Oblivion

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Oblivion

Ensayo, a modo de cuento y reflexión,


sobre el olvido, la nostalgia y el miedo.
Eduardo Navarro
3 de feb. de 21
Primera Parte: Cuento.
-¿Qué le pasó? ¿Por qué a mí?- Se preguntaba a sí mismo. Acaba de recibir la peor noticia de su
vida. Un amigo lo llamó para contarle lo que le había pasado, estaba atónito. Temblaba. Estaba
indeciso. En su cabeza deliberaba que hacer. La llamada estaba finalizada. Los segundos se
sucedía irremediablemente. Atinó a manotear una silla que estaba cerca. Se quedó cabizbajo.
Levantó la mirada, buscando algo y nada a la vez. A lo mejor, auscultaba con los ojos la
habitación, tratando de encontrar la salida para ese drama. Quien había llamado, seguramente lo
hizo buscando socorro o adelantarse al juicio mediático, garantizando su inocencia.
-Pero, ¿qué puedo hacer por él?-, se preguntaba. -¿Qué macana se habrá mandado? ¿Algo habrá
hecho? Si cuando nos vimos, que no fue hace mucho, estaba todo bien. No dijo nada, estaba
normal, bromeaba, estaba actualizado, informado; nos contó, sí, que se le habían cancelado
algunas oportunidades de negocio o estudios, no recuerdo bien ahora. Pero esa llamada acusaba
un drama tremendo. ¿Cómo lo sé?, lo siento. Esto puede no traer buen desenlace. Algo hay que
hacer-. Se cuestionaba inquisitivamente a sí mismo. Estaba estático, paralizado, inmóvil,
esperando que se le caiga una idea. Vuelve a buscar su Smartphone, con el temor de no
encontrar otra mala noticia. Comienza a indagar, y, de repente, un recordatorio emerge,
notificando un compromiso para ese mismo día con otro amigo en común. Ahí está la respuesta.
Respira hondo, agradece a la Virgencita el auxilio, es mucho peso para él.
No faltando mucho para acudir a su compromiso, se alista como puede. Está consternado. En
ese momento estaba solo, su mujer e hijos tenían otro compromiso lejos de la ciudad, por lo que
su ausencia se prolongará por dos días más. Se siente solo, perplejo, no tiene en la cabeza más
que las palabras de su pobre amigo, que le revolotean. Y quería combatir ese momento. Busca
reponerse, para no fallarle al otro que le había invitado. Que dicho sea de paso, no hace mucho
que le llamó, recordándole de este compromiso. Lo puso entre la espada y la pared,
argumentando sobre la importancia de la amistad y los códigos. Una vez que hizo pasar un poco
saliva por la garganta, buscó algo fuerte para superar ese trago amargo, la garganta era como
una ripiera, seca, densa. Mientras hacía jugar los cubos de hielo en su vaso de whisky, que se
preparó, bebió un par de tragos, que aliviaban su boca con el sabor de ese líquido espirituoso. Se
dio un instante para agradecer a quién lo haya invitado, por tan grato elixir.
Una vez superado ese trago amargo, se pegó una ducha rápida. Se alisto con algo cómodo, y
decidió que no iba a estrenar la pilcha nueva que le dejó su mujer para este compromiso. No se
sentía para estrenar nada. Ya suficiente con el anfitrión. Sentía un poco de remordimiento por
no haberla llamado a su mujer. En la medida de lo posible, trataban de ser siempre confidentes,
en las buenas y en las malas. Y esta era una de las malas, muy mala noticia. Cuando volvió a
recordar, se agitó, se ve que la edad estaba haciéndolo presa de una patología hereditaria, la
hipertensión. No obstante, agitó la cabeza como negándose a claudicar. Retomó su menester.
Buscó los zapatos náuticos marrones, la camisa no estaba bien planchada, mejor dicho, ya tenía
una puesta; los pantalones y unas medias que eligió no iban a tono con nada. Pero no le importó.
Sólo tenía lugar para una preocupación, que deseaba descargar esa misma noche.
Pero no era de noche. Era pleno mediodía. De alguna manera, se desconectó del espacio y del
tiempo. Estaba abstraído de una manera inusual para él, que siendo tan inteligente, preparado y
leído, había lidiado, por su trabajo, con circunstancias difíciles. Tarea bien desempeñada, que le
valió el reconocimiento y agradecimiento de sus amigos y colegas. Aun así, la llamada de su
amigo había tenido lugar un par de hora atrás. Entre tanto, a su móvil, llega un mensaje de su
mujer, confirmando el bienestar de sus hijos y de ella. Estaban en pleno viaje, a unos minutos de
arribar a destino. Ya que estaba leyendo los mensajes, envió uno para su amigo en problemas,
para preguntarle cómo se sentía. Efectivamente, no había pasado mucho tiempo, no era de
noche, pero la penumbra había invadido su corazón.
Fue por otro whisky, dos cubos más, lo agito un poco, torpemente, salpicando el piso. Se
manchó un poco la manga de la camisa y la corbata, que se la quitó después. Se sentía un poco
