Injurias y Calumnias

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INJURIAS Y CALUMNIAS

1. Consideraciones generales
El honor es uno de los bienes jurídicos más sutiles y más difíciles de aprehender desde
el punto de vista jurídico-penal. Ello se debe, sobre todo, a su relativización. La existencia de
un ataque al honor depende de los más diversos imponderables, de la sensibilidad, del grado
de formación, de la situación tanto del sujeto pasivo como del activo, y también de las
relaciones recíprocas entre ambos, así como de las circunstancias de hecho.

Aunque son muchas las formas de aparición del honor, todas ellas pueden reconducirse
a un concepto objetivo unitario: la fama o reputación social. Esta fama o reputación social
está socialmente condicionada y se configura de un modo tanto más claro cuanto más cerrado
sea el grupo social al que la persona pertenece. La persona se integra en diversos estratos
sociales: es miembro de la Humanidad, de la cultura occidental, de una nación, de una
religión, de una clase profesional, laboral, etc. Dentro de cada esfera es portadora de
determinadas misiones, destinataria de concretas expectativas y pretensiones.

En este sentido objetivo, el honor no es otra cosa que la suma de aquellas cualidades
que se atribuyen a la persona y que son necesarias para el cumplimiento de los roles
específicos que se le encomiendan. El concepto de honor viene dado, por tanto, por el juicio
que de una persona tienen las demás. Pero también existe un honor en sentido subjetivo: la
conciencia y el sentimiento que tiene la persona de su propia valía y prestigio, es decir, la
propia estimación. Este aspecto subjetivo se deriva, sin embargo, del objetivo.

De la situación objetiva se deriva una pretensión a esa reputación. De la situación en el


ámbito social nace la reputación, aunque luego el honor se subjetivice en un sentimiento. La
expectativa ajena se convierte así en una expectativa propia, que me da derecho a esperar de
los demás lo que los demás me atribuyen. También este segundo aspecto del honor es
importante, sobre todo en los casos en los que no coincide con el concepto social.

Dos son, pues, los elementos que determinan el concepto de honor: objetivamente, la
fama o reputación social; subjetivamente, la propia estimación. Ambos ingredientes son
tenidos en cuenta en el art. 208 como determinantes del concepto de injuria que se da en
dicho precepto. Pero junto a estos dos ingredientes fundamentales en la delimitación del
concepto de honor, este concepto se potencia hoy en día al equipararse con el de dignidad
humana, entendiéndose como un derecho fundamental que se reconoce a toda persona por el
hecho de serlo, independientemente de su edad, sexo, nacionalidad, religión, profesión, etc.

La CE refleja este carácter de derecho fundamental del honor en su art. 18.1 («Se
garantiza el derecho al honor»), en un plano de igualdad con el derecho a la intimidad
personal y familiar y a la propia imagen que muchas veces se confunde con él. E igualmente
el art. 208 del CP define la injuria como lesión de la dignidad de la persona. Sin embargo, el
honor, aunque se considere como una emanación de la dignidad humana, tiene un aspecto
dinámico y social que lo relativiza en función de las circunstancias y las diferentes
posiciones y situaciones del individuo.
2. Consideraciones sistemáticas
Los delitos contra el honor se recogen en el CP en el Título XI del Libro II. Sin
embargo, no todos los delitos que se dirigen contra el honor tienen acogida en este Título.
Los ataques al honor de personas revestidas de especiales privilegios son recogidos en otros
lugares (art. 490.3: Rey o Reina y allegados; art. 496: Cortes Generales; art. 504: Altos
Órganos de la Nación; etc.), lo que plantea algunas cuestiones específicas que se estudiarán
en su momento. Por otro lado, la previsión expresa en los artículos citados de delitos de
injuria y calumnia referidas a órganos e instituciones públicas plantea la cuestión de si la
protección penal del honor se extiende, en general, más allá de la persona física individual,
abarcando también a personas jurídicas y colectivos sin personalidad.

