Texto - Relaciones de Apego

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Las relaciones tempranas de apego constituyen una consideración primordial a la que se

debe atender en la realización de los derechos del niño El Comité observa el creciente
corpus de teoría e investigación que confirma que los niños pequeños deben concebirse
idóneamente como agentes sociales cuya supervivencia, bienestar y desarrollo dependen
de relaciones estrechas y que se realizan en torno a ellas. Son relaciones mantenidas
normalmente con un pequeño número de personas clave, muy a menudo los padres,
miembros de la familia extensa y compañeros, así como con cuidadores y otros
profesionales que se ocupan de la primera infancia. ... Los bebés y los lactantes dependen
totalmente de otros, pero no son receptores pasivos de atención, dirección y orientación.
Son agentes sociales activos, que buscan protección, cuidado y comprensión de los padres
u otros cuidadores, a los que necesitan para su supervivencia, crecimiento y bienestar. ...
En circunstancias normales, los niños pequeños forman vínculos fuertes y mutuos con sus
padres o tutores. Estas relaciones ofrecen al niño seguridad física y emocional, así como
cuidado y atención coherentes. Mediante estas relaciones los niños construyen una
identidad personal, y adquieren aptitudes, conocimientos y conductas valoradas
culturalmente. De esta forma, los padres (y otros cuidadores) son normalmente el conducto
principal a través del cual los niños pequeños pueden realizar sus derechos.

Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, 2005, págs. 4 y 8–9

Hoy que el desarrollo de la primera infancia es un componente que figura activamente en el


orden del día de los diseñadores de políticas, ha llegado el momento decisivo para lograr
que la ciencia influya en la elaboración de programas y políticas, puesto que a estos últimos
les compete favorecer las relaciones entre el niño y su cuidador en los primeros años. A fin
de cuentas, los programas que favorecen las relaciones entre el niño y su cuidador en los
primeros años deben asentarse en bases teóricas sólidas, fundarse en hechos probados,
ser evaluados de manera rigurosa, mantener fidelidad a un modelo programático definido y
permitir el suministro de servicios a gran escala de forma sostenible y rentable. La teoría y
las investigaciones sobre el apego ofrecen herramientas poderosas para alcanzar estas
metas.

I. Relaciones de apego: niños y cuidadores

Las relaciones de apego son los vínculos afectivos que los niños pequeños
establecen con sus padres y otros cuidadores clave. Estas relaciones son cruciales
para el bienestar del niño y para su desarrollo emocional y social. En los últimos
años, amplias investigaciones basadas en la teoría sobre el apego han constituido
un sólido corpus de pruebas de gran significación para las políticas relacionadas con
la primera infancia.

El apego entre el niño y sus padres


Las relaciones de apego son los vínculos afectivos que los niños entablan con sus padres y
con otras figuras que cumplen las funciones parentales. Sin duda, la persona más
importante durante la etapa inicial del desarrollo de la teoría de la formación de las
relaciones de apego es John Bowlby. En una serie de libros y escritos de marcada
influencia, publicados entre 1969 y 1998 y basados en sus propias investigaciones y
experiencias clínicas, Bowlby sentó los principios fundamentales de la teoría del apego que,
desde entonces, han inspirado un volumen de estudios altamente productivo. Partió de la
premisa según la cual, en el entorno en que ha evolucionado la especie humana, la
supervivencia de los niños siempre ha dependido de su capacidad de mantenerse en
proximidad de adultos dotados de la motivación de protegerlos, alimentarlos, cuidarlos y
alentarlos. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede con la cría de la mayor parte de las
especies de primates, los retoños humanos son incapaces de moverse en contacto estrecho
con los adultos o de aferrarse a ellos cuando los tienen a su alcance. En cambio, los niños
deben confiar en señales que induzcan a los adultos a acercárseles o a permanecer cerca
de ellos. La utilidad de dichas señales depende, por supuesto, de su eficacia en provocar
reacciones en los adultos. De hecho, los adultos parecen estar preprogramados para
aproximarse a un bebé que llora, calmarlo y cogerlo en sus brazos, como asimismo para
prolongar su interacción con un niño que se encuentra en sus inmediaciones y les sonríe.
Con el pasar del tiempo, según explica Bowlby, los niños concentran sus señales
destinadas a estimular el acercamiento en quienes han reaccionado con mayor regularidad
y les resultan más familiares y estas personas, que característicamente son los padres, se
convierten en figuras de apego. La teoría de Bowlby propone una clara explicación del
porqué de la vital importancia de estas relaciones de apego para el ulterior desarrollo
emocional y social de los niños. Fundándose en dichas nociones, las investigaciones
sucesivas han ido proporcionando un respaldo cada vez mayor a los procesos elementales
descritos por Bowlby y han ido revelando los detalles de cómo se forman las relaciones de
apego y cómo afectan el desarrollo hasta la edad adulta. Reviste una importancia capital el
concepto de seguridad afectiva, gracias a la cual un niño que cuenta con un apego seguro
se siente capaz de confiar en su padre o su madre o en ambos como fuente de bienestar y
seguridad en los momentos de dificultad y tensión.

