Catequesis Sobre El Credo Juan Pablo II

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I Catequesis

Anunciar el Evangelio. Catequesis después del Bautismo.


 
INDICE

1. Anunciar el Evangelio 
2. Con el acontecimiento de Pentecostés comenzó el tiempo de la Iglesia
3. Catequesis cristiana 
4. Catequesis posteriores al Bautismo 
5. La renovación auténtica de la catequesis

1. Anunciar el Evangelio 5.12.84

1. Nos encontramos en Jerusalén el día de Pentecostés, cuando los Apóstoles, reunidos en el Cenáculo, ´se llenaron del Espíritu
Santo´ (Hech 2,4).
Entonces, Pedro habla a la multitud reunida en torno al Cenáculo. Evoca al Profeta Joel, que había anunciado ´la efusión del
Espíritu de Dios sobre toda persona´ (Cfr. Hech 2, 17), y luego plantea a los que se habían reunido para escucharlo, la cuestión
de Jesús de Nazaret. Recuerda cómo Dios había confirmado la misión mesiánica de Jesús ´con milagros, prodigios y señales´
(Hech 2, 22), y después que Jesús fue ´entregado, clavado en la Cruz y matado´ (Cfr. Ib. 24). Pedro se refiere al Salmo 15, en el
cual se contiene el anuncio de la resurrección. Pero, sobre todo, se remite al testimonio propio y al de los otros Apóstoles: ´todos
nosotros somos testigos´ (Hech 2, 32). ´Tenga, pues, por cierto toda la casa de Israel que Dios ha hecho Señor y Mesías a este
Jesús a quien vosotros habéis crucificado´ (Ib. 36).

2. Con el acontecimiento de Pentecostés comenzó el tiempo de la Iglesia.

Este tiempo de la Iglesia marca también el comienzo de la evangelización apostólica. El discurso de Simón Pedro es el primer
acto de esta evangelización. Los Apóstoles habían recibido de Cristo el mandato de ´ir a todo el mundo, enseñando a todas las
naciones´ (Cfr. Mt 28, 19; Mc 16, 15).(...) El anuncio del Evangelio, según el mandato del Redentor que retornaba al Padre (Cfr.
p.e. Jn 15, 28; 16, 10), está unido a la llamada al Bautismo, en nombre de la Santísima Trinidad. Así, pues, el día de Pentecostés,
a la pregunta de quienes lo escuchaban: ´¿Qué hemos de hacer, hermanos?´ (Hech 2, 37), Pedro responde: ´Arrepentíos y
bautizaos en el nombre de Jesucristo´ (Ib. 38).

"Ellos recibieron la gracia y se bautizaron, siendo incorporados a la Iglesia aquel día unas tres mil almas" (Ib. 41). De este modo
nació la Iglesia como sociedad de los bautizados, que ´perseveraban en oír la enseñanza de los Apóstoles y en la fracción del pan
y en la oración´ (Ib. 42). El nacimiento de la Iglesia coincide con el comienzo de la evangelización. Puede decirse que éste es
simultáneamente el comienzo de la catequesis. De ahora en adelante, cada uno de los discursos de Pedro es no sólo anuncio de la
Buena Nueva sobre Jesucristo, y por tanto un acto de evangelización, sino también cumplimiento de una función instructiva, que
prepara a recibir el Bautismo; es la catequesis bautismal. A su vez, ese ´perseverar en oír la palabra de los Apóstoles´ por parte
de la primera comunidad de los bautizados constituye la expresión de la catequesis sistemática de la Iglesia en sus mismos
comienzos.

Nos remitimos constantemente a estos comienzos. Si ´Jesucristo es el mismo ayer y hoy.´ (Heb 13, 8), entonces a esa identidad
corresponde, en todos los siglos y en todas las generaciones, la evangelización y la catequesis de la Iglesia.

3. Catequesis cristiana. 12.12.84

Basta leer atentamente el rito del sacramento del bautismo, para convencerse de que profunda y fundamental conversión es signo
este sacramento. El que recibe el bautismo no sólo hace la profesión de fe, sino que del mismo modo ´renuncia a satanás, y a
todas sus obras, y a todas sus seducciones´, y por esto mismo se entrega al Dios vivo: el bautismo es la primera y fundamental
consagración de la persona humana, mediante la cual se entrega al Padre en Jesucristo, con la fuerza del Espíritu Santo que actúa
en este sacramento (´el nacimiento del agua y del Espíritu´: Cfr. Jn. 3, 5). San Pablo ve en la inmersión en el agua del bautismo,
el signo de la inmersión en la muerte redentora de Cristo, para tener parte en la nueva vida sobrenatural, que se manifestó en la
resurrección de Cristo (Rom 6, 3-5).

4. Catequesis posteriores al Bautismo 19.12.84

La usanza de conferir el bautismo a los niños poco después de su nacimiento, se desarrolló como expresión de fe viva de las
comunidades y, en primer lugar, de las familias y de los padres; éstos, habiendo crecido también ellos en la fe, deseaban este don

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para sus hijos lo antes posible después del nacimiento. Como es sabido, esta costumbres se mantiene constantemente en la Iglesia
como signo del amor proveniente de Dios. Los padres solicitan el bautismo para sus hijos recién nacidos, comprometiéndose a
educarlos cristianamente. Para dar una expresión todavía más completa a este compromiso, piden a otras personas, los llamados
padrinos, que se comprometan a ayudarles -y en caso de necesidad sustituirles- a educar en la fe de la Iglesia al recién bautizado.

5. La renovación auténtica de la catequesis 16.1.85

La catequesis plantea problemas de pedagogía. Sabemos por los textos evangélicos que el mismo Jesús quiso afrontarlos. En su
predicación a las muchedumbres se sirvió de las parábolas para impartir su doctrina de un modo adecuado a la inteligencia de sus
oyentes. En la enseñanza a los discípulos procede gradualmente, teniendo en cuenta sus dificultades en comprender; y así sólo en
el segundo periodo de su vida pública anuncia expresamente su camino doloroso y sólo al final de Clara abiertamente su
identidad de Mesías y también de ´Hijo de Dios´. Constatamos así mismo que en los diálogos más reservados comunica su
revelación respondiendo a las preguntas de los interlocutores y usando un lenguaje asequible a su mentalidad. Algunas veces El
mismo hace preguntas y suscita problemas.
Cristo nos ha hecho ver la necesidad de adaptar la catequesis de muchas maneras. Nos ha indicado igualmente la índole y límites
de dicha adaptación; presentó a sus oyentes toda la doctrina para cuya enseñanza había sido enviado y, ante las resistencias de
quienes le escuchaban, expuso su mensaje con todas las exigencias de fe que comportaba. Recordemos el sermón sobre la
Eucaristía, con ocasión del milagro de la multiplicación de los panes; no obstante las objeciones y defecciones, Jesús sostuvo su
doctrina y pidió a los discípulos su adhesión (Cfr. Jn 6, 60-69). Al transmitir a sus oyentes la integridad de su mensaje contaba
con la acción iluminadora del Espíritu Santo que iba a hacer comprender más tarde lo que no podían entender inmediatamente
(Cfr. Jn 14, 26; 16, 13). Por tanto, tampoco para nosotros la adaptación de la catequesis debe significar reducción o mutilación
del contenido de la doctrina revelada, sino más bien esfuerzo por hacer que se acepte con adhesión de fe, a la luz y con la fuerza
del Espíritu Santo.

II Fe y Revelación
El primer y fundamental punto de referencia son las profesiones de la fe cristiana universalmente conocidas. Se llaman también
´símbolos de fe´.
 
INDICE

1. ¿Qué quiere decir "creer"? 


2. Conocimiento racional de Dios 
3. La revelación divina 
4. Jesucristo culmina la revelación 
5. Características de la fe 
6. El carácter de la fe 
7. Sagrada Tradición y Sagrada Escritura 
8. Sagrada Escritura: inspiración e interpretación 
9. El Antiguo Testamento 
10. El Nuevo Testamento 
11. Fe cristiana y religiones no cristianas 
12. Diálogo de Salvación 
13. La fe y la Palabra de Dios 

1. ¿Qué quiere decir "creer"? 13.03.85

1. El primer y fundamental punto de referencia de la presente catequesis son las profesiones de la fe cristiana universalmente
conocidas. Se llaman también ´símbolos de fe´. La palabra griega ´symbolon´ significaba la mitad de un objeto partido (p.ej. un
sello) que se presentaba como el signo de reconocimiento. En nuestro caso, los ´símbolos´ significan la colección de las
principales verdades de fe, es decir, de aquello en lo que la Iglesia cree.

2. Entre los varios ´símbolos de fe´ antiguos, el más autorizado es el ´símbolo apostólico´, de origen antiquísimo y comúnmente
recitado en las ´oraciones del cristiano´. En él se contienen las principales verdades de la fe transmitidas por los Apóstoles de
Jesucristo. Otro símbolo antiguo y famoso es el ´niceno-constantinopolitano´: contiene las mismas verdades de la fe apostólica
autorizadamente explicadas en los dos primeros Concilios Ecuménicos de la Iglesia universal: Nicea (325) I Constantinopla
(381).
Los símbolos de fe son el principal punto de referencia para la presente catequesis. Pero ellos nos remiten al conjunto del
´depósito de la Palabra de Dios´, constituido por la Sagrada Escritura y la Tradición apostólica, del que son una síntesis conocida.
Por esto, a través de las profesiones de fe nos proponemos remontarnos también nosotros a ese ´depósito´ inmutable, guiados por
la interpretación que la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, ha dado de él en el curso de los siglos.

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3. Cada uno de los mencionados ´símbolos´ comienza con la palabra ´creo´. Efectivamente, cada uno de ellos nos sirve no tanto
como instrucción, sino como profesión. Los contenidos de esta confesión son las verdades de la fe cristiana: todas están
enraizadas en esta primera palabra ´creo´. Y precisamente sobre esta expresión ´creo´, deseamos centrarnos en esta primera
catequesis.
La expresión está presente en el lenguaje cotidiano, aún independientemente de todo contenido religioso, y especialmente del
cristiano. ´Te creo´, significa: me fío de ti, estoy convencido de que dices la verdad. ´Creo en lo que tú dices´ significa: estoy
convencido de que el contenido de tus palabras corresponde a la realidad objetiva.
En este uso común de la palabra ´creo´ se ponen de relieve algunos elementos esenciales. ´Creer´ significa aceptar y reconocer
como verdadero y correspondiente a la realidad el contenido de lo que se dice, esto es, de las palabras de otra persona (o incluso
de más personas), en virtud de su credibilidad (o de ellas). Esta credibilidad decide, en un caso dado, sobre la autoridad especial
de la persona: la autoridad de la verdad. Así, pues, al decir ´Creo´, expresamos simultáneamente una doble referencia: a la
persona y a la verdad; a la verdad, en consideración de la persona que tiene particulares títulos de credibilidad.

4. La palabra ´creo´ aparece con frecuencia en las páginas del Evangelio y de toda la Sagrada Escritura. Sería muy útil confrontar
y analizar todos los puntos del Antiguo y Nuevo Testamento que nos permiten captar el sentido bíblico del ´Creer´. Al lado del
verbo ´creer´ encontramos también el sustantivo ´fe´ como una de las expresiones centrales de toda la Biblia. Encontramos
incluso cierto tipo de ´definiciones´, como p.ej.: ´La fe es la garantía de lo que se espera, la prueba de las cosas que no se ven´
(´fides est sperandarum substantia rerum et argumentum non apparentium´) de la Carta a los Hebreos (11, 1).
Estos datos bíblicos han sido estudiados, explicados, desarrollados por los Padres y los teólogos a lo largo de dos mil años de
cristianismo, como nos lo atestigua la enorme literatura exegética y dogmática que tenemos a disposición. Lo mismo que en los
´símbolos´, así también en toda la teología el ´creer´, la ´fe´, es una categoría fundamental. Es también el punto de partida de la
catequesis, como primer acto con el que se responde a la Revelación de Dios.

5. En el presente encuentro nos limitaremos a una sola fuente, pero que resume todas las otras. Es la Constitución conciliar Dei
Verbum del Vaticano II. Allí leemos:
´Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad; mediante el cual los
hombres, por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza
divina.´ (Dei Verbum, 2).
´Cuando Dios revela, el hombre tiene que someterse con la fe. Por la fe el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece
el homenaje total de su entendimiento y voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios le revela´ (Dei Verbum, 5).
En estas palabras del documento conciliar se contiene la respuesta a la pregunta: ¿Qué significa ´creer´?. La explicación es
concisa, pero condensa una gran riqueza de contenido. Deberemos en lo sucesivo penetrar más ampliamente en esta explicación
del Concilio (.).
Ante todo hay una cosa obvia: existe un genético y orgánico vínculo entre nuestro ´credo´ cristiano y esa particular ´iniciativa´ de
Dios mismo, quese llama ´Revelación´.
Por esto, la catequesis sobre el ´credo´ (la fe), hay que realizarla juntamente con la de la Revelación divina. Lógica e
históricamente la revelación precede a la fe. La fe está condicionada por la Revelación. Es la respuesta del hombre a la divina
Revelación.
Digamos desde ahora que esta respuesta es posible y justo darla, porque Dios es creíble. Nadie lo es como El. Nadie como El
posee la verdad. En ningún caso como en la fe en Dios se realiza el valor conceptual y semántico de la palabra tan usual en el
lenguaje humano: ´Creo´, ´Te creo´.

2. Conocimiento racional de Dios 20.03.85

1. Concentrémosnos todavía un poco sobre el sujeto de la fe: sobre el hombre que dice "creo" respondiendo de este modo a Dios
que "en su bondad y sabiduría" ha querido "revelarse al hombre",
Antes de pronunciar su ´creo´, el hombre posee ya algún concepto de Dios que obtiene con el esfuerzo de la propia inteligencia.
Al tratar de la revelación divina, la Constitución Dei Verbum recuerda este hecho con las siguientes palabras: ´El Santo Sínodo
profesa que el hombre puede conocer ciertamente a Dios con la razón natural por medio de las cosas creadas´ (Dei Verbum, 6).
El Vaticano II se remite aquí a la doctrina expuesta con amplitud por el Concilio anterior, el Vaticano I. Es la misma de toda la
Tradición doctrinal de la Iglesia que hunde sus raíces en la Sagrada Escritura, en el Antiguo y Nuevo Testamento.

2. Un texto clásico sobre el tema de la posibilidad de conocer a Dios -en primer lugar su existencia- a partir de las cosas creadas,
lo encontramos en la Carta de San Pablo a los Romanos: . lo cognoscible de Dios es manifiesto a ellos, pues Dios se lo
manifestó; porque desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las
obras. De manera que son inexcusables´ (Rom 1, 19-21). Aquí el Apóstol tiene presentes a los hombres que ´aprisionan la verdad
con la injusticia´ (Rom 1,19). El pecado les impide dar la gloria debida a Dios, a quien todo hombre puede conocer. Puede
conocer su existencia y también hasta un cierto grado su esencia, perfecciones y atributos. En cierto sentido Dios invisible ´se
hace visible en sus obras´.
En el Antiguo Testamento, el libro de la Sabiduría proclama la misma doctrina del Apóstol sobre la posibilidad de llegar al
conocimiento de la existencia de Dios a partir de las cosas creadas. La encontramos en un pasaje algo más extenso que conviene
leer entero:

3
´Vanos son por naturaleza todos los hombres, en quienes hay desconocimiento de Dios,/ y que a partir de los bienes visibles son
incapaces de ver al que es,/ ni mediante la consideración de sus obras conocieron al artífice.
Sino que al fuego, al viento, al aire ligero,/ o al círculo de los astros, o al agua impetuosa,/ o a las lumbreras del cielo tomaron
por dioses rectores del universo.
Pues si, seducidos por su hermosura, los tuvieron por dioses,/ debieron conocer cuánto mejor es el Señor de ellos,/ pues es el
autor de la belleza quien hizo todas estas cosas.
Y si se admiraron del poder y de la fuerza,/ debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su plasmador.
Pues en la grandeza y hermosura de las criaturas,/ por analogía se puede Contemplar a su Hacedor original.
Pero sobre éstos no cae tan grande reproche,/ pues por ventura yerran/buscando realmente a Dios y queriendo hallarle.
Y ocupados en la investigación de sus obras,/ a la vista de ellas se persuaden de la hermosura de lo que ven, aunque no son
excusables.
Porque si pueden alcanzar tanta ciencia/ y son capaces de investigar el universo,/ cómo no conocen más fácilmente al Señor de
él?´ (Sab 13, 1-9).
El Pensamiento principal de este pasaje lo encontramos también en la Carta de San Pablo a los Romanos (1, 18-21): Se puede
conocer a Dios por sus criaturas; para el entendimiento humano el mundo visible constituye la base de la afirmación de la
existencia del Creador invisible. El pasaje del libro de la Sabiduría es más amplio. En él polemiza el autor inspirado con el
paganismo de su tiempo que atribuía a las criaturas una gloria divina. A la vez nos ofrece elementos de reflexión y juicio que
pueden ser válidos en toda poca, también en la nuestra. Habla del enorme esfuerzo realizado para conocer el universo visible.
Habla asimismo de los hombres que ´buscan a Dios y quieren hallarle´. Se pregunta por qué el saber humano que consigue
´investigar el universo´ no llega a conocer a su Señor. El autor del libro de la Sabiduría, al igual que San Pablo más adelante, ve
en ello una cierta culpa. Pero convendrá volver de nuevo a este tema por separado.
Por ahora preguntémosnos también nosotros esto: ¿Cómo es posible que el inmenso progreso en el conocimiento del universo
(del macrocosmos y del microcosmos), de sus leyes y avatares, de sus estructuras y energías, no lleve a todos a reconocer al
primer Principio sin el que el mundo no tiene explicación?. Hemos de examinar las dificultades en que tropiezan no pocos
hombres de hoy. Hagamos notar con gozo que, sin embargo, son muchos también hoy los científicos verdaderos que en su
mismo saber científico encuentran un estímulo para la fe o, al menos, para inclinar la frente ante el misterio.

3. Siguiendo la Tradición que, como hemos dicho, tiene sus raíces en la Sagrada Escritura del Antiguo y Nuevo Testamento, en
el siglo XIX, durante el Concilio Vaticano I, la Iglesia recordó y confirmó esta doctrina sobre la posibilidad de que está dotado el
entendimiento del hombre para conocer a Dios a partir de las criaturas. En nuestro siglo, el Concilio Vaticano II ha recordado de
nuevo esta doctrina en el contexto de la Constitución sobre la revelación divina (Dei Verbum ). Ello reviste suma importancia.
La Revelación divina constituye de hecho la base de la fe: del ´creo´ del hombre. Al mismo tiempo, los pasajes de la Sagrada
Escritura en que está consignada esta Revelación, nos enseñan que el hombre es capaz de conocer a Dios con su sola razón, es
capaz de una cierta ´ciencia´ sobre Dios, si bien de modo indirecto y no inmediato. Por tanto, al lado del ´yo creo´ se encuentra
un cierto ´yo sé ´. Este ´yo sé ´ hace relación a la existencia de Dios e incluso a su esencia hasta un cierto grado. Este
conocimiento intelectual de Dios se trata de modo sistemático en una ciencia llamada ´teología natural´, que tiene carácter
filosófico y surge en el terreno de la metafísica, o sea, de la filosofía del ser. Se concentra sobre el conocimiento de Dios en
cuanto Causa primera y también en cuanto Fin último del universo.

4. Estos problemas y toda la amplia discusión filosófica vinculada a ellos, no pueden tratarse a fondo en el marco de una breve
instrucción sobre las verdades de la fe. Ni siquiera queremos ocuparnos con detenimiento de las ´vías´ que conducen a la mente
humana en la búsqueda de Dios (las cinco ´vías´ de Santo Tomás de Aquino). Para nuestra catequesis de ahora es suficiente tener
presente el hecho de que las fuentes del cristianismo hablan de la posibilidad de conocer racionalmente a Dios. Por ello y según
la Iglesia todo nuestro pensar acerca de Dios sobre la base de la fe tiene también carácter ´racional´ e ´intelectivo´. E incluso el
ateísmo queda en el círculo de una cierta referencia al concepto de Dios. Pues si de hecho se niega la existencia de Dios, debe
saber ciertamente de Quien niega la existencia.
Claro está que el conocimiento mediante la fe es diferente del conocimiento puramente racional. Sin embargo, Dios no podía
haberse revelado al hombre si éste no fuera capaz por naturaleza de conocer algo verdadero a su respecto. Por consiguiente, junto
y más allá de un ´yo sé ´, propio de la inteligencia del hombre, se sitúa un ´yo creo´, propio del cristiano: en efecto, con la fe el
creyente tiene acceso, si bien sea en la oscuridad, al misterio de la vida íntima de Dios.

3. La Revelación divina 27.03.85

1. Nuestro punto de partida en la catequesis sobre Dios que se revela sigue el texto del Concilio Vaticano II: ´Quiso Dios, con su
bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad: por Cristo, la palabra hecha carne, y con el
Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina. En esta revelación, Dios invisible,
movido por amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía´. (Dei Verbum ,
2).
Pero ya hemos considerado la posibilidad de conocer a Dios con la capacidad de la sola razón humana. Según la constante
doctrina de la Iglesia, expresada especialmente en el Concilio Vaticano I, y tomada por el Concilio Vaticano II, la razón humana
posee esta capacidad y posibilidad: ´Dios, principio y fin de todas las cosas -se dice- puede ser conocido con certeza con la luz
natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas´, aun cuando es necesaria la Revelación divina para que ´todos los

4
hombres, en la condición presente de la humanidad, puedan conocer fácilmente, con absoluta certeza y sin error las realidades
divinas, que en sí no son inaccesibles a la razón humana´.
Este conocimiento de Dios por medio de la razón, ascendiendo a El ´a partir de las cosas creadas´, corresponde a la naturaleza
racional del hombre. Corresponde también al designio original de Dios, el cual, al dotar al hombre de esta naturaleza, quiere
poder ser conocido por él. ´Dios creando y conservando el universo por su Palabra, ofrece a los hombres en la creación un
testimonio perenne de Sí mismo´ (Dei Verbum, 3). Este testimonio se da como don y, a la vez, se deja como objeto de estudio
por parte de la razón humana. Mediante la atenta y perseverante lectura del testimonio de las criaturas, la razón humana se dirige
hacia Dios y se acerca a El. Esta es, en cierto sentido, la vía ´ascendente´: por las gradas de las criaturas el hombre se eleva a
Dios, leyendo el testimonio del ser, de la verdad, del bien y de la belleza que las criaturas poseen en sí mismas.

2. Esta vía del conocimiento que, en algún sentido, tiene su comienzo en el hombre y en su mente, permite a la criatura subir al
Creador. Podemos llamarla la vía del ´saber´. Hay una segunda vía, la vía de la ´fe´. que tiene su comienzo exclusivamente en
Dios. Estas dos vías son diversas entre sí, pero se encuentran en el hombre mismo y, en cierto sentido, se completan y se ayudan
recíprocamente.
De manera diversa que en el conocimiento mediante la razón a partir ´de las criaturas´, las cuales sólo indirectamente llevan a
Dios, en el conocimiento mediante la fe nos inspiramos en la Revelación, con la que Dios ´se da a conocer a Sí mismo´
directamente. Dios se revela, es decir, permite que se le conozca a El mismo manifestando a la humanidad ´el misterio de su
voluntad´ (Ef 1, 9). La voluntad de Dios es que los hombres, por medio de Cristo, Verbo hecho hombre, tengan acceso en el
Espíritu Santo al Padre y se hagan partícipes de la naturaleza divina. Dios, pues, revela al hombre ´a Sí mismo´, revelando a la
vez su plan salvífico respecto al hombre. Este misteriosos proyecto salvífico de Dios no es accesible a la sola fuerza razonadora
del hombre. Por tanto, la más perspicaz lectura del testimonio de Dios en las criaturas no puede desvelar a la mente humana estos
horizontes sobrenaturales. No abre ante el hombre ´el camino de la salvación sobrenatural´ (como dice la Constitución Dei
Verbum, 3), camino que está íntimamente unido al ´don que Dios hace de Sí´ al hombre. Con la revelación de Sí mismo Dios
´invita y recibe al hombre a la comunión con El´ (Cfr. Dei Verbum, 2).

3. Sólo teniendo todo esto ante los ojos, podemos captar que es realmente la fe: cuál es el contenido de la expresión ´creo´.
Si es exacto decir que la fe consiste en aceptar como verdadero lo que Dios ha revelado, el Concilio Vaticano II ha puesto
oportunamente de relieve que es también una respuesta de todo el hombre, subrayando la dimensión ´existencial´ y ´personalista´
de ella. Efectivamente, si Dios ´se revela a Sí mismo´ y manifiesta al hombre el salvífico ´misterio de su voluntad´, es justo
ofrecer a Dios que se revela esta ´obediencia de la fe´, por la cual todo el hombre libremente se abandona a Dios, prestándole ´el
homenaje total de su entendimiento y voluntad´ (Vaticano I), ´asintiendo voluntariamente a lo que Dios revela´ (Dei Verbum, 5).
En el conocimiento mediante la fe el hombre acepta como verdad todo el contenido sobrenatural y salvífico de la Revelación; sin
embargo, este hecho lo introduce, al mismo tiempo, en una relación profundamente personal con Dios mismo que se revela. Si el
contenido propio de la Revelación es la ´auto-comunicación´ salvífica de Dios, entonces la respuesta de fe es correcta en la
medida que el hombre -aceptando como verdad ese contenido salvífico-, a la vez, ´se abandona totalmente a Dios´. Sólo un
completo ´abandono a Dios´ por parte del hombre constituye una respuesta adecuada.

4. Jesucristo culmina la revelación 3.04.85

1. La fe -lo que encierra la expresión ´creo´- está en relación esencial con la Revelación. La respuesta al hecho de que Dios se
revela ´a Sí mismo´ al hombre, y simultáneamente desvela ante él el misterio de la eterna voluntad de salvar al hombre mediante
la ´participación de la naturaleza divina´, es el ´abandono en Dios´ por parte del hombre, en el que se manifiesta la ´obediencia de
la fe´. La fe es la obediencia de la razón y de la voluntad a Dios que revela. Esta ´obediencia´ consiste ante todo en aceptar ´como
verdad´ lo que Dios revela: el hombre permanece en armonía con la propia naturaleza racional en este acoger el contenido de la
revelación. Pero mediante la fe el hombre se abandona del todo a este Dios que se revela a Sí mismo, y entonces, a la vez que
recibe el don ´de lo Alto´, responde a Dios con el don de la propia humanidad. De este modo, con la obediencia de la razón y de
la voluntad a Dios que revela, comienza un modo nuevo de existir de toda la persona humana en relación a Dios.
La Revelación -y, por consiguiente, la fe- ´supera´ al hombre, porque abre ante él las perspectivas sobrenaturales. Pero en estas
perspectivas está puesto el más profundo cumplimiento de las aspiraciones y de los deseos enraizados en la naturaleza espiritual
del hombre: la verdad, el bien, el amor, la alegría, la paz. San Agustín expresó esta realidad con la famosa frase: ´Nuestro
corazón está inquieto hasta que descanse en Ti´ (Confesiones, I, 1).Santo Tomás dedica las primeras cuestiones de la segunda
parte de la Suma Teológica a demostrar, como desarrollando el pensamiento de San Agustín, que sólo en la visión y en el amor
de Dios se encuentra la plenitud de la realización de la perfección humana y, por tanto, el fin del hombre. Por esto, la divina
Revelación se encuentra, en la fe, con la capacidad transcendente de apertura del espíritu humano a la Palabra de Dios.

2. La Constitución conciliar Dei Verbum hace notar que esta ´economía de la revelación´ se desarrolla desde el principio de la
historia de la humanidad. ´Se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la
salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a la vez, las palabras proclaman las
obras y explican su misterio´ (Dei Verbum, 2). Puede decirse que esa economía de la Revelación contiene en sí una particular
´pedagogía divina´. Dios ´se comunica´ gradualmente al hombre, introduciéndole sucesivamente en su ´auto-revelación´
sobrenatural, hasta el culmen, que es Jesucristo.
Al mismo tiempo, toda la economía de la Revelación se realiza como historia de la salvación, cuyo proceso impregna la historia

5
de la humanidad desde el principio. ´Dios creando y conservando el universo por su Palabra, ofrece a los hombres en la creación
un testimonio perenne de Sí mismo; queriendo además abrir el camino de la salvación sobrenatural, se revelo desde el principio a
nuestros primeros padres´ (Dei Verbum, 3).
Así, pues, como desde el principio el ´testimonio de la creación habla al hombre atrayendo su mente hacia el Creador invisible,
así también desde el principio perdura en la historia la auto-revelación de Dios, que exige una respuesta justa en el ´creo´ del
hombre. Esta Revelación no se interrumpió por el pecado de los primeros hombres. Efectivamente, Dios ´después de su caída, los
levantó a la esperanza de la salvación, con la promesa de la redención: después cuidó continuamente del género humano, para dar
la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras. Al llegar el momento, llamó a
Abrahán para hacerlo padre de un gran pueblo. Después de la edad de los Patriarcas. Instruyó a dicho pueblo por medio de
Moisés y los Profetas, para que lo reconociera a El como Dios único y verdadero, como Padre providente y justo juez; para que
esperara al Salvador prometido. De este modo fue preparando a través de los siglos el camino del Evangelio´ (Dei Verbum, 4).
La fe como respuesta del hombre a la palabra de la divina Revelación entró en la fase definitiva con al venida de Cristo, cuando
´al final´ Dios ´nos habló por medio de su Hijo´ (Heb 1, 1-2).

3. ´Jesucristo, pues, Palabra hecha carne, hombre enviado a los hombres, habla las palabras de Dios y realiza la obra de la
salvación que el Padre le encargó. Por eso, quien ve a Jesucristo, ve al Padre; El, con su presencia y manifestación, con sus
palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva
a plenitud toda la Revelación y la confirma con testimonio divino; a saber, que Dios está con nosotros para librarnos de las
tinieblas del pecado y de la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna´ (Dei Verbum, 4).
Creer en sentido cristiano quiere decir acoger la definitiva auto-revelación de Dios en Jesucristo, respondiendo a ella con un
´abandono en Dios´, del que Cristo mismo es fundamento, vivo ejemplo y mediador salvífico.
Esta fe incluye, pues, la aceptación de toda la ´economía cristiana´ de la salvación como una nueva y definitiva alianza, que ´no
pasará jamás´. Como dice el Concilio: . no hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de
Jesucristo nuestro Señor´ (Dei Verbum , 4)
Así el Concilio, que en la Constitución Dei Verbum nos presenta de manera concisa, pero completa, toda la ´pedagogía´ de la
divina Revelación, nos enseña, al mismo tiempo, que es la fe, que significa ´creer´, y en particular ´creer cristianamente´, como
respondiendo a la invitación de Jesús mismo; ´Creéis en Dios, creed también en mí´ (Jn 14, 1).

5. Características de la fe <i<10.04.85< i="">

1. Hemos dicho varias veces en estas consideraciones, que la fe es la respuesta particular del hombre a la Palabra de dios que se
revela a Sí mismo hasta la revelación definitiva en Jesucristo. Esta respuesta tiene, sin duda, un carácter cognoscitivo;
efectivamente, da al hombre la posibilidad de acoger este conocimiento (auto-conocimiento) que Dios ´comparte con él´.
La aceptación de este conocimiento de Dios, que en la vida presente es siempre parcial, provisional e imperfecto, da, sin
embargo, al hombre la posibilidad de participar desde ahora en la verdad definitiva y total, que un día le será plenamente
revelada en la visión inmediata de Dios. ´Abandonándose totalmente a Dios´, como respuesta a la auto-Revelación, el hombre
participa en esta verdad. De tal participación toma origen una nueva vida sobrenatural, a la que Jesús llama ´vida eterna´ (Jn 17,
3) y que, con la Carta a los Hebreos, puede definirse ´vida mediante la fe´: ´mi justo vivirá de la fe´ (Heb 10, 38).

2. Si queremos profundizar, pues, en la comprensión de lo que es la fe, de lo que quiere decir ´creer´, lo primero que se nos
presenta es la originalidad de la fe en relación con el conocimiento racional de Dios, partiendo ´de las cosas creadas´.
La originalidad de la fe está ante todo en su carácter sobrenatural. Si el hombre en la fe da la respuesta a la ´auto-Revelación de
Dios´ y acepta el plan divino de la salvación, que consiste en la participación en la naturaleza y en la vida íntima de Dios mismo,
esta respuesta debe llevar al hombre por encima de todo lo que el ser humano mismo alcanza con las facultades y las fuerzas de
la propia naturaleza, tanto en cuanto a conocimiento como en cuanto a voluntad: efectivamente, se trata del conocimiento de una
verdad infinita y del cumplimiento transcendente de las aspiraciones al bien y a la felicidad, que están enraizadas en la voluntad,
en el corazón: se trata, precisamente, de la ´vida eterna´.
´Por medio de la revelación divina -leemos en la Constitución Dei Verbum- Dios quiso manifestarse a Sí mismo y sus planes de
salvar al hombre, para que el hombre se haga partícipe de los bienes divinos, que superan totalmente la inteligencia humana´
(n.6). La Constitución cita aquí las palabras del Concilio Vaticano I (Cons. Dei Filius , 12), que ponen de relieve el carácter
sobrenatural de la fe.
Si, pues, la respuesta humana a la auto-revelación de Dios, y en particular a su definitiva auto-revelación en Jesucristo, se forma
interiormente bajo la potencia luminosa de Dios mismo que actúa en lo profundo de las facultades espirituales del hombre, y, de
algún modo, en todo el conjunto de sus energías y disposiciones. Esa fuerza divina se llama gracia, en particular, la gracia de la
fe.

3. Leemos también en la misma Constitución del Vaticano II: "Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que
se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del
espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad (palabras del Concilio Arausicano II). Para que el hombre pueda
comprender cada vez más profundamente la Revelación, el Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe con sus dones´ (Dei
Verbum , 5).
La Constitución Dei Verbum se pronuncia de modo sucinto sobre el tema de la gracia de la fe; sin embargo, esta formulación

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sintética es completa y refleja la enseñanza de Jesús mismo, que ha dicho: ´Nadie puede venir a mí si el Padre, que me ha
enviado, no lo atrae´ (Jn 6, 44). La gracia de la fe es precisamente esta ´atracción´ por parte de Dios, ejercida en relación con la
esencia interior del hombre, e indirectamente de toda la subjetividad humana, para que el hombre responda plenamente a la
´auto-revelación´ de Dios en Jesucristo, abandonándose a El. Esa gracia previene el acto de fe, lo suscita, sostiene y guía; su fruto
es que el hombre se hace capaz ante todo de ´creer a Dios´ y cree de hecho. De este modo, en virtud de la gracia proveniente y
cooperante se instaura una ´comunión´ sobrenatural interpersonal que es la misma viva estructura que sostiene la fe, mediante la
cual el hombre, que cree en Dios, participa de su ´vida eterna´: ´conoce al Padre y a su enviado Jesucristo´ (Cfr. Jn 17, 3) y, por
medio de la caridad entra en una relación de amistad con ellos (Cfr. Jn 14, 23; 15, 15).

4. Esta gracia es fuente de la iluminación sobrenatural que ´abre los ojos del espíritu´; y, por lo mismo, la gracia de la fe abarca
particularmente la esfera cognoscitiva del hombre y se centra en ella. Logra de ella la aceptación de todos los contenidos de la
Revelación en los cuales se desvelan los misterios de Dios y los elementos del plan salvífico respecto al hombre. Pero, al mismo
tiempo, la facultad cognoscitiva del hombre bajo la acción de la gracia de la fe tiende a la comprensión cada vez más profunda de
los contenidos revelados, puesto que tiende hacia la verdad total prometida por Jesús (Cfr. Jn 16, 13), hacia la ´vida eterna´. Y en
este esfuerzo de comprensión creciente encuentra apoyo en los dones del Espíritu Santo, especialmente en los que perfeccionan
el conocimiento sobrenatural de la fe: ciencia, entendimiento, sabiduría.
Según este breve bosquejo, la originalidad de la fe se presenta como una vida sobrenatural, mediante la cual la ´auto-revelación´
de Dios arraiga en el terreno de la inteligencia humana, convirtiéndose en la fuente de la luz sobrenatural, por la que el hombre
participa, en la medida humana, pero a nivel de comunión divina, de ese conocimiento, con el que Dios se conoce eternamente a
Sí mismo y conoce toda otra realidad en Sí mismo.

6. El carácter de la fe 17.04.85

1. Si la originalidad de la fe consiste en el carácter de conocimiento esencialmente sobrenatural, que proviene de la gracia de


Dios y de los dones del Espíritu Santo, igualmente se debe afirmar que la fe posee una originalidad auténticamente humana. En
efecto, encontramos en ella todas las características de la convicción racional y razonable sobre la verdad contenida en la divina
Revelación. Esta convicción -o sea, certeza- corresponde perfectamente a la dignidad de la persona como ser racional y libre.
Sobre este problema es muy iluminadora, entre los documentos del Concilio Vaticano II, la Declaración Dignitatis humanae . En
ella, leemos, entre otras cosas: ´Es uno de los capítulos principales de la doctrina católica, contenido en la Palabra de Dios y
predicado constantemente por los Padres, que el hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios, y que, por tanto, nadie
debe ser forzado a abrazar la fe contra su voluntad. Porque el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza, ya que el hombre,
redimido por Cristo Salvador y llamado en Jesucristo a la filiación adoptiva, no puede adherirse a Dios, que se revela a Sí mismo,
a menos que, atraído por el Padre, rinda a Dios el obsequio racional y libre de la fe. Está, por consiguiente, en total acuerdo con
la índole de la fe el excluir cualquier género de coacción por parte de los hombres en materia religiosa´ (Dignitatis humanae, 10).
´Dios llama ciertamente a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por este llamamiento quedan ellos obligados en
conciencia, pero no coaccionados. Porque Dios tiene en cuenta la dignidad de la persona humana, que El mismo ha creado, y que
debe regirse por su propia determinación y usar la libertad. Esto se hizo patente sobre todo en Cristo Jesús.´ (n.11).

2. Y aquí el documento conciliar explica de que modo Cristo trató de ´excitar y robustecer la fe de los oyentes´, excluyendo toda
coacción. En efecto, El dio testimonio definitivo de la verdad de su Evangelio mediante la cruz y la resurrección, ´pero no quiso
imponerla por la fuerza a los que le contradecían Cían´. ´Su reino. se establece dando testimonio de la verdad y prestándole oído,
y crece por el amor con que Cristo, levantado en la cruz, atrae los hombres a Sí mismo´ (n.11). Cristo encomendó luego a los
Apóstoles el mismo modo de convencer sobre la verdad del Evangelio.
Precisamente, gracias a esta libertad, la fe -lo que expresamos con la palabra ´creo´- posee su autenticidad y originalidad humana,
además de divina. En efecto, ella expresa la convicción y la certeza sobre la verdad de la revelación, en virtud de un acto de libre
voluntad. Esta voluntariedad estructural de la fe no significa en modo alguno que el creer sea ´facultativo´, y que por lo tanto, sea
justificable una actitud de indiferentismo fundamental; sólo significa que el hombre está llamado a responder a la invitación y al
donde Dios con la adhesión libre y total de sí mismo.

3. El mismo documento conciliar, dedicado al problema de la libertad religiosa, pone de relieve muy claramente que la fe es una
cuestión de Conciencia.
Por razón de su dignidad, todos los hombres, por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre y, por tanto,
enaltecidos con una responsabilidad personal, son impulsados por su propia naturaleza a buscar la verdad, y además tienen la
obligación moral de buscarla, sobre todo, la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a adherirse a la verdad
conocida y a ordenar su vida según las exigencias de la verdad´ (n.2). Si éste es el argumento esencial a favor del derecho a la
libertad religiosa, es también el motivo fundamental por el cual esta misma libertad debe ser correctamente comprendida y
observada en la vida social.

4. En cuanto a las decisiones personales, ´cada uno tiene la obligación, y en consecuencia también el derecho, de buscar la
verdad en materia religiosa, a fin de que, utilizando los medios adecuados, llegue a formarse prudentemente juicios rectos y
verdaderos de conciencia. Ahora bien, la verdad debe buscarse de modo apropiado a la dignidad de la persona humana y a su

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naturaleza social, mediante la libre investigación, con la ayuda del magisterio o enseñanza, de la comunicación y del diálogo, por
medio de los cuales los hombres se exponen mutuamente la verdad que han encontrado o juzgan haber encontrado para ayudarse
unos a otros en la búsqueda de la verdad; y una vez conocida ésta, hay que adherirse firmemente a ella con asentimiento personal
´(n.3).
En estas palabras hallamos una característica muy acentuada de nuestro ´credo´ como acto profundamente humano, que responde
a la dignidad del hombre en cuanto persona. Esta correspondencia se manifiesta en la relación con la verdad mediante la libertad
interior y la responsabilidad de conciencia del sujeto creyente.
Esta doctrina, inspirada en la Declaración conciliar sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae, sirve también para hacer
comprender lo importante que es una catequesis sistemática, tanto porque hace posible el conocimiento de la verdad sobre el
proyecto de Dios, contenido en la divina Revelación, como porque ayuda a adherirse cada vez más a la verdad ya conocida y
aceptada mediante la fe.

7. Sagrada Tradición y Sagrada Escritura 24.04.85

1. ¿Donde podemos encontrar lo que Dios ha revelado para adherirnos a ello con nuestra fe convencida y libre?. Hay un ´sagrado
depósito´, del que la Iglesia toma comunicándonos sus contenidos.
Como dice el Concilio Vaticano II: ´Esta Sagrada Tradición con la Sagrada Escritura de ambos Testamentos, son el espejo en el
que la Iglesia peregrina contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta el día en que llegue a verlo cara a cara, como El es´ (Dei
Verbum , 7).
Con estas palabras la Constitución conciliar sintetiza el problema de la transmisión de la Revelación Divina, importante para la fe
de todo cristiano. Nuestro ´credo´, que debe preparar al hombre sobre la tierra a ver a Dios cara a cara en la eternidad, depende
en cada etapa de la historia, de la fiel inviolable transmisión de esta auto-revelación de Dios, que en Jesucristo ha alcanzado su
ápice y su plenitud.

2. Cristo mandó ´a los Apóstoles predicar a todo el mundo el Evangelio como fuente de toda verdad salvadoras y de toda norma
de conducta, comunicándoles así los bienes divinos´ (n.7). Ellos ejecutaron la misión que les fue confiada ante todo mediante la
predicación oral, y al mismo tiempo algunos de ellos ´pusieron por escrito el mensaje de salvación inspirados por el Espíritu
Santo´ (n. 7). Esto hicieron también algunos del círculo de los Apóstoles (Marcos, Lucas).
Así se formó la transmisión de la Revelación divina en la primera generación de cristianos: ´Para que este Evangelio se
conservara siempre vivo e integro en la Iglesia, los Apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, dejándoles su función en
el magisterio (S. Ireneo)´ (n.7).

3. Como se ve, según el Concilio, en la transmisión de la divina Revelación en la Iglesia se sostienen recíprocamente y se
completan la Tradición y la Sagrada Escritura, con las cuales las nuevas generaciones de los discípulos y de los testigos de
Jesucristo alimentan su fe, por que ´lo que los Apóstoles transmitieron . comprende todo lo necesario para una vida santa y para
una fe creciente del Pueblo de Dios´ (n.8).
´Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo; es decir, crece la comprensión de las
palabras y de las instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian re pasándolas en su corazón, cuando
comprenden internamente los viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad. La
Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios´
(n.8).
Pero en esta tensión hacia la plenitud de la verdad divina la Iglesia bebe constantemente en el único ´depósito´ originario,
constituido por la Tradición apostólica y la Sagrada Escritura, las cuales ´manan de una misma fuente divina, se unen en un
mismo caudal, corren hacia el mismo fin´ (n.9).

4. A este propósito conviene precisar y subrayar, también de acuerdo con el Concilio, que . La Iglesia no saca exclusivamente de
la Sagrada Escritura la certeza de todo lo revelado´ (n.9). Esta Escritura ´es la Palabra de Dios en cuanto escrita por inspiración
del Espíritu Santo´. Pero ´la Palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, la transmite íntegra a
los sucesores, para que ellos, iluminados por el Espíritu de verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su
predicación´ (n.9). ´La misma Tradición da a conocer a la Iglesia el canon íntegro de los Libros Sagrados y hace que los
comprenda cada vez mejor y los mantenga siempre activos´ (n.8).
´La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia.
Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus Pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica.´ (n.10). Por
ello ambas, la Tradición y la Sagrada Escritura, deben estar rodeadas de la misma veneración y del mismo respeto religioso.

5. Aquí nace el problema de la interpretación auténtica de la Palabra de Dios, escrita o transmitida por la Tradición. Esta función
ha sido encomendada ´únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo´ (n.10). Este
Magisterio ´no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por
mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y
de este depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído´(n.10).

6. He aquí, pues, una nueva característica de la fe: creer de modo cristiano significa también: aceptar la verdad revelada por Dios,

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tal como la enseña la Iglesia. Pero al mismo tiempo el Concilio Vaticano II recuerda que ´ la totalidad de los fieles. no pueden
equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el
pueblo, cuando desde los obispos hasta los últimos fieles laicos prestan su consentimiento universal en las cosas de fe y
costumbres. Con este sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el Pueblo de Dios se adhiere
indefectiblemente a la fe confiada de una vez para siempre a los santos, penetra más profundamente en ella con juicio certero y le
da más plena aplicación en la vida guiado en todo por el sagrado Magisterio´ (LumenGentium, 12).

7. La Tradición, la Sagrada Escritura, el Magisterio de la Iglesia y el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo de Dios
forman ese proceso vivificante en el que la divina Revelación se transmite a las nuevas generaciones. ´Así Dios, que habló en
otros tiempos, sigue conversando con la esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio
resuena en la iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos
intensamente la palabra de Cristo´ (Dei Verbum, 8).
Creer de modo cristiano significa aceptar ser introducidos y conducidos por el Espíritu a la plenitud de la verdad de modo
consciente y voluntario.

8. Sagrada Escritura: inspiración e interpretación 1.05.85

1. Repetimos hoy una vez más las hermosas palabras de la Constitución conciliar Dei Verbum ; ´ Así Dios, que habló en otros
tiempos.´ (n.8).
Digamos, de nuevo que significa ´creer´.
Creer de modo cristiano significa precisamente: ser introducidos por el Espíritu Santo en la verdad plena de la divina Revelación.
Quiere decir: ser una comunidad de fieles abiertos a la Palabra del Evangelio de Cristo. Una y otra cosa son posibles en cada
generación, porque la viva transmisión de la divina Revelación, contenida en la Tradición y la Sagrada Escritura, perdura integra
en la Iglesia, gracias al servicio especial del Magisterio, en armonía con el sentido sobrenatural del Pueblo de Dios.

2. Para completar esta concepción del vínculo entre nuestro ´credo´ católico y su fuente, es importante también la doctrina sobre
la inspiración de la Sagrada Escritura y de su interpretación auténtica. Al presentar esta doctrina seguimos (como en las
catequesis anteriores) ante todo la Constitución Dei Verbum.
Dice el Concilio: ´La Santa Madre Iglesia fiel a la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y Nuevo
Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, que escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen
a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia´ (n.11).
Dios -como Autor invisible y transcendente- ´se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este
modo. como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería´ (n.11). Con este fin el Espíritu Santo
actuaba en ellos y por medio de ellos (Cfr. n.11).

3. Dado este origen, se debe reconocer ´que los libros de la Sagrada Escritura enseñan sólidamente, fielmente y sin error la
verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para la salvación nuestra´ (n.11). Lo confirman las palabras de San Pablo en la
Carta a Timoteo: ´Toda la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la
justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y consumado en toda obra buena´ (2 Tim. 3, 16-17).
La Constitución sobre la divina revelación, siguiendo a San Juan Crisóstomo, manifiesta admiración por la particular
´condescendencia´, que es como un ´inclinarse´ de la eterna Sabiduría. ´La Palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se
hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del Eterno Padre, asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo
semejante a los hombres´ (n.13).

4. De la verdad sobre la divina inspiración de la Sagrada Escritura se deriva lógicamente algunas normas que se refieren a su
interpretación. La Constitución Dei Verbum las resume brevemente:
El primer principio es que ´porque Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano, el intérprete de la
Sagrada Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores querían decir y
Dios quería dar a conocer con dichas palabras´ (n.12).
Con esta finalidad -y éste es el segundo punto- es necesario tener en cuenta, entre otras cosas, ´los géneros literarios´. ´Pues la
verdad se presenta y enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros
géneros literarios´ (n.12). El sentido de lo que el autor expresa depende precisamente de estos géneros literarios, que se deben
tener, pues, en cuenta sobre el fondo de todas las circunstancias de una poca precisa y de una determinada cultura.
Y, por esto, tenemos el tercer principio para una recta interpretación de la Sagrada Escritura: ´Para comprender exactamente lo
que el autor sagrado propone en sus escritos, hay que tener muy en cuenta los habituales y originarios modos de pensar, de
expresarse, de narrar que se usaban en el tiempo del escritor, y también las expresiones que entonces solían emplearse en la
conversación ordinaria´ (n.12).

5. Estas indicaciones bastantes detalladas, que se dan para la interpretación de carácter histórico-literario, exigen una relación
profunda con las premisas de la doctrina sobre la divina inspiración de la Sagrada Escritura. ´La escritura se ha de leer e
interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita´ (n.12). Por esto, ´hay que tener muy en cuenta el contenido y la unidad de
toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, la analogía de la fe´ (n.12).

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Por ´analogía de la fe´ entendemos la cohesión de cada una de las verdades de fe entre sí y con el plan total de la Revelación y la
plenitud de la divina economía encerrada en él.

6. La misión de los exegetas, es decir, de los investigadores que estudian con métodos idóneos la Sagrada Escritura, es contribuir,
según dichos principios, ´para ir penetrando y exponiendo el sentido de la Sagrada Escritura, de modo que con dicho estudio
pueda madurar el juicio de la Iglesia´ (n.12). Puesto que la Iglesia tiene ´el mandato y el ministerio divino de Conservar e
interpretar la Palabra de Dios´, todo lo que se refiere ´al modo de interpretar la Escritura, queda sometido al juicio definitivo de la
Iglesia´ (n.12).
Esta norma es importante para precisar la relación recíproca entre exégesis (y la teología) y el Magisterio de la Iglesia. Es una
norma que está en relación muy íntima con lo que hemos dicho anteriormente a propósito de la transmisión de la divina
Revelación. Hay que poner de relieve una vez más que el Magisterio utiliza el trabajo de los teólogos-exegetas y, al mismo
tiempo, vigila oportunamente sobre los resultados de sus estudios. Efectivamente, el Magisterio está llamado a custodiar la
verdad plena, contenida en la divina Revelación.

7. Creer de modo cristiano significa, pues, adherirse a esta verdad gozando de la garantía de verdad que por institución de Cristo
mismo se le ha dado a la Iglesia. Esto vale para todos los creyentes: y, por tanto -en su justo nivel y en el grado adecuado-,
también para los teólogos y exegetas. Para todos se revela en este campo la misericordiosa providencia de Dios, que ha querido
concedernos no sólo el don de su auto-revelación, sino también la garantía de su fiel conservación, interpretación y explicación,
confiándola a la Iglesia.

9. El Antiguo Testamento 8.05.85

1. La Sagrada Escritura, como es sabido, se compone de dos grandes colecciones de libros: el Antiguo y el Nuevo Testamento. El
Antiguo Testamento, redactado todo él antes de la venida de Cristo, es una colección de 46 libros de carácter diverso. Los
enumeraremos aquí, agrupándolos de manera que se distinga, al menos genéricamente, la índole de cada uno de ellos.

2. El primer grupo que encontramos es el llamado ´Pentateuco´, formado por: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y
Deuteronomio. Casi como prolongación del Pentateuco se encuentra el Libro de Josué y, luego, el de los Jueces. El conciso Libro
de Rut constituye, en cierto modo, la introducción al grupo siguiente de carácter histórico, compuesto por los dos Libros de
Samuel y por los dos Libros de los Reyes. Entre estos libros deben incluirse los dos de las Crónicas, el Libro de Esdras y el de
Nehemías, que se refieren al período de la historia de Israel posterior a la cautividad de Babilonia.
El Libro de Tobías, el de Judit y el de Ester, aunque se refieren a la historia de la nación elegida, tienen carácter de narración
alegórica y moral, más bien que de historia verdadera y propia. En cambio, los dos Libros de los Macabeos tienen carácter
histórico (de crónica).

3. Los llamados ´Libros didácticos´ forman un propio grupo, en el cual se incluyen obras de diverso carácter. Pertenecen a él: el
Libro de Job, los Salmos, y el Cantar de los Cantares, e igualmente algunas obras de carácter sapiencial-educativo: el Libro de
los Proverbios, el de Qohelet (es decir, el Eclesiastés), el Libro de la Sabiduría y la Sabiduría de Sirácida (esto es, el
Eclesiástico).

4. Finalmente, el último grupo de escritos del Antiguo Testamento está formado por los ´Libros proféticos´. Se distinguen los
cuatro llamados Profetas ´mayores´: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. Al Libro de Jeremías se añaden las lamentaciones y el
Libro de Baruc. Luego vienen los llamados Profetas ´menores´: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Naún, Habacuc,
Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías.

5. A excepción de los primeros capítulos del Génesis, que tratan del origen del mundo y de la humanidad, los libros del Antiguo
Testamento, comenzando por la llamada de Abrahán, se refieren a una nación que ha sido elegida por Dios. He aquí lo que
leemos en la Constitución Dei Verbum: ´Deseando Dios con su gran amor preparar la salvación de toda la humanidad, escogió a
un pueblo particular a quien confiar sus promesas. Hizo primero una alianza con Abrahán; después, por medio de Moisés, la hizo
con el pueblo de Israel, y así se fue revelando a su pueblo, con obras y palabras, como el único Dios vivo y verdadero. De este
modo Israel fue experimentando la manera de obrar de Dios con los hombres, la fue comprendiendo cada vez mejor al hablar
Dios por medio de los Profetas, y fue difundiendo este conocimiento entre las naciones. La economía de la salvación anunciada,
contada y explicada por los escritores sagrados, se encuentra, hecha palabra de Dios, en los libros del antiguo Testamento; por
eso dichos libros, divinamente inspirados, conservan para siempre su valor.´ (n.15).

6. La Constitución conciliar indica luego lo que ha sido la finalidad principal de la economía de la salvación en el Antiguo
Testamento: ´Preparar´, anunciar proféticamente y significar con diversas figuras la venida de Cristo redentor del universo y del
reino mesiánico (Cfr. n.15).
Al mismo tiempo, los libros del Antiguo Testamento, según la condición del género humano antes de Cristo, ´muestran a todos el
conocimiento de Dios y del hombre y de que modo Dios, justo y misericordioso, trata a los hombres. Estos libros, aunque
contienen elementos imperfectos y pasajeros, nos enseñan la pedagogía divina´ (n.15). En ellos se expresa ´un vivo sentido de
Dios´, ´una sabiduría salvadora acerca del hombre´ y, finalmente, ´encierra tesoros de oración y esconden el misterio de nuestra

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salvación´ (n.15). Y por esto, también los libros del Antiguo Testamento deben ser recibidos por los cristianos con devoción.

7. La Constitución conciliar explica así la relación entre el Antiguo y Nuevo Testamento: ´Dios es el autor que inspira los libros
de ambos Testamentos, de modo que el Antiguo encubriera el Nuevo, y el Nuevo descubriera el Antiguo´ (según las palabras de
San Agustín: ´Novum in Vetere latet, Vetus in Novo patet.´). ´Pues, aunque Cristo estableció con su Sangre la Nueva Alianza,
los libros íntegros del Antiguo Testamento, incorporados a la predicación evangélica, alcanzan y muestran su plenitud de sentido
en el Nuevo Testamento y a su vez lo iluminan y lo explican´ (n.16).
Como veis, el Concilio nos ofrece una doctrina precisa y clara, suficiente para nuestra catequesis. Ella nos permite dar un nuevo
paso en la determinación del significado de nuestra fe. ´Creer de modo cristiano´ significa sacar, según el espíritu que hemos
dicho, la luz de la Revelación también de los Libros de la Antigua Alianza.

10. El Nuevo Testamento 22.05.85

1. El Nuevo Testamento tiene dimensiones menores que el Antiguo. Bajo el aspecto de la redacción histórica, los libros que lo
componen están escritos en un espacio de tiempo más breve que los de la Antigua Alianza. Está compuesto por veintisiete libros,
algunos muy breves.
En primer lugar tenemos los cuatro Evangelios: según Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Luego sigue el libro de los Hechos de los
Apóstoles, cuyo autor es también Lucas. El grupo mayor está constituido por las Cartas Apostólicas, de las cuales las más
numerosas son las Cartas de San Pablo: una a los Romanos, dos a los Corintios, una a los Gálatas, una a los Efesios, una a los
Filipenses, una a los Colosenses, dos a los Tesalonicenses, dos a Timoteo, una a Tito y una a Filemón. El llamado ´corpus
paulinus´ termina con la Carta a los Hebreos, escrita en el ámbito de influencia de Pablo. Siguen: la Carta de Santiago, dos Cartas
de San Pedro, tres Cartas de San Juan y la Carta de San Judas. El último libro del Nuevo Testamento es el Apocalipsis de San
Juan.

2. Con relación a estos libros se expresa así la Constitución Dei Verbum: ´Todos saben que entre los escritos del Nuevo
Testamento sobresalen los Evangelios, por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro
Salvador. La Iglesia siempre y en todas partes ha mantenido y mantiene que los cuatro Evangelios son de origen apostólico. Pues
lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Jesucristo, después ellos mismos con otros de su generación lo escribieron por
inspiración del Espíritu Santo y nos lo entregaron como fundamento de nuestra fe: el Evangelio cuádruple, según Mateo, Marcos,
Lucas y Juan´ (n.18).

3. La Constitución conciliar pone de relieve de modo especial la historicidad de los cuatro Evangelios. Dice que la Iglesia ´afirma
su historicidad sin dudar´, manteniendo con constancia que ´los cuatro .Evangelios. transmiten fielmente lo que Jesús, el Hijo de
Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos, hasta el día de la Ascensión´
(n.19).
Si se trata del modo como nacieron los cuatro Evangelios, la Constitución conciliar los vincula ante todo con la enseñanza
apostólica, que comenzó con la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Leemos así: ´Los Apóstoles, después de la
Ascensión del Señor, comunicaron a sus oyentes esos dichos y hechos con la mayor comprensión que les daban los
acontecimientos gloriosos de Cristo e iluminados por la enseñanza del Espíritu Santo´ (n.19). Estos ´acontecimientos gloriosos´
están constituidos principalmente por la resurrección del Señor y la venida del Espíritu Sano. Se comprende que, a la luz de la
resurrección, los Apóstoles creyeron definitivamente en Cristo. La resurrección proyectó a luz fundamental sobre su muerte en la
cruz, y también sobre todo lo que había hecho y proclamado antes de su pasión. Luego, el día de Pentecostés sucedió que los
Apóstoles fueron ´iluminados por el Espíritu de verdad´.

4. De la enseñanza apostólica oral se pasó a la redacción de los Evangelios, respecto a lo cual se expresa así la Constitución
conciliar: . los autores sagrados compusieron los cuatro Evangelios escogiendo datos de la tradición oral o escrita, reduciéndolos
a síntesis, adaptándolos a la situación de las diversas Iglesias, conservando el estilo de proclamación: así nos transmitieron
siempre datos auténticos y genuinos acerca de Jesús. Sacándolos de su memoria o del testimonio de los ´que asistieron desde el
principio y fueron testigos de la palabra, lo escribieron para que conozcamos la verdad de lo que nos enseñaban´ (n.19).
Este conciso párrafo del Concilio refleja y sintetiza brevemente toda la riqueza de las investigaciones y estudios de los
escrituristas no han cesado de dedicar a la cuestión del origen de los cuatro Evangelios. Para nuestra catequesis es suficiente este
resumen.

5. En cuanto a los restantes libros de Nuevo Testamento, la Constitución conciliar Dei Verbum se pronuncia del modo
siguiente: . Estos libros, según el sabio plan de Dios, confirman la realidad de Cristo, van explicando su doctrina auténtica,
proclaman la fuerza salvadora de la obra de Cristo, cuentan los comienzos y la difusión de la Iglesia, predicen su consumación
gloriosa´ (n.20). Se trata de una breve y sintética presentación de contenido de esos libros, independientemente de cuestiones
cronológicas, que ahora nos interesan menos. sólo recordaremos que los estudiosos fijan para su composición la segunda mitad
del siglo I.
Lo que más cuenta para nosotros es la presencia del Señor Jesús y de su Espíritu en los autores del Nuevo Testamento, que son,
por lo mismo, medios a través de los cuales Dios nos introduce en la novedad revelada. ´El Señor asistió a sus Apóstoles, como
lo había prometido, y les envió el Espíritu Santo, que los fuera introduciendo en la plenitud de la verdad´ (n.20). Los libros del

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Nuevo Testamento nos introducen precisamente en el camino que lleva a la plenitud de la verdad de la divina Revelación.

6. Y tenemos aquí otra conclusión para una concepción más completa de la fe. Creer de modo cristiano significa aceptar la auto-
revelación de Dios en Jesucristo, que constituye el contenido esencial del Nuevo Testamento.
Nos dice el Concilio: ´Cuando llegó la plenitud de los tiempos, la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros llena de gracia y
de verdad. Cristo estableció en la tierra el reino de Dios, se manifestó a Si mismo y a su Padre con obras y palabras. Llevó a cabo
su obra muriendo, resucitando y enviando al Espíritu Santo. Levantado de la tierra, atrae todos hacia Sí, pues es el único que
posee palabras de vida eterna´ (n.17).
´De esto dan testimonio divino y perenne los escritos del Nuevo Testamento´ (n.17).
Y por lo mismo constituyen un particular apoyo para nuestra fe.

11. Fe cristiana y religiones no cristianas 5.06.85

1. La fe cristiana se encuentra en el mundo con varias religiones que se inspiran en otros maestros y en otras tradiciones, al
margen del filón de la revelación. Ellas constituyen un hecho que hay que tener en cuenta. Como dice el Concilio, los hombres
esperan de las diversas religiones ´la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana, que hoy como ayer conmueven
íntimamente su corazón: ¿Qué es el hombre? Cuál es el sentido y fin de nuestra vida?. ¿Qué es el bien y que es el pecado?. ¿Cuál
es el origen y el fin del dolor?. ¿Cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad?. ¿Qué es la muerte, el juicio, y cuál es
la retribución después de la muerte?. ¿Cual es, finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del
cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos´ (Nostra aetate, 1).
De este hecho parte el Concilio en la Declaración Nostra Aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas.
Es muy significativo que el Concilio se haya pronunciado sobre este tema. Si creer de modo cristiano quiere decir responder a la
auto-revelación de Dios, cuya plenitud está en Jesucristo, sin embargo, esta fe no evita, especialmente en el mundo
contemporáneo, una relación consciente con las religiones no cristianas, en cuanto que en cada una de ellas se expresa de algún
modo ´aquello que es común a los hombres y conduce a la mutua solidaridad´ (n.1). La Iglesia no desecha esta relación, más aún,
la desea y la busca. Sobre el fondo de una amplia comunión en los valores positivos de espiritualidad y moralidad, se delinea ante
todo la relación de la ´fe´ con la ´religión´ en general, que es un sector especial de la existencia terrena del hombre. El hombre
busca en la religión la respuesta a los interrogantes arriba enumerados y establece de modo diverso su relación con el ´misterio
que envuelve nuestra existencia´. Ahora bien, las diversas religiones no cristianas son, ante todo, la expresión de esta búsqueda
por parte del hombre, mientras que la fe cristiana que tiene su base en la Revelación por parte de Dios. Y en esto consiste -a
pesar de algunas afinidades en otras religiones- su diferencia esencial en relación con ellas.

2. La Declaración Nostra Aetate, sin embargo, trata de subrayar las afinidades. Leemos: ´Ya desde la antigüedad y hasta nuestras
días se encuentran en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se haya presente en la marcha
de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, y a veces también el conocimiento de la suma Divinidad e incluso del
Padre. Sensibilidad y conocimiento que penetran toda la vida humana, y un íntimo sentido religioso´ (n.2). A este propósito
podemos recordar que desde los primeros siglos del cristianismo se ha querido ver la presencia inefable del Verbo en las mentes
humanas y en las realizaciones de cultura y civilización: ´Efectivamente, todos los escritores, mediante la innata semilla del
Logos, injertada en ellos, pudieron entrever oscuramente la realidad´ , ha puesto de relieve San Justino (II, 13, 3), el cual, con
otros Padres, no ha dudado en ver en la filosofía una especie de ´revelación menor´.
Pero en esto hay que entenderse. Ese ´sentido religioso´, es decir, el conocimiento religioso de Dios por parte de los pueblos, se
reduce al conocimiento de que es capaz el hombre con las fuerzas de su naturaleza, como hemos visto en su lugar; al mismo
tiempo, se distingue de las especulaciones puramente racionales de los filósofos y pensadores sobre el tema de la existencia de
Dios. Ese conocimiento religioso implica a todo el hombre y llega a ser en él un impulso de vida. Se distingue, sobre todo, de la
fe cristiana, ya sea como conocimiento fundado en la Revelación, ya como respuesta consciente al don de Dios que está presente
y actúa en Jesucristo. Esta distinción necesaria no excluye, repito, una afinidad y una concordancia de valores positivos, lo
mismo que no impide reconocer, con el Concilio, que las diversas religiones no cristianas (entre las cuales en el Documento
conciliarse recuerdan especialmente el hinduismo y el budismo, de los que se traza un breve perfil) ´se esfuerzan por responder
de varias maneras a la inquietud del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados´
(n.2).

3. ´La Iglesia católica -continúa el Documento- considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y
doctrinas que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella
Verdad que ilumina a todos los hombres´ (n.2).Mi predecesor Pablo VI, de venerada memoria, puso de relieve de modo
sugestivo esta posición de la Iglesia en la Exhortación Apostólica ´Evangelii nuntiandi´. He aquí sus palabras que sintonizan con
textos de los antiguos Padres: ´Ellas (las religiones no cristianas) llevan en sí mismas el eco de milenios a la búsqueda de Dios,
búsqueda incompleta pero hecha frecuentemente con sinceridad y rectitud de corazón. Poseen un impresionante patrimonio de
textos profundamente religiosos. Han enseñado a generaciones de personas a orar. Todas están llenas de innumerables semillas
del Verbo y constituyen una auténtica preparación evangélica´ (n.53).
Por esto, también la Iglesia exhorta a los cristianos y a los católicos a fin de que ´mediante el diálogo y la colaboración con los
adeptos de otras religiones, dando testimonio de la fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes
espirituales y morales, así como los valores socio-culturales, que en ellos existen´ (n.2).

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4. Se podría decir, pues, que creer de modo cristiano significa aceptar, profesar y anunciar a Cristo que es ´el camino, la verdad y
la vida´ (Jn. 14, 6), tanto más plenamente cuanto más se ponen de relieve los valores de las otras religiones, los signos, los
reflejos y como los presagios de El.

5. Entre las religiones no cristianas merece una atención particular la religión de los seguidores de Mahoma, a causa de su
carácter monoteísta y su vínculo con la fe de Abrahán, a quien San Pablo definió el ´padre. de nuestra fe (cristiana)´ (Cfr. Rom 4,
16).
Los musulmanes ´Adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra,
que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma, como se sometió a Dios Abrahán, a
quien la fe islámica mira con complacencia´. Pero aún hay más: los seguidores de Mahoma honran también a Jesús: ´Aunque no
reconocen a Jesús como Dios, lo veneran como Profeta; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan
devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian la
vida moral y honran a Dios, sobre todo, con la oración, las limosnas y el ayuno´ (n.3).

6. Una relación especial -entre las religiones no cristianas- es la que mantiene la Iglesia con los que profesan la fe en la Antigua
Alianza, los herederos de los Patriarcas y Profetas de Israel. Efectivamente, el Concilio recuerda ´el vínculo con que el pueblo
del Nuevo Testamento está unido con la estirpe de Abrahán´ (n.4).
Este vínculo, al que ya aludimos en la catequesis dedicada al Antiguo Testamento, y que nos acerca a los judíos, se pone una vez
más de relieve en la Declaración Nostra Aetate, al referirse a esos comunes inicios de la fe, que se encuentran en los Patriarcas,
Moisés y los Profetas. La Iglesia ´reconoce que todos los cristianos, hijos de Abrahán según la fe, están incluidos en la vocación
del mismo Patriarca. La Iglesia no puede olvidar que ha recibido la revelación del Antiguo Testamento, por medio de aquel
pueblo con el que Dios, por su inefable misericordia, se dignó establecer la Antigua Alianza´ (n.4). De este mismo Pueblo
proviene ´Cristo según la carne´ (Rom 9, 5), Hijo de la Virgen María, así como también son hijos de él sus Apóstoles.
Toda esta herencia espiritual, común a los cristianos y a los judíos, constituye como un fundamento orgánico para una relación
recíproca, aun cuando gran parte de los hijos de Israel ´no aceptaron el Evangelio´. Sin embargo, la Iglesia (juntamente con los
Profetas y el Apóstol Pablo) ´espera el día que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola voz y
le servirán como un sólo hombre (Sof 3, 9)´(n.4).

12. Diálogo de salvación 12.06.85

1. Creer de modo cristiano significa ´aceptar la invitación al coloquio con Dios´, abandonándose al propio Creador. Esta fe
consciente nos predispone también a ese ´diálogo de la salvación´ que la Iglesia quiere establecer con todos los hombres del
mundo de hoy (Cfr. Pablo VI Enc. Ecclesiam suam), incluso con los no creyentes. ´Muchos son. los que hoy día se desentienden
del todo de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan de forma explícita´ (Gaudium et Spes, 19), constituida por la fe. Por
esto, en la Constitución pastoral Gaudium et Spes el Concilio tomó posición también sobre el tema de la no creencia y del
ateísmo. Nos dice además cuán consciente y madura debería ser nuestra fe, de la que con frecuencia tenemos que dar testimonio
a los incrédulos y los ateos. Precisamente en la poca actual la fe debe ser educada ´para poder percibir con lucidez las
dificultades y poderlas vencer´(n.21). Esta es la condición esencial del diálogo de la salvación.

2. La Constitución conciliar hace una análisis breve, pero exhaustivo, del ateísmo. Observa, ante todo, que con este término ´se
designan realidades muy diversas. Unos niegan a Dios expresamente (ateísmo); los hay que someten la cuestión teológica a un
análisis metodológico tal, que reputa como inútil el propio planteamiento de la cuestión (positivismo, cientifismo). Muchos,
rebasando indebidamente los límites de las ciencias positivas, pretenden explicarlo todo sobre la base puramente científica o, por
el contrario, rechazan sin excepción toda verdad absoluta. Hay quienes exaltan tanto al hombre, que dejan sin contenido la fe en
Dios, ya que les interesa más. La afirmación del hombre que la negación de Dios. Hay quienes imaginan un Dios por ellos
rechazado, que nada tiene que ver con el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios,
porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna. El ateísmo nace. a veces como violenta protesta contra la existencia del
mal en el mundo o como adjudicación indebida del carácter absoluto a ciertos bienes humanos que son considerados
prácticamente como sucedáneos de Dios. La civilización actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a la tierra
(secularismo), puede dificultar en grado notable el acceso del hombre a Dios´ (n.19).

3. El texto conciliar, como se ve, indica la variedad y la multiplicidad de lo que se oculta bajo el término ´ateísmo´.
Sin duda, muy frecuentemente se trata de una actitud pragmática que es la resultante de la negligencia o de la falta de ´inquietud
religiosa´. Sin embargo, en muchos casos, esta actitud tiene sus raíces en todo el modo de pensar el mundo, especialmente del
pensar científico. Efectivamente, se acepta como única fuente de certeza cognoscitiva sólo la experiencia sensible, entonces
queda excluido el acceso a toda realidad suprasensible, transcendente. Tal actitud cognoscitiva se encuentra también en la base
de esa concepción particular que en nuestra poca ha tomado el nombre de ´teología de la muerte de Dios´.
Así, pues, los motivos del ateísmo y más frecuentemente aún del agnosticismo de hoy son también de naturaleza teórico-
cognoscitiva, no sólo pragmática.

4. El segundo grupo de motivos que pone de relieve el Concilio está unido a esa exagerada exaltación del hombre, que lleva a no

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pocos a olvidar una verdad tan obvia, como la de que el hombre es un ser contingente y limitado en la existencia. La realidad de
la vida y de la historia se encarga de hacernos constatar de modo siempre nuevo que, si hay motivos para reconocer la gran
dignidad y el primado del hombre en el mundo visible, sin embargo, no hay fundamento para ver en él al absoluto, rechazando a
Dios.
Leemos en la Gaudium et Spes que en el ateísmo moderno ´el afán de la autonomía humana lleva a negar toda dependencia del
hombre respecto de Dios. Los que profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el fin
de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia. Lo cual no puede conciliarse, según ellos, con el reconocimiento del
Señor, autor y fin de todo, o por lo menos tal afirmación de Dios es completamente superflua. El sentido de poder que el
progreso técnico actual da al hombre puede favorecer esta doctrina´ (n.2).
Efectivamente, hoy el ateísmo sistemático pone la ´liberación del hombre principalmente en su liberación económica y social´.
Combate la religión de modo programático, afirmando que ésta obstaculiza la liberación, ´porque, al orientar el espíritu humano
hacia una vida futura ilusoria, apartará al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal´. Cuando los defensores de este
ateísmo llegan al gobierno de un Estado -añade el texto conciliar- ´atacan violentamente a la religión, difundiendo el ateísmo,
sobre todo, en el campo educativo, con el uso de todos los medios de presión que tiene a su alcance el poder público´ (n.20).
Este problema exige que se explique de modo claro y firme el principio de la libertad religiosa, confirmado por el Concilio en
una Declaración a este propósito, la Dignitatis humanae.

5. Si queremos decir ahora cuál es la actitud fundamental de la Iglesia frente al ateísmo, está claro que ella lo rechaza ´con toda
firmeza´ (n.21),porque está en contraste con la esencia misma de la fe cristiana, la cual incluye la convicción de que la existencia
de Dios puede ser alcanzada por la razón. Sin embargo, la Iglesia, ´aunque rechaza en forma absoluta el ateísmo., reconoce
sinceramente que todos los hombres, creyentes y no creyentes, deben colaborar en la edificación de este mundo, en el que viven
en común. Esto no puede hacerse sin un prudente y sincero diálogo´ (n.21).
Hay que añadir que la Iglesia es particularmente sensible a la actitud de esos hombres que no logran conciliar la existencia de
Dios con la múltiple experiencia del mal y del sufrimiento.
Al mismo tiempo, la Iglesia es consciente de que lo que ella anuncia -es decir, el Evangelio y la fe cristiana- ´está en armonía con
los deseos más profundos del corazón humano, cuando reivindica la dignidad de la vocación del hombre, devolviendo la
esperanza a quienes desesperan ya de sus destinos más altos´ (n.21).
´Enseña además la Iglesia que la esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales, sino que más bien
proporciona nuevos motivos de apoyo para su ejercicio. Cuando, por el contrario, faltan ese fundamento divino y esa esperanza
de la vida eterna, la dignidad humana sufre lesiones gravísimas., y los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor,
quedan sin solucionar, llevando no raramente al hombre a la desesperación´ (n.21).
Por otra parte, aun rechazando el ateísmo, la Iglesia ´quiere conocer las causas de la negación de Dios que se esconden en la
mente del hombre ateo. Consciente de la gravedad de los problemas planteados por el ateísmo y movida por el amor que siente a
todos los hombres, la Iglesia juzga que los motivos del ateísmo deben ser objeto de serio y más profundo examen´ (n.21).En
particular, se preocupa de progresar ´con continua renovación y purificación propias bajo la guía del Espíritu Santo´(Cfr. n.21),
para remover de su vida todo lo que justamente pueda chocar al que no cree.

6. Con este planteamiento la Iglesia viene en nuestra ayuda una vez más para responder al interrogante: ´¿Qué es la fe?. ¿Qué
significa creer?, precisamente sobre el fondo de la incredulidad y del ateísmo, el cual a veces adopta formas de lucha programada
contra la religión, y especialmente contra el cristianismo. Precisamente teniendo en cuenta esta hostilidad, la fe debe crecer de
manera especial consciente, penetrante y madura, caracterizada por un profundo sentido de responsabilidad y de amor hacia
todos los hombres. La conciencia de las dificultades, de las objeciones y de las persecuciones deben despertar una disponibilidad
aún más plena para dar testimonio ´de nuestra esperanza´ (1 Ped 3, 15).

13. La fe y la Palabra de Dios 19.06.85

1. Reanudamos el tema sobre la fe. Según la doctrina contenida en la Constitución Dei Verbum, la fe cristiana es la respuesta
consciente y libre del hombre a la auto-revelación de Dios, que llegó a su plenitud en Jesucristo. Mediante lo que San Pablo
llama ´la obediencia de la fe´ (Cfr. Rom 16, 26; 1,5; 2 Cor 10, 5-6), todo el hombre se abandona a Dios, aceptando como verdad
lo que se contiene en la palabra divina de la Revelación. La fe es obra de la gracia que actúa en la inteligencia y en la voluntad
del hombre, y, a la vez, es un acto consciente y libre del sujeto humano.
La fe, don de Dios al hombre, es también una virtud teologal y simultáneamente una disposición estable del espíritu, es decir, un
hábito o actitud interior duradera. Por esto exige que el hombre creyente la cultive siempre, cooperando activa y conscientemente
con la gracia que Dios le ofrece.

2. Puesto que la fe encuentra su fuente en la Revelación divina, un aspecto esencial de la colaboración con la gracia de la fe se da
por el constante y, en cuanto sea posible, sistemático contacto con la Sagrada Escritura, en la que se nos ha transmitido la verdad
revelada por Dios en su forma más genuina. Esto halla expresión múltiple en la vida de la Iglesia, como leemos también en la
Constitución Dei Verbum.
Toda la predicación de la Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir con la Sagrada Escritura. En los libros
sagrados hay puestos tanta eficacia y poder, que constituyen sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento
del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual. Por eso se aplica a la Escritura de modo especial aquellas palabras: la

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palabra de Dios es viva y enérgica (Heb 4, 12), ´puede edificar y dar la herencia a todos los consagrados´ (Hech 20, 32; cfr. 1 Tes
2, 13)´ (n.21).

3. He aquí por qué la Constitución Dei Verbum, refiriéndose a la enseñanza de los Padres de la Iglesia, no duda en poner juntas
las ´dos mesas´, es decir, la mesa de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor, y hace notar que la Iglesia no cesa ´sobre todo
en la sagrada liturgia de tomar el pan de la vida´ de ambas mesas, ´y de repartirlo a sus fieles´ (Cfr. n.21). Efectivamente la
Iglesia siempre ha considerado y continúa considerando la Sagrada Escritura, juntamente con la Sagrada Tradición, ´como
suprema norma de su fe´ (Ib.), y como tal la ofrece a los fieles para su vida cotidiana.</i<10.04.85<>

III Dios
El primer artículo de nuestro Credo: Creo en Dios.
 
INDICE

1. Creo en Dios
2. Pruebas de la existencia de Dios
3. Los hombres de ciencia y Dios
4. El Dios de nuestra fe
5. ¿Quién es Dios?
6. Dios, "el que es"
7. Un Dios "escondido"
8. Dios eterno
9. Dios, espíritu infinitamente perfecto
10. Dios, Padre Omnipotente
11. El Dios de la Alianza
12. Dios es amor

1. Creo en Dios 3.07.85

1. Nuestras catequesis llegan hoy al gran misterio de nuestra fe, el primer artículo de nuestro Credo: Creo en Dios. Hablar de
Dios significa afrontar un tema sublime y sin límites, misterioso y atractivo. Pero aquí en el umbral, como quien se prepara a un
largo y fascinante viaje de descubrimiento tal permanece siempre un genuino razonamiento sobre Dios, sentimos la necesidad de
tomar por anticipado la dirección justa de marcha, preparando nuestro espíritu a la comprensión de verdades tan altas y decisivas.
A este fin considero necesario responder enseguida a algunas preguntas, la primera de las cuales es: ¿Por qué hablar hoy de
Dios?.

2. En la escuela de Job, que confesó humildemente: ´He hablado a la ligera. Pondré mano a mi boca´ (40, 4), percibimos con
fuerza que precisamente la fuente de nuestras supremas certezas de creyentes, el misterio de Dios, es antes todavía la fuente
fecunda de nuestras más profundas preguntas: ¿Quién es Dios?. ¿Podemos conocerlo verdaderamente en nuestra condición
humana?. ¿Quiénes somos nosotros, criaturas, ante Dios?.
Con las preguntas nacen siempre muchas y a veces tormentosas dificultades: Si Dios existe, ¿por qué tanto mal en el mundo?.
¿Por qué el impío triunfa y el justo viene pisoteado?. ¿La omnipotencia de Dios no termina con aplastar nuestra libertad y
responsabilidad?.
Son preguntas y dificultades que se entrelazan con las expectaciones y las aspiraciones de las que los hombres de la Biblia, en los
Salmos en particular, se han hecho portavoces universales; ´Como anhela la cierva las corrientes de las aguas, así te anhela mi
alma, "oh Dios!. Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo ir y ver la faz de Dios?´ (Sal 41, 2-3): De Dios se espera
la salvación, la liberación del mal, la felicidad y también, con espléndido impulso de confianza, el poder estar junto a El, ´habitar
en su casa´(Cfr. Sal 83, 2 ss). He aquí, pues, que nosotros hablamos de Dios porque es una necesidad del hombre que no se puede
suprimir.

3. La segunda pregunta es cómo hablar de Dios, cómo hablar de El rectamente. Incluso entre los cristianos, muchos poseen una
imagen deformada de Dios. Es obligado preguntarse si se ha hecho un justo camino de investigación, sacando la verdad de
fuentes genuinas y con una actitud adecuada. Aquí creo necesario citar ante todo, como primera actitud, la honestidad de la
inteligencia, es decir, el permanecer abiertos a aquellos signos de verdad que Dios mismo ha dejado de Sí en el mundo y en
nuestra historia.
Hay ciertamente el camino de la sana razón (y tendremos tiempo de considerar que puede el hombre conocer de Dios con sus
fuerzas). Pero aquí me urge decir que a la razón, más allá de sus recursos naturales, Dios mismo le ofrece de Sí una espléndida
documentación: la que con lenguaje de la fe se llama ´Revelación´. El creyente, y todo hombre de buena voluntad que busquen el
rostro de Dios, tiene a su disposición ante todo el tesoro inmenso de la Sagrada Escritura, verdadero diario de Dios en las
relaciones con su pueblo, que tiene en el centro el insuperable revelador de Dios, Jesucristo: ´El que me ha visto a mí ha visto al

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Padre´ (Jn 14, 9). Jesús, por su parte, ha confiado su testimonio a la Iglesia, que desde siempre, con la ayuda del Espíritu Santo,
lo ha hecho objeto de apasionado estudio, de progresiva profundización e incluso de valiente defensa frente a errores y
deformaciones. La documentación genuina de Dios pasa, pues, a través de la Tradición viviente, de la que la que todos los
Concilios son testimonios fundamentales: desde el Niceno y el Constantinopolitano, al Tridentino, Vaticano I y VaticanoII.
Tendremos cuidado en remitirnos a estas genuinas fuentes de verdad.
La catequesis saca además sus contenidos sobre Dios también de la doble experiencia eclesial: la fe rezada, la liturgia, cuyas
formulaciones son un continuo e incansable hablar de Dios hablando con El; y la fe vivida por parte de los cristianos, de los
santos en particular, que han tenido la gracia de una profunda comunión con Dios. Así, pues, no estamos destinados sólo a hacer
preguntas sobre Dios, para luego perdernos en una selva de respuestas hipotéticas o bien demasiado abstractas. Dios mismo ha
venido a nuestro encuentro con una riqueza orgánica de indicaciones seguras. La Iglesia sabe que posee, por la gracia de Dios
mismo, en su patrimonio de doctrina y vida, la dirección justa para hablar con respecto a la verdad de El. Y nunca como hoy
siente el empeño de ofrecer con lealtad y amor a los hombres la respuesta esencial, que esperan.

4. Es lo que pretendo hacer en estos encuentros. ¿Pero cómo?. Hay diversas maneras de hacer catequesis, y su legitimidad
depende en definitiva de la fidelidad respecto a la fe integral de la Iglesia. He considerado oportuno escoger el camino que,
mientas hace referencia directamente a la Sagrada Escritura, hace referencia también a los Símbolos de la Fe, en la comprensión
profunda que ha dado de ella el pensamiento cristiano a lo largo de veinte siglos de reflexión.
Es mi propósito, al proclamar la verdad sobre Dios, invitaros a todos a reconocer la validez del camino histórico-positivo y del
camino ofrecido por la reflexión doctrinal elaborada en los grandes Concilios y en el Magisterio ordinario de la Iglesia. De este
modo, sin disminuir para nada la riqueza de los datos bíblicos, se podrán ilustrar verdades de fe o próximas a la fe o de todas las
formas teológicamente fundadas que, por haber sido expresadas en lenguaje dogmático-especulativo, corren el riesgo de ser
menos percibidas y apreciadas por muchos hombres de hoy, con no ligero empobrecimiento del conocimiento de Aquel que es
misterio insondable de luz.

2. Pruebas de la existencia de Dios 10.08.85

1. Cuando nos preguntamos: ´¿Por qué creemos en Dios?´, la primera respuesta es la de nuestra fe: Dios se ha revelado a la
humanidad, entrando en contacto con los hombres. La suprema revelación de Dios se nos ha dado en Jesucristo, Dios encarnado.
Creemos en Dios porque Dios se ha hecho descubrir por nosotros como el Ser Supremo, el gran ´Existente´.
Sin embargo esta fe en un Dios que se revela, encuentra también un apoyo en los razonamientos de nuestra inteligencia. Cuando
reflexionamos, constatamos que no faltan las pruebas de la existencia de Dios. Estas han sido elaboradas por pensadores bajo
forma de demostraciones filosóficas, de acuerdo con la concatenación de una lógica rigurosa. Pero pueden revestir también una
forma más sencilla y, como tales, son accesibles a todo hombre que trata de comprender lo que significa el mundo que le rodea.

2. Cuando se habla de pruebas de la existencia de Dios, debemos subrayar que no se trata de pruebas de orden científico
experimental. Las pruebas científicas, en el sentido moderno de la palabra, valen sólo para las cosas perceptibles por los sentidos,
puesto que sólo sobre éstas pueden ejercitarse los instrumentos de investigación y de verificación de que se sirve la ciencia.
Querer una prueba científica de Dios, significaría rebajar a Dios al rango de los seres de nuestro mundo, y por tanto equivocarse
ya metodológicamente sobre aquello que Dios es. La ciencia debe reconocer sus límites e impotencia para alcanzar la existencia
de Dios: ella no puede ni afirmar ni negar esta existencia.
De ello, sin embargo, no debe sacarse la conclusión que los científicos son incapaces de encontrar, en sus estudios científicos,
razones válidas para admitir la existencia de Dios. Si la ciencia como tal no puede alcanzar a Dios, el científico, que posee una
inteligencia cuyo objeto no está limitado a las cosas sensibles, puede descubrir en el mundo las razones para afirmar la existencia
de un Ser que lo supera. Muchos científicos han hecho y hacen este descubrimiento.
Aquel que, con espíritu abierto, reflexiona en lo que está implicado en la existencia del universo, no puede por menos de
plantearse el problema del inicio. Instintivamente cuando somos testigos de ciertos acontecimientos, nos preguntamos cuáles son
las causas. ¿Cómo no hacer la misma pregunta para el conjunto de los seres y de los fenómenos que descubrimos en el mundo?.

3. Una hipótesis científica como la de la expansión del universo hace aparecer más claramente el problema: si el universo se halla
en continua expansión, no se debería remontar en el tiempo hasta lo que se podría llamar ´momento inicial´, aquel en el que
comenzó la expansión?. Pero, sea cual fuere la teoría adoptada sobre el origen del mundo, la cuestión más fundamental no puede
eludirse. Este universo en constante movimiento postula la existencia de una Causa que, dándole el ser, le ha comunicado ese
movimiento y sigue alimentándolo. Sin tal Causa Suprema, el mundo y todo el movimiento existente en él permanecerían
´inexplicados´ e ´inexplicables´, y nuestra inteligencia no podría estar satisfecha. El espíritu humano puede percibir una respuesta
a sus interrogantes sólo admitiendo un Ser que ha creado el mundo con todo su dinamismo, y que sigue conservándolo en la
existencia.

4. La necesidad de remontarse a una Causa suprema se impone todavía más cuando se considera la organización perfecta que la
ciencia no deja de descubrir en la estructura de la materia. Cuando la inteligencia humana se aplica con tanta fatiga a determinar
la constitución y las modalidades de acción de las partículas materiales, ¿no es inducida, tal vez, a buscar el origen de una
Inteligencia superior, que ha concebido todo?. Frente a las maravillas de lo que se puede llamar el mundo inmensamente pequeño
del átomo, y el mundo inmensamente grande del cosmos, el espíritu del hombre se siente totalmente superado en sus

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posibilidades de creación e incluso de imaginación, y comprende que una obra de tal calidad y de tales proporciones requiere un
Creador, cuya sabiduría transcienda toda medida, cuya potencia sea infinita.

5. Todas las observaciones concernientes al desarrollo de la vida llevan a una conclusión análoga. La evolución de los seres
vivientes, de los cuales la ciencia trata de determinar las etapas, y discernir el mecanismo, presenta una finalidad interna que
suscita la admiración. Esta finalidad que orienta a los seres en una dirección, de la que no son dueños ni responsables, obliga a
suponer un Espíritu que es su inventor, el Creador.
La historia de la humanidad y la vida de toda persona humana manifiestan una finalidad todavía más impresionante. Ciertamente
el hombre no puede explicarse a sí mismo el sentido de todo lo que le sucede, y por tanto debe reconocer que no es dueño de su
propio destino. No sólo no se ha hecho él a sí mismo, sino que no tiene ni siquiera el poder de dominar el curso de los
acontecimientos ni el desarrollo de su existencia. Sin embargo, está convencido de tener un destino y trata de descubrir cómo lo
ha recibido, cómo está inscrito en su ser. En ciertos momentos puede discernir más fácilmente una finalidad secreta, que se
transparenta de un conjunto de circunstancias o de acontecimientos. Así, está llevado a afirmar la soberanía de Aquel que le ha
creado y que dirige su vida presente.

