TFG Mariana Barboza

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Infancia maltratada: una perspectiva resiliente.

Nombre de la estudiante

Mariana Vanessa Barboza Romano

Tutora

Prof. Adj. Mag. Evelina Kahan

Revisora

Asist. Mag. Elika Capnikas

Ciudad

Montevideo, Uruguay

Fecha

Junio de 2022
Índice

Índice 2

Resúmen 3

Introducción 4

Infancia 5
1.1 Conceptualización de la infancia 5
1.2 Historia de la infancia 6
1.2.1 Epidemiología del maltrato infantil en América Latina y el Caribe 6
1.2.2 Evolución de la relación entre infancia y maltrato 7
1.2.3 Evolución de la relación entre infancia y maltrato en Uruguay 9
1.3 Lugar de la infancia en la actualidad 10
1.3.1 Hipermodernidad 10

Familia 12
2.1 Evolución del concepto de familia 12
2.2 Funciones de la familia 15
2.3 Parentalidad 16

Maltrato 17
3.1 Conceptualización del maltrato 17
3.2 Tipos de maltrato 18
3.3 Lugar del agresor y lugar de la víctima 20
3.4 Familia y maltrato 22
3.4.1 Agresividad, violencia y crisis 22
3.4.2 Violencia intrafamiliar y vínculos fusionales 24
3.4.3 Violencia transgeneracional e historia familiar 26
3.5 Vulneración de derechos 28
3.6 Incompetencias parentales y malos tratos 29
3.7 Otros factores intervinientes en el maltrato: factor ambiental y nivel socioeconómico
30

Consecuencias del maltrato 31


4.1 Vulnerabilidad, trauma y desvalimiento psíquico 31
4.2 Consecuencias del maltrato físico y psicológico 33

5. Concepto de infancia bien tratada 35


5.1 Familia sana 36
5.2 Habilidades parentales y autoconcepto 37
5.3 Resiliencia: factor protector frente al maltrato 38
5.3.1 Concepto de resiliencia 38
5.3.2 Referentes de resiliencia 41

Síntesis y reflexiones finales 41

Referencias bibliográficas 43
Resúmen

El trabajo realiza un recorrido histórico acerca del lugar asignado a la infancia hasta el
presente tomando en consideración el imaginario social imperante en cada momento
histórico y se centra específicamente en el maltrato infantil.

El mismo aborda el papel que juega la familia, la parentalidad y los estilos de crianza
desarrollados que generan, mantienen y transmiten modos de relacionamiento violentos a
nivel generacional y transgeneracional, integrando además otros factores en juego tales
como los socioeconómicos y ambientales, entre otros.

Asimismo se plantean distintas repercusiones que la violencia genera en el infante, como


consecuencias del maltrato y su forma de asimilarlo, que influye en el transcurso de su vida
y su vinculación con los demás como base esencial de la vida en sociedad.

Se destaca la resiliencia como una forma posible de transmutar las experiencias de dolor a
partir de factores protectores internos y externos, en compañía de otros, con el fin de
contemplar diferentes formas relacionales basada en el buen trato y la proyección de la
vida.

Palabras clave: infancia, maltrato, familia, parentalidad, resiliencia.


Introducción

La infancia se trata de una etapa importante de la vida, la cual se acompaña de cambios


significativos, entre otros se estructura el psiquismo, se sientan las bases del desarrollo,
además de cambios biológicos, lo cual requiere de la necesaria e imprescindible
corregulación del adulto.

Sin embargo, en algunas situaciones el infante se enfrenta a la paradoja de que quienes


deberían cuidarlo y protegerlo no pueden hacerlo, resultando dañado y violentado por parte
de aquellos adultos que le dieron la vida o se encargan de su crianza.

La violencia infantil es un fenómeno con una larga historia que pone en evidencia familias
con carencias parentales severas y graves, familias que no logran cumplir con las funciones
necesarias para el adecuado desarrollo de los niños, donde la violencia se ha transmitido a
nivel generacional y transgeneracional.

Es responsabilidad social el continuar abriendo espacios para el diálogo y brindar


información acerca del maltrato a fin de que no sea silenciado. Se trata de una situación
dolorosa con múltiples repercusiones, de allí la importancia de contemplar la singularidad
de los contextos donde existe, los factores que lo determinan, qué acciones y lógicas lo
conciben y sostienen aún hoy como un medio válido, por ejemplo, para educar.

Contemplar las posibilidades de trascender estas experiencias traumatizantes en base a la


rehabilitación emocional, al cuidado mutuo, a la perspectiva de derechos y a la educación
sobre los buenos tratos. Constituye un desafío darle voz a los niños para que conozcan y
defiendan sus derechos, para que planteen sus límites y puedan recurrir a referentes de la
comunidad, revalorizando los lazos sociales.

En este marco la resiliencia es un modo de reparar el daño que provoca la violencia, desde
una mirada compasiva, a través del autocuidado, con impacto en la autoestima. El
reconocimiento y la apropiación de los recursos internos y externos que logran integrar la
situación adversa y superarla.
1. Infancia

1.1 Conceptualización de la infancia

“El concepto infancia se refiere más a un consenso social sobre una realidad, que a una
realidad social objetiva y universal. Porque cada sociedad y cultura definen qué es infancia,
cuáles son sus características, qué períodos de la vida incluye” (Carreño y Rey, 2010, pp.
811). La infancia es una etapa vital en sí, determinada por factores cronológicos, familiares,
sociales, culturales, ideológicos, vinculares, emocionales, psíquicos y biológicos. Es
mediada por las necesidades generales y específicas, concibiendo a cada sujeto como
singular y único, producto de un entramado y de su propia historia que es determinada por
la genealogía de su familia. Mirada desde un paradigma de la complejidad (Rey, 2010), se
entiende que no hay una única infancia, sino múltiples, que evolucionan a través del tiempo.
De acuerdo con lo anterior, Carli (1999) propone que es correcto hablar de las infancias
porque “refieren siempre a tránsitos múltiples, diferentes y cada vez más afectados por la
desigualdad” Carli (1999, p. 1). Por lo tanto, la autora desarrolla a la infancia como una
construcción social.

Es importante reconocer la singularidad de esta etapa y diferenciarla del mundo adulto:

“el niño sabe muy bien lo que desea y actúa como nosotros en función de intereses
concretos como descubrimos todo un mundo de diferencias, en el juego, por
ejemplo, o en la forma de razonar, y decimos entonces que "el niño no es un
pequeño adulto" Piaget y Petit (1986, p. 2).

Los mismos autores, dividen el desarrollo por estadios y acotan que conforme se va
avanzando en cada uno de ellos, se alcanza un mayor equilibrio. Existe una asimilación y
una acomodación de la información del medio ambiente y el conocimiento que el niño
incorpora.

Según la Convención Internacional sobre los Derechos de los Niños citado en Jaramillo
(2007) “los niños deben ser reconocidos como sujetos sociales y como ciudadanos con
derechos en contextos democráticos” Jaramillo (2007, pp. 120).

A los requerimientos de este trabajo, se entiende que la infancia es una categoría relacional,
una construcción histórica y social, política, jurídica, por tanto es múltiple y
multideterminada, teniendo acento en las prácticas relacionales:

“la infancia es una categoría relacional en la que se pone en juego el poder; relación
que se devela históricamente en las prácticas (discursivas o no) y en las luchas que
la atraviesan. La infancia no es un sujeto a priori o un sujeto jurídico abstracto
formal, sino una construcción histórica y relacional.” Vanegas (2017, p. 5).

En cuanto al tiempo cronológico Galvis (2009) plantea que la infancia se extiende entre los
0 y 12 años inclusive.

1.2 Historia de la infancia

1.2.1 Epidemiología del maltrato infantil en América Latina y el Caribe

Fry, Germanio, Ivatury, Padilla y Vindrola (2019) afirman que en América Latina y el Caribe
la violencia con relación a la infancia aún existe. Estos autores realizaron una investigación
y encontraron datos sobre el castigo físico de cualquier tipo en niños entre 1 y 14 años de
edad, separados por sexo, en diferentes estudios relevados entre los años 2011 y 2019, en
los países que se detallan a continuación: Argentina, un 44,2% de niñas sufrieron castigo
físico frente a un 48,6% de niños; Barbados un 52,2% niñas frente a un 59,2% niños; Bélice
con un 45,1% de niñas frente a 51,2% de niños; Cuba con un 32,1% niñas ante un 34,1%
niños; Costa Rica con un 31,3% de niñas frente a un 34,6% de niños; República
Dominicana con un 39% niñas frente a 44,3% niños; El Salvador con un 36,2% de niñas
frente a 42,6% de niños; Guyana 45,5% niñas ante un 55,8% niños; Jamaica un 65,2% de
niñas y 71,4% de niños; México 42,2% niñas ante 45,3% niños; Paraguay un 35,6% de
niñas frente a 43,6% de niños, Panamá 27,1% niñas ante 31,3% niños; Santa Lucía 38% de
niñas frente a 49,5% de niños; Surinam 59,8% niñas frente a 65,3% niños; Trinidad y
Tobago un 50,4% de niñas frente a 53,2% de niños.

Es interesante observar los altos índices de violencia en los países relevados; también es
de suma importancia la división por sexo, siendo los niños quienes perciben un porcentaje
más alto de algún tipo de castigo físico. Farías (2019) plantea que la mayoría de los
agresores son del núcleo familiar.

El maltrato físico es anticipado por el maltrato psicológico/emocional, de este modo, hay una
correlación positiva entre los dos (Barudy, 1998).

En Uruguay, siguiendo al Sistema Integral de Protección a la Infancia y a la Adolescencia


contra la Violencia (2021), en 2011 las situaciones de maltrato registradas por año eran de
824, mientras que en 2021 fueron 7035. Prevalece el maltrato emocional (37%) en primer
lugar y el maltrato físico (17%) en cuarto lugar. Las situaciones de violencia intrafamiliar
tienen la característica de ser en su mayoría severas y crónicas con un bajo nivel sobre la
percepción de la violencia por parte de las mismas víctimas.
1.2.2 Evolución de la relación entre infancia y maltrato

La sensibilidad en los diferentes momentos históricos explica las prácticas en relación a la


infancia, esta es “la evolución de la facultad de sentir, de percibir el placer y el dolor, que
cada cultura tiene y en relación a qué la tiene” Barrán (1994, pp. 11).

La infancia no tenía ningún espacio en el imaginario social, Amorín (2008) afirma que en la
Edad Media no existía la infancia. En esta sociedad era común el infanticidio, el abandono y
la ausencia emocional o negligencia, entre otras. Barrán (1994), afirma que en esta etapa el
niño era considerado un adulto en miniatura, incompleto, a veces molesto, un estorbo.
Según Delgado (2015) a los 7 años los niños trabajaban como los adultos, se vestían y
comportaban como ellos, y transitaban por sus mismos espacios, resignando los propios.

De Mause (1982) comenta que se ponen en marcha nuevas formas de ver a la infancia a
finales de la Edad Media, pero es recién en el Renacimiento que comienzan lentamente a
ser diferenciados de los adultos (Amorín, 2008). Por lo tanto, toma un mayor relieve la
relación de la madre con el bebé, y los cuidados proporcionados.

El niño se incluye poco a poco en la vida afectiva de los padres, pero desde la categoría de
“salvaje”, con el paradigma Darwiniano, ya entrada la modernidad (Barudy, 1998). El
paradigma Darwiniano también afirma que al niño se lo debe domesticar, enseñar a vivir en
sociedad, mediante la disciplina y el control, transversalmente atravesado por la religión.

Barudy (1998) explica que en la modernidad el sistema era patriarcal, autoritario, adultista,
se controlaba mediante la represión. Había un exceso de la función paternante como forma
de controlar el comportamiento, proteger los derechos por medio de reglas, normas y leyes.

La infancia es descubierta, según Rojas y Lora (2008), en el siglo XVIII. En este siglo había
una ambivalencia en donde los niños eran a la vez considerados como malvados por
naturaleza y también totalmente inocentes. Según Jaramillo citado en Delgado (2015), el
descubrimiento de la infancia surge en Estados Unidos, pero es recién en el siglo XX donde
emigró al continente americano. En el siglo XVIII también surge la pediatría, De Mause
(1982) plantea que disminuye la mortalidad y la ciencia en general comienza a hacer eco de
la infancia como etapa de interés.

Es entonces cuando Freud (1905) presenta un ensayo sobre la sexualidad infantil, y con
esto, se pone en cuestión el lugar de pureza con el que se venía planteando a los niños. La
existencia de una sexualidad (diferente a la genital) pero aun así vigente, un inconsciente,
pulsiones y demás, los ubica nuevamente en el centro ¿qué significa ser niño? ¿Cuáles son
las características de esta etapa evolutiva? Según Rojas y Lora (2008) el psicoanálisis es
una posición relacionada al saber. En el psicoanálisis freudiano, es el Edipo lo que marca la
diferencia entre el adulto y el niño, se denomina al niño como sujeto del inconsciente. Por
otro lado, siguiendo a Lacan, el vínculo se construye a partir de la demanda y deseos del
niño hacia el adulto, el Otro, esto despierta las identificaciones primarias y primitivas de
quienes tiene alrededor. El niño es un ser hablante: sujeto, dividido, en falta, efecto del
lenguaje, castrado, que se inscribe en la cultura y en lo simbólico.