asfixiado. Ahogado. Quiso luchar con esos malos pensamientos. Volvió a manotear su teléfono,
para buscar algo de música. Buscó algo seguro, que lo acompañe a transitar ese momento.
Estuvo así un rato. De pronto, se le vino a la mente un tema, un tango, uno de Piazzolla,
oblivion. Una palabra un tanto poco usual. Conectó su teléfono al equipo de audio, mediante
bluetooth. Al instante, la música invadió la casa y su cabeza. Buscaba alinear sus pensamientos.
Necesitaba hacer un esfuerzo para dar con la solución. Repasó la conversación con el pobre
desafortunado. Intentaba atar cabos sueltos, pero no lograba dar en la tecla. Pedía tiempo. Un
poco más. Rogaba al cielo que éste aguante y no tome una decisión desatinada, ya que solo
empeoraría el drama.
No le quedaba mucho a la pista musical para que termine: Oblivion, olvido, purgatorio. Menuda
palabra para un tango. Nostalgia de los buenos tiempos, más cuando uno está lejos, o los tuyos
no están con uno. Finaliza el tema y lo repite. Una y otra vez lo escucha.
Va a su oficina, tras haber llenado su vaso por tercera vez con esa misma bebida. Esta vez sin
estropear nada. Se sienta. Piensa. Repite las palabras que escuchó. Sentía que esos pensamientos
eran una bote salvavidas en un océano agitado. Sus pensamientos eran azotados por olas
inmensas en medio de la noche. Pero era de día, pleno día. Pero para él era de noche. Se paró y
dio inicio a un deambular sin sentido por la oficina. La misma música sonaba una y otra vez,
acompañando los pasos sin sentido. Se sentía como un paseante nocturno en medio de un
laberinto, sintiendo una presencia amiga en medio de la oscuridad. Pero era de día, las cortinas
estaban corridas, dando paso a la luz.
Comenzó a girar alrededor de su escritorio, paseándose con su vaso a punto de necesitar una
recarga del líquido espirituoso. Con la mano derecha sostenía el recipiente importado, para tan
digno contenido. Con la otra mano, mientras rondaba por ese pequeño altar doméstico, en el que
se gestaban soluciones para tantas personas, lo tocaba con la punta de su dedo índice. Cada
tanto acomodaba algo fuera de lugar. De repente, sin pensarlo, dio con un libro, dejando su vaso
en un extremo del escritorio, tomó el mismo y lo abrió aleatoriamente. Como cosa de mandinga,
se dio con el poema número veinte de Neruda. Ese libro lo tenía desde la secundaria: “20
poemas de amor y una canción desesperada”. Leyó a la ligera aquél que comienza diciendo:
“Puedo escribir los versos más tristes esta noche”.
Con voz cancina, casi apagándose como una vela cuando una brisa suave la enviste, su derrotero
en esa habitación, se volvió como un interrogatorio en su zenit. Espetó una pregunta tras otra: -
¿Y por qué no escribirlo de día?-. Lo que lo llevó a preguntarse también: -¿Qué necesitaba esa
pobre alma para que yo la entienda? ¿Qué estaba diciendo cuando enmudecía? ¿Cómo se
reproduce sólo lo que alma puede captar? ¿Cómo sigue ahora la cosa?
No se sucedieron respuestas sino lágrimas. Sus manos no sostenían ya un libro ni un vaso, sino
que secaba sus ojos. No tenía a mano nada para enjugar su rostro. Ya no estaba girando
alrededor de su lugar de trabajo hogareño, sino que estaba plantado enfrente de la ventana que
daba a un vasto fondo, en el que el verde césped rodeaba la casa y servía como alfombra, de él
emergía árboles frutales y pinos de distintas variedades. También se había ocupado de traer
árboles cuyas flores eran de colores muy vivos, no pasaban desapercibido. Cada uno tenía su
momento de esplendor en diferentes momentos que se prolongaban, coincidiendo a lo largo del
año. Las tonalidades de la naturaleza, la forma de los mismos, sus aromas, exaltaban el alma.
Así se engendró en él un instante eterno de paz. El sonido de la música envolvía el lugar, la luz
y los colores resplandecían invadiendo cada rincón de la casa. Abriendo las ventanas permitió
que el aroma de la naturaleza se hiciera presente. Era como si la naturaleza estuviese tocando la
más bella pieza musical que jamás hubiera escuchado ni captado con sus sentidos. La pieza
musical puede que se llame existir, vivir. La naturaleza estaba reproduciendo lo que solo su
alma podía captar, y alguien tiene que extraer del corazón del hombre esa música.
De ese modo, en una suerte de éxtasis, habiendo pasado del drama a una suerte de paz profunda,
volvió a cerrar las ventanas, dejó todo como estaba. Llamó para cancelar sus compromisos, para
asumir uno con ese amigo desafortunado. Mientras charlaba con el desdichado, le decía que
estaba yendo a su casa para que juntos vayan a ver a sus hijos participar de un torneo de
mountain bike que se estaba desarrollando cerca de ahí. Durante la estadía podían charlar al
