Texto - Relaciones de Apego
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Texto - Relaciones de Apego
debe atender en la realización de los derechos del niño El Comité observa el creciente
corpus de teoría e investigación que confirma que los niños pequeños deben concebirse
idóneamente como agentes sociales cuya supervivencia, bienestar y desarrollo dependen
de relaciones estrechas y que se realizan en torno a ellas. Son relaciones mantenidas
normalmente con un pequeño número de personas clave, muy a menudo los padres,
miembros de la familia extensa y compañeros, así como con cuidadores y otros
profesionales que se ocupan de la primera infancia. ... Los bebés y los lactantes dependen
totalmente de otros, pero no son receptores pasivos de atención, dirección y orientación.
Son agentes sociales activos, que buscan protección, cuidado y comprensión de los padres
u otros cuidadores, a los que necesitan para su supervivencia, crecimiento y bienestar. ...
En circunstancias normales, los niños pequeños forman vínculos fuertes y mutuos con sus
padres o tutores. Estas relaciones ofrecen al niño seguridad física y emocional, así como
cuidado y atención coherentes. Mediante estas relaciones los niños construyen una
identidad personal, y adquieren aptitudes, conocimientos y conductas valoradas
culturalmente. De esta forma, los padres (y otros cuidadores) son normalmente el conducto
principal a través del cual los niños pequeños pueden realizar sus derechos.
Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, 2005, págs. 4 y 8–9
Las relaciones de apego son los vínculos afectivos que los niños pequeños
establecen con sus padres y otros cuidadores clave. Estas relaciones son cruciales
para el bienestar del niño y para su desarrollo emocional y social. En los últimos
años, amplias investigaciones basadas en la teoría sobre el apego han constituido
un sólido corpus de pruebas de gran significación para las políticas relacionadas con
la primera infancia.
Seguridad afectiva
Según la teoría del apego, los niños que han establecido una relación positiva de apego
hacia uno o ambos de sus progenitores deberían estar en condiciones de utilizarlos como
base segura desde la cual explorar el entorno. La tensión causada por acontecimientos
como el encuentro con extraños o la entrada en ambientes desconocidos debería conducir a
tales niños a detener sus exploraciones y buscar refugio cerca de sus padres, al menos por
un tiempo. Si el contacto con el progenitor se interrumpe, por ejemplo en caso de que el
progenitor y el niño se vean separados por un período breve, esto debería inducir al niño a
intentar hacerlo volver mediante el llanto o la búsqueda y a reducir su exploración del
entorno. Tras el regreso del progenitor, el niño que se siente seguro debería procurar
restablecer la interacción y, si experimenta angustia, tal vez solicitará mimos o consuelo. En
efecto, es así que se ha comportado aproximadamente el 65% de los niños estudiados en
un elevado número de países con características diferentes, cuando se vieron expuestos a
una “Situación Extraña”, que es un método estandarizado de medición de la seguridad
afectiva, aunque esta cifra presenta oscilaciones significativas tanto dentro de cada país
como entre un país y otro (van IJzendoorn y Kroonenberg, 1988). Al contrario, algunos
niños no demuestran inclinación o capacidad de utilizar a sus padres como base segura
desde la cual explorar el ambiente y se los denomina “inseguros”. Los niños inseguros por
lo general se sienten afligidos si se los separa de sus padres, mas se comportan de manera
ambivalente al reunirse con ellos, buscando contacto e interacción, pero rechazándolos con
cólera cuando se los ofrecen. Los niños que muestran este patrón de conducta durante la
evaluación de la Situación Extraña son convencionalmente definidos “inseguros–
resistentes” o “ambivalentes”. Suelen constituir alrededor del 15% de los niños (van
IJzendoorn y Kroonenberg, 1988). Otros niños inseguros parecen poco afectados por la
ausencia de sus padres. En vez de saludarlos al reunirse con ellos, activamente evitan la
interacción e ignoran las tentativas de sus padres. Se dice que tales niños demuestran un
apego “inseguro-elusivo” y suelen constituir alrededor del 20% de los niños (van IJzendoorn
y Kroonenberg, 1988). Main y Solomon (1990) han descrito un cuarto grupo de niños cuyo
comportamiento es “desorientado” y/o “desordenado”. Estos niños muestran
simultáneamente modelos de conducta contradictorios, ejecutan movimientos incompletos o
inciertos y parecen experimentar confusión o aprensión al acercarse a sus padres.
(adaptado de Oates y otros, 2005, pág. 28)
• En las familias donde ambos padres biológicos cuidan a sus hijos, las relaciones de apego
se establecen normalmente con cada uno de ellos.
• La calidad de las relaciones entre los padres afecta los vínculos de apego de sus hijos y
su desarrollo ulterior.