También civilmente está protegido el honor como un valor de la personalidad,


considerándose, ya desde principios de siglo, indemnizables los ataques dirigidos contra él en
base al art. 1902 del Código civil y así se ha sostenido por la jurisprudencia civil desde la
STS de 6 de diciembre de 1912. Actualmente, la protección civil del honor se regula en la
LO 1/1982, de 5 de mayo, de Protección Civil del Derecho al Honor, a la Intimidad Personal
y Familiar y a la Propia Imagen, que permite ir directamente a la vía civil,
independientemente de la acción penal por delito.
Volviendo al Título XI, dos son los delitos que en él se recogen: la calumnia y la
injuria. Debemos empezar por estudiar la injuria, ya que es el tipo básico de estas
infracciones, mientras que la calumnia no es más que un supuesto específico de la injuria. La
distinción entre uno y otro delito se hace en función del contenido de la actitud deshonrosa:
sólo es calumnia la imputación falsa de un delito.
3. INJURIA
Dice el primer párrafo del art. 208: «Es injuria la acción o expresión que lesionan la
dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación.»

Tipo objetivo
Como ya se ha dicho en la introducción a este capítulo, el concepto de honor se
caracteriza por constituir una parte fundamental de la dignidad humana que se basa en la
fama y en la propia estimación, conceptos eminentemente relativos que dan una gran
indeterminación al concepto mismo de honor. Justamente por eso, la lesión de la dignidad y
de los ingredientes que la sustentan admite muchas graduaciones y matizaciones, que inciden
en la determinación de lo que debe entenderse por injuria.

La acción constitutiva de injuria es normalmente una «expresión», consistente tanto en


imputar hechos como en formular juicios de valor, que puede realizarse tanto verbalmente
como por escrito, o de un modo simbólico por «caricaturas», «emblemas», etc. Pero también
caben otras formas de lesión de la dignidad: por ejemplo, una actitud omisiva puede
considerarse injuriosa en determinadas circunstancias: el omitir saludar; el no estar de
manera conveniente, etc.; igualmente puede ser injurioso un gesto procaz o descortés. En
realidad, lo importante será siempre que se infrinja un deber de comportarse aceptado por la
comunidad y que ello se considere objetivamente como injurioso. En estos casos debe
tenerse también en cuenta la adecuación social, restringiendo el tipo del delito de injuria a
aquellos supuestos que exceden en mucho de lo tolerable socialmente en cada momento
histórico.

La acción (también omisión) o expresión ha de tener, por tanto, un significado


objetivamente ofensivo, es decir, ha de considerarse socialmente que menoscaba la fama o
atenta contra la propia estimación del injuriado. Pero este significado ofensivo depende de
las más variadas circunstancias. Expresiones que antiguamente se consideraban altamente
ofensivas son hoy totalmente inocuas. El significado de las palabras está condicionado
incluso geográficamente. También depende de la posición social de los sujetos, etc.

Sujeto pasivo de la injuria pueden ser tanto personas físicas como jurídicas. Los
colectivos sin personalidad, por el contrario, no pueden ser sujetos pasivos de este delito. En
relación a las injurias contra personas fallecidas, sólo es aplicable el delito de injurias en la
medida en que resulte afectado el honor de personas vivas. En cualquier caso, según el
párrafo segundo del art. 208, en la redacción que le dio la LO 1/2015, de 30 de marzo:
«Solamente serán constitutivas de delito las injurias que, por su naturaleza, efectos y
circunstancias, sean tenidas en el concepto público por graves, sin perjuicio de lo dispuesto
en el apartado 4 del artículo 173». La excepción contenida en el art. 173.4 se refiere a los
casos de injuria leve, que sólo es típica cuando sea proferida en el ámbito de la violencia de
género, doméstica o asistencial.
El concepto de «gravedad», del que depende la conceptuación de la injuria como delito
del art. 208, se determina en función de lo que «en el concepto público» se tenga por tal. En
este sentido, se ha considerado siempre grave la imputación de un vicio o falta de moralidad
cuyas consecuencias puedan perjudicar considerablemente la fama, crédito o interés del
agraviado (borracho, prostituta, drogadicto, etc.). No obstante, las imputaciones de algunas
conductas que tradicionalmente se han considerado ofensivas, como decir de alguien que es
homosexual, puede que en un determinado contexto carezcan hoy de esa connotación
negativa en su valoración social. Evidentemente no sería injurioso decirle hoy homosexual a
alguien que incluso está casado o convive en relación análoga al matrimonio con otra
persona de su mismo sexo; sin embargo, tanto en este caso, como en relación con cualquier
persona, independientemente de su estado civil, la expresión «maricón» y similares son
incluso actualmente consideradas como un insulto y no puede ignorarse el contenido
peyorativo que tienen en un determinado contexto. Por otro lado, incluso expresiones
aparentemente inocuas pueden ser consideradas como ofensivas cuando por su naturaleza,
ocasión o efectos, racionalmente merezcan la calificación de graves, atendidos el estado,
dignidad y circunstancias del ofendido y del ofensor.

