciclo y el modelo neoliberal globalizador, en el segundo (aquí también hay
claves para interpretar el surgimiento actual de populismos en Europa y Estados
Unidos). Inicialmente, el populismo se presenta con un gran impulso democratizador:
en el primer ciclo se incluyeron a los campesinos (principalmente en México) y la
clase trabajadora sindicalizada, y en el segundo, a los indígenas y campesinos en zonas
rurales, y a los marginados y desocupados en zonas urbanas, así como a amplias capas
medias de profesionales y universitarios “decepcionados” con el neoliberalismo. Es
posible identificar una etapa inicial democratizadora y de inclusión a través del
reconocimiento de derechos, de reformas jurídicas y constitucionales, de nuevas
formas de expresión, organización y participación política, de sociabilidad más
igualitaria, y de redefinición de los espacios públicos. Pero hemos visto también
que además de manifestarse históricamente en forma cíclica vinculado a crisis
estructurales y políticas, el populismo presenta su propio ciclo. Por lo general a
partir del segundo período presidencial, o un promedio de seis años en el poder,
comienzan a acentuarse los rasgos personalistas, plebiscitarios y autoritarios del
populismo, así como los apegos y lealtades irreflexivas al líder, acentuados por la
sedimentación de las redes de clientelismo y corrupción. Finalmente, se produce un
“relajamiento constitucional”, como diría el historiador mexicano Cosío Villegas
(2009), es decir, se desdibuja la línea entre democracia constitucional y prácticas
autoritarias o inclusive dictatoriales, evidenciadas en la concentración de poder
en el ejecutivo. A ello se suma el desgaste económico y político de los regímenes

Vol. 55, N°1 (2017) 25

También podría gustarte