6. Finalmente, entre las cualidades de este mundo que impulsan a mirar hacia lo alto está la belleza. Ella se manifiesta en las
multiformes maravillas de la naturaleza; se traduce en innumerables obras de arte, literatura, música, pintura, artes plásticas. Se
hace apreciar también en la conducta moral: hay tantos buenos sentimientos, tantos gestos estupendos. El hombre es consciente
de ´recibir´ toda esta belleza, aunque con su acción concurre a su manifestación. El la descubre y la admira plenamente sólo
cuando reconoce su fuente, la belleza transcendente de Dios.

7. A todas estas ´indicaciones´ sobre la existencia de Dios creador, algunos oponen la fuerza del caso o de mecanismos propios
de la materia. Hablar de Caso para un universo que presenta una organización tan compleja de elementos y una finalidad en la
vida tan maravillosa, significa renunciar a la búsqueda de una explicación del mundo como nos aparece. En realidad, ello
equivale a querer admitir efectos sin causa. Se trata de una abdicación de la inteligencia humana que renunciaría a pensar, a
buscar una solución a sus problemas.
En conclusión, una infinidad de indicios empuja al hombre, que se esfuerza por comprender el universo en que vive, a orientar su
mirada al Creador. Las pruebas de la existencia de Dios son múltiples y convergentes. Ellas contribuyen a mostrar que la fe no
mortifica la inteligencia humana, sino que la estimula a reflexionar y le permite comprender mejor todos los ´porqués´ que
plantea la observación de lo real.

3. Los hombres de ciencia y Dios 17.07.85

1. Es opinión bastante difundida que los hombres de ciencia son generalmente agnósticos y que la ciencia aleja de Dios. ¿Qué
hay de verdad en esta opinión?
Los extraordinarios progresos realizados por la ciencia, particularmente en los últimos dos siglos, han inducido a veces a creer
que la ciencia sea capaz de dar respuesta por si sola a todos los interrogantes del hombre y de resolver todos los problemas.
Algunos han deducido de ello que ya no habría ninguna necesidad de Dios. La confianza en la ciencia habría suplantado a la fe.
Entre ciencia y fe -se ha dicho- es necesario hacer una elección: o se cree en una o se abraza la otra. Quien persigue el esfuerzo
de la investigación científica, no tiene ya necesidad de Dios; y viceversa, quien quiere creer en Dios, no puede ser un científico
serio, porque entre ciencia y fe hay un contraste irreducible.

2. El Concilio Vaticano II ha expresado una condición bien diversa. En la Constitución Gaudium et Spes se afirma: ´La
investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las
normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un
mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetraren los secretos de la realidad, está llevado,
aun sin saberlo, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser´ (Gaudium et Spes, 36).
De hecho se puede observar que siempre han existido y existen todavía eminentes hombres de ciencia, que en el contexto de su
humana experiencia han creído positiva y benéficamente en Dios. Una encuesta de hace cincuenta años, realizada con 398
científicos entre los más ilustres, puso de relieve que sólo 16 se declararon no creyentes, 15 agnósticos y 367 creyentes (cfr. A.Ey
mieu, la part des croyants dans les progres de la science, 6ª ed., Perrin,1935, pág. 274).

3. Todavía más interesante y proficuo es darse cuenta de por qué muchos científicos de ayer y de hoy ven no sólo conciliable,
sino felizmente integrante la investigación científica rigurosamente realizada con el sincero y gozoso reconocimiento de la
existencia de Dios.
De las consideraciones que acompañan a menudo como un diario espiritual su empeño científico, sería fácil ver el
entrecruzamiento de dos elementos: el primero es cómo la misma investigación, en lo grande y en lo pequeño, realizada con
extremo rigor, deja siempre espacio a ulteriores preguntas en un proceso sin fin, que descubre en la realidad una inmensidad, una
armonía, una finalidad inexplicable en términos de casualidad o mediante los solos recursos científicos. A ello se añade la
insuprimible petición de sentido, de más alta racionalidad, más aún, de algo o de Alguien capaz de satisfacer necesidades
interiores, que el mismo refinado progreso científico, lejos de suprimir, acrecienta.

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4. Mirándolo bien, el paso a la afirmación religiosa no viene por si en fuerza del método científico experimental, sino en fuerza
de principios filosóficos elementales, cuales el de causalidad, finalidad, razón suficiente, que un científico, como hombre, ejercita
en el contacto diario con la vida y con la realidad que estudia. Más aún, la condición de centinela del mundo moderno, que
entrevé el primero la enorme complejidad y al mismo tiempo la maravillosa armonía de la realidad, hace del científico un testigo
privilegiado de la plausibilidad del dato religioso, un hombre capaz de mostrar cómo la admisión de la trascendencia, lejos de
dañar la autonomía y los fines de la investigación, la estimula por el contrario a superarse continuamente, en una experiencia de
autotranscendencia relativa del misterio humano.
Si luego se considera que hoy los dilatados horizontes de la investigación, sobre todo en lo que se refiere a las fuentes mismas de
la vida, plantean interrogantes inquietantes acerca del uso recto de las conquistas científicas, no nos sorprende que cada vez con
mayor frecuencia se manifieste en los científicos la petición de criterios morales seguros, capaces de sustraer al hombre de todo
arbitrio. ¿Y quien, sino Dios, podrá fundar un orden moral en el que la dignidad del hombre, de todo hombre, sea tutelada y
promovida de manera estable?
Ciertamente la religión cristiana, si no puede considerar razonables ciertas confesiones de ateísmo o de agnosticismo en nombre
de la ciencia, sin embargo, es igualmente firme el no acoger afirmaciones sobre Dios que provengan de formas no rigurosamente
atentas a los procesos racionales.

5. A este punto seria muy hermoso hacer escuchar de algún modo las razones por las que no pocos científicos afirman
positivamente la existencia de Dios y ver qué relación personal con Dios, con el hombre y con los grandes problemas y valores
supremos de la vida los sostienen. Cómo a menudo el silencio, la meditación, la imaginación creadora, el sereno despego de las
cosas, el sentido social del descubrimiento, la pureza de corazón son poderosos factores que les abren un mundo de significados
que no pueden ser desatendidos por quienquiera que proceda con igual lealtad y amor hacia la verdad.
Baste aquí la referencia a un científico italiano, Enrico Medi, desaparecido hace pocos años. En su intervención en el Congreso
Catequístico Internacional de Roma en 1971, afirmaba: ´Cuando digo a un joven: mira, allí hay una estrella nueva, una galaxia,
una estrella de neutrones, a cien millones de años luz de lejanía. Y, sin embargo, los protones, los electrones, los neutrones, los
mesones que hay allí son idénticos a los que están en este micrófono. La identidad excluye la probabilidad. Lo que es idéntico no
es probable. Por tanto, hay una causa, fuera del espacio, fuera del tiempo, dueña del ser, que ha dado al ser, ser así. Y esto es
Dios.
´El ser, hablo científicamente, que ha dado a las cosas la causa de ser idénticas a mil millones de años-luz de distancia, existe. Y
partículas idénticas en el universo tenemos 10 elevadas a la 85ª potencia... ¿Queremos entonces acoger el canto de las galaxias?
Si yo fuera Francisco de Asís proclamaría: "Oh galaxias de los cielos inmensos, alabad a mi Dios porque es omnipotente y
bueno! "Oh átomos, protones, electrones! "Oh canto de los pájaros, rumor de las hojas, silbar del viento, cantad a través de las
manos del hombre y como plegaria, el himno que llega hasta Dios!´ (Atti del II Congreso Catechistico Internazionale, Roma, 20-
25 septiembre de 1971, Roma, Studium, 1972, págs. 449-450).

4. El Dios de nuestra fe 24.07.85

1. En las catequesis del ciclo anterior he tratado de explicar qué significa la frase ´Yo creo´; que quiere decir ´creer como
cristiano´. En el ciclo que ahora comenzamos deseo concentrar la catequesis sobre el primer artículo de la fe: ´Creo en Dios´ o,
más plenamente: ´Creo en Dios Padre todopoderoso, creador.´. Así suena esta primera y fundamental verdad de la fe en el
Símbolo Apostólico. Y casi id idénticamente en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano: ´Creo en un solo Dios, Padre
todopoderoso, creador.´. Así el tema de las catequesis de este ciclo será Dios: el Dios de nuestra fe. Y puesto que la fe es la
respuesta a la Revelación, el tema de las catequesis siguientes será ese Dios, que se ha dado a conocer al hombre, al cual ´se ha
revelado a Sí mismo y ha manifestado el misterio de su voluntad´ (Cfr. Dei Verbum , 2).

2. De este Dios trata el primer artículo del ´Credo´. De el hablan indirectamente todos los artículos sucesivos de los Símbolos de
la fe. En efecto, están todos unidos de modo orgánico a la primera y fundamental verdad sobre Dios, que es la fuente de la que
derivan. Dios es ´el Alfa y el Omega´ (Ap 1, 8): El es también el comienzo y el término de nuestra fe. Efectivamente, podemos
decir que todas las verdades sucesivas enunciadas en el ´Credo´ nos permiten conocer cada vez más plenamente al Dios de
nuestra fe, del que habla el artículo primero: Nos hacen conocer mejor quién n es Dios en Sí mismo y en su vida íntima. En
efecto, al conocer sus obras -la obra de la creación y de la redención-, al conocer todo su plan de salvación respecto del hombre,
nos adentramos cada vez más profundamente en la verdad de Dios, tal como se revela en la Antigua y la Nueva Alianza. Se trata
de una revelación progresiva, cuyo contenido ha sido formulado sintéticamente en los Símbolos de la fe. Al ir desplegándose los
artículos de los Símbolos adquiere plenitud de significado la verdad expresada en las primeras palabras: ´Creo en Dios´.
Naturalmente, dentro de los límites en los que el misterio de Dios es accesible a nosotros mediante la Revelación.

3. El Dios de nuestra fe. Aquel que profesamos en el ´Credo´, es el Dios de Abrahán, nuestro Padre en la fe (Cfr. Rom 4,12-16).
Es ´el Dios de Isaac y el Dios de Jacob´ (Mc 12, 26), es decir, de Israel, el Dios de Moisés, y finalmente y sobre todo es ´Dios,
Padre de Jesucristo´ (Rom 15, 6) Esto afirmamos cuando decimos ´Creo en Dios Padre.´. Es el único e idéntico Dios, del que nos
dice la Carta a los Hebreos que ´muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio
de los profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo.´ (1, 1-2). El, que es la fuente de la palabra que describe su
progresiva auto-manifestación en la historia, se revela plenamente en el Verbo Encarnado, Hijo eterno del Padre. En este hijo -
Jesucristo- el Dios de nuestra fe se confirma definitivamente como Padre. Como tal lo reconoce y glorifica Jesús que reza: ´Yo te

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alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra.´ (Mt 11, 25), enseñando claramente también a nosotros a descubrir en este Dios,
Señor del cielo y de la tierra, a ´nuestro´ Padre (Mt 6, 9).

4. Así, el Dios de la Revelación, ´Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo´ (Rom 15, 6) se pone frente a nuestra fe como un Dios
personal, como un ´Yo´ divino inescrutable ante nuestros ´yo´ humanos, ante cada uno y ante todos. Es un ´Yo´ inescrutable, sí,
en su profundo misterio, pero que se ha ´abierto´ a nosotros en la Revelación, de manera que podemos dirigirnos a El como al
santísimo ´Tú´ divino. Cada uno de nosotros es capaz de hacerlo porque nuestro Dios, que abraza en Sí y supera y transciende de
modo infinito todo lo que existe, está muy cercano a todos, y más aún, íntimo a nuestro más íntimo ser: ´Interior intimo meo´,
como escribe San Agustín (Confesiones III, VI,11).

5. Este Dios, el Dios de nuestra fe, Dios y Padre de Jesucristo, Dios y Padre nuestro, es al mismo tiempo el ´Señor del cielo y de
la tierra´, como Jesús mismo lo invocó (Mt 11, 25). En efecto, El es el creador.
Cuando el Apóstol Pablo de Tarso se presenta ante los atenienses en el areópago, proclama: ´Atenienses,. al pasar y contemplar
los objetos de vuestro culto (Las estatuas de los dioses venerados en la religión de la antigua Grecia), he hallado un altar en el
cual está escrito: ´al Dios desconocido´ Pues ese que sin conocerle veneráis es el que yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y
todas las cosas que hay en él, ese, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por mano de hombres, ni por
las manos humanas es servido, como si necesitase algo, siendo El mismo quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas.
El ., fijó las estaciones y los confines de las tierras por ellos habitables, para que busquen a Dios y siquiera a tientas le hallen, que
no está lejos de cada uno de nosotros, porque en El vivimos, nos movemos y existimos.´ (Hech 17, 23-28).
Con estas palabras Pablo de Tarso, el Apóstol de Jesucristo, anuncia en el Areópago de Atenas la primera y fundamental verdad
de la fe cristiana. Es la verdad que también nosotros confesamos con las palabras: ´Creo en Dios (en un solo Dios), Padre
omnipotente, creador del cielo y de la tierra´. Este Dios -el Dios de la Revelación- hoy como entonces sigue siendo para muchos
´un Dios desconocido´. Es aquel Dios que muchos hoy como entonces ´buscan a tientas´ (Hech 17, 27). El es el Dios inescrutable
e inefable. Pero es Aquel que todo lo comprende; en ´El vivimos, nos movemos y existimos´ (Hech 17, 28). A este Dios
trataremos de acercarnos gradualmente en los próximos encuentros.

5. ¿Quién es Dios? 31.07.85

1. Al pronunciar las palabras ´Creo en Dios´, expresamos ante todo la convicción de que Dios existe. Este es un tema que hemos
tratado ya en las catequesis del ciclo anterior, referentes al significado de la palabra ´creo´. Según la enseñanza de la Iglesia la
verdad sobre la existencia de Dios es accesible también a la sola razón humana, si está libre de prejuicios, como testimonian los
pasajes del libro de la Sabiduría (13, 1-9) y de la Carta a los Romanos (1, 19-20) citados anteriormente. Nos hablan del
conocimiento de Dios como creador (o Causa primera). Esta verdad aparece también en otras páginas de la Sagrada Escritura. El
Dios invisible se hace en cierto sentido ´visible´ a través de sus obras.
´Los cielos pregonan la gloria de Dios,/ y el firmamento anuncia las obras de sus manos./ El día transmite el mensaje al día,/ y la
noche a la noche pasa la noticia´ (Sal 18, 2-3).
Este himno cósmico de exaltación de las criaturas es un canto de alabanza a Dios como creador. He aquí algún otro texto:
´Cuántas son tus obras, oh Yahvéh!/ "Todas las hiciste con sabiduría!/Está llena la tierra de tu riqueza´ (Sal 103, 24).
´El con su poder ha hecho la tierra,/ con su sabiduría cimentó el orbe/ y con su inteligencia tendió los cielos./ Embrutecióse el
hombre sin conocimiento´ (Jer 10, 12-14).
´Todo lo hace El apropiado a su tiempo. Conocí que cuanto hace Dios es permanente y nada se le puede añadir, nada quitar´
(Qoh 3, 11-14).

2. Son sólo algunos pasajes en los que los autores inspirados expresan la verdad religiosa sobre Dios-Creador, utilizando la
imagen del mundo a ellos contemporánea. Es ciertamente una imagen pre-científica, pero religiosamente verdadera y
poéticamente exquisita. La imagen de que dispone el hombre de nuestro tiempo, gracias al desarrollo de la cosmología filosófica
y científica, es incomparablemente más significativa y eficaz para quien procede con espíritu libre de prejuicios.
Las maravillas que las diversas ciencias específicas nos desvelan sobre el hombre y el mundo, sobre el microcosmo y el
macrocosmos, sobre la estructura interna de la materia y sobre las profundidades de la psique humana son tales que confirman las
palabras de los autores sagrados, induciendo a reconocer la existencia de una Inteligencia suprema creadora y ordenadora del
universo.

3. Las palabras ´creo en Dios´ se refieren ante todo a aquel que se ha revelado a Sí mismo. Dios que se revela es Aquel que
existe: en efecto, puede revelarse a Sí mismo sólo Uno que existe realmente. Del problema de la existencia de Dios la Revelación
se ocupa en cierto sentido marginalmente y de modo indirecto. Y tampoco en el Símbolo de la fe la existencia de Dios se
presenta como un interrogante o un problema en sí mismo. Como hemos dicho ya, la Sagrada Escritura, la Tradición y el
Magisterio afirman la posibilidad de un conocimiento seguro de Dios mediante la sola razón. Indirectamente tal afirmación
encierra el postulado de que el conocimiento de la existencia de Dios mediante la fe -que expresamos con las palabras ´creo en
Dios´-, tiene un carácter racional, que la razón puede profundizar. ´Credo, ut intelligam´ como también ´intelligo, ut credam´:
éste es el camino de la fe a la teología.

4. Cuando decimos ´creo en Dios´, nuestras palabras tienen un carácter preciso de ´confesión´. Confesando respondemos a Dios

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que se ha revelado a Sí mismo. Confesando nos hacemos partícipes de la verdad que Dios ha revelado y la expresamos como
contenido de nuestra convicción. Aquel que se revela a Sí mismo no sólo nos hace posible conocer que El existe, sino que nos
permite también conocer Quién es El. Así, la autorrevelación de Dios nos lleva al interrogante sobre la Esencia de Dios: ¿Quién
es Dios?.

5. Hagamos referencia aquí al acontecimiento bíblico narrado en el libro del Éxodo (3, 1-14). Moisés que apacentaba la grey en
las cercanías del monte Horeb advierte un fenómeno extraordinario. ´Veía Moisés que la zarza ardía y que no se consumía´ (Ex
3, 2). Se acercó y Dios ´le llamó de en medio de la zarza: "Moisés!. "Moisés!, él respondió: Heme aquí. Yahvéh le dijo: ´No te
acerques. Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en que estás es tierra santa´; y añadió: ´Yo soy el Dios de tus padres, el
Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. Moisés se cubrió el rostro, pues temía mirar a Dios´ (Ex 3, 4-6).
El acontecimiento descrito en el libro del Éxodo se define una ´teofanía´, es decir, una manifestación de Dios en un signo
extraordinario y se muestra, entre todas las teofanías del Antiguo Testamento, especialmente sugestiva como signo de la
presencia de Dios. La teofanía no es una revelación directa de Dios, sino sólo la manifestación de una presencia particular suya.
En nuestro caso esta presencia se hace conocer tanto mediante las palabras pronunciadas desde el interior de la zarza ardiendo,
como mediante la misma zarza que arde sin consumirse.

6. Dios revela a Moisés la misión que pretende confiarle: debe liberar a los israelitas de la esclavitud egipcia y llevarlos a la tierra
Prometida. Dios le promete también su poderosa ayuda en el cumplimiento de esta misión: ´Yo estaré contigo´. Entonces Moisés
se dirige a Dios: ´Pero si voy a los hijos de Israel y les digo: el Dios de vuestros padres me envía a vosotros, y me pregunta cual
es su nombre, ¿Qué voy a responderles?´. Dijo Dios a Moisés: ´Yo soy el que soy´. Después dijo: ´Así responderás a los hijos de
Israel: Yo soy me manda a vosotros´ (Ex 3, 12-14).
Así, pues, el Dios de nuestra fe -el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob- revela su nombre. Dice así: ´Yo soy el que soy´. Según
la tradición de Israel, el nombre expresa la esencia.
La Sagrada Escritura da a Dios diversos ´nombres´; entre estos: ´Señor´ (p.ej. Sab 1, 1), ´Amor´ (1 Jn 4, 16), ´Misericordioso´
(p.e. Sal 85, 15), ´Fiel´(1 Cor 1, 9), ´Santo´ (Is 6, 3). Pero el nombre que Moisés oyó procedente de lo profundo de la zarza
ardiente constituye casi la raíz de todos los demás. El que es dice la esencia misma de Dios que es el Ser por sí mismo, el Ser
subsistente como precisan los teólogos y los filósofos. Ante El no podemos sino postrarnos y adorar.

6. Dios, "el que es" 7.08.85

1. ´Creemos que este Dios único absolutamente uno en su esencia infinitamente santa al igual que en todas sus perfecciones, en
su omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en su voluntad y en su amor. El es el que es, como lo ha revelado a
Moisés; y El es Amor, como el Apóstol Juan nos lo enseña; de forma que estos dos nombres, Ser y Amor, expresan
inefablemente la misma Realidad divina de Aquel que ha querido darse a conocer a nosotros y que habitando en una luz
inaccesible está en Sí mismo por encima de todo nombre, de todas las cosas y de toda inteligencia creada´ (Pablo VI, Credo del
Pueblo de Dios).

2. Estas palabras expresan de manera más extensa que los antiguos Símbolos, aunque también de forma concisa y sintética,
aquella verdad sobre Dios que la Iglesia profesa ya al comienzo del Símbolo: ´Creo en Dios´: es del Dios que se ha revelado a Sí
mismo, el Dios de nuestra fe. Su nombre: ´Yo soy el que soy´, revelado a Moisés, resuena, pues, todavía en el Símbolo de la fe
de hoy. Pablo VI une este Nombre -el nombre ´Ser´- con el nombre ´Amor´ (según el ejemplo de la primera Carta de San Juan).
Estos dos nombres expresan del modo más esencial la verdad sobre Dios. Tendremos que volver de nuevo a esto cuando, al
interrogarnos sobre la Esencia de Dios, tratemos de responder a la pregunta: quién es Dios.

3. Pablo VI hace referencia al Nombre de Dios ´Yo soy el que soy´, que se halla en el libro del Éxodo. Siguiendo la tradición
doctrinal y teológica de muchos siglos, ve en él la revelación de Dios como ´Ser´: el Ser subsistente, que expresa la Esencia de
Dios en el lenguaje de la filosofía del ser (ontología o metafísica) utilizada por Santo Tomás de Aquino. Hay que añadir que la
interpretación estrictamente lingüística de las palabras ´Yo soy el que soy´, muestran también otros significados posibles, a los
cuales aludiremos más adelante. Las palabras de Pablo VI ponen suficientemente de relieve que la Iglesia, al responder al
interrogante: ¿Quién es Dios?, sigue, a partir del ser (ens a se), en la línea de una tradición patrística y teológica plurisecular. No
se ve de qué otro modo se podría formular una respuesta sostenible y accesible.

4. La palabra con la que Dios mismo se revela expresándose en la ´terminología del ser´, indica un acercamiento especial entre el
lenguaje de la revelación y el lenguaje del conocimiento humano de la realidad, que ya desde la antigüedad se calificaba como
´filosofía primera´. El lenguaje de esta filosofía permite acercarse de algún modo al Nombre de Dios como ´Ser´. Y, sin embargo
-como observa uno de los más distinguidos representantes de la escuela tomista en nuestro tiempo, haciendo eco al mismo Santo
Tomás de Aquino (Cfr. C.G. I, 14; 30)-, incluso utilizando este lenguaje podemos, al máximo, ´silabear´ este Nombre revelado,
que expresa la Esencia de Dios (Cfr. E. Gilson, El Tomismo). En efecto, "el lenguaje humano no basta para expresar de modo
adecuado y exhaustivo ´Quien es´ Dios!, "nuestros conceptos y nuestras palabras respecto de Dios sirven más para decir lo que
El no es, que lo que es! (Cfr. S. Th. I, q.12, a.12 s).

5. ´Yo soy el que soy´. El Dios que responde a Moisés con estas palabras es también ´el Creador del cielo y de la tierra´.

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Anticipando aquí por un momento lo que diremos en las catequesis sucesivas a propósito de la verdad revelada sobre la creación,
es oportuno notar que, según la interpretación común, las palabra ´crear´ significa ´llamar al ser del no-ser´, es decir, de la ´nada´.
Ser creado significa no poseer en sí mismo la fuente, la razón de la existencia, sino recibirla ´de Otro´. Esto se expresa
sintéticamente en latín con la frase ´ens ab alio´. El que crea -el Creador- posee en cambio la existencia en sí y por sí mismo (´ens
a se´).
El ser pertenece a su substancia: su esencia es el ser. El es el Ser subsistente (Es se subsistens). Precisamente por esto no puede
no existir, es el ser ´necesario´. A diferencia de Dios, que es el ´ser necesario´, los entes que reciben la existencia de El, es decir,
las criaturas, pueden no existir: el ser no constituye su esencia; son entes ´contingentes´.

6. Estas consideraciones respecto a la verdad revelada sobre la creación del mundo, ayudan a comprender a Dios como el ´Ser´.
Permiten también vincular este ´Ser´ con la respuesta que recibió Moisés a la pregunta sobre el Nombre de Dios: ´Yo soy el que
soy´. A la luz de estas reflexiones adquieren plena transparencia también las palabras solemnes que oyó Santa Catalina de Siena:
´Tú eres lo que no es, Yo soy El que Es´. Esta es la Esencia de Dios, el Nombre de Dios, leído en profundidad en la fe inspirada
por su auto-revelación, confirmado a la luz de la verdad radical contenida en el concepto de creación. Sería oportuno cuando nos
referimos a Dios escribir con letra mayúscula aquel ´soy´, el que ´es´, reservando la minúscula a las criaturas. Ello sería además
un signo de un modo correcto de reflexionar sobre Dios según las categorías del ´ser´.
En cuanto ´ipsum Ens per se Subsistens´ -es decir, absoluta plenitud de Ser y por tanto de toda perfección- Dios es
completamente transcendente respecto del mundo. Con su esencia, con su divinidad El ´sobrepasa´ y ´supera´ infinitamente todo
lo que es creado: tanto cada criatura incluso la más perfecta como el conjunto de la creación: los seres visibles y los invisibles.
Se comprende así que el Dios de nuestra fe, EL QUE ES, es el Dios de infinita majestad. Esta majestad es la gloria del Ser
divino, la gloria del Nombre de Dios, muchas veces celebrada en la Sagrada Escritura:
´Yahvéh, Señor, nuestro, "cuán magnífico es tu nombre/ en toda la tierra!´ (Sal 8, 2)
´Tú eres grande y obras maravillas/ tú eres el solo Dios´ (Sal 85, 10).
´No hay semejante a ti, oh Yahvéh.´ (Jer 10, 6).
Ante el Dios de la inmensa gloria no podemos más que doblar las rodillas en actitud de humilde y gozosa adoración repitiendo
con la liturgia en el canto del Te Deum: ´Pleni sunt coeli et terra maiestatis gloriae tuae. Te per orbem terrarum sancta confitetur
Ecclesia: Patrem inmensae maistatis´: ´Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria. A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra, te proclama: Padre de inmensa majestad´.

7. Un Dios "escondido" 28.08.85

1. El Dios de nuestra fe, el que de modo misterioso reveló su nombre a Moisés al pie del monte Horeb, afirmando ´Yo soy el que
soy´, con relación al mundo es completamente transcendente. El . es real y esencialmente distinto del mundo. e inefablemente
elevado sobre todas las cosas, que son y pueden ser concebidas fuera de El´: ´est re et essentia a mundo distinctus, et super
omnia, quae praeter ipsum sunt et concipi possum ineffabiliter excelsus´ (Cons.Dei Filius, I, 1-4). Así enseña el Concilio
Vaticano I, profesando la fe perenne de la Iglesia
. Efectivamente, aun cuando la existencia de Dios es concebible y demostrable y aun cuando su esencia se puede conocer de
algún modo en el espejo de la creación, como ha enseñado el mismo Concilio, ningún signo, ninguna imagen creada puede
desvelar al conocimiento humano la Esencia de Dios como tal. Sobrepasa todo lo que existe en el mundo creado y todo lo que la
mente humana puede pensar: Dios es el ´ineffabiliter excelsus´.

2. A la pregunta: ¿quién es Dios?, si se refiere a la Esencia de Dios, no podemos responder con una ´definición´ en el sentido
estricto del término. La esencia de Dios -es decir, la divinidad- está fuera de todas las categorías de género y especie, que
nosotros utilizamos para nuestras definiciones, y, por lo mismo, la Esencia divina no puede ´encerrarse´ en definición alguna. Si
en nuestro pensar sobre Dios con las categorías del ´ser´, hacemos uso de la analogía del ser, con esto ponemos de relieve mucho
más la ´no-semejanza ´que la semejanza, mucho más la incomparabilidad que la comparabilidad de Dios con las criaturas (como
recordó también el Conc. Lateranense IV, el año 1215). Esta afirmación vale para todas las criaturas, tanto las del mundo visible,
como para las de orden espiritual, y también para el hombre, en cuanto creado ´a imagen y semejanza´ de Dios (Cfr. Gen 1, 26).
Así, pues, la cognoscibilidad de Dios por medio de las criaturas no remueve su esencial ´incomprensibilidad´. Dios es
´incomprensible´, como ha proclamado el Concilio Vaticano I. El entendimiento humano, aun cuando posea cierto concepto de
Dios, y aunque haya sido elevado de manera significativa mediante la revelación de la Antigua y de la Nueva Alianza a un
conocimiento más completo y profundo de su misterio, no puede comprender a Dios de modo adecuado y exhaustivo. Sigue
siendo inefable e inescrutable para la mente creada. ´Las cosas de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios´, proclama el
Apóstol Pablo (1 Cor 2, 11).

3. En el mundo moderno el pensamiento científico se ha orientado sobre todo hacia lo ´visible´ y de algún modo ´mensurable´ a
la luz de la experiencia de los sentidos y con los instrumentos de observación e investigación, hoy día disponibles. En un mundo
de metodologías positivistas y de aplicaciones tecnológicas, está ´incomprensibilidad´ de Dios es aún más advertida por muchos,
especialmente en el ámbito de la cultura occidental. Han surgido así condiciones especiales para la expansión de actitudes
agnósticas o incluso ateas, debidas a las premisas del pensamiento común a muchos hombres de hoy. Algunos juzgan que esta
situación intelectual puede favorecer, a su modo, la convicción, que pertenece también a la tradición religiosa, podría decirse,
universal, y que el cristianismo ha acentuado bajo ciertos aspectos, que Dios es incomprensible. Y sería un homenaje a la infinita,

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transcendente realidad de Dios, que no se puede catalogar entre las cosas de nuestra común experiencia y conocimiento.

4. Sí, verdaderamente, el Dios que se ha revelado a Sí mismo a los hombres, se ha manifestado como El que es incomprensible,
inescrutable, inefable. ´¿Podrías tú descubrir el misterio de Dios?. ¿Llegarás a la perfección del Omnipotente?. Es más alto que
los cielos. ¿Qué harás?. Es más profundo que el ´seol´. ¿Qué entenderás?´, se dice en el libro de Job (11, 7-8).
Leemos en el libro del Éxodo un suceso que pone de relieve de modo significativo esta verdad. Moisés pide a Dios ´Muéstrame
tu gloria´. El Señor responde: ´Haré pasar ante ti toda mi bondad y pronunciar ante ti mi nombre (esto ya había ocurrido en la
teofanía al pie del monte Horeb), pero mi faz no podrás verla, porque no puede hombre verla y vivir´ (Ex 33, 18-20).
El profeta Isaías, por su parte, confiesa: ´En verdad tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, Salvador´ (Is 45, 15).

5. Ese Dios, que al revelarse, habló por medio de los profetas y últimamente por medio del Hijo, sigue siendo un ´Dios escondido
´. Escribe el apóstol Juan al comienzo de su Evangelio: ´A Dios nadie lo vio jamás. Dios unigénito, que está en el seno del Padre,
se le ha dado a conocer´ (Jn 1, 18). Por medio del Hijo, el Dios de la revelación se ha acercado de manera única a la humanidad.
El concepto de Dios que el hombre adquiere mediante la fe, alcanza su culmen en esta cercanía. Sin embargo, aun cuando Dios
se ha hecho todavía más cercano al hombre con la encarnación, continúa siendo, en su Esencia, el Dios escondido. ´No que
alguno -leemos en el mismo Evangelio de Juan- haya visto al Padre, sino sólo el que está en Dios se ha visto al Padre´ (Jn 6, 46).
Así, pues, Dios, que se ha revelado a Sí mismo al hombre, sigue siendo para él en esta vida un misterio inescrutable. Este es el
misterio de la fe. El primer artículo del símbolo ´creo en Dios´ expresa la primera y fundamental verdad de la fe, que es al mismo
tiempo, el primer y fundamental misterio de la fe. Dios, que se ha revelado a Sí mismo al hombre, continúa siendo para el
entendimiento humano Alguien que simultáneamente es conocido e incomprensible. El hombre durante su vida terrena entra en
contacto con el Dios de la revelación en la ´oscuridad de la fe´. Esto se explica en todo un filón clásico y moderno de la teología
que insiste sobre la inefabilidad de Dios y encuentra una confirmación particularmente profunda -y a veces dolorosa- en la
experiencia de los grandes místicos. Pero precisamente esta ´oscuridad de la fe´ -como afirma San Juan de la Cruz- es la luz que
inefablemente conduce a Dios.
Este Dios es, según las palabras de San Pablo, ´el Rey de reyes y Señor de señores,/ el único inmortal,/ que habita en una luz
inaccesible,/ a quien ningún hombre vio,/ ni podrá ver´ (1 Tim 6, 15-16).
La oscuridad de la fe acompaña indefectiblemente la peregrinación terrena del espíritu humano hacia Dios, con la espera de
abrirse a la luz de la gloría sólo en la vida futura, en la eternidad. ´Ahora vemos por un espejo y oscuramente, pero entonces
veremos cara a cara´ (1 Cor 13, 12).
´In lumine tuo videbimus lumen´. ´Tu luz nos hace ver la luz´ (Sal 35, 10).

8. Dios eterno 4.09.85

1. La Iglesia profesa incesantemente la fe expresada en el primer artículo de los más antiguos símbolos cristianos: ´Creo en un
solo Dios, Padre omnipotente, creador del Cielo y de la tierra´. En estas palabras se refleja de modo conciso y sintético, el
testimonio que el Dios de nuestra fe, el Dios vivo y verdadero de la Revelación, ha dado de sí mismo, según la Carta a los
Hebreos, hablando ´por medio de los profetas´, y últimamente ´por medio del Hijo´ (Heb 1, 1-2). La Iglesia saliendo al encuentro
de las cambiantes exigencias de los tiempos, profundiza la verdad sobre Dios, como lo atestiguan los diversos Concilios. Quiero
hacer referencia aquí al Concilio Vaticano Y, cuya enseñanza fue dictada por la necesidad de oponerse, de una parte, a los errores
del panteísmo del siglo XIX, y de otra, a los del materialismo, que entonces comenzaba a afirmarse.

2. El Concilio Vaticano I enseña: ´La santa Iglesia cree y confiesa que existe un sólo Dios vivo y verdadero, creador y Señor del
cielo y de la tierra, omnipotente, eterno, incomprensible, infinito por inteligencia, voluntad y toda perfección; el cual, siendo una
única substancia espiritual, totalmente simple e inmutable, debe ser predicado real y esencialmente distinto del mundo, felicísimo
en sí y por sí, e inefablemente elevado sobre toda las cosas, que hay fuera de El y puedan ser concebidas´ (Cons. Dei Filius).

3. Es fácil advertir en el texto conciliar parte de los mismos antiguos símbolos de fe que también rezamos: ´creo en Dios.
omnipotente, creador del cielo y de la tierra´, pero desarrolla esta formulación fundamental según la doctrina contenida en la
Sagrada Escritura, en la Tradición y en el Magisterio de la Iglesia. Gracias al desarrollo realizado por el Vaticano I, los ´atributos
´ de Dios se enumeran de forma más completa que la de los antiguos símbolos.
Por ´atributos´ entendemos las propiedades del ´Ser´ divino que se manifiestan en la Revelación, como también en la mejor
reflexión filosófica (Cfr. p.e. S. Th. I qq. 3 ss.). La Sagrada Escritura describe a Dios utilizando diversos adjetivos. Se trata de
expresiones del lenguaje humano, que se manifiesta muy limitado, sobre todo cuando se trata de expresar la realidad totalmente
transcendente que es Dios en sí mismo.

4. El pasaje del Concilio Vaticano I antes citado confirma la imposibilidad de expresar a Dios de modo adecuado. Es
incomprensible e inefable. Sin embargo, la fe de la Iglesia y su enseñanza sobre Dios, aun conservando la convicción de su
´incomprensibilidad´ e ´inefabilidad´, no se contenta, como hace la llamada teología apofática, con limitarse a constataciones de
carácter negativo, sosteniendo que el lenguaje humano, y, por tanto, también elteológico, puede expresar exclusivamente, o casi,
sólo lo que Dios o es, al carecer de expresiones adecuadas para explicar lo que El es.

5. Así el Vaticano I no se limita a afirmaciones que hablan de Dios según la ´vía negativa´, sino que se pronuncia también según

22
la ´vía afirmativa´. Por ejemplo, enseña que este Dios esencialmente distinto del mundo (´a mundo distinctus re et es essentia´),
es un Dios Eterno. Esta verdad está expresada en la Sagrada Escritura en varios pasajes y de modos diversos. Así, por ejemplo,
leemos en el libro del Sirácida: ´El que vive eternamente creó juntamente todas las cosas´ (18, 1), y en el libro del Profeta Daniel:
´El es el Dios vivo, y eternamente subsistente´ (6, 27).
Parecidas son las palabras del Salmo 101, de las que se hace eco la Carta a los Hebreos: ´al principio cimentaste la tierra, y el
cielo es obra de tus manos. Ellos perecerán, Tú permaneces, se gastarán como ropa, serán como un vestido que se muda. Tú, en
cambio, eres siempre el mismo, tus años no se acabarán´ (Sal 101, 26-28). Algunos siglos más tarde el autor de la Carta a los
Hebreos volverá a tomar las palabras del citado Salmo: ´Tú, Señor, al principio, fundaste la tierra, y los cielos son obras de tus
manos. Ellos perecerán, y como un manto los envolverás, y como un vestido se mudarán; pero Tú permaneces el mismo, y tus
años no se acabarán´ (1, 10-12).
La eternidad es aquí el elemento que distingue esencialmente a Dios del mundo. Mientras que éste está sujeto a cambios y pasa,
Dios permanece por encima del devenir del mundo: El es necesario e inmutable: ´Tú permaneces el mismo´.
Consciente de la fe en este Dios eterno, San Pablo escribe: ´Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, el honor y la
gloria por los siglos de los siglos. Amén´ (1 Tim 1, 17). La misma verdad tiene en la Apocalipsis aún otra expresión: ´Yo soy el
alfa y el omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era, el que viene, el Todopoderoso´ (1, 8).

6. En estos datos de la revelación halla expresión también la convicción racional a la que se llega cuando se piensa que Dios es el
Ser subsistente, y, por lo tanto, necesario, y, por lo mismo, eterno, ya que no puede tener ni principio ni fin, ni sucesión de
momentos en el Acto único e infinito de su existencia. La recta razón y la revelación encuentran una admirable coincidencia
sobre este punto. Siendo Dios absoluta plenitud de ser (ipsum Ens per se Subsistens) su eternidad ´grabada en la terminología del
ser´ debe entenderse como ´posesión indivisible, perfecta y simultánea de una vida sin fin´ y, por lo mismo, como un atributo del
ser absolutamente ´por encima del tiempo´.
La eternidad de Dios no corre con el tiempo del mundo creado, ´no corresponde a El´; no lo ´precede´ o lo ´prolonga´ hasta el
infinito; sino que está más allá de él y por encima de él. La eternidad, con todo el misterio de Dios, comprende en cierto sentido
´desde más allá´ y ´por encima´ de todo lo que está ´desde dentro´ sujeto al tiempo, al cambio, a lo contingente. Viene a la mente
las palabras de San Pablo en el Areópago de Atenas; ´en El. vivimos y nos movemos y existimos´ (Hech 17, 28). Decimos ´desde
el exterior´ para afirmar con esta expresión metafórica la transcendencia de Dios sobre las cosas y de la eternidad sobre el
tiempo, aun sabiendo y afirmando una vez más que Dios es el Ser que es interior a ser mismo de las cosas, y, por tanto, también
al tiempo que pasa como un sucederse de elementos, cada uno de los cuales no está fuera de su abrazo eterno.
El texto del Vaticano I expresa la fe de la Iglesia en el Dios vivo, verdadero y eterno. Es eterno porque es la absoluta plenitud de
ser que, como indican claramente los textos bíblicos citados, no puede entenderse como una suma de fragmentos o de ´partículas´
del ser que cambian con el tiempo. La absoluta plenitud del ser sólo puede entenderse como eternidad, es decir, como total e
indivisible posesión de ese ser que es la vida misma de Dios. En este sentido Dios es eterno: un ´Nunc´, un ´Ahora´, subsistente e
inmutable, cuyo modo de ser se distingue esencialmente del de las criaturas, que son seres ´contingentes´.

7. Así, pues, el Dios vivo que se nos ha revelado a sí mismo, es el Dios eterno. Más correctamente decimos que Dios es la
eternidad misma. La perfecta simplicidad del Ser divino (´Omnino simplex´) exige esta forma de expresión.
Cuando en nuestro lenguaje humano decimos; ´Dios es eterno´, indicamos un atributo del ser divino. Y, puesto, que todo atributo
no se distingue concretamente de la esencia misma de Dios (mientras que los atributos humanos se distinguen del hombre que los
posee), al decir: ´Dios es eterno´, queremos afirmar: ´Dios es la eternidad´.
Esta eternidad para nosotros, sujetos al espacio y al tiempo, es incomprensible como la divina Esencia; pero ella nos hace
percibir, incluso bajo este aspecto, la infinita grandeza y majestad del Ser divino, a la vez que nos colma de alegría el
pensamiento de que este Ser Eternidad comprende todo lo que es creado y contingente, incluso nuestro pequeño ser, cada uno de
nuestros actos, cada momento de nuestra vida.
´En El vivimos, nos movemos y existimos´.

9. Dios, espíritu infinitamente perfecto 11.09.85

1. ´Dios es espíritu´: son las palabras que dijo nuestro Señor Jesucristo durante el coloquio con la Samaritana junto al pozo de
Jacob, en Sicar.
A la luz de estas palabras continuamos en esta catequesis comentando la primera verdad del símbolo de la fe: ´Creo en Dios´.
Hacemos referencia en particular a la enseñanza del Concilio Vaticano I en la Constitución Dei Filius, capítulo primero: ´Dios
creador de todas las cosas´. Este Dios que se ha revelado a sí mismo, hablando ´por los profetas y últimamente. por su Hijo´(Heb
1, 1), siendo creador del mundo, se distingue de modo esencial del mundo, que ha creado. El es la eternidad, como quedó
expuesto en la catequesis precedente, mientras que todo lo que es creado está sujeto al tiempo contingente.

2. Porque el Dios de nuestra fe es la eternidad, es Plenitud de vida, y como tal se distingue de todo lo que vive en el mundo
visible. Se trata de una ´vida´ que hay que entender en el sentido altísimo que la palabra tiene cuando se refiere a Dios que es
espíritu, espíritu puro, de tal manera que, como enseña el Vaticano I, es inmenso e invisible. No encontramos en El nada
mensurable según los criterios del mundo creado y visible ni del tiempo que mide el fluir de la vida del hombre, porque Dios está
sobre la materia, es absolutamente ´inmaterial´. Sin embargo, la ´espiritualidad´ del ser divino no se limita a cuanto podemos
alcanzar según la vía negativa: es decir, sólo a la inmaterialidad. Efectivamente podemos conocer, mediante la vía afirmativa,

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que la espiritualidad es un atributo del ser divino, cuando Jesús de Nazaret responde a la Samaritana diciendo: ´Dios es espíritu´
(Jn 4, 24).

3. El texto conciliar del Vaticano I, a que nos referimos, afirma la doctrina sobre Dios que la Iglesia profesa y anuncia, con dos
aserciones fundamentales: ´Dios es una única substancia espiritual, totalmente simple e inmutable´; y también: ´Dios es infinito
por inteligencia, voluntad y toda perfección´.
La doctrina sobre la espiritualidad del ser divino, transmitida por la revelación, ha sido claramente formulada en este texto con la
´terminología del ser´. Se revela en la formulación: ´Substancia espiritual´. La palabra ´substancia´, en efecto, pertenece al
lenguaje de la filosofía de ser. El texto conciliar intenta afirmar con esta frase que Dios, el cual por su misma Esencia se
distingue de todo el mundo creado, no es sólo el Ser subsistente, sino que, en cuanto tal, es también Espíritu subsistente. El Ser
divino es por propia esencia absolutamente espiritual.

4. Espiritualidad significa inteligencia y voluntad libre. Dios es Inteligencia, Voluntad y Libertad en grado infinito, así como es
también toda perfección en grado infinito.
Estas verdades sobre Dios tienen muchas confirmaciones en los datos de la revelación, que encontramos en la Sagrada Escritura
y en la Tradición. Por ahora nos referimos sólo a algunas citas bíblicas, que ponen de relieve la Inteligencia infinitamente
perfecta del Ser divino. A la Libertad y a la Voluntad infinitamente perfectas de Dios dedicaremos las catequesis sucesivas.
Viene a la mente ante todo la magnifica exclamación de San Pablo en la Carta a los Romanos: ´"Qué abismo de generosidad, de
sabiduría y de Conocimiento el de Dios!. "Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!. ¿Quién no conoció la
mente del Señor?´ (11, 33 ss.).
Las palabras del Apóstol resuenan como un eco potente de la doctrina de los libros sapienciales del antiguo Testamento: ´Su
sabiduría no tiene medida´, proclama el Salmo 146, 5. A la sabiduría de Dios se une su grandeza: ´Grande es el Señor, y merece
toda alabanza, es incalculable su grandeza´ (Sal 144, 3). ´Nada hay que quitar a su obra, nada que añadir, y nadie es capaz de
investigarlas maravillas del Señor. Cuando el hombre cree acabar, entonces comienza, y cuando se detiene, se ve perplejo´ (Sir
18, 5-6). De Dios, pues, puede afirmar el Sabio: ´Es mucho más grande que todas sus obras´ (Sir 43, 28), y concluir" ´El lo es
todo´ (43, 27).
Mientras los autores ´sapienciales´ hablan de Dios en tercera persona: ´El´, el Profeta Isaías pasa a la primera persona: ´Yo´.
Hace decir a Dios que le inspira: ´Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis
pensamiento son más altos que los vuestros´ (Is 55, 9).

