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¿Por qué discutir políticamente la ciencia y la tecnología?

Article · September 2019

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2 authors:

Leandro Andrini Santiago Liaudat


CONICET-CMaLP / Universidad Nacional de La Plata. Fac. de Ciencias Exactas. Bueno… Universidad Nacional de La Plata
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Andrini, L. & Liaudat, S. (2019). ¿Por qué discutir políticamente la ciencia y la tecnología? En M.
Speroni (coord.). “Política: apareces en el aire; dimensión misteriosa y escurridiza de la experiencia
humana”. En Entredichos. Intervenciones y Debates en Trabajo Social¸ Facultad de Trabajo Social,
Universidad Nacional de La Plata, Dossier N°6. También disponible en:
http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/83453

Resumen:

En este artículo analizamos las consecuencias políticas del imaginario social dominante sobre la ciencia
y la tecnología, en especial el impacto que tiene sobre países dependientes como la Argentina. De
manera esquemática y resumida indicamos cuatro propiedades que caracterizan a la visión hegemónica
sobre el quehacer científico y tecnológico, y presentamos sus raíces teóricas en la epistemología y en
la sociología así como el carácter fetichista de esta visión. Paso seguido, proponemos politizar nuestras
miradas para des-fetichizar la ciencia y la tecnología, como condición necesaria para avanzar en una
ciencia y tecnología que atienda a nuestras necesidades. Desde un bosquejo que ejemplifica el desajuste
estructural entre agendas de investigación y realidades socio-productivas en los países periféricos,
concluimos en la necesidad de un pensamiento/hacer situado, que traspase los muros de una
investigación científica y tecnológica globalizada para dar lugar a la construcción de una agenda local
y regional circunscripta por un proyecto nacional orientador y conforme a un modelo deseable de
sociedad.

¿Por qué discutir políticamente la ciencia y la tecnología?

Leandro Andrini y Santiago Liaudat

El imaginario social dominante

La ciencia y la tecnología aparecen como distantes para la mayoría de las personas, como algo envuelto
de un cierto halo de irrealidad, de fantástico, de futurismo. Y, probablemente, es la sensación que nos
invadió, a todos y todas, la primera vez que interactuamos con una pantalla táctil en nuestro teléfono
portátil, que vimos calentarse la comida mágicamente en un microondas o que manejamos nuestro
automóvil siguiendo el itinerario que nos señalaba el GPS. Estos dispositivos, y tantos otros con los
que convivimos a diario, desde satélites hasta vacunas, aviones o televisores, nos deslumbran y nos
llenan de asombro. Y suelen ser este tipo de artefactos los referentes mentales inmediatos a la hora de
hablar de ciencia y tecnología a un público amplio.

Por cierto, son productos de la actividad científica y tecnológica, así que tan errados no estamos.
Pero… ¿cómo fueron desarrollados esos productos? Probablemente nos figuremos los rostros de los
genios, científicos o inventores, siempre hombres, de Albert Einstein a Steve Jobs, de Stephen
Hawking a Bill Gates, de aquellas mentes brillantes que mejoraron nuestras vidas a través de sus ideas
e innovaciones. O bien aparezcan difusas representaciones de laboratorios, guardapolvos, algún
instrumental científico, rostros con expresiones reconcentradas, y no mucho más. En cuanto a su
producción, quizá tengamos la imagen de una fábrica, una línea de montaje o cierta maquinaria
sofisticada en las que se elaboran aquellos artefactos cotidianos.

En efecto, todo ello directa o indirectamente refiere a actividades científicas y tecnológicas. Si nos
preguntamos finalmente cómo se relacionan todas estas imágenes mentales, o sea, ¿cómo pasamos de
la cabeza del genio científico o inventor al artefacto tecnológico que tengo en mis manos? Lo más
probable es que el sentimiento esta vez sea de ofuscación. Y la respuesta predominante dé cuenta de
cierta idea de derrame: el genio piensa, el laboratorio investiga y desarrolla, la fábrica produce, el
comercio vende, y nosotros/as como usuarios/as compramos y utilizamos sin preguntarnos cómo se
hace ni por qué funciona.

Se constituye una especie de escala, de gradiente, que va de lo irreal a lo real, de lo ideal a lo material,
de lo lejano a lo cercano. La fascinación que nos produce un nuevo artefacto tecnológico, cosa e’
mandinga, es vivida como un contacto misterioso con ese universo ignoto. Volvemos así al principio,
cerramos el círculo de incomprensión, interactuamos con los artefactos que nos rodean y seguimos
nuestra vida adelante.

Por cierto, llamativamente y como contracara necesaria, en el imaginario social está también la idea de
la ciencia y la tecnología como potencialmente peligrosas, incluso apocalípticas. La misma opacidad
que rodea a la actividad y la imagen de poder que transmiten alimentan ese temor. Además de, por
supuesto, las catástrofes en el pasado reciente vinculadas a actividades científicas y tecnológicas (armas
químicas, bomba atómica, Chernobyl). Así pues, es habitual encontrarnos con filmes futuristas en los
que una ciencia y tecnología descontroladas ponen a la humanidad en peligro y hasta al borde de su
extinción. La rebelión de las máquinas, la autodestrucción nuclear, la difusión de enfermedades
producidas en laboratorios, el reemplazo de la realidad tal como la conocemos por un mundo virtual,
entre otros tópicos recurrentes en películas y series de ciencia ficción.

En un primer momento científicos/as y tecnólogos/as aparecían como personas virtuosas que servían
de ejemplo. Su contracara monstruosa, cual Mr. Hide, es el científico malvado, desde cuyo laboratorio
es capaz de liberar a los jinetes del apocalipsis. Sin dudas, una de las contradicciones estructurales de
la ideología de nuestra época. Confiamos en que el poder que tenemos mediante la ciencia y la
tecnología resolverá nuestros problemas, pero al mismo tiempo la imagen de futuro que se alimenta
de esos desarrollos científicos y tecnológicos es una imagen apocalíptica. Incluso la escapatoria al
cataclismo suele venir representada también de la mano de la ciencia y la tecnología (la fuga al espacio
sideral).

Esta visión maniquea de buenos/as y malos/as, presente en el imaginario social dominante, alimenta
a su vez dos visiones de futuro. De un lado, los tecno-optimistas creen que las soluciones a los problemas
que tenemos como humanidad provendrán exclusivamente de la ciencia y la tecnología. En su versión
extrema, esta postura plantea que podemos lograr la inmortalidad, resolviendo el “problema” de la
muerte. Según esta visión, el ser humano es esencialmente la personalidad que reside materialmente
en el cerebro. Por lo que, si somos capaces de traducir todos los contenidos mentales a información
digital y preservarlos en un soporte externo al cuerpo humano, podemos seguir viviendo
independientemente de lo que le suceda a nuestra carne. De ese modo, habríamos migrado del carbono
como principal elemento que sostiene la vida orgánica al silicio u otro elemento con mayor durabilidad.

Del otro lado, los tecno-pesimistas tienden a considerar que lo mejor sería frenar el desarrollo científico
y tecnológico ya que necesariamente conduce a consecuencias inmanejables e imprevisibles. Sostienen,
por lo general, algún retorno a estilos de vida considerados más simples y menos alienantes, en mayor
contacto con la naturaleza y que priorice las relaciones humanas cara a cara (y no mediada por
máquinas). Para los tecno-pesimistas la inteligencia artificial culmina necesariamente en la rebelión de
las máquinas, la biotecnología conduce a la degradación ambiental y la tecnología atómica lleva a la
hecatombe nuclear. El neoludismo es la expresión más radical de esta vertiente.

A riesgo de caer en simplificaciones, y a partir de la breve presentación realizada, haremos una síntesis
de las cuatro propiedades presentes en el imaginario social dominante sobre la ciencia y la tecnología:

I. SINÉCDOQUE: la sinécdoque es una figura retórica que señala la posibilidad de tomar la parte
por el todo o viceversa. En este caso, destacamos que se identifica fuertemente la ciencia con
ciertas actividades científicas y las tecnologías con ciertos artefactos tecnológicos.
Puntualmente, se tiene a identificar la ciencia con la actividad de laboratorio y las ciencias
exactas, y a la tecnología con ciertos dispositivos tecnológicos tangibles que despiertan
asombro;
II. PODERÍO: la ciencia y la tecnología son vistas como elementos de poder. Predomina una
visión positiva asociada a sus efectos benéficos sobre el bienestar humano en términos de
longevidad, comunicaciones, confort, etc. Aunque se reconoce el potencial maléfico en especial
sobre la naturaleza y eventuales daños sobre la vida social (pérdida de control sobre la propia
vida, alienación). Pero incluso frente a estos riesgos, es mayormente la ciencia y la tecnología la
que se vislumbra como portadora de soluciones. Por lo que prima la idea de que son instrumentos
que pueden producir la salvación o el apocalipsis.
III. OPACIDAD: el proceso de producción de conocimiento científico y tecnológico es invisible
para la mayoría de la sociedad. E incluso los propios actores que hacen ciencia y tecnología
tienden a menospreciar el aspecto social y procesual de la construcción de conocimientos. Lo
tangible de los productos, sean estos artículos científicos o artefactos tecnológicos, hace que se
pierdan de vista aspectos menos visibles como las normas y valores en juego, las relaciones
sociales implicadas, las múltiples interacciones y negociaciones involucradas, etc. La metáfora
de la caja negra, habitualmente utilizada para definir una manera de mirar (o, mejor dicho, no
mirar) la actividad científica y tecnológica, da cuenta de esta opacidad.
IV. AURA: para la mayor parte de la sociedad quienes hacen ciencia y tecnología están rodeados
de una cierta atmósfera de genialidad, incomprensión, desinterés, aislamiento, superioridad,
clarividencia, tenacidad, determinación, cosmopolitismo, comunitarismo, entre otras
cualidades. Este aura se alimenta indudablemente de los dos rasgos anteriores. El hecho de que
la ciencia y la tecnología sean fuente de poder, pero que al mismo tiempo se ignore su
funcionamiento debido a la opacidad que las rodea, generan esas valoraciones en torno a los/as
científicos/as y tecnólogos/as. Por supuesto, el aura implica un estatus social que, desde el
sector, busca ser traducido en ventajas en la lucha por recursos frente a otros sectores de la
sociedad (salarios, financiamiento, etc.).

Fundamentos de esta visión dominante y su carácter fetichista

Palabras más, palabras menos, este es el imaginario social dominante sobre la ciencia y la tecnología.
Esta imagen, un tanto difusa, de la actividad es reproducida a diario por medios de comunicación,
industria cultural, propaganda institucional e inclusive científicos/as y tecnólogos/as. Lejos de tratarse
de una mirada neutral, se trata de una visión fetichista de la ciencia y la tecnología con profundas
consecuencias para las sociedades en general y para los países dependientes en particular.

Esta perspectiva se apoya en dos marcos teóricos fundamentales: la epistemología de corte positivista
y la sociología del conocimiento de matriz funcionalista. En el primer grupo comprendemos aquellos
enfoques epistemológicos que hacen de la ciencia la única fuente de saber válido. En el segundo grupo
se encuentran desarrollos teóricos que plantean que la autorregulación de la ciencia es la norma
deseable y que debe evitarse toda interferencia externa (política, social, económica). En ambos casos
se presenta a los/as científicos/as como seres desinteresados, cuya única ambición es alcanzar la
verdad, hacer avanzar la frontera del conocimiento. La racionalidad científica es única y universal, lo
que permite hablar de una comunidad científica internacional, guiada por los mismos objetivos y
metodologías de trabajo. De esta comprensión del conocimiento científico se sigue la tradicional –y
cuestionada- distinción entre ciencia básica y ciencia aplicada, según la cual la primera representa las
más altas cumbres del saber por el saber mismo. Y a partir de ello, se sigue la primacía de las ciencias
exactas y naturales, en especial aquellas que se nutren mayormente de las matemáticas, como
paradigma del buen trabajo científico.