Seguridad afectiva
Según la teoría del apego, los niños que han establecido una relación positiva de apego
hacia uno o ambos de sus progenitores deberían estar en condiciones de utilizarlos como
base segura desde la cual explorar el entorno. La tensión causada por acontecimientos
como el encuentro con extraños o la entrada en ambientes desconocidos debería conducir a
tales niños a detener sus exploraciones y buscar refugio cerca de sus padres, al menos por
un tiempo. Si el contacto con el progenitor se interrumpe, por ejemplo en caso de que el
progenitor y el niño se vean separados por un período breve, esto debería inducir al niño a
intentar hacerlo volver mediante el llanto o la búsqueda y a reducir su exploración del
entorno. Tras el regreso del progenitor, el niño que se siente seguro debería procurar
restablecer la interacción y, si experimenta angustia, tal vez solicitará mimos o consuelo. En
efecto, es así que se ha comportado aproximadamente el 65% de los niños estudiados en
un elevado número de países con características diferentes, cuando se vieron expuestos a
una “Situación Extraña”, que es un método estandarizado de medición de la seguridad
afectiva, aunque esta cifra presenta oscilaciones significativas tanto dentro de cada país
como entre un país y otro (van IJzendoorn y Kroonenberg, 1988). Al contrario, algunos
niños no demuestran inclinación o capacidad de utilizar a sus padres como base segura
desde la cual explorar el ambiente y se los denomina “inseguros”. Los niños inseguros por
lo general se sienten afligidos si se los separa de sus padres, mas se comportan de manera
ambivalente al reunirse con ellos, buscando contacto e interacción, pero rechazándolos con
cólera cuando se los ofrecen. Los niños que muestran este patrón de conducta durante la
evaluación de la Situación Extraña son convencionalmente definidos “inseguros–
resistentes” o “ambivalentes”. Suelen constituir alrededor del 15% de los niños (van
IJzendoorn y Kroonenberg, 1988). Otros niños inseguros parecen poco afectados por la
ausencia de sus padres. En vez de saludarlos al reunirse con ellos, activamente evitan la
interacción e ignoran las tentativas de sus padres. Se dice que tales niños demuestran un
apego “inseguro-elusivo” y suelen constituir alrededor del 20% de los niños (van IJzendoorn
y Kroonenberg, 1988). Main y Solomon (1990) han descrito un cuarto grupo de niños cuyo
comportamiento es “desorientado” y/o “desordenado”. Estos niños muestran
simultáneamente modelos de conducta contradictorios, ejecutan movimientos incompletos o
inciertos y parecen experimentar confusión o aprensión al acercarse a sus padres.
(adaptado de Oates y otros, 2005, pág. 28)

● Los investigadores describen las relaciones de apego de los niños


clasificándolas en “seguras” e “inseguras” o “desordenadas”.
● Un niño con apego seguro confía en que la figura con la cual ha establecido
relación estará a su disposición como fuente de bienestar y alivio en los
momentos de tensión.
● Los niños con apego inseguro o desordenado no tienen expectativas
constantes en cuanto a la capacidad de las figuras con las cuales han
establecido relación de ayudarlos a afrontar las dificultades emotivas.

Madres, padres e hijos


En las familias con ambos padres, lo típico es que los niños establezcan relaciones de
apego con cada uno de ellos. Por ejemplo, Fagot y Kavanagh (1993) descubrieron que tanto
las madres como los padres declaraban que su experiencia de interacción con niños que
manifestaban un apego inseguro era menos agradable y en ambos casos se revelaba una
tendencia a participar menos en la interacción con niños de sexo masculino con apego
inseguro: éste es un factor que puede contribuir a explicar la mayor incidencia de problemas
de conducta en los varones. Cuando se tienen en cuenta tanto a las madres como a los
padres, la complejidad de las causas y consecuencias aumenta significativamente, puesto
que invariablemente se ha comprobado que la calidad de las relaciones conyugales está
vinculada con las relaciones entre padres e hijos y con los resultados que los niños
alcanzan en lo sucesivo (Gable y otros, 1994). Un estudio ha indicado que los niños que
mostraban una afectividad negativa durante el primer año de vida tendían a volverse más
positivos cuando contaban con madres activas, sensibles y contentas con sus relaciones
conyugales, mientras que algunos niños se volvían más negativos cuando sus padres
estaban insatisfechos con su vida matrimonial, eran insensibles y demostraban desinterés
por la vida de sus hijos (Belsky y otros, 1991). En un estudio sobre niños de 20 meses de
edad, Easterbrooks y Goldberg (1984) hallaron que la adaptación de los niños era
favorecida por la cantidad de participación paterna y la calidad o sensibilidad del
comportamiento de sus padres. (Oates y otros, 2005, págs. 32–3)

• En las familias donde ambos padres biológicos cuidan a sus hijos, las relaciones de apego
se establecen normalmente con cada uno de ellos.
• La calidad de las relaciones entre los padres afecta los vínculos de apego de sus hijos y
su desarrollo ulterior.
• Entre la calidad del cuidado parental y el comportamiento de apego de los niños existe
interacción; cada uno de los dos factores influye en el otro.
Los vínculos de apego múltiples
Los bebés entablan relaciones de apego con aquellos individuos familiares que han
asociado con las respuestas constantes, previsibles y apropiadas que éstos han brindado a
sus señales. En su mayoría, los bebés que crecen en familias con ambos padres
desarrollan relaciones de apego hacia los dos progenitores aproximadamente al mismo
tiempo (de 6 a 8 meses), aunque por lo general las madres participan mucho más que los
padres en el cuidado de sus hijos y la interacción con ellos (Lamb, 2002). De todos modos,
estas diferencias en el nivel de participación siempre tienen consecuencias. La mayor parte
de los niños establece una jerarquía entre las figuras de apego, de manera tal que los
adultos que más intervienen en la interacción (normalmente las madres) ocupan una
posición más alta que las figuras de apego secundarias, incluidos los padres. Estas
preferencias suelen resultar particularmente evidentes cuando los bebés o los niños que
aún están aprendiendo a caminar sienten dolor, tienen sueño o están enfermos y pueden
elegir a qué figuras de apego acudir. La calidad de las interacciones y relaciones de los
bebés con todos los miembros de su familia están supeditadas a la influencia manifiesta de
la calidad de las relaciones recíprocas que dichos individuos mantienen entre sí (Parke y
otros, 1979; Cummings y otros, 2004). La importancia de las interacciones sociales del niño
y de sus experiencias con toda una serie de otras personas fue reconocida por los
investigadores sólo paulatinamente. En parte esto se puede deber a que la mayoría de los
investigadores vivía en países europeos y norteamericanos y conocía y estudiaba esas
sociedades, que se caracterizan por un estilo de vida organizado en núcleos relativamente
aislados. Esta situación difiere mucho de los estilos de vida puestos en práctica por la
mayor parte de la humanidad, tanto desde un punto de vista histórico como transcultural.
Incluso en el “ambiente de idoneidad evolutiva”, subrayado por Bowlby en sus
formulaciones de la teoría sobre el apego, los niños y sus madres están circundados e
inmersos en grupos sociales complejos, compuestos principalmente por parientes, que
desempeñan un papel decisivo en el cuidado, la protección, la socialización, la enseñanza y
la alimentación de los niños y los jóvenes (Hrdy, 2001).

• Los niños no entablan necesariamente sólo una relación de apego; pueden entablar
relaciones de apego distintas con las diferentes personas que los cuidan.
• De todos modos, ciertas relaciones de apego tienden a ser más fuertes que otras, de
manera que cuando un niño tiene a su disposición más de una figura de apego, prefiere
algunas de ellas respecto a otras, especialmente cuando se encuentra en dificultad.