En el siglo XIX Rousseau plantea un estado de pureza o naturaleza que el niño mantiene.
También hablaba sobre el derecho de la infancia, a ser reconocido como tal, y logra que
personas intelectuales se interesen por esta etapa evolutiva (Rojas y Lora, 2008). En el
mismo siglo hay un auge del capitalismo y con él el empobrecimiento de las clases
populares. La pobreza que circulaba como principal factor estresor propició el maltrato
infantil (Farías, 2019). El siglo XIX hasta mediados del XX es llamado el siglo de la
socialización, porque había una mayor focalización en el niño, sus cuidados y educación.

A mediados del siglo XX se lo denomina de ayuda, porque los adultos se involucraban y


ayudaban a los niños aún más que antes. Es en esta época que la psicología se interesa
por la infancia (Farías, 2019). La relación entre adulto-niño es en base a la empatía, la
paciencia, el respeto, el cuidado y la intención de potenciar sus capacidades (De Mause,
1982). Siguiendo a Delgado (2015), en este mismo siglo Arnold Gessel escribe un manual
sobre las etapas del niño, y el desarrollo esperado en cada una de ellas. De allí surge la
idea de lo normal y lo anormal para cada etapa, estigmatizando a quienes no cumplían con
eso. Es Piaget quien lo cuestiona, hablando del desarrollo del niño como un proceso en
espiral y un vínculo con el ambiente, dando paso a la nueva perspectiva (Delgado, 2015).
La misma autora afirma que en el siglo XXI la infancia es entendida desde la variabilidad del
desarrollo. Van Dijk y Van Geert citados en Delgado (2015) indican que el desarrollo no
debe ser una curva lineal, contínua, para ser adecuada. Siempre aparecen discontinuidades
y diferentes formas de desarrollo según el sujeto, el entorno y múltiples factores
determinantes, lo que no significa problemas, de esta forma flexibilizan lo planteado por
Gessel. La autora también afirma que la perspectiva actual convive con la medieval del
adulto en miniatura, mostrando que de igual manera, el desarrollo histórico tampoco es
lineal. En la actualidad los niños continúan siendo parte de las guerras, del trabajo,
prevaleciendo el embarazo adolescente y el maltrato infantil.
1.2.3 Evolución de la relación entre infancia y maltrato en Uruguay

En Uruguay del siglo XIX nuestra sociedad era concebida como bárbara. La muerte era un
acto consumado, su representación y su idea merodeaban por el ambiente, del total de
muertos la mitad eran niños. La idea de la infancia relacionada a la muerte no era muy
distinta para aquella sociedad de la barbarie, en muchas ocasiones era más doloroso para
las familias perder el ganado que a uno de sus hijos. El castigo corporal era bien recibido,
aceptado y premiado socialmente, símbolo de fortaleza y de buena educación, podían
aplicarlo tanto los padres del niño como cualquier otra persona (vecinos, profesores, amigos
de la familia).

La violencia que le imponía la sociedad a la infancia era fruto de la sensibilidad de la época,


como afirma el historiador uruguayo Barrán (1994). En el Montevideo bárbaro, la violencia
se encontraba en todos los ámbitos de la sociedad, por ejemplo, los niños eran expuestos a
asesinatos públicos, entendidos por la sociedad como espectáculos. Esto era una suerte de
“vida de las pulsiones no completamente disciplinadas por las coacciones de la cultura”
Barrán (1994, pp. 208).

La ética de aquel entonces fue diferente a la que conocemos hoy en día, sin embargo, aún
hay concepciones, formas de entender, de actuar, de pensar, de sentir que tienen su núcleo
en aquella sensibilidad (Delgado, 2015). La violencia, tan típica de esta sociedad, era
totalmente anuladora, en cuanto a la imposibilidad de ver a la infancia, asemejar todo a sus
propias lógicas y condenarla a la inexistencia. Los niños eran salvajes, a quienes había que
domesticar, idea que era promulgada por la Iglesia. La mano dura, el sufrimiento corporal, el
castigo, la represión eran normalizados dentro de este imaginario bárbaro de muerte y sus
derivados.

Según Barrán (1994), no se les permitía ejercer su propia infancia, cuando estos se
encontraban jugando en las calles, muchas veces eran encerrados por las autoridades de
ese momento, a título de “niños vagos”. El adultocentrismo primaba en esos momentos,
donde el infante era un “carenciado” desde todos los ámbitos. La sociedad bárbara
proyectaba todas sus características en la infancia.

El afecto hacia estos era casi inexistente, la sociedad no lo premiaba y además lo


relacionaba con la debilidad y el malcriar. Los padres de aquel entonces no querían a sus
hijos, al menos desde la perspectiva que hoy entendemos el afecto, relacionándolo con la
ternura, las tareas de cuidado, protección, atención, entre otras. No existía, decía Amorín
(2008), una idea de ternura y necesidad de protección del niño como la conocemos hoy,
sino que se la comparaba con el mundo adulto desde el paradigma de la carencia. El
desapego primaba entre padres e hijos, entendiendo a estos (los padres) como una
autoridad. El padre era similar a un Dios, incuestionable, omnipotente, inequívoco. Tras esto
se encontraba un gran dogmatismo, un no-saber, una sociedad violenta que servía de base
para esta forma vincular entre padres e hijos.

Cuando la sociedad civilizada se instala en Uruguay, esta violencia no desaparece, sino que
permanece oculta a los ojos de esta (Barrán, 1994). La violencia, ahora entendida como
inhumana, subdesarrollada, bárbara, sucumbe a la reforma. Se intenta ocultar y tapar todo
lo relacionado con la barbarie. La muerte, que circulaba libremente, se transforma en un
tabú.

1.3 Lugar de la infancia en la actualidad

1.3.1 Hipermodernidad

A diferencia de la modernidad, en la hipermodernidad, los niños no son vistos como fuerza


de trabajo, sino como pequeños consumidores. El sistema de la postmodernidad,
parafraseando a Barudy y Dantagnan (2005), es individualista, manipulador, materialista, se
basa en el deseo, indiferencia, consumismo, pensamiento único, etc. Hay una prevalencia
de la función maternante, es decir, alimentaria, nutricia, un libertinaje infantil. El sujeto,
desde su nacimiento es producto de la sociedad, por lo tanto, ¿de qué manera influye la
sociedad en las prácticas de malos tratos? Esta construye los imaginarios desde las que se
piensa a las diferentes etapas evolutivas, también las hace corresponderse con un ideal, en
este caso del niño (Carreño y Rey, 2010), en la mayoría de las situaciones el ideal no se
corresponde con el niño real. La sociedad, por ende, determina el vínculo entre los niños y
los adultos.

Según Najmanovich (2005), el sujeto no “es” de por sí, sino que adviene, en y por los
intercambios sociales y en el ambiente en que está inmerso. Según su perspectiva, no
habría sujeto, sino producción de subjetividad ¿cómo se conforma esta? En principio por
transmisión cultural en la familia. Ya que los sujetos existen por intercambios sociales,
vinculares. Sin embargo, Najmanovich (2005) también plantea que la sociedad crea a los
sujetos que la crean, ilustrado a través de la obra “Moebius Strip II” (Escher, 1964). Por
ejemplo, discursos que fluctúan con relación a la infancia, al maltrato y a las relaciones
entre adultos y niños (Carreño y Rey, 2010). Desde esta postura no existiría el binarismo (es
decir, división entre familia-sociedad) ya que es un continuo ciclo que evoluciona en
conjunto. Según esta autora, estos son límites fundantes, es decir, dentro del conjunto
heterogéneo, los límites no son fijos. Existe una conexión entre un adentro y un afuera que
se mantiene o transforma en la dinámica vincular, así funciona el relacionamiento del sujeto
con la sociedad. Esto nos permite entender al sujeto, en este caso el niño (circunstancia) y
su entorno inmediato (microsistema) de una forma compleja, histórica, producto de una
sociedad y una cultura.

Han (2012) desarrolla el concepto de sociedad del cansancio para ilustrar a una sociedad
en la que todo se dirige al consumo. En esta sociedad no existe la negatividad, hay un afán
total y excesivo de rendimiento, no existe el control (este se interioriza), hay ausencia de
barreras, todos los espacios convergen y surge una autoexplotación sin clases. En este
escenario no hay tiempo para sí, para el autoconocimiento, no hay tiempo dedicado al ocio
o este es escaso, no hay tiempo de calidad dedicado a los hijos, a los seres amados, por
estar en busca del éxito, del profesionalismo o bienes materiales, por estar en busca de,
haciendo. Esto aparece como una forma de maltrato si entendemos que los niños crecen y
se desarrollan conforme a la motivación que le proporcione su medio, sus vínculos más
cercanos, sus progenitores. El ritmo de vida que propone la hipermodernidad no delimita
ningún espacio, el trabajo irrumpe en el núcleo familiar y quita el foco de atención. A su vez,
el exceso de rendimiento y la proactividad los lleva a estar presentes físicamente pero no
emocionalmente.

Debido a la equiparación de niños y adultos en la categoría de consumidores, que


desarrolla el filósofo surcoreano, es que algunos autores hablan sobre el fin de la infancia.

Bleichmar (2001) plantea que en la actualidad, al igual que en la Edad Media, se da una
difuminación de la infancia. Por un lado, el conocimiento es tan veloz que los lugares donde
se alojaba (escuela y familia) ya no cumplen esa función, ahora lo hacen los medios de
comunicación. Las relaciones siguen siendo asimétricas entre los niños y los adultos. Según
esta autora, desaparece la infancia en tanto no se les da voz, no se tiene en cuenta lo que
piensan, sus formas de ser, expresar y de crear. Desaparece la infancia cuando se los
silencia, al igual que en la Edad Media, donde la infancia no tenía su propio espacio.

En concordancia, Leopold (2014) considera que la escuela es el mediador entre los niños y
la sociedad, cuando este empieza a ser pensado con ternura y como ser autónomo. Para
esta el final de la escolarización marcaba el final de la infancia. La autora desarrolla la idea
de un “afecto obsesivo”, es decir el precio a pagar con el cambio de concepción de la
infancia es la pérdida de libertad y autonomía, reclusión y escolarización. Pierde el vínculo
con la comunidad porque queda más replegado al ámbito de lo privado. De esta manera, se
cronifica la dependencia, la obediencia y el sometimiento. La autora afirma que el fin de la
infancia se produce cuando el niño accede a información del mundo adulto, se pierde su
inocencia y eso habla de su desaparición.

Contemplando los aspectos vertidos sobre la hipermodernidad, podemos pensar que existe
una violencia implícita, tal vez simbólica del ambiente en el que crecen y se desarrollan los
niños, que iguala y equipara niños y adultos como consumidores, donde se anula la
singularidad, la creatividad y la expresión de subjetividad del niño. A su vez, si este no
encaja socialmente se lo ubica en categorías patológicas (depresión infantil, TDAH). Es
decir, la actualidad presenta estas particularidades, donde se intenta aislar a los individuos,
separarlos, generar competencias, olvidando lo necesario e imprescindible de la comunidad,
el compartir con otros.

2. Familia

2.1 Evolución del concepto de familia

Engels (1986) habla del surgimiento de la familia, para tener en cuenta la historia de su
evolución, lo que entiende por fundamental e inmutable en ésta es la línea consanguínea.
Desde allí se fue elaborando la familia, excluyendo primero a padres del deber matrimonial
(familia consanguínea), luego a hermanos y primos (familia purunúa), siendo este
acontecimiento de más relevancia ya que sus edades eran cercanas. De estas
prohibiciones surgió la familia sindiósmica, siendo más estable que las anteriores ya que el
hombre vivía con la mujer, pero la infidelidad y poligamia existían, eran un derecho para el
hombre. Para la mujer, en cambio, estaba completamente prohibido y si se separaban, los
hijos quedaban a cargo de la mujer. Consiguiente a esto, aparece la familia monogámica.
Rudinesco (2003) y Engels (1986) hablan de la consolidación del patriarcado, predominio
del hombre, relevancia de los hijos con apellido del padre. El matrimonio sólo puede ser
disuelto por el hombre, por lo tanto, el matrimonio en la historia nunca apareció como lo más
natural, sino como “esclavizamiento de un sexo por el otro” Engels (1986, pp. 27). Muchos
matrimonios burgueses eran arreglados y su función en gran parte era transmitir el
patrimonio. La sociedad pasa a ser un conjunto de familias individuales. En estas familias,
se interioriza la división de clases, la mujer pasa a ser el proletariado y el hombre la
burguesía. Según Rudinesco (2003), este tipo de familia se basó en someter a las mujeres
(violencia de género), aumentar la dependencia en los niños y otorgarle el poder total al
padre de familia.

La familia es un sistema abierto que continuamente intercambia con el exterior, por ende,
cuando la sociedad se modifica, de igual modo la familia. La familia del siglo XIX es definida
como “una red de placeres-poderes articulados en puntos múltiples y con relaciones
transformables” Foucault (1987, pp. 29).