En realidad, como ya hemos advertido antes se trata de un criterio eminentemente


circunstancial y es, en definitiva, el tribunal o juez quien, atendiendo a las circunstancias
concurrentes en el hecho, estimará la gravedad de las injurias. En casos de manifestaciones
colectivas de carácter deportivo o político se suelen proferir expresiones injuriosas e incluso
amenazas contra el árbitro o los jugadores, o contra personajes políticos. Estas expresiones
tienen más bien un carácter simbólico por lo que los aludidos por dichas expresiones
representan y no por lo que son individualmente.

Tipo subjetivo
Es necesario que se tenga conciencia del carácter injurioso de la acción o expresión y
voluntad, pese a ello, de realizarla. Esta voluntad se puede entender como una intención
específica de injuriar, el llamado «animus iniuriandi». No basta, pues, con que la expresión
sea objetivamente injuriosa y el sujeto lo sepa, sino que se requiere un ánimo especial de
injuriar. Esta intención específica es un elemento subjetivo del injusto distinto del dolo y que
trasciende a él. Su exigencia se desprende de la propia naturaleza del delito. En el fondo, la
injuria no es más que una incitación al rechazo social de una persona, o un desprecio o
vejación de la misma, lo que sólo puede realizarse intencionalmente. Así, acciones
objetivamente injuriosas, pero realizadas sin ánimo de injuriar, sino de bromear, criticar,
narrar, etc., no son delitos de injurias. Este elemento subjetivo se deduce a veces del propio
contexto, pero otras veces puede quedar confundido o solaparse con otros propósitos o
ánimos (informativo, de crítica, etc.), que dificultan la prueba del mismo.

Actualmente la doctrina y la jurisprudencia tienden a solucionar este problema no a


través de la exigencia de un elemento subjetivo del injusto, sino por la vía de la causa de
justificación de ejercicio legítimo del derecho a la libertad de expresión o información, lo que
supone que en la práctica el problema de la concurrencia del ánimo específico de injuriar se
desplaza a otra categoría del delito, pero no que se prescinda de él.
Sin embargo, respecto a la imputación de hechos, según el apartado 3 del art. 208
puede ser suficiente con que el sujeto actúe con «temerario desprecio hacia la verdad». Se
trata de un dolo eventual respecto a la falsedad de lo afirmado que creo que para ser típico
debe ir también acompañado de un «animus iniuriandi». El problema que se plantea aquí es
deslindar la imputación de un hecho del «juicio de valor». Afirmar que una persona se dedica
a la prostitución es una imputación de un hecho, que requeriría para ser injuria conciencia de
la falsedad de la imputación o temerario desprecio hacia la verdad. Llamarle prostituta puede
ser injuria en la medida en que se considere un juicio negativo de valor que no requiere
ninguna prueba, ni conciencia de inveracidad o falsedad de lo afirmado. Las diferencias son,
sin embargo, sutiles y difíciles de marcar. ¿Dónde están las diferencias entre acusar a alguien
de haber dilapidado el dinero que se le ha confiado o acusarlo de ser un mal administrador,
entre una afirmación de hecho y una mera opinión sobre determinados actos? Precisamente,
como veremos infra («exceptio veritatis»), sólo en relación con la imputación de un hecho
puede admitirse que la veracidad de lo afirmado destipifique la injuria.