Más aún, políticas públicas, líneas de acción y gestión, se siguen de estas miradas. De hecho, se observa
una enorme similitud entre el imaginario social dominante y estos desarrollos de especialistas de la
epistemología y la sociología del conocimiento. No se trata de un producto del azar, sino de la
elaboración y reproducción de un enfoque determinado sobre la ciencia y la tecnología. Mirada que
aquí definimos como fetichista en dos sentidos:

- al fetiche se lo adora y se le rinde culto. Tanto en esas miradas especializadas como en el imaginario
social dominante que se nutre de ellas hay una actitud reverencial hacia la ciencia y la
tecnología. El historial de logros científicos y tecnológicos y los héroes que los realizaron sirve
habitualmente de panegírico en instituciones e industria cultural (filmes, documentales). Este
revestimiento sacro de la ciencia y la tecnología hacen a su vez que sea difícil debatir sobre
ellas, sus finalidades, su funcionamiento, sus principios.
- el fetiche puede gobernar fuerzas extrañas. Es algo tangible, manipulable, que pone al alcance de la
mano lo sobrenatural. Sobre todo los artefactos tecnológicos recogen esta faceta del fetiche.
Mayormente se desconoce cómo funcionan, pero manipulándolos se percibe el poder que
encierran, con el cual se manejan fuerzas misteriosas que la ciencia se encarga de develar.
Politizar nuestra mirada, des-fetichizar la ciencia y la tecnología

El orden social tiende a naturalizarse como forma de garantizar la reproducción del statu quo. Frente a
lo cual es habitual que el pensamiento que se declama crítico intente mostrar las raíces históricas y
sociales de fenómenos que se presentan como naturales en la vida social. Pero en el caso de la ciencia
y la tecnología el procedimiento debe ser distinto. El statu quo en torno a la ciencia y la tecnología no
se legitima apelando a su carácter natural, sino más bien sobrenatural. Es el carácter sacro reflejado en
la visión fetichista el que sostiene el predominio de un imaginario social y una mirada sobre la ciencia
y la tecnología, a pesar de que ha sido fuertemente criticada desde diversas vertientes (constructivistas,
materialistas, decoloniales, etc.). Y ese carácter se sostiene desde el mismo sector que reproduce de
este modo su estatus como grupo social diferenciado y privilegiado. Ritos de iniciación,
fundamentalmente asociados a mecanismos meritocráticos (títulos académicos, cargos jerárquicos,
membresías) y otras formas de reconocimiento social, delimitan el espacio social constituido por la
“comunidad”.

Un segundo aspecto, fundamental para nuestros países del Sur, es que esta mirada además es sostenida
y reproducida a gran escala por el aparato cultural de las potencias centrales. Este imaginario,
mayormente compartido por científicos/as, tecnólogos/as y sociedad (incluyendo la dirigencia
política), alimenta esfuerzos científicos en el mundo entero de acuerdo a una agenda, a temas de investigación, a
metodologías y lenguajes, que sirven a los intereses de aquellas potencias. La idea de una ciencia única y universal
esconde las profundas asimetrías en la producción, circulación y uso de los conocimientos. La
ideología del cosmopolitismo aleja a científicos/as de la definición de temas locales, contextuales, de
investigación. El postulado de no interferencia alimenta este aislamiento que es, en verdad, un
acercamiento a los intereses del Norte Global. Y se esconde que el motor que empuja
fundamentalmente a la ciencia y la tecnología en el mundo no es el altruismo sino el factor económico
(competitividad, innovación) y el político-militar (armamento, defensa).

Así, el imaginario social y la visión predominante en el ámbito académico, fortalecen la dependencia


como cadenas invisibles que nos sujetan al subdesarrollo. Necesitamos discutir políticamente, con
soberanía, las decisiones científicas y tecnológicas que se toman a todo nivel (micro, meso y macro).
Salir del laissez faire científico y tecnológico que se reproduce incluso en el marco de proyectos
populares. Politizar la ciencia y la tecnología es, en verdad, develar su carácter intrínsecamente político. Es
generar los mecanismos para caminar hacia una soberanía epistémica. Soberanía entendida como
recuperar el poder de decisión. Recuperarlo para un nosotros y nosotras. Es discutir la llamada frontera
de conocimiento y plantear más bien la existencia de “fronteras” en plural, adecuadas a diferentes
contextos, sociedades, problemas de investigación.