Las relaciones de apego y el contexto cultural


La genética del comportamiento ha demostrado que las diferencias en las relaciones de
apego son causadas sobre todo por la crianza, más que por la naturaleza. Aunque la
propensión a cobrar apego es innata, el modo en que esta tendencia innata adquiere forma
durante los primeros años de vida está determinado por el contexto sociocultural específico.
En efecto, los patrones de conducta en materia de apego parecen depender en buena
medida del contexto y reflejar adaptaciones flexibles a las condiciones específicas en las
cuales el niño ha nacido y debe sobrevivir. ... La relación de apego es el producto de una
infinidad de interacciones sociales durante los primeros años de vida, generalmente con la
madre biológica o con cuidadores alternativos que están vinculados genéticamente con el
niño e interaccionan con él regularmente. Como se podía prever en base a la perspectiva
evolutiva de la teoría del apego, los padres, los hermanos mayores o los abuelos cumplen
roles importantes como figuras de apego en varias culturas (Lamb, 1997; van IJzendoorn y
Sagi, 1999; Hrdy, 1999). ... Desde un punto de vista evolutivo, los descendientes de la
especie humana están preparados para formar parte de una red de relaciones de apego de
la cual obtienen protección y seguridad. Puede suceder que las madres humanas sean
seleccionadas evolutivamente para compartir la carga de criar a sus hijos con cuidadores
alternativos vinculados biológicamente como el padre, los hermanos mayores o los abuelos.
... La propensión innata a cobrar apego es universal. El aporte del ambiente es específico
de cada cultura y determina las diferencias del individuo y del grupo en cuanto al particular
modo de cobrar apego, incluso hasta tal punto que, bajo circunstancias inusuales de la vida
(por ejemplo cuando las guarderías son de baja calidad o se presenta la necesidad de que
los niños pasen la noche y duerman lejos de sus padres), pueden interrumpirse las pautas
normativas de transmisión en las relaciones entre padres e hijos. ... El entorno es
importante porque proporciona a los padres una historia, propia de cada cultura, en lo que
se refiere a experiencias de apego, y también actitudes, conductas y normas, basadas en la
propia cultura, en lo que se refiere a la crianza de los niños; éstas influyen en la manera de
reaccionar de los padres ante las necesidades de apego de sus hijos, preparando así a los
niños a adaptarse a las condiciones específicas en las que han nacido. (van IJzendoorn y
otros, 2007)

• Aunque las relaciones de apego son universales, obedecen a las normas propias de la
cultura en las que se forman.
• Las formas específicas de apego que se desarrollan en condiciones culturales particulares
demuestran que el apego tiene bases biológicas y ha evolucionado como proceso flexible,
con gran capacidad de adaptación.

La atención y el cuidado del niño


El cuidado brindado en el seno de la familia es importante para el desarrollo del niño, pero
también lo es el suministrado por otras personas. Son numerosos los niños que, a menudo
desde la más tierna infancia, reciben el cuidado de personas distintas de sus padres
durante muchas horas por semana y durante muchos meses y años antes de empezar a ir a
la escuela. Las investigaciones de gran alcance revelan dos hechos de importancia
fundamental en cuanto a cómo incide en el desarrollo del niño este tipo de crianza: cuando
la calidad del cuidado no parental es alta, el crecimiento de los niños se acelera,
especialmente en el plano cognitivo; cuando es baja, sucede lo contrario. El cuidado de alta
calidad es un cuidado atento, sensible, estimulante y cariñoso. Es difícil que cuidadores no
cualificados, que ganan un sueldo insuficiente, reciben escasa motivación y tienen
demasiados niños que atender, suministren un cuidado capaz de favorecer el crecimiento.
La cantidad del cuidado, sobre todo en los grupos, también es importante. Los niños que
durante mucho tiempo reciben cuidado en grupos antes de empezar a ir a la escuela tienen
mayores probabilidades de volverse agresivos y desobedientes. Por lo tanto, pasar muchas
horas y un elevado número de años en entornos que limitan su oferta a actividades grupales
de baja calidad representa un riesgo evidente para el desarrollo y el bienestar del niño.

• En numerosos contextos culturales, los tipos informales o más institucionalizados de


cuidado no parental son un fenómeno corriente y a menudo ocupan una porción significativa
de las horas que los niños pequeños pasan despiertos. • La calidad del cuidado en
ambientes no parentales es importante para el ulterior desarrollo del niño.
• Es necesaria una dosis sólida de recursos y capacitación para garantizar que el cuidado
no parental sea de calidad adecuada.
• Si una porción considerable de la vida de un niño pequeño transcurre en ambientes
destinados al cuidado fuera del entorno familiar, tiende a aumentar el riesgo de que
manifieste problemas de conducta en lo sucesivo.

II. Influencias en las relaciones de apego

Ya es un hecho generalmente reconocido que ciertos comportamientos clave en el


suministro de cuidado están asociados con relaciones positivas de apego.
Un cuidado sensible, la capacidad de reaccionar ante las necesidades afectivas del niño y la
aceptación de sus propios pensamientos y sentimientos son factores primordiales en la
promoción de las relaciones de apego seguras.
Las situaciones de desventaja económica vuelven más difícil la tarea de los cuidadores de
proporcionar las condiciones y la atención adecuadas para fomentar sanas relaciones de
apego.

La importancia del suministro de cuidado


Nuestra comprensión de los factores que influyen en el desarrollo del niño ha cambiado
radicalmente en los últimos 25 años. Si antes muchos profesionales suponían que el modo
de criar a los niños determinaba enteramente su desarrollo, en épocas recientes se ha ido
apreciando cada vez más la significación evolutiva de las características biológicas (como
los genes, las hormonas y el temperamento). Sin embargo, sería erróneo sacar la
conclusión de que lo que condiciona el desarrollo del niño es la naturaleza y no la crianza,
porque lo importante es la interacción entre ambos factores. Cuando se trata del cuidado
parental, es la sensibilidad y la capacidad de reaccionar de manera oportuna lo que influye
mayormente en el desarrollo por parte del niño pequeño de una relación de apego segura
con su progenitor, sentándose así las bases afectivas altamente significativas de su
bienestar futuro. Un cuidador sensible y capaz de reaccionar oportunamente es aquél que
ve el mundo desde la perspectiva del niño y procura satisfacer las necesidades del mismo
más que atender a las suyas propias. La estimulación del lenguaje proporcionada por los
padres también es crucial para el desarrollo cognitivo y lingüístico del niño. Los ambientes
lingüísticamente enriquecedores, en los cuales los padres leen, responden y conversan
incluso con los niños más pequeños promueven el desarrollo intelectual. Además, es
interesante observar que las destrezas cognitivas y lingüísticas pueden proteger contra la
incidencia de problemas de conducta y de carácter emotivo, ya que los niños que no logran
manifestar sus necesidades verbalmente frecuentemente fracasan en la escuela y en
muchas otras circunstancias de la vida, en parte porque no pueden expresar sus
sentimientos y explicar claramente lo que desean.