5. En los ´pensamientos´ de Dios y en su ´ciencia y sabiduría´ se expresa la infinita perfección de su Ser: por su Inteligencia
absoluta Dios supera incomparablemente todo lo que existe fuera de El. Ninguna criatura y en particular ningún hombre puede
negar esta perfección. ´"Oh hombre!. ¿Quién eres tú para pedir cuentas a Dios?. ¿Acaso dice el vaso al alfarero: ¿Por qué me has
hecho así?. ¿O es que el alfarero no es dueño de la arcilla?´ -pregunta San Pablo- (Rom 9, 20). Este modo de pensar y de
expresarse está heredado del Antiguo Testamento: parecidas preguntas y respuestas se encuentran en Isaías (Cfr. 29, 15; 45, 9-
11) y en el Libro de Job (Cfr. 2, 9-10; 1, 21). El libro del Deuteronomio, a su vez, proclama: ´"¡Dad gloria a nuestro Dios!. ¡El es
la Roca!". Sus obras son perfectas. Todos sus caminos son justísimos; es fidelísimo y no hay en El iniquidad; es justo y recto´
(32, 3-4). La alabanza de la infinita perfección de Dios no es sólo confesión de la Sabiduría, sino también de su justicia y
rectitud, es decir, de su perfección moral.

6. En el Sermón de la Montaña Jesucristo exhorta; ´Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto´ (Mt 5, 48).
Esta llamada es una invitación a confesar: "Dios es perfecto!. Es ´infinitamente perfecto´ (Dei Filius).
La infinita perfección de Dios está constantemente presente en la enseñanza de Jesucristo. El que dijo a la Samaritana: ´Dios es
espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.´ (Jn 4, 23-24), se expresó de manera muy significativa cuando
respondió al joven que se dirigió a El con las palabras: ´Maestro bueno.´, diciendo ´¿Por qué me llamas bueno?. No hay nadie
bueno más que Dios.´ (Mc 10, 17-18).

7. Sólo Dios es Bueno y posee la perfección infinita de la bondad. Dios es la plenitud de todo bien. Así como El ´Es´ toda la
plenitud del ser, del mismo modo ´Es bueno´ con toda la plenitud del Bien. Esta plenitud de bien corresponde a la infinita
perfección de su Voluntad, lo mismo que a la infinita perfección de su entendimiento y de su Inteligencia corresponde la absoluta
plenitud de la Verdad, subsistente en El en cuanto conocida por su entendimiento como idéntica a su Conocer y Ser. Dios es
espíritu infinitamente perfecto, por lo cual quienes lo han conocido se han hecho verdaderos adoradores: Lo adoran en espíritu y
verdad.
Dios, este Bien infinito que es absoluta plenitud de verdad. ´est diffusivum sui´ (S. Th. I, q.5, a.4, ad 2). También por esto se ha
revelado, a sí mismo: la Revelación es el Bien mismo que se comunica como Verdad.
Este Dios que se ha revelado a Sí mismo, desea de modo inefable e incomparable comunicarse, darse. Este es el Dios de la
Alianza y de la Gracia.

10. Dios, Padre Omnipotente 18.09.85

1. ´Creo en Dios, Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra.´


Dios que se ha revelado a sí mismo, el Dios de nuestra fe, es espíritu infinitamente perfecto.

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Esta verdad sobre Dios como infinita plenitud ha sido afectada, en cierto sentido, por los símbolos de la fe, mediante la
afirmación de que Dios es el Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Aunque nos ocuparemos un poco
más adelante de la verdad sobre la creación, es oportuno que profundicemos, a la luz de la revelación, lo que en Dios
corresponde al misterio de la creación.

2. Dios, a quien la Iglesia confiesa omnipotente (´creo en Dios Padre omnipotente), en cuanto espíritu infinitamente perfecto es
también omnisciente, es decir, que penetra todo con su conocimiento.
Este Dios omnipotente y omnisciente, tiene el poder de crear, de llamar del no-ser, de la nada, al ser. ´Hay algo imposible para el
Señor?´ - leemos en el Génesis (18, 14)-.
´Realizar cosas grandes siempre está en tu mano, y al poder de tu brazo ¿Quién puede resistir?´, anuncia el Libro de la Sabiduría
(11, 22). La misma fe profesa el Libro de Ester con las palabras ´Señor, Rey omnipotente, en cuyo poder se hallan todas las
cosas, a quien nada podrá oponerse´ (Est 4, 17). ´Nada hay imposible para Dios´ (Lc 1, 37), dijo el Arcángel Gabriel a María de
Nazaret en la Anunciación.

3. El Dios, que se revela a sí mismo por boca de los profetas es omnipotente. Esta verdad impregnan profundamente toda la
revelación, a partir de las primeras palabras del Libro del Génesis: ´Dijo Dios: ´Hágase.´(Gen 1, 3). El acto creador se manifiesta
como la omnipotente Palabra de Dios: ´El lo dijo y existió.´ (Sal 32, 9). Al crear todo de la nada, el ser del no-ser, Dios se revela
como infinita plenitud de Bien, que se difunde. El que Es, el Ser subsistente, el ser infinitamente perfecto, en cierto sentido se da
en ese ´ES´, llamando a la existencia, fuera de sí, al cosmos visible e invisible: los seres creados. Al crear las cosas, da origen a la
historia del universo, al crear al hombre como varón y mujer, da comienzo la historia. ´Hay diversidad de operaciones, pero uno
mismo es Dios, que obra todas las cosas en todos´ (1 Cor 12, 6).

4. El Dios que se revela a sí mismo como Creador, y, por lo tanto, como Señor de la historia del mundo y del hombre, es el Dios
omnipotente, el Dios vivo. ´La Iglesia cree y confiesa que hay un único Dios vivo y verdadero, Creador y Señor del cielo y de la
tierra, omnipotente´, afirma el Vaticano Y. Este Dios, espíritu infinitamente perfecto y omnisciente es absolutamente libre y
soberano también respecto al mismo acto de la creación. Si El es el Señor de todo lo que crea ante todo es Señor de la propia
Voluntad en la creación. Crea porque quiere crear. Crea porque esto corresponde a su infinita Sabiduría. Creando actúa con la
inescrutable plenitud de su libertad, por impulso de amor eterno.

5. El texto de la Constitución Dei Filius del Vaticano I, tantas veces citado, pone de relieve la absoluta libertad de Dios en la
creación y en cada una de sus acciones. Dios es ´en sí y por sí felicísimo´: tiene en sí mismo y por sí la total plenitud del Bien y
de la Felicidad. Si llama al mundo a la existencia, lo hace no para completar o integrar el Bien que es El, sino sólo y
exclusivamente con la finalidad de dar el bien de una existencia multiforme al mundo de las criaturas invisibles y visibles. Es una
participación múltiple y varia de único, infinito, eterno Bien, que coincide con el Ser mismo de Dios.
De este modo, Dios, absolutamente libre y soberano en la obra de la creación, permanece fundamentalmente independiente del
universo creado. Esto no significa de ningún modo que El sea indiferente con relación a las criaturas; en cambio, El las guía
como eterna Sabiduría, Amor y Providencia omnipotente.

6. La Sagrada Escritura pone de relieve el hecho de que en esta obra Dios está solo. He aquí las palabras del Profeta Isaías: ´Yo
soy el Señor, el que lo ha hecho todo, el que solo despliega los cielos y afirma la tierra. ¿Quién conmigo?´ (44, 24). En la
´soledad´ de Dios en la obra de la creación resalta su soberana libertad y su paternal omnipotencia.
´El Dios formó la tierra, la hizo y la afirmó. No la creó para yermo, la formó para que fuese habitada´ (Is 45, 18).
A la luz de la auto-revelación de Dios, que ´habló por los Profetas y últimamente. por su Hijo´ (Heb 1, 1-2), la Iglesia confiesa
desde el principio su fe en el ´Padre omnipotente´, Creador del cielo y del la tierra, ´de todo lo visible y lo invisible´. Este Dios
omnipotente es también omnisciente y omnipresente. O aún mejor, habría que decir, que en cuanto espíritu infinitamente
perfecto, Dios es a la vez la Omnipotencia, la Omnisciencia y la Omnipresencia misma.

7. Dios está ante todo presente a Sí: en su Divinidad Una y Trina. Está presente también en el universo que ha creado; lo está, por
consiguiente, en la obra de la creación mediante el poder creador (per potentiam), en el cual se hace presente su misma Esencia
transcendente (per essentiam). Esta presencia supera al mundo, lo penetra y lo mantiene en la existencia. Lo mismo puede
repetirse de la presencia de Dios mediante su conocimiento, como Mirada infinita que todo lo ve (per visionem, o per scientiam).
Finalmente, Dios está presente de modo particular en la historia de la humanidad, que es también la historia de la salvación. Esto
es (si nos podemos expresar así) la presencia más ´personal´ de Dios: su presencia mediante la gracia, cuya plenitud la
humanidad ha recibido de Jesucristo Cfr. Jn 1, 16-17). De este último misterio hablaremos en una próxima catequesis.
8. ´Señor, Tú me sondeas y me conocer.´ (Sal 138, 1).
Mientras repetimos las palabras inspiradas de este Salmo, confesemos juntamente con todo el Pueblo de Dios, presente en todas
las partes del mundo, la fe en la omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia de Dios, que es nuestro Creador, Padre y
Providencia. ´En El vivimos, nos movemos y existimos´ (Hech 17, 28).

11. El Dios de la Alianza 5.09.85

1. En nuestras catequesis tratamos de responder de modo progresivo a la pregunta: ¿Quién es Dios?. Se trata de una respuesta

25
auténtica, porque se funda en la palabra de la auto-revelación divina. Esta respuesta se caracteriza por la certeza de la fe, pero
también por la convicción del entendimiento humano iluminado por la fe.

2. Volvamos una vez más al pie del monte Horeb, donde Moisés que apacentaba la grey, oyó en medio de la zarza ardiente la voz
que decía: ´Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en que estás es tierra santa´ (Ex 3, 5). La voz continuó: ´Yo soy el Dios de
tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob´. Por lo tanto, es el Dios de los padres quién envía a Moisés a
liberar a su pueblo de la esclavitud egipcia.
Sabemos que, después de haber recibido esta misión, Moisés preguntó a Dios su nombre. Y recibió la respuesta: ´Yo soy el que
soy´. En la tradición exegética, teológica y magisterial de la Iglesia, que fue asumida también por Pablo VI en el ´Credo del
Pueblo de Dios´ (1968), esta respuesta se interpreta como la revelación de Dios como el ´Ser´
En la respuesta dada por Dios: ´Yo soy el que soy´, a la luz de la historia de la salvación se puede leer una idea más rica y más
precisa. Al enviar a Moisés en virtud de este Nombre, Dios -Yahvéh- se revela sobre todo como del Dios de la Alianza: "Yo soy
el que soy para vosotros´; estoy aquí como Dios deseoso de la alianza y de la salvación, como el Dios que os ama y os salva. Esta
clave de lectura presenta a Dios como un Ser que es Persona y se auto-revela a personas, a las que trata como tales. Dios, ya al
crear el mundo, en cierto sentido salió de su propia ´soledad´, para comunicarse a Sí mismo, abriéndose al mundo y
especialmente a los hombres creados a su imagen y semejanza (Gen 1, 26). En la revelación del Nombre ´Yo soy el que soy´
(Yahvéh), parece poner de relieve sobre todo la verdad de que Dios es el Ser-Persona que conoce, ama, atrae hacia sí a los
hombres, el Dios de la Alianza.

3. En el coloquio con Moisés prepara una nueva etapa de la Alianza con los hombres, una nueva etapa de la historia de la
salvación. La iniciativa del Dios de la Alianza, efectivamente, va rimando la historia de la salvación a través de numerosos
acontecimientos, como se manifiesta en la IV Plegaria Eucarística con las palabras; "Reiteraste tu alianza a los hombres´.
Conversando con Moisés al pie del monte Horeb, Dios -Yahvéh- se presenta como ´el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios
de Jacob´, es decir, el Dios que había hecho una Alianza con Abrahán (Cfr. Gen 17, 1-14) y con sus descendientes, los patriarcas,
fundadores de las diversas estirpes del pueblo elegido, que se convirtió en Pueblo de Dios.

4. Sin embargo, las iniciativas del Dios de la Alianza se remontan incluso antes de Abrahán. El libro del Génesis registra la
Alianza con Noé después del diluvio (Cfr. Gen 9, 1-17). Se puede hablar también de la Alianza originaria antes del pecado
original (Cfr. Gen 2, 15-17). Podemos afirmar que la iniciativa del Dios de la Alianza sitúa, desde el principio, la historia del
hombre en la perspectiva de la salvación. La salvación es comunión de vida sin fin con Dios; cuyo símbolo estaba representado
en el paraíso por el ´árbol de la vida´ (Cfr. Gen 2, 9). Todas las alianzas hechas después del pecado original confirman, por parte
de Dios, la misma voluntad de salvación. El Dios de la Alianza es el Dios ´que se dona´ al hombre de modo misterioso: El Dios
de la revelación y el Dios de la gracia. No sólo se da a conocer al hombre, sino que lo hace partícipe de su naturaleza divina (2 Pe
1, 4).

5. La Alianza llega a su etapa definitiva en Jesucristo: la ´nueva´ y ´eterna alianza´ (Heb 12, 24; 13, 20). Ella da testimonio de la
total originalidad de la verdad sobre Dios que profesamos en el ´Credo´ cristiano. En la antigüedad pagana la divinidad era más
bien el objeto de la aspiración del hombre. La revelación del Antiguo y todavía más del Nuevo Testamento muestra a Dios que
busca al hombre, que se acerca a él. Es Dios quien quiere hacer la alianza con el hombre: ´Ser vuestro Dios y vosotros seréis mi
pueblo´ (Lev 26, 12); ´Ser su Dios y ellos serán mi pueblo´ (2 Cor 6, 16).

6. La Alianza es, igual que la creación, una iniciativa divina completamente libre y soberana. Revela de modo aún más eminente
la importancia y el sentido de la creación en las profundidades de la libertad de Dios. La Sabiduría y el Amor, que guían la
libertad transcendente de Dios-Creador, resaltan aún más en la transcendente libertad del Dios de la Alianza.

7. Hay que añadir también que si mediante la Alianza, especialmente la plena y definitiva en Jesucristo, Dios se hace de algún
modo inmanente con relación al mundo, El conserva totalmente la propia transcendencia. El Dios encarnado, y más aún el Dios
Crucificado, no sólo sigue siendo un Dios incomprensible e inefable, sino que se convierte todavía en más incomprensible e
inefable para nosotros precisamente en cuanto que se manifiesta como Dios de un infinito, inescrutable amor.

8. No queremos anticipar temas que constituirán el objeto de futuras catequesis. Volvemos de nuevo a Moisés. La revelación del
Nombre de Dios al pie del monte Horeb prepara la etapa de la Alianza que el Dios de los Padres estrecharía con su pueblo en el
Sinaí. En ella se pone de relieve de manera fuerte y expresiva el sentido monoteísta del ´credo´ basado en la Alianza: ´creo en un
sólo Dios´: Dios es uno, es único.
He aquí las palabras del Libro del Éxodo: ´Yo soy el Señor, tu Dios, que te ha sacado de la tierra de Egipto, de la casa de la
servidumbre. No tendrás otro Dios que a mí´ (Ex 20, 2-3). En el Deuteronomio encontramos la fórmula fundamental del ´Credo´
veterotestamentario expresado con las palabras: ´Oye, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es único´ (6, 4; cfr. 4, 39-40).
Isaías dará a este ´Credo´ monoteísta del Antiguo Testamento una magnífica expresión profética: ´Vosotros sois mis testigos -
dice Yahvéh- mi siervo, a quien yo elegí, para que aprendáis y me creáis y comprendáis que soy yo. Antes de mí no fue formado
Dios alguno, ninguno habrá después de mí. Yo, yo soy el Señor, y fuera de mí no hay salvador. Vosotros sois mis testigos, dice
Yahvéh, y yo Dios desde la eternidad y también desde ahora lo soy´ (Is 45, 22).

9. Esta verdad sobre el único Dios constituye el depósito fundamental de los dos Testamentos. En la Nueva Alianza lo expresa,

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por ejemplo, San Pablo con las palabras: "Un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos´ (Ef 4, 6). Y
siempre es Pablo el que combatía el politeísmo pagano(Cfr. Rom 1, 23; Gal 3, 8), con no menor ardor del que se halla presente
en el antiguo Testamento, quien con igual firmeza proclama que este Único verdadero Dios ´es Dios de todos, tanto de los
circuncisos como de los incircuncisos, tanto de los judíos como de los paganos´ (Cfr. Rom. 3, 29-30). La revelación de un sólo
verdadero Dios, dada en la Antigua Alianza al pueblo elegido de Israel, estaba destinada a toda la humanidad, que encontraría en
el monoteísmo la expresión de la convicción a la que el hombre puede llegar también con la luz de la razón: porque si Dios es el
ser perfecto, infinito, subsistente, no puede ser más que Uno. En la Nueva Alianza, por obra de Jesucristo, la verdad revelada en
el Antiguo Testamento se ha convertido en la fe de la Iglesia universal, que confiesa: ´creo en un sólo Dios´.

12. Dios es amor 2.10.85

1. ´Dios es Amor.´: estas palabras, contenidas en uno de los últimos libros del Nuevo Testamento, la Primera Carta de San Juan
(4, 16),constituyen como la definitiva clave de bóveda de la verdad sobre Dios, que se abrió camino mediante numerosas
palabras y muchos acontecimientos, hasta convertirse en plena certeza de la fe con la venida de Cristo, y sobre todo con su cruz y
su resurrección. Son palabras en las que encuentra un eco fiel la afirmación de Cristo mismo: ´Tanto amó Dios al mundo, que dio
su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca sino que tenga la vida eterna´(Jn 3, 16).
La fe de la Iglesia culmina en esta verdad suprema: "Dios es amor!. Se ha revelado a Sí mismo de modo definitivo como Amor
en la cruz y resurrección de Cristo. ´Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene -continúa diciendo el
Apóstol Juan en su Primera Carta-. Dios es amor, y el que vive en el amor permanece en Dios, y Dios está en él´ (4,16).

2. La verdad de que Dios es Amor constituye como el ápice de todo lo que fue revelado ´por medio de los profetas y últimamente
por medio del Hijo.´, como dice la Carta a los Hebreos (1, 1). Esta verdad ilumina todo el contenido de la Revelación divina, y en
partícula la realidad revelada de la creación y de la Alianza. Si la creación manifiesta la omnipotencia del Dios-Creador, el
ejercicio de la omnipotencia se explica definitivamente mediante el amor. Dios ha creado porque podía, porque es omnipotente;
pero su omnipotencia estaba guiada por la Sabiduría y movida por el Amor. Esta es obra de la creación. Y la obra de la redención
tiene una elocuencia aún más potente y nos ofrece una demostración todavía más radical: frente al mal, frente al pecado de las
criaturas permanece el amor como expresión de la omnipotencia. Sólo el amor omnipotente sabe sacar el bien del mal y la vida
nueva del pecado y de la muerte.

3. El amor como potencia, que da la vida y que anima, está presente en toda la Revelación. El Dios vivo, el Dios que da la vida a
todos los vivientes es Aquel de quien nos hablan los Salmos: ´Todos ellos aguardan a que les eches comida a su tiempo; se la
echas y la atrapan, abres tu mano, y se sacian de bienes; escondes tu rostro, y se espantan, les retiras el aliento, y expiran, y
vuelven a ser polvo´ (Sal 103, 27-29). La imagen está tomada del seno mismo de la creación. Y si este cuadro tiene rasgos
antropomórficos (como muchos textos de la Sagrada Escritura), este antropomorfismo posee una motivación bíblica: dado que el
hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, hay una razón para hablar de Dios ´a imagen y semejanza´ del hombre. Por otra
parte, este antropomorfismo no ofusca la transcendencia de Dios: Dios no queda reducido a dimensiones de hombre. Se
conservan todas las reglas de la analogía y del lenguaje analógico, así como las de la analogía de la fe.

4. En la Alianza Dios se da a conocer a los hombres, ante todo a los del Pueblo elegido por El. Siguiendo una pedagogía
progresiva, el Dios de la Alianza manifiesta las propiedades de su ser, las que suelen llamarse atributos. Estos son ante todo
atributos de orden moral, en los cuales se revela gradualmente el Dios-Amor. Efectivamente, si Dios se revela -sobre todo en la
alianza del Sinaí- como Legislador, Fuente suprema de la Ley, esta autoridad legislativa encuentra su plena expresión y
confirmación en los atributos de la actuación divina que la Sagrada Escritura nos hace reconocer.
Los manifiestan los libros inspirados del Antiguo Testamento. Así, por ejemplo, leemos en el libro de la Sabiduría: ´Porque tu
poder es el principio de la justicia y tu poder soberano te autoriza para perdonar a todos. Tú, Señor de la fuerza, juzgas con
benignidad y con mucha indulgencia nos gobiernas, pues cuando quieres tienes el poder en la mano´ (12, 16.18).
Y también: ´El poder de tu majestad ¿Quién lo contará, y quién podrá enumerar sus misericordias´ (Sir 18, 4).
Los escritos del Antiguo Testamento ponen de relieve la justicia de Dios, pero también su clemencia y misericordia.
Subrayan especialmente la fidelidad de Dios a la alianza, que es un aspecto de su ´inmutabilidad´ (Cfr., p.ej., Sal 110, 7-9; Is 65,
1-2, 16-19).
Si hablan de la cólera de Dios, ésta es siempre la justa cólera de un Dios que, además, es ´lento a la ira y rico en piedad´ (Sal 144,
8). Si, finalmente siempre en la mencionada concepción antropomórfica, ponen de relieve los ´celos´ del Dios de la Alianza hacia
su pueblo, lo presentan siempre como un atributo del amor: ´el celo del Señor de los ejércitos´ (Is 9, 7).
Ya hemos dicho anteriormente que los atributos de Dios no se distinguen de su Esencia; por eso, sería más correcto hablar no
tanto del Dios justo, fiel, clemente, cuanto del Dios que es justicia, fidelidad, clemencia, misericordia, lo mismo que San Juan
escribió que ´Dios es amor´ (1 Jn 4, 16).5.
El Antiguo Testamento prepara a la revelación definitiva de Dios como Amor con abundancia de textos inspirados. En uno de
ellos leemos: ´Tienes piedad de todos, porque todo lo puedes. Pues amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que has
hecho; pues si hubieses odiado alguna cosa, no la habrías formado. ¿Y cómo podría subsistir nada si Tú no quisieras?. Pero a
todos perdonas, porque son tuyos, Señor amigo de la vida´ (Sab 11, 23-26).
¿Acaso no puede decirse que en estas palabras del libro de la Sabiduría, a través del ´Ser´ creador de Dios, se transparenta ya con
toda claridad Dios-Amor (Amor-Caritas)?.

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Pero veamos otros textos, como el del libro de Jonás: "Sabía que Tú eres Dios clemente y misericordioso, tardo a la ira, de gran
piedad, y que te arrepientes de hacer el mal´ (Jon 4, 2).
O también el Salmo 144: ´El Señor es clemente y misericordioso, lento ala cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con sus criaturas´ (Sal 144, 8-9).
Cuanto más nos adentramos en la lectura de los escritos de los Profetas Mayores, tanto más se nos descubre el rostro de Dios-
Amor. He aquí cómo habla el Señor por boca de Jeremías a Israel: ´Con amor eterno te amo, por eso te he mantenido con fervor
(hesed) (Jer 31, 3).
Y he aquí las palabras de Isaías: ´Sión de Cía: el Señor me ha abandonado, y mi Señor se ha olvidado de mí. Puede acaso una
mujer olvidarse de su niño, no compadecerse del hijo de sus entrañas?. Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría´ (Is 49, 14-
15). Qué significativa es en las palabras de Dios esta referencia al amor materno: la misericordia de Dios, además de a través de
la paternidad, se hace conocer también por medio de la ternura inigualable de la maternidad. Dice Isaías: ´Que se retiren los
montes, que tiemblen los collados, no se apartará de ti mi amor, ni mi alianza de paz vacilará, dice el Señor que se apiada de ti´
(Is 54, 10).

6. Esta maravillosa preparación desarrollada por Dios en la historia de la Antigua Alianza, especialmente por medio de los
Profetas, esperaba el cumplimiento definitivo. Y la palabra definitiva del Dios-Amor vino con Cristo. Esta palabra no se
pronunció solamente sino que fue vivida en el misterio pascual de la cruz y de la resurrección. Lo anuncia el Apóstol: ´Dios, que
es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por
Cristo: de gracia habéis sido salvados´ (Ef 2, 4-5).
Verdaderamente podemos dar plenitud a nuestra profesión de fe en ´Dios Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra´ con
la estupenda definición de San Juan ´Dios es amor´ (1 Jn 4, 16).

IV La Trinidad
 

INDICE

Santísima Trinidad
Dios Padre
Paternidad divina
Dios Hijo
El Hijo, Dios-Verbo
Espíritu Santo
El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo
Dios Uno y Trino
Tres personas distintas y un solo Dios verdadero
Tres veces Santo
La santidad de Dios

Santísima Trinidad 9.X.85


1. La Iglesia profesa su fe en el Dios único: que es al mismo tiempo Trinidad Santísima e inefable de Personas: Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Y la Iglesia vive de esta verdad, contenida en los más antiguos Símbolos de la Fe, y recordada en nuestros
tiempos por Pablo VI, con ocasión del 1900 aniversario del martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo (1968), en el Símbolo
que él mismo presentó y que se conoce universalmente como ´Credo del Pueblo de Dios´.
Sólo el que se nos ha querido dar a conocer y que ´habitando en una luz inaccesible´ (1 Tim 6, 16) es en Sí mismo por encima de
todo nombre, de todas las cosas y de toda inteligencia creada. puede darnos el conocimiento justo y pleno de Sí mismo,
revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo, a cuya eterna vida nosotros estamos llamados, por su gracia, a participar, aquí
abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz perpetua.(Cfr. Pablo VI, Credo.).
2. Dios, que para nosotros es incomprensible, ha querido revelarse a Sí mismo no sólo como único creador y Padre omnipotente,
sino también como Padre, Hijo y Espíritu Santo. En esta revelación la verdad sobre Dios, que es amor, se desvela en su fuente
esencial: Dios es amor en la vida interior misma de una única Divinidad.
Este amor se revela como una inefable comunión de Personas.
3. Este misterio -el más profundo: el misterio de la vida íntima de Dios mismo- nos lo ha revelado Jesucristo: ´El que está en el
seno del Padre, se le ha dado a conocer´ (Jn 1, 18). Según el Evangelio de San Mateo, las últimas palabras, con las que Jesucristo
concluye su misión terrena después de la resurrección, fueron dirigidas a los Apóstoles: ´Id. y enseñad a todas las gentes,
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo´(Mt 28, 18). Estas palabras inauguraban la misión de la
Iglesia, indicándole su compromiso fundamental y constitutivo. La primera tarea de la Iglesia es enseñar y bautizar -y bautizar
quiere decir ´sumergir´ (por eso, se bautiza con agua)- en la vida trinitaria de Dios.
Jesucristo encierra en estas últimas palabras todo lo que precedentemente había enseñado sobre Dios: sobre el Padre, sobre el
Hijo y sobre el Espíritu Santo. Efectivamente, había anunciado desde el principio la verdad sobre el Dios único, en conformidad

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con la tradición de Israel. A la pregunta: ´¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?´, Jesús había respondido: ´El primero
es: Escucha Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor´ (Mc 12, 29). Y al mismo tiempo Jesús se había dirigido
constantemente a Dios como a ´su Padre´, hasta asegurar: ´Yo y el Padre somos una sola cosa´ (Jn 10, 30). Del mismo modo
había revelado también al ´Espíritu de verdad, que procede del Padre´ y que -aseguró- ´yo os enviaré de parte del Padre´ (Jn 15,
26).
4. Las palabras sobre el bautismo ´en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo´, confiadas por Jesús a los Apóstoles al
concluir su misión terrena, tienen un significado particular, porque han consolidado la verdad sobre la Santísima Trinidad,
poniéndola en la base de la vida sacramental de la Iglesia. La vida de fe de todos los cristianos comienza en el bautismo, con la
inmersión en el misterio del Dios vivo. Lo prueban las Cartas apostólicas, ante todo las de San Pablo. Entre las fórmulas
trinitarias que contienen, la más conocida y constantemente usada en la liturgia, es la que se halla en la segunda Carta a los
Corintios: ´La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios (Padre) y la comunión del Espíritu Santo est con todos
vosotros´ (2 Cor 13,13). Encontramos otras en la primera Carta a los Corintios; en la de los Efesios y también en la primera Carta
de San Pedro, al comienzo del primer capítulo.
Como un reflejo, todo el desarrollo de la vida de oración de la Iglesia ha asumido una conciencia y un aliento trinitario: en el
Espíritu, por Cristo, al Padre.
5. De este modo, la fe en el Dios uno y trino entró desde el principio en la Tradición de la vida de la Iglesia y de los cristianos.
En consecuencia, toda la liturgia ha sido -y es- por su esencia, trinitaria, en cuanto que es la expresión de la divina economía.
Hay que poner de relieve que a la comprensión de este supremo misterio de la Santísima Trinidad ha contribuido la fe en la
redención, es decir, la fe en la obra salvífica de Cristo. Ella manifiesta la misión del Hijo y del Espíritu Santo que en el seno de la
Trinidad eterna proceden ´del Padre´, revelando la ´economía trinitaria´ presente en la redención y en la santificación. La Santa
Trinidad se anuncia ante todo mediante la sotereología, es decir, mediante el conocimiento de la ´economía de la salvación´, que
Cristo anuncia y realiza en su misión mesiánica. De este conocimiento arranca el camino para el conocimiento de la Trinidad
´inmanente´, del misterio de la vida íntima de Dios.
6. En este sentido el Nuevo Testamento contiene la plenitud de la revelación trinitaria. Dios, al revelarse en Jesucristo, por una
parte desvela quién es Dios para el hombre y, por otra, descubre quién n es Dios en Sí mismo, es decir, en su vida íntima. La
verdad ´Dios es amor´ (1 Jn 4, 16), expresada en la primera Carta de Juan, posee aquí el valor de clave de bóveda. Si por medio
de ella se descubre quién n es Dios para el hombre, entonces se desvela también (en cuanto es posible que la mente humana lo
capte y nuestras palabras lo expresen), quién es El en Sí mismo. El es Unidad, es decir, Comunión del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo.
7. El Antiguo Testamento no reveló esta verdad de modo explícito, pero la preparó, mostrando la Paternidad de Dios en la
Alianza con el Pueblo, manifestando su acción en el mundo con la Sabiduría, la Palabra y el Espíritu (Cfr., p.e., Sab. 7, 22-30;
12, 1: Prov 8, 22-30; Sal 32, 4-6; 147, 15; Is 55, 11;11, 2; Sir 48, 12). El Antiguo Testamento principalmente consolidó ante todo
en Israel y luego fuera de él la verdad sobre el Dios único, el quicio de la religión monoteísta. Se debe concluir, pues, que el
Nuevo Testamento trajo la plenitud de la revelación sobre la Santa Trinidad y que la verdad trinitaria ha estado desde el principio
en la raíz de la fe viva de la comunidad cristiana, por medio del bautismo y de la liturgia. Simultáneamente iban las reglas de la
fe, con las que nos encontramos abundantemente tanto en las Cartas apostólicas, como en el testimonio del kerigma, de la
catequesis y de la oración de la Iglesia.
8. Un tema aparte es la formación del dogma trinitario en el contexto de la defensa contra las herejías de los primeros siglos. La
verdad sobre Dios uno y trino es el más profundo misterio de la fe y también el más difícil de Comprender: se presentaba, pues,
la posibilidad de interpretaciones equivocadas, especialmente cuando el cristianismo se puso en contacto con la cultura y la
filosofía griega. Se trataba de ´inscribir´ correctamente el misterio del Dios trino y uno ´en la terminología del será´, es decir, de
expresar de manera precisa en el lenguaje filosófico de la poca los conceptos que definían inequívocamente tanto la unidad como
la trinidad del Dios de nuestra Revelación.
Esto sucedió ante todo en los dos grandes Concilios Ecuménicos de Nicea (325) y de Constantinopla (381). El fruto del
magisterio de estos Concilios es el ´Credo´ niceno-constantinopolitano, con el que, desde aquellos tiempos, la Iglesia expresa su
fe en el Dios uno y trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Recordando la obra de los Concilios, hay que nombrar a algunos teólogos
especialmente beneméritos, sobre todo entre los Padres de la Iglesia.
9. Del siglo V proviene el llamado Símbolo atanasiano, que comienza con la palabra ´Quicumque´, y que constituye una especie
de comentario al Símbolo niceno-constantinopolitano.
El ´Credo del Pueblo de Dios´ de Pablo VI confirma la fe de la Iglesia primitiva cuando proclama: ´Los mutuos vínculos que
constituyen eternamente las tres Personas, que son cada una el único e idéntico Ser divino, son la bienaventurada vida íntima de
Dios tres veces Santo, infinitamente más allá de todo lo que nosotros podemos concebir según la humana medida´ (Pablo VI. El
Credo.): realmente, "inefable y santísima Trinidad - único Dios!.

Dios Padre 16.X.85


1. ´Tú eres mi hijo: / yo te he engendrado hoy´ (Sal 2, 7). En el intento de hacer comprender la plena verdad de la paternidad de
Dios, que ha sido revelada en Jesucristo, el autor de la Carta a los Hebreos se remite al testimonio del Antiguo Testamento (Cfr.
Heb 1, 4-14), citando, entre otras cosas, la expresión que acabamos de leer tomada del Salmo 2, así como una frase parecida del
libro de Samuel:
´Yo ser para él un padre / y él será para mí un hijo´ (2 Sm 7, 14):
Son palabras proféticas: Dios habla a David de su descendiente. Pero, mientras en el contexto del Antiguo Testamento estas
palabras parecían referirse sólo a la filiación adoptiva, por analogía con la paternidad y filiación humana, en el Nuevo

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Testamento se descubre su significado auténtico y definitivo: hablan del Hijo que es de la misma naturaleza que el Padre, del
Hijo verdaderamente engendrado por el Padre. Y por eso hablan también de la paternidad real de Dios, de una paternidad a la que
le es propia la generación del Hijo consubstancial al Padre. Hablan de Dios, que es Padre en el sentido más profundo y más
auténtico de la palabra. Hablan de Dios, que engendra eternamente al Verbo eterno, al Hijo consubstancial al Padre. Con relación
a El Dios es Padre en el inefable misterio de su divinidad.
´Tú eres mi hijo: / yo te he engendrado hoy´:
El adverbio ´hoy´ habla de la eternidad. Es el ´hoy´ de la vida íntima de Dios, el ´hoy´ de la eternidad, el ´hoy´ de la Santísima e
inefable Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es Amor eterno y eternamente consubstancial al Padre y al Hijo.
2. En el Antiguo Testamento el misterio de la paternidad divina intratrinitaria no había sido aún explícitamente revelado. Todo el
contexto de la Antigua Alianza era rico, en cambio, de alusiones a la verdad de la paternidad de Dios, tomada en sentido moral y
analógico. Así, Dios se revela como Padre de su Pueblo Israel, cuando manda a Moisés que pida su liberación de Egipto: ´Así
habla el Señor: Israel es mi hijo primogénito. Yo te mando que dejes a mi hijo ir.´ (Ex 4, 22-23).
Al basarse en la Alianza, se trata de una paternidad de elección, que radica en el misterio de la creación. Dice Isaías: ´Tú eres
nuestro padre, nosotros somos la arcilla, y tú nuestro alfarero, todos somos obra de tus manos´ (Is 64, 7; 63, 16).
Esta paternidad no se refiere sólo al pueblo elegido, sino que llega a cada uno de los hombres y supera el vínculo existente con
los padres terrenos. He aquí algunos textos: ´Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me acogerá´ (Sal 26, 10). ´Como
un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles´ (Sal 102, 13). ´El Señor reprende a los que ama, como
un padre a su hijo preferido´ (Prov 3, 12). En los textos que acabamos de citar está claro el carácter analógico de la paternidad de
Dios-Señor, al que se eleva la oración: ´Señor, Padre Soberano de mi vida, no permitas que por ello caiga. Señor, Padre y Dios de
mi vida, no me abandones a sus sugestiones´ (Sir 23, 1-4). En el mismo sentido dice también: ´Si el justo es hijo de Dios, El lo
acogerá y lo librará de sus enemigos´ (Sab 2, 18).
3. La paternidad de Dios, con respecto tanto a Israel como a cada uno de los hombres, se manifiesta en el amor misericordioso.
Leemos, p.e., en Jeremías: ´Salieron entre llantos, y los guiar con consolaciones. pues yo soy el padre de Israel, y Efraín es mi
primogénito´ (Jer 31, 9).
Son numerosos los pasajes del Antiguo Testamento que presentan el amor misericordioso del Dios de la Alianza. He aquí
algunos: ´Tienes piedad de todos, porque todo lo puedes, y disimulas los pecados de los hombres para traerlos a penitencia. Pero
a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amador de las almas´ (Sab 11, 24-27). ´Con amor eterno te amé , por eso te he
mantenido mi favor´ (Jer 31, 3). En Isaías encontramos testimonios conmovedores de cuidado y de cariño:
´Sión decía: el Señor me ha abandonado, y mi Señor se ha olvidado de mí. ¿Puede acaso una mujer olvidarse de su niño, no
compadecerse del hijo de sus entrañas.? Aunque ella se olvidare, yo no te olvidaría´ (Is 49, 14-15. Cfr. también 54, 10). Es
significativo que en los pasajes del Profeta Isaías la paternidad de Dios se enriquece con connotaciones que se inspiran en la
maternidad (Cfr. Dives in misericordia, nota 52).
4. En la plenitud de los tiempos mesiánicos Jesús anuncia muchas veces la paternidad de Dios con relación a los hombres
remitiéndose a las numerosas expresiones contenidas en el Antiguo Testamento. Así se expresa a propósito de la Providencia
Divina para con las criaturas, especialmente con el hombre: vuestro Padre celestial las alimenta.´ (Mt 6, 26. Cfr. Lc 12, 24), ´sabe
vuestro Padre celestial que de eso ten is necesidad´ (Mt 6, 32. Cfr. Lc 12, 30). Jesús trata de hacer comprender la misericordia
divina presentando como propio de Dios el comportamiento acogedor del padre del hijo pródigo (Cfr. Lc 15, 11-32); y exhorta a
los que escuchan su palabra: ´Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso´ (Lc 6, 36).
Terminar diciendo que, para Jesús, Dios no es solamente ´el Padre de Israel, el Padre de los hombres´, sino ´mi Padre´.

Paternidad divina 23.X.85


1. En la catequesis precedente recorrimos, aunque velozmente, algunos de los testimonios del Antiguo Testamento que
preparaban a recibir la revelación plena, anunciada por Jesucristo, de la verdad del misterio de la Paternidad de Dios.
Efectivamente, Cristo habló muchas veces de su Padre, presentando de diversos modos su providencia y su amor misericordioso.
Pero su enseñanza va más allá. Escuchemos de nuevo las palabras especialmente solemnes, que refiere el Evangelista Mateo (y
paralelamente Lucas): ´Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las
revelaste a los pequeñuelos., e inmediatamente: ´Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y
nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo quisiera revelárselo´ (Mt 11, 25.27. Cfr. Lc 10, 21).
Para Jesús, pues, Dios no es solamente ´el Padre de Israel, el Padre de los hombres´, sino ´mi Padre´. ´Mío´: precisamente por
esto los judíos querían matar a Jesús, porque ´llamaba a Dios su Padre´ (Jn 5, 18). ´Suyo´ en sentido totalmente literal: Aquel a
quien sólo el Hijo conoce como Padre, y por quien solamente y recíprocamente es conocido. Nos encontramos ya en el mismo
terreno del que más tarde surgirá el Prólogo del Evangelio de Juan.
2. ´Mi Padre´ es el Padre de Jesucristo: Aquel que es el Origen de su ser, de su misión mesiánica, de su enseñanza.
El Evangelista Juan ha transmitido con abundancia la enseñanza mesiánica que nos permite sondear en profundidad el misterio
de Dios Padre y de Jesucristo, su Hijo unigénito.
Dice Jesús: ´El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado´ (Jn 12, 44). ´Yo no he hablado de mi mismo; el
Padre que me ha enviado es quien me mandó lo que he de decir y hablar´ (Jn 12,49). ´En verdad, en verdad os digo que no puede
el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque lo que éste hace, lo hace igualmente el Hijo´ (Jn 5, 19).
´Pues así como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener vida en sí mismo´ (Jn 5, 26). Y finalmente: el Padre que
tiene la vida, me ha enviado, y yo vivo por el Padre´ (Jn 6, 57).
El Hijo vive por el Padre ante todo porque ha sido engendrado por El. Hay una correlación estrechísima entre la paternidad y la
filiación precisamente en virtud de la generación: ´Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado´ (Heb 1, 5).

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Cuando en las proximidades de Cesarea de Filipo, Simón Pedro confiesa: ´Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo´, Jesús le
responde: ´Bienaventurado tú. porque no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado, sino mi Padre.´ (Mt 16, 16-17),
porque ´sólo el Padre conoce al Hijo´, lo mismo que sólo el ´Hijo conoce al Padre´ (Mt 11, 27). Sólo el Hijo da a conocer al
Padre: el Hijo visible hace ver al Padre invisible. ´El que me ha visto a mí, ha visto al Padre´ (Jn 14, 9).3.
De la lectura atenta de los Evangelios se saca que Jesús vive y actúa constante y fundamental referencia al Padre. A El se dirige
frecuentemente con la palabra llena de amor filial: ´Abbá´; también n durante la oración en Getsemaní le viene a los labios esta
misma palabra (Cfr. Mc 14, 36 y paralelos). Cuando los discípulos le piden que les enseñe a orar, enseña el´ Padrenuestro´ (Cfr.
Mt 6, 9-13). Después de la resurrección, en el momento de dejar la tierra, parece que una vez más hace referencia a esta oración,
cuando dice: ´Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios´(Jn 1, 17).
Así, pues, por medio del Hijo (Cfr. Heb 1, 2), Dios se ha revelado en la plenitud del misterio de su paternidad. Sólo el Hijo podía
revelar esta plenitud del misterio, porque sólo ´el Hijo conoce al Padre´ (Mt 11, 27). ´A Dios nadie le vio jamás; Dios unigénito,
que está en el seno del Padre, se le ha dado a conocer´ (Jn 1, 18).
4. ¿Quién es el Padre?. A la luz del testimonio definitivo que hemos recibido por medio del Hijo, Jesucristo, tenemos la plena
conciencia de la fe de que la paternidad de Dios pertenece ante todo al misterio fundamental de la vida íntima de Dios, al
misterio trinitario. El Padre es Aquel que eternamente engendra al Hijo, al Hijo consubstancial con El. En unión con el Hijo, el
Padre eternamente ´espira´ al Espíritu Santo, que es el amor con el que el Padre y el Hijo recíprocamente permanecen unidos
(Cfr. Jn 14, 10).
El Padre, pues, es en el misterio trinitario el ´Principio-sin principio´.´ El Padre no ha sido hecho por nadie, ni creado, ni
engendrado´ (Símbolo ´Quicumque´). Es por sí solo el Principio de la Vida, que Dios tiene en Sí mismo. Esta vida es decir, la
misma divinidad la posee el Padre en la absoluta comunión con el Hijo y con el Espíritu Santo, que son consubstanciales con El.
Pablo, apóstol del misterio de Cristo, cae en adoración y plegaria ´ante el Padre, de quien toma su nombre toda familia en los
cielos y en la tierra´ (Ef 3, 15), principio y modelo.
Efectivamente hay ´un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos´ (Ef 4, 6).