Según Bringgiotti (2005) y Rudinesco (2003), la familia tradicional está pensada como mujer
y hombre, casados en matrimonio y los hijos, producto de ello. Los roles, tareas y
actividades estarían bien definidos. Foucault (1987) habla de un tipo de límites más rígidos
entre adultos y niños del que existe en la actualidad, teniendo estos últimos, por ejemplo,
vedado el ingreso al dormitorio de los padres, como así también la división de cuartos, que
estructura a las familias en el espacio.

En este contexto, el hombre estaría más relacionado con la esfera de lo público, lo racional,
el liderazgo, el poder. Por otra parte, la mujer estaría más relacionada con el ámbito de lo
privado, lo íntimo, lo doméstico, lo emocional, el cuidado (Barudy, 1998). Este punto de vista
patriarcal, machista, como reflejo de la sociedad tiene una base incisiva en el maltrato. El
padre de familia, centro del “poder” de esta, cree que los miembros de su familia son de su
pertenencia, por ende, cree tener el control y el derecho de decidir por ellos o de
manipularlos a su antojo (Red Uruguaya Contra la Violencia Doméstica y Sexual, 2005).

La Red Uruguaya Contra la Violencia Doméstica y Sexual (2005) afirma que la sociedad
actual les otorga a los hombres la justificación y validación para usar la violencia como
modo de resolver los conflictos. Podemos comenzar a pensar en toda una serie de
características que hacen a la división de género y otorgan, como decíamos antes,
diferentes formas, roles, tareas, etc; incluso validan algunos modos de “solución de
problemas”.

Llegando a la actualidad Jaramillo (2007) desarrolla a la familia como el primer agente de


socialización. Por otro lado, Rotenberg (2014) toma la idea de familia internalizada “para dar
cuenta de la organización internalizada de un sistema complejo de relaciones vinculares”
(2014, pp. 23), dando cuenta de que más allá de la familia en la realidad, esta se hace
carne realmente cuando el interjuego de los vínculos es interiorizado. Así mismo describe
que “la función familia designa subjetividades que vinculan y sostienen (o derrumban) el
psiquismo fuera del espacio de la familia nuclear convencional”. Rotenberg (2014, pp. 23).
Tomando los planteos de dicha autora, encontramos en la familia diferentes roles
desempeñados, tareas, formas de actuar, de entender y explicar en conjunto, transmisión
de información, de cultura (son los adultos quienes ejercen un trabajo psíquico en los
miembros nuevos de esta familia). También hay formas de comprender a los otros y a sí
mismo, tal como desarrollan Peroni y Prato (2012) acoger al otro y potenciar su
autoentendimiento, en una codependencia adecuada que potencie su autonomía. En este
tipo de agrupamiento circula el apego, la empatía y el cariño. Concluyendo, la familia
cumple la función de sostén, al decir de Winnicott (1986), de acoger la vida (satisfacer la
pulsión de vida), de enseñar y de educar (transmitir normas, valores, hábitos). La familia
estructura el psiquismo mediante la identificación y la asunción de roles. También cumple
funciones destructivas, la transmisión generacional de esta familia interiorizada, donde a
veces se coarta la evolución del sujeto. Rotenberg (2014) afirma que las familias proveen de
explicación a los comportamientos de todos de acuerdo a las creencias e ideas que
comparten. Por lo tanto los relatos (producción de subjetividad) dentro de esta le dan
sentido a los acontecimientos en su totalidad, es una forma en común de cierto
entendimiento. En esta producción de subjetividad de la familia como grupo comienzan a
circular discursos, formas de hacer y de ser, que son integradas por los miembros, algunas
normalizadas, otras se interiorizan, se acentúan las carencias y las formas vinculares
(Najmanovich, 2005) . ¿Qué es estar en familia? ¿Cómo es el vínculo entre los progenitores
y sus hijos?

De esto se desprenden las diversas formas de existencia familiar, comportamientos,


acciones y valores (Bringgiotti, 2005). Según Martinez (2010) la idea de familia se encuentra
en constante mutación, se redefine permanentemente.

Bringgiotti (2005) agrega que es necesario deconstruir la idea de familia para llegar a sus
componentes esenciales, las cosas por las cuales la familia se diferencia de otros grupos
humanos; y sus factores accesorios o cambiantes, que son dependientes de la cultura, la
sociedad, las creencias religiosas, etc. Lo fundamental de la familia es que se constituye
mediante sistemas de parentesco, esta otorga ciertos vínculos, jerarquías y reciprocidades
sociales, pueden por ejemplo, no vivir en el mismo lugar.

Depende desde qué lugar la queremos analizar, la familia tiene varios alcances. Desde la
perspectiva socioeconómica y de organización social, se piensa en la satisfacción de
necesidades básicas (alimenticias, de vivienda, etc) y cuál es la planificación para alcanzar
esto. En aspectos sociales, simbólicos y culturales, la familia rige y funda aspectos de la
conducta, otorga sentidos y significados sociales, basado en la intensidad y necesidad de
los lazos primarios, se transmiten valores y afectividad. La perspectiva psicológica apunta a
la construcción en conjunto de la subjetividad, la dinámica familiar de conflictos, las
lealtades, las enfermedades, el mundo interno de los integrantes.
2.2 Funciones de la familia

Las funciones de la familia son, en primer lugar y desde el nacimiento, asegurar la


supervivencia ya que el ser humano no puede subsistir por sí mismo si no hay otro que lo
cuide, que se encargue de él. También suplir necesidades básicas del orden del afecto y el
apoyo. Alentarlo al intercambio con el entorno y potenciar su educación (Bringgiotti, 2005).

Barudy y Dantagnan (2005) explican algunas necesidades y requerimientos de la infancia


como etapa evolutiva. Las primeras son necesidades fisiológicas, que tienen que ver son lo
esencial para subsistir, tal como permanecer vivo y tener un buen nivel de salud, recibir
alimento, tener condiciones de vida adecuadas donde pueda desarrollarse, ser protegido del
peligro real que puede atentar contra su vida e integridad y asistencia médica acorde, y
estar inmerso en un ambiente que le permita el bienestar físico, llevando a cabo actividades
físicas. Otras necesidades igualmente esenciales son, como dice el autor, necesidades de
lazos afectivos seguros y continuos, necesidad de la co-regulación para subsistir, necesidad
indispensable de otro. Por ende, es tarea de los padres impulsar a sus hijos a la
participación en dinámicas sociales y comunitarias, intercambiando con los otros, estos
vínculos cercanos son los que generan la pertenencia y el sentimiento de familiaridad,
brindados por la cercanía emocional y la profundidad. Eso, potenciado por las relaciones de
apego sano, empatía y seguridad de base, asegura al niño poder diferenciarse de su núcleo
más próximo, de sus padres, para entenderse y posicionarse como un sujeto singular. Así
como las necesidades fisiológicas y de afecto, está la expresión de este último. La
aceptación aparece como un factor y una necesidad fundamental como reforzador de
actitudes, impulso para continuar y alcanzar zonas de desarrollo. Esto es necesario que
provenga desde el entorno (familia, pares, profesores, profesionales), se enfoca en la
aceptación incondicional del niño, ubicándose en el corazón del modelo de resiliencia de la
casita, en el subsuelo, como desarrolla Vanistendael citado en Barudy y Dantagnan (2006).
El saber que pase lo que pase habrá un refugio, una ayuda, un sostén, un amparo, provoca
seguridad, esta aceptación siempre apunta a la autonomía del sujeto, a aumentarla, no
desde la fusión. También presentan necesidades de índole cognitiva como el desarrollo de
la memoria, la percepción, lenguaje, pensamiento lógico y abstracto, focalizar en su
necesidad de ser estimulado para alcanzar esto, alentando a experimentar en el entorno,
modificarlo. Anudado con la necesidad de validación y refuerzo que proviene de los adultos,
que los anima a continuar y favorece el aprendizaje. Las necesidades sociales se vinculan
con la comunicación, permitir y potenciar la participación, pensada tanto como derecho y
necesidad. De esta manera le dan sentido a su propia historia y la de su comunidad, se
sienten parte de la vida en sociedad como miembros particulares y personas singulares,
como base para la construcción del autoestima y la identidad desde la mirada del otro. Los
niños tienen derecho a aprender el comportamiento en sociedad y a criticarlo si las normas
son injustas, maltratantes, estigmatizantes; tienen también la necesidad de aprender a
gestionarse a sí mismos (deseos, pulsiones, emociones, frustraciones, comportamientos).
Por último, tienen la necesidad de adquirir los valores necesarios para participar de una
cultura y recibir de la misma seguridad.

2.3 Parentalidad

Son los adultos quienes estructuran en un principio la psique del niño, por lo tanto, nos
interesa el tema de la parentalidad.

“La parentalidad tiene que ver con los vínculos que se establecen entre una pareja y la
relación simbólica que los liga a la particular forma de concebir la familia” Rotenberg (2014,
pp. 231). Son historias que se enlazan, contextos, sensaciones, ideales, particulares formas
de habitar los espacios, de transitar, de producir subjetividad. La complejidad social del
escenario- familia y la particularidad de repercusión en el sujeto en constante construcción.

Podemos aclarar y diferenciar en primer lugar la parentalidad biológica, parafraseando a


Barudy y Dantagnan (2005), esta es la capacidad de dar vida a la cría, de engendrar,
relacionada con el cuerpo físico, lo biológico. Por otro lado ubicamos la parentalidad social,
siendo esta mucho más amplia, aquí entran no solo los padres biológicos (sería una
continuidad de esta parentalidad) sino también otros miembros de la comunidad que
cumplan esta función en la vida del niño. Esto está dentro de la parentalidad simbólica que
“no tiene que ver con personas ni con vínculos sino con funciones” Rotenberg (2014, pp.
231).

Dentro de la parentalidad social (refiere a ejercer la parentalidad), se contemplan un


conjunto de aspectos que hacen a la determinación del vínculo entre el niño y su progenitor.
Se contempla la historia de vida de los padres, su transitar en la infancia (que tipo de
parentalidad percibieron, el tipo de trato), se cuestiona la parentalidad actual,
interrogándose sobre la existencia o no de repetición de patrones vinculares (en el caso de
círculo de violencia), los métodos de crianza que tienen con sus hijos, sus habilidades
parentales. Como menciona Barrán (1994) la parentalidad social también es cultural,
aludiendo a la concepción que se tiene sobre la infancia a nivel de imaginario social, que
está permitido y que no, que es obligatorio en la parentalidad (derechos y deberes), la
actual globalización, el sistema económico y político vigente. Y sobre todo el niño, cuáles
son sus necesidades generales y específicas (entendiendo a éste como un sujeto singular),
cuáles son sus derechos, qué tipos de prácticas los censuran y cuáles les permiten su libre
expresión, qué prácticas los dañan (por ejemplo el maltrato), cuáles los potencian
(educación, empatía, redes sociales), cómo incrementar en ellos factores de superación,
resiliencia, ¿en qué consisten? Interrogarse sobre buenos y malos tratos.

Cabella y Nathan (2011) presentan conceptos tales como prácticas y estilos de crianza para
pensar la parentalidad, a su vez Bouquet y Londoño (2009) agregan las pautas de crianza.
Las primeras son actitudes y conductas que los padres tienen con sus hijos, tiene que ver
con su historia, determinantes socioeconómicos y cómo es la familia. Las pautas de crianza
está relacionado con la concepción de paternidad que tiene la sociedad en determinado
momento, los ideales de paternidad, cosas que pueden ocurrir en el vínculo y cuáles no.
Posibles formas de reacción frente a la conducta de los hijos. En esa línea, los estilos de
crianza son actos específicos que se instalan en el vínculo entre ambos, por ejemplo,
ayudarlos a hacer deberes. Tiene que ver con la formación de los hijos, apoyar en su
desarrollo, delimitada en el tiempo y espacio, que genera efectos según el control que se
ejerce (Cabella y Nathan, 2011).

3. Maltrato

3.1 Conceptualización del maltrato

Para pensar en el maltrato hay que ubicarlo en el centro del ecosistema en el que vive y se
desarrolla el sujeto, para abordarlo de forma holística y compleja, observando sus
dinámicas y las lógicas que lo sostienen, como plantea Bronfenbrenner citado en Barudy y
Dantagnan (2005). Este ecosistema en que se desarrolla el niño se descompone en cuatro
subsistemas. El primero, llamado ontosistema, se refiere a las características del niño, sus
particularidades: personalidad, estado de ánimo, salud y características singulares, es el
mundo interno del sujeto. Próximo a este, el microsistema, que comprende a su medio
familiar inmediato, es decir sus progenitores y demás familiares cercanos, las
características de estos, características de la convivencia familiar, tipo de hogar, nivel
socioeconómico, conflictos, prácticas de relacionamiento. Luego el exosistema, el entorno
social extrafamiliar: redes sociales, redes de contención, compañeros de trabajo,
comunidad. En último lugar está el macrosistema, que contempla un panorama mucho más
general, son creencias y actitudes sobre la crianza de los hijos, retomando el modelo
planteado. El macrosistema también incluye la determinación política, cultural y económica
del país y su influencia en el niño, las lógicas que plantea son las que determinan el tipo de
vínculo con el resto de los subsistemas. Por ejemplo, sistemas religiosos que avalan
extirpar el clítoris a las niñas, como forma de exponer el dominio, la violencia, irrespeto a los
derechos humanos de niños y niñas, y profundas desigualdades de género (UNICEF,
2020a). Por lo tanto:

“es posible afirmar que el maltrato, como conocimiento social, induce modificaciones
e incorpora (y reproduce) creencias socialmente instituidas. Sus discursos producen
políticas (públicas, sociales, entre otros dispositivos) y la política produce discursos
sobre el maltrato, construyéndolo como fenómeno social.” (Toro, 2019, p. 6).