Resulta llamativo el que este precepto hable de temerario desprecio hacia la verdad en
un delito en el que, salvo escasas excepciones, no cabe en juicio entrar a dilucidar si el hecho
deshonroso imputado es verdadero o falso. Quizá la solución se encuentre en interpretar, en
línea con la doctrina del TEDH, que la libertad de expresión sólo abarca las imputaciones de
hechos que tengan una base fáctica, una coincidencia con el referente externo, castigándose
entonces como injurias las imputaciones de hechos deshonrosos absolutamente infundadas
que se realicen con total indiferencia hacia su verdad o falsedad (si una imputación carece de
suficiente base fáctica, excede del ámbito de la libertad de expresión). Si, por el contrario, la
imputación del hecho es veraz, no será posible castigar por injurias, sea o no verdad lo
imputado (salvo que se acompañe de juicios de valor plasmados en expresiones gravemente
ofensivas e innecesarias para expresar las opiniones o informaciones de que se trate, pues
ello excedería del ámbito de la libertad de expresión).
Causas de justificación
Especial interés tiene el consentimiento. La posibilidad de disponer el individuo de su
propio honor se deduce del hecho de que el honor subjetivo también es objeto de protección.
Pero si se renuncia a ese sentimiento voluntariamente y se consienten ataques contra él, más
que una causa de justificación lo que habría sería una causa de exclusión de la tipicidad, por
faltar el atentado contra la «propia estimación». Esto es confirmado por el propio carácter de
la injuria como delito perseguible a instancia de parte. Más discutida resulta la posibilidad de
legítima defensa contra los ataques al honor. En principio no hay dificultad para admitirlo,
siempre que se den los requisitos de esta causa de justificación.

No está justificada, sin embargo, la retorsión, es decir, el injuriar el ofendido, a su vez,


al que le injurió antes. En algunos casos es posible que la acción típica quede justificada por
el ejercicio de un derecho o el cumplimiento de un deber, así, por ejemplo, el testigo que en
un juicio informa sobre la conducta del procesado. De todas formas en la mayoría de estos
casos faltaría ya el animus iniuriandi.

Lo mismo sucede cuando se trata de defender intereses colectivos legítimos, de


información a la opinión pública de datos personales, ineptitud profesional, comportamientos
incorrectos de personajes públicos, políticos, artistas, etc., siempre que ello esté dentro de los
límites del ejercicio del derecho de expresión, crítica e información o similares reconocidos
en el art. 20 de la Constitución.

En esta línea, resulta necesario dejar un amplio margen a la libertad de expresión


política, satírica, artística, a la crítica política y al humor, pues un exceso de intervención
penal en esta materia puede producir el llamado «efecto desaliento» («chilling effect»), o
autocensura de quienes ejercen su libertad de expresión (sobre este efecto disuasorio, se
condena a España por considerar que la aplicación del delito de injurias graves por la
publicación de una carta abierta en un periódico local denunciando la conducta de una jueza
en un procedimiento, viola el derecho a la libertad de expresión).

La jurisprudencia en esta materia ha ido evolucionando desde una protección absoluta


del derecho al honor frente a la libertad de expresión, a una postura más flexible y más
conciliadora entre ambos derechos, sobre todo desde que en la nueva etapa democrática se
consolida la libertad de expresión, información y crítica como uno de los derechos
democráticos fundamentales. La evolución se ha producido, sobre todo, y como es lógico, en
el ámbito de la información y crítica de los personajes públicos y políticos, restringiendo en
estos casos el ámbito de protección del honor de estas personas. La restricción de la antigua
protección omnicomprensiva del honor por la vía penal se ha producido, aparte de por los
estrechos cauces que permite la exceptio veritatis legalmente regulada, bien por la negación
del animus iniuriandi , bien por la apreciación del ejercicio legítimo de un derecho.

No obstante, actualmente parece haberse iniciado una regresión en la protección de la


libertad de expresión, aunque no tanto en relación con los delitos contra el honor del Título
XI, como respecto de otros, como el delito de apología del terrorismo, los delitos contra los
sentimientos religiosos o el delito de ultrajes a España.
Tentativa
Para su consumación, la injuria tiene que llegar a conocimiento del injuriado; cabe, por
tanto, la tentativa, sobre todo en las injurias por escrito. Si se considera, por el contrario, que
no hace falta ese conocimiento, el delito se consuma con la mera exteriorización de la injuria,
siendo suficiente con que haya llegado a oídos de los demás, aunque todavía no lo sepa el
injuriado. Creo preferible la primera opinión. El delito se consuma, en principio, cuando la
injuria llega a ser conocida por el injuriado. Pero debe tenerse en cuenta que, aunque
teóricamente quepa la tentativa, en la práctica la persecución del delito supone que el
ofendido ha tenido conocimiento de la acción injuriosa, porque como regla general es un
delito perseguible a instancia de parte.
Sin embargo, la «circunstancialidad» del delito de injuria se refleja también a la hora
de determinar el momento consumativo. El Tribunal Supremo entiende que cuando las
injurias son vertidas en cartas, se consuman cuando la carta llega a poder del destinatario; en
el caso de injurias en folletos, impresos, periódicos, etc., la consumación se realiza con la
publicación y no con la mera impresión; y en orden a las injurias proferidas ante tercero
distinto del injuriado, el Tribunal Supremo sostiene que se consuma el delito cuando las
acciones injuriosas son dadas a conocer a cualquier receptor que pueda transmitirlas al
injuriado. La cuestión tiene trascendencia práctica en orden a la prescripción del delito.