Dios Hijo 30.X.85


1. ´Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso. Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre.´.
Con estas palabras del Símbolo niceno-constantinopolitano, expresión sintética de los Concilios de Nicea y Constantinopla, que
explicitaron la doctrina trinitaria de la Iglesia, profesamos la fe en el Hijo de Dios.
Nos acercamos así al misterio de Jesucristo, el cual también n hoy, lo mismo que en los siglos pasados, interpela e interroga a los
hombres con sus palabras y con sus obras. Los cristianos, animados por la fe, le muestran amor y devoción. Pero tampoco faltan
entre los no cristianos quienes sinceramente lo admiran.
Dónde está, pues, el secreto de la atracción que Jesús de Nazaret ejerce?. La búsqueda de la plena identidad de Jesucristo ha
ocupado desde los orígenes el corazón y la inteligencia de la Iglesia, que lo proclama Hijo de Dios, Segunda Persona de la
Santísima Trinidad.
2. Dios, que habló repetidamente ´por medio de los profetas y últimamente. por medio del Hijo´, como dice la Carta a los
Hebreos (1, 1-2), se reveló a Sí mismo como Padre de un Hijo eterno y consubstancial. Jesús a su vez, al revelar la paternidad de
Dios, dio a conocer también su filiación divina. La paternidad y la filiación divina están en íntima correlación entre sí dentro del
misterio de Dios uno y trino. ´Efectivamente, una es la Persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero la
divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es una, igual la gloria, coeterna la majestad. El Hijo no es hecho, ni creado,
sino engendrado por el Padre solo´ (Símb. Quicumque).
3. Jesús de Nazaret que exclama: ´Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y
discretos y se las revelaste a los pequeñuelos´, afirma también con solemnidad: ´Todo me ha sido entregado por mi Padre, y
nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo´ (Mt 11, 25, 27).
El Hijo que vino al mundo para ´revelar al Padre´ tal como El sólo lo conoce, se ha revelado simultáneamente a Sí mismo como
Hijo, tal como es conocido sólo por el Padre. Esta revelación estaba sostenida por la conciencia con la que, ya en la adolescencia,
Jesús hizo notar a María y a José ´que debía ocuparse de las cosas de su Padre´ (Cfr. Lc 2, 49). Su palabra reveladora fue
convalidada además por el testimonio del Padre, especialmente en circunstancias decisivas, como durante el bautismo en el
Jordán, cuando los que estaban allí oyeron la voz misteriosa: ´Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias´ (Mt 3,
17), o como durante la transfiguración en el monte (Cfr. Mc 9, 7, y paral).
4. La misión de Jesucristo de revelar al Padre, manifestándose a Sí mismo como Hijo, no carecía de dificultades. Efectivamente
tenía que superar los obstáculos derivados de la mentalidad estrictamente monoteísta de los oyentes, que se habían formado por
medio de la enseñanza del Antiguo Testamento, en la fidelidad a la Tradición, la cual se remontaba a Abrahán y a Moisés, y en la
lucha contra el politeísmo. En los Evangelios, y especialmente en el de Juan, encontramos muchos indicios de esta dificultad que
Jesucristo supo supera con habilidad, presentando con suma pedagogía estos signos de revelación a los que se dejaron abrir sus
discípulos bien dispuestos.
Jesús hablaba a sus oyentes de modo claro e inequívoco: ´El Padre, queme ha enviado, da testimonio de mí´. Y a la pregunta:
´¿Dónde está tu Padre?´, respondía: ´Ni a mí me conocéis ni a mi Padre; si me conocierais a mí conoceríais a mi Padre.´ ´Yo
hablo lo que he visto en el Padre.´. Luego a los oyentes que objetaban: ´Nosotros tenemos por Padre a Dios.´, les rebatía: ´Si
Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios. es El que me ha enviado.´, . en verdad, en
verdad os digo: Antes que Abrahán naciese, yo soy´ (Cfr. Jn 8, 12-59).
5. Cristo dice: ´Yo soy´, igual que siglos antes, al pie del monte Horeb, había dicho Dios a Moisés, cuando le preguntaba el

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nombre; ´Yo soy el que soy´ (Cfr. Ex 3, 14). Las palabras de Cristo: ´Antes que Abrahán naciese, Yo Soy´, provocaron la
reacción violenta de los oyentes que ´buscaban. matarlo, porque de Cía a Dios su Padre, haciéndose igual a Dios´ (Jn 5, 18). En
efecto, Jesús no se limitaba a decir: ´Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también´ (Jn 5, 17), sino que incluso
proclamaba: ´Yo y el Padre somos una sola cosa´ (Jn 5, 64)
La tragedia se consuma y se pronuncia contra Jesús la sentencia de muerte.
Cristo, revelador del Padre y revelador de Sí mismo como Hijo del Padre, murió porque hasta el fin dio testimonio de la verdad
sobre su filiación divina.
Con el corazón colmado de amor nosotros queremos repetirle también hoy con el Apóstol Pedro el testimonio de nuestra fe: ´Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo´ (Mt 16, 16).

El Hijo, Dios-Verbo 6.XI.85


1. La Iglesia basándose en el testimonio dado por Cristo, profesa y anuncia su fe en Dios-Hijo con las palabras del Símbolo
niceno-constantinopolitano: ´Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma
naturaleza que el Padre.´.
Esta es una verdad de fe anunciada por la palabra misma de Cristo, sellada con su sangre derramada en la cruz, ratificada por su
resurrección, atestiguada por la enseñanza de los Apóstoles y transmitida por los escritos del Nuevo testamento.
Cristo afirma: ´Antes de que Abrahán naciese, yo soy´ (Jn 8, 58). No dice: ´Yo era´, sino ´Yo soy´, es decir, desde siempre, en un
eterno presente. El Apóstol Juan, en el prólogo de su Evangelio, escribe: ´En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios,
y el Verbo era Dios. El estaba en el principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por El, y sin El no se hizo nada de cuanto
ha sido hecho´ (Jn 1, 1-3). Por lo tanto, ese ´antes de Abrahán´, en el contexto de la polémica de Jesús con los herederos de la
tradición de Israel, que apelaban a Abrahán, significa: ´mucho antes de Abrahán´ y queda iluminado en las palabras del prólogo
del cuarto Evangelio: ´En el principio estaba en Dios´, es decir, en la eternidad que sólo es propia de Dios: en la eternidad común
con el Padre y con el Espíritu Santo. Efectivamente, proclama el Símbolo ´Quicumque´: ´Y en esta Trinidad nada es antes o
después, nada mayor o menor, sino que las tres Personas son entre sí coeternas y coiguales´.
2. Según el Evangelio de Juan, el Hijo-Verbo estaba en el principio en Dios, y el Verbo era Dios (Cfr. Jn 1, 2). El mismo
concepto encontramos en la enseñanza apostólica. Efectivamente, leemos en la Carta a los hebreos que Dios ha constituido al
Hijo ´heredero de todo, por quien también hizo los siglos. Este Hijo. es irradiación de su gloria y la impronta de su sustancia y el
que con su poderosa palabra sustenta todas las cosas´ (Heb 1, 2-3). Y Pablo, en la Carta a los Colosenses, escribe: ´El es la
imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura´ (Col 1, 15).
Así, pues, según la enseñanza apostólica, el Hijo es de la misma naturaleza que el Padre porque es el Dios-Verbo. En este Verbo
y por medio de El todo ha sido hecho, ha sido creado el universo. Antes de la creación, antes del comienzo de ´todas las cosas
visibles e invisibles´, el Verbo tiene en común con el Padre el Ser eterno y la Vida divina, siendo ´la irradiación de su gloria y la
impronta de su sustancia´ (Heb 1, 3). En este Principio sin principio el Verbo es el Hijo, porque es eternamente engendrado por
el Padre. El Nuevo Testamento nos revela este misterio para nosotros incomprensible de un Dios que es Uno y Trino: he aquí que
en la ónticamente absoluta unidad de su esencia, Dios es eternamente y sin principio el Padre que engendra al Verbo, y es el
Hijo, engendrado como Verbo del Padre.
3. Esta eterna generación del Hijo es una verdad de fe proclamada y definida por la Iglesia muchas veces (no sólo en Nicea y en
Constantinopla, sino también en otros Concilios, p.e., en el Concilio Lateranense IV, año 1215), escrutada y también explicada
por los Padres y por los teólogos, naturalmente en cuanto la inescrutable Realidad de Dios puede ser captada con nuestros
conceptos humanos, siempre inadecuados. Esta explicación la resume el catecismo del Concilio de Trento, que dictamina
exactamente: . es tan grande la infinita fecundidad de Dios que, conociéndose a Sí mismo, engendra al Hijo idéntico e igual´.
Efectivamente, es cierto que esta eterna generación en Dios es de naturaleza absolutamente espiritual, porque ´Dios es Espíritu´.
Por analogía con el proceso gnoseológico de la mente humana, por el que el hombre, conociéndose a sí mismo, produce una
imagen de sí mismo, una idea, un ´concepto´, es decir, una ´idea concebida´, que del latín verbum es llamada con frecuencia
verbo interior, nosotros nos atrevemos a pensar en la generación del Hijo o ´concepto´ eterno y Verbo interior de Dios. Dios,
conoci éndose a Sí mismo, engendra al Verbo-Hijo, que es Dios como el Padre. En esta generación, Dios es al mismo tiempo
Padre, como el que engendra, e Hijo, como el que es engendrado, en la suprema identidad de la Divinidad, que excluye una
pluralidad de ´Dioses´. El Verbo es el Hijo de la misma naturaleza que el Padre y es con El el Dios único de la revelación del
Antiguo y del Nuevo Testamento.
4. Esta exposición del misterio, para nosotros inescrutable, de la vida íntima de Dios se contiene en toda la tradición cristiana. Si
la generación divina es verdad de fe, contenida directamente en la Revelación y definida por la Iglesia, podemos decir que la
explicación que de ella dan los Padres y Doctores de la Iglesia, es una doctrina teológica bien fundada y segura.
Pero con ella no podemos pretender eliminar las oscuridades que envuelven, ante nuestra mente, al que ´habita una luz
inaccesible´ (1 Tim 6,16). Precisamente porque el entendimiento humano no es capaz de Comprender la esencia divina, no puede
penetrar en el misterio de la vida íntima de Dios. Con una razón particular se puede aplicar aquí la frase: ´Si lo comprendes, no es
Dios´.
Sin embargo, la Revelación nos hace conocer los términos esenciales del misterio, nos da su enunciación y nos lo hace gustar
muy por encima de toda comprensión intelectual, en espera y preparación de la visión celeste. Creemos, pues, que ´El Verbo era
Dios´ (Jn 1, 1), ´se hizo carne y habitó entre nosotros´ (Jn 1, 14), y ´a cuantos le recibieron, les dio potestad de venir a ser hijos
de Dios´ (Jn 1, 12). Creemos en el Hijo ´unigénito que está en el seno del padre´ (Jn 1, 18), y que, al dejar la tierra, prometió
´prepararnos un lugar´ (Jn 14, 2) en la gloria de Dios, como hijos adoptivos y hermanos suyos (Cfr. Rom 8, 15; Gal 4, 5; Ef 1, 5).

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Espíritu Santo 13.XI.85
1. ´Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una
misma adoración y gloria, y que habló por los Profetas.
También hoy, al comenzar la catequesis sobre el Espíritu Santo, nos servimos, tal como hemos hecho hablando del Padre y del
Hijo, de la formulación del Símbolo niceno-constantinopolitano, según el uso que ha prevalecido en la liturgia latin.
En el siglo IV, los Concilios de Nicea (325) y de Constantinopla (381)contribuyeron a precisar los conceptos comúnmente
utilizados para presentar la doctrina de la Santísima Trinidad: Un único Dios que es, en la unidad de su divinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo. La formulación de la doctrina sobre el Espíritu Santo proviene en particular del mencionado Concilio de
Constantinopla.
2. Por esto, la Iglesia confiesa su fe en el Espíritu Santo con las palabras antes citadas, la fe es la respuesta a la autorrevelación de
Dios: El se ha dado a conocer a Sí mismo ´por medio de los Profetas y últimamente. por medio de su Hijo´ (Heb 1, 1). El Hijo,
que nos ha revelado al Padre, ha dado a conocer también al Espíritu Santo. ´Cual Padre, tal Hijo, tal Espíritu Santo´, proclama el
Símbolo ´Quicumque´, del siglo V. Ese ´tal´ viene explicado por las palabras del Símbolo, que siguen, y quiere decir: ´increado,
inmenso, eterno, omnipotente. no tres omnipotentes, sino un solo omnipotente: así Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo.
No hay tres Dioses, sino un único Dios´
3. Es bueno comenzar con la explicación de la denominación Espíritu-Santo. La palabra ´espíritu´ aparece desde las primeras
páginas de la Biblia:. el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas´ (Gen 1, 2), se dice en la descripción de la
creación. El hebreo traduce Espíritu por ´ruah´, que equivale a respiro, soplo, viento, y se tradujo al griego por ´pneuma´ de
´pneo´, en latín por ´spiritus´ de ´spiro´ (.). Es importante la etimología, porque, como veremos, ayuda a explicar el sentido del
dogma y sugiere el modo de comprenderlo.
La espiritualidad es atributo esencial de la Divinidad: ´Dios es Espíritu.´, dijo Jesús en el coloquio con la Samaritana (Jn 24). (.).
En Dios ´espiritualidad´ quiere decir no sólo suma y absoluta inmaterialidad, sino también acto puro y eterno de conocimiento y
amor.
4. La Biblia, y especialmente el Nuevo Testamento, al hablar del Espíritu Santo, no se refiere al Ser mismo de Dios, sino a
Alguien que está en relación particular con el Padre y el Hijo. Son numerosos los textos, especialmente en el Evangelio de San
Juan, que ponen de relieve este hecho: de modo especial los pasajes del discurso de despedida de Cristo Señor, el jueves antes de
la pascua, durante la última Cena.
En la perspectiva de la despedida de los Apóstoles Jesús les anuncia la venida de ´otro Consolador´. Dice así: ´Yo rogar al Padre
y os dará otro Consolador, que estará con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad.´(Jn 14, 16). ´Pero el Consolador, el
Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, se os lo enseñará todo´ (Jn 14, 26). El envío del Espíritu Santo, a quien Jesús
llama aquí ´Consolador´, será hecho por el Padre en el nombre del Hijo. Este envío es explicado más ampliamente poco después
por Jesús mismo: ´Cuando venga el Consolador, que yo os enviar de parte del Padre, el Espíritu de Verdad que procede del
Padre, El dará testimonio de mí.´ (Jn 15,26).
El Espíritu Santo, pues, que procede del Padre, será enviado a los Apóstoles y a la Iglesia, tanto por el Padre en el nombre del
Hijo, como por el Hijo mismo una vez que haya retornado al Padre.
Poco más adelante dice también Jesús: ´El (Espíritu de Verdad) me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer.
Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer´ (Jn 16, 14-15).
5. Todas estas palabras, como también los otros textos que encontramos en el Nuevo Testamento, son extremadamente
importantes para la comprensión de la economía de la salvación. Nos dicen quién n es el Espíritu Santo en relación con el Padre
y el Hijo: es decir, poseen un significado trinitario: dicen no sólo que el Espíritu Santo es ´enviado´ por el Padre y el Hijo, sino
también que ´procede´ del Padre.
Tocamos aquí cuestiones que tienen una importancia clave en la enseñanza de la Iglesia sobre la Santísima Trinidad. El Espíritu
Santo es enviado por el Padre y por el Hijo después que el Hijo, realizada su misión redentora, entró en su gloria (Cfr. Jn 7, 39;
16, 7), y estas misiones (Missiones) deciden toda la economía de la salvación en la historia de la humanidad.
Estas ´misiones´ comportan y revelan las ´procesiones´ que hay en Dios mismo. El Hijo procede eternamente del Padre, como
engendrado por El, y asumió en el tiempo la naturaleza humana por nuestra salvación. El Espíritu Santo, que procede del Padre y
del Hijo, se manifestó primero en el Bautismo y en la Transfiguración de Jesús, y luego el día de Pentecostés sobre sus
discípulos; habita en los corazones de los fieles con el don de la caridad.
Por eso, escuchemos la advertencia del Apóstol Pablo: ´Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido
sellados para el día de la redención´ (Ef 4, 30). Dejémosnos guiar por El. El nos guía por el ´camino´ que es Cristo, hacia el
encuentro beatificante con el Padre.

El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo 20.XI.85


1. El Espíritu Santo es ´enviado´ por el Padre y por el Hijo, como también ´procede´ de ellos. Por esto se llama ´el Espíritu del
Padre´ (P.e., Mt 10, 20; 1 Cor 2, 11; Jn 15, 26), pero también ´el Espíritu del Hijo´ (Gal 4, 6), o ´el Espíritu de Jesús´ (Hech 16,
7), porque Jesús mismo es quien lo envía (Cfr. Jn 15, 26). Por esto, la Iglesia latina confiesa que el Espíritu Santo procede del
Padre y el Hijo (qui a Patre Filioque procedit), y las Iglesias ortodoxas proclaman que el Espíritu Santo procede del Padre por
medio del Hijo. Y procede ´por vía de voluntad´, ´a modo de amor´ (per modum amoris), lo que es ´sentencia cierta´, es decir,
doctrina teológica comúnmente aceptada en la enseñanza de la Iglesia y, por lo mismo, segura y vinculante.
2. Esta convicción halla confirmación en la etimología del nombre ´Espíritu Santo´, a lo que aludí en la catequesis precedente:
Espíritus, spiritus, pneuma, ruah. Partiendo de esta etimología se describe ´la procesión ´ del Espíritu del Padre y del Hijo como

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´espiración´: spiramen, soplo de amor.
Esta espiración no es generación. Sólo el Verbo, el Hijo, ´procede´ del Padre por generación eterna. ´Dios, que eternamente se
conoce a Sí mismo y en Sí mismo a todo, engendra el Verbo. En esta generación eterna, que tiene lugar por vía intelectual (per
modum intelligibilis actionis), Dios, en la absoluta unidad de su naturaleza, es decir, de su divinidad, es Padre e Hijo. ´Es´ y no
´se convierte en´; lo ´es´ eternamente. ´Es´ desde el principio y sin principio. Bajo este aspecto la palabra ´procesión´ debe
entenderse correctamente: sin connotación alguna propia de un ´devenir´ temporal. Lo mismo vale para la ´procesión´ del
Espíritu Santo.
3. Dios, pues, mediante la generación, en la absoluta unidad de la divinidad, es eternamente Padre e Hijo. El Padre que engendra,
ama al Hijo engendrado, y el Hijo ama al Padre con un amor que se identifica con el del Padre. En la unidad de la Divinidad el
amor es, por un lado, paterno y, por otro, filial. Al mismo tiempo el Padre y el Hijo no sólo están unidos por ese recíproco amor
como dos Personas infinitamente perfectas, sino que su mutua complacencia, su amor recíproco procede en ellos y de ellos como
persona: el Padre y el Hijo ´espiran´ el Espíritu de Amor consubstancial con ellos. De este modo Dios, en la absoluta unidad de
su Divinidad es desde toda la eternidad Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El Símbolo ´Quicumque´ proclama: ´El Espíritu Santo no es hecho, ni creado, ni engendrado, sino que procede del Padre y del
Hijo´. Y la ´procesión´ es per modum amoris, como hemos dicho. Por esto, los Padres de la Iglesia llaman al Espíritu Santo:
´Amor, Caridad, Dilección, Vínculo de amor, Beso de Amor´. Todas estas expresiones dan testimonio del modo de ´proceder´
del Espíritu Santo del Padre y del Hijo.
4. Se puede decir que Dios en su vida íntima ´es amor´ que se personaliza en el Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo. El
Espíritu es llamado también Don.
Efectivamente, en el Espíritu Santo, que es el Amor, se encuentra la fuente de todo don, que tiene en Dios su principio con
relación a las criaturas: el don de la existencia por medio de la creación, el don de la gracia por medio de toda la economía de la
salvación.
A la luz de esta teología del Don trinitario, comprendemos mejor las palabras de los Hechos de los Apóstoles: . recibiréis el don
del Espíritu Santo´ (2, 38). Son las palabras con las que Cristo se despide definitivamente de sus amigos, cuando va al Padre. A
esta luz comprendemos también las palabras del Apóstol: ´El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del
Espíritu Santo, que nos ha sido dado´ (Rom 5, 5).
Concluyamos, pues, nuestra reflexión invocando con la liturgia: ´Veni, Sancte Spiritus´, ´Ven, Espíritu Santo, llena los corazones
de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor´.

Dios Uno y Trino 27.XI.85


1. Unus Deus Trinitas.
En esta concisa formula el Sínodo de Toledo (675) expresó de acuerdo con los grandes Concilios reunidos en el siglo IV en
Nicea y en Constantinopla, la fe de la Iglesia en Dios uno y trino.
En nuestros días, Pablo Vi en el ´Credo del Pueblo de Dios´, ha formulado la misma fe con palabras que ya hemos citado durante
las catequesis precedentes: ´Los vínculos que constituyen eternamente las tres Personas, siendo cada una el solo y el mismo Ser
divino, son la bienaventurada vida íntima de Dios tres veces Santo, infinitamente superior a lo que podemos concebir con la
capacidad humana´.
Dios es inefable e incomprensible, Dios es en su esencia un misterio inescrutable, cuya verdad hemos tratado de iluminar en las
catequesis anteriores. Ante la Santísima Trinidad, en la que se expresa la vida íntima del Dios de nuestra fe, hay que repetirlo y
constatarlo con una fuerza de Convicción todavía mayor. La unidad de la divinidad en la Trinidad de las Personas es realmente
un misterio inefable e inescrutable. ´Si lo comprendes no es Dios´.
2. Por esto, Pablo VI, continúa diciendo en el texto antes citado: ´Damos con todo gracias a la Bondad divina por el hecho de que
gran número de Creyentes pueden atestiguar juntamente con nosotros delante de los hombres la Unidad de Dios, aunque no
conozcan el misterio de la Santísima Trinidad´.
La Santa Iglesia en su fe trinitaria se siente unidas a todos los que confiesan al único Dios. La fe en la Trinidad no destruye la
verdad del único Dios; por el contrario, pone de relieve su riqueza, su contenido misterioso, su vida íntima.
3. Esta fe tiene su fuente -su única fuente- en la revelación del Nuevo Testamento. Sólo mediante esta revelación es posible
conocer la verdad sobre Dios uno y trino. Efectivamente, éste es uno de los ´misterios escondidos en Dios, que -como dice el
Conc. Vaticano I- si no son revelados, no pueden ser conocidos´.
El dogma de la Santísima Trinidad en el cristianismo se ha considerado siempre un misterio: el más fundamental y el más
inescrutable. Jesucristo mismo dice: ´Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el
hijo quiera revelárselo´ (Mt 11, 27).
Como enseña el Conc. Vaticano I: ´Los divinos misterios por su naturaleza superan el entendimiento creado de tal modo que, aun
entregados mediante la revelación y acogidos por la fe, sin embargo permanecen cubiertos por el velo de la misma fe y envueltos
por una especie de oscuridad, mientras en esta vida mortal estamos ´en destierro lejos del Señor, porque caminamos en fe y no en
visión´ (2 Cor 5, 6)´.
Esta afirmación vale de modo especial para el misterio de la Santísima Trinidad : incluso después de la Revelación sigue siendo
el misterio más profundo de la fe, que el entendimiento por sí solo no puede comprender ni penetrar. En cambio, el mismo
entendimiento, iluminado por la fe, puede, en cierto modo, aferrar y explicar el significado del dogma. Y de este modo puede
acercar al hombre al misterio de la vida íntima del Dios uno y trino.
4. En la realización de esta obra excelsa -tanto por medio del trabajo de muchos teólogos y ante todo de los Padres de la Iglesia,
como mediante las definiciones de los Concilios-, se demostró particularmente importante y fundamental el concepto de ´persona

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´ como distinto del de ´naturaleza´ (o esencia). Persona es aquel o aquella que existe como ser humano concreto, como individuo
que posee la humanidad, es decir, la naturaleza humana. La naturaleza (o esencia) es todo aquello por lo que el que existe
concretamente es lo que es. Así, por ejemplo, cuando hablamos de ´naturaleza humana´, indicamos aquello por lo que cada
hombre es hombre, con sus componentes esenciales y con sus propiedades.
Aplicando esta distinción a Dios, constatamos la unidad de la naturaleza, esto es, la unidad de la Divinidad, la cual pertenece de
modo absoluto y exclusivo a Aquel que existe como Dios. Al mismo tiempo -tanto a la luz del solo entendimiento, como, y
todavía más, a la luz de la Revelación- , alimentamos la convicción de que El es un Dios personal. También a quienes no han
llegado la revelación de la existencia en Dios de tres Personas, el Dios Creador debe aparecerles como un Ser personal.
Efectivamente, siendo la persona lo que hay de más perfecto en el mundo (´id quod est perfectissimum in tota natura´ S.Th. I q,
29, a.3, c), no se puede menos de atribuir esta calificación al Creador, aun respetando su infinita transcendencia (Cfr. Ib. c, y ad
1). Precisamente por esto las religiones monoteístas no cristianas entienden a Dios como persona infinitamente perfecta y
absolutamente transcendente con relación al mundo.
Uniendo nuestra voz a la de todo otro creyente, elevamos también en este momento nuestro corazón al Dios viviente y personal,
al único Dios que ha creado los mundos y que está en el origen de todo lo que es bueno, bello y santo. A El la alabanza y la
gloria por los siglos.

Tres personas distintas y un solo Dios verdadero 4.XII.85


1. ´Unus Deus Trinitas.´
Al final del largo trabajo de reflexión que llevaron adelante los Padres de la Iglesia y que quedó consignado en las definiciones
de los Concilios, la Iglesia habla del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo como de tres ´Personas´, que subsisten en la unidad de
la id idéntica naturaleza divina.
Decir ´persona´ significa hacer referencia a un ente único de naturaleza racional, como oportunamente esclarece ya Boecio en su
famosa definición (´Persona proprie dicitur rationalis naturae individua substantia´, en De Duabus naturis et una persona Christi).
Pero la Iglesia antigua hace rápidamente la precisión de que la naturaleza intelectual de Dios no se multiplica con las Personas;
permanece siendo única, de tal manera que el creyente puede proclamar con el Símbolo Quicumque: ´No tres Dioses, sino un
único Dios´
El misterio aquí se hace profundísimo: tres Personas distintas y un solo Dios. ¿Cómo es posible?. La razón comprende que no
hay contradicción, porque la trinidad es de las personas y la unidad de la Naturaleza divina. Pero queda la dificultad: cada una de
las Personas es el mismo Dios, entonces cómo se distinguen realmente?.
2. La respuesta que nuestra razón balbucea se apoya en el concepto de ´relación´. Las tres Personas divinas se distinguen entre sí
únicamente por las relaciones que tienen Una con Otra: y precisamente por la relación de Padre a Hijo, de Hijo a Padre; de Padre
e Hijo a Espíritu, de Espíritu a Padre e Hijo. En Dios, pues, el Padre es pura Paternidad, el Hijo pura Filiación, el Espíritu Santo
puro ´Nexo de Amor´ de los Dos, de modo que las distinciones personales no dividen la misma y única Naturaleza divina de los
Tres.
El XI Conc. de Toledo (675) precisa con finura: ´Lo que es el Padre, lo es no con referencia a Sí, sino con relación al Hijo; y lo
que es el Hijo, no lo es con referencia a Sí, sino con relación al Padre; del mismo modo el Espíritu Santo, en cuanto es llamado
Espíritu del Padre y del Hijo, lo es no en referencia a Sí, sino relativamente al Padre y al Hijo´.
El Conc. de Florencia (del año 1442) pudo, pues, afirmar: ´Estas tres Personas son un único Dios (.) porque única es la sustancia
de las Tres, única la esencia, única la naturaleza, única la divinidad, única la inmensidad, única la eternidad; efectivamente, en
Dios todo es una sola cosa, donde no hay oposición de relación´
3. Las relaciones que distinguen así al Padre, al hijo y al Espíritu Santo, y que realmente los dirigen Uno al Otro en su mismo ser,
tienen en sí mismas todas las riquezas de luz y de vida de la naturaleza divina, con la que se identifican totalmente. Son
Relaciones ´subsistentes´, que en virtud de su impulso vital salen al encuentro uno de otra en una comunión, en la cual la
totalidad de la Persona es apertura a la otra, paradigma supremo de la sinceridad y libertad espiritual a la que deben tender las
relaciones interpersonales humanas, siempre muy lejanas de este modelo transcendente.
A este respecto observa el Conc. Vaticano II: ´El Señor Jesús, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros somos
uno (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas
divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura
terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a
los demás´ (Gaudium et Spes 24).
4. Si la perfectísima unidad de la tres Personas divinas es el vértice transcendente que ilumina toda forma de auténtica comunión
entre nosotros, seres humanos, es justo que nuestra reflexión retorne con frecuencia a la contemplación de este misterio, al que
tan frecuentemente se alude en el Evangelio. Baste recordar las palabras de Jesús: ´Yo y el Padre somos una sola cosa´ (Jn 10,
30); y también: ´Creed al menos a las obras, para que sepáis y conozcáis que el Padre está en mí y yo en el Padre´. Y en otro
contexto: ´Las palabras que yo os digo no las hablo de mí mismo; el Padre que mora en mí, hace sus obras. Creedme, que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí´ (Jn 14,10-11).
Los antiguos escritores eclesiásticos se detienen con frecuencia a tratar de esta recíproca compenetración de las Personas divinas.
Los Griegos la definen como ´perichóresis´, en Occidente (especialmente desde el siglo XI) como ´circumincesio´ (=recíproco
compenetrarse) o ´circuminsessio´ (=inhabitación recíproca). El Conc. de Florencia expresó esta verdad trinitaria con las
siguientes palabras: ´Por esta unidad (.) el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo
en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo´. Las tres Personas divinas, los tres ´Distintos´,
siendo puras relaciones recíprocas, son el mismo Ser, la misma Vida, el mismo Dios.

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Ante este fulgurante misterio de comunión, en el que se pierde nuestra pequeña mente, sube espontáneamente a los labios la
aclamación de la liturgia:
´Gloria Tibi, Trinitas Aequalis, una Deitas, et ante omnia saecula, et nunc et in perpetuum´.
´Gloria a Ti, Trinidad igual (en las Personas), única Deidad, antes de todos los siglos, ahora y por siempre´ (Primeras Vísperas de
la Sma. Trinidad).

Tres veces santo 11.XII.85


1 ´Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria´ (Liturgia de la Misa).
Cada día la Iglesia confiesa la santidad de Dios. Lo hace especialmente en la liturgia de la Misa, después del prefacio, cuando
comienza la plegaria eucarística. Repitiendo tres veces la palabra ´santo´, el Pueblo de dios dirige su alabanza al Dios uno y trino,
cuya suprema transcendencia e inasequible perfección confiesa.
Las palabras de la liturgia eucarística provienen del libro de Isaías, donde se describe la teofanía, en la que el Profeta es admitido
a contemplar la majestad de la gloria de Dios, para anunciarla al pueblo:
Vi al Señor sentado sobre su trono alto y sublime. Había ante El Serafines. / Los unos a los otros se gritaban y respondían: /
Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos, / está llena la tierra de su gloria´ (Is 6, 1-3).
La santidad de Dios connota también su gloria (kabod Yahvéh) que habita el misterio íntimo de su divinidad y, al mismo tiempo,
se irradia sobre toda la creación.
2. El Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento, que recoge muchos elementos del Antiguo Testamento, propone de
nuevo el ´Trisagio´ de Isaías, completado con los elementos de otra teofanía, tomados del Profeta Ezequiel (Ez 1, 26). En este
contexto, pues, oímos proclamar de nuevo:
´Santo, Santo, Santo es el Señor Dios todopoderoso, el que era, el que es y el que viene´ (Ap 4, 8).
3. En el Antiguo Testamento a la expresión ´santo´ corresponde la palabra hebrea ´gados´, en cuya etimología se contiene,, por
un lado, la idea de ´separación´ y, por otro, la idea de ´luz´: ´estar encendido, ser luminoso´. Por esto, las teofanías del Antiguo
Testamento llevan consigo el elemento fuego, como la teofanía de Moisés (Ex 3, 2), y la del Sinaí (Dt 4, 12), y también del
resplandor, como la visión de Ezequiel (Ez 1, 27-28), la citada visión de Isaías (Is 6, 1-3) y la de Habacuc (Hab 3, 4). En los
libros griegos del Nuevo Testamento a la expresión ´santo´ corresponde la palabra griega ´hagios´.
A la luz de la etimología veterotestamentaria se hace clara la siguiente frase de la Carta a los Hebreos: . ´nuestro Dios es un
fuego devorador´ (Heb 12, 29. Cfr. Dt 4, 24), así como la palabra de San Juan en el Jordán, respecto al Mesías: . El os bautizará
en el Espíritu Santo y en el fuego´ (Mt 3, 11). Se sabe también que en la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, que tuvo
lugar en el Cenáculo de Jerusalén, aparecieron ´lenguas como de fuego´ (Hech 2, 3).
4. Si los cultivadores modernos de la filosofía de la religión (por ejemplo Rudolph Otto) ven en la experiencia que el hombre
tiene de la santidad de Dios los componentes del ´fascinosum´ y del ´tremendum´, esto encuentra comprobación tanto en la
etimología, que acabamos de recordar, del término veterotestamentario, como en las teofanías bíblicas, en las cuales aparece el
elemento del fuego. El fuego simboliza, por un lado, el esplendor, la irradiación de la gloria de Dios (´fascinosum´), por otro, el
calor que abrasa y aleja, en cierto sentido, el terror que suscita su santidad (´tremendum´). El ´gados´ del Antiguo Testamento
incluye tanto el ´fascinosum´ que atrae, como el ´tremendum´ que rechaza, indicando ´la separación´ y, por lo mismo, la
inaccesibilidad.
5. Ya otras veces, en las catequesis anteriores de este ciclo, hemos hecho referencia a la teofanía del libro del Éxodo. Moisés en
el desierto, a los pies del monte Horeb, vio una ´zarza que ardía sin consumirse´ (Cfr. Ex 3, 2), y cuando se acerca a esa zarza,
oye la voz: ´No te acerques. Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en que estás es tierra santa´ (Ex 3, 5). Estas palabras
ponen de relieve la santidad de Dios, que desde la zarza ardiente revela a Moisés su Nombre (´Yo soy el que soy´), y con este
Nombre lo envía a liberara Israel de la tierra egipcia. Hay en esta manifestación el elemento del ´tremendum´: la santidad de Dios
permanece inaccesible para el hombre (´No te acerques´). Características semejantes tiene también toda la descripción de la
Alianza hecha en el monte Sinaí (Ex 19-20).
6. Luego, sobre todo en la enseñanza de los Profetas, este rasgo de la santidad de Dios, inaccesible para el hombre, cede en favor
de su cercanía, de su accesibilidad, de su condescendencia.
Leemos en Isaías:
´Porque así dice el Altísimo, / cuya morada y cuyo nombre es santo: /Yo habito en un lugar elevado y santo, / pero también con
el contrito y humillado, / para hacer revivir el espíritu de los humillados / y reanimar los corazones contritos´ (Is 57, 15).
De modo parecido en Oseas: ´.soy Dios y no hombre, / soy santo en medio de ti / y no llevar a efecto el ardor de mi cólera.´ (Os
11, 9).
7. El testimonio máximo de su cercanía, Dios lo ha dado, enviando a la tierra a su Verbo, la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad, el cual tomó un cuerpo como el nuestro y vino a habitar entre nosotros.
Agradecidos por esta condescendencia de Dios, que ha querido acercarse a nosotros, no limitándose a hablarnos por medio de los
Profetas, sino dirigiéndose a nosotros en la persona misma de su Hijo unigénito, repitamos con fe humilde y gozosa: ´Tu solus
Sanctus.´. ´Sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor, sólo Tú Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre.
Amén´.

La santidad de Dios 18.XII.85


1. En la catequesis pasada reflexionamos sobre la santidad de Dios y sobre las dos características -la inaccesibilidad y la
condescendencia- que la distinguen. Ahora queremos ponernos a la escucha de la exhortación que Dios dirige a la comunidad de

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los hijos de Israel a través de las varias fases de la Antigua Alianza:
´Sed santos, porque santo soy yo, el Señor, / vuestro Dios´ (Lev 19, 2).
´Yo soy el Señor que os santifica´ (Lev 20, 8), etc.
El Nuevo Testamento, en el que Dios revela hasta el fondo el significado de su santidad, acoge de lleno esta exhortación,
confiriéndole características propias, en sintonía con el ´hecho nuevo´ de la cruz de Cristo. Efectivamente, Dios, que ´es Amor´,
se ha revelado plenamente a Sí mismo en la donación sin reservas del Calvario. Sin embargo, también en el nuevo contexto, la
enseñanza apostólica propone de nuevo con fuerza la exhortación heredada de la Antigua Alianza. Por ejemplo, escribía San
Pedro: ´conforme a la santidad del que os llamó, sed santos en todo vuestro proceder, pues está escrito: Sed santos, porque yo soy
santo´ (1 Ped 1, 15).
2. ¿Qué es la santidad de Dios?. Es absoluta ´separación´ de todo mal moral, exclusión y rechazo radical del pecado y, al mismo
tiempo, bondad absoluta. En virtud de ella, Dios, infinitamente bueno en Sí mismo, lo es también con relación a las criaturas
(bonum diffusivum sui), naturalmente según la medida de su ´capacidad´ óntica. En este sentido hay que entender la respuesta
que da Cristo al joven del Evangelio: ´Por qué me llamas bueno?. Nadie es bueno sino sólo Dios´ (Mc 10, 18).
Ya hemos recordado en las catequesis precedentes la palabra del Evangelio: ´Sed, pues, perfectos como vuestro Padre celestial es
perfecto´ (Mt 5, 48). La exhortación que se refiere a la perfección de Dios en sentido moral, es decir, a su santidad, expresa pues,
el mismo concepto contenido en las palabras del Antiguo Testamento antes citadas, y que toma de nuevo la primera Carta de San
Pedro. La perfección moral consiste en la exclusión de todo pecado y en la absoluta afirmación del bien moral. Para los hombres,
para las criaturas racionales, esta afirmación se traduce en la conformidad de la voluntad con la ley moral. Dios es santo en Sí
mismo, es la santidad sustancial, porque su voluntad se identifica con la ley moral. Esta ley existe en Dios mismo como en su
eterna Fuente y, por eso, se llama ley Eterna (Lex Aeterna) (Cfr. S. Th. I-II q.93, a.1).
3. Dios se da a conocer al hombre como Fuente de la ley moral y, en este sentido, como la Santidad misma, antes del pecado
original a los progenitores (Gen 2, 16), y más tarde al Pueblo elegido, sobre todo en la Alianza del Sinaí (Cfr. Ex 20, 1-20). La
ley moral revelada por Dios en la Antigua Alianza y, sobre todo, en la enseñanza evangélica de Cristo, tiende a demostrar
gradual, pero claramente, la sustancial superioridad e importancia del amor. El mandamiento; ´amarás´ (Dt 6, 5; Lev 19, 18; Mc
12, 30-31, y paral.), hace descubrir que también la santidad de Dios consiste en el amor. Todo lo que dijimos en la catequesis
titulada ´Dios es Amor´, se refiere a la santidad del Dios de la Revelación.
4. Dios es la santidad porque es amor (1 Jn 4, 16). Mediante el amor está separado absolutamente del mal moral, del pecado, y
está esencial, absoluta y transcendentalmente identificado con el bien moral en su fuente, que es el mismo. En efecto, amor
significa precisamente esto: querer el bien, adherirse al bien. De esta eterna voluntad de Bien brota la infinita bondad de Dios
respecto a las criaturas y, en particular, respecto al hombre. Del amor nace su clemencia, su disponibilidad a dar y a perdonar, la
cual ha encontrado, entre otras cosas, una expresión magnífica en la parábola de Jesús sobre el hijo pródigo, que refiere Lucas
(Lc 15, 11-32). El amor se expresa en la providencia, con la cual Dios continúa y sostiene la obra de la creación.
De modo particular el amor se manifiesta en la obra de la redención y de la justificación del hombre, a quien Dios ofrece la
propia justicia en el misterio de la cruz de Cristo, como dice con claridad San Pablo (Cfr. La Carta a los Romanos y la Carta a los
Gálatas). Así, pues, el amor que es el elemento esencial y decisivo de la santidad de Dios, por medio de la redención y la
justificación, guía al hombre a su santificación con la fuerza del Espíritu Santo.
De este modo, en la economía de la salvación, Dios mismo, como trinitaria Santidad (=tres veces Santo), toma, en cierto modo,
la iniciativa de realizar por nosotros y en nosotros lo que ha expresado con las palabras: "Sed santos, porque santo soy yo el
Señor, vuestro Dios´ (Lev 19, 2).
5. A este Dios, que es Santidad porque es amor, se dirige el hombre con la más profunda confianza. Le confía el misterio íntimo
de su humanidad, todo el misterio de su ´corazón´ humano:
´Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, / Señor, mi roca, mi alcázar, mi liberador; / Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo
mío, / mi fuerza salvadora, mi baluarte.´ (Sal 17, 2-3).
La salvación del hombre está estrechísimamente vinculada a la santidad de Dios, porque depende de su eterno, infinito Amor.

V La Creación
La pregunta sobre la creación aflora en el ánimo de todos, del hombre sencillo y del docto.
 

INDICE

1. El misterio de la creación
2. Creador del cielo y de la tierra
3. La creación de la nada
4. La Creación, obra de la Trinidad
5. La Creación revela la gloria de Dios
6. Legítima autonomía de las cosas creadas
7. El hombre, imagen de Dios
8. Alma, cuerpo y evolucionismo
9. Creación del hombre

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1. El misterio de la creación 8.01.86

1. En la indefectible y necesaria reflexión que el hombre de todo tiempo está inclinado a hacer sobre su propia vida, dos
preguntas emergen con fuerza, como eco de la voz misma de Dios: ´¿De dónde venimos?¿A dónde vamos?´. Si la segunda
pregunta se refiere al futuro último, al término definitivo, la primera se refiere al origen del mundo y del hombre, y es también
fundamental. Por eso estamos justamente impresionados por el extraordinario interés reservado al problema de los orígenes. No
se trata sólo de saber cuándo y cómo ha surgido materialmente el cosmos y ha aparecido el hombre, cuanto más bien en descubrir
qué sentido tiene tal origen, si lo preside el caos, el destino ciego o bien un Ser transcendente, inteligente y bueno, llamado Dios.
Efectivamente, en el mundo existe el mal y el hombre que tiene experiencia de ello no puede dejar de preguntarse de dónde
proviene y por responsabilidad de quién, y si existe una esperanza de liberación. ´¿Qué es el hombre para que de él acuerdes?´, se
pregunta en resumen el Salmista, admirado frente al acontecimiento de la creación (Sal 8, 5).

2. La pregunta sobre la creación aflora en el ánimo de todos, del hombre sencillo y del docto. Se puede decir que la ciencia
moderna ha nacido en estrecha vinculación, aunque no siempre en buena armonía, con la verdad bíblica de la creación. Y hoy,
aclaradas mejor las relaciones recíprocas entre verdad científica y verdad religiosa, muchísimos científicos, aun planteando
legítimamente problemas no pequeños como los referentes al evolucionismo de las formas vivientes, en particular del hombre, o
el que trata del finalismo inmanente en el cosmos mismo en su devenir, van asumiendo una actitud cada vez más partícipe y
respetuosa con relación a la fe cristiana sobre la creación. He aquí, pues, un campo que se abre al diálogo benéfico entre modos
de acercamiento a la realidad del mundo y del hombre reconocidos lealmente como diversos, y sin embargo convergentes a nivel
más profundo en favor del único hombre, creado -como dice la Biblia en su primera página- a ´imagen de Dios´ y por tanto
´dominador´ inteligente y sabio del mundo (Cfr. Gen 1, 27-28).

3. Además, nosotros los cristianos reconocemos con profundo estupor, si bien con obligada actitud crítica, que en todas las
religiones, desde las más antiguas y ahora desaparecidas, a las hoy presentes en el planeta, se busca una ´respuesta a los enigmas
recónditos de la condición humana: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido y fin de nuestra vida? ¿Qué es el bien y qué el
pecado? ¿Cuál es el origen y fin del dolor? ¿Cuál es, finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra
existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos?´ (Nostra ætate 1). Siguiendo el Concilio Vaticano II, en su
Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, reafirmamos que ´la Iglesia católica nada rechaza
de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo´, ya que ´no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que
ilumina a todos los hombres´ (Nostra ætate 2). Y por otra parte es tan innegablemente grande, vivificadora y original la visión
bíblico-cristiana de los orígenes del cosmos y de la historia, en particular del hombre -y ha tenido una influencia tan grande en la
formación espiritual, moral y cultural de pueblos enteros durante más de veinte siglos- que hablar de ello explícitamente, aunque
sea de un modo sintético, es un deber que ningún Pastor ni catequista puede eludir.

4. La revelación cristiana manifiesta realmente una extraordinaria riqueza acerca del misterio de la creación, signo no pequeño y
muy conmovedor de la ternura de Dios que precisamente en los momentos más angustiosos de la existencia humana, y por tanto
en su origen y en su futuro destino, ha querido hacerse presente con una palabra continua y coherente, aun en la variedad de las
expresiones culturales.
Así, la Biblia se abre en absoluto con una primera y luego con una segunda narración de la creación, donde todo tiene origen en
Dios: las cosas, la vida, el hombre (Gen 1-2), y este origen se enlaza con el otro capítulo sobre el origen, esta vez en el hombre,
con la tentación del maligno, del pecado y del mal (Gen 3). Pero he aquí que Dios no abandona a sus criaturas. Y así, pues, una
llama de esperanza se enciende hacia un futuro de una nueva creación liberada del mal (es el llamado protoevangelio, Gen 3, 15;
cfr. 9, 13). Estos tres hilos: la acción creadora y positiva de Dios, la rebelión del hombre y, ya desde los orígenes, la promesa por
parte de Dios de un mundo nuevo, forman el tejido de la historia de la salvación, determinando el contenido global de la fe
cristiana en la creación.

5. En las próximas catequesis sobre la creación, al dar el debido lugar a la Escritura, como fuente esencial, mi primera tarea será
recordar la gran tradición de la Iglesia, primero con las expresiones de los Concilios y del magisterio ordinario, y también con las
apasionantes y penetrantes reflexiones de tantos teólogos y pensadores cristianos.
Como en un camino constituido por muchas etapas, la catequesis sobre la creación tocará ante todo el hecho admirable de la
misma como lo confesamos al comienzo del Credo o Símbolo Apostólico: ´Creo en Dios (), creador del cielo y de la tierra´,
reflexionaremos sobre el misterio que encierra toda la realidad creada, en su proceder de la nada, admirando a la vez la
omnipotencia de Dios y la sorpresa gozosa de un mundo contingente que existe en virtud de esa omnipotencia. Podremos
reconocer que la creación es obra amorosa de la Trinidad Santísima y es revelación de su gloria. Lo que no quita, sino que por el
contrario afirma, la legítima autonomía de las cosas creadas, mientras que al hombre, como centro del cosmos, se le reserva una
gran atención, en su realidad de ´imagen de Dios´, de ser espiritual y corporal, sujeto de conocimiento y de libertad. Otros temas
nos ayudarán más adelante a explorar este formidable acontecimiento creativo, en particular el gobierno de Dios sobre el mundo,
su omnisciencia y providencia, y cómo a la luz del amor fiel de Dios el enigma del mal y del sufrimiento halla su pacificadora
solución.