• Las influencias biológicas y ambientales afectan conjuntamente al desarrollo de las


relaciones de apego.
• La capacidad de reaccionar con sensibilidad es el factor más importante en la calidad del
cuidado para fomentar el desarrollo de sanas relaciones de apego.
• Una rica comunicación entre el cuidador y el niño favorece el desarrollo cognitivo y
lingüístico y puede ayudar a reducir la incidencia de dificultades en el desarrollo sucesivo.
Interacciones entre adultos y niños
Existen grandes diferencias entre los adultos en cuanto a su sensibilidad y capacidad de
reaccionar, y esto influye en la seguridad del apego que los niños desarrollan hacia ellos
(De Wolff y van IJzendoorn, 1997). Cuando los adultos demuestran un grado de reacción
alto y apropiado, el nivel de confianza es elevado y las relaciones de apego que se forman
suelen ser seguras. Cuando los adultos reaccionan con inconstancia o se comportan de
manera inapropiada, la confianza disminuye y el resultado es una relación de apego
insegura. Estas diferencias en la seguridad afectiva conforman las expectativas iniciales del
niño respecto a las demás personas y pueden, por lo tanto, repercutir significativamente en
las experiencias sociales fuera del ámbito de las relaciones entre padres e hijos (Ainsworth
y otros, 1978). Lo ideal es que los niños tengan la oportunidad de interaccionar con sus
padres en una gran variedad de contextos funcionales (la alimentación, el juego, la
disciplina, los cuidados básicos, la definición de límites, la hora de acostarse, etc.). La
noche puede ser un período particularmente importante desde el punto de vista psicológico
para los niños pequeños. Brinda numerosas oportunidades de interacciones sociales
altamente significativas y de participar en actividades relacionadas con la crianza como
bañarse, calmar dolores y ansiedades, cumplir los rituales del momento de ir a la cama y
tranquilizar al niño en plena noche. Estas actividades cotidianas favorecen y mantienen la fe
y la confianza del niño hacia sus cuidadores, al mismo tiempo que profundizan y refuerzan
las relaciones de apego. Gracias a las experiencias repetidas de juegos cara a cara y a la
sucesión de situaciones de aflicción y consuelo, los bebés aprenden lecciones de vital
importancia sobre la reciprocidad, la relación causa–efecto y la confianza. En lo específico,
aprenden que los interlocutores sociales se turnan en las interacciones (reciprocidad),
aprenden que ellos mismos pueden afectar el comportamiento de los demás (relación
causa–efecto) de manera constante y previsible (“cuando lloro, consigo que me venga a
levantar en brazos”) y aprenden que pueden contar con determinados individuos y confiar
en que ellos (por lo general sus padres) darán respuesta a sus señales y necesidades.
Todas estas lecciones desempeñan un papel importante en el desarrollo social temprano, y
la tercera es particularmente significativa para el proceso de formación de las relaciones de
apego.

• Un suministro de cuidados constante y sensible ayuda a crear un buen nivel de confianza


recíproca entre cuidadores y niños.
• Es importante que los cuidadores se relacionen de manera sensible con los niños en
distintos tipos de actividades como la alimentación, la rutina diaria relacionada con la
crianza y el apoyo y los momentos antes de ir a dormir.
• Las relaciones de apego seguras con sus cuidadores preparan a los niños para
interaccionar de manera positiva con otras personas.

Factores que favorecen las relaciones de apego seguras


Una primera definición de la sensibilidad del cuidador, formulada por Mary Ainsworth, es la
siguiente:
... la capacidad de la madre para observar e interpretar exactamente las señales y
comunicaciones implícitas en el comportamiento de su hijo y, una vez adquirida dicha
comprensión, brindar una respuesta pronta y apropiada. Por lo tanto, la sensibilidad de la
madre consta de cuatro componentes esenciales: (a) su toma de conciencia de las señales;
(b) una exacta interpretación de las mismas; (c) una respuesta apropiada a ellas; y (d) la
prontitud de la reacción.
Numerosas investigaciones han demostrado invariablemente que en los niños las relaciones
seguras de apego están vinculadas con el suministro de un cuidado sensible (De Wolff y
van IJzendoorn, 1997). Sin embargo, la sensibilidad no es el único factor importante. Otros
estudios han revelado que también la capacidad del cuidador de pensar en lo que el niño
piensa y siente está relacionada con la seguridad de la relación de apego. Se ha podido
constatar que las madres “con la mente en la mente” en relación con sus hijos suelen tener
con ellos un vínculo de apego más seguro (Meins y otros, 2001). La capacidad de
“funcionamiento reflexivo” del cuidador lo conduce a demostrar en su comportamiento y en
su modo de hablar que piensa activamente en el mundo interior del niño y se ha indicado
que esto puede contribuir a que el niño desarrolle la habilidad de controlar sus emociones,
lo cual constituye una destreza importante en la formación de buenas relaciones en general
(Fonagy y otros, 2002). Es útil reconocer que estas características de las relaciones
positivas entre el cuidador y el niño dependen igualmente, de manera decisiva, de las
circunstancias ambientales que condicionan el tiempo, el espacio y los recursos necesarios
para que dichas relaciones se desarrollen y perduren. Una vivienda adecuada, la
disponibilidad de alimentos, el nivel de ingresos y la ayuda social son factores que,
conjuntamente, conforman el contexto dentro del cual se pueden construir relaciones de
apego seguras: “para criar un niño hace falta una comunidad” (Clinton, 1996).