Circunstancias modificativas
Muchas veces las injurias son proferidas en el calor de una disputa, por lo que es
posible aplicar alguna circunstancia atenuante como la de arrebato u obcecación (art. 21.3ª) y
también puede funcionar como tal la retorsión, a la que antes hemos negado el carácter de
causa de justificación.

Penalidad
La pena de las injurias graves varía según sean cometidas con publicidad (multa de
seis a catorce meses) o no (multa de tres a siete meses) (art. 209). Por publicidad debe
entenderse la realización de la injuria por medio de papeles impresos, litografiados o
grabados, por carteles o pasquines fijados en los sitios públicos, o por papeles manuscritos
comunicados, leídos o emitidos ante un concurso de personas, o por discursos o gritos en
reuniones públicas, o por radio, televisión, internet, etc. (art. 211).
La exceptio veritatis
Según el art. 210, el acusado de injuria quedará exento de responsabilidad probando la
verdad de las imputaciones cuando éstas se dirijan contra funcionarios públicos sobre hechos
concernientes al ejercicio de sus cargos o referidos a la comisión de infracciones
administrativas.

En un Estado democrático, que reconoce la importancia de la libertad de expresión,


información y crítica (art. 20 CE), parece obvio que la imputación que, en principio, puede
considerarse objetivamente injuriosa, quede exenta de pena cuando se trata de salvaguardar
intereses legítimos colectivos, como el informar a la opinión pública sobre comportamientos
de personas que ejercen cargos políticos, desempeñan funciones públicas, etc., y que por eso
están más expuestas al ejercicio de la crítica y al juicio valorativo de sus actividades. A la
vista de la regulación vigente de la exceptio veritatis, habrá que resolver el conflicto a través
del ejercicio legítimo de los derechos a la libertad de expresión e información reconocidos en
el art. 20.1 de la Constitución.

Sobre la exceptio veritatis en las injurias a las Cortes Generales y a altas Instituciones
del Estado, que es realmente donde se han planteado más problemas durante la transición
democrática, los arts. 496 y 504 la admiten expresamente, no así respecto a las injurias al
Rey o Reina y allegados, diferencia de trato que no se explica muy bien desde el punto de
vista del Estado democrático de Derecho..
4. CALUMNIA
Dice el art. 205: «Es calumnia la imputación de un delito hecha con conocimiento de
su falsedad o temerario desprecio hacia la verdad.»
En realidad, la calumnia no es más que un supuesto agravado de la injuria, pero su
naturaleza la emparenta más con los delitos contra la Administración de Justicia que con las
infracciones contra el honor. Su parentesco morfológico con la acusación y denuncia falsas
es evidente. La plena relevancia en la calumnia de la exceptio veritatis (art. 207) prueba lo
aquí afirmado. Sin embargo, ya que el legislador la incluye entre los delitos contra el honor, y
puesto que existe el delito de acusación y denuncia falsas como delito contra la
Administración de Justicia, conviene ocuparse en este lugar de la calumnia.

Tipo objetivo
La acción consiste en imputar falsamente un delito a otra persona. Por delito hay que
entender cualquier hecho subsumible en un tipo legal de injusto; es indiferente la calificación
que el sujeto dé a los hechos que imputa (robo en lugar de hurto, etc.) o el grado de ejecución
o participación criminal que afirme.

La imputación ha de ser falsa. Si no lo es y el acusado prueba el hecho criminal


imputado, quedará exento de pena (art. 207), ya que el hecho no es típico (relevancia de la
exceptio veritatis); aunque pudiera castigarse por injurias. Esto no quiere decir que todo el
que denuncie un delito esté obligado a probarlo, hasta el punto de que, si no lo hace, incurre
en calumnia, pues, como dice la STS 192/2001, de 14 de febrero, basta con que el sujeto crea
en la veracidad de lo que imputa y que no actúe «con temerario desprecio a la verdad». La
imputación ha de ser de hechos concretos y ha de recaer sobre persona determinada o
determinable.