6. Después de que Dios manifestó a Job su divino poder creador (Job 38-41), éste respondió al Señor y dijo: ´Sé que lo puedes
todo y que no hay nada que te cohiba Sólo de oídas te conocía; más ahora te han visto mis ojos´ (Job 42, 2-5). Ojalá nuestra
reflexión sobre la creación nos conduzca al descubrimiento de que, en el acto de la fundación del mundo y del hombre, Dios ha

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sembrado el primer testimonio universal de su amor poderoso, la primera profecía de la historia de la salvación.

2. Creador del cielo y de la tierra 15.01.86

1. La verdad acerca de la creación es objeto y contenido de la fe cristiana: únicamente está presente de modo explícito en la
Revelación. Efectivamente, no se la encuentra sino muy vagamente en las cosmologías mitológicas fuera de la Biblia, y está
ausente de las especulaciones de antiguos filósofos, incluso de los máximos, como Platón y Aristóteles. La inteligencia humana
puede por sí sola llegar a formular la verdad de que el mundo y los seres contingentes (no necesarios) dependen del Absoluto.
Pero la formulación de esta dependencia como ´creación´ -por lo tanto, basándose en la verdad acerca de la creación- pertenece
originariamente a la Revelación divina y en este sentido es una verdad de fe.

2. Se proclama esta formulación al comienzo de las profesiones de fe, comenzando por las más antiguas, como el Símbolo
Apostólico: ´Creo en Dios Creador del cielo y de la tierra´; y el Símbolo Niceno-constatinopolitano: ´Creo en Dios Creador del
cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible´; hasta el pronunciado por el Papa Pablo VI y que lleva el título de Credo del
Pueblo de Dios; ´Creemos en un solo Dios Creador de las cosas visibles, como el mundo en que transcurre nuestra vida pasajera,
de las cosas invisibles como los espíritus puros que reciben el nombre de ángeles y Creador en cada hombre de su alma espiritual
e inmortal.

3. En el ´Credo´ cristiano la verdad acerca de la creación del mundo y del hombre por obra de Dios ocupa un puesto fundamental
por la riqueza especial de su contenido. Efectivamente no se refiere sólo al origen del mundo como resultado del acto creador de
Dios, sino que revela también a Dios como Creador. Dios, que habló por medio de los profetas y últimamente por medio de su
Hijo (Heb 1, 1), ha hecho conocer a todos los que acogen su Revelación no sólo que precisamente El ha creado el mundo, sino
sobre todo qué significa ser Creador.

4. La Sagrada Escritura (Antiguo y Nuevo Testamento) está impregnada, en efecto, por la verdad acerca de la creación y acerca
de Dios Creador. El primer libro de la Biblia, el libro del Génesis, comienza con la afirmación de esta verdad; ´Al principio creó
Dios los cielos y la tierra´ (Gen 1, 1). Sobre esta verdad retornan numerosos pasajes bíblicos, mostrando cuán profundamente ha
penetrado la fe de Israel. Recordemos al menos algunos de ellos. Se dice en los Salmos: ´Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes; El la fundó sobre los mares´ (23, 1-2). ´Tuyo es el cielo, tuya es la tierra, Tú cimentaste el orbe y
cuanto contiene´ (88, 12). ´Suyo es el mar, porque El lo hizo; la tierra firme que modelaron sus manos´ (95, 5). ´Su misericordia
llena la tierra. La palabra del Señor hizo el cielo porque El lo dijo y existió, El lo mando y surgió´ (32, 5-6. 9). ´Benditos seáis
del Señor, que hizo el cielo y la tierra´ (113, 15). La misma verdad profesa el autor del libro de la Sabiduría: ´Dios de los padres
y Señor de la misericordia, que con tu palabra hiciste todas las cosas´ (9, 1). Y el Profeta Isaías dice en primera persona la
palabra de Dios Creador: ´Yo soy el Señor, el que lo ha hecho todo´ (44, 24).
No menos claros son los testimonios que hay en el Nuevo Testamento. Así, p.e., en el Prólogo del Evangelio de Juan se dice: ´Al
principio era el Verbo Todas las cosas fueron hechas por El, y sin El nada se hizo de cuanto ha sido hecho´ (1, 1.3). La Carta a
los Hebreos, por su parte, afirma: ´Por la fe conocemos que los mundos han sido dispuestos por la palabra de Dios, de suerte que
de lo invisible ha tenido origen lo visible (11, 3).

5. En la verdad de la creación se expresa el pensamiento de que todo lo que existe fuera de Dios ha sido llamado a la existencia
por El. En la Sagrada Escritura hallamos textos que hablan de ello claramente.
En el caso de la madre de los siete hijos, de quienes habla el libro de los Macabeos, la cual ante la amenaza de muerte, anima al
más joven de ellos a profesar la fe de Israel, diciéndole: ´Mira el cielo y la tierra de la nada lo hizo todo Dios y todo el linaje
humano ha venido de igual modo´ (2 Mac 7, 28). En la Carta a los Romanos leemos: ´Abrahán creyó en Dios, que da la vida a
los muertos y llama a lo que es lo mismo que a lo que no es´ (4,17).
´Crear´ quiere decir, pues: hacer de la nada, llamar a la existencia, es decir, formar un ser de la nada. El lenguaje bíblico deja
entrever este significado en la primera palabra del libro del Génesis: ´Al principio creó Dios los cielos y la tierra´. El término
´creó´ traduce el hebreo ´bara´ -br-, que expresa una acción de extraordinaria potencia, cuyo único sujeto es Dios. Con la
reflexión post-exílica se comprende cada vez mejor el alcance de la intervención divina inicial, que en el segundo libro de los
Macabeos se presenta finalmente como un producir ´de la nada´ (7, 28). Los Padres de la Iglesia y los teólogos esclarecerán
ulteriormente el significado de la acción divina, hablando de la creación ´de la nada´ (creatio ex nihilo; más precisamente: ex
nihilo sui et subiecti). En el acto de la creación Dios es principio exclusivo y directo del nuevo ser, con exclusión de cualquier
materia preexistente.

6. Como Creador, Dios está en cierto modo ´fuera´ de la creación y la creación esta ´fuera´ de Dios. Al mismo tiempo, la
creación es completa y plenamente deudora de Dios en su propia existencia (de ser lo que es), porque tiene su origen completa y
plenamente en el poder de Dios.
También puede decirse que mediante el poder creador (la omnipotencia) Dios está en la creación y la creación está en El. Sin
embargo, esta inmanencia de Dios no menoscaba para nada la transcendencia que le es propia con relación a todo a lo que El da
la existencia.

7. Cuando el Apóstol Pablo llegó al Aerópago de Atenas habló así a los oyentes que se habían reunido allí: ´Al pasar y

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contemplar los objetos de vuestro culto, he hallado un altar en el cual está escrito: Al Dios desconocido. Pues ése que sin
conocerle veneráis es el que yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en El, es Señor del cielo y de la
tierra´ (Hech 17, 23-24).
Es significativo que los atenienses, los cuales reconocían muchos dioses (politeísmo pagano), escucharan estas palabras sobre el
único Dios Creador sin plantear objeciones. Este detalle parece confirmar que la verdad sobre la creación constituye un punto de
encuentro entre los hombres que profesan religiones diversas. Quizá la verdad de la creación está arraigada de modo originario y
elemental en las diversas religiones, aun cuando en ellas no se encuentren conceptos suficientemente claros, como los que se
contienen en las Sagradas Escrituras.

3. La creación de la nada 29.01.86

1. La verdad de que Dios ha creado, es decir, que ha sacado de la nada todo lo que existe fuera de El, tanto el mundo como el
hombre, halla su expresión ya en la primera página de la Sagrada escritura, aun cuando su plena explicitación sólo se tiene en el
sucesivo desarrollo de la Revelación.
Al comienzo del libro del Génesis se encuentran dos ´relatos´ de la creación. A juicio de los estudiosos de la Biblia el segundo
relato es más antiguo, tiene un carácter más figurativo y concreto, se dirige a Dios llamándolo con el nombre de ´Yahvéh´ -
yhvh-, y por este motivo se señala como ´fuente yahvista´.
El primer relato, posterior en cuanto al tiempo de su composición, aparece más sistemático y más teológico; para designar a Dios
recurre al término ´Elohim´ -lhm-. En él la obra de la creación se distribuye a lo largo de una serie de seis días. Puesto que el
séptimo día se presenta como el día en que Dios descansa, los estudiosos han sacado la conclusión de que este texto tuvo su
origen en ambiente sacerdotal y cultual. Proponiendo al hombre trabajador el ejemplo de Dios Creador, el autor de Gen 1 ha
querido afirmar de nuevo la enseñanza contenida en el Decálogo, inculcando la obligación de santificar el séptimo día.

2. El relato de la obra de la creación merece ser leído y meditado frecuentemente en la liturgia y fuera de ella. Por lo que se
refiere a cada uno de los días, se confronta entre uno y otro una estrecha continuidad y una clara analogía. El relato comienza con
las palabras: ´Al principio creó Dios los cielos y la tierra´, es decir, todo el mundo visible, pero luego, en la descripción de cada
uno de los días vuelve siempre la expresión: ´Dijo Dios: Haya´, o una expresión análoga. Por la fuerza de esta palabra del
Creador: ´fiat´, ´haya´, va surgiendo gradualmente el mundo visible: La tierra al principio era ´confusa y vacía´ (caos); luego,
bajo la acción de la palabra creadora de Dios, se hace idónea para la vida y se llena de seres vivientes, las plantas, los animales,
en medio de los cuales, al final, Dios crea al hombre ´a su imagen´ (Gen. 1, 27).

3. Este texto tiene un alcance sobre todo religioso y teológico. No se pueden buscar en él elementos significativos desde el punto
de vista de las ciencias naturales. Las investigaciones sobre el origen y desarrollo de cada una de los especies ´in natura´ no
encuentran en esta descripción norma alguna vinculante, ni aportaciones positivas de interés sustancial. Más aún, no contrasta
con la verdad acerca de la creación del mundo visible -tal como se presenta en el libro del Génesis-, en línea de principio, la
teoría de la evolución natural, siempre que se la entienda de modo que no excluya la causalidad divina.

4. En su conjunto la imagen del mundo queda delineada bajo la pluma del autor inspirado con las características de las
cosmogonías de su tiempo, en la cual inserta con absoluta originalidad la verdad acerca de la creación de todo por obra del único
Dios: ésta es la verdad revelada. Pero el texto bíblico, si por una parte afirma la total dependencia del mundo visible de Dios, que
en cuanto Creador tiene pleno poder sobre toda criatura (el llamado dominium altum), por otra parte pone de relieve el valor de
todas las criaturas a los ojos de Dios. Efectivamente, al final de cada día se repite la frase: ´Y vio Dios que era bueno´, y en el día
sexto, después de la creación del hombre, centro del cosmos, leemos: ´Y vio Dios que era muy bueno cuanto había hecho´ (Gen
1, 31).
La descripción bíblica de la creación tiene carácter ontológico, es decir, habla del ente, y al mismo tiempo, axiológico, es decir,
da testimonio del valor. Al crear el mundo como manifestación de su bondad infinita, Dios lo creó bueno. Esta es la enseñanza
esencial que sacamos de la cosmología bíblica, y en particular de la descripción introductoria del libro del Génesis.

5. Esta descripción, juntamente con todo lo que la Sagrada Escritura dice en diversos lugares acerca de la obra de la creación y de
Dios Creador, nos permite poner de relieve algunos elementos:
1º. Dios creó el mundo por sí solo. El poder creador no es transmisible: es ´incommunicabilis´.
2º. Dios creó el mundo por propia voluntad, sin coacción alguna exterior ni obligación interior. Podía crear y no crear; podía
crear este mundo u otro.
3º El mundo fue creado por Dios en el tiempo, por lo tanto, no es eterno: tiene un principio en el tiempo.
4º. El mundo, creado por Dios, está constantemente mantenido por el Creador en la existencia. Este ´mantener´ es, en cierto
sentido, un continuo crear (Conservatio est continua creatio).

6. Desde hace casi dos mil años la Iglesia profesa y proclama invariablemente la verdad de que la creación del mundo visible e
invisible es obra de Dios, en continuidad con la fe profesada y proclamada por Israel, el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza.
La Iglesia explica y profundiza esta verdad, utilizando la filosofía del ser y la defiende de las deformaciones que surgen de vez
en cuando en la historia del pensamiento humano.
El Magisterio de la Iglesia ha confirmado con especial solemnidad y vigor la verdad de que la creación del mundo es obra de

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Dios en el Concilio Vaticano I, en respuesta a las tendencias del pensamiento panteísta y materialista de su tiempo. Esas mismas
orientaciones están presentes también en nuestro siglo en algunos desarrollos de las ciencias exactas y de las ideologías ateas.
En la Cons. Dei Filius -De fide catholica- del Conc. Vaticano I leemos: ´Este único Dios verdadero, en su bondad y ´omnipotente
virtud´, no para aumentar su gloria, ni para adquirirla, sino para manifestar su perfección mediante los bienes que distribuye a las
criaturas, con decisión plenamente libre, ´simultáneamente desde el principio del tiempo sacó de la nada una y otra criatura, la
espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la material, y luego la criatura humana, como partícipe de una y otra, al estar
constituida de espíritu y de cuerpo´ (Conc. Lateranense IV)´.

7. Según los ´cánones´ adjuntos a este texto doctrinal, el Conc. Vaticano I afirma las siguientes verdades:
1º. El único, verdadero Dios es Creador y Señor ´de las cosas visibles e invisibles´
2º. Va contra la fe la afirmación de que sólo existe la materia (materialismo).
3º. Va contra la fe la afirmación de que Dios se identifica esencialmente con el mundo (panteísmo).
4º. Va contra la fe sostener que las criaturas, incluso las espirituales, son una emanación de la sustancia divina, o afirmar que el
Ser divino con su manifestarse o evolucionarse se convierte en cada cada una de las cosas.
5º. Va contra la fe la concepción, según la cual, Dios es el ser universal, o sea, indefinido que, al determinarse, constituye el
universo distinto en géneros, especies e individuos.
6º. Va igualmente contra la fe negar que el mundo y las cosas todas contendidas en él, tanto espirituales como materiales, según
toda su sustancia han sido creadas por Dios de la nada.

8. Habrá que tratar aparte el tema de la finalidad a la que mira la obra de la creación. Efectivamente, se trata de un aspecto que
ocupa mucho espacio en la Revelación, en el Magisterio de la Iglesia y en la Teología.
Por ahora basta concluir nuestra reflexión remitiéndonos a un texto muy hermosos del Libro de la Sabiduría en el que se alaba a
Dios que por amor crea el universo y lo conserva en su ser:
´Amas todo cuanto existe / y nada aborreces de lo que has hecho; /
pues si Tú hubieras odiado alguna cosa, no la hubieras formado.
¿Y cómo podría subsistir nada si Tú no quisieras, / o cómo podría conservarse sin Ti? / Pero a todos perdonas, / porque son
tuyos, Señor, amigo de la vida´
(Sab 11, 24-26).

4. La Creación, obra de la Trinidad 5.03.86

1. La reflexión sobre la verdad de la creación, con la que Dios llama al mundo de la nada a la existencia, impulsa la mirada de
nuestra fe a la contemplación de Dios Creador, el cual revela en la creación su omnipotencia, su sabiduría y su amor. La
omnipotencia del Creador se muestra tanto en el llamar a las criaturas de la nada a la existencia, como en mantenerlas en la
existencia. ´¿Cómo podría subsistir nada si Tú no quisieras, o cómo podría conservarse sin Ti?´, pregunta el autor del libro de la
Sabiduría (11, 25).

2. La omnipotencia revela también el amor de Dios que, al crear, da la existencia a seres diversos de El y a la vez diferentes entre
sí. La realidad del don impregna todo el ser y el existir de la creación. Crear significa donar (donar sobre todo la existencia), y el
que dona, ama. Lo afirma el autor del libro de la Sabiduría cuando afirma: ´Amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que
has hecho, pues si hubieras odiado alguna cosa, no la hubieras formado´ (11, 24); y añade: ´A todos perdonas, porque son tuyos,
Señor, amigo de la vida´ (11, 26).

3. El amor de Dios es desinteresado: mira solamente a que el bien venga a la existencia, perdure y se desarrolle según la
dinámica que le es propia. Dios Creador es Aquel ´que hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad´ (Ef 1, 11). Y
toda la obra de la creación pertenece al plan de la salvación, al misteriosos proyecto ´oculto desde los siglos en Dios, creador de
todas las cosas´ (Ef 3, 9). Mediante el acto de la creación del mundo, y en particular del hombre, el plan de la salvación comienza
a realizarse. La creación es obra de la Sabiduría que ama, como recuerda la Sagrada Escritura varias veces (Cfr., p.e., Prov 8, 22-
36).
Está claro, pues, que la verdad de fe sobre la creación se contrapone de manera radical a las teorías de la filosofía materialista, las
cuales consideran el cosmos como resultado de una evolución de la materia que puede reducirse a pura casualidad y necesidad.

4. Dice San Agustín: ´Es necesario que nosotros, viendo al Creador a través de las obras que ha realizado, nos elevemos a la
contemplación de la Trinidad de la cual lleva la huella la creación en cierta y justa proporción´ (De Trinitate VI, 10, 12). Es
verdad de fe que el mundo tiene su comienzo en el Creador, que es Dios uno y trino. Aunque la obra de la creación se atribuya
sobre todo al Padre -efectivamente, así profesamos en los Símbolos de la fe (´Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del
cielo y de la tierra´)- es también verdad de fe que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el único e indivisible ´principio´ de la
creación.

5. La Sagrada Escritura confirma de distintos modos esta verdad: ante todo, por lo que se refiere al Hijo, el Verbo, la Palabra
consubstancial al Padre. Ya en el Antiguo Testamento están presentes algunas alusiones significativas, como, p.e., este elocuente
versículo del Salmo: ´La palabra del Señor hizo el cielo´ (32, 6). Se trata de una afirmación que encuentra su plena explicación

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en el Nuevo Testamento, así, p.e., en el Prólogo de Juan: ´Al principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era
Dios Todas las cosas fueron hechas por El, y sin El no se hizo nada de cuanto se ha hecho y por El fue hecho el mundo´ (Jn 1, 1-
2. 10). Las Cartas de Pablo proclaman que todas las cosas han sido hechas ´en Jesucristo´: efectivamente, en ellas se habla de ´un
solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y nosotros también´ (1 Cor 8, 6). En la Carta a los Colosenses leemos: ´El
(Cristo) es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, porque en El fueron creadas todas del cielo y de la tierra, las
visibles y las invisibles Todo fue creado por El y para El. El es antes que todo y todo subsiste en El´ (Col 1, 15-17).
El Apóstol subraya la presencia operante de Cristo, bien sea como causa de la creación (´por El´), o bien como su fin (´para El´).
Es un tema sobre el cual habrá que volver. Mientras tanto, notemos que también la Carta a los Hebreos afirma que Dios por
medio del Hijo ´también hizo el mundo´ (1, 2), y que el ´Hijo sustenta todas las cosas con su poderosa presencia´ (1, 3).

6. De este modo el Nuevo Testamento, y en particular los escritos de San Pablo y de San Juan, profundizan y enriquecen el
recurso a la Sabiduría y a la Palabra creadora que ya estaba presente en el Antiguo Testamento: ´La palabra del Señor hizo el
cielo´ (Sal 32, 6). Hacen la precisión de que el Verbo creador no sólo estaba ´en Dios´, sino que ´era Dios´, también que
precisamente en cuanto Hijo consubstancial al Padre, el Verbo creó el mundo en unión con el Padre: ´y el mundo fue hecho por
El´ (Jn 1, 10).
No sólo esto: el mundo también fue creado con referencia a la persona (hipóstasis) del Verbo. ´Imagen de Dios invisible´ (Col 1,
15), el Verbo que es el Eterno Hijo, ´esplendor de la gloria del Padre e imagen de su sustancia´ (Cfr. Heb 1, 3) es también el
´primogénito de toda criatura´ (Col 1, 15), en el sentido de que todas las cosas han sido creadas por el Verbo-Hijo, para llegar a
ser, en el tiempo, el mundo de las criaturas, llamado de la nada a la existencia ´fuera de Dios´. En este sentido ´todas las cosas
fueron hechas por El y sin El nada se hizo de cuanto ha sido hecho´ (Jn 1, 3).

7. Se puede afirmar, pues, que la Revelación presenta una estructura del universo ´lógica´ (de ´Logos´ -Logos-: Verbo) y una
estructura ´icónica´ (de ´Eikon´ -Eikon-: imagen, imagen del Padre). Efectivamente, desde los tiempos de los Padres de la Iglesia
se ha consolidado la enseñanza, según la cual, la creación lleva en sí ´los vestigios de la trinidad´ (´vestigia Trinitatis´). Es obra
del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. En la creación se revela la Sabiduría de Dios: en ella la -aludida- doble estructura
´lógico-icónica´ de las criaturas está íntimamente unida a la estructura del don.
Cada una de las criaturas no sólo son ´palabras´ del Verbo, con las que el Creador se manifiesta a nuestra inteligencia, sino que
son también ´dones´ del Don: llevan en sí la impronta del Espíritu Santo, Espíritu creador.
¿Acaso no se dice ya en los primeros versículos del Génesis: ´Al principio creó Dios los cielos y la tierra (=el universo) y el
espíritu de Dios se cernía sobre las aguas´ (Gen 1, 1-2)?. La alusión, sugestiva aunque vaga, a la acción del Espíritu en ese primer
´principio´ del universo, resulta significativa para nosotros que la leemos a la luz de la plena revelación neotestamentaria.

8. La creación es obra de Dios uno y trino. El mundo ´creado´ en el Verbo-Hijo, es ´restituido´ juntamente con el Hijo al Padre,
por medio de ese Don-Increado, consubstancial a ambos, que es el Espíritu Santo. De este modo el mundo es ´creado´ con ese
Amor que es el Espíritu del Padre y del Hijo. Este universo abrazado por el eterno Amor, comienza a existir en el instante
elegido por la Trinidad como comienzo del tiempo.
De este modo la creación del mundo es obra del Amor: el universo, don creado brota del Don Increado, del Amor recíproco del
Padre y del Hijo, de la Santísima Trinidad.

5. La Creación revela la gloria de Dios 12.03.86

1. La verdad de fe acerca de la creación de la nada (´ex nihilo´), sobre la que nos hemos detenido en las catequesis
anteriores, nos introduce en las profundidades del misterio de Dios, Creador ´del cielo y de la tierra´. Según la expresión
del Símbolo Apostólico: ´Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador´, la creación se atribuye principalmente al Padre. En
realidad es obra de las Tres Personas de la Trinidad, según la enseñanza ya presente de algún modo en el Antiguo
Testamento y revelada plenamente ene le Nuevo, especialmente en los textos de Pablo y Juan.

2. A la luz de estos textos apostólicos, podemos afirmar que la creación del mundo encuentra su modelo en la eterna
generación del Verbo, del Hijo, de la misma sustancia que el Padre, y su fuente en el Amor que es el Espíritu Santo. Este
Amor-Persona, consubstancial al Padre y al Hijo, es juntamente con el Padre y con el Hijo, fuente de la creación del
mundo de la nada, es decir, del don de la existencia a cada ser. De este don gratuito participa toda la multiplicidad de los
seres ´visibles e invisibles´ tan varia que parece casi ilimitada, y todo lo que el lenguaje de la cosmología indica como
´macrocosmos´ y ´microcosmos´.

3. La verdad de fe acerca de la creación del mundo, al hacernos penetrar en las profundidades del misterio trinitario, nos
descubre lo que la Biblia llama ´Gloria de Dios´ (Kabod Yahvéh -Kbd yhvh-, doxa tou Theou -doxa tou Theou-). La
Gloria de Dios está ante todo en El mismo: es la gloria ´interior´, que, por así decirlo, colma la misma profundidad
ilimitada y la infinita perfección de la única Divinidad en la Trinidad de las Personas. Esta perfección infinita, en cuanto
plenitud absoluta de Ser y de Santidad, es también plenitud de Verdad y de Amor en el contemplarse y donarse recíproco
(y, por tanto, en la comunión) del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Mediante la obra de la creación la gloria interior de Dios, que brota del misterio mismo de la Divinidad, en cierto modo,
se traslada ´fuera´: a las criaturas del mundo visible e invisible, en proporción a su grado de perfección.

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4. Con la creación del mundo (visible e invisible) comienza como una nueva dimensión de la gloria de Dios, llamada
´exterior´ para distinguirla de la precedente. La Sagrada Escritura habla de ella en muchos pasajes. Basten algunos
ejemplos:
El Salmo 18 dice: ´El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos Sin que hablen, sin
que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje´ (1. 2.
4). El libro del Sirácida afirma a su vez: ´El sol sale y lo alumbra todo, y la gloria del Señor se refleja en todas sus obras´
(42, 16). El libro de Baruc tiene una expresión muy singular y sugestiva: ´Los astros brillan en sus atalayas y se
complacen. Los llama y contestan: ´Henos aquí´. Lucen alegremente en honor del que los hizo´ (3, 34).

5. En otro lugar el texto bíblico suena como una llamada dirigida a las criaturas a fin de que proclamen la gloria de Dios
Creador. Así, p.e., el Libro de Daniel: ´Criaturas todas del Señor: bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos
´ (3, 57). O el Salmo 65: ´Aclamad al Señor, tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria; decid
a Dios: Qué temibles son tus obras, por tu inmenso poder tus enemigos te adulan. Que se postre ante Ti la tierra entera,
que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre´ (1-4).
La Sagrada Escritura está llena de expresiones semejantes: ´Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con
sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas´ (Sal 103, 24). Todo el universo creado es una multiforme, potente e
incesante llamada a proclamar la gloria del Creador: "Por mi vida y por mi gloria que hinche la tierra entera´ (Nm 14,
21); porque ´tuyas son las riquezas y la gloria´ (1 Par 29, 12).

6. Este himno de gloria, grabado en la creación, espera un ser capaz de darle una adecuada expresión conceptual y
verbal, un ser que alabe el santo nombre de Dios y narre las grandezas de sus obras (Sir 17, 8). Este ser en el mundo
visible es el hombre. A él se dirige la llamada que sube del universo; el hombre es el portavoz de las criaturas y su
intérprete ante Dios.

7. Retornemos de nuevo por un instante a las palabras, con las que el Conc. Vaticano I formula la verdad acerca de la
creación y acerca del Creador del mundo: ´Este único verdadero Dios, en su bondad y ´omnipotente virtud´, no para
aumentar su bienaventuranza, ni para adquirirla, sino para manifestar su perfección por medio de los bienes que
distribuye a las criaturas, con decisión sumamente libre, simultáneamente desde el principio del tiempo, sacó de la nada
una y otra criatura´.
Este texto explica con un lenguaje propio la misma verdad acerca de la creación y acerca de su finalidad, que
encontramos presente en los textos bíblicos. El Creador no busca en la obra de la creación ningún ´complemento´ de Sí
mismo. Efectivamente, El es el Ser totalmente e infinitamente perfecto. No tiene, pues, necesidad alguna del mundo. Las
criaturas, las visibles y las invisibles, no pueden ´añadir´ nada a la Divinidad de Dios uno y trino.

8. ¡Y sin embargo, Dios crea!. Las criaturas, llamadas por Dios a la existencia con una decisión plenamente libre y
soberana, participan del modo real, aun cuando limitado y parcial, de la perfección de la absoluta plenitud de Dios. Se
diferencian entre sí por el grado de perfección que han recibido, a partir de los seres inanimados, subiendo por los
animados, hasta llegar al hombre; mejor, subiendo aún más, hasta las criaturas de naturaleza puramente espiritual. El
conjunto de las criaturas constituye el universo; el cosmos visible e invisible, en cuya totalidad y en cuyas partes se refleja
la eterna Sabiduría y se manifiesta el inagotable Amor del Creador.

9. En la revelación de la Sabiduría y del Amor de Dios está el fin primero y principal de la creación y en ella se realiza el
misterio de la gloria de Dios, según la palabra de la Escritura: ´Criaturas todas del Señor: bendecid al Señor´ (Dan 3, 57).
En el misterio de la gloria todas las criaturas adquieren su significado transcendental: ´superándose´ a sí mismas para
abrirse a Aquel, en quien tienen su comienzo y su meta.
Admiremos, pues, con fe la obra del Creador y alabemos su grandeza:
´Cuántas son tus obras , Señor, / y todas las hiciste con sabiduría, /la tierra está llena de tus criaturas. Gloria a Dios para
siempre, / goce el Señor con sus obras. / Cantaré al Señor mientras viva, / tocaré para mi Dios mientras exista´.
(Sal 103, 24.31, 33-34).

6. Legítima autonomía de las cosas creadas 2.04.86

1. La creación, sobre cuyo fin hemos meditado en la catequesis anterior desde el punto de vista de la dimensión
´transcendental´, exige también una reflexión desde el punto de vista de la dimensión inmanente. Esto se ha hecho
especialmente necesario hoy por el progreso de la ciencia y de la técnica, que ha introducido cambios significativos en la
mentalidad de muchos hombres de nuestro tiempo. Efectivamente, ´muchos de nuestros contemporáneos -leemos en la
Cons. pastoral Gaudium et spes del Conc. Vaticano II sobre la Iglesia y el mundo contemporáneos-, parecen temer que,
por una excesivamente estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión, sufra trabas la autonomía del
hombre, de la sociedad o de la ciencia´ (Gaudium et spes 36).
El Concilio afrontó este problema, que está ´íntimamente vinculado con la verdad de fe acerca de la creación y su fin,

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proponiendo una explicación clara y convincente. Escuchémosla.

2. ´Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias
leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia
de autonomía. No es sólo que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la
voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad
y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología
particular de cada ciencia o arte. Por ello, la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de
una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque
las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se
esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saberlo, como por la mano de Dios, quien,
sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser. Son a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no
comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos;
actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe.
´Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden
usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La
criatura sin el Creador desaparece. Por lo demás, cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la
manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación. Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda
oscurecida´. (Gaudium et spes 36).

3. Hasta aquí el texto conciliar. Este constituye un desarrollo de la enseñanza que ofrece la fe sobre la creación y establece
una confrontación iluminadora entre esta verdad de fe y la mentalidad de los hombres de nuestro tiempo, fuertemente
condicionada por el desarrollo de las ciencias naturales y del progreso de la técnica.
Tratamos de recoger en una síntesis orgánica los principales pensamientos contenidos en el párrafo 36 de la Cons.
Gaudium et spes.
A) A la luz de la doctrina del Concilio Vaticano II la verdad a cerca de la creación no es sólo una verdad de fe, basada en
la Revelación del Antiguo y Nuevo Testamento. Es también una verdad que une a todos los hombres creyentes ´sea cual
fuere su religión´, es decir, a todos los que ´escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la
creación´.
B) Esta verdad, plenamente manifestada en la Revelación, es sin embargo accesible de por sí a la razón humana. Esto se
puede deducir del conjunto de la argumentación del texto conciliar y particularmente de las frases: ´La criatura sin el
Creador desaparece, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida´. Estas expresiones (al menos de modo
indirecto) indican que el mundo de las criaturas tiene necesidad de la Razón última y de la Causa primera. En virtud de
su misma naturaleza los seres contingentes tienen necesidad, para existir, de un apoyo en el Absoluto (en el Ser
necesario), que es Existencia por sí (´Esse subsistens´). El mundo contingente y fugaz ´desaparece sin el Creador´.
C) Con relación a la verdad, así entendida, acerca de la creación, el Concilio establece una distinción fundamental entre
la autonomía ´legítima´ y la ´ilegítima´ de las realidades terrenas. Ilegítima (es decir, no conforme a la verdad de la
Revelación) es la autonomía que proclame la independencia de las realidades creadas por Dios Creador, y sostenga ´que
la realidad creada es independiente de Dios y los hombres pueden usarla sin referencia al Creador´. Tal modo de
entender y de comportarse niega y rechaza la verdad acerca de la creación; y la mayor parte de las veces -si no es incluso
por principio- esta posición se sostiene precisamente en nombre de la ´autonomía´ del mundo, y el hombre en el mundo,
del conocimiento y de la acción humana.
Pero hay que añadir inmediatamente que en el contexto de una ´autonomía´ así entendida, es el hombre quien en realidad
queda privado de la propia autonomía con relación al mundo, y acaba por encontrarse de hecho sometido a él. Es un
tema sobre el que volveremos.
D) La ´autonomía de las realidades terrenas´ entendida de este modo es () no sólo ilegítima, sino también inútil.
Efectivamente, las cosas creadas gozan de una autonomía propia de ellas ´por voluntad del Creador´, que está arraigada
en su misma naturaleza, perteneciendo al fin de la creación (en su dimensión inmanente). ´Pues, por la propia naturaleza
de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden´
La afirmación, si se refiere a todas las criaturas del mundo visible, se refiere de modo eminente al hombre. En efecto, el
hombre en la misma medida en que trata de ´descubrir, emplear y ordenar´ de modo coherente las leyes y valores del
cosmos, no sólo participa de manera creativa en la autonomía legítima de las cosas creadas, sino que realiza de modo
correcto la autonomía que le es propia. Y así se encuentra con la finalidad inmanente de la creación, e indirectamente
también con el Creador: ´Está llevado, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo a todas las cosas, da a todas ellas el
ser´.

4. Se debe añadir que con el problema de la ´legítima autonomía de las realidades terrenas´, se vincula también el
problema, hoy muy sentido, de la ´ecología´, es decir, la preocupación por la protección y preservación del ambiente
natural.
El desequilibrio ecológico, que supone siempre una forma de egoísmo anticomunitario, nace del uso arbitrario -y en
definitiva nocivo- de las criaturas, cuyas leyes y orden natural se violan, ignorando o despreciando la finalidad que es
inmanente a la obra de la creación. También este modo de comportamiento se deriva de una falsa interpretación de la
autonomía de las cosas terrenas. Cuando el hombre usa de las cosas ´sin referirlas al Creador´ -por utilizar también las

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palabras de la Constitución conciliar- se hace a sí mismo daños incalculables. La solución del problema de la amenaza
ecológica está en relación íntima con los principios de la ´legítima autonomía de las realidades terrenas´, es decir, en
definitiva, con la verdad acerca de la creación y acerca del Creador del mundo.

7. El hombre, imagen de Dios 9.04.86

1. El Símbolo de la fe habla de Dios ´Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible´; no habla
directamente de la creación del hombre. El hombre, en el contexto sotereológico del Símbolo, aparece con referencia a la
Encarnación, lo que es evidente de modo particular en el Símbolo niceno-constantinopolitano, cuando se profesa la fe en
Jesucristo, Hijo de Dios, que ´por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y se hizo hombre´.
Sin embargo, debemos recordar que el orden de la salvación no sólo presupone la creación, sino, más aún, toma origen de
ella.
El Símbolo de la fe nos remite, en su concisión, al conjunto de la verdad revelada sobre la creación, para descubrir la
posición realmente singular y excelsa que se le ha dado al hombre.

2. Como ya hemos recordado en las catequesis anteriores, el libro del Génesis contiene dos narraciones de la creación del
hombre. Desde el punto de vista cronológico es anterior la descripción contenida en el segundo capítulo del Génesis, en
cambio, es posterior la del primer capítulo.
En conjunto las dos descripciones se integran mutuamente, conteniendo ambas elementos teológicamente muy ricos y
preciosos.

3. En el libro del Génesis 1, 26, leemos que el sexto día dijo Dios: ´Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra
semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias
de la tierra y sobre todos los animales que se mueven sobre ella´.
Es significativo que la creación del hombre esté precedida por esta especie de declaración con la que Dios expresa la
intención de crear al hombre a su imagen, mejor a ´nuestra imagen´, en plural (sintonizando con el verbo ´hagamos´).
Según algunos intérpretes, el plural indicaría el ´Nosotros´ divino del único Creador. Esto sería, pues, de algún modo, una
primera lejana señal trinitaria. En todo caso, la creación del hombre, según la descripción del Génesis 1, va precedida de
un particular ´dirigirse´ a Sí mismo, ´ad intra´, de Dios que crea.

4. Sigue luego el acto creador. ´Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó varón y mujer´
(Gen 1, 27). En esta frase impresiona el triple uso del verbo ´creó´ (bará), que parece dar testimonio de una especial
importancia e ´intensidad´ del acto creador. Esta misma indicación parece que debe deducirse del hecho de que, mientras
cada uno de los días de la creación se concluye con la anotación: ´Vio Dios ser bueno´ (Cfr. Gen 1, 3. 10. 12. 18. 21. 25)
después de la creación del hombre, el sexto día, dice que ´vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho´ (Gen 1, 31).
5. La descripción más antigua, la ´yahvista´ del Génesis 2, no utiliza la expresión ´imagen de Dios´. Esta pertenece
exclusivamente al texto posterior, que es más teológico.
A pesar de esto, la descripción yahvista presenta, si bien de modo indirecto, la misma verdad. Efectivamente, se dice que
el hombre, creado por Dios-Yahvéh, al mismo tiempo que tiene poder para ´poner nombre´ a todos los animales (Cfr.
Gen 2, 19-20), no encuentra entre todas las criaturas del mundo visible ´una ayuda semejante a él´, es decir, constata su
singularidad. Aunque no hable directamente de la ´imagen de Dios´, el relato del Génesis 2 presenta algunos de sus
elementos esenciales: la capacidad de autoconocerse, la experiencia del propio ser en el mundo, la necesidad de colmar su
soledad, la dependencia de Dios.

6. Entre estos elementos, está también la indicación de que el hombre y la mujer son iguales en cuanto naturaleza y
dignidad. Efectivamente, mientras que ninguna criatura podía ser para el hombre ´una ayuda semejante a él´, encuentra
tal ´ayuda´ en la mujer creada por Dios-Yahvéh. Según Génesis 2, 21-22, Dios llama a la mujer a la existencia, sacándola
del cuerpo del hombre: de ´una de las costillas del hombre´. Esto indica su identidad en la humanidad, su semejanza
esencial, aun dentro de la distinción. Puesto que los dos participan de la misma naturaleza, ambos tienen la misma
dignidad de persona.

7. La verdad acerca del hombre creado a ´imagen de Dios´ retorna también en otros pasajes de la Sagrada Escritura,
tanto en el mismo Génesis (´el hombre ha sido hecho a imagen de Dios´: Gen 9, 6), como en otros libros Sapienciales. En
el libro de la Sabiduría se dice: ´Dios creó al hombre para la inmortalidad, y lo hizo a imagen de su propia naturaleza´ (2,
23). Y en el libro del Sirácida leemos: ´El Señor formó al hombre de la tierra y de nuevo le hará volver a ella Le vistió de
la fortaleza a él conveniente y le hizo según su propia imagen´ (17, 1. 3).
El hombre, pues, es creado para la inmortalidad, y no cesa de ser imagen de Dios después del pecado, aun cuando esté
sometido a la muerte. Lleva en sí el reflejo de la potencia de Dios, que se manifiesta sobre todo en la facultad de la
inteligencia y de la libre voluntad. El hombre es sujeto autónomo, fuente de las propias acciones, aunque manteniendo las
características de su dependencia de Dios, su Creador (contingencia ontológica).

8. Después de la creación del hombre, varón y mujer, el Creador ´los bendijo, diciéndoles: ´Procread y multiplicáos, y

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henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces y sobre las aves y sobre todo cuanto vive´´ (Gen 1, 28). La creación
a imagen de Dios constituye el fundamento del dominio sobre las otras criaturas en el mundo visible, las cuales fueron
llamadas a la existencia con miras al hombre y ´para él´.
Del dominio del que habla el Génesis 1, 28, participan todos los hombres, a quienes el primer hombre y la primera mujer
han dado origen. A ello alude también la redacción yahvista (Gen 2, 24), a la que todavía tendremos ocasión de retornar.
Transmitiendo la vida a sus hijos, hombre y mujer les dan en heredad esa ´imagen de Dios´, que fue conferida al primer
hombre en el momento de la creación.

9. De este modo el hombre se convierte en una expresión particular de la gloria del Creador del mundo creado. "Gloria
Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei´, escribirá San Ireneo (Adv. Haer. IV, 20, 7). El hombre es gloria del
Creador en cuanto ha sido creado a imagen de El y especialmente en cuanto accede al verdadero conocimiento del Dios
viviente.
En esto encuentran fundamento el particular valor de la vida humana, como también todos los derechos humanos (que
hoy se ponen tan de relieve).

10. Mediante la creación da imagen de Dios, el hombre es llamado a convertirse entre las criaturas del mundo visible, en
un portavoz de la gloria de Dios, y en cierto sentido, en una palabra de su gloria.
La enseñanza sobre el hombre, contenida en las primeras páginas de la Biblia (Gen 1), se encuentra con la revelación del
Nuevo Testamento acerca de la verdad de Cristo, que, como Verbo Eterno, es ´imagen de Dios invisible´, y a la vez
´primogénito de toda criatura´ (Col 1, 15).
El hombre creado a imagen de Dios adquiere, en el plan de Dios, una relación especial con el Verbo, Eterna Imagen del
Padre, que, en la plenitud de los tiempos se hará carne. Adán -escribe San Pablo- ´es tipo del que había de venir´ (Rom 1,
14). En efecto, ´a los que de antes conoció (Dios Creador) los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para
que éste sea el primogénito entre muchos hermanos´ (Rom 8, 29).

11. Así, pues, la verdad sobre el hombre creado a imagen de Dios no determina sólo el lugar del hombre en todo el orden
de la creación, sino que habla también de su vinculación con el orden de la salvación en Cristo, que es la eterna y
consubstancial ´imagen de Dios´ (2 Cor 4, 4): imagen del Padre. La creación del hombre a imagen de Dios, ya desde el
principio del libro del Génesis, da testimonio de su llamada. Esta llamada se revela plenamente con la venida de Cristo.
Precisamente entonces, gracias a la acción del ´Espíritu del Señor´, se abre la perspectiva de la plena transformación en la
imagen consubstancial de Dios, que es Cristo (Cfr. 2 Cor 3, 18). Así la ´imagen´ del libro del Génesis (1, 27), alcanza la
plenitud de su significado revelado.

8. Alma, cuerpo y evolucionismo 16.04.86

1. El hombre creado a imagen de Dios es un ser al mismo tiempo corporal y espiritual, es decir, un ser que, desde un
punto de vista, está vinculado al mundo exterior y, desde otro, lo transciende. En cuanto espíritu, además de cuerpo es
persona. Esta verdad sobre el hombre es objeto de nuestra fe, como lo es la verdad bíblica sobre la constitución a ´imagen
y semejanza´ de Dios; y es una verdad que presenta constantemente a lo largo de los siglos el Magisterio de la Iglesia.
La verdad sobre el hombre no cesa de ser en la historia objeto de análisis intelectual, no sólo en el ámbito de la filosofía,
sino también en el de las muchas ciencias humanas: en una palabra, objeto de la antropología.

2. Que el hombre sea espíritu encarnado, si se quiere, cuerpo informado por un espíritu inmortal, se deduce ya, de algún
modo, de la descripción de la creación contenida en el libro del Génesis y en particular de la narración ´yahvista´, que
emplea, por así decir, una ´escenografía´ e imágenes antropomórficas. Leemos que ´modeló Yahvéh Dios al hombre de la
arcilla y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado´ (2, 7). La continuación del texto bíblico
nos permite comprender claramente que el hombre, creado de esta forma, se distingue de todo el mundo visible, y en
particular del mundo de los animales. El ´aliento de vida´ hizo al hombre capaz de conocer estos seres, imponerles el
nombre y reconocerse distinto de ellos (Cfr. 18-20). Si bien en la descripción ´yahvista´ no se habla del ´alma´, sin
embargo es fácil deducir de allí que la vida dada al hombre en el momento de la creación es de tal naturaleza que
transciende la simple dimensión corporal (la propia de los animales). Ella toca, más allá de la materialidad, la dimensión
del espíritu, en la cual está el fundamento esencial de esa ´imagen de Dios´, que Génesis 1, 27, ve en el hombre.

3. El hombre es una unidad: es alguien que es uno consigo mismo. Pero en esta unidad está contenida una dualidad. La
Sagrada Escritura presenta tanto la unidad (la persona) como la dualidad (el alma y cuerpo). Piénsese en el libro del
Sirácida, que dice por ejemplo: ´El Señor formó al hombre de la tierra. Y de nuevo le hará volver a ella´, y más adelante:
´Le dio capacidad de elección, lengua, ojos, oídos y corazón para entender. Llenóle de ciencia e inteligencia y le dio a
conocer el bien y el mal´ (17, 1-2, 5-6).
Particularmente significativo es, desde este punto de vista, el Salmo 8, que exalta la obra maestra humana, dirigiéndose a
Dios con las siguientes palabras: ´¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder?. Lo
hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo
lo sometiste bajo sus pies´ (5-7).