• Aunque la sensibilidad de las reacciones por parte de los adultos es el factor más
importante, considerado aisladamente, para el fomento de las relaciones de apego seguras,
también es decisiva la capacidad de los cuidadores de pensar en lo que los niños piensan y
sienten (estar “con la mente en la mente”) en sus interacciones con ellos.
• Los cuidadores necesitan condiciones sociales y físicas adecuadas que los ayuden a
suministrar el tipo y el nivel de cuidado que promueven la formación de relaciones de apego
positivas.

Los padres
Los padres y las madres desempeñan papeles únicos y, al mismo tiempo, superpuestos y
complementarios en la socialización de sus hijos. Estudios llevados a cabo en numerosas
culturas han demostrado que los cuidadores de sexo masculino tienden a conceder al
juego, a las actividades compartidas y divertidas y al rol de consejero mayor importancia
que a las interacciones de crianza en su acepción más estrecha. Sin embargo, dado que los
cuidadores de sexo masculino también son figuras de apego, pueden influir poderosamente
en el desarrollo social y emocional de sus hijos “para bien o para mal” (Phares, 1997). En
nuestro estudio longitudinal realizado en Alemania sobre el desarrollo de los niños desde la
infancia hasta la edad de 20 años fueron evaluadas las estrategias de exploración de los
niños, la calidad de sus juegos de grupo y su capacidad de afrontar el ansia provocada por
la separación durante la primera infancia y el resto de la niñez en familias de clase media
con ambos progenitores y un bajo nivel de riesgo, utilizando indicadores estandarizados y
observaciones independientes. En años sucesivos se han añadido entrevistas para valorar
el apego y las representaciones vinculadas con las relaciones estrechas (Grossmann y
otros, 2005). El juego interactivo, sensible y estimulante de los padres resultó ser de
particular importancia. Se descubrió que la sensibilidad del padre durante el juego con sus
hijos en edad temprana era un indicador de valor inestimable y con validez independiente
para calcular la seguridad en la representación de las relaciones de apego de sus hijos con
el pasar del tiempo, a las edades de 10, 16 y 22 años. Además, tenía consecuencias
significativas para las representaciones de otras relaciones estrechas, como las amistades
íntimas a la edad de 16 años y las representaciones vinculadas con la relación de pareja de
los adultos jóvenes. Los adultos jóvenes cuyos padres habían demostrado mayor
sensibilidad en sus interacciones tempranas durante el juego contaban con modelos de
apego y de pareja más seguros cuando hablaban de sus relaciones románticas actuales
(Grossmann y otros, 2002a). Como sucede en muchos otros estudios, la escasa
sensibilidad de los padres durante el juego con sus hijos pequeños resultó ser un
significativo presagio de problemas de conducta tanto para los varones como para las niñas
en edad preescolar y durante los primeros años de la escolarización según las evaluaciones
de los docentes (Grossmann y otros, 2002b; Parke y otros, 2004; NICHD Red de
Investigación sobre el Cuidado Infantil Temprano, 2004a, 2004b). Por consiguiente, se ha
comprobado que el comportamiento sensible y comprensivo del padre durante el juego
interactivo con sus hijos en edad temprana cumple una importante función de socialización
para el apego y el desarrollo social del niño.

• Los cuidadores de sexo masculino tienden a comportarse de manera diferente respecto a


los cuidadores de sexo femenino en su interacción con los hijos, y dedican más tiempo al
juego y otras actividades de esparcimiento.
• Estudios realizados en Alemania han demostrado que el juego sensible y estimulante de
los padres con los niños pequeños está vinculado con resultados más positivos en el apego
de sus hijos cuando se convierten en adultos jóvenes.

El cuidado materno “adecuado”


Si bien Bowlby creía que en los niños pequeños un sano apego está ... basado en una
relación relativamente duradera y estable con sus cuidadores, no opinaba que una sola
relación de apego (monotropía) fuera necesariamente la única o la mejor manera de
alcanzar esa meta. ... Explícitamente reconocía que el apego hacia un “padre” puede
complementar y apoyar el apego del niño hacia su “madre” y que también otras personas
pertenecientes al mundo social del niño pueden desempeñar papeles importantes. Llegó
asimismo a la conclusión de que el cuidado continuo brindado por los padres biológicos no
tiene nada de sacrosanto y puede ser suministrado de modo igualmente satisfactorio por
otros individuos que estén disponibles de forma constante y fiable. De hecho, sostenía que
una gran variedad de objetos de apego ... debería abarcar vínculos con diferentes
personas, lo cual prepararía mejor al niño para entablar relaciones con un abanico más
amplio de personas en su vida futura.
En su labor [llevada a cabo en el Reino Unido en los años cincuenta] con madres y niños
[Donald] Winnicott llegó a comprender cuán importante es que una madre esté
afectivamente a la disposición de su hijo y que se logre construir un “sistema” de
comunicación que funcione en ambas direcciones. Al mismo tiempo, dedicó un gran
empeño a cuestionar la noción de “madre perfecta”. Creía firmemente que una parte
significativa del papel de madre consiste en permitir que su hijo experimente una dosis
tolerable de frustraciones. Acuñó la expresión de “madre adecuada” para describir
precisamente una madre que deja transcurrir un adecuado tiempo de retraso antes de
satisfacer las necesidades del niño a fin de propiciar la resistencia a la espera y la confianza
en una satisfacción final (Winnicott, 1964). Según Winnicott, esto conduce a un sano
desarrollo de la independencia y de la conciencia de sí mismo (Winnicott, 1965). No
pensaba que una madre se ocupaba de su hijo de la mejor manera si su objetivo era mitigar
todo tipo de inquietud, malestar y frustración apenas se presentaba la primera oportunidad.

• Los niños pequeños son capaces de entablar relaciones de apego con muchas personas
distintas; esto puede prepararlos mejor para relacionarse con una gama más vasta y
variada de personas en su vida futura.
• Un cuidado “adecuado”, que permite que el niño experimente un cierto retraso en
conseguir gratificación, puede contribuir al desarrollo de la independencia y la identidad.
• Un cuidado “adecuado” puede ser suministrado por personas diferentes de los padres
biológicos.