Por otro lado, según Hernández y Gras (2005), el maltrato también es el abuso de poder por
parte del adulto hacia el niño, en incumplimiento de los deberes parentales, poniendo en
juego sus incompetencias. No entienden al niño como sujeto autónomo, diferenciado, por lo
tanto se instala la creencia de que estos son de su propiedad, es allí donde se desubjetiviza
al niño. (Red Uruguaya Contra la Violencia Doméstica y Sexual, 2005). Galvis (2009) en
contraposición a la idea violenta de los niños como extensión de los adultos, afirma que
estos únicamente se pertenecen a ellos mismos.

En esta misma línea, Berenstein (2001) planteaba que el mal era todo aquello que suprimía
lo diferente, al otro, la otredad. Existen estilos de crianza como el autoritario, que imponen,
que no tienen en cuenta, que intentan borrar la marca de la singularidad del otro.
Reelaborar este concepto del “mal” para no pensar en binarismos de bueno o malo, debido
a la complejidad de las situaciones, sería adecuado pensar en relacionamientos
potenciadores, que promuevan la expresión de subjetividad, que preserven la vida y la
singularidad, tal como trabaja Freud (1920) en su concepto del Eros. En interrelación con
esto existen comportamientos desligadores, desestructurantes, contradictorios, estresores
internos (Janin, 2011). De esta manera, “el mal” que plantea Berenstein (2001) del modo en
que lo tomamos, serían estas conductas destructivas, tales como el maltrato.

De una forma inconsciente, el maltrato sienta sus bases en la pulsión de muerte (Freud,
1920), que volcada hacia el afuera es llamada pulsión destructiva, siguiendo a Laplanche y
Pontalis (2004). Esta pulsión tiende a la tensión 0, es decir, a llevar al sujeto a la muerte, a
lo inorgánico. El autor plantea la oposición entre ambas pulsiones, en el maltrato de forma
general se plantea la desligazón, la desunión, la ruptura, la destrucción. De esto se
desprende algo del goce sádico que desarrolla Lacan (1963), placer desmedido de lo
inconsciente que tiende a la repetición, el disfrute en acciones dañinas para sí, o en este
caso, para el otro.

3.2 Tipos de maltrato

Un estudio del 2017 en Uruguay que realizó UNICEF define la violencia psicológica como:
“cualquier actitud que provoque en el niño sentimientos de descalificación o
humillación. Se caracteriza generalmente por el uso de la palabra, pero también
puede contemplar actitudes no verbales que lo expongan a situaciones humillantes o
que coarten sus iniciativas, como encierros, aislamientos o exceso de
responsabilidades, entre otras.” UNICEF (2017, p.7)

Para especificar aún más, “La violencia psicológica incluye prácticas como la agresión
verbal, amenazas, intimidación, denigración, ridiculización, culpa, humillación o
manipulación para controlar a los niños.” UNICEF (2017, p. 6).

Sauceda y Maldonado (2016) igualan maltrato psicológico y maltrato emocional:

“El abuso psicológico/emocional del niño (AP) consiste en actos no accidentales,


verbales o simbólicos, realizados por un progenitor o un cuidador de un niño que
provoquen o generen una probabilidad razonable de causar un daño psicológico en
el menor (en esta categoría no se incluye el maltrato físico, ni los abusos sexuales).
El daño al niño se relaciona particularmente con la persistencia de esas
interacciones. Esta forma de abuso también puede ser definida como el conjunto de
actos que obstaculizan el desarrollo de las necesidades emocionales básicas del
menor, incluyendo la de ser aceptado y bien tratado y que se le proporcionen
oportunidades para explorar el ambiente y relacionarse con personas fuera de la
familia” Sauceda y Maldonado (2016, p. 3).

SIPIAV (2021) afirma que entre 0 y 3 años existe un 15% de incidencia en maltrato
emocional, de 4 a 5 años existe un 12% , sin embargo, entre los 6 y los 12 es de un 35%,
llegando a triplicarse la cifra. La cronicidad en este tipo de maltrato entre 0 y 12 años es del
91% frente al 9% en etapa inicial. En cuanto la principal persona agresora se observa un
47% en padres frente a un 29% en madres. Bentancor, Lozano y Solari (2013) y Sauceda y
Maldonado (2016) plantean que este tipo de violencia es la más difícil de detectar y
determinar porque se normaliza.

Por otro lado, el maltrato físico se define como “cualquier acción intencional que provoque
daños físicos en el niño, sean estos visibles o no: golpes, pellizcos, quemaduras, fracturas,
etcétera.” UNICEF (2017, p. 7). Parafraseando a De los Campos, Solari y González (2008),
el maltrato físico puede ser moderado (golpes con la mano pero no en la cara, sacudir,
pellizcar), severo y muy severo (golpe de puño, golpear con un objeto duro, cachetadas,
tirarlo al piso, palizas, apretar el cuello, quemar, amenazar con armas).
SIPIAV (2021) desarrolla que en el rango entre 0 y 3 años las situaciones de maltrato físico
son de 10%, manteniéndose igual de 4 a 5 años, frente a un 35% entre 6 y 12 años. El
mismo estudio plantea una cronicidad del 87% de este tipo de maltrato frente al 13% en
etapa de inicio, en el rango de 0 a 12 años. Los principales agresores son padres (41%) y
madres (33%).

Sluzki (1998) evidencia que el efecto de la violencia en general es devastador cuando esta
es desmentida o utilizada para justificar el supuesto bienestar del niño, por ejemplo, para
educar. Es la culpa en las situaciones de maltrato lo nocivo, lo terrorífico, donde se invalida
al otro y engrandecen exageradamente los roles parentales. Son, al decir del autor, las
experiencias inesperadas de alta intensidad las que inundan la psique del niño, lo dejan
temporalmente sin respuesta, perdido en su tiempo y espacio, desconectado de todo.
Aunque, también se va dando este efecto conforme se va pasando de episodios de
intensidad baja e intermedia, constituyendo un proceso. Hay una invasión del self del niño,
proyectado sobre su propio cuerpo, donde ahora es otro quien domina (Sluzki, 1998).
Posterior a la situación de maltrato físico, el niño inventa una historia para sí, donde es
culpable y por ende recibe el castigo. De esta forma, el niño puede simbolizar el hecho y
obtener un supuesto control sobre la situación de violencia.

Es de acuerdo al nivel de reincidencia del maltrato en sus diferentes intensidades que


ocasiona que los efectos fluctúan en cuanto a su gravedad (desde la manipulación hasta el
entumecimiento psíquico). SIPIAV (2020) plantea un total de situaciones de violencia de
cualquier tipo en niños entre 0 y 12 años, donde el 89% se encuentran en fase crónica
frente a un 11% en etapa inicial. Los números son similares en el siguiente año (SIPIAV,
2021).

El maltrato alcanza su punto máximo cuando, además de conjugar muchos tipos de


violencia, tal como afirma SIPIAV (2020), se da en el hogar del niño, debiendo ser este su
refugio, su lugar de cuidado (Hernández y Gras, 2005), y si su duración es prolongada
(Peroni y Prato, 2012). Se destruye la seguridad, los niños son tomados por la situación
traumática y los sentimientos de indefensión.

3.3 Lugar del agresor y lugar de la víctima

Según Barudy (1998) el maltrato en niños y el ciclo de violencia está basado en la


incertidumbre y el azar que provoca el ambiente, los sentimientos de miedo, terror,
inestabilidad, inseguridad y falta de control, marcado por la imprevisibilidad, repentino e
irruptivo de la violencia que genera impotencia. Conforme transcurre el tiempo, el niño
aprende a normalizar este ambiente hostil, minimizando y ocultando estas emociones y
sentimientos.

Los niños maltratados no se sienten respetados por sus padres, los adultos o el mundo en
general, por lo que desarrollan comportamientos específicos frente a la convivencia general
para mantener el control. El comportamiento por excelencia que desarma el mundo interno
del niño es su degradación. Además el niño, sujeto maltratado por sus padres, tiende a
idealizarlos para salvaguardarse del dolor y la angustia extremos que les genera enfrentar
que sus padres, quienes deberían cuidarlos, no solo no lo hacen, sino que además los
violentan, siendo esta una paradoja. Si los padres están idealizados el niño mismo se
desvaloriza, poniéndose como decíamos antes en el lugar del malo (Sluzki, 1998), es de
esta manera como justifica los golpes que recibe. De esta explicación que desarrolla el niño
se desprenden maneras de posicionarse. Barudy (1998) afirma que la primera es apegarse
a estilo de crianza autoritario, este implica la imposición de las normas/reglas a través de la
violencia, la sumisión del otro, partiendo de la base de que los niños deben obedecer,
generando personalidades sumisas. Siguiendo a Cabella y Nathan (2011) y Bouquet y
Londoño (2009) en este estilo el diálogo es unidireccional, generando una disminución de la
autoestima y el autoconcepto, aumentando la dependencia y generando un desbalance
niño-adulto. Ser totalmente obediente, casi inexistente, sin poner en relieve sus
necesidades, sin ser demandante, siendo pasivo y pasando desapercibidos, evitan a toda
costa la confrontación. El otro modo es actuar el papel de niño malo, expresar
comportamientos abiertamente agresivos, consigo mismos, con los otros, con los animales,
generando en los demás enojo y frustración. Este es el camino más cercano para
identificarse con el agresor, siendo este una etapa al desarrollo del superyó, donde este
queda estancado (Freud y Carcamo, 1961), conlleva a intentar poner fuera de sí, en el otro,
todos estos sentimientos que nos son propios y no queremos y/o no podemos afrontar. “Al
ejecutar el papel del agresor, asumiendo sus atributos o imitando sus agresiones, el niño
simultáneamente se transforma de persona amenazada en la que amenaza” Freud y
Carcamo (1961, pp. 128). De esta forma se introyecta y a la misma vez se proyecta la
violencia. Los autores también indican la expresión de esta agresividad en el juego
simbólico.

Aquí entraríamos en el ciclo de violencia (Sánchez, 2015). Esto también es facilitado por la
sociedad ya que hay estereotipos masculinos que avalan el uso de la violencia, cualidades
como la fuerza, la insensibilidad y dominio, poder y sometimiento en una sociedad patriarcal
(Red Uruguaya Contra la Violencia Doméstica y Sexual, 2005). Debido a los modos
relacionales violentos “tal yo será intolerante con el mundo externo antes que severo
consigo mismo” Freud y Carcamo (1961, pp. 133).

Según Sánchez (2015) esta repetición de patrones impiden la evolución, que transcurra el
tiempo, el estancamiento o encapsulamiento, característica que también tienen los traumas.
La resiliencia en estos casos estaría disminuida, ya que no se contempla la violencia como
algo del orden de lo destructivo, de lo negativo, de lo desligado, sino por el contrario, se la
reconoce como una fuente que corrige, redirige o educa. Es, como dice la autora, un tiempo
de repetición.

También puede ser que el niño adopte el lugar de la víctima, que implica conectar
nuevamente con estas emociones silenciadas. Se abre la posibilidad de trabajar con ese
sufrimiento, integrar el daño, desnaturalizando, desaprendiendo e incorporando nuevas
formas de entendimiento. Siguiendo a Barcelata y Antillón (2005) esta forma permite
concientizarse de la fusión, diferenciarse del núcleo familiar y tomar acción sobre la propia
vida del sujeto.

Asumir el lugar de la víctima es angustiante, ya que lleva a darse cuenta de que quienes
debieron cuidarlo en realidad fueron quienes más dolor, sufrimiento y daño generaron.
Romper con la idea de familia que se tenía normalizada e interiorizada hasta el momento.

Según el SIPIAV (2021) en Uruguay, el 65% de niños en situación de violencia no visualiza


estarlo, mientras el 35% sí lo hace, simbolizando 1 de 3. Es un dato significativo en cuanto
al género que las niñas (40%) logran visualizarlo más que los niños (28%).

3.4 Familia y maltrato

3.4.1 Agresividad, violencia y crisis

Raya, Pino y Herruzo (2009) plantean la agresividad dentro de la familia como nociva,
desligadora, destructora, frente a los malos tratos, entienden la agresividad traducida como
gritos, golpes, amenazas, daños, humillaciones, etc; su intencionalidad es la de producir
daño. Estos autores hablan de agresividad física y emocional, que genera agresividad
también en los otros. En contraposición a esta idea, Barudy (1998) plantea que la
agresividad es la producción de energía necesaria para la subsistencia y continuación
familiar: modos de existir, de actuar, que mantiene el nivel de jerarquía
(hijos-hermanos-padres) de forma sana, para hacer frente a los desafíos que se presentan.
El autor afirma que es una mezcla de emociones, comportamientos y palabras, plantea la
idea de que la agresividad es esa fuerza, esa energía que organiza, que funciona de base,
de soporte, que ordena. Sin embargo, también habla de una violencia agresiva, cuando esta
agresividad no es bien administrada, dirigida, filtrada, se vuelve contra los miembros de la
propia familia y ataca su existencia. De esta manera, se transforma en violencia, pudiendo
ser ilustrada a través de la pintura “Saturno devorando a su hijo” (Goya, 1823).

