2 - A. Maslow y Las Experiencias Picos

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ABRAHAM MASLOW Y

LA EXPERIENCIA PICO O CUMBRE

Abraham Maslow, el psicólogo norteamericano que dio el puntapié inicial a la Psicología Humanista
y Transpersonal. Siendo de origen un psicólogo científico, fue receloso en su juventud con respecto
a la religión, a la que veía como potenciador de prejuicios y represiones, enemiga del progreso. Él
mismo como muchos otros judíos (recordemos a Freud) tenía una relación distante a la tradición de
sus padres. Sin embargo, con el tiempo, al interesarse en los aspectos poco tratados por la psicología
científica de la época, aquellos estrictamente humanos, comienza a cambiar su visión anterior, siendo
capaz de diferenciar la religión institucional de la experiencia religiosa, diferenciando el dogma de lo
espiritual.
Esto le lleva a hablar de las experiencias cumbre, sucesos de gran relevancia en la vida, que generan
un quiebre y hacen sentir el espacio y el tiempo de maneras distintas. Esto provoco extrañeza y
resistencia de varios psicólogos, que pensaban que Maslow había cruzado el límite, y ya no estaba
haciendo ciencia sino estaba haciendo especulación religiosa. Pero la historia le daría la razón a
Maslow, las experiencias cumbre eran un fenómeno que abría la puerta para hablar de lo espiritual
en el seno de la ciencia moderna, y aún más, abrirse a la posibilidad de que experiencias no enlazadas
a marcos religiosos institucionales, como la psicoterapia, una excursión, el ser madre, pintar y otras
muchas acciones “profanas”, puedan entenderse como espirituales, por lo capitales,
transformadoras y renovadoras que pueden llegar a ser.
Los psicólogos humanistas postulan que todas las personas tienen un intenso deseo de realizar
completamente su potencial, para alcanzar un nivel de «autorrealización». Para probar que los seres
humanos no solamente reaccionan ciegamente a las situaciones, sino que tratan de realizar una tarea
mayor, Maslow estudió mentalmente a individuos saludables en lugar de a personas con serios
problemas psicológicos. Esto le proporcionó información para su teoría de que la gente vive
«experiencias cumbre», momentos sublimes en la vida en los que el individuo está en armonía
consigo mismo y con su entorno. Desde la perspectiva de Maslow, las personas autorrealizadas
pueden vivir muchas experiencias cumbre durante el día, mientras que otras tienen esas experiencias
con menor frecuencia.
El desarrollo teórico más conocido de Maslow, la pirámide de las necesidades, es un modelo que
plantea una jerarquía de las necesidades humanas, en la que la satisfacción de las necesidades más
básicas o subordinadas da lugar a la generación sucesiva de necesidades más altas o superordinadas.
Sin embargo, según Maslow, únicamente aquellas necesidades no satisfechas generan una alteración
en la conducta, ya que una necesidad suplida no genera por sí misma ningún efecto. Otro principio
fundamental de su teoría es el que sugiere que las únicas necesidades que nacen con el individuo son
las de la base, es decir, las necesidades fisiológicas, y las demás surgen a partir de estas necesidades
una vez que ya han sido suplidas.
La tesis central de la pirámide de las necesidades, que ha tenido aplicación en diversos campos
incluso más allá de la psicología, expresa que los seres humanos tienen necesidades estructuradas
en diferentes estratos, de tal modo que las necesidades secundarias o superiores van surgiendo a
medida que se van satisfaciendo las más básicas.