El valor del dinero


La mayoría de las personas está familiarizada con la noción de que “el dinero no puede
comprar el amor”. Y de la misma manera es verdad que el dinero no puede (por cierto)
comprar la salud, la felicidad y el bienestar de los niños. Sin embargo, evitemos cualquier
equívoco: el dinero es importante. Los niños que crecen en hogares marginados
económicamente corren un riesgo mayor de ver comprometido su desarrollo que aquéllos
que crecen en condiciones más ventajosas. Tienen mayores probabilidades de padecer
atrasos en su desarrollo intelectual, especialmente en las destrezas lingüísticas. Por lo
tanto, es menos probable que estén listos para aprender cuando empiezan a ir a la escuela
y aumenta el peligro de que tropiecen con fracasos académicos. Desde el punto de vista
social, son más propensos a desarrollar problemas de conducta relacionados con la
agresividad y la desobediencia. Esto se debe en parte, si no totalmente, a que su ambiente
familiar suele ser menos estimulante y enriquecedor en el plano afectivo, ya que lo
característico es que sus padres se vean sometidos a una mayor tensión, estén más
inclinados a sufrir depresiones y por consiguiente sean menos capaces de prestar atención
a las necesidades de sus hijos y reaccionar ante ellas de manera adecuada.
Otro factor que amenaza el bienestar de los niños pobres es que los barrios donde viven a
menudo son lugares peligrosos (y abarrotados de gente y ruidosos) y los centros de cuidado
infantil y las escuelas que frecuentan disponen de escasos recursos y están superpoblados
de niños que provienen, como ellos, de familias necesitadas. El hecho de que muchos niños
pobres al crecer consiguen llevar una vida sana y productiva demuestra que no se ve
comprometido inevitablemente el desarrollo de todos y cada uno de los niños indigentes. No
obstante, nadie que se preocupe por los niños puede desearles, tanto a ellos como a sus
familias, una situación de precariedad económica.

• La precariedad económica aumenta las dificultades de los cuidadores a la hora de


suministrar el tipo de cuidado que favorece un sano apego.
• Los cuidadores indigentes pueden, sin embargo, estar en condiciones de proporcionar un
cuidado que apoye el desarrollo de relaciones de apego positivas si poseen la comprensión,
la habilidad y la capacidad afectiva necesarias para ello.
• La precariedad económica de los cuidadores a menudo va acompañada de un entorno
menos favorable para la consecución de resultados positivos para los niños.

III. Las relaciones de apego del bebé y las consecuencias para su desarrollo

Las relaciones de apego seguras constituyen un factor de protección, pues reducen el


riesgo de resultados negativos del desarrollo durante el resto de la niñez y preparan a los
niños para convertirse a su vez en padres competentes.
La separación de los niños de sus cuidadores y las interrupciones o el desorden en las
primeras relaciones de apego pueden tener serias consecuencias negativas para el
desarrollo del niño.
Si no se interviene, las dificultades en las relaciones de apego pueden perpetuarse de
generación en generación.
La calidad del cuidado parental y los problemas del niño
La calidad del cuidado parental es el factor de mayor riesgo, aunque potencialmente
modificable, que contribuye a la aparición precoz de problemas de conducta. Las pruebas
recogidas durante las investigaciones sobre la genética del comportamiento y los estudios
epidemiológicos, correlacionales y experimentales, demuestran que las prácticas parentales
ejercen una influencia decisiva en numerosos y distintos campos del desarrollo infantil
(Collins y otros, 2000). En lo específico, la ausencia de una relación afectuosa y positiva con
los padres, el apego inseguro y la vigilancia y participación inadecuadas en el cuidado de
los niños están estrechamente vinculados con un sensible incremento en el riesgo de que
éstos manifiesten problemas de conducta y trastornos emotivos (p. ej. Frick y otros, 1992;
Patterson y otros, 1992; Shaw y otros, 1996).
Los niños sometidos a regímenes de disciplina dura en los cuales los límites se hacen
respetar de manera intermitente aprenden a alcanzar las metas que se proponen a través
de medios coercitivos (Patterson y otros, 1989, 1992). Este modelo represivo contribuye al
desarrollo de un comportamiento problemático y el niño no asimila los mecanismos de
autocontrol y las destrezas sociales positivas. Tales niños corren el serio peligro de tropezar
en lo sucesivo con dificultades de adaptación al ámbito escolar y a las relaciones con sus
compañeros y docentes, a las cuales se añade luego el riesgo de otros problemas
eventuales como el uso de drogas, el comportamiento antisocial y la participación en
actividades delictivas (p. ej. Loeber y Farrington, 1998). Al contrario, cuando un progenitor
ejerce la interacción con su hijo pequeño mediante numerosos intercambios afectuosos,
sensibles, corroborantes y estimulantes e instrucciones claras y serenas y una disciplina no
violenta pero constante, es mucho más probable que se establezca entre padre e hijo una
relación positiva y cariñosa, además de crearse en el niño un repertorio de modelos de
destrezas sociales (Ainsworth, 1979; Rutter, 1979a).

• Los cuidados parentales de baja calidad y el apego inseguro en la primera infancia están
íntimamente relacionados entre sí y con la incidencia de desórdenes en la esfera emotiva y
la conducta durante la niñez y la adolescencia.
• Una disciplina dura e inconstante durante la primera infancia interfiere con el desarrollo por
parte del niño de destrezas sociales positivas y autocontrol.
• Si no se interviene, los problemas de conducta de los niños pequeños pueden aumentar
vertiginosamente, convirtiéndose en dificultades mucho más serias durante la adolescencia.

La separación y los niños pequeños


Antes la atención de las políticas se concentraba en los efectos que surte en los niños
pequeños una separación perceptible y prolongada de sus padres, que Bowlby (1951)
definía como “privación de la madre”. Recientemente las investigaciones han llegado a
comprender la vital importancia de la calidad del cuidado antes de las separaciones de las
figuras paternas o maternas y durante dichas separaciones (Rutter, 1979b). Estas
preocupaciones deberían ser primordiales cuando los niños se ven separados de sus
padres a consecuencia de la muerte, la enfermedad, la violencia o la migración. El
suministro de cuidado institucional debe tomar medidas adecuadas para garantizar que los
niños entablen relaciones de apego positivas con sus cuidadores sustitutos. Cuando se
asegura un cuidado alternativo satisfactorio, la separación de los padres puede convertirse
en algo que el niño soporta con relativa facilidad. En el caso de malos tratos por parte de
uno o ambos padres, la separación es impuesta por la ley y, a menos que se encuentre la
posibilidad de asegurar el cuidado por parte de un pariente, surge la necesidad de la
colocación en otra familia o la adopción. Existe una colección importante de datos relativos
a la separación, cuyas implicaciones han sido resumidas por el Comité de los Derechos del
Niño de las Naciones Unidas de la siguiente manera:
Los Estados Partes deberán respetar la supremacía de padres y madres. Ello implica la
obligación de no separar los niños de sus padres, a menos que ello vaya en el interés
superior del niño. ... Los niños pequeños son especialmente vulnerables a las
consecuencias adversas debido a su dependencia física y vinculación emocional con sus
padres o tutores. También son menos capaces de comprender las circunstancias de
cualquier separación. ... El Comité apremia a los Estados Partes a adoptar todas las
medidas necesarias para garantizar que los padres pueden asumir responsabilidad
primordial de sus hijos; a apoyar a los padres a cumplir con sus responsabilidades, en
particular reduciendo privaciones, interrupciones y distorsiones que son dañinas para la
atención que se presta al niño; y a adoptar medidas cuando el bienestar de los niños
pequeños pueda correr riesgo. Las metas globales de los Estados Partes deberán incluir la
disminución del número de niños pequeños abandonados o huérfanos, así como la
reducción al mínimo del número de niños que requieran atención institucional u otras formas
de atención de largo plazo, excepto cuando se considere que ello va en el mejor interés de
un niño pequeño.