Algunas fallas en las ritualizaciones hacen que los miembros de la familia se vuelvan sobre
ellos mismos. Estas tiene que ver con la regulación de proximidad entre sí mismo y el otro,
una gran distancia (física, emocional) impìde que surjan las ritualizaciones, no hay
intercambio y los sujetos no se sienten parte del mismo cuerpo familiar. En cambio, en un
exceso de proximidad, la distancia no se entiende como necesaria y surgen problemas de
diferenciación. La finalidad de los rituales es justamente controlar esa agresividad, lo hacen
generando lugares diferentes para cada miembro (roles, tareas y funciones). Esto tiene la
finalidad de afrontar el conflicto (Barudy, 1998).

Siguiendo a Barudy (1998) cuando esto no ocurre aparece la violencia agresiva, hay un mal
manejo de la agresividad y mala ritualización, se llega a los golpes movilizado por el estrés.
Hay dos posicionamientos frente a esto, padres que reconocen su error y están abiertos a
mejorar su vínculo con los hijos, a aprender. En este caso, los golpes tienen ciertas
características (son con la mano), luego piden disculpas. Por otro lado, en cuanto a la
violencia ideológica acompañada por golpes, los padres golpean de forma usual, creyendo
a los hijos una extensión de sí mismos, una parte de su yo indiferenciado. En cuanto al
golpe, hay una prevalencia de reincidencia del 74%, frente al episodio único del 26%
(SIPIAV, 2021). Esto siembra las bases para un falso self, concepto que maneja Winnicott
(1965), donde se altera el proceso de construcción del yo como un concepto positivo, de
diferenciación (Barcelata y Antillón, 2005).

Este tipo de violencia ideológica con creencias totalmente irrevocables hace referencia a un
entorno familiar violento que no posibilita el surgimiento real del self. “El niño alcanza un
grado de desarrollo tan avanzado que en vez de decir que el ser falso oculta al ser
verdadero resulta más acertado decir que oculta la realidad interna del niño.” Winnicott
(1965, pp. 179). Al no poder constituir su verdadero self, el niño toma premisas de los
demás y los hace propios, por eso estas vuelven indestructibles, como verdades absolutas.
El mecanismo de los sujetos con falso self es la fusión con los otros, lo cual explica por qué
estos padres que generan violencia ideológica maltratan físicamente también a sus hijos.

La violencia agresiva surge en contextos de crisis (Barudy, 1998). Según el terapeuta


familiar, las crisis pueden ser una posibilidad de evolución o desintegración, según la forma
en que se ritualiza la agresividad. Las crisis, además, pueden venir desde el exterior o
desde el interior de la familia (Fernández y Cracco, 2022). Según la Red Uruguaya Contra la
Violencia Doméstica y Sexual (2005) si es desde el exterior, alude a factores del ambiente
que desestabilizan (tales como el desempleo, la pobreza, entre otros), es por eso que se
pierde la estabilidad familiar, los recursos de cuidado se agotan y no se encuentran los
medios para incorporar el estrés promotor de la crisis. Por otro lado, si se produce una crisis
desde el interior familiar es justamente por un exceso de lejanía con el afuera, un
hermetismo o clausura (OMS, 2020). La falta de relacionamiento con el exterior en un
momento de crisis agota las posibilidades de solución, disminuye o elimina la creatividad y
la sana convivencia en sociedad. Además, el hermetismo por sí solo genera crisis, ya que
coarta la convivencia en sociedad y aísla al sujeto. En la actualidad, debido al tipo de
sociedad en la que vivimos (hipermodernidad) se está viendo cada vez más este
aislamiento, el alejamiento del otro, el individualismo autoexplotador (Han, 2012). UNICEF
(2020b) y Fry, Germanio, Ivatury, Padilla y Vindrola (2019) afirman que debido a la crisis de
COVID-19 y el encierro inminente, aumentaron las situaciones de violencia en la infancia.

3.4.2 Violencia intrafamiliar y vínculos fusionales

El fenómeno de violencia es mayoritariamente intrafamiliar, fundamentado en el secreto y la


cohesión (SIPIAV, 2020). Según los datos del SIPIAV (2021) el 91% de agresores son parte
del núcleo familiar (familiar directo o pertenecientes al núcleo de convivencia) prevaleciendo
respectivamente padres (39%) y madres (23%). UNICEF confirma que la violencia
intrafamiliar “es provocada por personas de la familia propia, extensa, o con vínculos
afectivos pasados o presentes” UNICEF (2017, pp. 10).

Peroni y Prato (2012) plantean que la violencia es un problema complejo, con múltiples
causas y condiciones.

Janin (2011), Barudy (1998) y la Red Uruguaya Contra la Violencia Doméstica y Sexual
(2005) coinciden en que las familias violentas carecen de la función socializadora.

La familia funciona de forma fusional, los miembros están pegoteados, no pueden separarse
unos de otros, pero la vivencia real es de desconexión y soledad, no hay autonomía,
diferenciación o espacios individuales. Pero curiosamente, tampoco se comparte, pese a la
extremada cercanía, el intercambio se da por necesidades fisiológicas tan básicas como la
alimentación, el sueño o a través de maltrato (golpes). Basándonos en esto, cualquier
intento de diferenciación o de conseguir autonomía es percibido como un ataque, una
ofensa, un desafío a la omnipotencia de los padres (Sánchez, 2015). No hay un lugar para
el despliegue subjetivo singular del niño, para la expresión de sí, de preferencia en este tipo
de funcionamiento, se los aplasta con el peso de las necesidades, deseos y patrones
repetitivos de los padres. Sánchez (2015) plantea que esta familia no cumple la función
continente, que permite el despliegue individual separado de los demás, por lo tanto
incuban patologías, tanto en conjunto como los miembros por separado (Rutter, 1999).
Según Barcelata y Antillón (2005) estas patologías están vinculadas al relacionamiento, el
ego familiar se extiende sobre todos y los aprisiona.

Sobre el niño se pueden proyectar cosas que no le gustan al adulto de sí mismo, De Mause
(1982) llama a esto una reacción proyectiva. De este modo, atacando al niño se está
atacando a esta parte que rechazan de sí, bloqueando de manera total lo que el otro es, se
violenta lo no incorporado de sí, lo no asumido ni transitado. En estos movimientos
vinculares violentos en donde se pone en relieve como antes mencionamos, la pulsión de
destrucción (Freud, 1920). Al niño se lo piensa por debajo del adulto para ser sometido, o a
la par de este, tendiendo a alejarlo, porque es visto como alguien amenazante por las
diferencias que presenta. Según Janin (2011) estos modos vinculares se transmiten,
partiendo de la base de que los niños se identifican con sus padres y el entorno social
inmediato. Hay algo de lo cotidiano que empieza a circular, que no se explicita y se
normaliza, de lo que en algún punto se aceptó y desde allí comienza a producir sentidos
que estructuran al sujeto, los marcos culturales, las formas vinculares o aceptables, la idea
que se tiene de sí mismo. Según esta autora, el maltrato se da por tres vías, la de exceso,
déficit y quiebre. Al principio, se sobrepasan las barreras antiestímulo, se tiende a desligar.
Un ejemplo de ello serían los golpes, son estímulos sorpresivos, esto sería típico del
maltrato físico. El maltrato por déficit se piensa con relación a la negligencia, son traumas
por vacío. La tercera es el quiebre identificatorio, se desconoce al niño de forma singular, su
historia, y se lo cuestiona, esto forma parte del maltrato emocional/psicológico (sos un
desastre, tonto, malo).

Si bien hay varios tipos de maltrato, este trabajo se centrará en el maltrato


emocional/psicológico y físico fundamentalmente.

Este tipo de familias introducen esta violencia por varios medios. Siguiendo a la Red
Uruguaya Contra la Violencia Doméstica y Sexual (2005), en principio se ejerce un poder
simbólico, entendiendo al mismo como creencias y valores compartidos del orden del
maltrato, como principal arista de violencia, se naturaliza la dominación y este es el suelo
fértil sobre el que nacen otras prácticas. Así se comienza a estructurar el pensamiento del
sujeto, su valor en cuanto a puntos de vista, su derecho de opinar, su manera de entender y
su modo de hacerlo, se violentan los derechos en los que se apunta a poner en relevancia
la opinión del niño. Siguiendo a Barudy (1998) esta violencia ideológica se basa en el
dogmatismo que encierra el discurso, la opinión unívoca sobre un tema, de debate cerrado,
verdad impenetrable que introduce uno de los miembros. Estas creencias dentro de la
violencia elevan exageradamente su valor y deben ser difundidas a cualquier precio, incluso
destruyendo a los otros.

3.4.3 Violencia transgeneracional e historia familiar

La violencia transgeneracional puede ser simbolizada con la escultura contemporánea “Cell


XXVI” (Bourgeois, 2003).

El maltrato en varias oportunidades es fruto de la repetición de ciclos de violencia


transgeneracionales como patrones de relacionamiento (Sánchez, 2015). Fernández y
Cracco (2022) hablan de la ausencia de cuidados y satisfacción de necesidades básicas a
lo largo de generaciones de estas familias. En principio, existe una carencia de la función
maternal, es decir, una importante carencia afectiva y emocional que proviene del pasado,
con un marcado sentimiento de actualidad. Ello repercute en la parentalidad, e intentan
llenar su carencia con sus hijos, que claramente no pueden ocupar este lugar, donde
además se los saca de su rol de hijos y se los utiliza. También existen carencias de la
función paterna, al no poder ligar de forma adecuada las necesidades de sus hijos con
soluciones, lo que lleva a la consiguiente desorganización de estos. Tampoco ellos mismos
interiorizaron los derechos y necesidades de la infancia, el respeto, la predisposición, etc.
Por lo tanto, para estructurarlos o ponerles límites, lo hacen a través de la violencia (Barudy,
1998). Según Barcelata y Antillón (2005) también existen trastornos de la organización
jerárquica, haciendo un mal uso de su poder en la repetición de un patrón de interacción; no
pueden asegurar el bienestar de los miembros de su familia, ya que su propia idea de lo
correcto se ve nublada por sus experiencias infantiles. En cuanto a los niños, se altera su
visión del mundo y su socialización se quebranta, existe un hermetismo, problemas para
relacionarse con los otros, para pedir ayuda y no se satisfacen las necesidades básicas. De
esto se derivan los trastornos de intercambio con el entorno. Algunos datos de Uruguay:

“en Uruguay el 54,6% de los niños, niñas y adolescentes de 2 a 14 años de edad fue
sometido a algún método violento de disciplina en el último mes. Esto incluye la
agresión psicológica y cualquier tipo de agresión física. Un 50,1% de los niños y
niñas sufrió agresión psicológica y un 25,8% castigo físico. La encuesta mostró que
sólo el 34,4% experimentó exclusivamente disciplina no violenta”. UNICEF (2017,
pp. 11)
Según Sánchez (2015) los padres que ejercen violencia pueden ser ex niños desapegados,
debido a que sufrieron abandonos, separaciones, entre otros, que no les permitieron
generar un apego sano. Son egocéntricos, proveen poca comunicación, el desapego hace
cuerpo, es decir, remite en este, por lo tanto no pueden apegarse ni ser apegados. También
puede darse por padres que entienden la violencia como un medio efectivo de enfrentarse
al mundo y conseguir lo que quieren, lo consideran eficaz, los mantiene seguros y aleja las
amenazas. Además, el consumo de alcohol o drogas, la participación en actividades
delictivas y las dificultades económicas también son expuestos como factores
predisponentes (OMS, 2020).

Estos padres creen que los golpes son efectivos como método educativo, correctivo, para
que sus hijos no se salgan de la norma, para expresar el amor, tal como menciona la Red
Uruguaya Contra la Violencia Doméstica y Sexual (2005). Esta violencia, destructiva e
intimidante para el niño, que desorienta e inhibe su desarrollo integral, es vivida por estos
padres como expresión de afecto (Sluzki, 1998). Les parece un medio correcto para
vincularse con sus hijos, no notan en ello lo nocivo, creen justificar ese maltrato con este
supuesto amor, con expresar que es lo mejor para sus hijos e imponerse de forma violenta.

Estos padres muchas veces intentan vengarse de su propio sufrimiento en la infancia que
les fue ejercido también sus padres. Una de las consecuencias de sufrir maltrato es esta
fantasía de venganza, de revancha. Podemos ver que tras esta violencia y tras estos
padres violentos, los sentimientos que predominan son la angustia y el miedo a ser atacado
o abandonado. Es decir, demuestra justo lo contrario a esta invulnerabilidad, muestra de
forma holística la vulnerabilidad, los escasos mecanismos adquiridos para interrelacionarse
con un niño, la poca mediación de la palabra y el paso al acto constante (Sluzki, 1998).