Sujeto pasivo de la calumnia puede ser tanto la persona física como (admitida desde la
LO 5/2010, de 22 de junio, la responsabilidad penal de estos entes) la persona jurídica, en
relación a los delitos de los que puede ser responsable. Los colectivos sin personalidad, por el
contrario, no pueden ser sujetos pasivos de este delito.

Al igual que en la injuria, el CP distingue a efectos de pena entre las calumnias que se
propagaren con publicidad (pena de prisión de seis meses a dos años o multa de doce a 24
meses) y las que no (multa de seis a 12 meses) (art. 206). Sobre el concepto de publicidad
véase art. 211.
Tipo subjetivo
Para afirmar la presencia de dolo es preciso que el sujeto tenga conocimiento de la
falsedad de lo que imputa o que la imputación, objetivamente falsa, se haga con «temerario
desprecio a la verdad». Igual que decíamos respecto a la injuria grave consistente en la
imputación de hechos, este «temerario desprecio a la verdad» debe considerarse como un
dolo eventual.

Es discutible si también en la calumnia se exige una especial intención, además del


dolo (directo o eventual). La solución creo que radica en la propia naturaleza del delito, pues
si se considera la calumnia como un delito contra el honor, será necesario el ánimo de
deshonrar en el sujeto activo; pero esto no ocurre si se le considera un delito contra los
intereses de la Justicia. De la especial índole de la calumnia en el CP se desprende que es
más viable la primera solución. En todo caso el dolo debe abarcar la conciencia de la
falsedad de la imputación o el temerario desprecio a la verdad, y el animus iniurandi la
asunción de las consecuencias dañosas para el honor que resulten de la imputación.
Tentativa
El problema es idéntico a la injuria. También aquí creo que, para que se consume, es
necesario que la calumnia llegue a conocimiento del calumniado y que son posibles
teóricamente las distintas formas de tentativa (véase supra lo dicho respecto a la injuria).
5. DISPOSICIONES COMUNES
El Código recoge en el Capítulo III de este Título XI una serie de disposiciones
generales, comunes a la calumnia y a la injuria, algunas de ellas ya mencionadas, como la
referida al concepto de publicidad (art. 211). Las otras disposiciones generales son:

a) El art. 212 establece la responsabilidad civil solidaria de la persona física o jurídica


propietaria del medio informativo a través del cual se haya propagado la calumnia o injuria.

b) El art. 213 prevé la imposición de inhabilitación especial para empleo o cargo


público o para profesión, oficio, industria o comercio de seis meses a dos años «si la
calumnia o injuria fueren cometidas mediante precio, recompensa o promesa».

c) Retractación. El art. 214 prevé la rebaja de la pena en un grado y la posibilidad de


no imponer la pena de inhabilitación del art. 213 si el acusado de calumnia o injuria reconoce
ante la autoridad judicial la falsedad o falta de certeza de las imputaciones y se retracta de
ellas.

d) Condiciones objetivas de procedibilidad. La calumnia y la injuria sólo son


perseguibles por querella del ofendido por el delito o de su representante legal. Sin embargo,
se procederá de oficio cuando la ofensa se dirija contra funcionario público, autoridad o
agente de la misma sobre hechos concernientes al ejercicio de sus cargos (art. 215.1). Esta
«persecución de oficio» se justifica porque en algunos casos la imputación calumniosa o
injuriosa se hacía para provocar la denuncia o querella del funcionario y de este modo poder
recusarlo en el asunto que estuviera entendiendo. Si la calumnia o la injuria han sido vertidas
en juicio, para proceder será necesaria la previa licencia del juez o tribunal (art. 215.2).

e) Perdón del ofendido. El apartado 3 del art. 215 establece que «el perdón de la
persona ofendida extingue la acción penal, sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo
130.1.5.º, párrafo segundo de este Código».

f) Reparación del daño. Según el art. 216, en los delitos de calumnia o injuria «se
considera que la reparación del daño comprende también la publicación o divulgación de la
sentencia condenatoria, a costa del condenado por tales delitos, en el tiempo y forma que el
juez o tribunal consideren más adecuado a tal fin, oídas las dos partes».

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