• La separación de una figura de apego constituye potencialmente un grave trauma para el


niño y puede acarrear serias consecuencias.
• El suministro de un cuidado alternativo apropiado puede mitigar los peores efectos de las
separaciones.
• A menos que exista el riesgo evidente de que el niño sufra daños, el objetivo debería
consistir en apoyar a los padres para que proporcionen a sus hijos cuidados de calidad
adecuada.

Consecuencias ulteriores de las relaciones de apego


Si bien existen pruebas incontrovertibles de que las relaciones de apego inseguras están
vinculadas con peores resultados evolutivos, es importante darse cuenta de que en el
desarrollo de los niños influyen numerosos factores. Algunos de ellos pueden provocar un
incremento de los riesgos; otros pueden ejercer una función protectora o mitigadora. Dada
la complejidad de la cuestión, en los resultados de cada niño particular nada es inevitable.
De todos modos, lo que sí es seguro es que las relaciones de apego forman parte de la
esencia misma del desarrollo del funcionamiento emocional y social del individuo: los
cambios en las relaciones de apego entre el niño pequeño y su cuidador no tienen una
relación necesariamente positiva con un determinado resultado ni conducen
inexorablemente a un resultado, sea cual fuere. Se relacionan con resultados sólo en una
perspectiva probabilista y sólo en un contexto de complejos sistemas y procesos evolutivos.
Con todo, tales consideraciones no banalizan mínimamente la importancia del apego.
Dentro de una concepción sistémica y orgánica del desarrollo, el apego es importante
precisamente por el lugar que ocupa al inicio mismo de procesos tan complejos. Constituye
en el desarrollo un núcleo organizador que siempre se integra con las experiencias
sucesivas y nunca se pierde. Aunque es erróneo pensar en los cambios de las relaciones
de apego como causas directas de ciertos resultados, y aunque las primeras relaciones de
apego no gozan de un rango causal privilegiado, sin embargo es indudable que no hay
nada que pueda evaluarse como más importante que ellas en la primera infancia.
El apego del niño pequeño es decisivo, tanto por el lugar que ocupa al inicio de los caminos
del desarrollo como por su relación con numerosas funciones evolutivas cruciales: la
afinidad social, la modulación de los estímulos, la regulación emotiva y la curiosidad, por
nombrar solamente algunas de ellas. Las experiencias de apego siguen teniendo, incluso
dentro de una perspectiva tan compleja, vital importancia para la formación de la persona.

• Las relaciones de apego son fundamentales para el desarrollo social y emocional.


• Es importante tomar conciencia de la compleja interrelación de los factores que influyen en
el desarrollo psicológico y del hecho de que es imposible predecir con certeza cómo
determinadas experiencias podrán afectar a un niño en particular.

Desorden en las relaciones de apego


En la primera infancia algunos niños, cuando se encuentran en situaciones en las que
necesitan ayuda o consuelo, parecen incapaces de hacer un uso efectivo de sus
cuidadores. Tales niños pueden manifestar comportamientos incoherentes o contradictorios
o pueden acudir a un extraño en vez de recurrir a su cuidador. En las familias de bajo riesgo
social, aproximadamente uno de cada ocho niños pequeños puede mostrar este patrón de
conducta, pero en las instituciones de cuidado alternativo o en las familias de alto riesgo
social la proporción suele ser de tres a cuatro veces mayor.
Los patrones de apego desordenados demuestran una fuerte persistencia con el pasar del
tiempo. Se piensa que una de sus causas sea el grave trastorno de los patrones normales
de comunicación afectiva entre el cuidador y el niño pequeño. En particular, suelen
manifestarse cuando los cuidadores se comportan de manera hostil e invasiva con los niños
o cuando los cuidadores mismos se apartan o muestran temor. Tales comportamientos son
comunes cuando predomina la discordia matrimonial, cuando el cuidador padece de una
enfermedad mental o cuando el niño es víctima de abandono o abusos. Se sabe que la
pobreza constituye un factor de riesgo, probablemente porque agudiza dichas condiciones.
Las investigaciones recientes indican que en el desorden de las relaciones de apego existe
una interrelación entre las características innatas de los niños y las diferencias de los estilos
de cuidado.
Son pocos los factores individuales que de por sí están estrechamente relacionados con
ulteriores problemas evolutivos, pero los estudios llevados a cabo en las sociedades
occidentales revelan que el desorden en las relaciones de apego está firmemente vinculado
con comportamientos agresivos de exteriorización durante la niñez y con trastornos de la
salud mental durante la adolescencia. Los problemas de conducta en la infancia, a su vez,
están asociados con el fracaso social y educativo, incrementando así el riesgo de
comportamientos antisociales en la adolescencia y en la edad adulta.
Ciertas intervenciones que se concentran en el cuidado parental sensible han demostrado
ser eficaces para reducir la incidencia del desorden en las relaciones de apego, sobre todo
si comienzan temprano (cuando los niños tienen menos de 6 meses de edad), en aquellas
familias donde los niños más que los padres corren el riesgo de padecer trastornos en las
relaciones de apego (por ejemplo cuando los niños nacen antes de tiempo, son irritables o
han sido adoptados en otro país) y en aquellas poblaciones que acusan una mayor
frecuencia de desórdenes en las relaciones de apego.