Según Barudy (1998) junto a estos padres maltratadores se encuentran sus parejas, estas
son de suma importancia ya que se ubican en el entorno familiar. Estas parejas se vinculan
con ellos desde la fusión, desde la indiferenciación, existe una dependencia emocional
hacia el otro, una angustia de separación que pone en evidencia una identidad poco sólida.
Esto genera en el resto de la familia también modos de vincularse desde la fusión, los niños
también se fusionan para calmar la angustia que genera indiferenciarse, negándose a sí
mismos y lo que son, aislándose. Para el cónyuge dependiente, la finalidad última es no
perder a su pareja y recibir amor de ésta, su existencia se fija en este punto, toda su
energía comienza a ser dirigida a esto y no a ellos mismos, su proyecto personal. Ya que
sus parejas son violentas, y dependen de su amor y aceptación, no podrán defenderse ni a
sus hijos, porque deberían ir en contra de estás. Así, se comienzan a estructurar estas
parejas y familias. Hay un rol activo, que será ejercido por el cónyuge violento, quien toma
las decisiones y dirige, el otro, con un rol pasivo, se adapta a la situación. En alguna
oportunidad, puede que también violentan a los niños para ubicarse por encima de estos, y
recobrar un poco de poder en la dinámica familiar. Por otro lado, no hay que olvidar que
este funcionamiento es sistémico (Adolfi, 1991), estos lugares existen gracias a que ambos
los sostienen. Por lo tanto, separarse para ellos no es una opción y comienzan a realizar
una serie de acciones para evitar esto: disputas, enfermedades psicosomáticas, proyectar
los problemas de pareja en los hijos. Esta pareja de padres funciona en base a necesidades
infantiles insatisfechas de ambos, donde creen que su pareja actual podrá suplirlas y esto
no ocurre, lo que aparecen son sentimientos de pseudoseguridad, agresividad, miedo,
angustia y dependencia. Siguiendo a Barudy (1998) en vinculación con los hijos, el padre
violento expresa explícitamente su violencia con el rol activo, pero la violencia es sistémica
porque la familia es un sistema (Adolfi, 1991), funciona en conjunto, el padre de rol pasivo
también es violento. Su violencia reside en no poder cuidar a los niños, quienes tienen un
poder diferente dentro del sistema a los padres, no los puede salvaguardar por no perder el
amor de su pareja. En este punto, se desordenan las prioridades, y el cuidado de los más
pequeños no es tenido en cuenta, ya que hay una incapacidad parental fundamental de
ambos padres (Barudy, 1998).

3.5 Vulneración de derechos

Según estos organismos: MSP, INAU, Udelar, UNICEF, SUP (2012) la vulneración de los
derechos de la infancia puede generar repercusiones en el resto de su vida, de hecho, es
una de las características del maltrato. Se mencionan algunos de los derechos, en primer
lugar, el de autonomía progresiva. Este, entiende a los niños con derechos y deberes, como
personas independientes. Sumado a lo anterior, y conforme van creciendo y
desarrollándose, se les irá otorgando nuevos derechos y deberes, para que poco a poco
vayan entendiéndose ellos mismos y el mundo que los rodea como gradualmente
autónomos. Este es un punto ciego en cuanto a la violencia, que no comprende al otro
como un ser autónomo, ni con derechos. También está el derecho a la participación, es
decir, que estos puedan participar, opinar, cuestionar y plantear su punto de vista y
necesidades o deseos con relación a los asuntos que les competen (aplicando el derecho a
la libertad, donde estas decisiones afectan su vida).

Después están el derecho a la vida y el derecho a la salud, que aluden a la supervivencia, a


la calidad de vida, el bienestar a que el niño debe exponerse para desarrollarse
adecuadamente a nivel físico, mental, emocional y relacional. En el maltrato, este derecho
estaría obstruido, ya que se aísla al niño, hay una falta de comunicación entre la familia y el
exterior (comunidad), además de que los padres no potencian su desarrollo, sino que lo
sabotean. El maltrato disminuye la calidad de vida en general. También está el derecho a la
igualdad. Frente al Estado, cualquier persona en cualquier situación es igual a los demás, y
debe recibir de esta ayuda. La violencia en este ámbito sería proveniente del macrosistema,
es decir las políticas de Estado, la economía a nivel general, las leyes sociales que aplican
para las situaciones singulares. Es una obligación por parte del Estado el cuidado por igual
de sus ciudadanos (obligación de protección a los derechos humanos).

En este irrespeto de los derechos de la infancia, Hernández y Gras (2005) mencionan el


desequilibrio de poder. No se considera al niño como autónomo, no se contemplan sus
libertades, es una extensión de los padres, por ende tenderán a opacar la voluntad de éste
con sus propias necesidades. El Estado debe garantizar la ayuda o recuperación de
personas a las que les vulneraron sus derechos. Según Galvis (2009) los niños ejercen sus
derechos cuando pueden reclamar, expresar, contar lo que piensan y sienten, sin temor.

Es relevante el tema de la patria potestad. Siguiendo a MSP, INAU, Udelar, UNICEF, SUP
(2012), esta regula la relación entre los niños y sus padres: la idea es que los padres
puedan ejercer los derechos de sus hijos en su nombre, de acuerdo a su minoría de edad,
con su incapacidad. Según Carreño y Rey (2010) aún se piensa en algunos aspectos de la
infancia desde el paradigma de la carencia, sin embargo en situaciones de maltrato, la
incapacidad más grande se encuentra en los adultos al ejercer la patria potestad (no
respetan los derechos de sus hijos) y otras inhabilidades parentales. Tal como afirma Galvis
(2009) la infancia es una etapa única, diferenciada de las demás e igualmente importante.
Según la autora, la finalidad de la patria potestad es que los niños requieren cuidados y
alimentación, y esto es un mandato moral de los padres biológicos, adoptivos o quien ejerza
su tutela.

3.6 Incompetencias parentales y malos tratos

Barudy y Dantagnan (2005) definen las incompetencias parentales como paradojas en la


comunicación entre ambos, que favorece un modelo afectivo de apego inseguro.

Existen deficiencias varias en la función nutriente, en principio trastornos del apego, ya que
los padres ven a sus hijos como carentes de necesidades propias, no son contemplados
como sujetos con derechos. Por otro lado, en exceso de la función nutriente, exceso de
cuidados, el niño ocupa un lugar en el mundo para que el adulto pueda verificar que es
competente como cuidador, éste (el niño) existe para satisfacer las necesidades de sus
padres.
Las deficiencias en la función socializadora se relacionan con problemas en la transmisión
de mensajes positivos, cariñosos, amables, de padres a hijos e incapacidad de evaluarlos
positivamente, ya que ellos mismos se desvalorizan. Por lo tanto, ejercen sobre sus hijos
abuso, dominación, sumisión y malos tratos. Podemos pensar, según lo desarrollado por
Barudy y Dantagnan (2005), que estos padres tienen un trastorno de identidad y problemas
en su autoconcepto. Se trata de padres que tienen una imágen de sí mismos negativa, no
pueden expresar su amor ni consigo mismos ni con sus hijos. Por esto mismo, tienen
maneras de vincularse con los otros y con el entorno de forma rígida, mediante un patrón
estereotipado de repetición, actuando con agresividad.

Las deficiencias en la función educativa aparecen con la escasez de modulación emocional


que los niños requieren. En cambio, se los agrede con amenazas, castigos corporales y
manipulación psicológica (ignorarlos, insultarlos) para producirles miedo.

A través de las deficiencias en estas funciones se observa que los malos tratos se
corresponden con una parentalidad disfuncional severa y crónica (Barudy y Dantagnan,
2005).

3.7 Otros factores intervinientes en el maltrato: factor ambiental y nivel


socioeconómico

Tal como afirman Barudy y Dantagnan (2005) junto a estas dinámicas intrafamiliares de
violencia, también se puede observar las incidencias del exosistema y el macrosistema. Nos
referimos al maltrato infantil que se desprende de algunos entornos sociales excluidos, que
no pueden suplir sus necesidades básicas, que conviven diariamente con la carencia y la
pobreza, caracterizados por el peligro que genera un ambiente hostil y nocivo que propicia
el surgimiento de crisis tanto fuera como dentro de las familias. También se desarrolla el
maltrato en sectores sociales de mucho poder adquisitivo, donde las relaciones familiares
se transforman en formalismos que no permiten suplir necesidades básicas como la
afectividad y el apoyo social. En discordancia a la idea de los autores, Fernández y Cracco
(2022) afirman que el factor determinante del maltrato es la pobreza, sus asociados y
múltiples estresores.

La OMS (2020) suma algunos factores sociales y comunitarios tales como desigualdades de
género, el no tener vivienda o apoyo, el acceso a alcohol y drogas, los programas y políticas
insuficientes para detectar y/o prevenir el maltrato, las normas sociales y culturales que
fomentan la violencia como método válido y las políticas (sociales, económicas, sanitarias y
educativas) que perpetúan la violencia y las malas condiciones de vida.
Algunos datos muestran la correlación entre maltrato y nivel socioeconómico en Uruguay:

“en el 40% de los hogares más pobres este método es recibido por uno de cada tres niños,
y en el 60% de los hogares más ricos por uno de cada cinco.” UNICEF (2017, pp. 16)

Lo planteado permite concluir que la violencia se ejerce en todos los niveles


socioeconómicos, habiendo una leve diferencia en los porcentajes. Estos también pueden
deberse a la mayor detección y difusión del maltrato en sectores sociales pobres; en los
más enriquecidos se apunta a la rehabilitación de agresores y una mayor discreción con
respecto al tema (De los Campos, Solari y González, 2008).

Sin embargo, según UNICEF (2020b), en condiciones socioeconómicas precarias hay


mayor exposición a riesgos y menos factores de protección. Fry, Germanio, Ivatury, Padilla y
Vindrola (2019) afirman que vivir en contextos violentos debilita las redes sociales y
comunitarias.

4. Consecuencias del maltrato

4.1 Vulnerabilidad, trauma y desvalimiento psíquico

Frente a todo lo mencionado sobre el maltrato, el niño tiene reacciones varias, ya que se
encuentra en un lugar de vulnerabilidad, coinciden Rutter (1999) y Giberti, Garaventa y
Lamberti (2005).

“La vulnerabilidad se expresa por una incapacidad de defensa frente a los hechos
traumatizadores o dañinos debido a insuficiencia de recursos psicológicos defensivos
personales y/o merced a la ausencia de apoyo externo además de una incapacidad o
inhabilidad para adaptarse al nuevo escenario generado por los efectos de la situación
riesgosa o peligrosa” , expresan Giberti, Garaventa y Lamberti (2005, pp. 30).

Al decir de Giberti, Garaventa y Lamberti (2005) son los estímulos externos los que desatan
situaciones traumáticas. Entendemos por trauma:

“Acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, la incapacidad


del sujeto de responder a él adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos
duraderos que provoca en la organización psíquica. En términos económicos, el
traumatismo se caracteriza por un flujo de excitaciones excesivo, en relación con la
tolerancia del sujeto y su capacidad de controlar y elaborar psíquicamente dichas
excitaciones” Laplanche y Pontalis (2004, pp. 471).
Agregan además, que es el resultado de una violencia externa, que son factores relevantes
las condiciones psicológicas del sujeto, la situación propiamente dicha, la imposibilidad del
sujeto para incorporar y sus defensas.

Estas situaciones desbordan las capacidades del sujeto, los modos de resolución y de
estabilización. Muchas veces, por la edad que poseen los niños, algunas de sus
capacidades no están del todo desarrolladas y frente a la situación traumática quedan
invadidos, inundados, bloqueando temporalmente la capacidad de entendimiento, de
simbolización, de registro, supera la capacidad que el niño puede soportar.

Barcelata y Antillón (2005), Martínez (2010), De los Campos, Solari y González (2008),
Hernández y Gras (2005), Sluzki (1998), Mesa y Moya (2011), entre otros, plantean el
efecto traumático del maltrato. En esa línea la Asociación Americana de Psiquiatría (2003)
plantea una serie de criterios para diagnosticar el trastorno de estrés postraumático. En
primer lugar, la persona estuvo expuesta a algún hecho traumático donde alguna persona
murió o hubo una amenaza a su integridad física o la de otros. La persona, a este hecho
respondió horrorizada, con miedo o temor. Luego de acontecido el hecho traumático es
reexperimentado a través de recuerdos intrusivos con relación al hecho que produce
malestar, por ejemplo, en niños, se puede manifestar como sueños terroríficos. También, el
individuo tiene la experiencia de que está viviendo un hecho traumático, esto se expresa a
través de ilusiones, alucinaciones y episodios disociativos de flashback. Al exponerse a
situaciones o experiencias internas que tengan que ver con lo traumático, se experimenta
un importante malestar psicológico, por eso se intenta evitar a toda costa. Si por algo se
expone a algo que lo recuerde, existen respuestas fisiológicas correspondientes, por ello se
intenta evitar firmemente todos los estímulos relacionados con el hecho traumático, cómo
pensamientos, sentimientos o conversaciones, actividades, lugares o personas. La memoria
se trunca y aparece la dificultad para recordar una parte importante del trauma. Hay una
baja participación en actividades de índole social o personal del interés del sujeto. También,
debido a esto, hay un desapego con los otros, se restringe la vida afectiva, se presenta una
gran ansiedad en base al futuro y la creencia de que este será negativo. Otros síntomas
también son la dificultad para dormir, la irritabilidad, los problemas para concentrarse, la
hipervigilancia y las respuestas exageradas con sobresalto. Lo que caracteriza al estrés
postraumático es que todos los síntomas mencionados se extienden a más de un mes y
generan deterioro en todas las áreas de relacionamiento del individuo.