Nos referimos a la experiencia directa espiritual, la experiencia cumbre o experiencia pico, o cómo la
llamó Jung, experiencia numinosa. Se trata de una experiencia que ha sido percibida por el ser
humano desde tiempos inmemoriales y que continuamente, aunque a veces en forma metafórica o

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con imaginería, es nombrada en la mayoría (sino en todos) los escritos religiosos a lo largo de la
historia. Sin embargo, fue científicamente estudiada y definida de manera sistemática, por vez
primera, por el psicólogo humanista Abraham Maslow. Estas experiencias se colocan en el vértice
superior de su pirámide, en la autorrealización.
Abraham Maslow en su libro “Religions, Values, and Peak Experiences” (1964) definió como
experiencia cumbre: “un estado de unidad con características místicas; una experiencia en la que el
tiempo tiende a desvanecerse y el sentimiento que sobrecoge hace parecer que todas las necesidades
se hallan colmadas”. Con esta definición quedan descriptos ciertos estados transpersonales y
extáticos, caracterizados por la unificación, armonización e interconexión que percibe el
experimentador quien se abre a la revelación de lo inefable del ser. Se trata de toda una categoría
de experiencias místicas caracterizadas por la disolución de las fronteras personales y la sensación
de ser uno con otras personas, con la naturaleza, con todo el universo y (tal vez) con eso que muchas
religiones llaman Dios, sin definirlo debidamente.
En sus escritos, Maslow critica duramente a la posición tradicional de la psiquiatría occidental, la que
sostiene que estas experiencias son síntoma de la enfermedad mental. Maslow demostró sin lugar a
dudas que las experiencias cumbre ocurren en personas normales y bien adaptadas. También
observó que si se les permite completarse naturalmente es común que resulten en un mejor
funcionamiento en el mundo y que conduzcan a lo que él llamó “la autorrealización”: una mayor
capacidad para expresar el propio potencial creativo. El psiquiatra e investigador de la conciencia
Walter Pahnke desarrolló una lista de las características básicas de una experiencia cumbre,
basándose en el trabajo de Abraham Maslow. Utilizó el siguiente criterio para describir este estado
de la mente:
• Unidad (interna y externa)
• Una fuerte emoción positiva
• La trascendencia a las categorías espacio y tiempo
• Sentido de lo sagrado (numinosidad)
• Naturaleza paradójica
• Objetividad y realidad de las percepciones obtenidas
• Inefabilidad
• Efectos posteriores positivos

Más recientemente y luego de estudiar las tradiciones de oriente, con especial énfasis en el
budismo, Robert Gimello de la Universidad de Notre Dame (y ex de Harvard), realizó una clasificación
más exhaustiva de las experiencias místicas.
• La sensación de Unidad y consecuente disolución o pérdida del “ego”.
• La pérdida del sentido del tiempo y del espacio.
• La sensación de contacto con lo Sagrado o lo Numinoso, como aquello con lo que conecta el
místico y se presenta como factor esencial persistente en el mundo religioso.
• La sensación de objetividad y de realidad profunda. El místico fiable no es el psicótico que ha
perdido contacto con la realidad. Al contrario, está dotado de un fuerte sentido de lo común que
le permite ser testimonio de la realidad más profunda tanto como de la realidad más concreta y
aparente.
• La cualidad noética, o sensación de la intuición de verdades profundas al margen del intelecto
discursivo. Es una sensación realista de inmediatez radical que va unida a la experiencia mística.
Así ha sido vivida por místicos como Ignacio de Loyola, Bernardo de Claraval, Al-Gazzali, Ovidio,
Rumi, Ibn Arabi, etc.