• El desorden en las relaciones de apego constituye un significativo factor de riesgo


respecto a serios trastornos de conducta y salud mental durante el resto de la niñez y la
adolescencia.
• El desorden en las relaciones de apego es mucho más frecuente en las familias que viven
en la pobreza y cuando el cuidado parental se caracteriza por ser hostil, invasivo,
intimidatorio o abusivo.
• Las intervenciones tempranas, concentradas de modo inequívoco en el cuidado afectuoso
y sensible, pueden reducir la incidencia del desorden en las relaciones de apego.

El apego desde la perspectiva del adulto


La teoría del apego explica que las expectativas que los niños desarrollan tomando como
punto de partida las primeras relaciones de apego con sus cuidadores se vuelven “modelos
de funcionamiento” que afectan su modo de abordar nuevas relaciones durante la
adolescencia y luego al convertirse a su vez en padres.
Main y otros estudiosos (George y otros, 1985; Main y Goldwyn, 1994) elaboraron la
Entrevista para Evaluar el Apego del Adulto, destinada a juzgar la capacidad del adulto de
integrar los primeros recuerdos de la relación con sus padres en la construcción de modelos
generales de funcionamiento de las relaciones. Según Main, estos modelos de
funcionamiento pertenecen a tres categorías diferentes y por consiguiente los adultos se
clasifican en aquéllos que rechazan las relaciones de apego, autónomos (libres de evaluar
sus primeras relaciones de apego) y preocupados por sus relaciones de apego. Una actitud
de rechazo es aquélla en la cual el individuo afirma que lo sucedido en su infancia no tiene
importancia ... La persona da la impresión de que las relaciones personales carecen de
mayor significación. Su narración es exigua, pobre de detalles, y los acontecimientos y las
personas son recordados de manera más bien insípida, apática, incluso cuando el
contenido deja sospechar que ha habido emociones sentidas. El pasado es descrito como si
no influyera en la personalidad del entrevistado.
Una actitud autónoma es aquélla en la cual el individuo reconoce la importancia que las
relaciones tienen y han tenido para él, tanto en el presente como durante la niñez, y habla
francamente y con cierta profundidad de sus relaciones de apego pasadas y presentes.
Describe generosamente ejemplos de sus experiencias tanto positivas como negativas, y la
persona demuestra la capacidad para integrar ambas, revelando penetración respecto a la
motivación y los sentimientos de los demás y a la influencia que han ejercido en su propia
personalidad.
Una narración preocupada suele ser extensa y poco estructurada. A menudo resulta oscura
la concatenación entre una y otra afirmación; algunos puntos pueden repetirse. El individuo
reconoce la importancia de las experiencias pasadas, pero no parece haberlas resuelto ni
tampoco haber hecho progresos desde entonces. Habla de los acontecimientos pasados
con emoción; se diría que la persona vuelve a experimentar los mismos sentimientos
durante la entrevista. El entrevistado parece haber quedado detenido o “enredado” en
cuestiones irresueltas del pasado.
El estilo de apego del adulto es importante, porque representa uno de los factores que
influyen en la manera de comportarse de los padres con sus hijos, y por ende afecta las
relaciones de apego de éstos (Grossman y otros, 2005).

• Las relaciones de apego formadas en la primera infancia de una persona están vinculadas
con su estilo de apego en la edad adulta.
• El estilo de apego del adulto influye en su modo de relacionarse con sus propios hijos.
De generación en generación
Las relaciones de apego que se forman cuando los niños son pequeños afectan a su modo
de entablar relaciones cuando llegan a la edad adulta, incluidas las relaciones con sus
propios hijos. De tal manera, los modelos de apego suelen transmitirse de generación en
generación. Se han realizado numerosos estudios en los que se observa cómo se
comportan con sus hijos las madres pertenecientes a diferentes categorías según la
clasificación de los estilos de apego del adulto y qué tipos de apego manifiestan sus niños.
De estos estudios emergen invariablemente tres conclusiones:
• El tipo de apego adulto de la madre vale como pronóstico del tipo de apego de su hijo
pequeño, sobre todo cuando se trata de relaciones de apego seguras. De todos modos, las
predicciones no son acertadas al 100%: su grado de exactitud resulta razonablemente
elevado en el caso de las relaciones clasificadas como seguras en contraste con las
inseguras, mientras que lo es mucho menos para los dos tipos de relaciones de apego
inseguras.
• El tipo de apego adulto también vale hasta cierto punto como pronóstico de cómo se
comportarán las madres con sus hijos pequeños: las madres seguras suelen demostrar
sensibilidad con sus hijos, reaccionando oportunamente ante sus pedidos de atención,
consuelo y comunicación. Los adultos autónomos se muestran más capaces de reaccionar
de manera sensible con sus hijos que los adultos de los grupos rechazador y preocupado y
sus hijos acusan una mayor probabilidad de entablar relaciones de apego seguras (van
IJzendoorn, 1995). Por ejemplo, la evaluación de las narraciones de madres y padres
británicos acerca de sus relaciones de apego hacia sus propios padres, recogidas durante
el embarazo, permitía conjeturar acertadamente la seguridad de las relaciones de apego
que luego establecerían sus hijos con ellos (Fonagy y otros, 1991; Steele y otros, 1996).
• El cuidado parental sensible constituye de por sí un pronóstico del apego del niño, pero
nuevamente se trata sólo de un indicador de validez relativa. De todos modos, parece estar
vinculado con el apego del niño a través de una conexión que no cabe explicar por completo
mediante la relación entre el apego del adulto y su sensibilidad.

Los descubrimientos arriba mencionados han sido extrapolados de un meta-análisis en gran


escala de las investigaciones sobre el apego (van IJzendoorn, 1995), que condujo a la
elaboración de la noción de “brecha de transmisión” (todavía en espera de una explicación
aceptable) y destacó el hecho de que los factores que contribuyen a la transmisión
intergeneracional del apego aún no han sido identificados con exactitud ni se han llegado a
comprender cabalmente sus modalidades operativas.

• Los modelos de apego pueden transmitirse de generación en generación.


• Esta “transmisión intergeneracional” se produce porque las relaciones de apego de los
niños están vinculadas con sus ulteriores tipos de apego adulto, que a su vez influyen en su
propio estilo de cuidado parental.
• No obstante, aún no se han acabado de comprender los procesos involucrados en esta
transmisión.

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