respecto. Le pidió que acepte por favor. El otro no tenía ganas de absolutamente nada, pero al
escuchar el tono de voz y el entusiasmo del otro terminó aceptando.
Segunda Parte: Reflexión.
Oblivion es una palabra que en inglés se utiliza para hacer referencia al olvido; aunque no sólo a
ello, sino también al purgatorio. No obstante esto, dicha palabra fue utilizada por Astor
Piazzolla para bautizar un tema, en la década de los ’80, cuando estaba radicado en los Estados
Unidos.
Este tango llamado Oblivion fue muy bien valorado, hasta el punto de pasar a formar parte de la
banda sonora de una película. Pero no es ésta la virtud que queremos resaltar en esta
oportunidad (aunque bien vale la pena seguir el itinerario y trayectoria de este gran compositor
argentino y sus obras).
Los que saben, y éste es el puno, nos remarcan en primer lugar el talante de nostalgia que
impregna esta obra musical. Olvido y nostalgia. O, quizás, al estar imbuido de ese sentimiento
de la ausencia, del exilio, la distancia, ingredientes que componen la nostalgia, el compositor
este transitando su purgatorio. Por otro lado, bien cabe resaltar (no recuerdo bien en qué libro lo
leí, por ello pido se me excuse de no citar al autor) que el arte facilita exteriorizar las heridas del
alma. Convenientemente, por medio de esta exteriorización, llegar a sanar las mismas. No
obstante, no vamos a sentar al compositor en el diván para ahondar en dicho sentimiento.
¿Qué es lo que exalta el alma? 1 A lo mejor, éste puede ser el punto de partida para darle una
vuelta de rosca al olvido, a la nostalgia. Posibilitar un nacimiento, atravesando la instancia,
inevitable (muchas veces), del purgatorio, del desierto, de la aridez, la hostilidad. Da la
impresión que el elenco de lo que hemos descripto sólo pertenecen al ámbito de lo psicológico,
o de lo sentimental. Lo son, pero no únicamente eso. Si nos damos la oportunidad de ir más allá,
no muy lejos; de trascender, pero sin morir, advertiremos que tienen que ver con nosotros en
medio de un lugar, nuestro lugar. Es decir, hay un adentro y un afuera; un arriba y un abajo. A
nuestro alrededor topamos con algo y con algunos. Lo que nos acontece tiene que ver con
nuestra existencia, y la capacidad que tenemos de relacionarnos con ella, y metabolizar o
asimilar cuanto sucede.
Si esto tiene sentido, podemos afirmar que: “Yo soy yo y mis circunstancias” (José Ortega y
Gasset). En esta expresión se explica de manera acertada que la vida se compone del yo más las
circunstancias. Se compone de dos ingredientes; Yo soy yo y mi medio, no puedo separar el
medio del que vivo, de mi yo.
Tal expresión nos puede llevar a recalar en otras orillas. Nos lleva de la España natal del recién
aludido ensayista y filósofo, para navegar hacia las costas británicas de un anti-filósofo,
Shakespeare2, como se lo ha rotulado. Este gran representante de su tiempo y de su cultura, nos
ha dejado en su icónica obra Hamlet, una deliciosa frase: Ser o no ser, esa es la cuestión.
En otra ocasión habíamos interpelado la expresión: “La primera impresión es lo que cuenta”.
¿Qué resultaría de analizar la frase de Shakespeare? Emerge la figura de un Santo Tomás de
Aquino para decir: “Ser, esa es la respuesta”3.
Ahora bien, ¿hacia dónde nos lleva todo este enredo? Volvamos a nuestro punto de partida que
era otra pregunta: ¿Qué es lo que exalta el alma? Escuchar el mismo tango al que aludimos
inicialmente, Oblivion, puede ayudarnos. Si bien, en un primer momento, la palabra exaltar no
nos ayude, ya que hace referencia a algo que nos arroja fuera de nosotros mismos. El olvido o la

1
Inmortal Beloved, es una película biográfica dirigida por Bernard Rose basada libremente en la vida del
compositor alemán Ludwig Van Beethoven, estrenada en 1994.
2
Abraham, T. Shakespeare, el anti-filósofo. Ed. Sudamericana. Buenos Aires, 2014.
3
Chesterton, G. K. Santo Tomás de Aquino. Ed. Vórtice. Buenos Aires, 2015. 102.
nostalgia, por el contrario, nos invita a ensimismarnos, nos sume en el ostracismo. En medio de
esta disyuntiva, el arte nos auxilia, la música viene en nuestra ayuda.
La contribución viene de la mano de quienes tienen una profunda compresión de lo que viven,
del trabajo que realizan, del tiempo que llevan realizando su arte. Una conciencia más clara, no
tanto un ser superdotados, que quizás lo sean. Sino más bien, son personas que se animaron, en
medio de su rutina, a adentrarse en la mecánica de su trabajo, para toparse con la esencia,
dejándose interpelar por la naturaleza que lo rodea. Así hallaron el alma de su trabajo.

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