Si la situación traumática está enlazada a un contexto de violencia continuo o es desatada


por una situación de maltrato propiciada dentro del entorno familiar, el niño se encuentra
ante un tipo diferente de desvalimiento. “El desvalimiento psíquico se produce cuando la
familia, actuando como medio externo, invade permanentemente el psiquismo de sus
miembros más pequeños al intervenir desmesuradamente en controles acerca de lo que
“deben o no deben hacer” o “hacen mal”” (Giberti, Garaventa y Lamberti, 2005, pp. 35).
Esto correspondería en parte a la violencia psicológica. El desvalimiento psíquico es la
soledad del niño frente al trauma, donde queda inmóvil. La incapacidad de los padres para
traducirle el mundo externo al niño y dárselo de una forma que lo tolere. El niño, al decir de
Giberti, Garaventa y Lamberti (2005), queda expuesto a sus propias pulsiones. Aún con
necesidades de corregulación, queda totalmente desprotegido.

4.2 Consecuencias del maltrato físico y psicológico

Bentancor, Lozano y Solari (2013) detallan algunos de los indicadores físicos del maltrato
psicológico inciden en el lenguaje (tartamudeo, balbuceo) y en habilidades de tipo motor.
También presentan deterioros del desarrollo emocional, mental y físico, desórdenes en
cuanto a la alimentación y el sueño-vigilia, pudiendo generar hiperactividad. En cuanto al
área conductual, presentan sometimiento o someten a los demás, tienen cambios bruscos
en el rendimiento escolar, en los vínculos de amistad, se aíslan, se quejan, son pasivos,
tímidos, demandan continuamente atención y búsqueda de afecto. También son agresivos
(gritos, golpes), se esconden, se escapan, tienen comportamientos regresivos, presentan
autoagresividad e intentos de suicidio. Su autoconcepto y autoconfianza se encuentran
empobrecidos.

A nivel de los indicadores de maltrato físico, Bentancor, Lozano y Solari (2013) mencionan:
los hematomas, las laceraciones, las abrasiones, las excoriaciones y la equimosis. Por
ejemplo, arañazos, raspones (en brazos, piernas, cuello, rodillas). También existen lesiones
en la boca (labios, lengua y piel alrededor), marcas de ataduras, lesiones por tirón de
orejas, alopecia debido al trauma o falta de pelo por violencia, hemorragias conjuntivales y
mordeduras. Además, quemaduras como marcas de cigarro (en las manos, plantas de los
pies o abdomen, con forma redonda), quemaduras por exposición a líquido hirviendo (en
manos, pies, glúteos, con forma de guante), marcas varias con objetos calientes y
quemaduras por ácidos.

En cuanto a los indicadores de conducta, sumado a los mencionados en el caso del


maltrato psicológico, son las emociones extremas como retraimiento y agresividad,
desconfianza o incapacidad de confiar, evadir el contacto corporal (se cubre o se corre del
lugar) o el mismo les provoca miedo, una actitud de defensa, el no querer volver a su casa,
un vestuario no acorde a la estación (para ocultar lesiones), vergüenza y/o culpa y creencia
de que el maltrato es bueno para enseñar.
Otras consecuencias están relacionadas a la identidad y la aparición de trastornos (Rutter,
1999). La imagen de sí mismo se trunca, los niños desarrollan problemas en relación a la
imagen corporal y en su vivencia corporal (Sluzki, 1998). El maltrato deja marcas físicas y
huellas psíquicas, el niño como mecanismo de defensa (Freud y Carcamo, 1961) sale de su
cuerpo, mira la situación como si estuviera por fuera.

El niño interioriza los mensajes degradantes, humillantes y violentos que provienen del
exterior, empieza a verse como malo, peligroso, diferente o inadecuado. Puede sentirse a la
par de sus padres o sobre estos con un pseudopoder a veces expresado como madurez
(pseudomadurez), la sensación de superioridad lo mantiene ficticiamente a salvo. Por
oposición a esta vivencia de omnipotencia, se percibe una autoestima pobre, por interiorizar
los mensajes del exterior, presentando sentimientos de inferioridad, incapacidad, miedo o
timidez. A veces, también aparecen comportamientos agitados, energéticos, para llamar la
atención. Estas emociones, sensaciones, vivencias y actitudes desencadenan estados de
ansiedad, angustia, depresión (Peroni y Prato, 2012) así como trastornos del
comportamiento y la atención (Martínez, 2010), mecanismos adaptativos, problemas de
concentración y desesperación, y comportamientos autodestructivos (por ejemplo la
automutilación).

Duran (2021) destaca el escaso desarrollo de la creatividad, presentando desconexiones


emocionales y físicas, no teniendo en cuenta sus propias necesidades.

Según Mesa y Moya (2011), a su vez, la violencia prolongada provoca a nivel biológico la
aceleración de la pérdida neuronal, demoras en la mielinización, se inhibe la neurogénesis
y/o crecimiento cerebral inadecuado que produce estrés. A nivel general el maltrato produce
una disminución permanente de la densidad sináptica provocando síntomas de amnesia,
disociativos, de ansiedad y deshinibitorios. Hay irritabilidad en el sistema límbico y
disminuye la amígdala (reguladora del miedo, la actividad sexual y la agresividad, los
recuerdos emocionales y los patrones de aprendizaje), esto da paso al descontrol, a la
impulsividad y la depresión mayor, aumenta las posibilidades de perpetuar el ciclo de la
violencia (Sánchez, 2015). También se generan problemas para recuperar la memoria y los
recuerdos, esencial para la intencionalidad, la responsabilidad personal, el control general y
la confianza en los otros (Mesa y Moya, 2011), ello produce agresividad y evitación.
También hay una disminución general del tamaño del cerebro, que afecta al correcto
desarrollo de todas sus áreas. Disminuye el cuerpo calloso, y por ende, disminuye también
la integración de hemisferios (provocando por ejemplo asimetrías al evocar recuerdos de
diferente contenido emocional). Esto propicia la maduración precoz del córtex prefrontal,
dorsolateral y orbitofrontal. Ello desencadena alteraciones del pensamiento abstracto, se
inhiben las respuestas, hay estallidos agresivos, poca o nula sensibilidad interpersonal,
retraso en el lenguaje, afasias, disfasias, alteraciones visuales y motoras. El síntoma
general es la hipervigilancia y sesgo de hostilidad con respecto al ambiente y las acciones
de los otros, se puede reaccionar como si fuera un ataque, teniendo un sesgo de la
realidad.

Según Janin (2011) otros síntomas relevantes son la enuresis y la encopresis. Podemos
pensar en ellos también como resultado del trauma, ya que este inunda temporalmente el
psiquismo, lo deja sin respuesta de simbolizar, anudar, y lo mismo se refleja en el cuerpo.
La falta de control que produce el exterior, tan importante y relevante en la infancia. Por su
parte, Giberti, Garaventa y Lamberti (2005) plantean que el padre o la madre al no poder
autorregularse funcionan para el infante como espejo en vez de como contención. Así, el
niño entiende a los estímulos del exterior como si también fueran propios, por lo cual la
enuresis y la encopresis muchas veces funcionan como vía rápida de descarga.

Hernández y Gras (2005) plantean que como la violencia es aprendida en los primeros años
de vida y normalizada, se corre el riesgo de repetirla en la edad adulta, por ejemplo, en
relaciones de pareja o nuevos ámbitos familiares. Sumado al consumo de sustancias y
problemas de conducta en la adolescencia, el unirse a grupos sociales desviados o
agresivos, o al aislamiento (Rutter, 1999). También puede provocar una mayor
predisposición a la hora de cometer delitos (Farías, 2019).

La base de las consecuencias del maltrato es interiorizar la desconfianza o la idea negativa


sobre las relaciones con los otros, los vínculos familiares y la violencia como un medio
válido para resolver problemas (Hernández y Gras, 2005).

Según Coria de la H, Canales, Ávila, Castillo y Correa (2007) basándose en síndrome del
niño sacudido, incluso se puede llegar a la muerte por daño cerebral, entre otros, por los
sacudones.

5. Concepto de infancia bien tratada

Galvis (2009) afirma que en el siglo XVIII tomaron mayor relevancia las etapas vitales de
infancia y adolescencia, poniendo énfasis en sus derechos y cuidados. Esta sería una forma
de entender a la infancia desde lógicas acorde a los buenos tratos. Parafraseando a la
autora, los derechos que se plantean son: tener un nacimiento digno, cuidadores que
cumplan con su tarea, que los críen de manera que posibilite una buena calidad de vida,
cubriendo sus necesidades básicas alimenticias, de vivienda, de vestimenta, de afecto, de
escucha, de apego, de amor y de educación. Además, preocuparse por su calidad de vida,
su forma vincular con el entorno y los otros, supervisar su desarrollo, procurar que sea feliz
y potenciar sus capacidades. Los niños que no tenían estos cuidados, eran abandonados,
etc, el Estado se hacía cargo de ellos. Se castigaba con una pena de 3 años a quien
golpeara a un niño, ya que la concepción de infancia tenía a su alrededor la idea de
felicidad y alegría, ir en contra de eso sería un crimen. Tenían también el derecho a ser
comprendidos como seres autónomos, singulares, con sentimientos, carácter e inteligencia.

Los buenos tratos confirman una emoción, son el resultado de los recursos comunitarios,
las competencias parentales, los factores contextuales y necesidades infantiles (Barudy y
Dantagnan, 2005). De los Campos, Solari y González (2008) proponen como conductas no
violentas de relacionamiento con los hijos el explicar porque no es correcto lo que hace,
sustituir la actividad que hacía por otra, la penitencia y el quitar privilegios.
5.1 Familia sana

Barudy (1998) plantea que en una familia sana, los miembros tienen cierto nivel de empatía,
existe una predisposición de los padres para con las necesidades de los hijos y esto se
traduce en un apego sano. Sus vinculaciones potencian a cada uno de los miembros
(mejoran su estilo de vida), traduciendo esto en afectos, comportamientos y acciones
determinadas. La idea dentro de esta familia es educar, cuidar e impulsar el cuidado de sí
mismo y del otro.

Martínez (2010) propone la necesidad de expresar con afectividad el amor hacia los hijos
como principal factor generador de autoestima, a través del apoyo emocional, el interés y la
coherencia en cuanto a reglas y normas. En el caso de buenos tratos existe un plus de
protección psicológica de los niños frente a las experiencias traumáticas al mostrarles un
modelo, un ejemplo, el apoyo afectivo es un factor indispensable dentro de la familia y fuera
de esta. Con ello se revaloriza el concepto de exosistema y macrosistema, el cuidado
comunitario, que hace más integral el cuidado de la infancia.

Berenstein (2001) afirmaba que en el centro de la vida psíquica se encuentra el vínculo con
el otro, se pone en relieve la importancia que reciben los cuidados cuando se es niño.
Factores como la atención, la educación y la protección, al decir de Barudy y Dantagnan
(2005), es lo que hace que estos se sientan importantes y valiosos. Con relación a la
familia, las mujeres cumplen mayoritariamente el rol de cuidado en una sociedad patriarcal,
de igual manera, a nivel biológico tienen mucha más oxitocina, que favorece las tareas de
cuidado. Es con el desarrollo cerebral y la encefalización que se potencia la vida en
sociedad por medio del cuidado del otro, permite la existencia de comportamientos
complejos y con esto la capacidad de crear vínculos en base al apego.
5.2 Habilidades parentales y autoconcepto

Barudy y Dantagnan (2005) explican que las habilidades parentales son la capacidad de los
padres para responder de forma adecuada frente a lo que necesita el niño. Tiene que ver
con necesidades generales y singulares, en sus diferentes momentos vitales. Estos afirman
que los buenos tratos en la infancia se basan en las habilidades parentales y desarrollan
tres funciones imprescindibles: la función nutriente, la función socializadora y la función
educativa.

La función nutriente es mayoritariamente en relación a lo sensorial y lo emotivo,


mecanismos neurobiológicos que conectan a la madre y el bebé por medio de integración
de canales sensoriales para que fluctúe la comunicación y el entendimiento, y un proceso
de índole emocional que propicie la familiarización. Esta experiencia se inscribe en la
memoria, por ello es importante el principio de constancia que describe Janin (2011) y la
mirada de la madre como plantea Winnicott (1986). De suma importancia en bebés y de
mucha relevancia a lo largo de toda la niñez, la mirada del otro, lo que este devuelve, que
ayuda a construir el sí mismo y la autoestima.

La función socializadora también es de gran relevancia porque edifica el concepto de sí


mismo, la percepción que se tiene sobre sí, esto se logra cuando el mundo cotidiano del
niño es interiorizado (interacción entre su temperamento y su medio ambiente). Son parte
del medio ambiente los padres, que envían mensajes de aprobación y cariño hacia este
niño, este a su vez interioriza esta emotividad y calidez. Por lo tanto, es desde las formas de
evaluación externa (como le transmiten estos mensajes positivos los padres a sus hijos)
como surgen las formas de evaluación interna.

