Artículo de Divulgación
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Artículo de Divulgación
Joel Atoche
En el momento que Jesús nació, la nación de Israel estaba bajo el dominio romano,
había muchas cosas acerca del dominio romano que oprimían a Israel. Un aspecto de la
opresión de Roma era el sistema aplastante de impuestos que ejercían. Este sistema (cruel,
constante y sistemático) no solo agravaba a las personas sino también las actividades
propias de los pueblos oprimidos.
Roma había extraído impuestos de manera muy fuerte de las naciones que había
conquistado. Básicamente dos impuestos eran recaudados: uno era un tipo de impuesto que
en esencia se comparaba al impuesto por los ingresos que se percibía, y el otro impuesto era
por el suelo, o sea por la propiedad o tierra. La forma en que esto funcionaba es interesante,
los senadores romanos quienes eran muy ricos en la ciudad de Roma, junto con los
magistrados predominantes, tenían la oportunidad de comprar mediante una subasta pública
los ingresos de cierto país a un precio fijo, y después quedarse con esos ingresos durante
cinco años.
Efectivamente, era una especie de coalición de senadores ricos romanos que
compraba el derecho del gobierno para recaudar los impuestos durante un período de cinco
años. Bajo esta modalidad, podían extraer tanto como podían. Quienes se encargaban de
todo esto eran llamados los publicanos, y ellos contrataban esclavos o personas en la nación
de la cual habían recibido el permiso para recaudar dichos impuestos.
Contrataban esas personas, para que, de hecho, ellos fueran los recaudadores de
impuestos. Entonces, lo que usted tiene aquí es que estas personas trabajaban para recaudar
impuestos, para darles a los senadores ricos que han comprado por parte del gobierno
romano, el derecho de recaudar todo el dinero que podían extraer de esas personas. Las
otras personas que los recaudaban eran lo que el Nuevo Testamento ha llamado
publicanos o recaudadores de impuestos.
También existían otros tributos menores, como la portaria, un primitivo arancel
aduanero pagado por el paso de mercancías por las puertas de las ciudades, o la “vicesima
libertatis,” la liberación de esclavos. De esa forma, las arcas del gobierno romano se nutrían
y se enriquecía, principalmente de ingresos confiscados a otros pueblos.
El evangelio de Mateo registra dos instancias diferentes que describen la perspectiva
de Jesús en cuanto al pago de impuestos. El primer incidente se encuentra en Mt. 17:24-27,
en dónde los recaudadores del impuesto del templo le preguntan a Pedro si Jesús paga ese
impuesto. Jesús, conociendo la conversación, le pregunta a Pedro “?Qué te parece Simón? ?
De quiénes cobran tributos o impuestos los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?
Pedro le responde: de los extraños. Jesús le responde: Entonces los hijos están exentos.
Sin embargo, para que no los escandalicemos, ve al mar, echa el anzuelo, y toma el
primer pez que salga; y cuando le abras la boca hallarás un estáter (moneda de plata)
tómalo y dáselo por ti y por mí. Elena de White, en relación a este incidente comenta:
“Jesús al proveer para el pago del tributo, dio evidencia de su carácter divino. Quedó de
manifiesto que Él era uno con Dios, y por lo tanto no se hallaba bajo tributo como mero
súbdito del Rey.”
El segundo incidente es concerniente al impuesto romano y se encuentra en Mt
22:15-22, aquí los fariseos y los herodianos quieren ponerle una trampa a Jesús y le
preguntan, ¿Es lícito pagar impuesto al Cesar, o no? Jesús conoce la malicia de sus
corazones y les responde con una pregunta cortante: “¿Por qué me ponéis a prueba,
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hipócritas? Mostradme la moneda que se usa para pagar ese impuesto.” Cuando
ellos le traen un denario, Él les pregunta: “¿De quién es esta imagen y esta
inscripción?” Y ellos le dijeron: “Del César”. Jesús termina la conversación
diciendo, “Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
Aunque no toda actividad gubernamental cumpla con los propósitos de Dios, Jesús
no nos llama a que incumplamos las exigencias de las naciones en donde vivimos (ver: Ro
13:1-10; 1 Ts 4:11-12). En resumen, Jesús está diciendo que no necesariamente tenemos
que negarnos a pagar impuestos como cuestión de principio. Cuando sea posible, debemos
vivir “en paz con todos” (Ro 12:18; Heb 12:14); comparar con (1 P 2:12), mientras que
también vivimos como una luz que brilla en la oscuridad (Mt 5:13-16; Fil 2:15). Tener un
empleo y negarse a pagar los impuestos de forma que le traiga deshonra al reino de Dios,
no sería ni pacífico ni beneficioso para la causa de Dios.
Muchos son los gobiernos que tienen leyes y prácticas que están en contra los
propósitos y la ética cristiana, como ocurría en la Roma del primer siglo. Los gobiernos o
sus empleados pueden exigir sobornos, imponer normas y regulaciones poco éticas, como
también someter a las personas al sufrimiento y la injusticia, y usar los impuestos con
propósitos contrarios a la voluntad de Dios. Como con los impuestos, Jesús no demanda
que opongamos resistencia absolutamente a todos estos abusos.
Finalmente, debemos actuar estratégicamente, siempre preguntándonos qué
favorecerá más el establecimiento del reino de Dios en la tierra. Sin embargo, es claro que
nunca debemos participar en prácticas abusivas para nuestro propio beneficio. (Este tema
también se discute en el evangelio de Lucas 19:1–10; 20:20–26). No olvidemos que nuestra
ciudadanía está en el reino de Dios.
BIBLIOGRAFÍA: