RLF 2014 2
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En este número:
ARTÍCULOS
Diego Tajer
En defensa del argumento finitista
-
ESTUDIOS CRÍTICOS
Buenos Aires
-
Ricardo Ibarlucía Argentina
La autonomía del arte en Benjamin y Heidegger: a propósito
de la interpretación de Burkhardt Lindner
NOTAS
ISSN 0325-0725
REVISTA
LATINOAMERICANA
de FILOSOFÍA
Vol. XL
Nº2
Primavera 2014
—
COMITÉ EDITORIAL
Alejandro Cassini l UBA l CONICET
Oscar Esquisabel l UNLP l CONICET
Mariano Garreta Leclercq l UBA l CONICET
Osvaldo Guariglia l CONICET l UNLP
Ricardo Ibarlucía l UNSAM
Eleonora Orlando l UBA l CONICET
CONSULTORES ACADÉMICOS
María Julia Bertomeu l Marcelo Boeri l Mario Bunge l Mario Caimi l Carla Cordua
Marcelo Dascal l Ernesto Garzón Valdés l Jorge E. Gracia l Leiser Madanes
João Paulo Monteiro l Carlos Ulises Moulines l Carlos Pereda
Oswaldo Porchat Pereira l Mario Presas l María Isabel Santa Cruz
Plínio Junqueira Smith l David Sobrevilla l Ernesto Sosa
Carlos Thiebaut l Roberto Torretti l Margarita Valdés
Luis Villoro
L a Revista Latinoamericana de Filosofía aspira a que en ella colaboren todos aquellos estu-
diosos que quieran exponer ante sus colegas y el público en general el resultado de sus inves-
es la de que los conceptos sean elaborados con rigor y expresados mediante una argumentación
racional, esto es, que apele a la razón como última instancia universalmente válida. Tanto como las
tesis expuestas, interesan, pues, las razones que las sustentan. La Revista Latinoamericana de Filosofía
da la bienvenida a toda colaboración que admita este punto de partida general.
La Revista Latinoamericana de Filosofía se publica los meses de mayo y noviembre de cada año. Director Res-
ISSN 0325-0725
Noviembre 2014
REVISTA
LATINOAMERICANA
de FILOSOFÍA
SUMARIO
A RT Í C U L O S
DIEGO TAJER
En defensa del argumento finitista _ 129
RAMIRO CASO
Una defensa de las aserciones suboracionales _ 171
ESTUDIOS CRÍTICOS
RICARDO IBARLUCÍA
La autonomía del arte en Benjamin y Heidegger: a propósito de la interpretación de Burkhardt
Lindner _ 219
N OTA S
LEANDRO INDAVERA
Rousseau, Smith y las rudas selvas de la naturaleza _ 241
SERGIO SÁNCHEZ
La insensata fábrica de la vigilia. Nietzsche y el fenómeno del sueño (P. Hunziker)
Abstract: In this paper, I analyze the main replies that have been gi-
ven to Etchemendy’s (1990) finitist argument, and I show that none of them
is successful. First, I describe and criticize the proposals that try to solve the
problem by appealing to modal considerations. These solutions fail because they
presuppose a very weak finitism, where the existence of infinitely many sets, or
possible words with infinitely many objects, is accepted. But there are stronger
versions of finitism that reintroduce the problem. Then I consider the solutions
which appeal to semantical categories. One of them incorrectly categorizes the
problem as a disagreement in the meaning of the quantifiers. The other fails be-
cause, if taken seriously, it would have harmful effects on logic in general. Finally
I argue that the best solution is to bite the bullet and accept that logic shouldn’t
be strongly independent from some issues which were traditionally considered
as ‘extra-logical’.
1. El argumento finitista
130 l
1
Por ejemplo, un modelo tarskiano no interpreta constantes sino solamente variables. Véase
Hodges 1986.
2
Este no es el único argumento a favor de la interferencia de supuestos extralógicos en la propues-
ta tarskiana. El otro apela a la lógica de segundo orden, donde es válida una fórmula que equivale
al axioma de elección, o a su negación (en ambos casos, sería una afirmación extralógica). Para una
respuesta a ese argumento, véase Gómez-Torrente 1999.
3
El mismo Tarski supo verlo, y de hecho para él el axioma de infinito era parte de lo que la lógica
debía asumir (Tarski 1933: 185).
Desde ya, en lógica de primer orden bastará con tener el axioma de infini-
to para evitar intromisiones “extralógicas”. Pero en lógica de segundo orden, hay
oraciones sin terminología no lógica satisfacibles solo en dominios de distintas
cardinalidades (Mahlo, medibles, etc.); por eso, debemos tener modelos de esas
cardinalidades si no queremos que esas oraciones sustantivas sean incorrectamen-
te clasificadas como lógicamente falsas.
Sin embargo, como observa Blanchette (2000: 64), la plausibilidad de esta
estrategia depende solamente de la existencia de conjuntos de esas cardinalidades
en nuestro universo conjuntista. Dado que no sabemos si hay (p.ej.) cardinales
inaccesibles, sería apresurado postular modelos de esa cardinalidad solo para salvar
la satisfacibilidad intuitiva de algunas oraciones. En particular, esta estrategia no
puede ser aceptada por el finitista. Pues la aplicación de esta estrategia involucra
pedirle al finitista que acepte conjuntos infinitos, lo cual difícilmente aceptará. El
problema del finitista no es que concede la existencia de conjuntos infinitos pero
no de modelos infinitos, sino que considera que ni siquiera existen o pueden
existir conjuntos infinitos.
(1993).
H ay otra solución posible para el planteo de Etchemendy, que de-
sarrollaron principalmente MacFarlane (2000) y García-Carpintero
Sin embargo, esa afirmación es, cuanto menos, discutible. Puede pensarse
que el enfoque modelo-teórico se caracteriza por necesitar una instancia “actual”
que haga verdaderas a las premisas y falsa a la conclusión, para declarar a un razo-
l 137
namiento inválido. En esto consiste su ventaja respecto a otros enfoques: no apela
a consideraciones apriorísticas sobre el significado de los conectivos, sino que
considera interpretaciones de las constantes no lógicas bajo distintos dominios y
analiza, dentro de esas interpretaciones, si hay algún contraejemplo. Tarski (1936)
no dice que las verdades lógicas dependen del significado de los conectivos, sino
solamente que no dependen del significado de los términos no lógicos.
En segundo lugar, el desacuerdo entre el finitista y el infinitista es lógico,
pero no necesariamente en el sentido de que atribuyen distintos significados a los
cuantificadores. De hecho, el infinitista bien puede advertir que si nos restringi-
mos a modelos finitos, (T) es una verdad lógica. Asimismo, el finitista podría con-
siderar que si hubiera infinitos objetos, (T) dejaría de ser lógicamente verdadera,
del mismo modo en que el clásico considera que si hubiera vacíos de verdad, el
tercero excluido dejaría de ser una verdad lógica. Pero no parece que esto impli-
que un desacuerdo respecto al significado mismo de los cuantificadores u otros
conectivos lógicos.
Por supuesto, no todos aceptarían esta caracterización. Dummett (1978),
por ejemplo, considera que la polémica sobre el tercero excluido es un asunto
semántico, en última instancia. Algo similar sostuvo Quine (1970), para quien el
desacuerdo lógico involucraba necesariamente un desacuerdo verbal. Sin em-
bargo, la postura de Dummett y Quine no es la única y tampoco parece ser
que incluir a algunos objetos sobre los cuales parece ser difícil cuantificar. La
solución, aparentemente inocente, nos termina trayendo muchos más problemas
de los que soluciona. Por ejemplo, no puede quedar descartado por la categoría
de término individual un elemento que carezca de una propiedad y también de
su negación (supongamos, un hombre de determinada edad tal que no podemos
decir que es joven o que no lo es): de este modo, una verdad lógica como ∀x(Px ∨
¬Px) no será válida en este sentido categorial. Como ella, muchas otras oraciones
que consideramos válidas terminarán siendo estrictamente inválidas por ser fal-
seadas en interpretaciones que, si bien rechazamos por motivos formales, filosófi-
cos o metafísicos, no están “descartadas” por las categorías semánticas. El error de
MacFarlane es suponer que la única variante entre las “interpretaciones posibles”
y las actuales es la cardinalidad, cuando ello no es así: tomada en su sentido más
riguroso, la idea de interpretación posibilitada por la categoría parece exceder a
las de interpretación actual en muchos más sentidos.
La posición tarskiana es mucho más elegante en este aspecto: lo “per-
mitido” en una categoría (que es una noción metalingüística) es aquello que,
dentro de nuestra ontología, cumple con tales y cuales condiciones. En el texto
de 1933, donde introduce esta noción para hablar de conjuntos, supone que los
nombres de individuos, clases y relaciones n-arias pertenecen respectivamente a
las mismas categorías semánticas (de este modo, la ontología misma limita lo que
4. Conclusión
BIBLIOGRAFÍA
Abstract: In his last years, Leibniz employs the concept of moral necessity
to qualify God’s choice of the best. However, he doesn’t explain this concept
accurately. This paper intends to show that leibnizian moral necessity cannot be
conceived as a purely deontic modality, because it would be contrary to the me-
taphysical grounds which make Leibniz’s ethics strictly teleological. This paper also
proposes an interpretation of the alethic content of this concept, based on the
necessary connection that Leibniz seems to assign to the relationship between free
will and the tendency towards good. What this necessity entails is that, for Leibniz,
even though the infinity of reasons involved makes every choice contingent, God
is metaphysically necessitated to follow the rule of the best.
1. Introducción
1
Véase Leibniz G II: 436-437, 450. Su único señalamiento es que, para él, la necesidad física es
consecuencia de una necesidad moral, por lo cual no cabría oponerse tanto a la necesidad física
de la elección divina. Los textos de Leibniz se citarán indicando la edición y su ubicación (tomo,
número de página, parágrafo). Los textos de las ediciones en castellano de E. de Olaso y de J. de
Salas Ortueta se citarán indicando también su ubicación en la edición en idioma original de la que
fueron traducidos. Donde no esté indicado, las traducciones son mías.
2
Véanse Murray 1995, 1996 y 2005; Adams 2005; Rateau 2008; Anfray 2011. Anfray resalta la
importancia de los trabajos de Sven Knebel, “Necessitas moralis ad optimum. Zum historischen
Hintegrund der Wahl der besten aller möglichen Welten” (1991, Studia Leibnitiana 23: 3-24) y
Wille, Würfel, und Warscheinlichkeit. Das system der moralischen Notwendigkeit in der Jesuitenscholastik
(2000, Hamburg: Felix Meiner Verlag). Véase Anfray 2011: 62, n. 12.
3
Véase Murray 1996: 38 y 2005: 203.
4
Véanse Anfray 2011: 68-70; Murray 1996: 37-38 y 2005: 202-203.
5
Anfray señala que no todos los partidarios de la necesidad moral concordaban en atribuirla a
Dios.
Definición
Iuris modalia Modalia logicae
correspondientes
Justo o permitido posible
de ser realizado
Injusto o prohibido imposible
es aquello que es por el hombre
Equitativo u obligatorio necesario
bueno
Indiferente contingente
l 149
En este contexto textual y discursivo, Leibniz define la noción de obligatio
en términos de necesidad moral. Esta definición aparece ya en su Nova methodus de
1667, donde afirma: “Como la cualidad moral en orden a actuar es doble, poten-
cia de actuar y necesidad de actuar, así pues, la potencia moral es llamada derecho,
la necesidad moral es llamada obligación” (Leibniz A VI, i: 301). Esta asociación
con el concepto de obligación parece constituir el eje fundamental sobre el cual se
construye la primera caracterización leibniziana de la necesidad moral.
6
Véase Leibniz A VI, i: 466, 481; A VI, iv: 2758.
7
Véase Leibniz A VI, iv: 2751; A IV, i: 471 (donde se refiere a lo “moralmente imposible”).
8
Anfray sostiene que, en la equivalencia entre ambos conceptos, aquel de necesidad moral es el
definiens, mientras que el de obligación es el definiendum. Véase Anfray 2011: 64.
9
Véase Leibniz A VI, iv: 407, 2778, 2838, 2863, escritos de 1678-1680.
Hay varias necesidades que se debe admitir. Porque hace falta distinguir
entre una necesidad absoluta y una necesidad hipotética. Hace falta dis-
tinguir también entre una necesidad que tiene lugar porque lo opuesto
implica contradicción, la cual es llamada lógica, metafísica o matemática,
y entre una necesidad que es moral, que hace que el sabio elija lo mejor y
que todo espíritu siga la inclinación más grande. (Leibniz G VII: 389)
152 l
En estos pasajes pueden encontrarse algunos aspectos centrales a la noción
de necesidad moral, tal como Leibniz la emplea en el contexto metafísico de ma-
durez. Se trata de una necesidad que:
A partir de este seguimiento, cabe trazar una distinción entre dos tipos
de problemas que plantea la comprensión del concepto leibniziano
de necesidad moral:
10
Así lo entiende también Anfray. Véase Anfray 2011: 61, n. 10.
De este modo, la necesidad moral no sería una modalidad alética, sino más
bien una necesidad análoga a la necessitas absoluta, pero restringida al plano del deber
ser, al cumplimiento de las “leyes de la justicia universal”. Esto se relaciona con
la fuente de la modalidad: la necesidad moral proviene no solo del entendimiento
divino, como las modalidades aléticas, sino también de la voluntad divina. Esta es,
para Rateau, una diferencia irrevocable entre ambas clases de necesidad.12
Sin embargo, esta interpretación enfrenta ciertos problemas que ponen
en duda la viabilidad de una comprensión puramente deóntica del concepto lei-
bniziano. En el rechazo a tal comprensión coinciden Robert M. Adams, Michael
Murray y Jean Pascal Anfray. Estos autores ven en la necesidad moral leibniziana
un modelo de explicación de cómo y por qué una acción es realizada.13
11
La otra razón habría sido la necesidad de justificar la permisión divina del mal. Véase Rateau
2008: 518, 520-523.
12
Conviene notar que Rateau no parece muy seguro en torno a la viabilidad de la estrategia leib-
niziana para distinguir la necesidad moral respecto de la necesidad absoluta. Véase Rateau 2008:
534-536, y en especial 527, n. 108.
13
Véanse Murray 1996: 47-48; Adams 2005: 182; Anfray 2011: 61, 64-65.
14
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Anfray cita un pasaje que también es notado por Rateau: “Justitia cadit in Deum, sed non ob-
ligatio. Ergo obligatio refertur ad superiorem” (Gr 811). Véanse Anfray 2011: 64; Rateau 2008:
524, n. 100.
15
Véase Leibniz A VI, iv: 2382.
16
Véase Leibniz G VI: §§ 25 y 129.
17
Véase Rateau 2008: 524, n. 100.
Este pasaje revela que Dios obra con justicia no porque esté obligado, sino
porque ello incrementa su placer, y por ende, su perfección y su felicidad. En todo
caso, es el hecho de producir esta mayor perfección lo que funda, en el Ens per-
fectissimum, una suerte de obligación a hacer el bien.Ya en sus escritos jurídicos de
juventud, Leibniz rechazaba las jactancias de los estoicos, afirmando que el honor
no es nada sin el placer del ánimo que genera, y que todo deber tiene que ser útil
(véase Leibniz A VI, i: 464, 461). Como ha señalado Grua, el Dios leibniziano crea
el mundo por razón de su gloria, la cual entraña un gozo, en la medida en que la
creación refleja su propia perfección (véase Grua 1953: 304-312). Las definicio-
nes leibnizianas de los conceptos claves para su ética, están diseñadas para hacer
convergir la justicia y el bien moral con la principal fuente de motivación para la
acción de los espíritus. Si la felicidad es un placer duradero, y el placer es un senti-
miento de perfección, entonces el conocimiento del ser más perfecto conducirá
18
El texto se encuentra en Mollat: 41-70. Como señala Grua, se trata en realidad de dos escritos
diferentes, que Mollat parece confundir en un mismo escrito (Véase Gr: 477). Sigo aquí la traduc-
ción que se encuentra en Salas: 81-103.
19
Leibniz Salas: 84/Mollat: 45-46.
20
Véase A VI, i: 463-464.
21
Véanse Gr: 587; G VI: 27-28.
22
Véase Leibniz A VI, i: 545-546; A II, i: 117-118.
23
Murray señala que esta oposición se centraba en lo que se denominaba como “el último juicio
práctico del entendimiento”. Para los defensores de la indiferencia de equilibrio (voluntarismo), este
juicio era “último” en virtud de una operación de la voluntad, cuya indiferencia respecto de la
consideración del bien garantizaba su libertad respecto de toda determinación intelectual. Véase
Murray 1996: 30-31, 33-35.
24
Véase Leibniz A VI, iv: 1449, 1452, 1593.
25
Como ya se señaló, esta misma estrategia tomasiana fue adoptada por los teóricos jesuitas de la
necesidad moral.
26
Rateau no ofrece una respuesta a esta cuestión.
27
Véase Leibniz G III: 32; G VI: 184, 333, 338, 441.
28
Véase Leibniz G III: 32, 402; G VI: §§ 45 y 230; G VII: 390.
29
Véase Leibniz G VII: 108; G VI: § 288.
T: Para todo aquello que Dios puede elegir, si Dios elige, entonces elige lo
mejor.
T’: Para todo aquello que Dios puede elegir, si (i) Dios elige y (ii) la vo-
luntad quiere lo que el entendimiento considera óptimo, entonces (iii) Dios
elige lo mejor.
Esta sería la tesis que Leibniz considera como moralmente necesaria. Ella
supone la concepción leibniziana de la voluntad, sin la cual Dios carecería de un
criterio para elegir.
Ahora bien, la fundamentación de la contingencia de T’ basada en la po-
sibilidad de una elección distinta por parte de Dios (posibilidad asegurada por la
analizabilidad infinita de la proposición), enfrenta un problema grave. En efecto,
según la caracterización leibniziana de las modalidades aléticas, si una proposición
es contingente, su contraria debe ser posible. En tal sentido, como se anticipó en la
sección anterior, Leibniz debería estar dispuesto a aceptar que Dios pueda querer
30
Véase Leibniz A I, 18: 322; G VI: 413-414, 612-614.
31
El mismo axioma se encuentra en el Discurso de metafísica (véase Leibniz G IV: 428).
32
Leibniz lo afirma expresamente en Causa Dei, donde reafirma que “toda voluntad tiene por
objeto el bien, por lo menos el aparente”. Véase Leibniz G VI: 441.
33
Véase Leibniz G VI: 334-336 y 321.
34
Véase Leibniz G VI: §§ 339 y 349.
(…) yo veo que hay personas que se imaginan que uno se determina a
veces por la opción menos valorada, y que Dios elige a veces el menor
bien, todo considerado, y que el hombre elige a veces sin motivo y contra
todas sus razones, disposiciones y pasiones; en fin, que uno elige algunas
veces sin que haya razón alguna que determine la elección. Pero es esto
lo que yo tengo por falso y absurdo, puesto que uno de los grandes prin-
l 163
cipios del buen sentido es este, que nada sucede jamás sin causa o razón
determinante. Así, cuando Dios elige, es por la razón de lo mejor; cuando
el hombre elige, aquello será la opción que más lo haya afectado. (Leibniz
G III: 402)
35
Véase Leibniz A VI, iv: 1389, 1446-1447; A VI, vi: 175, 198-199; G VI: §45.
36
Esta conexión es demostrable. Véase Escobar Viré 2011.
37
Véase Adams 1994: 36-38.
38
Véase Leibniz Gr: 493-494.
39
Véase Knuuttila 2008: 534.
166 l 8. Conclusiones
A: Leibniz: G.W. Sämtliche Schriften und Briefe, Herausgegeben von der Berlin-Brander-
burgischen Akademie der Wissenschaften und der Akademie der Wissenschaften in Göttingen.
(Darmstadt, 1923 y ss., Leipzig, 1938 y ss., Berlin, 1950 y ss., Münster, 1999 y ss.).
de Olaso: Ezequiel de Olaso (1982) (comp.), G. W. Leibniz: Escritos filosóficos (Buenos
Aires: Charcas).
G: G.W. Leibniz: Die philosophischen Schriften, C. I. Gerhardt (ed.), 7 vols. (Berlin: Weid-
man, 1875-1890; reimpresiones Hildesheim: Georg Olms, 1960-61 y Hildesheim-New York:
Georg Olms, 1978).
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thèque provinciale de Hanovre (Paris: Presses Universitaires).
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RAMIRO CASO
Universidad de Buenos Aires
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
—
l 171
1. Introducción
1
Lo Guercio ha mostrado la importancia de las aserciones suboracionales para la discusión con-
���������������������������������������������������������������������������������������������
temporánea en torno al contextualismo en filosofía del lenguaje. Por ello, revisitar el fenómeno
de las aserciones suboracionales resulta de peculiar interés filosófico. Para más detalles sobre la
importancia de las aserciones suboracionales, véase Lo Guercio (en prensa).
2
Para la introducción de la idea de aserción suboracional, véanse Stainton 1994 y 1997. Para su
elaboración, véanse Stainton 2004 y 2005; Clapp 2005.
A partir del contexto mínimo ya proporcionado, debería ser claro que una
aserción suboracional como (1) puede ocurrir felizmente al comienzo del discur-
so. Por supuesto, (1) requiere que hablante y oyente compartan cierto trasfondo,
de modo que no siempre puede ser emitida felizmente al inicio del discurso.
Abordaremos este problema en la sección 3. De momento, quiero señalar lo si-
guiente: el mismo tipo de trasfondo contextual compartido parece ser requerido
para la felicidad de una emisión de una oración como “Tiene cuatro patas”: dicha
de la nada, dará lugar a una expresión de desconcierto, pero dicha en presencia de
una mesa contextualmente prominente, resultará perfectamente feliz. Que la ne-
cesidad de un contexto adecuado se deba a la necesidad de resolver la referencia
de un pronominal (oculto) presente en la oración no es casual: como veremos en
la sección 4, parte de lo que está involucrado en la interpretación de una aserción
suboracional como (1) es cierta resolución de la referencia.
También resulta claro que el material supuestamente elidido en (1) no es
3
Quiero agradecer a un referee anónimo para la Revista Latinoamericana de Filosofía por señalarme
este punto.
4
Stanley considera una tercera posibilidad, en la cual la expresión emitida es simplemente un short-
hand para una oración completa, como sería el caso de una emisión de “Lindo vestido”. Sin em-
bargo, parece haberse retractado de esta tercera posibilidad (véase Stainton 2005: 404).
con lo cual el rasgo de ser inicial del discurso en sentido restringido parece per-
tenecer también a la elipsis sintáctica: oraciones sintácticamente elípticas pueden
182 l
ser emitidas de manera feliz sin un antecedente lingüístico (explícito).
De esta manera, casos usuales de elipsis sintáctica y presuntos casos de
aserciones suboracionales son, para Stanley, ejemplos del mismo fenómeno: todos
los casos de aserción suboracional requieren un contexto conversacional ade-
cuado para ser emisiones felices, de modo que parecen poder iniciar un discurso
solamente en el sentido estrecho en el cual las oraciones sintácticamente elípticas,
como (16), pueden hacerlo también, a la vez que, en sentido amplio, ni las elipsis
sintácticas ni las presuntas aserciones suboracionales pueden iniciar el discurso.
Ahora bien, a pesar de la semejanza que pueda existir entre los casos de
elipsis sintáctica presentados por Stanley y los casos de aserción suboracional, esta
última consideración deja de lado una diferencia importante. Esta consiste en que,
mientras que los casos de aserción suboracional son casos en los cuales la inter-
pretación de la emisión procede sin dificultades, en los casos de elipsis sintáctica
pragmáticamente mandados, como (16), las emisiones resultan poco aceptables y,
en ocasiones, pueden ser tomadas como agramaticales: estas emisiones tienen un
carácter claramente marcado, del cual carecen las aserciones suboracionales. Esta
diferencia puede ser explicada fácilmente si se tiene en cuenta el segundo rasgo
característico de la elipsis sintáctica: la recuperabilidad unívoca del contenido eli-
dido (rasgo que Stanley deja de lado). Seguimos parcialmente a Stainton en este
punto, quien desarrolla esta dirección de manera detallada (véase Stainton 2005).
Para comprender esto, consideremos más detenidamente la elipsis sintáctica.
En este caso, decimos que la recuperación del material elidido está con-
trolada sintácticamente en la medida en que es recuperable a partir del material
lingüístico explícitamente dado por el contexto lingüístico previo y, por eso, es
recuperable de manera unívoca.
Como Stanley hace notar, la elipsis sintáctica puede resolverse también
pragmáticamente, por medio de un contexto extralingüístico apropiado, sin ne-
cesidad de un controlador sintáctico antecedente. Sin embargo, como ya hemos
señalado, la emisión de una oración sintácticamente elíptica sin un controlador
sintáctico es fuertemente marcada, no nos suena bien y su recuperación dista de
ser unívoca. Por su parte, las aserciones suboracionales carecen de estos rasgos: aun
en ausencia de un controlador sintáctico, estas emisiones no nos suenan mal, no
resultan fuertemente marcadas (o, por lo menos, no tan fuertemente como los ca-
sos de emisiones de oraciones sintácticamente elípticas) y, en contextos apropia-
l 183
dos, la proposición que expresan puede determinarse sin mayores inconvenientes,
sin que su recuperación requiera la restitución unívoca de un presunto material
lingüístico faltante para llegar al nivel oracional. Más aún, es posible comprobar
que la presencia explícita de un supuesto antecedente lingüístico para las aser-
ciones suboracionales no tiene efectos sobre su felicidad o sobre su ausencia de
marca (o presencia de una marca marginal). Supongamos que, hablando del brutal
asesinato de Pérez, digo: “El asesino de Pérez podría salir libre, a pesar de todo
lo que hizo”, a lo cual mi amigo responde: “Un desquiciado”. La felicidad de
esta emisión no es menor que la de aquella que realiza quien pronuncia las mis-
mas palabras frente al cadáver salvajemente mutilado de Pérez.5 En este punto, las
aserciones suboracionales contrastan fuertemente con los casos de Stanley, pues
la introducción explícita de un controlador lingüístico presuntamente repuesto
de manera pragmática mejora sustancialmente la felicidad de la emisión, como lo
evidencia el contraste entre (16) y (18).
La concepción más extendida de la elipsis proporciona una explicación
de esta asimetría. Según esta concepción, que es la de la elipsis sintáctica como
5
Agradezco a Eleonora Orlando y a Nicolás Lo Guercio el haber llamado mi atención sobre este
punto.
6
Además de esto, ofrecer una teoría de la elipsis que admita una reposición pragmática no uní-
voca del material elidido puede ocasionar problemas adicionales para Stanley. En efecto, Stanley
y Szabó rechazan las concepciones sintácticas de la restricción de dominio de los cuantificadores
(aquellas que explican la restricción por medio de la presencia de material lingüístico presente en
forma lógica pero no realizado fonéticamente) apelando al requisito de la univocidad en la recu-
peración de dicho material lingüístico (véase Stanley y Szabó 2000). Una concepción pragmática
de la elipsis invalidaría su principal argumento en contra de estas concepciones y socavaría, en
consecuencia, parte del apoyo que recibe su propia posición, que postula la existencia de variables
ocultas en forma lógica.
7
En lo que sigue, haré uso de la notación lambda y de la noción de tipo semántico. Para una expli-
cación concisa, véase Heim y Kratzer 1998, especialmente los capítulos 2 y 3.
8
(λF)(|PDJ| = 1 & |PDJ - F| = 0) es abreviatura de (λf)[(∃x)(x es padre de Juan) & (∀xy)(x es
padre de Juan & y es padre de Juan→ x = y) & (∀x)(x es padre de Juan → f(x) = 1)].
identificado el hombre que acaba de entrar como aquel a quien se intenta re-
ferir, y dado que un individuo no puede predicarse de otro individuo, la única
manera de recuperar una proposición es suponer que el hablante está intentando
establecer una relación entre el hombre que acaba de entrar y el padre de Juan.
Como no hay ninguna relación particularmente prominente en el contexto que
pueda establecerse entre el padre de Juan y la persona que acaba de entrar, y como
la realización de identificaciones entre individuos es práctica común, el oyente
podrá reponer como relación faltante la relación de identidad. Si tomamos la
descripción como atributiva, en cambio, el oyente debe pasar de (λF)(|PDJ|
= 1 & |PDJ - F| = 0) a (λx)(|PDJ| = 1 & (∀y)(y es un padre de Juan
→ y = x)), la propiedad de ser el padre de Juan. Aunque no se trate ya de una
expresión de tipo <e>, de todas formas, seguimos en presencia de una cierta
identificación, dado que la descripción usada atributivamente sigue funcionando
como un designador. En la medida en que el oyente entienda que se está tratando
de establecer una identificación entre el objeto de la intención referencial y la de-
notación de la descripción atributiva, podrá recuperar la proposición que expresa
también expresa una proposición singular, pero presenta una variación interesan-
te: lo que resulta contextualmente prominente (gracias a la actividad de búsqueda
de los agentes) es la propiedad predicada, (λx)(x es un espía), mientras que el
objeto del acto referencial es señalado de manera explícita por medio de la des-
cripción definida “el mozo”, utilizada referencialmente. De cualquier modo, los
dos momentos, el referencial y el predicativo, están presentes, y permiten asignar
a (2) la interpretación proposicional correspondiente, (λx)(x es un espía)[el
mozo].
Un segundo grupo de aserciones suboracionales está compuesto por aque-
llas aserciones que expresan una proposición descriptiva o general. Tal es el caso
de (3):
En cualquier caso, el modelo de interpretación que vale para los casos an-
teriores no parece aplicarse directamente en este caso, por cuanto ya no estamos
9
Esta proposición puede parecer demasiado complicada como para que un hablante pueda tener la
intención de formarla. Con todo, un hablante competente debe ser capaz de entender este tipo de
proposiciones, si el análisis cuantificacional de las descripciones ha de tener alguna plausibilidad.
10
Nuevamente, (λF)(|HE| = 1 & |HE – F| = 0)[{x : x es un oso}] es abreviatura de (λf)[(∃x)(x
hizo esto) & (∀xy)(x hizo esto & y hizo esto → x = y) & (∀x)(x hizo esto → f(x) = 1)][(λx)
(x es un oso)].
192 l
Ahora, ¿qué ocurre si el hablante tiene una de estas proposiciones en men-
te y el oyente asigna a la emisión la proposición equivocada? En algún sentido, ha
ocurrido un defasaje en la comunicación, dado que la proposición que el hablan-
te tuvo la intención de comunicar no es la proposición que el oyente recuperó al
interpretar la emisión. ¿No hace esto que la aserción suboracional sea una práctica
comunicativamente inútil?
La respuesta, creo, es que no, por cuanto esto no implica que estemos en
presencia de una comunicación fallida, en la medida en que las proposiciones
pueden considerarse como (aproximadamente) conversacionalmente equivalentes.
Esto es, para los propósitos de la conversación que se desarrolla entre hablante y
oyente, ambas proposiciones tienen (aproximadamente) los mismos efectos infe-
renciales y prácticos. Más concretamente, podemos considerar que dos proposi-
ciones son conversacionalmente equivalentes con respecto a una conversación no
defectuosa c si su incorporación al conjunto de presuposiciones de c habilita el
mismo conjunto de inferencias y da lugar al mismo conjunto de consecuencias
prácticas (dada la suficiente convergencia en intereses entre los participantes de
la conversación). En consecuencia, dos proposiciones son en forma aproximada
conversacionalmente equivalentes si tienen aproximadamente los mismos efectos
inferenciales y prácticos. Por supuesto, esta caracterización no puede sino ser un
tanto vaga.Tal es la naturaleza de muchos conceptos pragmáticos, de todas formas,
11
Para las nociones de conversación no defectuosa y presuposición de una conversación, véase Stalnaker
1978.
12
La idea de que la comunicación, para ser exitosa, requiere que sea posible recuperar la misma
proposición que el hablante tiene en mente ha sido puesta en cuestión fuertemente a lo largo de
las últimas décadas, en la forma de una crítica al modelo de la comunicación como código. Véanse
Sperber y Wilson 1995: cap. 1; Korta y Perry 2011: cap. 1.
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Elugardo, R. y Stainton, R. (2005) (comps.), Ellipsis and Nonsentential Speech (Dor-
drecht: Springer).
13
Quisiera
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agradecer, por los comentarios y discusiones, a Justina Díaz Legaspe, Nicolás Lo Guer-
cio, Alfonso Losada, Eleonora Orlando y Laura Skerk. También quisiera agradecer a un referee
anónimo para la Revista Latinoamericana de Filosofía por sus comentarios y observaciones. Parte de
la investigación conducente a este trabajo fue realizada con el apoyo del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), en la forma de una Beca Interna de Posgrado
Tipo II (2012-2014).
—
l 197
Resumen: En este artículo se examinarán algu-
nas intersecciones entre el pensamiento de Ricoeur y de
Hegel en torno a temas vinculados con la voluntad, la
razón práctica y el reconocimiento. Se mostrará que, tras
una etapa inicial de reticencia a ocuparse con la filosofía
de Hegel, esta se convierte para Ricoeur a mediados de
los años 60 en una referencia ineludible en su confronta-
ción con Freud, hasta el punto de llegar a experimentarla
como una tentación, de la que parece querer despren-
derse, sobre todo en su reflexión sobre lo trágico y la
historia en los años 80, pero que reaparece con fuerza en
la última década del siglo pasado, hasta culminar con la
teoría del reconocimiento, para la cual Hegel constituye
una fuente principal, aunque no exclusiva.
LUIS MARIANO DE LA MAZA - Voluntad, razón práctica y reconocimiento en Hegel y Ricoeur l 197-218
todo pensamiento que formo una obscuridad impenetrable y una espontaneidad
sospechosa” (Ricoeur 1986/88: 492). A esta “tristeza de lo informe” la relaciona
Ricoeur con el concepto del “infinito malo”, de los interminables deseos sin
medida y de las opciones arbitrarias que Hegel contrapone al “infinito bueno”
de la libertad que escoge aquello que la fortalece y le permite realizarse como tal
(véase Hegel 2004: §22).
La tercera forma de negación y de tristeza se refiere a las amenazas a la
vida humana, debido a su carácter variado, plural, y por tanto divisible; la vida
crece y se multiplica, pero ello conlleva también el envejecimiento. El nacimiento
denuncia la contingencia del viviente que pudo no haber nacido, y anuncia de
antemano la muerte (véase Ricoeur 1986/88: 493-507).
A todas estas negaciones, la libertad responde a su vez con su propio No
del rechazo a los límites del carácter, a las tinieblas del inconsciente y a la con-
tingencia de la vida. Sin embargo esta triple negación, que en el fondo es un
anhelo de totalidad, con frecuencia se convierte en desmesura prometeica. Al
respecto Ricoeur saca a colación lo que llama el “titanismo” filosófico de la filo-
sofía idealista, sin nombrar explícitamente a Hegel, sino a Fichte. Este titanismo se
caracterizaría por considerar intolerable el encontrarse a sí mismo como existente
no necesario. Pero, si bien responde al anhelo más profundo de la libertad, en el
fondo no constituye sino un rechazo a la condición concreta de la conciencia y,
por ende, de la existencia humana. Por ello el filósofo francés llama a la filosofía a l 199
reconciliar la libertad con la necesidad, asumiendo los condicionamientos que le
confieren falibilidad a la condición humana.
Más clara es la presencia de Hegel en el segundo volumen de la Filosofía
de la voluntad, que lleva por título Finitud y culpabilidad (1960). La primera
parte de este volumen (El hombre falible) se hace cargo del hombre como uni-
dad mediadora de finitud e infinitud. En este contexto, Hegel aparece junto
con Kant y Husserl como un complemento correctivo de la idea cartesiana de
la posición intermedia del hombre entre Dios y la Nada, cuyo entendimiento
es finito y cuya voluntad es infinita (véase Ricoeur 2004a: 23). El enfoque
metodológico transita desde la fenomenología eidética de la voluntad, que ca-
racterizaba el volumen 1, hacia una fenomenología histórico-existencial. Pero
frente a lo que considera una acentuación unilateral de la finitud humana en la
filosofía contemporánea, Ricoeur plantea la necesidad de que la filosofía rea-
lice una síntesis entre finitud y racionalidad (véase Ricoeur 2004a: 61). Hegel
es traído a colación a propósito del análisis del objeto de la percepción, al que
aporta la distinción entre certeza y verdad, es decir entre la mirada subjetiva y
parcial del individuo que no se ha formado filosóficamente, y el saber que al
final de la experiencia formativa se ha depurado a sí mismo de esa parcialidad y
aprehende la cosa tal como es en sí. La perspectiva finita solo se revela como tal
1
Hegel 2004: § 101, citado en Ricoeur 2003: 327 ss; véase Ricoeur 1999: 196.
LUIS MARIANO DE LA MAZA - Voluntad, razón práctica y reconocimiento en Hegel y Ricoeur l 197-218
Fenomenología del espíritu, la confrontación entre la conciencia que juzga y la con-
ciencia juzgada desemboca en el perdón, porque Hegel muestra que el intento de
conferir un sentido moral a la pena conduce al callejón sin salida de la hipocresía
y a la dureza de corazón, cuyo único destino es la locura.2 De esta forma, la lógica
de la gracia, que parece lo más contrario a la lógica de la pena, es también lo que
más radicalmente la confirma, al situarla en el lugar que le corresponde (véase
Ricoeur 2003: 324).
En el libro sobre El Mal, un desafío a la filosofía y la teología Ricoeur se refie-
re una vez más a la exposición de Hegel acerca de la visión moral del mundo y al
hecho de que su pensamiento se anticipa a la Genealogía de la moral de Nietzsche
en su percepción del mal contenido en la acusación de la conciencia que juzga
la acción animada por la convicción y encarnada por las pasiones de los grandes
hombres. El perdón es caracterizado ahora como el desistimiento paralelo de los
dos momentos parciales del espíritu, el reconocimiento de su particularidad y su
reconciliación, mediante la cual el espíritu alcance la “certidumbre de sí mismo”
(Ricoeur 2011: 48 ss). En su Autobiografía intelectual, Ricoeur invocará este pasaje
de Hegel junto con el análisis heideggeriano del llamado que el Dasein se hace
a sí mismo desde el fondo de sí que está a la vez más allá de sí para escapar del
anonimato del Uno. En ambos casos habría una certidumbre de sí que se impone
sobre la conciencia moral:
l 201
A la luz de estos dos análisis célebres, el fuero interno parece ser la íntima
seguridad que, en una circunstancia dada, barre las dudas, las vacilaciones,
las sospechas de inautenticidad, de hipocresía, de complacencia consigo
mismo, de autodecepción, y autoriza al hombre actuante y sufriente a
decir: Aquí estoy. (Ricoeur 1997: 113)
3. Conciencia y espíritu
2
Ricoeur 2003: 329 ss.; véase Hegel GW 9: 359-361.
LUIS MARIANO DE LA MAZA - Voluntad, razón práctica y reconocimiento en Hegel y Ricoeur l 197-218
lenguaje: “Hay que redescubrir con Hegel que el lenguaje es el estar-ahí del es-
píritu. Para la fenomenología, como para el psicoanálisis, tal ‘realidad del lenguaje’
no es sino el sentido efectuado por un comportamiento” (Ricoeur 1970: 335).
En el fondo, el filósofo francés ve en Hegel y Freud dos hermenéuticas
que dicen lo mismo. La primera apunta hacia la emergencia de símbolos nuevos,
de figuras ascendentes, que en la Fenomenología del espíritu son absorbidas al final
por un saber que ya no es una simple figura. La segunda apunta al resurgimiento
de símbolos arcaicos. Se trata de una dualidad que pone de manifiesto una dua-
lidad correspondiente en los símbolos mismos: por una parte exploran nuestra
vida adulta, y por otra parte repiten nuestra infancia. La cultura resulta del poder
de simbolización proyectado y formado por el hombre que deviene adulto y
revelado por el análisis regresivo. En ese sentido, la hermenéutica progresiva y la
regresiva, teleológica y arqueológica, no pueden ser sumadas para que cada una
se encargue de la mitad del hombre. Ambos enfoques hablan de la totalidad del
hombre, y lo que se puede decir de uno puede ser dicho también del otro. La
Fenomenología del espíritu termina con un retorno a lo inmediato, y la regresión
a lo arcaico por el psicoanálisis es un volver a ponerse en movimiento hacia el
futuro (véase Ricoeur 2003: 110-113). Lo que mantiene unidas la regresión y
la progresión es la reflexión. En ella se opera lo que Freud llama inconsciente y
Hegel espíritu: lo primordial y lo terminal, el destino y la historia (véase Ricoeur
2003: 162). l 203
3
Véase Ricoeur 1996a: 931. Ya en dos artículos publicados originalmente en 1953 y 1961,
Ricoeur se refiere críticamente al intento hegeliano de reconciliar la historia con la razón en un
sistema que aboliría la historia real y acabaría con las genuinas diferencias entre los grandes filóso-
fos. Por ello considera necesario “hacer historia de la filosofía sin filosofía de la historia.” Véase Ricoeur
1990: 43, “La historia de la filosofía y la unidad de lo verdadero”; y Ricoeur 1990: 60 ss, “His-
toria de la filosofía e historicidad”. En otro artículo de 1971 Ricoeur sostiene que el problema de
la historia universal como horizonte de comprensión procede, antes que de Schleiermacher, tanto
de la pregunta de Hegel por la relación entre presente y pasado como de la imposibilidad de su
respuesta. Véase Ricoeur 1983: 119.
4
Véase Ricoeur 1996a: 920. Véase también Hegel 1982: Introducción general.
5
Ricoeur 1996a: 910, 936, 938; véase Ricoeur 2011: 51 ss.
LUIS MARIANO DE LA MAZA - Voluntad, razón práctica y reconocimiento en Hegel y Ricoeur l 197-218
especialmente en la segunda mitad del siglo XIX, y que adquirieron, según Ri-
coeur, las dimensiones de una catástrofe comparable a un terremoto, han estado,
a su juicio, a la altura de la grandeza del pensamiento de Hegel. Especialmente
injustas considera aquellas que se refieren a Hegel como apologeta del Estado
prusiano, defensor del totalitarismo o profeta del fin de la historia, ninguna de
las cuales se sostiene a la luz de un estudio riguroso de sus textos (véase Ricoeur
1996a: 931 ss).
En Sí mismo como otro, Ricoeur retoma el conflicto trágico y lo relaciona
con el tema ya visto de la reconciliación entre la conciencia que juzga y la con-
ciencia juzgada, que en la Fenomenología ocurre al final del recorrido de la mora-
lidad, mientras que el conflicto trágico ocurre en el capítulo anterior sobre la vida
ética. A su juicio, el verdadero lugar de la tragedia no debería ser esa etapa ante-
rior, sino justamente el estadio avanzado de la moralidad, donde se presentan los
conflictos entre las reglas generales y el juicio moral en situación (véase Ricoeur
1996b: 267 ss). A la luz de la interpretación de la Antígona de Sófocles que Hegel
ofrece principalmente en la Fenomenología del espíritu y las Lecciones sobre Estética,
Ricoeur muestra que lo trágico instruye a lo ético acerca del carácter limitado,
humano demasiado humano, de cualquier institución humana (véase Ricoeur
1996b: 265). La fuente de conflictos no es solamente la confrontación entre ca-
racteres humanos fijados en posiciones unilaterales que se presentan como exclu-
yentes entre sí, sino también la tensión entre principios morales universales y las l 205
particularidades de la vida concreta con toda la complejidad que la constituye. El
conflicto trágico señala el camino que lleva a completar los principios formales de
una moral universal con reglas de aplicación que tomen en cuenta los contextos
histórico-culturales de los que surgen dichos principios y a los que retornan al
realizarse la acción (véase Ricoeur 2008b: 221). De esta manera, la tragedia con-
tribuye a la sabiduría práctica, que consiste, según Ricoeur, en la capacidad de
realizar el juicio adecuado en una situación concreta.6
5. La razón práctica
6
Véase Ricoeur 1996b: 270. Sobre la relación entre sabiduría trágica y sabiduría práctica en
Ricoeur, véase Contreras 2012.
7
Ricoeur 2003: 370; véase Ricoeur 2010: 117.
LUIS MARIANO DE LA MAZA - Voluntad, razón práctica y reconocimiento en Hegel y Ricoeur l 197-218
grado superior de conciencia y de autodeterminación (véase Ricoeur 1993: 76
ss, 80 ss). La función esencial de la norma es hacer que por sobre el querer arbi-
trario (Willkür) prevalezca la voluntad racional (Wille). Al respecto cumple una
función determinante el contrato, en tanto que implica un intercambio racional
entre voluntades que se someten a una condición de universalidad (véase Ricoeur
1993: 82).
En un artículo titulado “La razón práctica”, incluido en el libro titulado
Del texto a la acción, Ricoeur señala que una importante adquisición para una
reinterpretación del concepto de razón práctica es el que Hegel haya presentado,
en su Filosofía del Derecho, la voluntad individual como un hacerse particular sin
abandonar la universalidad del pensamiento (véase Hegel 2004: §§ 5-7), asegu-
rando de ese modo la comunicabilidad de la voluntad libre, e introduciendo en
la moral moderna un elemento equivalente a lo que en la tradición aristotélica
es la deliberación y la phrónesis (véase Ricoeur 2002a: 233). El filósofo francés
reconoce también la importancia del concepto hegeliano de la Sittlichkeit como la
comunidad de los ciudadanos en la que se sustenta y de la que se nutre la acción
sensata. Pero al mismo tiempo advierte contra la tentación hegeliana de hiposta-
siar el espíritu más allá de la conciencia individual y de la intersubjetividad, lo que
conlleva a su vez la hipóstasis del Estado.
Ricoeur defiende el carácter insuperable de la pluralidad humana en las
acciones intersubjetivas, y por esa razón señala su preferencia por la concepción l 207
de la intersubjetividad que Husserl desarrolla en su Quinta Meditación cartesiana,
que deriva las comunidades de alto rango, como el Estado, de las relaciones entre
los sujetos. Si bien reconoce que Hegel es superior a Husserl desde el punto de
vista de la amplitud y riqueza de su exposición de la experiencia histórica en
sus dimensiones sociales, políticas, culturales y espirituales, considera que Husserl
tiene la ventaja de no admitir una entidad superior a la interacción y la comuni-
cación entre los sujetos en torno a proyectos, intenciones y motivos mutuamente
imputables, por lo que su teoría de la intersubjetividad puede ser elevada al ran-
go de instancia crítica del mismo Geist hegeliano (véase Ricoeur 2002a: 235 ss,
265-278).
Asimismo declara estar más cerca de Aristóteles que de Hegel en lo que
respecta a la relación de la razón práctica con la razón teórica. Como Aristóteles,
considera que la razón práctica no puede ser nunca tratada de modo equivalente
al de una ciencia o teoría, es decir de un saber necesario acerca de la praxis, pues
con ello se corre el riesgo de que algunos pretendan imponer sobre los demás una
cierta concepción del bien y de que se bloquee la función de criticar las estructu-
ras ideológicas enmascaradoras de opresión (véase Ricoeur 2002a: 237 ss).
En continuidad con esta convicción, Ricoeur desarrolla en Sí mismo como
otro (1990) la idea de una sabiduría práctica que busca conciliar la Sittlichkeit de
Hegel con la phrónesis aristotélica, mediadas por la Moralität de Kant. En este
8
En realidad hay que decir que el término deseo de deseo no se encuentra en Hegel, sino que es una
interpretación de su célebre comentador. Véase al respecto De la Maza 2012: 98 ss.
LUIS MARIANO DE LA MAZA - Voluntad, razón práctica y reconocimiento en Hegel y Ricoeur l 197-218
proclamaba toda la física del mundo” (Ricoeur 1970: 411). Pero la autoconciencia
no puede eliminar el objeto mediante su simple negación, y más bien lo repro-
duce, como también reproduce el deseo. En lenguaje freudiano, el principio del
placer choca con el principio de realidad, y lo que se había tomado como puro
yo se revela como extraño a sí, anónimo y neutro, como “ello” (véase Ricoeur
1970: 412).
Un ejemplo destacado del carácter modélico de la fenomenología del es-
píritu lo constituye, según el filósofo francés, la reflexión sobre la figura del padre.
El padre y el hijo constituyen una historia de desdoblamiento de conciencia que
en cierto modo es también una lucha a muerte. No obstante, para Hegel es im-
portante que la dialéctica educativa no sea la del padre y el hijo, sino la del amo y
el esclavo. La paternidad y la filiación solo entran en el movimiento del reconoci-
miento a la luz de la relación del amo y el esclavo, que es la que verdaderamente
tiene futuro. Este privilegio se debe, según Ricoeur, al hecho de que la relación
amo-esclavo es la primera que implica reciprocidad de los roles intercambiables
entre sí, a pesar de su desigualdad. Pero además, y sobre todo, el dominio supone
poner en riesgo la propia vida para conservar la libertad, mientras que la pater-
nidad y la filiación permanecen en la inmediatez de la vida. Ahora bien, esta
conquista de la independencia del espíritu por medio de la muerte equivale, por
el lado de Freud, a aceptar la muerte del padre y la muerte propia, o sea la subli-
mación y la desexualización (véase Ricoeur 2003: 426 ss). Por otra parte, Ricoeur l 209
considera posible reinterpretar la pulsión de muerte freudiana emparentándola
con la negatividad hegeliana por la que se educa y humaniza el deseo (véase Ri-
coeur 1970: 422).
Por otra parte, el reconocimiento del padre y del hijo pasa, en la Fenome-
nología del espíritu, por la doble mediación del dominio de los hombres y las cosas,
y de la conquista de la naturaleza por el trabajo. En ese punto ya no coincide con
el psicoanálisis. Ricoeur también menciona la relación entre padre e hijo en tanto
que dos voluntades vinculadas por el contrato, un tema del que Hegel no se ocu-
pa en la Fenomenología del espíritu, pero sí lo hace en los Principios de la filosofía del
derecho. En esta obra, la persona se constituye como tal al poseer cosas y entrar en
relaciones contractuales con otros; por lo tanto también el reconocimiento mu-
tuo del padre y del hijo, en tanto que se enfrentan como voluntades libres, tiene
que ser posterior al contrato y a la propiedad (véase Ricoeur 2003: 429).
En sus lecciones sobre Ideología y utopía, dictadas en la Universidad de Chi-
cago el otoño de 1975, Ricoeur vuelve a ocuparse de la Fenomenología del espíritu
para abordar la relación entre el reo y el juez como un problema de reconoci-
miento: “El juez debe tanto juzgar como reconocer al criminal y debe también
ser juzgado por el reo a fin de reconocerse él mismo. Hay aquí un intercambio
de lugares entre la conciencia que juzga y la conciencia culpable” (Ricoeur 2001:
251). Veinte años más tarde, en Lo justo, retoma la misma idea al afirmar que la
LUIS MARIANO DE LA MAZA - Voluntad, razón práctica y reconocimiento en Hegel y Ricoeur l 197-218
el elemento decisivo de la narratividad, mediante el cual puede establecer una
mediación entre distintas formas de permanencia en el tiempo: la identidad idem
de lo que permanece invariable, como identidad cuantitativa y cualitativa, o la
continuidad ininterrumpida de algo, y la identidad ipse de lo que se mantiene en
el cambio, como la promesa sostenida a pesar de las vicisitudes de la vida.9 De este
modo despliega una concepción hermenéutica de la fenomenología, ya presente
en su libro sobre Freud, y caracterizada por su distanciamiento respecto de un
enfoque puramente eidético y trascendental y por su valoración de los rodeos por
la historia, por las ciencias y por la literatura para acceder, por la vía larga, a los
fenómenos humanos que constituyen su interés central.10
7. Filosofía y religión
9
Véase Ricoeur 1996b: Quinto Estudio. La identidad narrativa y la identidad personal.
10
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La comparación de esta manera de proceder, en la que reconoce una influencia ��������������������
de la fenom-
enología de Hegel, con las fenomenologías inspiradas por Husserl, se encuentra en Ricoeur 1987:
141-144.
11
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Véase “Hermenéutica filosófica y hermenéutica bíblica”, en Ricoeur 2002a: 120: “Aún si tu-
viéramos la tentación de decir […] que ‘Dios’ es el nombre religioso del ser, la palabra ‘Dios’ dice
más: presupone el contexto total constituido por el espacio completo de gravitación de los relatos,
de las profecías, de las legislaciones, de los himnos, etc. Comprender la palabra ‘Dios’ es seguir
la flecha del sentido de esta palabra. Por flecha del sentido entiendo su doble poder. El de reunir
todos los significados surgidos de los discursos parciales, y el de abrir un horizonte que escapa a la
clausura del discurso.” Véase también Ricoeur 2008a: 94.
12
Véase, por ejemplo, Hegel 1997: § 85 y epígrafe final.
LUIS MARIANO DE LA MAZA - Voluntad, razón práctica y reconocimiento en Hegel y Ricoeur l 197-218
para Hegel, por el contrario, es el rasgo esencial y definitorio del cristianismo.13
Según el francés, el término “revelación” conviene propiamente a una lectura
kerigmática, más allá de la cual se introduce una cierta interpretación psicologista
de la autoridad canónica, asociada a la inspiración. No obstante lo cual reconoce
que la lectura kerigmática no es simple, sino que contiene una multiplicidad de
elementos, entre los cuales, además de un llamado a la obediencia en la fe, se apela
a la reflexión y al estudio.14
El punto en el que acepta una proximidad al pensamiento de Hegel sobre
la religión es su interpretación de la resurrección, respecto de la cual habla una
vez más de una tentación: “quizás una vez más a causa de la presión del filósofo
que llevo dentro, me siento tentado, en la línea de Hegel, a entender la resurrec-
ción en la comunidad cristiana, la cual pasa a convertirse en el cuerpo del Cristo
vivo” (Ricoeur 2010: 208). Ricoeur considera que el mayor interés de la doctrina
de la resurrección es la idea de victoria y elevación por encima de la muerte, lo
que implica a su vez para él la necesidad de perder la vida para salvarla, en un sen-
tido que se distancia de la concepción sacrificial de la muerte como satisfacción
de la cólera divina por el pecado de los hombres, asumido por Cristo. Siguiendo
a Xavier Léon-Dufour, prefiere ver en la teología de la cruz un mensaje de libera-
ción que pone el acento en la donación gratuita que Jesús hace de su vida, como
un servicio del más grande amor por sus amigos (véase Ricoeur 2010: 207, 217),
con lo cual sin embargo vuelve a alejarse de la interpretación hegeliana, que ve l 213
en la muerte de Jesús una necesidad lógica asociada a la superación de lo finito en
lo infinito (véase Hegel 1987: 58 ss., 143, 235).
Ricoeur recuerda que Hegel es el primer filósofo moderno en asumir la
fórmula moderna “Dios mismo ha muerto” como una proposición fundamental
de la filosofía de la religión, que no tiene un sentido ateo, sino de superación de
una mirada estrecha de Dios como una realidad meramente empírica o totalmen-
te trascendente y separada del hombre. En todo caso, hace notar con toda razón
que Hegel usa esta expresión en distintos niveles, uno de los cuales es anterior a la
religión revelada, como la “conciencia desdichada”, que relega al más allá la ple-
nitud que anhela, y otro inherente a la religión revelada, como la constitución de
la comunidad espiritual de los creyentes tras la muerte de Jesús. Ricoeur relaciona
el tema teológico de la muerte de Dios con el tema freudiano de la muerte del
padre y la muerte del deseo y se pregunta por las analogías estructurales y proce-
suales entre los campos en que el símbolo de la paternidad se distribuye: el campo
13
Véase Hegel GW 9, VII.C; Hegel 1997: §564.
14
Véase Ricoeur 2010: 197, 203 ss. Véase también Ricoeur 2008a: 139.
Lo que esta pregunta pide del filósofo es nada menos que retomar, asu-
miendo nuevos riesgos, la tarea emprendida por Hegel en el siglo pasado,
de llevar a cabo una filosofía dialéctica que reuniría la diversidad de los
planos de experiencia y de realidad en una unidad sistemática […] He aquí
la tarea. Pero ¿quién podría asumirla hoy? (Ricoeur 2003: 447)
8. Conclusión
LUIS MARIANO DE LA MAZA - Voluntad, razón práctica y reconocimiento en Hegel y Ricoeur l 197-218
subjetivo y lo universal. Asimismo por la diversidad de problemas que atraviesa
y resuelve, asumiendo en cierto modo todas las filosofías de la voluntad desde
Aristóteles hasta Kant (véase Ricoeur 2003: 371).
También es notoria la existencia en Ricoeur de reiteradas críticas u ob-
jeciones al pensamiento de Hegel. Ellas se refieren especialmente al concepto
del Estado como una realidad sustancial, a la racionalización de la historia, y a la
pretensión de un saber absoluto o total. A este último le opone de un modo cada
vez más decidido una visión hermenéutica que se identifica paulatinamente con
el concepto de sabiduría práctica, entendida como aquella forma del saber que
permite juzgar con seguridad lo que se puede hacer en una situación determina-
da. En síntesis, la confrontación de Ricoeur con Hegel puede caracterizarse a la
luz de los textos examinados como de “productiva conflictividad”. Esta expresión
es usada por el propio Ricoeur en la entrevista con François Azouvi y Marc Lau-
na que se publicara en 1995 con el título Crítica y convicción. En ella no se refiere
expresamente a Hegel, sino en general a los autores a los que reconoce como
interlocutores. Pero tras haber recorrido algunos de los principales hitos de su
diálogo con Hegel, se puede afirmar sin duda alguna que las siguientes palabras se
aplican a él de modo eminente:
En general no suelo hablar más que de aquellos autores a cuyo lado puedo
caminar durante un largo trecho y decir luego que separarme de ellos me l 215
15
Este trabajo forma parte de un proyecto de investigación financiado por Fondecyt (1121181).
Corresponde a una ponencia presentada en el III Congreso Iberoamericano sobre el pensamiento de Paul
Ricoeur. Reconocimiento, Justicia Social y Vida Buena, organizado por la Universidad Católica Alberto
Hurtado y la Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, 20-22 de marzo de 2013.������ Algu-
nos pasajes tienen una coincidencia parcial con la ponencia “La ‘tentación hegeliana’: Paul Ricoeur
y la Filosofía del derecho de Hegel”, presentada en el Coloquio Internacional Humboldt, Dimensiones de la
libertad. Sobre la actualidad de la Filosofía del Derecho de Hegel, Pontificia Universidad Católica del Perú,
Lima, 1-4 de octubre de 2013.
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LUIS MARIANO DE LA MAZA - Voluntad, razón práctica y reconocimiento en Hegel y Ricoeur l 197-218
ESTUDIOS
CRÍTICOS
RICARDO IBARLUCÍA
Universidad Nacional de San Martín
l 219
—
1
Véanse, entre otros, Caygill 1994; Desideri 1983, 1995 y 1999; Hanssen 2005; Knocke 2000;
Long 2001; Melberg 2005; Reijen 1998; Ruiz Zamora 2006; Soussana 1999; Wallenstein 2010;
Weber 1996.
2
Esta formulación desaparece en la versión de 1939, donde Benjamin señala que “el tránsito del
primer modo de recepción al segundo”, esto es, del valor cultual al valor exhibitivo, “determina
el decurso histórico de la recepción artística en general”, por más que en cada obra singular podría
observarse aún “la oscilación ente estos tipos contrapuestos de recepción” (GS I: 483 n. 11).
3
Se podría decir que Benjamin desarrolla una dialéctica histórica entre los dos momentos que, en
Schiller, resultan constitutivos de la experiencia estética: la belleza como “libertad en la aparien-
cia”, como objetivación de la libertad humana, por un lado, y la belleza como “forma viva” [lebende
Gestalt], ámbito de realización del sujeto emancipado, por el otro. (SW 5: 655-661). Véase el uso
que Benjamin hace de este último concepto en su ensayo sobre Goethe (GS I: 157) a propósito del
héroe.
Cuando el rincón más apartado del globo haya sido técnicamente con-
quistado y económicamente explotado, cuando un suceso cualquiera sea
rápidamente accesible en un lugar cualquiera y en un tiempo cualquiera,
cuando se puedan “vivenciar” [erleben], simultáneamente, el atentado a
un rey en Francia y un concierto sinfónico en Tokio, cuando el tiempo
solo sea rapidez, instantaneidad y simultaneidad, mientras que lo tempo-
ral, como acontecer histórico, haya desaparecido de la existencia de to-
dos los pueblos, cuando el boxeador reine como el gran hombre de una
nación, cuando en número de millones triunfen las masas reunidas en
asambleas populares –entonces, justamente entonces, volverán a atravesar
todo este aquelarre, como fantasmas, las preguntas: ¿para qué? –¿hacia
dónde?– ¿y después qué? (HGA 40: 41).
man parte de un proceso “sintomático”, cuya importancia apunta “más allá del
ámbito del arte”, aunque están dotados de un sentido inverso: dan cuenta de
“una tremenda conmoción del contendido de la tradición, una conmoción de
la tradición que es la otra cara de la crisis y renovación actuales de la huma-
nidad” (GS I: 438, 477-478, 711; VII: 353). Para Heidegger, son expresión de
los “acontecimientos esenciales” del eclipse causado por la técnica moderna
–“la huída de los dioses, la destrucción de la tierra y el predominio de lo que
se ajusta al término medio”– que ha conducido a un “debilitamiento del espíritu
[Entmachtung des Geistes] en sí mismo, a su disolución, consunción, expulsión
y malinterpretación” (HGA 40: 48-49). Este oscurecimiento se inició en Eu-
ropa, durante la primera mitad del siglo XIX, con el fin de la época romántica
y el “derrumbe del idealismo alemán” (HGA 40: 49). A partir de entonces, la
existencia empezó a deslizarse hacia un mundo por completo carente de pro-
fundidad, cuya dimensión predominante pasó a ser la extensión y el número,
al punto extremo de hacer de lo cuantitativo una peculiar cualidad. Así, el es-
píritu, falsificado en “inteligencia”, se transformó en un instrumento al servicio
de un conocimiento, “cuyo manejo puede enseñarse y aprenderse” (HGA 40:
50). La ciencia se orientó a la clasificación y tipificación de lo dado, como en
el positivismo, o bien al “dominio y la regulación de las relaciones materiales
de producción (como en el marxismo)”; su contrapartida, en el campo de las
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LEANDRO INDAVERA
Universidad Nacional de Chilecito
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
—
l 241
1. Introducción
A lgunos autores han señalado de diversas maneras que existe una vin-
culación entre Jean-Jacques Rousseau y Adam Smith, especialmente
si prestamos atención al interés de este último en el Discours sur l’origine et les
fondements de l’inégalité parmi les hommes, que podemos encontrar en el Edinburgh
Review de 1755 (véanse, por ejemplo, West 1971; Hurtado Prieto 2004; Schliesser
2006 y Rasmussen 2008). Los editores de la edición de Glasgow de The Theory of
Moral Sentiments también han sostenido que es posible que Smith esté contestan-
do la visión de Rousseau en el pasaje de la mano invisible (TMS Intro: 10-11).
La contestación smitheana giraría en torno a la cuestión de si la adquisición de la
242 l
propiedad causa inequidad. El aspecto central del análisis se basa en una compa-
ración entre dos frases similares usadas tanto por Smith como por Rousseau. El
ginebrino, por un lado, en la segunda parte del Discours sur l’origine et les fondements
de l’inégalité parmi les hommes, dice con respecto a la adquisición de la propiedad:
Por otro lado, Smith (TSM IV: I, 10) sostiene con respecto al desarro-
llo agrícola: “[…] que han transformado completamente toda la faz de la tierra,
que han transformado las rudas selvas de la naturaleza en llanuras agradables y
fértiles”.
1
Salvo indicación contraria, los subrayados y las traducciones son de mi autoría.
[La invención y la mejora de] todas las ciencias y artes… que han trans-
formado completamente toda la faz de la tierra, que han transformado las
rudas selvas de la naturaleza en llanuras agradables y fértiles, y han hecho
del impenetrable y árido océano un nuevo fondo de subsistencia, y la gran
ruta de comunicación hacia las diferentes naciones de la tierra. Por estas la-
bores de la humanidad la tierra se ha visto obligada a redoblar su fertilidad
natural, y así mantener una multitud mayor de habitantes. (TMS IV: I,10)
Como hemos visto en la cita anterior, el hijo del pobre trabaja con incan-
sable denuedo día y noche para mejorar su condición. Unas pocas líneas después
de decir eso, Smith explica que esta manera de trabajar es la que hace que la tierra
redoble su fertilidad natural:
Polonia, donde el sistema feudal aún sigue teniendo lugar, es un país tan
miserable como en los tiempos anteriores al descubrimiento de América.
Sin embargo, en Polonia, el precio del trigo ha subido y el valor real de
los metales preciosos ha caído, de la misma manera que en otras partes de
Europa. Su cantidad, por lo tanto, debe haberse incrementado allí como
en otros lugares, y casi en la misma proporción que el producto anual de
su tierra y trabajo. Sin embargo, ese incremento en la cantidad de esos
metales parece que no ha aumentado ese producto anual, ni ha mejorado
las manufacturas ni la agricultura del país, ni mejorado la situación de sus
habitantes. (WN I: xi, n. 1)
248 l
4. Conclusiones
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E
l 251
l nombre de Lorenzino de’ del pasado, nos presenta dos claves de lec-
Medici, un personaje relati- tura. Una de ellas se apoya en el hecho
vamente oscuro de una rama menor de de que entre el pasado y nuestro presente
la célebre familia florentina, pasó a la hay una brecha que no puede ser salvada
posteridad con la triste fama de haber inmediatamente. Como señala Peter Bur-
cometido actos de vandalismo en Roma ke, ese mundo del Renacimiento, al que
durante su juventud y el asesinato del pertenecía Lorenzino de’ Medici, es una
primer Duque de Florencia y supues- especie de “cultura semiextranjera, que
to pariente suyo, Alessandro de’ Medici, no solo es ya remota sino que va hacién-
en 1537. Perseguido por los agentes de dose más extraña año a año” (El Renaci-
Cosimo, sucesor de Alessandro, escribió miento europeo, Barcelona: Crítica, 2000,
(o encargó) desde el exilio una Apología, p. 13). De este modo, el historiador tiene
breve escrito que defiende sus acciones la tarea de comprender los testimonios
con un lenguaje claro y directo. Gracias a del pasado en su contexto específico y
una cuidada traducción, acompañada de luego explicarlos, es decir, hacerlos com-
un prólogo introductorio y de notas, rea- prensibles en nuestros propios términos.
lizada por Nicolás Kwiatkowski, el Cen- En el prólogo y en las notas Kwiatkowski
tro de Investigaciones Filosóficas ofrece realiza este doble esfuerzo, contextuali-
al lector la posibilidad de acceder a una zando la obra, estableciendo filiaciones
versión castellana que conserva la clari- intelectuales, iluminando, en definitiva, el
dad y la fuerza retórica del original. mundo del autor y de sus primeros lec-
La Apología, como casi toda fuente tores. El lector contemporáneo hará bien
COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
serán bastante familiares, además de los ya más superficiales para construir un mo-
mencionados: un pueblo inocente, pero delo que mucho abarca y poco explica.
que en su pasividad se hace cómplice de Confundir nuestras experiencias con
su propia opresión; lujuria y escándalos las del pasado da lugar, sin duda, a gra-
sexuales; torturas, ejecuciones sumarias ves errores. Sin embargo, esta cautela no
y demás arbitrariedades judiciales. En su debe llevar al otro extremo, es decir, a la
imaginación histórica, los lectores se ha- afirmación de que el historiador debe
brán representado de inmediato las tira- despojarse de sus propios valores a la
nías de la Antigüedad que explícitamen- hora de abordar los testimonios históri-
te menciona Lorenzino, así como otras cos. Este falso ideal de objetividad con-
tantas tiranías de los tiempos modernos. duce al desconocimiento de que toda
A mí imaginación, por ejemplo, vino interpretación histórica implica, necesa-
el nazismo y el problema de la “culpa” riamente, un compromiso entre nuestras
del pueblo alemán, la deshumanización concepciones y las de las sociedades del
retórica del pueblo judío (culpabilizado pasado y por esa misma razón, es impo-
de conspiraciones imaginarias). Paradó- sible escribir una historia definitiva. Tal
jicamente, la figura de un verdadero cri- como dijo E. P. Thompson, “[s]olo no-
minal como Adolf Eichmann se resistía a sotros, los que ahora vivimos, podemos
ser presentada como un monstruo, para dar un ‘sentido’ al pasado. Ahora bien,
mayor frustración de quienes lo juzgaron este pasado siempre ha sido, entre otras
en 1961. cosas, el resultado de un razonamiento
La retórica del tiranicidio tiene, sobre valores. Al recuperar ese proceso, l 253
en efecto, varias ramificaciones y sus des- al mostrar cómo aconteció realmente la
cendientes son variopintos, precisamente secuencia causal, debemos, hasta donde la
porque se trata de una forma casi arquetí- disciplina lo permita, mantener nuestros
pica cuyo contenido varía según los con-
propios valores en suspenso. Pero una vez
textos, las ideologías, los puntos de vista.
recuperada esta historia quedamos en li-
Por esa razón aparece una y otra vez, en
bertad para expresar nuestros juicios so-
momentos distintos de la historia de Oc-
bre ella” (Miseria de la teoría, Barcelona:
cidente, simultánea o alternativamente
Crítica, 1981, p. 72).
por bandos contrarios. Está presente, de
forma solapada, en los medios de comu-
nicación, en los libros de historia, en el
discurso político.
Muchos historiadores podrán
dudar de la legitimidad de esta lectura FEDERICO ANDRADE
y le objetarían que reduce contenidos y MARAMBIO
contextos muy diferentes a sus aspectos Universidad Nacional de La Plata
COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
poder y pasiones en Spinoza y Leibniz”) acentuado el papel de la teoría del ‘in-
inaugura el primer tratamiento de cues- telecto agente universal’ (que anularía el
tiones éticas, considerando las nociones pluralismo) en el pensamiento juvenil de
de perfección, poder y pasiones, con el Leibniz. En siguiente lugar, Stefano Di
objeto de mostrar la diversidad en los en- Bella (“Leibniz, Spinoza y el argumen-
foques de uno y otro filósofo en lo que a to ontológico”) analiza las primeras for-
ellas respecta. A continuación, Ohad Na- mulaciones leibnizianas del ‘argumento
chtomy (“Unidad, singularidad e infinito ontológico’ y la conexión con Spinoza
en Spinoza y Leibniz”) retoma las consi- en esta cuestión, justificando que esto no
deraciones metafísicas, analizando los di- significa que Leibniz haya sido spinozis-
versos sentidos que le dan Leibniz y Spi- ta. Steven Nadler (“Spinoza, Leibniz y
noza a la noción de unidad, así como la los dioses de la filosofía”) analiza, por su
diferente repercusión que dicha noción parte, tres concepciones teológicas de la
tiene en sus respectivos esquemas metafí- época (racionalista, voluntarista y spino-
sicos. La interpretación usual de Spinoza zista) y ubica a los autores en su respecti-
como ‘necesitarista’ y de Leibniz como va concepción, destacando las similitudes
‘posibilista’ es cuestionada por Samuel y diferencias. A su vez, Mogens Lærke
Newlands (“Replanteamiento de la mo- (“Sobre la ley natural y la teoría del con-
dalidad en Leibniz y Spinoza”), quien, trato en Leibniz y Spinoza”) ofrece un
por su lado, ubica a los autores bajo un análisis relativo a la teoría política de los
mismo frente, el de los ‘antiesencialistas’. autores introduciendo en escena a un
En el noveno trabajo, Juan Diego Moya tercer actor, a saber, Thomas Hobbes.