De esta forma, la función socializadora tiene incidencia en el autoconcepto y este, a su vez,


tiene componentes cognitivos, afectivos y conductuales. El componente cognitivo tiene que
ver con la descripción que hace de sí, aunque no es objetiva, es su verdad y su forma de
autopercibirse, esta guía su forma de ser y comportarse. Los componentes afectivos, es
decir, la evaluación de esta autopercepción ¿qué emociones y afectos aparecen? Se
relaciona directamente con la autoestima, es importante interrogarse por características
tales como el valor, la capacidad del sujeto, que tan exitoso se considera. De lo antes
mencionado se desprenden los componentes conductuales, que terminan siendo una
expresión hacia el exterior de la autopercepción, la autoestima y el autoconcepto que el niño
tiene de sí. De ello surge la conformación de la resiliencia.
Para aumentar la resiliencia y el desarrollo adecuado y adaptable del sujeto, es necesario
un buen vínculo con sus padres o con al menos alguno de ellos (Rutter, 1999), que los
mismos puedan actuar con habilidades parentales que promuevan los buenos tratos, tal
como lo menciona Martínez (2010).

La última de las funciones es la educativa, es una relación entre el niño y el adulto donde
está presente el afecto (forma de educar con buenos tratos), la comunicación (escucha
mutua, respeto, empatía, manteniendo la jerarquía de competencias), el apoyo (necesitan
estímulos de los adultos significativos para desarrollarse y madurar) y el control
(maduración de las emociones y la conducta, desarrollar la inteligencia emocional, controlar
los impulsos y la frustración).

5.3 Resiliencia: factor protector frente al maltrato

5.3.1 Concepto de resiliencia

Para entender la resiliencia es de resaltar lo desarrollado por Cyrulnik citado en Morelato


(2011b), quien afirma que la resiliencia no es una especie de inmunidad al riesgo, por el
contrario, esta nace luego de un episodio traumático donde se coarta el desarrollo del niño.
El trauma no es olvidado, es integrado, modifica al sujeto y es desde la superación de este
episodio donde se puede hablar de resiliencia.

Por su parte, Manciaux, Vanistendael, Lecomte y Cyrulnik citados en Barudy y Dantagnan


(2005) entienden la resiliencia como “la capacidad de una persona o de un grupo para
desarrollarse bien, para seguir proyectándose en el futuro a pesar de los acontecimientos
desestabilizantes, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves” Barudy y
Dantagnan (2005, pp. 56). Desde este punto de vista, la resiliencia tendría relación con el
futuro, con las nuevas posibilidades del sujeto, superando las adversidades y pudiendo
recuperarse.

Morelato (2014), por otro lado, plantea:

“la resiliencia especialmente como un proceso, producto de la interacción entre


factores de riesgo y factores protectores, tratándose estos de una combinación tanto
de factores individuales (tales como fortalezas, habilidades y competencias) así
como contextuales relacionados con fuentes de apoyo externo (Morelato, 2011b;
Rutter, 1992, 1995) que se manifiestan en la conducta y recursos personales de los
niños”. Morelato (2014, pp. 1474).
A partir de esta definición, se entiende a la resiliencia como un proceso, un interjuego de
múltiples factores, tanto internos como externos al sujeto. Se plantea la importancia de los
recursos propios tanto como los recursos sociales para hacerle frente a los factores de
riesgo (como por ejemplo situaciones de maltrato) poder transitarlas y trascenderlas,
accediendo a una vida significativa. Por lo tanto es importante identificar algunos de estos
factores:

“es posible estimular la puesta en marcha de procesos de resiliencia, si se fomentan


potencialidades y recursos vinculados, por un lado, a las habilidades internas
(autoconcepto, creatividad, habilidades de solución de problemas, percepción de
aspectos positivos de la familia) y, por otra parte, a la dimensión de protección del
contexto. Estos aspectos se asocian a la expresión de la problemática, a los vínculos
significativos con pares, a la toma de conciencia del problema en la familia nuclear,
al apoyo de la familia extensa, de la comunidad y a la permanencia en el sistema
escolar y de salud.” Morelato (2014, pp. 1485).

Parafraseando un texto anterior de dicha autora (Morelato, 2011b) los factores son
desarrollados con profundidad. En cuanto a factores protectores provenientes del
ontosistema se destacan el nivel intelectual del niño, sus habilidades sociales (y dentro de
estas las habilidades de resolución de problemas interpersonales), la creatividad, el
autoconcepto, el temperamento y la internalización de una figura de apego adecuada.
Relacionado al microsistema se destacan funciones de apoyo de familiares que tomen
contacto con la desprotección infantil, personas que denuncien este problema, el afecto, las
habilidades interpersonales e intelectuales, la capacidad de reflexión y de empatía, la
flexibilidad y comunicación, apuntando a la cohesión familiar. También los grupos de pares,
el sistema escolar y la familia extensa, la escuela, los vecinos, el ámbito de salud y los
miembros de la comunidad en general, los cuales brindan contención. En el exosistema y el
macrosistema influyen los programas de ayuda, la participación en clubes, la preocupación
de los equipos de atención primaria en salud, la capacitación de los profesionales y
miembros de la comunidad en el tema, ejercer un rol activo y participativo como ciudadanos
y la articulación de esto con políticas que apoyen la economía, el trabajo, la salud y la
educación. Propiciar espacios de discusión, de información, de prevención, de asistencia y
de apoyo a docentes, padres y profesionales.

En cuanto a la relación entre resiliencia y maltrato físico, basándose en la teoría del apego,
se plantea:
“Sería posible suponer que estos sujetos fueron capaces de recuperarse de lo
traumático del maltrato porque fueron capaces de estructurar modelos de apego más
estables. Lo anterior les posibilitaría regular las oscilaciones extremas entre la
cercanía y la evitación e integrar las emociones y cogniciones experimentadas. En
este caso particular, los resilientes al maltrato físico tendrían mayor capacidad de
mantener la estabilidad anímica, como la de reaccionar adecuadamente a los
estímulos externos y no exigir de los otros (hijos) acciones no esperadas en una
etapa de desarrollo específica.” Araneda, Castillo, Haz, Cumsille, Muñoz, Bustos y
Román (2000, pp. 16).

Este enfoque sobre la resiliencia pone énfasis en no repetir los patrones generacionales y
transgeneracionales de violencia, logrando reconocer la situación como poco saludable y
perjudicial. Además, manejar adecuadamente las emociones y no actuar con impulsividad,
para evitar dañar a los otros. Es una forma adecuada de recobrar el control sobre la vida del
sujeto.

Parafraseando a Vanistendael citado en Barudy y Dantagnan (2006), la resiliencia puede


ser pensada simbólicamente como una casa. Esta, tiene diferentes espacios, niveles y
ambientes que la determinan y la constituyen. Comenzando por la base, el suelo donde se
apoya y estructura, en esta se encuentran las necesidades básicas, tales como
alimentación, cuidado, salud, vivienda y vestimenta. Abajo se encuentra el subsuelo, que
contiene relaciones cercanas e informales tales como la familia, los amigos o compañeros
de estudio, compañeros de trabajo. Justo en el centro de estas interrelaciones de redes
informales se encuentra el núcleo resiliente. Este núcleo, corazón de la casa, es la
aceptación incondicional del sujeto por parte de estas redes, equivalente al concepto de
amor. Si accedemos a la planta baja, es preciso encontrarnos con el sentido que el sujeto le
da a la vida, su motor de existencia. Seguimos aumentando, y en el primer piso nos
encontramos con habitaciones, cuatro de ellas, cada una como constituyente de factores
esenciales para la resiliencia: la autoestima, las competencias, las aptitudes y el humor. Por
último encontramos el altillo, como apertura hacia otros horizontes, saliendo de la zona de
confort, poniendo en juego todos estos factores que componen la casa.

La resiliencia también se trata de tomar conciencia de los malos tratos dentro de la familia
y/o el entorno social, tener conciencia de los sucesos contactando con lo doloroso y
atemorizante es la forma de transitar la violencia. Poder visualizar a los padres como
sujetos con su propia constitución familiar, poder asumir que hubo necesidades que no
fueron y no serán satisfechas, seguir adelante pese a las experiencias desgarradoras que
dejan huella, que se inscriben al psiquismo infantil, donde los padres son los primeros
referentes.

Janin (2011) considera como factor favorecedor de la resiliencia el que el psiquismo infantil
es un psiquismo en construcción. Cichetti, Rogosch, Lynch y Holt citados en Morelato
(2011a) proponen que el nivel de afectación del maltrato depende de la edad, el contexto, el
tipo de maltrato que reciba y el momento evolutivo del niño/a.

5.3.2 Referentes de resiliencia

Los referentes de resiliencia pueden ser representantes/tutores de la resiliencia cuando los


padres no cumplen está función (Rutter, 1999), ejerciendo una parentalidad social
(Rotenberg, 2014). Es de una relevancia holística tomando en cuenta el macrosistema
(equivalente a la cultura y al sistema político). Es la expresión de la cultura la que determina
como es el vínculo entre en niño y el adulto, los derechos y necesidades de estos. Por
ende, es preciso que de ella también salgan las posibles soluciones al maltrato, las formas
de prevención, los soportes para los niños y la rehabilitación de las víctimas, la importancia
del trabajo en red, de la grupalidad y el apoyo mutuo (Peroni y Prato, 2012).

Al presentarles un modo de vinculación diferente, se pueden generar otras opciones para el


niño, quienes en muchos casos tienen una vivencia cotidiana de maltrato. Apoyo para no
identificarse con los agresores, para trabajar sobre su forma de verse y ver al mundo, y
proyectarse a futuro (consolidación de un proyecto personal).

El Estado uruguayo, como principal tutor de resiliencia dentro del país, crea la Ley Nº
17.823 en 2004 para pautar el relacionamiento con los niños y adolescentes. En 2007,
introduce una variante (Ley Nº 18.214) ampliando el espectro de la prohibición de maltrato
físico, para que también abarque el maltrato emocional/psicológico, además también
promueve la creación de programas para educar y sensibilizar sobre la temática. Es con la
Ley Nº 19.747 que en 2019 se actualiza la Ley Nº 17.823 en el apartado sobre protección
de los derechos amenazados o vulnerados de las niñas, niños y adolescentes, y las
medidas ante el maltrato y la violencia sexual.

Síntesis y reflexiones finales

La infancia es una etapa compleja, multideterminada, producto de una sociedad y un tiempo


histórico, con necesidades específicas y parte de una familia que produce modos
vinculares.
Del desarrollo realizado, se aprecia que la violencia coarta el adecuado desarrollo y tránsito
de los niños en esta etapa. La violencia tiene múltiples líneas y puntos conectores, de las
que se realizó un recorte vinculandola a la infancia dentro del núcleo familiar. Se centra
particularmente en el maltrato psicológico/emocional y físico, teniendo en cuenta la
prevalencia de ambos y sus efectos nocivos en el psiquismo infantil. Algunas de las
consecuencias del maltrato sugieren actitudes y comportamientos donde la violencia se
despliega, pudiendo ingresar a nuevos escenarios sociales, ganando territorio (por ejemplo
en la violencia de género). De acuerdo a las cifras se aprecia una necesidad de continuar
implementando abordajes de prevención del maltrato y promoción de información sobre
buenos tratos a la infancia, tanto en Uruguay como en toda América Latina y el Caribe.

La resiliencia aparece como un conjunto de mecanismos para afrontar los hechos


traumáticos desde una perspectiva de superación. En ella influyen múltiples factores, tanto
internos como externos al sujeto. En muchas situaciones de maltrato intrafamiliar, el niño
nace y se desarrolla en un contexto violento en varios aspectos. Por lo tanto, es importante
que el infante pueda contactar con el dolor, con el sufrimiento que implica transitar estas
situaciones, con las imposibilidades que genera. De esta forma el niño logra desnaturalizar
el contexto violento, al saber que no es sano para la continuación de su vida, es desde allí
que pone en marcha los factores resilientes. En caso contrario, se repetiría el círculo de
violencia, debido a que no todos los niños logran la resiliencia frente a estas difíciles
situaciones.

Es necesario considerar los factores externos favorecedores de la resiliencia, tales como el


acompañamiento de los referentes de resiliencia, la pertenencia a determinados grupos, el
sistema educativo, las normas sociales existentes y los ideales con respecto a la infancia,
que hacen a la relación del niño con su medio. De esta manera, estos factores funcionan
como un sostén, siendo entonces las capacidades del sujeto las que propician la
continuación pese al sufrimiento, al dolor, al trauma, que aparecen al poder integrarlo,
donde la resiliencia es una forma de continuar el transcurso de la vida satisfactoriamente.
Sobre esta base, buscar nuevas maneras de expresión, de pensamiento, para no replicar la
violencia con los demás y poder desarrollarse adecuadamente.

En ese sentido se hace necesaria una adecuada articulación entre el micosistema y el


macrosistema que permitan transmutar lógicas violentas por otras que se asienten en el
respeto, la contención, el afecto, el cuidado, la comprensión, la escucha y el sostén, lo cual
requiere de un otro que escuche, acompañe y oriente.
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