La relación centro/periferia en ciencia y tecnología parecía ser de distinto tipo de aquella en economía.
La Teoría de la Dependencia en la década de 1960 surgió para dar cuenta de los límites estructurales
al desarrollo en países dependientes. Lo novedoso de este enfoque no fue la división del mundo entre
países “avanzados” y “atrasados” (lo cual, con diferentes nombres, ya había sido tematizado) sino
haber develado la relación por la cual el centro necesita para su reproducción material (ampliada) que la periferia
siga siendo periferia. Es decir, esta teoría se encargó de refutar el discurso desarrollista según el cual la
brecha tendería a achicarse en la medida que los países dependientes reciben a través de la “inversión
extranjera directa” la transferencia de tecnología y los capitales necesarios para su industrialización y
consiguiente “modernización”. Los dependentistas señalaron una dialéctica según la cual la misma
relación entre las partes reproduce y amplía la condición de sometimiento que “pretende” subsanar.
Ese Norte que se nos presenta como el final de un camino se va alejando (cada vez más) a medida que
caminamos.

En cambio, la relación centro/periferia en ciencia y tecnología parecía no compartir esa dialéctica. De


un lado, los centros científicos no requerían para su reproducción material que la periferia siga siendo
periferia. Y, del otro lado, desde las regiones periféricas se planteaba con insistencia que se requería
del centro para salir de su condición de retraso. Pues bien, ahora parecieran estar cambiando los
términos de la relación. Parece emerger una nueva división internacional del trabajo cognitivo, por la cual los
centros empiezan a requerir de excelencia científica en las periferias, pero en temas parcelados,
sobredeterminados por los intereses cognitivos, sociales y económicos del centro. Los centros
comenzaron a necesitar, para poder avanzar, de una periferia estructural que haga el “trabajo
(científico) gris”. En este sentido, se empieza a asemejar a la dialéctica de la dependencia: la relación
centro/periferia reproduce de modo ampliado las desigualdades globales también en materia científica
y tecnológica. Las alertas que ya planteara Oscar Varsavsky acerca de que la relación con el centro y la
inserción en redes internacionales no actúan como motor de desarrollo endógeno sino como
condicionamientos con “mano de terciopelo” parecen re-actualizarse en esta nueva división de roles.

En conclusión, si la teoría de la dependencia tuvo la capacidad de desmitificar la industrialización


como sinónimo de modernización, tal vez sea tarea de los estudios críticos sobre la ciencia y la
tecnología mostrar por qué la excelencia científica en la periferia no es equivalente a desarrollo. Acaso esos estudios
sirvan para entrar en la arena de disputa acerca de qué debe ser considerado excelencia académica en
nuestro contexto periférico particular. No se trata de caer en el aislamiento internacional sino, como
propuso el Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Desarrollo, adaptar los enfoques
más generales a las condiciones nacionales, al mismo tiempo que elaboramos una visión propia de
desarrollo social y científico (condición necesaria para esa adaptación). No es tarea fácil frente a las
inercias institucionales y otros mecanismos estructurales que configuran nuestra ciencia actual. Pero
al menos es un punto de partida.

Desacoples en la periferia y la necesidad de discutir políticamente la ciencia y la tecnología

La dependencia en ciencia y tecnología produce un desfasaje entre producción de conocimientos y


demandas/necesidades socio-productivas. Como problema estructural, es específico de países
periféricos como los latinoamericanos. Desde ya, existen también dificultades en los países centrales
para poner en contacto el mundo productivo y el ámbito científico y tecnológico. Pero esas dificultades
no son de tipo estructural, sino como desafío incremental (necesidad de ir mejorando y actualizando
esa vinculación para no perder competitividad) y/o instrumental (qué nuevos métodos/instrumentos
son necesarios desarrollar). Ese esfuerzo de los países centrales se evidencia en teorías como la
perspectiva de la Triple Hélice o el enfoque del Sistema Nacional de Innovación.