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4. Se subraya a menudo que la tradición bíblica pone de relieve sobre todo la unidad personal del hombre, sirviéndose del
término ´cuerpo´ para designar al hombre entero (Cfr., p.e., Sal 144, 21; Jl 3; Is 66, 23; Jn 1, 14). La observación es
exacta. Pero esto no quita que en la tradición bíblica esté también presente, a veces de modo muy claro, la dualidad del
hombre. Esta tradición se refleja en las palabras de Cristo: ´No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, y el alma no
pueden matarla; temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehena´ (Mt 10, 28).

5. Las fuentes bíblicas autorizan a ver el hombre como unidad personal y al mismo tiempo como dualidad de alma y
cuerpo: concepto que ha hallado expresión en toda la Tradición y en la enseñanza de la Iglesia. Esta enseñanza ha hecho
suyas no sólo las fuentes bíblicas, sino también las interpretaciones teológicas que se han dado de ellas desarrollando los
análisis realizados por ciertas escuelas (Aristóteles) de la filosofía griega. Ha sido un lento trabajo de reflexión, que ha
culminado principalmente -bajo la influencia de Santo Tomás de Aquino- en las afirmaciones del Conc. de Vienne (1312),
donde se llama al alma ´forma´ del cuerpo: ´forma´ corporis humani per se et essentialiter´. La ´forma´, como factor que
determina la substancia de ser ´hombre´, es de naturaleza espiritual. Y dicha ´forma´ espiritual, el alma, es inmortal. Es
lo que recordó más tarde el Conc. Lateranense V (1513): el alma es inmortal, diversamente del cuerpo que está sometido
a la muerte. La escuela tomista subraya al mismo tiempo que, en virtud de la unión substancial del cuerpo y del alma,
esta última, incluso después de la muerte, no cesa de ´aspirar´ a unirse al cuerpo. Lo que halla confirmación en la verdad
revelada sobre la resurrección del cuerpo.

6. Si bien la terminología filosófica utilizada para expresar la unidad y la complejidad (dualidad) del hombre, es a veces
objeto de crítica, queda fuera de duda que la doctrina sobre la unidad de la persona humana y al mismo tiempo sobre la
dualidad espiritual-corporal del hombre está plenamente arraigada en la Sagrada Escritura y en la Tradición. A pesar de
que se manifieste a menudo la convicción de que el hombre es ´imagen de Dios´ gracias al alma, no está ausente en la
doctrina tradicional la convicción de que también el cuerpo participa a su modo, de la dignidad de la ´imagen de Dios´, lo
mismo que participa de la dignidad de la persona.

7. En los tiempos modernos la teoría de la evolución ha levantado una dificultad particular contra la doctrina revelada
sobre la creación del hombre como ser compuesto de alma y cuerpo. Muchos especialistas en ciencias naturales que, con
sus métodos propios, estudian el problema del comienzo de la vida humana en la tierra, sostienen -contra otros colegas
suyos- la existencia no sólo de un vínculo del hombre con la misma naturaleza, sino incluso su derivación de especies
animales superiores. Este problema, que ha ocupado a los científicos desde el siglo pasado, afecta a varios estratos de la
opinión pública.
La respuesta del Magisterio se ofreció en la Enc, ´Humani generis´ de Pío XII en el año 1950. Leemos en ella: ´El
Magisterio de la Iglesia no prohibe que se trate en las investigaciones y disputas de los entendidos en uno y otro campo, la
doctrina del ´evolucionismo´, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva y pre-existente, pues las
almas nos manda la fe católica sostener que son creadas inmediatamente por Dios´.
Por tanto se puede decir que, desde el punto de vista de la doctrina de la fe, no se ve dificultad en explicar el origen del
hombre, en cuanto al cuerpo, mediante la hipótesis del evolucionismo. Sin embargo, hay que añadir que la hipótesis
propone sólo una probabilidad, no una certeza científica. La doctrina de la fe, en cambio, afirma invariablemente que el
alma espiritual del hombre ha sido creada directamente por Dios. Es decir, según la hipótesis a la que hemos aludido, es
posible que el cuerpo humano, siguiendo el orden impreso por el Creador en las energías de la vida, haya sido
gradualmente preparado en las formas de seres vivientes anteriores. Pero el alma humana, de la que depende en
definitiva la humanidad del hombre, por ser espiritual, no puede serlo de la materia.

8. Una hermosa síntesis de la creación arriba expuesta se halla en el Conc. Vaticano II: ´En la unidad de cuerpo y alma -
se dice allí-, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual alcanza por medio
del hombre su más alta cima´ (Gaudium et spes 14). Y más adelante añade: ´No se equivoca el hombre al afirmar su
superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como una partícula de la naturaleza Por su interioridad
es, en efecto, superior al universo entero´ (Ib.). He aquí, pues, cómo se puede expresar con un lenguaje más cercano a la
mentalidad contemporánea, la misma verdad sobre la unidad y dualidad (la complejidad) de la naturaleza humana.

9. Creación del hombre 23.04.86

1. ´Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó varón y mujer´ (Gen 1, 27).
El hombre y la mujer, creados con igual dignidad de personas como unidad de espíritu y cuerpo, se diversifican por su
estructura psico-fisiológica. Efectivamente, el ser humano lleva la marca de la masculinidad y la feminidad.

2. Al mismo tiempo que es marca de diversidad, es también indicador de complementariedad. Es lo que se deduce de la
lectura del texto ´yahvista´, donde el hombre, al ver a la mujer apenas creada, exclama: ´Esto si que es hueso de mis
huesos y carne de mi carne´ (Gen 2, 23). Son palabras de satisfacción y también de transporte entusiasta del hombre, al
ver un ser esencialmente semejante a sí. La diversidad y a la vez la complementariedad psico-física están en el origen de
la particular riqueza de humanidad, que es propia de los descendientes de Adán en toda su historia. De aquí toma vida el

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matrimonio, instituido por el Creador desde ´el principio´: ´Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; se unirá a
su mujer: y vendrán a ser los dos una sola carne´ (Gen 2, 24).

3. A este texto del Gen 2, 24, corresponde la bendición de la fecundidad, que relata el Gen 1, 28: ´Procread y multiplicaos,
y henchid la tierra; sometedla´. La institución del matrimonio y de la familia, contenida en el misterio de la creación del
hombre, parece que se debe vincular con el mandato de ´someter´ la tierra, confiado por el Creador a la primera pareja
humana.
El hombre, llamado a ´someter la tierra´ -tenga cuidado de: ´someterla´, no devastarla, porque la creación es un don de
Dios y como tal, merece respeto-, el hombre es imagen de Dios no sólo como varón y mujer, sino también en razón de la
relación recíproca de los dos sexos. Esta relación recíproca constituye el alma de la ´comunión de personas´ que se
establece en el matrimonio y presenta cierta semejanza con la unión de las Tres Personas Divinas.

4. El Conc. Vaticano II dice a este propósito: ´Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y
mujer. Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas. El hombre es, en efecto,
por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás´
(Gaudium et spes 12).
De este modo la creación comporta para el hombre tanto la relación con el mundo, como la relación con el otro ser
humano (la relación hombre-mujer), así como también con los otros semejantes suyos. El ´someter la tierra´ pone de
relieve el carácter ´relacional´ de la existencia humana. Las dimensiones : ´con los otros´, ´entre los otros´ y ´para los
otros´, propias de la persona humana en cuanto ´imagen de Dios´, establecen desde el principio el puesto del hombre
entre las criaturas. Con esta finalidad es llamado el hombre a la existencia como sujeto (como ´yo´ concreto), dotado de
conciencia intelectual y de libertad.

5. La capacidad del conocimiento intelectual distingue radicalmente al hombre de todo el mundo de los animales, donde
la capacidad cognoscitiva se limita a los sentidos. El conocimiento intelectual hace al hombre capaz de discernir, de
distinguir entre la verdad y la no verdad, abriendo ante él los campos de la ciencia, del pensamiento crítico, de la
investigación metódica de la verdad acerca de la realidad. El hombre tiene dentro de sí una relación esencial con la
verdad, que determina su carácter de ser transcendental. El conocimiento de la verdad impregna toda la esfera de la
relación del hombre con el mundo y con los otros hombres, y pone las premisas indispensables de toda forma de cultura.

6. Conjuntamente con el conocimiento intelectual y su relación con la verdad, se pone la libertad de la voluntad humana,
que está vinculada, por intrínseca relación, al bien. Los actos humanos llevan en sí el signo de la autodeterminación (del
querer) y de la elección. De aquí nace toda la esfera de la moral: efectivamente, el hombre es capaz de elegir entre el bien
y el mal, sostenido en esto por la voz de la conciencia, que impulsa al bien y aparta del mal.
Igual que el conocimiento de la verdad, así también la capacidad de elegir -es decir, la libre voluntad-, impregna toda la
esfera de la relación del hombre con el mundo y especialmente con otros hombres, e impulsa aún más allá.

7. Efectivamente, el hombre, gracias a su naturaleza espiritual y a la capacidad de conocimiento intelectual y de libertad


de elección y de acción, se encuentra, desde el principio, en una particular relación con Dios. La descripción de la
creación (Cfr. Gen 1-3) nos permite constatar que la ´imagen de Dios´ se manifiesta sobre todo en la relación del ´yo´
humano con el ´Tú´ divino. El hombre conoce a Dios, y su corazón y su voluntad son capaces de unirse con Dios (homo est
capax Dei). El hombre puede decir ´sí´ a Dios, pero también puede decirle ´no´. La capacidad de acoger a Dios y su santa
voluntad, pero también la capacidad de oponerse a ella.

8. Todo esto está grabado en el significado de la ´imagen de Dios´, que nos presenta, entre otros, el libro del Sirácida: ´El
Señor formó al hombre de la tierra. Y de nuevo le hará volver a ella. Le vistió de la fortaleza a él conveniente (a los
hombres) y le hizo a su propia imagen, infundió el temor de él en toda carne y sometió a su imperio las bestias y las aves.
Diole lengua, ojos y oídos y un corazón inteligente; llenóle de ciencia e inteligencia y le dio a conocer el bien y el mal. Le
dio ojos -¡nótese la expresión!- para que viera la grandeza de sus obras Y añadióle ciencia, dándole en posesión una ley de
vida. Estableció con ellos un pacto eterno y les enseñó sus juicios´ (Sir 17, 1, 3-7, 9-10). Son palabras ricas y profundas
que nos hacen reflexionar.

9. El Conc. Vaticano II expresa la misma verdad sobre el hombre con un lenguaje que es a la vez perenne y
contemporáneo. ´La orientación del hombre hacia el bien sólo se logra con el uso de la libertad La dignidad humana
requiere que el hombre actúe según su conciencia y libre elección´ (Gaudium et spes 17). ´Por su interioridad es superior
al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda,
escrutador de los corazones y donde él personalmente decide su propio destino´ (Gaudium et spes 14). ´La verdadera
libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre´ (n.17). La verdadera libertad es la libertad en la verdad,
grabada, desde el principio, en la realidad de la ´imagen divina´.

10. En virtud de esta ´imagen´ el hombre, como sujeto de conocimiento y libertad, no sólo está llamado a transformar el
mundo según la medida de sus justas necesidades, no sólo está llamado a la comunión de personas propias del
matrimonio (communio personarum), de la que toma origen la familia, y consiguientemente toda la sociedad, sino que

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también está llamado a la Alianza con Dios. Efectivamente, él no es sólo criatura de su Creador, sino también imagen de
su Dios. La descripción de la creación ya en Gen 1-3 está unida a la de la primera Alianza de Dios con el hombre. Esta
Alianza (lo mismo que la creación) es una iniciativa totalmente soberana de Dios Creador, y permanecerá inmutable a lo
largo de la historia de la salvación, hasta la Alianza definitiva y eterna que Dios realizará con la humanidad en Jesucristo.

11. El hombre es el sujeto idóneo para la Alianza, porque ha sido creado ´a imagen´ de Dios, capaz de conocimiento y de
libertad. El pensamiento cristiano ha vislumbrado en la ´semejanza´ del hombre con Dios el fundamento para la llamada
al hombre a participar en la vida interior de Dios: su apertura a lo sobrenatural.
Así, pues, la verdad revelada acerca del hombre, que en la creación ha sido hecho ´a imagen y semejanza de Dios´,
contiene no sólo todo lo que en él es ´humanum´, y, por lo mismo, esencial a su humanidad, sino potencialmente también
lo que es ´divinum´, y por tanto gratuito, es decir, contiene también lo que Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- ha previsto
de hecho para el hombre como dimensión sobrenatural de su existencia, sin la cual el hombre no puede lograr toda la
plenitud a la que le ha destinado el Creador.

VI La Providencia
 

INDICE

1. La Revelación de la Providencia
2. La Providencia en la Biblia
3. La Providencia: poder y sabiduría amorosa
4. Providencia y libertad del hombre
5. Providencia y predestinación
6. Problema del mal y del sufrimiento
7. Jesús, respuesta al problema del mal
8. Providencia de Dios y dominio del mundo por el hombre
9. Relaciones entre el Reino de Dios y el progreso del mundo

1. La Revelación de la Providencia 30.04.86

1. ´Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra´: el primer artículo del Credo no ha acabado de
darnos sus extraordinarias riquezas, y efectivamente, la fe en Dios como creador del mundo (de las ´cosas visibles e invisibles´),
está orgánicamente unida a la revelación de la Divina Providencia.
Comenzamos hoy, dentro de la reflexión sobre la creación, una serie de catequesis cuyo tema central está justamente en el
corazón de la fe cristiana y en el corazón del hombre llamado a la fe: el tema de la Providencia Divina, o de Dios que, como
Padre omnipotente y sabio está presente y actúa en el mundo, en la historia de cada una de sus criaturas, para que cada criatura, y
especificamente el hombre, su imagen, pueda realizar su vida como un camino guiado por la verdad y el amor hacia la meta de la
vida eterna en El.
´¿Para qué fin nos ha creado Dios?´, se pregunta la tradición cristiana de la catequesis. E iluminados por la gran fe de la Iglesia,
tenemos que repetir, pequeños y grandes, estas palabras u otras semejantes: ´Dios nos ha creado para conocerlo y amarlo en esta
vida, y gozar de El eternamente en la otra´.
Pero precisamente esta enorme verdad de Dios, que con rostro sereno y mano segura guía nuestra historia, paradójicamente
encuentra en el corazón del hombre un doble contrastante sentimiento: por una parte, es llevado a acoger y a confiarse a este
Dios Providente, tal como afirma el Salmista: ´Acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre´ (130, 2). Por
otra, en cambio, el hombre teme y duda en abandonarse a Dios, como Señor y Salvador de su vida, o porque ofuscado por las
cosas, se olvida del Creador, o porque, marcado por el sufrimiento, duda de El como Padre. En ambos casos la Providencia de
Dios es cuestionada por el hombre. Es tal la condición del hombre, que en la misma Escritura divina Job no vacila de lamentarse
ante Dios con franca confianza; de este modo, la Palabra de Dios indica que la Providencia se manifiesta dentro del mismo
lamento de sus hijos. Dice Job, lleno de llagas en el cuerpo y en el corazón: ´¡Quién me diera saber dónde hallarlo y llegar hasta
su morada!. Expondría ante El mi causa, tendría la boca llena de recriminaciones´ (Job 23, 3-4).
2. Y de hecho, no han faltado al hombre, a lo largo de toda su historia, ya sea en el pensamiento de los filósofos, ya en las
doctrinas de las grandes religiones, ya en la sencilla reflexión del hombre de la calle, razones para tratar de comprender, más aún,
de justificar la actuación de Dios en el mundo.
Las soluciones son diversas y evidentemente no todas son aceptables, y ninguna plenamente exhaustiva. Hay quien desde los
tiempos antiguos se ha remitido al hado o destino ciego y caprichoso, a la fortuna vendada. Hay quien para afirmar a Dios ha
comprometido el libre albedrío del hombre: o quien, sobre todo en nuestra época contemporánea, para afirmar al hombre y su
libertad, piensa que debe negar a Dios. Soluciones extremistas y unilaterales que nos hacen comprender al menos qué lazos
fundamentales de vida entran en juego cuando decimos ´Divina Providencia´: ¿cómo se conjuga la acción omnipotente de Dios
con nuestra libertad, y nuestra libertad con sus proyectos infalibles? ¿Cuál será nuestro destino futuro? ¿Cómo interpretar y
reconocer su infinita sabiduría y bondad ante los males del mundo: ante el mal moral del pecado y el sufrimiento del inocente?

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¿Qué sentido tiene esta historia nuestra, con el despliegue a través de los siglos, de acontecimientos, de catástrofes terribles y de
sublimes actos de grandeza y santidad? ¿El eterno, fatal retorno de todo al punto de partida sin tener jamás un punto de llegada, a
no ser un cataclismo final que sepultará toda vida para siempre, o -y aquí el corazón siente tener razones más grandes que las que
su pequeña lógica llega a ofrecerle- hay un ser Providente y Positivo, a quien llamamos Dios, que nos rodea con su inteligencia,
ternura, sabiduría y guía ´fortiter ac suaviter´ nuestra existencia -la realidad, el mundo, la historia, nuestras mismas voluntades
rebeldes, si se lo permiten- hacia el descanso del ´séptimo día´, de una creación que llega finalmente a su cumplimiento?.
3. Aquí, en esta linea divisoria sutil entre la esperanza y la desesperanza, se coloca, para reforzar inmensamente las razones de la
esperanza, la Palabra de Dios, tan nueva, aunque invocada por todos, tan espléndida que resulta casi humanamente increíble. La
Palabra de Dios nunca adquiere tanta grandeza y fascinación como cuando se la confronta con los máximos interrogantes del
hombre: Dios está aquí, es Emmanuel, Dios-con-nosotros (Is 7, 14), y en Jesús de Nazaret muerto y resucitado. Hijo de Dios y
hermano nuestro, Dios muestra que ´ha puesto su tienda entre nosotros´ (Jn 1, 14). Bien podemos decir que todas las vicisitudes
de la Iglesia en el tiempo consisten en la búsqueda constante y apasionada de encontrar, profundizar, proponer, los signos de la
presencia de Dios, guiada en esto por el ejemplo de Jesús y por la fuerza del Espíritu. Por lo cual, la Iglesia puede, la Iglesia
quiere, la Iglesia debe decir y dar al mundo la gracia y el sentido de la Providencia de Dios, por amor al hombre, para substraerlo
al peso aplastante del enigma y confiarlo a un misterio de amor grande, inconmensurable, decisivo, como es Dios. Así que el
vocabulario cristiano se enriquece de expresiones sencillas que constituyen, hoy como ayer, el patrimonio de fe y de cultura de
los discípulos de Cristo: Dios ve, Dios sabe, si Dios quiere, vive en la presencia de Dios, hágase su voluntad, Dios escribe
derecho con nuestros reglones torcidos, en síntesis: la Providencia de Dios.
4. La Iglesia anuncia la Divina Providencia no por invención suya, aun cuando inspirada por pensamientos de humanidad, sino
porque Dios se ha manifestado así, cuando ha revelado, en la historia de su pueblo, que su acción creadora y su intervención de
salvación estaban indisolublemente unidas, formaban parte de un único plan proyectado en los siglos eternos. Así, pues, la
Sagrada Escritura, en su conjunto se convierte en el documento supremo de la Divina Providencia, al manifestar la intervención
de Dios en la naturaleza con la creación y aún más con la más maravillosa intervención, la redención, que nos hace criaturas
nuevas en un mundo renovado por el amor de Dios en Cristo. Efectivamente, la Biblia habla de Providencia Divina en los
capítulos sobre la creación y en los que más especificamente se refiere a la obra de la salvación, en el Génesis y en los Profetas,
especialmente en Isaías, en los Salmos llamados de la creación y en las profundas meditaciones de Pablo sobre los inescrutables
designios de Dios que actúa en la historia (Cfr. especialmente Efesios y Colosenses), en los Libros Sapienciales, tan atentos a
encontrar la señal de Dios en el mundo, y en el Apocalipsis, que tiende totalmente a encontrar el sentido del mundo en Dios. Al
final aparece que el concepto cristiano de Providencia no es simplemente un capítulo de la filosofía religiosa, sino que la fe
responde a las grandes preguntas de Job y de cada uno de los hombres como él, con la visión completa de que, secundando los
derechos de la razón, hace justicia a la razón misma dándole seguridad mediante las certezas más estables de la teología.
A este propósito nuestro camino se encontrará con la incansable reflexión de la Tradición a la que nos remitiremos
oportunamente, recogiendo en el ámbito de la perenne verdad el esfuerzo de la Iglesia por hacerse compañera del hombre que se
interroga sobre la Providencia continuamente y en términos nuevos. El Concilio Vaticano I y el Vaticano II, cada uno a su modo,
son voces preciosas del Espíritu Santo que no hay que dejar de escuchar y sobre las que hay que meditar, sin dejarse atemorizar
del pensamiento, pero acogiendo la linfa vital de la verdad que no muere.
5. Toda pregunta seria debe recibir una respuesta seria, profunda y sólida. Por ello tocaremos los diversos aspectos del único
tema viendo ante todo cómo la Providencia Divina entra en la gran obra de la creación y es su afirmación, que pone de relieve la
riqueza múltiple y actual de la acción de Dios. De ello se sigue que la Providencia se manifiesta como Sabiduría transcendente
que ama al hombre y lo llama a participar del designio de Dios, como primer destinatario de su cuidado amoroso, y al mismo
tiempo como su inteligente cooperador.
La relación entre la Providencia Divina y libertad del hombre no es de antítesis, sino de comunión de amor. Incluso el problema
profundo de nuestro destino futuro halla en la Revelación Divina, especificamente en Cristo, una luz providencial que, aun
manteniendo intacto el misterio, nos garantiza la voluntad salvífica del Padre. En esta perspectiva, la Divina Providencia, lejos de
ser negada por la presencia del mal y del sufrimiento, se convierte en el baluarte de nuestra esperanza, dejándonos entrever cómo
sabe sacar bien incluso del mal. Finalmente recordaremos la gran luz que el Vaticano II irradia sobre la Providencia de Dios con
relación a la evolución y al progreso del mundo, recogiendo al final, en la visión transcendente del reino que crece, el punto final
del incesante y sabio actuar en el mundo de Dios providente. ´¿Quién es sabio para entender estas cosas, prudente para
conocerlas?. Pues son del todo rectos los caminos de Yahvéh, por ellos van los justos, pero los malvados resbalarán en ellos´ (Os
14, 10).

La Providencia en la Biblia (7.V.86)


1. Dios al crear, llamó de la nada a la existencia todo lo que ha comenzado a ser fuera de El. Pero el acto creador de Dios no se
agota aquí. Lo que surgió de la nada volvería a la nada, si fuese dejado a sí mismo y no fuera, en cambio, conservado por el
Creador en la existencia. En realidad Dios, habiendo creado el cosmos una vez, continúa creándolo, manteniéndolo en la
existencia. La conservación es una creación continua (Conservatio est continua creatio ).
2. Podemos decir que la Providencia Divina, entendida en el sentido más genérico, se manifiesta ante todo en esa ´conservación´:
es decir, manteniendo en la existencia todo lo que recibió de la nada el ser. En este sentido, la Providencia es como una constante
e incesante confirmación de la obra de la creación en toda su riqueza y variedad. La Providencia significa la constante e
ininterrumpida presencia de Dios como Creador, en toda la creación: una presencia que continuamente llaga a las raíces más
profundas de todo lo que existe, para actuar allí como causa primera del ser y del actuar. En esta presencia de Dios se expresa

50
continuamente la misma voluntad eterna de crear y de conservar lo que ha sido creado: una voluntad suma y plenamente
soberana mediante la cual Dios, según la naturaleza misma del bien que le es propia de modo absoluto (bonum diffusivum sui)
continúa pronunciándose lo mismo que en el acto primero de la creación, en favor del ser contra la nada, en favor de la vida
contra la muerte, en favor de la ´luz´ contra las tinieblas (Cfr. Jn 1, 4-5), en una palabra: en favor de la verdad, del bien y de la
belleza de todo lo que existe. En el misterio de la Providencia se prolonga de modo ininterrumpido e irreversible el juicio
contenido en el libro del Génesis: ´Vio Dios que era bueno, que era muy bueno´ (Gen 1, 24.31): es decir, constituye la
fundamental e inquebrantable afirmación de la obra de la creación.
3. Esta afirmación esencial no queda menoscabada por mal alguno que se derive de los límites inherentes a cada cosa del cosmos,
o que se produzca, como ha sucedido en la historia del hombre, en doloroso contraste con el original: ´Vio Dios que era bueno,
que era muy bueno´ (Gen 1, 24.31). Decir Providencia Divina significa reconocer que en el plan eterno de Dios, en su designio
creador, ese mal que originariamente no tiene lugar, una vez cometido por el hombre, es permitido por Dios, en definitiva está
subordinado al bien: ´todo concurre al bien´, como dice el Apóstol (Cfr. Rom 8, 28). Pero éste es un problema sobre el que habrá
que volver de nuevo.
4. La verdad de la Providencia Divina está presente en toda la Revelación. Más aun, se puede decir que impregna toda la
Revelación, lo mismo que la verdad de la creación. Constituye con ella el primer y principal punto de referencia en todo lo que
Dios ´muchas veces y de diversas maneras´ quiso decir a los hombres ´por medio de los Profetas, y últimamente por medio de su
Hijo´ (Heb 1, 1). Así, pues, hay que releer esta verdad tanto en los textos de la Revelación donde se habla de ella directamente,
como allí donde la Sagrada Escritura da testimonio de ella de modo indirecto.
5. Se encuentra desde el principio, como verdad fundamental de la fe, en el Magisterio ordinario de la Iglesia, aunque sólo el
Concilio Vaticano I se pronunció sobre ella en el ámbito de la solemne Constitución dogmática de fide catholica, a propósito de
la verdad sobre la creación. He aquí las palabras del Vaticano I: ´Dios conserva todo lo que ha creado y lo dirige con su
providencia ´extendiéndose de uno a otro confín con fuerza y gobernando con bondad todas las cosas´ (Cfr. Sab 8, 1). ´Todo está
desnudo a sus ojos´ (Cfr. Heb 4, 13), incluso lo que tendrá lugar por libre iniciativa de las criaturas´
6. El texto conciliar, más bien conciso, como se ve, estaba dictado por la particular necesidad de los tiempos (siglo XIX). El
Concilio quería ante todo confirmar la enseñanza constante de la Iglesia sobre la Providencia, y por tanto la inmutable Tradición
doctrinal vinculada a todo el mensaje bíblico, como prueban los pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento contenidos en el texto.
Al confirmar esta constante doctrina de la fe cristiana, el Concilio intentaba contraponerse a los errores del materialismo y del
deísmo de entonces. El materialismo, como se sabe, niega la existencia de Dios, mientras que el deísmo, aun admitiendo la
existencia de Dios y la creación del mundo, sostiene que Dios no se ocupa en absoluto del mundo que ha creado. Se podría decir,
pues, que precisamente el deísmo con su doctrina ataca directamente la verdad sobre la Divina Providencia.
7. La separación de la obra de la creación de la Providencia Divina, típica del deísmo, y todavía más la total negación de Dios
propia del materialismo, abren camino al determinismo materialista, al cual están completamente subordinados el hombre y su
historia. El materialismo teórico se transforma en materialismo histórico. En este contexto, la verdad sobre la existencia de Dios,
y en particular sobre la Providencia Divina, constituye la fundamental y definitiva garantía del hombre y de su libertad en el
cosmos. Lo deja a entender la Sagrada Escritura ya en el Antiguo Testamento, cuando ve a Dios como fuerte e inescrutable
apoyo: ´Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcazar, mi liberador; Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo
mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte´ (Sal 17, 2-3). Dios es el fundamento inquebrantable sobre el que el hombre se apoya con
todo su ser: ´mi suerte está en tu mano´ (Sal 15, 5).
Se puede decir que la Providencia Divina como soberana afirmación, por parte de Dios, de toda la creación y, en particular, de la
preeminencia del hombre entre las criaturas, constituye la garantía fundamental de la soberanía del hombre mismo con relación
al mundo. Esto no significa la anulación de la determinación inmanente en las leyes de la naturaleza, sino la exclusión de ese
determinismo materialista, que reduce toda la existencia humana al ´reino de la necesidad´, aniquilando prácticamente el ´reino
de la libertad´, que, en cambio, el Creador ha destinado al hombre. Dios con su Providencia no cesa de ser el apoyo último del
´reino de la libertad´.
8. La fe en la Providencia Divina, como se ve, está íntimamente vinculada con la concepción basilar de la existencia humana, es
decir, con el sentido de la vida del hombre. El hombre puede afrontar la existencia de modo esencialmente diverso, cuando tiene
la certeza de no estar bajo el dominio de un ciego destino (fatum), sino que depende de Alguien que es su Creador y Padre. Por
esto, la fe en la Divina Providencia inscrita en las primeras palabras del Símbolo Apostólico: ´Creo en Dios Padre todopoderoso´,
libera a la existencia humana de las diversas formas del pensamiento fatalista.
9. Siguiendo las huellas de la constante tradición de la enseñanza de la Iglesia y en particular del Concilio Vaticano I, también
del Vaticano II habla muchas veces de la Divina Providencia. De los textos de sus Constituciones se deduce que Dios es el que
´cuida de todos con paterna solicitud´ (Gaudium et Spes 24), y en particular ´del género humano´ (Dei Verbum 3). Manifestación
de esta solicitud es también la ´ley divina, eterna, objetiva y universal, por la que Dios ordena, dirige y gobierna el mundo
universo y los caminos de la comunidad humana según el designio de su sabiduría y de su amor´ (Dignitatis humanae 3). ´El
hombre no existe efectivamente sino por amor de Dios, que lo creó y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir
que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador´ (Gaudium et Spes
19).

La Providencia: poder y sabiduría amorosa (14.V.86)


1. A la reiterada y a veces dubitativa pregunta de si Dios está hoy presente en el mundo y de qué manera, la fe cristiana responde
con luminosa y sólida certeza: ´Dios cuida y gobierna con su Providencia todo lo que ha creado´. Con estas palabras concisas el

51
Concilio Vaticano I formuló la doctrina revelada sobre la Providencia Divina. Según la Revelación, de la que encontramos una
rica expresión en el Antiguo Testamento, hay dos elementos presentes en el concepto de la Divina Providencia: el elemento del
cuidado (´cuida´) y a la vez el de autoridad (´gobierna´). Se compenetran mutuamente. Dios como Creador tiene sobre toda la
creación la autoridad suprema (el ´dominium altum´), como se dice, por analogía con el poder soberano de los principes terrenos.
Efectivamente, todo lo que ha sido creado, por el hecho mismo de haber sido creado, pertenece a Dios, su Creador, y, en
consecuencia, depende de El. En cierto sentido, cada uno de los seres es más ´de Dios´ que ´de sí mismo´. Es primero ´de Dios´
y, luego, ´de sí´. Lo es de un modo radical y total que supera infinitamente todas las analogías de la relación entre autoridad y
súbditos en la tierra.
2. La autoridad del Creador (´gobierna´) se manifiesta como solicitud del Padre (´cuida´). En esta otra analogía se contiene en
cierto sentido el núcleo mismo de la verdad sobre la Divina Providencia. La Sagrada Escritura para expresar la misma verdad se
sirve de una comparación: ´El Señor -afirma- es mi Pastor: nada me falta´ (Sal 22, 1). ¡Imagen estupenda!. Si los antiguos
símbolos de la fe y de la tradición cristiana de los primeros siglos expresaban la verdad sobre la Providencia con el término
´Omnitenens´, correspondiente al griego ´Panto-krator´, este concepto no tiene la densidad y belleza del ´Pastor´ bíblico, como
nos lo comunica con sentido tan vivo la verdad revelada. La Providencia Divina es, en efecto, una ´autoridad llena de solicitud´
que ejecuta un plan eterno de sabiduría y de amor, al gobernar el mundo creado y en particular ´los caminos de la sociedad
humana´ (Cfr. Conc. Vaticano II, Dignitatis humanae 3). Se trata de una ´autoridad solícita´, llena de poder y al mismo tiempo de
bondad. Según el texto del libro de la Sabiduría, citado por el Conc. Vaticano I, ´se extiende poderosamente (fortiter) del uno al
otro extremo y lo gobierna todo con suavidad (suaviter)´ (8, 1), es decir, abraza, sostiene, guarda y en cierto sentido nutre, según
otra expresión bíblica sobre la creación.
3. El libro de Job se expresa así:
´Dios es sublime en su poder / ¿Qué maestro puede comparársele?/ El atrae las gotas de agua, / y diluye la lluvia en vapores,/ que
destilan las nubes,/ vertiéndolas sobre el hombre a raudales/ Pues por ellas alimenta a los pueblos / y da de comer
abundantemente ´
(Job 36, 22. 27-28. 31)
´El carga de rayos las nubes, / y difunde la nube su fulgor/ para hacer lo que El le ordena / sobre la superficie del orbe terráqueo´
(Job 37, 11-12)
De modo semejante el libro del Sirácida:
´El poder de Dios dirige al rayo/ y hace volar sus saetas justicieras´
(Sir 43, 14)
El Salmista, por su parte, exalta la ´estupenda potencia´, la ´bondad inmensa´, el ´esplendor de la gloria´ de Dios, que ´extiende
su cariño a todas sus criaturas´, y proclama:
´Los ojos de todos te están aguardando, Tú les das la comida a su tiempo; abres Tú la mano y sacias de favores a todo viviente´
(Sal 144, 5-7. 15 y 16)
Y también:
´Haces brotar hierba para los ganados / y forraje para los que sirven al hombre;/ él saca pan de los campos/ y vino que alegra el
corazón,/ y aceite que da brillo a su rostro, / y alimento que le da fuerzas´
(Sal 103, 14-15)
4. La Sagrada Escritura en muchos pasajes alaba a la Providencia Divina como suprema autoridad del mundo, la cual, llena de
solicitud por todas las criaturas, y especialmente por el hombre, se sirve de la fuerza eficiente de las causas creadas. Precisamente
en esto se manifiesta la sabiduría creadora, de la que se puede decir que es soberanamente previsora, por analogía con una dote
esencial de la prudencia humana. En efecto, Dios que transciende infinitamente todo lo que es creado, al mismo tiempo, hace que
el mundo presente ese orden maravilloso, que se puede constatar, tanto en el macro-cosmos como en el micro-cosmos.
Precisamente la Providencia, en cuanto Sabiduría transcendente del Creador, es la que hace que el mundo no sea ´caos´, sino
´cosmos´.
´Todo lo dispusiste con medida, número y peso´ (Sab 11, 20).
5. Aunque el modo de expresarse la Biblia refiere directamente a Dios el gobierno de los cosas, sin embargo, queda
suficientemente clara la diferencia entre la acción de Dios Creador como Causa Primera, y la actividad de las criaturas como
causas segundas. Aquí con una pregunta que preocupa mucho al hombre moderno: la que se refiere a la autonomía de la
creación, y por tanto, al papel del artífice del mundo que el hombre quiere desempeñar. Pues bien, según la fe católica, es propio
de la sabiduría transcendente del Creador hacer que Dios esté presente en el mundo como providencia, y simultáneamente que el
mundo creado posea esa ´autonomía´, de la que habla el Concilio Vaticano II. En efecto, por una parte Dios, al mantener todas
las cosas en la existencia, hace que sean lo que son: ´por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de
consistencia, verdad y bondad propias de un propio orden regulado´ (Gaudium et Spes 36). Por otra parte, precisamente por el
modo con que Dios rige el mundo, éste se encuentra en una situación de verdadera autonomía que ´responde a la voluntad del
Creador´ (Ib.).
La Providencia Divina se manifiesta precisamente en dicha ´autonomía de las cosas creadas´, en la que se revela tanto la fuerza
como la ´dulzura´ propias de Dios. En ella se confirma que la Providencia del Creador como sabiduría transcendente y para
nosotros siempre misteriosa, abarca todo (´se extiende de uno al otro confín´), se realiza en todo con su potencia creadora y su
firmeza ordenadora (fortiter), aun dejando intacta la función de las criaturas como causas segundas, inmanentes, en el dinamismo
de la formación y el desarrollo del mundo como puede verse indicado en ese ´suaviter´ del libro de la Sabiduría.
6. En lo que se refiere a la inmanente formación del mundo, el hombre posee, pues, desde el principio y constitutivamente, en
cuanto que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, un lugar totalmente especial. Según el libro del Génesis, fue creado
para ´dominar´, para ´someter la tierra´ (Cfr. Gen 1, 18). Participando como sujeto racional y libre, pero siempre como criatura,

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en el dominio del Creador sobre el mundo, el hombre se convierte de cierta manera en ´providencia´ para sí mismo, según la
hermosa expresión de Santo Tomás (Cfr. S.Th. I q, 22, a.2, ad 4). Pero por la misma razón gravita sobre él desde el principio una
peculiar responsabilidad tanto ante Dios como ante las criaturas y, en particular, ante los otros hombres.
7. Estas nociones sobre la Divina Providencia que nos ofrece la tradición bíblica del Antiguo Testamento, están confirmadas y
enriquecidas por el Nuevo. Entre todas las palabras de Jesús que el Nuevo Testamento registra sobre este tema, son
particularmente impresionantes las que narran los evangelistas Mateo y Lucas: ´No os preocupéis, pues diciendo: ¿Qué
comeremos, qué beberemos o qué vestiremos?. Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de
todo eso tenéis necesidad. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura´ (Mt 6,
31-33; cfr. también Lc 21, 18).
´¿No se venden dos pajaritos por un as? Sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Cuanto a
vosotros, aun los cabellos de vuestra cabeza están contados. No temáis, pues, valéis más que muchos pajaritos´ (Mt 10, 29-31;
cfr. también Lc 21, 18).
´Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis
vosotros más que ellas? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Aprended de los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni
hilan. Pues yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y
mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?´ (Mt 6, 26-30; cfr.
también Lc 12, 24-28).
8. Con estas palabras el Señor Jesús no sólo confirma la enseñanza sobre la Providencia Divina contenida en el Antiguo
Testamento, sino que lleva más a fondo el tema por lo que se refiere al hombre, a cada uno de los hombres, tratado por Dios con
la delicadeza exquisita de un padre.
Sin duda eran magníficas las estrofas de los Salmos que exaltaban al Altísimo como refugio, baluarte y consuelo del hombre: así
p.e., en el Salmo 90: ´Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío,
alcazar mío, Dios mío, confío en Ti Porque hiciste del Señor tu refugio, tomaste al Altísimo por defensa Se puso junto a Mí: lo
libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación´ (Sal 90, 1-2. 9. 14-
15).
9. Son expresiones bellísimas; pero las palabras de Cristo alcanzan una plenitud de significado todavía mayor. Efectivamente, las
pronuncia el Hijo que ´escrutando´ todo lo que se ha dicho sobre el tema de la Providencia, da testimonio perfecto del misterio de
su Padre; misterio de Providencia y solicitud paterna, que abraza a cada una de las criaturas, incluso la más insignificante, como
la hierba del campo o los pájaros. Por tanto, ¡cuánto más al hombre!. Esto es lo que Cristo quiere poner de relieve sobre todo. Si
la Providencia Divina se muestra tan generosa con relación a las criaturas tan inferiores al hombre, cuánto más tendrá cuidado de
él. En esta página evangélica sobre la Providencia se encuentra la verdad sobre la jerarquía de los valores que está presente desde
el principio del libro del Génesis, en la descripción de la creación: el hombre tiene el primado sobre las cosas. Lo tiene en su
naturaleza y en su espíritu, lo tiene en las atenciones y cuidados de la Providencia, lo tiene en el corazón de Dios.
10. Además, Jesús proclama con insistencia que el hombre, tan privilegiado por su Creador, tiene el deber de cooperar con el don
recibido de la Providencia. No puede, pues, contentarse sólo con los valores del sentido, de la materia y de la utilidad. Debe
buscar sobre todo ´el reino de Dios y su justicia´, porque ´todo lo demás (es decir, los bienes terrenos) se le darán por añadidura´
(Cfr. Mt 6, 33).
Las palabras de Cristo llaman nuestra atención hacia esta particular dimensión de la Providencia, en el centro de la cual se halla
el hombre, ser racional y libre.

Providencia y libertad del hombre (21.V.86)


1. En nuestro camino de profundización en el misterio de Dios como Providencia, con frecuencia tenemos que afrontar esta
pregunta: si Dios está presente y operante en todo, ¿cómo puede ser libre el hombre?. Y sobre todo: ¿qué significa y qué misión
tiene su libertad?. Y el amargo fruto del pecado, que procede de una libertad equivocada, ¿cómo ha de comprenderse a la luz de
la Divina Providencia?.
Volvamos una vez más a la afirmación solemne del Vaticano I: ´Todo lo que ha creado Dios lo conserva y dirige con su
Providencia, ´extendiéndose de uno a otro confín con fuerza y gobernando todo con bondad´, ´las cosas todas están desnudas y
manifiestas a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta´, hasta aquello que tendrá lugar por libre iniciativa de las criaturas´.
El misterio de la Providencia Divina está profundamente inscrito en toda la obra de la creación. Como expresión de la sabiduría
eterna de Dios, el plan de la Providencia precede a la obra de la creación: como expresión de su eterno poder, la preside, la
realiza y, en cierto sentido, puede decirse que ella misma se realiza en sí. Es una Providencia transcendente, pero al propio
tiempo, inmanente a las cosas, a toda la realidad. Esto vale, según el texto del Concilio que hemos leído, sobre todo, en orden a
las criaturas dotadas de inteligencia y libre voluntad.
2. Pese a abarcar ´fortiter et suaviter´ todo lo creado, la Providencia abraza de modo especial a las criaturas hechas a imagen y
semejanza de Dios, las cuales gozan, por la libertad que el Creador les ha concedido, ´de la autonomía de los seres creados´, en el
sentido en que lo entiende el Conc. Vaticano II (Cfr. Gaudium et spes 36). En el ámbito de estas criaturas deben contarse los
seres creados de naturaleza puramente espiritual, de los que hablaremos más adelante. Ellos constituyen el mundo de lo invisible.
En el mundo visible, objeto de las especiales atenciones de la Divina Providencia, está el hombre, ´el cual -como enseña el Conc.
Vaticano II- es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma´ (Gaudium et spes 24) y precisamente por esto ´no
puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás´ (Ib.).
3. El hecho de que el mundo visible se corone con la creación del hombre, nos abre perspectivas completamente nuevas sobre el

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misterio de la Providencia Divina. Lo destaca la afirmación del Conc Vaticano I cuando subraya que, a los ojos de la sabiduría y
de la ciencia de Dios, todo permanece ´abierto´ (´aperta´), en cierto modo ´desnudo´ (´nuda´), incluso aquello que la criatura
racional realiza por obra de su libertad: lo que será resultado de una elección razonable y de una libre decisión del hombre.
También en relación a esta esfera, la Providencia Divina conserva su superior causalidad creadora y ordenadora. Es la
transcendente superioridad de la Sabiduría que ama, y, por amor, actúa con poder y suavidad y, por tanto, es Providencia que con
solicitud y paternalmente guía, sostiene, conduce a su fin a la propia criatura tan ricamente dotada, respetando su libertad.
4. En este punto de encuentro del plan eterno de la creación de Dios con la libertad del hombre se perfila, sin duda, un misterio
tan inescrutable como digno de adoración. El misterio consiste en la íntima relación, más ontológica que psicológica entre la
acción divina y la autodecisión humana. Sabemos que esta libertad de decisión pertenece al dinamismo natural de la criatura
racional. Conocemos también por experiencia el hecho de la libertad humana, auténtica, aunque herida y débil. En cuanto a su
relación con la causalidad divina, es oportuno recordar el acento puesto por Santo Tomás de Aquino en aquella concepción de la
Providencia como expresión de la Sabiduría divina que todo lo ordena al propio fin: ´ratio ordinis rerum in finem´, ´la ordenación
racional de las cosas hacia su fin´ (Cfr. S.Th. I q.22, a.1). Todo lo que Dios crea recibe esta finalidad -y se convierte, por tanto,
en objeto de la Providencia Divina (Cfr. Ib. a.2)-. En el hombre -creado a imagen de Dios- toda la creación visible debe acercarse
a Dios, encontrando el camino de su plenitud definitiva. De este pensamiento, ya expresado, entre otros, por S. Ireneo (Ad
Haereses 4,38; 1105-1109), se hace eco la enseñanza del Conc. Vaticano II sobre el desarrollo del mundo por la acción del
hombre (Cfr. Gaudium et spes 7). El verdadero desarrollo -esto es, el progreso- que el hombre está llamado a realizar en el
mundo, no debe tener sólo un carácter ´técnico´, sino, sobre todo, ´ético´, para llevar a la plenitud en el mundo creado el reino de
Dios (Cfr. Ib. 35, 43, 57, 62).
5. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, es la única criatura visible que el Creador ha querido ´por sí misma´
(Gaudium et spes 24). En el mundo, sometido a la transcendente sabiduría y poder de Dios, el hombre, aunque tiene como fin a
Dios, es, sin embargo, un ser que es fin en sí mismo; posee una finalidad propia (auto-teleología), por la cual tiende a
autorrealizarse. Enriquecido por un don, que es también una misión, el hombre está sumido en el misterio de la Providencia
Divina. Leamos en el libro del Sirácida:
´El Señor formó al hombre de la tierra/ le dio el dominio sobre ella/
Le dio capacidad de elección, lengua, ojos, oídos/ y corazón para entender./
Llenóle de ciencia e inteligencia y le dió / a conocer el bien y el mal./
Iluminó sus corazones para mostrales / la grandeza de sus obras/
Y añadióle ciencia, dándole en posesión / una ley de vida.
(Sir 17, 1-2. 5-7, 9)
6. Dotado de tal, podríamos decir, equipamiento ´existencial´, el hombre parte para su viaje por el mundo. Comienza a escribir la
propia historia. La Providencia Divina lo acompaña todo el camino. Leemos también en el libro del Sirácida:
´El mira siempre sus caminos y / nada se esconde a sus ojos /
Todas sus obras están ante El / como está el sol y sus ojos observan / siempre su conducta´
(Sir 17, 13.16)
El Salmista da a esta misma verdad una expresión conmovedora:
´Si tomará las alas de la aurora / y quisiera habitar al extremo del mar, /
también allí me tomaría tu mano y / me tendría tu diestra´ (Sal 138, 9-10)
´Del todo conoces mi alma. / Mis huesos no te eran ocultos´ (Sal 138, 14-15)
7. La Providencia de Dios se hace, por tanto, presente en la historia del hombre, en la historia de su pensamiento y de su libertad,
en la historia de los corazones y de las conciencias. En el hombre y con el hombre, la acción de la Providencia alcanza una
dimensión ´histórica´, en el sentido de que sigue el ritmo y se adapta a las leyes del desarrollo de la naturaleza humana,
permaneciendo inmutada e inmutable en la soberana transcendencia de su ser que no experimenta mutaciones. La Providencia es
una presencia eterna en la historia del hombre: de cada uno y de las comunidades. La historia de las naciones y de todo el género
humano se desarrolla bajo el ´ojo´ de Dios y bajo su omnipotente acción. Si todo lo creado es ´custodiado´ y gobernado por la
Providencia, la autoridad de Dios, llena de paternal solicitud, comporta, en relación a los seres racionales y libres, el pleno
respeto a la libertad, que es expresión en el mundo creado de la imagen y semejanza con el mismo Ser divino, con la misma
Libertad divina.
8. El respeto de la libertad creada es tan esencial que Dios permite en su Providencia incluso el pecado del hombre (y del ángel).
La criatura racional, excelsa entre todas, pero siempre limitada e imperfecta, puede hacer mal uso de la libertad, la puede emplear
contra Dios, su Creador. Es un tema que turba la mente humana, sobre el cual el libro del Sirácida reflexionó ya con palabras
muy profundas:
´Dios hizo al hombre desde el principio / y lo dejo en manos de su albedrío. /
Si tu quieres puedes guardar sus mandamientos / y es de sabios hacer su voluntad. /
Ante ti puso el fuego y el agua; / a lo que tu quieras tenderás la mano. /
Ante el hombre están la vida y la muerte; / lo que cada uno quiere le será dado. /
Porque grande es la sabiduría del Señor; / es fuerte, poderoso y todo lo ve. /
Sus ojos se posan sobre los que le temen / y conoce todas las obras del hombre.
Pues a nadie ha mandado ser impío ni le ha dado permiso para pecar´ (Sir 15, 14-20)
9. Se pregunta el Salmista: ´¿Quién será capaz de conocer el pecado?´ (Sal 18, 13). Y sin embargo, también sobre este inaudito
rechazo del hombre, da luz la Providencia de Dios para que aprendamos a no cometerlo.
En el mundo, en el cual el hombre ha sido creado como ser racional y libre, el pecado no sólo era una posibilidad, se ha
confirmado también como un hecho real ´desde el comienzo´. El pecado es oposición radical a Dios, es aquello que Dios de

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modo decidido y absoluto no quiere. No obstante, lo ha permitido creado los seres libres, creando al hombre. Ha permitido el
pecado que es consecuencia del mal uso de la libertad creada. De este hecho, conocido en la Revelación y experimentado en sus
consecuencias, podemos deducir que, a los ojos de la sabiduría transcendente de Dios, en la perspectiva de la finalidad de toda la
creación, era más importante que en el mundo creado hubiera libertad, aun con el riesgo de su mal empleo, que privar de ella al
mundo para excluir de raíz la posibilidad del pecado.
Dios providente, si, por una parte ha permitido el pecado, por otra, en cambio, con amorosa solicitud de Padre ha previsto desde
siempre el camino de la reparación, de la redención, de la justificación y de la salvación mediante el Amor. Realmente, la
libertad se ordena al amor. Y en la lucha entre el bien y el mal, entre el pecado y la redención, la última palabra la tendrá el amor.