Bedoya (“B. de Spinoza y G. W. Leibniz, En penúltimo lugar, Lourdes l 255
críticos de la variedad ontológica del in- Rensoli (“Leibniz y Spinoza ante la Ka-
teraccionismo”) analizará la coincidencia bbalah judía: confusiones y verdades”)
entre Leibniz y Spinoza en la negación considera las ‘confusiones y verdades’ re-
de la interacción entre las sustancias e in- lativas a la recepción de la Kabbalah judía
dicará, sin embargo, que los autores po- por parte de ambos autores. Finalmente,
seen distintas razones para ello. Thomas Leinkauf (“El tratado de Leib-
Elhanan Yakira (“El problema de niz ‘Meditationes de cognitione, veritate
la libertad humana en Leibniz y Spi- et ideis’ de 1684: una discusión en torno
noza”) retoma las consideraciones éti- al ‘Tractatus de intellectus emendatione’
cas haciendo hincapié en las diferencias de Baruch de Spinoza”) considera la
entre las teorías de la libertad divina de clasificación de las nociones que se en-
Spinoza y Leibniz que, en el marco de cuentra en las Meditationes de cognitione,
un análisis teológico-político, fundan las veritate et ideis de Leibniz para proceder
respectivas perspectivas sobre la liber- a establecer los vínculos de este catálo-
tad humana. Posteriormente, Andreas go epistemológico con sus fundamentos
Blank (“Leibniz, Spinoza y el intelecto metafísicos y a compararlas con la co-
agente”) defiende su interpretación del rrespondiente clasificación de Spinoza.
monismo y el pluralismo sustancial en La compilación está acompañada de una
el contexto del pensamiento leibniziano extensa bibliografía que recoge títulos
de 1675-1676 frente al cuestionamiento clásicos y recientes.
efectuado por Mogens Lærke, quien ha La importancia de los autores que
COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
permite subrayar las cesuras, así como las fineza en los siguientes capítulos, por
fuertes continuidades verificables en su medio de un recorrido atento tanto al
pensamiento. desarrollo del tema en la obra publica-
“El espejo del sueño”, el capítulo da y no publicada de Nietzsche como a
que abre el libro, ofrece las claves de lec- las “fuentes” relevantes en cada caso. Este
tura que permiten ubicar la exploración recorrido no es indiferente a las grandes
nietzscheana en el terreno de sus inquie- transformaciones presentes en la obra
tudes mayores y persistentes: el fenóme- del pensador alemán, subrayándose espe-
no del sueño aparece siempre como un cialmente aquella que debe establecerse
“espejo” privilegiado para hacer acce- entre la teoría del sueño en el horizon-
sibles los aspectos menos inmediatos y te de la dualidad estética, antropológi-
visibles de la propia razón despierta (y ca y ontológica conformada por el par
también del mundo, al inicio de su iti- apolíneo-dionisíaco, y la perspectiva na-
nerario). La pars destruens de esta estrate- turalizada abierta por Humano, demasiado
gia es señalada con sobria claridad: con humano. “Bajo la mirada de Apolo” re-
ella, Nietzsche desmonta la imagen de coge, por ello, la peculiar Mysterienlehre
una razón autosuficiente y soberana, ela- del joven Nietzsche, quien descubre en
borada por una modernidad demasiado el sueño una experiencia fisiológica cuyo
preocupada por mantener a raya a todo sentido excede ampliamente los límites
de la “ciencia estética” postulada en el
aquello que la ponga en entredicho. A
comienzo de El nacimiento de la Tragedia.
ella opone el pensador alemán una razón
Por una parte, la dinámica del sueño re-
menos homogénea, más ligada a proce-
vela la presencia de un instinto (Triebe) l 257
sos oníricos íntimamente fusionados con
artístico-natural ligado a la creación de
sus operaciones, que sugieren menos una
la forma, de la “bella apariencia” (contra-
“defensa” de la irracionalidad que un
puesto a la experiencia de la embriaguez
“llamamiento a la necesaria modestia de destructora del orden), que halla su ma-
la razón y a una aceptación continua de nifestación cultural específica en las artes
desafíos y condicionamientos”. De esta figurativas, y, particularmente, en algunos
forma, según una hipótesis que el libro pueblos, como el griego. Por otro lado,
sostiene con prudencia, evitando las ge- constituye una experiencia que permite
neralizaciones, prestando atención a los atisbar el carácter de “apariencia” (Schein)
textos, a sus pliegues y matices, es posible y de “ilusión” (Wahn) de la apariencia.
pensar en la reflexión sobre el sueño en En el marco de una conjetura metafísica
el marco de la herencia schopenhaueria- deudora de la escisión schopenhaueria-
na que Nietzsche, “noble traidor”, desa- na entre Wille y Vorstellung, el sueño es
rrolla de modo original y no reduccio- convocado aquí en su carácter de “repre-
nista: esto es, la idea de que es necesario sentación”, propiedad que comparte con
reconocer la animalidad en el hombre, y el entero mundo de la realidad empírica,
seguir las consecuencias de este recono- igualmente contrapuesto a la realidad en
cimiento en el análisis del “terrible texto sí irrepresentable de lo Uno Primordial
homo natura”, según la expresión acuñada (das Ur-Eine), de la que ambas surgen.
en Más allá del Bien y del Mal. Sin embargo, al expresar en sí la aparien-
La complejidad y las tensiones cia y la ilusión, hace manifiesto un “fer-
de esta investigación son mostradas con viente anhelo de apariencia” que el joven
COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
vigilia: una conquista siempre frágil, pro- Como ilustra el fenómeno mismo del
ducto de una estricta disciplina siempre sueño, tales mecanismos proveen “ali-
amenazada por procesos regresivos, así mentos soñados”, especialmente para
como por idiosincrasias metafísicas que aquellas “pulsiones morales” que no han
se montan o hallan expresión en ellos. encontrado estímulos reales para satisfa-
Por último, al asomar en estos aforismos cerse. Por otra parte, si esta “compensa-
la idea de que el sueño tiene su origen ción” es denominada como una “inter-
en “estímulos externos”, que activan en pretación”, más visible en el sueño, pero
el durmiente la búsqueda espontánea de no diferente de aquella que opera en la
las presuntas “causas”, en una dinámica vigilia, en ambos casos, es una interpreta-
que dista de ser racional, Sergio Sánchez ción de un “texto desconocido”. Sobre
encuentra un antecedente notable para este texto se extiende la infinita tarea de
la explicación tardía, dada en El crepús- una “razón inventiva” (dichtende Vernunft),
culo de los ídolos, sobre la existencia y los
que se prolonga, de una manera igual-
mecanismos de una enigmática “pulsión
mente desconocida para nosotros, como
de causalidad” (Ursachentrieb), el punto de
señalan las últimas líneas del libro de Ser-
llegada de una evolución en la que los
gio Sánchez, en la oscura raíz de la ani-
límites entre razón y sueño se hacen cada
vez más débiles. malidad, fábrica subterránea de la vigilia.
Es un mérito enorme del libro El cuidado con el que aborda una
que comentamos el análisis exhaustivo amplia variedad de fuentes nietzscheanas,
del aforismo 119 de Aurora, “Vivenciar e el orden y la claridad atenta a los matices
inventar”, llevado adelante en el último de su presentación, la erudición y la fine- l 259
COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
de la experiencia en la medida en que misma de la actividad científica. Esta tesis
requiere tomar decisiones colectivas se complementaría con la idea jamesiana
bajo la forma de acciones cooperativas, de que la ciencia muchas veces se apo-
comunicativas y democráticas; en este ya en pretensiones que no tienen sólido
sentido, Mercau sostiene que la demo- fundamento teórico sino más bien emo-
cracia es ella misma experiencia. Por su cional, de modo que este último elemen-
parte, Andrés Hebrard y Federico López to adquiere un rol epistémico relevante.
presentan “Una revisión del naturalismo En “Experiencia estética: ¿conocimiento
lógico de Dewey”, texto que evalúa la o expresión? Las posiciones de Dewey y
concepción deweyana de la lógica como Merleau-Ponty contra la representación
teoría de la investigación, dando cuen- mimética en el arte” Silvia Solas argu-
ta de su carácter naturalista y de algunos menta que ambos filósofos, en base a
conceptos centrales como los de investi- una reconsideración de la experiencia y
gación, inferencia y principio lógico, con a una crítica del modelo dualista en sus
el ulterior objetivo de identificar y enfa- respectivas filosofías, superan la concep-
tizar a la perspectiva deweyana como una ción mimética sobre el arte e insisten en
herramienta valiosa y promisoria para la que este último manifiesta un tipo de
investigación contemporánea en las áreas conocimiento que la tradición filosófi-
de lógica y teoría de la argumentación. ca había desestimado. María Aurelia Di
Los tres artículos finales del libro Berardino y Andrea Vidal cierran el libro
relacionan algunos desarrollos teóricos con su “Humanismo, verdad y experien-
de James y Dewey con autores de otras cia: ¿es posible conciliar existencialismo
l 261
corrientes filosóficas a los fines de brin- y pragmatismo?”, en donde buscan recu-
dar nuevas perspectivas en el tratamiento perar los compromisos humanistas de Ja-
de cuestiones sobre filosofía de la cien- mes y Sartre y, aun observando que estos
cia, estética y política. Así, Cristina Di no acuerdan respecto de temas centrales
Gregori y Cecilia Durán escriben “Las como, por ejemplo, el reconocimiento
emociones en ciencia. Michael Polanyi y de verdades absolutas, sostienen que la
William James”, en donde recuperan los praxis política que deriva de cada posi-
argumentos de ambos filósofos respecto ción permite a fin de cuentas acercar a
del papel que juegan las emociones en el ambos filósofos más allá de las diferencias
desarrollo de la ciencia. Las autoras indi- teóricas.
can que frente a las posiciones positivistas
y analíticas, Polanyi reserva un papel fun-
damental para las pasiones intelectuales,
las cuales constituyen a fin de cuentas LIVIO MATTAROLLO
condiciones necesarias para la existencia Universidad Nacional de La Plata
A RT Í C U L O S
RAMIRO CASO
Una defensa de las aserciones suboracionales _ 171
HERNÁN PRINGE
El concepto kantiano de analogía y el desarrollo histórico del pensamiento de Bohr _ 29
SÉRGIO SCHULTZ
Gödel, percepção racional e compreensão de conceitos _ 47
ADRIÁN RATTO
Materia y virtud. A propósito de la entrada “Cynique” de la Encyclopédie _ 67
DIEGO TAJER
En defensa del argumento finitista _ 129
ESTUDIOS CRÍTICOS
RICARDO IBARLUCÍA
La autonomía del arte en Benjamin y Heidegger: a propósito de la interpretación de Burkhardt
Lindner _ 219
PABLO PAVESI
Los escritos de juventud de Descartes _ 85
N OTA S
LEANDRO INDAVERA
Rousseau, Smith y las rudas selvas de la naturaleza _ 241
C RÓ N I C A S
GUILLERMO HURTADO
Luis Villoro (1922-2014) _ 101
C O M E N TA R I O S B I B L I O G R Á F I C O S
CARLO ALTINI
Entre el cielo y la tierra: Hobbes y el problema teológico-político (C. Balzi) _ 110
FRANÇOIS DOSSE
Paul Ricoeur: Los sentidos de una vida (1913-2005) (E. Lythgoe) _ 112
SERGIO SÁNCHEZ
La insensata fábrica de la vigilia. Nietzsche y el fenómeno del sueño (P. Hunziker) _ 256
VIVIANA SUÑOL
Más allá del arte: mimesis en Aristóteles (M. J.Vignati) _ 107
MARTIN THIBODEAU
Hegel et la tragédie grecque (M. Sarquis) _ 105
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