Sin embargo, la situación de desajuste entre agendas de investigación y realidades productivas en los
países periféricos tiene raíces más profundas, vinculadas a su inserción dependiente en el mundo. Para
ejemplificar lo estructural del desacople en la periferia, a diferencia de lo que sucede en los países
centrales, es ilustrativo retomar la tradicional imagen del “triángulo de Sábato” e ir un contrapunto en
cada uno de sus vértices:

- del lado de la ciencia y la tecnología, los países centrales generan agendas y metodologías de
investigación asociadas a sus necesidades nacionales, que luego por diversos mecanismos
materiales (financiamiento, cooperación, etc.), simbólicos (premios, reconocimientos, etc.) y
epistemológicos (qué es ciencia válida, qué es la frontera, etc.) son instaladas en el mundo
entero. Por lo tanto no existe un problema de desacople estructural en los países centrales
como el que se presenta en la periferia dependiente. Además, la ciencia y la tecnología en las
regiones centrales son financiadas principalmente por el sector empresarial y el aparato militar,
y por lo tanto son inversiones fuertemente direccionadas. Mientras que en los países
periféricos el principal financiador en ciencia y tecnología es el sector público estatal con un
énfasis en investigación básica y agendas “internacionales” (léase, agendas promovidas por los
centros científicos del Norte);
- en el vértice del sector productivo, también nuestra realidad es del todo diferente a las de los países
centrales. Nos referimos a una realidad caracterizada por una economía fuertemente
extranjerizada, concentrada y primarizada, con cadenas locales de valor endebles, con
fenómenos como el de “restricción externa”, todos los cuales suponen una transferencia de
valor de nuestros países a las economías centrales. Por lo que es del todo diferente una realidad
económica central en la que el excedente del capital se vuelca internamente como re-inversión
o bien externamente, hacia otros países, como inversiones o préstamos que luego retornan
como ganancia o intereses de deuda, respecto de una realidad económica periférica en la que
los excedentes obtenidos en el proceso productivo se fugan del país como pago de intereses,
compra de tecnología, retornos de ganancias a las casas matrices, o simplemente búsqueda de
resguardo financiero o evasión impositiva (fuga de capitales).
- en el vértice del gobierno, nuevamente las diferencias son muy grandes. Los gobiernos de países
centrales están al frente de Estados políticamente sólidos, con aparatos administrativo-
burocráticos poderosos, con una clase política estrechamente vinculada a la expansión del
capital de esos países, en general con modelos bipartidistas, en los que gane quien gane se
mantiene un esquema estable de mediano plazo. En cuanto a los Estados periféricos son por
definición débiles, sin capacidad de proyectar una política en el tiempo, con fuertes virajes en
sus líneas de acción, que hacen muy difícil una acumulación específica en un sector o rama.
Además, parte importante del establishment empresarial acumula en tanto mediadora de los
intereses de las empresas de los países centrales. Por lo que la clase política se enfrenta
cotidianamente a tensiones internas: responder a esa clase empresarial o a las fuertes demandas
sociales y conflictos propios de un país subdesarrollado.

Por lo que volvemos a la pregunta que da título a estas reflexiones ¿por qué discutir políticamente la ciencia
y la tecnología? Esta imagen del “triángulo de Sábato”, utilizada esquemáticamente para ejemplificar el
desajuste estructural entre agendas de investigación y realidades socio-productivas en los países
periféricos, nos invita a reflexionar acerca de los profundos alcances del imaginario social dominante,
y la necesidad de desarmar la mirada fetichista de la ciencia y la tecnología. Discutir el para qué y para
quiénes producimos conocimientos es un comienzo posible. Y nos invita a animarnos a un
pensamiento/hacer situado, que traspase los muros de una investigación científica y tecnológica
globalizada para dar lugar a la construcción de una agenda local y regional circunscripta por un
proyecto nacional orientador y conforme a un modelo deseable de sociedad. Con todas las
dimensiones que la abarcan, esto es una tarea fundamentalmente política.

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