Providencia y predestinación (28.V.86)


1. La pregunta sobre el propio destino está muy viva en el corazón del hombre. Es una pregunta grande, difícil, y sin embargo,
decisiva:´¿Qué será de mí mañana?´. Existe el riesgo de que respuestas equivocadas conduzcan a formas fatalismo, de
desesperación, o también de orgullosa y ciega seguridad: ´Insensato, esta misma noche te pedirán el alma´, amonesta Dios (Cfr.
Lc 12, 20). Pero precisamente aquí se manifiesta la inagotable gracia de la Providencia Divina. Es Jesús quien aporta una luz
esencial. El, realmente, hablando de la Providencia Divina, en el Sermón de la Montaña, termina con la siguiente exhortación:
´Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura´ (Mt 6, 33; cfr. también Lc 12, 31). En la
última catequesis hemos reflexionado sobre la relación profunda que existe entre la Providencia de Dios y la libertad del hombre.
Es justamente al hombre, ante todo al hombre, creado a imagen de Dios, a quien se dirigen las palabras sobre el reino de Dios y
sobre la necesidad de buscarlo por encima de todo.
Este vínculo entre la Providencia y el misterio del reino de Dios, que debe realizarse en el mundo creado, orienta nuestro
pensamiento acerca de la verdad del destino del hombre; su predestinación en Cristo. La predestinación del hombre y del mundo
en Cristo, Hijo eterno del Padre, confiere a toda la doctrina sobre la Providencia Divina una decisiva característica sotereológica
y escatológica. El mismo Divino Maestro lo indica en su coloquio con Nicodemo: ´Porque tanto amó Dios al mundo que le dio
su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna´ (Jn 3, 16).
2. Estas palabras de Jesús son el núcleo de la doctrina sobre la predestinación, que encontramos en la enseñanza de los Apóstoles,
especialmente en las cartas de San Pablo.
Leemos en la Carta a los Efesios:
´Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo en él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e
inmaculados ante El en caridad y nos predestinó a la adopción de hijos de suyos por Jesucristo conforme al beneplácito de su
voluntad, para alabanza del esplendor de su gloria que nos otorgó gratuitamente en su amado´ (Ef 1, 3-6).
Estas luminosas afirmaciones explican de modo auténtico y autorizado en qué consiste lo que en lenguaje cristiano llamamos
´predestinación´ (latín: praedestinatio). Es justamente importante liberar este término de los significados erróneos y hasta
impropios y no esenciales, que se han introducido en su empleo común: predestinación como sinónimo de ´ciego destino´
(´fatum´) o de la ´ira´ caprichosa de cualquier divinidad envidiosa. En la revelación divina la palabra ´predestinación´ significa la
elección eterna de Dios, una elección paternal, inteligente y positiva, una elección de amor.
3. Esta elección, con la decisión en que se traduce, esto es, el plan de la creación y de la redención, pertenece a la vida íntima de
la Santísima Trinidad: se realiza eternamente por el Padre junto con el Hijo y en el Espíritu Santo. Es una elección que, según
San Pablo, precede a la creación del mundo (´antes de la constitución del mundo´); y del hombre en el mundo. El hombre, aun
antes de ser creado, está ´elegido´ por Dios. Esta elección se cumplirá en el Hijo eterno (´en él´), esto es, el el Verbo de la Mente
eterna. El hombre es, por consiguiente, elegido en el Hijo para la participación en la misma filiación por adopción divina. En esto
consiste la esencia misma del misterio de la predestinación que manifiesta el eterno amor del Padre (´ante El en caridad y nos
predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo´). En la predestinación se halla contendida, por tanto, la eterna vocación
del hombre a participar en la misma naturaleza de Dios. Es vocación a la santidad, mediante la gracia de adopción para ser hijos
(´para que fuésemos santos e inmaculados ante El´).
4. En este sentido la predestinación precede a ´la constitución del mundo´, esto es, a la creación, ya que ésta se realiza en la
perspectiva de la predestinación del hombre. Aplicando a la vida divina las analogías temporales del lenguaje humano, podemos
decir que Dios quiere ´antes´ comunicarse en su divinidad al hombre, llamado a ser en el mundo creado su imagen y semejanza;
lo elige ´antes´, en su Hijo eterno y de su misma naturaleza, a participar en su filiación (mediante la gracia) y sólo ´después´ (´a
su vez´) quiere la creación, quiere el mundo, al cual pertenece el hombre. De este modo el misterio de la predestinación entra en
cierto sentido ´orgánicamente´ en todo el plan de la Divina Providencia. La revelación de este designio descubre ante nosotros la
perspectiva del reino de Dios y nos conduce hasta el corazón mismo de este reino, donde descubrimos el fin último de la
creación.
5. Leemos justamente en la Carta a los Colosenses: ´Damos gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de participar de la
herencia de los santos en la luz. El Padre nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, en quien
tenemos la redención y la remisión de los pecados´ (Col 1, 12-14). El reino de Dios, en el plan eterno de Dios Uno y Trino, es el
reino del ´Hijo en su amor´, precisamente, porque por obra suya se ha cumplido la ´redención´ y ´la remisión de los pecados´.
Las palabras del Apóstol aluden también al ´pecado´ del hombre. La predestinación, es decir, la adopción a ser hijos en el Hijo
eterno, se opera, por tanto, no sólo en relación con la Creación del mundo y del hombre en el mundo, sino en relación a la
Redención realizada por el Hijo. La Redención se convierte en expresión de la Providencia, esto es, del gobierno solícito que
Dios ejerce especialmente en relación con las criaturas dotadas de libertad.
6. En la Carta a los Colosenses encontramos que la verdad de la ´predestinación´ en Cristo está estrechamente ligada con la

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verdad de la ´creación en Cristo´. ´El -escribe el Apóstol- es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en
él fueron creadas todas las cosas´ (Col 1, 15-16). Así pues, el mundo creado en Cristo, Hijo eterno, desde el principio lleva en sí,
como primer don de la Providencia, la llamada, más aun, la prenda de la predestinación en Cristo, al que se une, como
cumplimiento de la salvación escatológica definitiva, y antes que nada del hombre, fin del mundo. ´Y plugo al Padre que con El
habitase toda la plenitud´ (Col.1, 19). El cumplimiento de la finalidad del mundo y concretamente del hombre, acontece
precisamente por obra de esta plenitud que hay en Cristo. Cristo es la plenitud. En El se cumple en cierto sentido aquella
finalidad del mundo, según la cual la Providencia Divina custodia y gobierna las cosas del mundo y, especialmente, al hombre en
el mundo, su vida, su historia.
7. Comprendemos así otro aspecto fundamental de la Divina Providencia: su finalidad salvífica. Dios de hecho ´quiere que todos
los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad´ (1 Tim 2, 4). En esta perspectiva, es preciso ensanchar cierta
concepción naturalística de la Providencia, limitada al buen gobierno de la naturaleza física o incluso del comportamiento moral
natural. En realidad, la Providencia Divina se manifiesta en la consecución de las finalidades que corresponden al plan eterno de
la salvación. En este proceso, gracias a la plenitud de Cristo, en El y por medio de El, ha sido vencido también el pecado, que se
opone esencialmente a la finalidad salvífica del mundo, al definitivo cumplimiento que el mundo y el hombre encuentran en
Dios. Hablando de la plenitud que se ha asentado en Cristo, el Apóstol proclama: ´Y plugo al Padre que en El habitase toda la
plenitud y por El reconciliar consigo todas las cosas, pacificando con la sangre de su cruz así l as de la tierra como las del cielo´
(Col 1, 19-20).
8. Sobre el fondo de estas reflexiones, tomadas de las Cartas de San Pablo, resulta más comprensible la exhortación de Cristo a
propósito de la Providencia del Padre que todo lo abarca (Cfr. Mt 6, 23-24; Lc 12, 22-31), cuando dice: ´Buscad, pues, primero el
reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura´ (Mt 6, 33; cfr. Lc 12, 31). Con este ´primero´ Jesús trata de
indicar lo que Dios mismo quiere ´primero´: lo que es su intención primera en la creación del mundo, y también el fin último del
propio mundo: ´el reino de Dios y su justicia´ (la justicia de Dios). El mundo entero ha sido creado con miras a este reino, a fin
de que se realice en el hombre y en su historia. Para que por medio de este ´reino´ y de esta ´justicia´ se cumpla aquella eterna
predestinación que el mundo y el hombre tienen en Cristo.
9. A esta visión paulina de la predestinación corresponde lo que escribe San Pedro:
´Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia nos reengendró a una viva esperanza por
la resurrección de Jesucristo de entre los muertos para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, que os está
reservada en los cielos, a los que por el poder de Dios habéis sido guardados, mediante la fe, para la salvación que está
predispuesta a manifestarse en el tiempo oportuno´ (1 Pe 1, 3-5).
Verdaderamente ´sea alabado Dios´ que nos revela cómo su Providencia es su incansable, su solícita intervención para nuestra
salvación. Ella es infatigable en su acción hasta que alcancemos ´el tiempo oportuno´, cuando ´la predestinación en Cristo´ de los
inicios se realice definitivamente ´por la resurrección de Jesucristo´, que es ´el Alfa y la Omega´ de nuestro destino humano´ (Ap
1, 8).

Problema del mal y del sufrimiento (4.VI.86)


1. Tomamos el texto de la Primera Carta de San Pedro, al que nos hemos referido al terminar la catequesis anterior:
´Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia nos reengendró a una viva esperanza por
la resurrección de Jesucristo de entre los muertos para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, que os está
reservada en los cielos´ (1 Pe 1, 3-4).
Poco más adelante el mismo Apóstol tiene una afirmación iluminadora y consoladora a la vez:
´Por lo cual exultáis, aunque ahora tengáis que entristeceros un poco en las diversas tentaciones, para que vuestra fe probada,
más preciosa que el oro que se corrompe, aunque acrisolado por el fuego´ (1 Ped 1, 6-7).
De la lectura de este texto se concluye ya que la verdad revelada sobre la ´predestinación´ del mundo creado y sobre todo el
hombre en Cristo (praedestinatio in Christo) constituye el fundamento principal e indispensable de las reflexiones que tratamos
de proponer sobre el tema de la relación entre la Providencia Divina y la realidad del mal y del sufrimiento presente bajo tantas
formas en la vida humana.
2. Constituye esto para muchos la dificultad principal para aceptar la verdad de la Providencia Divina. En algunos casos, esta
dificultad asume una forma radical, cuando incluso se acusa a Dios del mal y del sufrimiento presentes en el mundo llegando
hasta rechazar la verdad misma de Dios y de su existencia (esto es, hasta el ateísmo). De modo menos radical y sin embargo
inquietante, esta dificultad se expresa en tantos interrogantes críticos que el hombre plantea a Dios. La duda, la pregunta e
incluso la protesta nacen de la dificultad de conciliar entre sí la verdad de la Providencia Divina, de la paterna solicitud de Dios
hacia el mundo creado, y la realidad del mal y del sufrimiento experimentado en formas diversas por los hombres.
Podemos decir que la visión de la realidad del mal y del sufrimiento está presente con toda su plenitud en las páginas de la
Sagrada Escritura. Podemos afirmar que la Biblia es, ante todo, un gran libro sobre el sufrimiento: éste entra de lleno en el
ámbito de las cosas que Dios quiere decir a la humanidad ´muchas vecespor ministerio de los profetas últimamente nos habló por
su Hijo´ (Heb 1, 1): entra en el contexto de la autorrevelación de Dios y en el contexto del Evangelio; o sea, de la Buena Nueva
de la salvación. Por eso el único método adecuado para encontrar una respuesta al interrogante sobre el mal y el sufrimiento en el
mundo es buscar en el contexto de la revelación que nos ofrece la palabra de Dios.
3. Debemos antes que nada llegar a un acuerdo sobre el mal y el sufrimiento. Este es en sí mismo multiforme. Generalmente se
distinguen el mal en sentido físico del mal en sentido moral. El mal moral se distingue del físico sobre todo por comportar
culpabilidad, por depender de la libre voluntad del hombre y es siempre un mal de naturaleza espiritual. Se distingue del mal

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físico, porque este último no incluye necesariamente y de modo directo la voluntad del hombre, si bien esto no significa que no
pueda estar causado por el hombre y ser efecto de su culpa. El mal físico causado por el hombre, a veces sólo por ignorancia o
falta de cautela, a veces por descuido de las precauciones oportunas o incluso por acciones inoportunas o dañosas, presenta
muchas formas. Pero hay que añadir que existen en el mundo muchos casos de mal físico que suceden independientemente del
hombre. Baste recordar, p.e., los desastres o calamidades naturales, al igual que todas las formas de disminución física o de
enfermedades somáticas o psicológicas, de las que el hombre no es culpable.
4. El sufrimiento nace en el hombre de la experiencia de estas múltiples formas del mal. En cierto modo, el sufrimiento puede
darse también en los animales, en cuanto son seres dotados de sentidos y de relativa sensibilidad, pero en el hombre el
sufrimiento alcanza la dimensión propia de las facultades espirituales que posee. Puede decirse que en el hombre se interioriza el
sufrimiento, se hace consciente y se experimenta en toda la dimensión de su ser y de sus capacidades de acción y reacción, de
receptividad y rechazo; es una experiencia terrible, ante la cual, especialmente cuando es sin culpa, el hombre plantea aquellos
difíciles, atormentados y dramáticos interrogantes, que constituyen a veces una denuncia, otras un desafío, o un grito de rechazo
de Dios y de su Providencia. Son preguntas y problemas que se pueden resumir así: ¿cómo conciliar el mal y el sufrimiento con
la solicitud paterna, llena de amor, que Jesucristo atribuye a Dios en el Evangelio? ¿Cómo conciliarlas con la transcendente
sabiduría del Creador?. Y de una manera aún más dialéctica: ¿podemos de cara a toda la experiencia del mal que hay en el
mundo, especialmente de cara al sufrimiento de los inocentes, decir que Dios no quiere el mal?. Y si lo quiere, ¿cómo podemos
creer que ´Dios es amor´, y tanto más que este amor no puede no ser omnipotente?.
5. Ante estas preguntas, nosotros también como Job, sentimos qué difícil es dar una respuesta. La buscamos no en nosotros sino,
con humildad y confianza, en la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento encontramos ya la afirmación vibrante y
significativa: ´ pero la maldad no triunfa de la sabiduría. Se extiende poderosa del uno al otro extremo y lo gobierna todo con
suavidad´ (Sab 7, 30-8, 1). Frente a las multiformes experiencias del mal y del sufrimiento en el mundo, ya el Antiguo
Testamento testimoniaba el primado de la Sabiduría y de la bondad de Dios, de su Providencia Divina. Esta actitud se perfila y
desarrolla en el Libro de Job, que se dedica enteramente al tema del mal y del dolor vistos como una prueba a veces tremenda
para el justo, pero superada con la certeza, laboriosamente alcanzada, de que Dios es bueno. En este texto captamos la conciencia
del límite y de la caducidad de las cosas creadas, por la cual algunas formas del ´mal´ físico (debidas a falta o limitación de bien)
pertenecen a la propia estructura de los seres creados, que, por su misma naturaleza, son contingentes y pasajeros, y por tanto
corruptibles. Sabemos además que los seres materiales están en estrecha relación de interdependencia, según lo expresa el
antiguo axioma: ´La muerte de uno es la vida del otro´ (´corruptio unius est generatio alterius´). Así pues, en cierta medida,
también la muerte sirve a la vida. Esta ley concierne también al hombre como ser animal al mismo tiempo que espiritual, mortal
e inmortal. A este propósito, las palabras de San Pablo descubren, sin embargo, horizontes muy amplios: ´ mientras nuestro
hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día´ (2 Cor 4, 16). Y también: ´Pues por la
momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable´ (Ib. 17).
6. La afirmación de la Sagrada Escritura: ´la maldad no triunfa de la Sabiduría´ refuerza nuestra convicción de que, en el plano
providencial del Creador respecto del mundo, el mal en definitiva está subordinado al bien. Además, en el contexto de la verdad
integral sobre la Providencia Divina, nos ayuda a comprender mejor las dos afirmaciones: ´Dios no quiere el mal como tal´ y
´Dios permite el mal´. A propósito de la primera es oportuno recordar las palabras del Libro de la Sabiduría: ´ Dios no hizo la
muerte ni se goza en la pérdida de los vivientes. Pues El creó todas las cosas para la existencia´ (Sab 1, 13-14). En cuanto a la
permisión del mal en el orden físico, por ejemplo, de cara al hecho de que los seres materiales (entre ellos también el cuerpo
humano) sean corruptibles y sufran la muerte, es necesario decir que ello pertenece a la estructura de estas criaturas. Por otra
parte, sería difícilmente pensable, en el estado actual del mundo material, el ilimitado subsistir de todo ser corporal individual.
Podemos, pues, comprender que, si ´Dios no ha creado la muerte´, según afirma el Libro de la Sabiduría, sin embargo la permite
con miras al bien global del cosmos material.
7. Pero si se trata del mal moral, esto es, del pecado y de la culpa en sus diversas formas y consecuencias, incluso en el orden
físico, este mal decida y absolutamente Dios no lo quiere. El mal moral es radicalmente contrario a la voluntad de Dios. Si este
mal está presente en la historia del hombre y del mundo, y a veces de forma totalmente opresiva, si en cierto sentido tiene su
propia historia, esto sólo está permitido por la Divina Providencia, porque Dios quiere que en el mundo creado haya libertad. La
existencia de la libertad creada (y por consiguiente del hombre, e incluso la existencia de los espíritus puros como los ángeles, de
los que hablaremos en otra ocasión) es indispensable para aquella plenitud del bien que Dios quiere realizar en la creación, la
existencia de los seres libres es para El un valor más importante y fundamental que el hecho de que aquellos seres abusen de la
propia libertad contra el Creador y que, por eso, la libertad pueda llevar al mal moral.
Indudablemente es grande la luz que recibimos de la razón y de la revelación en relación con el misterio de la Divina Providencia
que, aun no queriendo el mal, lo tolera en vista de un bien mayor. La luz definitiva, sin embargo, sólo puede venir de la cruz
victoriosa de Cristo.

Jesús, respuesta al problema del mal (11.VI.86)


1. En la catequesis anterior afrontamos el interrogante del hombre de todas las épocas sobre la Providencia Divina, ante la
realidad del mal y del sufrimiento. La Palabra de Dios afirma de forma clara y perentoria que ´la maldad no triunfa contra la
sabiduría (de Dios)´(Sab 7, 30) y que Dios permite el mal en el mundo con fines más elevados, pero no quiere ese mal. Hoy
deseamos ponernos en actitud de escuchar a Jesucristo, quien en el contexto del misterio pascual, ofrece la respuesta plena y
completa a ese atormentador interrogante.
Reflexionemos antes de nada sobre el hecho que San Pablo anuncia: Cristo crucificado como ´poder y sabiduría de Dios´ (1 Cor

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1, 24) en quien se ofrece la salvación a los creyentes. Ciertamente el suyo es un poder admirable, pues se manifiesta en la
debilidad y el anonadamiento de la pasión y de la muerte en la cruz. Y es además una sabiduría excelsa, desconocida fuera de la
Revelación divina. En el plan eterno de Dios y en su acción providencial en la historia del hombre, todo mal, y de forma especial
el mal moral -el pecado- es sometido al bien de la redención y de la salvación precisamente mediante la cruz y la resurrección de
Cristo. Se puede afirmar que, en El, Dios saca bien del mal. Lo saca, en cierto sentido, del mismo mal que supone el pecado, que
fue causa del sufrimiento del Cordero inmaculado y de su terrible muerte en la cruz como victima inocente por los pecados del
mundo. La liturgia de la Iglesia no duda en hablar, en este sentido, de la ´felix culpa´ (Cfr. Exultet de la Liturgia de la Vigilia
Pascual).

2. Así pues, a la pregunta sobre, cómo conciliar el mal y el sufrimiento con la verdad de la Providencia Divina, no se puede
ofrecer una respuesta definitiva sin hacer referencia a Cristo. Efectivamente, por una parte, Cristo -el Verbo encarnado- confirma
con su propia vida -en la pobreza, la humillación y la fatiga- y especialmente con su pasión y muerte, que Dios está al lado del
hombre en su sufrimiento; más aún, que El mismo toma sobre Sí el sufrimiento multiforme de la existencia terrena del hombre.
Jesús revela al mismo tiempo que este sufrimiento posee un valor y un poder redentor y salvífico, que en él se prepara esa
herencia que no se corrompe, de la que habla San Pedro en su primera Carta: ´la herencia que está reservada para nosotros en los
cielos´ (1 Pe 1, 4). La verdad de la Providencia adquiere así mediante ´el poder y la sabiduría´ de la Cruz de Cristo su sentido
escatológico definitivo. La respuesta definitiva a la pregunta sobre la presencia del mal y del sufrimiento en la existencia terrena
del hombre la ofrece la Revelación divina en la perspectiva de la ´predestinación de Cristo´, es decir, en la perspectiva de la
vocación del hombre y la vida eterna, a la participación en la vida del mismo Dios. Esta es precisamente la respuesta que ha
ofrecido Cristo, confirmándola con su cruz y con su resurrección.
3. De este modo, todo, incluso el mal y el sufrimiento presente en el mundo creado, y especialmente en la historia del hombre, se
somete a esa sabiduría inescrutable, sobre la cual exclama San Pablo, como transfigurado: ´¡Oh profundidad de la riqueza, de la
sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios e insoldables sus caminos!´ (Rom 11, 33). En todo el
contexto salvífico, ella es de hecho la ´sabiduría contra la cual no puede triunfar la maldad´ (Sab 7, 30). Es una sabiduría llena de
amor, pues ´tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo´ (Jn 3, 16).
4. Precisamente de esta sabiduría, rica en amor compasivo hacia el hombre que sufre, tratan los escritos apostólicos para ayudar a
los fieles atribulados a reconocer el paso de la gracia de Dios. Así, San Pedro escribe a los cristianos de la primera generación:
´Exultad por ello, aunque ahora tengáis que entristeceros un poco, en las diversas tentaciones´ (1 Pe 1, 6). Y añade: ´para que
vuestra fe, probada, más preciosa que el oro, que se corrompe aunque acrisolado por el fuego, aparezca digna de alabanza, gloria
y honor en la revelación de Jesucristo´ (1 Pe 1, 7). Estas últimas palabras se refieren al Antiguo Testamento, y en especial al libro
del Eclesiástico, en el que leemos: ´Pues el oro se prueba en el fuego, y los hombres gratos a Dios, en el crisol de la humillación´
(Sir 2, 5). Pedro, tomando el mismo tema de la prueba, continúa en su Carta: ´Antes habéis de alegraros en la medida en que
participáis en los padecimientos de Cristo, para que en la revelación de su gloria exultéis su gozo´ (1 Pe. 4, 13).
5. De forma análoga se expresa el Apóstol Santiago cuando exhorta a los cristianos a afrontar las pruebas con alegría y paciencia:
´Tened, hermanos míos, por sumo gozo, veros rodeados de diversas tentaciones, considerando que la prueba de vuestra fe
engendra la paciencia. Más tenga obra perfecta la paciencia, para que seáis perfectos y cumplidos´ (Sant 1, 2-4). Por último, San
Pablo, en la Carta a los Romanos, compara los sufrimientos humanos y cósmicos con una especia de ´dolores de parto´ de toda la
creación, subrayando los ´gemidos´, de quienes poseen las ´primicias´ del Espíritu y esperan la plenitud de la adopción, es decir,
´la redención de nuestro cuerpo´ (Cfr. Rom 8, 22-23). Pero añade: ´Ahora bien, sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas
para el bien de los que le aman´ (Ib. 28), y más adelante, ´¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la
persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?´ (Ib. 35), concluyendo al fin: ´Porque estoy persuadido que ni muerte
ni vida ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios (manifestado) en Cristo Jesús, nuestro Señor´ (Ib. 38-39).
Junto a la paternidad de Dios, que se manifiesta mediante la Providencia Divina, aparece también la pedagogía de Dios: ´Sufrís
en orden a vuestra corrección (paideia, es decir educación). Como con hijos se porta Dios con vosotros; pues, ¿qué hijo hay a
quien su padre no le corrija (eduque)? Dios, mirando a nuestro provecho, nos corrige para hacernos participantes de su santidad´
(Heb 12, 7.10).
6. Así, pues, visto con los ojos de la fe, el sufrimiento, si bien puede presentarse como el aspecto más oscuro del destino del
hombre en la tierra, permite transparentar el misterio de la Divina Providencia, contenido en la revelación de Cristo, y de un
modo especial en la cruz y en su resurrección. Indudablemente, puede seguir ocurriendo que, planteándose los antiguos
interrogantes sobre el mal y sobre el sufrimiento en un mundo nuevo creado por Dios, el hombre no encuentre una respuesta
inmediata, sobre todo si no posee una fe viva en el misterio pascual de Jesucristo. Pero gradualmente y con la ayuda de la fe
alimentada por la oración se descubre el verdadero sentido del sufrimiento que cada cual experimenta en su propia vida. Se trata
de un descubrimiento que depende de la palabra de la divina revelación y de la ´palabra de la cruz´ (Cfr. 1 Cor 1, 18) de Cristo,
que es ´el poder y la sabiduría de Dios´ (Ib. 24). Como dice el Conc. Vaticano II: ´Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del
dolor y de la muerte que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta obscuridad´ (Gaudium et spes 22). Si descubrimos
mediante la fe este poder y esta ´sabiduría´, nos encontramos en las sendas salvadoras de la Divina Providencia. Se confirma
entonces el sentido de las palabras del Salmista: ´El Señor es mi Pastor Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque
Tú vas conmigo´ (Sal 22, 1.4). La Providencia se revela así como el caminar de Dios junto al hombre.
7. Concluyendo: la verdad sobre la Providencia, que está íntimamente unida al misterio de la creación, debe comprenderse de una
forma orgánica, en la verdad de la Providencia entran la revelación de la ´Predestinación´ (praedestinatio) del hombre y del
mundo en Cristo, la revelación de la entera economía de la salvación y su realización en la historia. La verdad de la Providencia
Divina se halla también estrechamente unida a la verdad del reino de Dios, y por esta razón tienen una importancia fundamental
las palabras pronunciadas por Cristo en su enseñanza sobre la Providencia: ´Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo

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eso se os dará por añadidura´. La verdad referente a la Divina Providencia, es decir, al gobierno transcendente de Dios sobre el
mundo creado se hace comprensible a la luz de la verdad sobre el reino de Dios, sobre ese reino que Dios proyectó desde siempre
realizar en el mundo creado gracias a la ´predestinación en Cristo´, que fue ´engendrado antes de toda criatura´ (Col 1, 15).

Providencia de Dios y dominio del mundo por el hombre (18.VI.86)


1. La verdad sobre la Divina Providencia aparece como el punto de convergencia de tantas verdades contenidas en la afirmación:
´Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra´. Por su riqueza y continua actualidad había de ocuparse de
esta verdad todo el magisterio del Concilio Vaticano II, que lo hizo de modo excelente. Efectivamente, en muchos documentos
conciliares encontramos una referencia apropiada a esta verdad de fe, que está presente de un modo particular en la Constitución
Gaudium et spes. Ponerlo de relieve significa hacer una recapitulación actual de las catequesis precedentes sobre la Divina
Providencia.
2. Como es sabido, la Constitución Gaudium et spes afronta el tema; La Iglesia y el mundo actual. Sin embargo, desde los
primeros párrafos se ve claramente que tratar este tema sobre la base del magisterio de la Iglesia no es posible sin remontarse a la
verdad revelada sobre la relación de Dios con el mundo, y en definitiva a la verdad de la Providencia Divina.
Leemos pues: ´El mundo que el Concilio tiene presente es el de todos los hombres; el mundo que los cristianos creen fundado y
conservado por el amor del Creador, mundo esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo crucificado y
resucitado, roto el poder del demonio, para que se transforma según el propósito divino y llegue a su consumación´ (Gaudium et
spes 2).
Esta ´descripción´ afecta a toda la doctrina de la Providencia, entendida bien como plan eterno de Dios en la creación, bien como
realización de este plan en la historia, bien como sentido salvífico y escatológico del universo, y especialmente del mundo
humano según la ´predestinación en Cristo´, centro y quicio de todas las cosas. En este sentido se toma con otros términos la
afirmación dogmática del Conc. Vaticano I: ´Todo lo que Dios ha creado lo conserva y lo dirige con su Providencia
´extendiéndose de un confín a otro con poder y gobernando con suavidad todas las cosas´. ´Todas las cosas están desnudas y
descubiertas ante sus ojos´ incluso las que existirán por libre iniciativa de las criaturas´ (Cons. Dei Filius). Más especificamente,
desde el punto de partida, la Gaudium et spes enfoca una cuestión relativa a nuestro tema e interesante para el hombre de hoy:
cómo se compaginan el ´crecimiento´ del reino de Dios y el desarrollo (evolución) del mundo. Sigamos ahora las grandes lineas
de tal exposición, puntualizando las afirmaciones principales.
3. En el mundo visible el protagonista del desarrollo histórico y cultural es el hombre. Creado a imagen y semejanza de Dios,
conservado por El en su ser y guiado con amor paterno en la tarea de ´dominar´ las demás criaturas, el hombre, en cierto sentido,
es, para sí mismo, ´providencia´. ´La actividad humana individual y colectiva o el conjunto ingente de esfuerzos realizados por el
hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de
Dios: creado el hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad, sometiendo así la
tierra y cuanto en ella se contiene y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero, reconociendo a Dios como Creador
de todo, de modo que con el sometimiento de todas las cosas al hombre sea admirable el nombre de Dios en el mundo´ (Gaudium
et spes 34).
Con anterioridad, el mismo documento conciliar había dicho: ´No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el
universo material y al considerarse no ya como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad humana. Por su
interioridad es, en efecto, superior al universo entero, a estas profundidades retorna cuando entra dentro de su corazón donde
Dios aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente bajo la mirada de Dios, decide su propio destino´ (Gaudium
et spes 14).
4. El desarrollo del mundo hacia órdenes económicos y culturales que responden cada vez más a las exigencias integrales del
hombre es una tarea que entra de lleno en la vocación del mismo hombre a dominar la tierra. Por eso también los éxitos reales de
la actual civilización científica y técnica, así como los de la cultura humanística y los de la ´sabiduría´ de todos los siglos, entran
en el ámbito de la ´providencia´ de la que el hombre participa por actuación del designio de Dios sobre el mundo. Bajo esta luz el
Concilio ve y reconoce el valor y la función de la cultura y del trabajo de nuestro tiempo. Efectivamente, en la Constitución
Gaudium et spes se describe la nueva condición cultural y social de la humanidad con sus notas distintivas y sus posibilidades de
avance tan rápido que suscita estupor y esperanza (Cfr. Gaudium et spes 53-54). El Concilio no duda en dar testimonio de los
admirables éxitos del hombre reconduciéndolos al marco del designio y mandato de Dios y uniéndose además con el Evangelio
de fraternidad predicado por Cristo: ´En efecto, el hombre, cuando con sus manos o ayudándose de los recursos técnicos cultiva
la tierra para que produzca frutos y llegue a ser una morada digna de toda la familia humana, y cuando conscientemente
interviene en la vida de los grupos sociales, sigue el plan mismo de Dios, manifestado a la humanidad al comienzo de los
tiempos: somete la tierra y perfecciona la creación al mismo tiempo que se perfecciona a sí mismo. Más aún, obedece al gran
mandamiento de Cristo de entregarse al servicio de sus hermanos´ (Gaudium et spes 57; cfr.63).
5. El Concilio no cierra tampoco los ojos a los enormes problemas concernientes al desarrollo del hombre de hoy, tanto en su
dimensión de persona como de comunidad. Sería una ilusión creer poderlos ignorar, como sería un error plantearnos de forma
impropia o insuficiente, pretendiendo absurdamente hacer menospreciar la referencia necesaria a la Providencia y a la voluntad
de Dios. Dice el Concilio: ´En nuestros días, el género humano, admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder,
se formula con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre el puesto y la misión del hombre
en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad´
(Gaudium et spes 3). Y explica: ´Como ocurre en casos de crecimiento repentino, esta transformación trae consigo no leves
dificultades. Así, mientras el hombre amplía extraordinariamente su poder, no siempre consigue someterlo a su servicio. Quiere

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conocer con profundidad creciente su intimidad espiritual, y con frecuencia se siente más incierto que nunca de sí mismo.
Descubre paulatinamente las leyes de la vida social y duda sobre la orientación que a ésta se debe dar´ (Gaudium et spes 4). El
Concilio habla expresamente de ´contradicciones y desequilibrios´ generados por una ´evolución rápida y realizada
desordenadamente´ en condiciones socioeconómicas, en las costumbres, en la cultura, como también en el pensamiento y en la
conciencia del hombre, en la familia, en las relaciones sociales, en las relaciones entre los grupos, las comunidades y las
naciones, con consiguientes ´desconfianzas y enemistades, conflictos y anarquías, de las que el mismo hombre es a la vez causa y
victima´ (Cfr. Gaudium et spes 8-10). Y finalmente el Concilio llega a la raíz cuando afirma: ´Los desequilibrios que fatigan al
hombre moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón del hombre´
(Gaudium et spes 10).
6. Ante esta situación del hombre en el mundo de hoy, aparece totalmente injustificada la mentalidad según la cual el ´dominio´
que él se atribuye es absoluto y radical, y puede realizarse en una total ausencia de referencia a la Divina Providencia. Es una
vana y peligrosa ilusión construir la propia vida y hacer del mundo el reino de la propia felicidad exclusivamente con las propias
fuerzas. Es la gran tentación en la que ha caído el hombre moderno, olvidando que las leyes de la naturaleza condicionan también
la civilización industrial y post-industrial (Cfr. Gaudium et spes 26-27). Pero es fácil ceder al deslumbramiento de una pretendida
autosuficiencia en el progresivo ´dominio´ de las fuerzas de la naturaleza, hasta olvidarse de Dios o ponerse en su lugar. Hoy esta
pretensión llega a algunos ambientes en forma de manipulación biológica, genética, psicológica que si no está regida por criterios
de la ley moral (y consiguientemente orientada al reino de Dios) puede convertirse en el predominio del hombre sobre el hombre,
con consecuencias trágicamente funestas. El Concilio, reconociendo al hombre de hoy su grandeza, pero también su limitación,
en la legítima autonomía de las cosas creadas (Cfr. Gaudium et spes 36), le ha recordado la verdad de la Divina Providencia que
viene al encuentro del hombre para asistirle y ayudarle. En esta relación con Dios Padre, Creador y Providente, el hombre puede
redescubrir continuamente el fundamento de su salvación.

Relaciones entre el Reino de Dios y el progreso del mundo (25.VI.86)


1. Como en la anterior catequesis, hoy también trataremos abundantemente de las reflexiones que el Concilio Vaticano II dedicó
al tema de la condición histórica del hombre de hoy, el cual por una parte es enviado por Dios a dominar y someter lo creado, y
por otra él mismo es sujeto, en cuanto criatura, de la amorosa presencia de Dios Padre, Creador y Providente.
El hombre, hoy más que en cualquier otro tiempo, es particularmente sensible a la grandeza y autonomía de su tarea de
investigador y dominador de las fuerzas de la naturaleza.
Sin embargo hay que hacer notar que existe un grave obstáculo en el desarrollo y en el progreso del mundo. Este está constituido
por el pecado y por la cerrazón que supone, es decir, por el mal moral. De esta situación da amplia cuenta la Constitución
conciliar Gaudium et spes.
Reflexiona pues el Concilio: ´Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio, en el propio
exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios´
(Gaudium et spes 13). Por eso, como consecuencia inevitable, ´el progreso humano, altamente beneficioso para el hombre,
también encierra sin embargo una gran tentación; pues los individuos y las colectividades, subvertida la jerarquía de los valores y
mezclado el bien con el mal, no miran más que a lo suyo, olvidando lo ajeno. Lo que hace que el mundo no sea ya ámbito de una
auténtica fraternidad, mientras el poder acrecido de la humanidad está amenazado con destruir al propio género humano´
(Gaudium et spes 37).
El hombre moderno es justamente consciente de su propio papel, pero ´si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad
creada es independiente de Dios, y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le
escape la falsedad de estas palabras. La criatura sin el Creador se esfuma Más aún, por el olvido de Dios, la propia criatura queda
oscurecida´ (Gaudium et spes 36).
2. Recordemos primero un texto que nos hace captar la ´otra dimensión´ de la evolución histórica del mundo, a la que se refiere
siempre el Concilio. Dice la Constitución: ´El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y
renueva la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolución´ (Gaudium et spes 26). Superar el mal es al mismo tiempo querer el
progreso moral del hombre, por el que su dignidad queda salvaguardada, y dar una respuesta a las exigencias esenciales de un
mundo ´más humano´. En esta perspectiva, el reino de Dios que se va desarrollando en la historia, encuentra en cierto modo su
´materia´ y los signos de su presencia eficaz.
El Concilio Vaticano II ha puesto el acento con mucha claridad en el significado ético de la evolución, mostrando cómo el ideal
ético de un mundo ´más humano´ es compatible con la enseñanza del Evangelio. Y aun distinguiendo con precisión el desarrollo
del mundo de la historia de la salvación, intenta al mismo tiempo poner de relieve en toda su plenitud los lazos que existen entre
ellos: ´Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el
primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios. Pues los
bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad, en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de
nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a
encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre ´el reino eterno y universal´;
reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, amor y paz. El reino está ya misteriosamente en nuestra
tierra; cuando venga el Señor, se consumará la perfección´ (Gaudium et spes 39).
3. El Concilio afirma el convencimiento de los creyentes cuando proclama que ´la Iglesia reconoce cuanto de bueno se haya en el
actual dinamismo social: sobre todo la evolución hacia la unidad, el proceso de una sana socialización y una solidaridad civil y
económica. La promoción de la unidad concuerda con la misión íntima de la Iglesia, ya que ella es ´en Cristo como sacramento o

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señal e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano´ Pues las energías que la Iglesia puede
comunicar a la actual sociedad humana radican en esa fe y en esa caridad, aplicadas a la vida práctica. No radican en el mero
dominio exterior ejercido con medios puramente humanos´ (Gaudium et spes 42). Por este motivo se crea un profundo lazo y
finalmente una elemental identidad entre los principales sectores de la historia y de la evolución del ´mundo´ y la historia de la
salvación. El plan de la salvación hunde sus raíces en las aspiraciones más reales y en las finalidades de los hombres y de la
humanidad. También la redención está continuamente dirigida al hombre y hacia la humanidad ´en el mundo´. Y la Iglesia se
encuentra siempre con el ´mundo´ en el ámbito de las aspiraciones y finalidades del hombre-humanidad. De igual modo la
historia de la salvación transcurre en el cauce de la historia del mundo, considerándolo en cierto modo como propio. Y viceversa:
las verdaderas conquistas del hombre y de la humanidad, auténticas victorias en la historia del mundo, son también ´el substrato´
del reino de Dios en la tierra´ (K.Wojtyla, Alle fonti del rinovamento).
4. Leemos a este propósito en la Constitución Gaudium et spes: ´la actividad humana, así como procede del hombre, así también
se ordena al hombre Tal superación rectamente entendida es más importante que las riquezas exteriores que puedan acumularse.
El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Así mismo, cuanto llevan a cabo los hombres para lograr más justicia,
mayor fraternidad y un planteamiento más humano en los problemas sociales, vale más que los progresos técnicos Por tanto, esta
es la norma de la actividad humana: que, de acuerdo con los designios y voluntad divinos, se conforme al auténtico bien del
género humano y permita al hombre, como individuo y miembro de la sociedad cultivar y realizar integramente su plena
vocación´ (Gaudium et spes 35; cfr. también 59). Así continúa el mismo documento : ´El orden social hay que desarrollarlo a
diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor; pero debe encontrar en la libertad un equilibrio
cada día más humano. Para cumplir todos estos objetivos, hay que proceder a una renovación de los espíritus y a profundas
reformas de la sociedad. El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la
tierra, no es ajeno a esta evolución´ (Gaudium et spes 26).
5. La adecuación a la guía y a la acción del Espíritu Santo en el desarrollo de la historia acontece mediante la llamada continua y
la respuesta coherente y fiel a la voz de la conciencia: ´La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres
para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales, que se presentan al individuo y a la sociedad.
Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse
del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad´ (Gaudium et spes 16).
El Concilio recuerda con realismo la presencia en la efectiva condición humana del obstáculo más radical al verdadero progreso
del hombre y de la humanidad: el mal moral, el pecado, como consecuencia del cual ´el hombre se encuentra íntimamente
dividido. Por eso, toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y
el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota incapaz de dominar con eficacia por sí solo los ataques del mal,
hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas´ (Gaudium et spes 13). La del hombre es una ´lucha que comenzó al
principio del mundo y durará, como dice el Señor (Cfr. Mt 24, 13; 13, 24-30, 36-43), hasta el último día. Metido en esta batalla,
el hombre ha de combatir sin parar para adherirse al bien, y no puede conseguir su unidad interior sino a precio de grandes
fatigas, con la ayuda de la gracia de Dios´ (Gaudium et spes 37).
6. Como conclusión podemos decir que, si el crecimiento del reino de Dios no se identifica con la evolución del mundo, sin
embargo es verdad que el reino de Dios está en el mundo y antes que nada en el hombre, que vive y trabaja en el mundo. El
cristiano sabe que con su compromiso a favor del progreso de la historia y con la ayuda de la gracia de Dios coopera al
crecimiento del reino, hasta el cumplimiento histórico y escatológico del designio de la Divina Providencia.

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