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• La superación del dualismo y de las contradicciones. Va más allá del principio de contradicción y
del tercero excluido, llegando a la lógica transcendental de Hegel, o a la comprensión de la
Tercera Fuerza de Gurdjieff, o a la coincidentia oppositorum de Nicolás de Cusa.
• La pérdida del sentido de la causalidad.
• Inefabilidad.
• La sensación de profunda paz y alegría. Inmensa felicidad, coherencia y una armonía interna
imperturbable. Pero lo que importa sobretodo es la perdurabilidad de un estado de conciencia
superior a lo comúnmente vivido.
• La percepción de Luz o Fuego. Es la experiencia literal de la iluminación. Lo describió Hildergard
von Bingen, Teresa de Jesús, Jacob Böhme, Jacopone da Todi, etc.
• Transitoriedad.
• Cambio positivo de conducta. Es un criterio fundamental. Todas las grandes huellas de vida
religiosa profunda llevan a los sujetos que los experimentan a un mundo interno más rico y una
mejora de calidad en el mundo emocional.
Como esta lista y la anterior lo indican, un individuo que vive una experiencia cumbre tiene la
sensación de sobreponerse a la fragmentación y división cuerpo/mente, y alcanza un estado de
unidad y completud interna total que usualmente resulta muy curativo y benéfico. Trasciende
también la distinción normal entre sujeto y objeto, y vive un estado extático de unión con la
humanidad, la naturaleza, el cosmos y eso que algunos llaman como Dios. Está asociado a una fuerte
alegría, felicidad, serenidad y paz.
Las personas que experimentan una conciencia mística de este tipo tienen la sensación de dejar la
realidad ordinaria, en donde el espacio es tridimensional y el tiempo lineal para entrar en una zona
mítica y sin tiempo donde ya no caben esas categorías. En este estado, la eternidad e infinitud pueden
experimentarse en segundos del tiempo del reloj. Otra cualidad vivencial de la conciencia de la
unidad es el sentido de numinosidad, un término que Carl Gustav Jung utilizaba para describir un
profundo sentido de lo sagrado y lo santo que está asociado a ciertos procesos profundos de la
psiquis.
La experiencia de lo numinoso nada tiene que ver con creencias religiosas previas o programas: es
una percepción directa e inmediata de que se está ante algo que tiene una naturaleza divina y es
totalmente diferente de nuestra percepción común del mundo de todos los días, de lo fenoménico.
Las descripciones de estas experiencias están llenas de afirmaciones paradojales que violan las reglas
básicas de la lógica. Es posible referirse a un estado místico diciendo que es como estar vacío de
contenidos, pero contenerlo todo. Ya que no presenta nada concreto, nada parece faltar, porque
contiene a toda la existencia en potencia.
La persona que lo describa hablará de una completa ausencia del ego y dirá que su sentido de
identidad estaba tan infinitamente expandido que contenía al universo entero. Otros podrán decir
que se sintieron absolutamente insignificantes, sobrecogidos y humildes por la experiencia, pero
guardan la sensación de un logro de dimensiones cósmicas, porque se sienten en cierta forma una
nada, se perciben como conmensurables con lo que podría denominarse como Dios (o la totalidad).
Durante una experiencia mística tal vez se sienta que se accede al más alto conocimiento y sabiduría
en cuestiones espirituales importantísimas. Por lo general esto no incluye información sobre el
mundo material, aun que ciertos estados místicos han sido ocasionalmente una fuente de
información válida que pudo utilizarse prácticamente. Es más usual tener una comprensión
instantánea de la esencia de la existencia descrita por los Upanishads como “conocer Eso, el
conocimiento que brinda el conocimiento de todo lo demás”. Este conocimiento de la verdadera
naturaleza de la existencia se percibe en última instancia como mucho más real e importante que

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todas las teorías científicas o percepciones y conceptos de la vida cotidiana. La inefabilidad es un
rasgo característico de este estado místico.
Es en verdad imposible describir a otros la naturaleza de estas experiencias, su profundo significado
y su importancia, en especial a quienes nunca las han tenido. Casi todos los que relatan su experiencia
mística se lamentan de la total ineficacia de las palabras para contarla. Quienes han tenido es te tipo
de vivencia a menudo dicen que el lenguaje poético, aunque imperfecto, es el mejor vehículo para
transmitir estos estados. Los versos in mortales de los grandes poetas trascendentales de Oriente,
como Omar Khayyam, Rumi, Kabir, Mirabai, y Kahlil Gibrán, así como Hildegard von Bingen, William
Blake, Rainer Maria Rilke y tantos otros así lo atestiguan. Si se permite que estas experiencias sigan
su curso, es probable que ejerzan una influencia profunda y duradera en el bienestar general de la
persona, su escala de valores y sus estrategias y estilos de vida. Suelen producir una mejora de la
salud emocional y física, una mayor apreciación de la vida y una acritud más amorosa, tolerante y
honesta hacia los demás seres humanos. Son capaces de reducir drásticamente la agresividad, la
intolerancia, los impulsos irracionales y las ambiciones poco realistas.
Hay ciertas situaciones en la vida que son especialmente capaces de producir una experiencia
cumbre. En muchos casos, la disolución del ego se da cuando uno se ve sobrepasado por la
percepción de algo exquisita mente bello. Esto suele ocurrir con la naturaleza: al bucear en jardines
de coral, navegar en el océano o en una balsa por los rápidos de un río, acampar en el desierto,
escalar montañas elevadas, andar en globo o practicar el aladeltismo, por ejemplo. Varios
astronautas han tenido experiencias de este tipo durante los vuelos a la luna y al orbitar la tierra. Otra
fuente importante de experiencias cumbre la constituye el arte inspirado; en este caso, el
arrobamiento místico puede ser experimentado tanto por el artista que crea o interpreta, como por
el admirador sensible.
Muchas experiencias de conciencia de la unidad han sido inspiradas por el esplendor de monumentos
como las pirámides egipcias, los templos hindúes, las catedrales góticas, las mezquitas musulmanas
y el Taj Mahal; así como por música, pinturas o esculturas. El amor, el romance y el éxtasis erótico
también disparan con frecuencia poderosas sensaciones de unidad con el todo. Lo mismo puede
suceder cuando uno queda absorbido por la mirada de un bebe. Quizás resulte asombroso que las
experiencias cumbres también se den en entrenamientos rigurosos y encuentros competitivos.
Michael Murphy y Rhea White han brindado ejemplos sorprendentes de tales estados en su libro The
Phychic Side of Sports. Recuerdo un capítulo de Animatrix donde un corredor se sale de la Matrix
(trasciende su ego diría yo) merced a su extremo esfuerzo.
Considerando que las experiencias cumbres son positivas y están llenas de posibilidades, puede
resultar desconcertante que se conviertan en un motivo de crisis espiritual. La razón principal para
tales complicaciones es que la cultura occidental en realidad no tiene una comprensión cabal de los
estados alterados no ordinarios de conciencia. Como consecuencia, somos incapaces de reconocer
el valor de estas experiencias, de aceptarlas y de contener a quienes las viven. La actitud que
predomina en la psiquiatría tradicional y en el público en general es que cualquier desviación de la
percepción y la comprensión común de la realidad es patológica. Nada más lejos de la verdad. Sin
embargo, en estas circunstancias, un occidental promedio que atraviesa un estado místico tenderá a
cuestionar su salud mental y a resistir lo que experimenta. Los parientes y amigos probablemente
apoyarán tal actitud y sugerirán que se recurra a la ayuda psiquiátrica. Mucha gente en el medio de
una experiencia cumbre ha sido enviada a un psiquiatra, que le diagnosticó una patología,
interrumpió la experiencia con medicación supresiva y tranquilizantes y le adjudicó el rol de paciente
psiquiátrico de por vida. Craso error.
Digamos que tienes una experiencia de la luz interior, cegadora, extática, que hace estallar tu mente.
La experiencia es directa e inmediata, pero entonces sales de ella y quieres contarla a otro, o quizás

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simplemente quieres contártela a vos mismo. La forma en que interpretes esta experiencia
determinará como la harás encajar en tu vida, como la compartirás con el mundo y como será tu
futura relación con esta sensación luminosa que puede cambiar tu vida de manera total y definitiva.

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