• Entre la calidad del cuidado parental y el comportamiento de apego de los niños existe
interacción; cada uno de los dos factores influye en el otro.
Los vínculos de apego múltiples
Los bebés entablan relaciones de apego con aquellos individuos familiares que han
asociado con las respuestas constantes, previsibles y apropiadas que éstos han brindado a
sus señales. En su mayoría, los bebés que crecen en familias con ambos padres
desarrollan relaciones de apego hacia los dos progenitores aproximadamente al mismo
tiempo (de 6 a 8 meses), aunque por lo general las madres participan mucho más que los
padres en el cuidado de sus hijos y la interacción con ellos (Lamb, 2002). De todos modos,
estas diferencias en el nivel de participación siempre tienen consecuencias. La mayor parte
de los niños establece una jerarquía entre las figuras de apego, de manera tal que los
adultos que más intervienen en la interacción (normalmente las madres) ocupan una
posición más alta que las figuras de apego secundarias, incluidos los padres. Estas
preferencias suelen resultar particularmente evidentes cuando los bebés o los niños que
aún están aprendiendo a caminar sienten dolor, tienen sueño o están enfermos y pueden
elegir a qué figuras de apego acudir. La calidad de las interacciones y relaciones de los
bebés con todos los miembros de su familia están supeditadas a la influencia manifiesta de
la calidad de las relaciones recíprocas que dichos individuos mantienen entre sí (Parke y
otros, 1979; Cummings y otros, 2004). La importancia de las interacciones sociales del niño
y de sus experiencias con toda una serie de otras personas fue reconocida por los
investigadores sólo paulatinamente. En parte esto se puede deber a que la mayoría de los
investigadores vivía en países europeos y norteamericanos y conocía y estudiaba esas
sociedades, que se caracterizan por un estilo de vida organizado en núcleos relativamente
aislados. Esta situación difiere mucho de los estilos de vida puestos en práctica por la
mayor parte de la humanidad, tanto desde un punto de vista histórico como transcultural.
Incluso en el “ambiente de idoneidad evolutiva”, subrayado por Bowlby en sus
formulaciones de la teoría sobre el apego, los niños y sus madres están circundados e
inmersos en grupos sociales complejos, compuestos principalmente por parientes, que
desempeñan un papel decisivo en el cuidado, la protección, la socialización, la enseñanza y
la alimentación de los niños y los jóvenes (Hrdy, 2001).
• Los niños no entablan necesariamente sólo una relación de apego; pueden entablar
relaciones de apego distintas con las diferentes personas que los cuidan.
• De todos modos, ciertas relaciones de apego tienden a ser más fuertes que otras, de
manera que cuando un niño tiene a su disposición más de una figura de apego, prefiere
algunas de ellas respecto a otras, especialmente cuando se encuentra en dificultad.
• Aunque las relaciones de apego son universales, obedecen a las normas propias de la
cultura en las que se forman.
• Las formas específicas de apego que se desarrollan en condiciones culturales particulares
demuestran que el apego tiene bases biológicas y ha evolucionado como proceso flexible,
con gran capacidad de adaptación.
• Aunque la sensibilidad de las reacciones por parte de los adultos es el factor más
importante, considerado aisladamente, para el fomento de las relaciones de apego seguras,
también es decisiva la capacidad de los cuidadores de pensar en lo que los niños piensan y
sienten (estar “con la mente en la mente”) en sus interacciones con ellos.
• Los cuidadores necesitan condiciones sociales y físicas adecuadas que los ayuden a
suministrar el tipo y el nivel de cuidado que promueven la formación de relaciones de apego
positivas.
Los padres
Los padres y las madres desempeñan papeles únicos y, al mismo tiempo, superpuestos y
complementarios en la socialización de sus hijos. Estudios llevados a cabo en numerosas
culturas han demostrado que los cuidadores de sexo masculino tienden a conceder al
juego, a las actividades compartidas y divertidas y al rol de consejero mayor importancia
que a las interacciones de crianza en su acepción más estrecha. Sin embargo, dado que los
cuidadores de sexo masculino también son figuras de apego, pueden influir poderosamente
en el desarrollo social y emocional de sus hijos “para bien o para mal” (Phares, 1997). En
nuestro estudio longitudinal realizado en Alemania sobre el desarrollo de los niños desde la
infancia hasta la edad de 20 años fueron evaluadas las estrategias de exploración de los
niños, la calidad de sus juegos de grupo y su capacidad de afrontar el ansia provocada por
la separación durante la primera infancia y el resto de la niñez en familias de clase media
con ambos progenitores y un bajo nivel de riesgo, utilizando indicadores estandarizados y
observaciones independientes. En años sucesivos se han añadido entrevistas para valorar
el apego y las representaciones vinculadas con las relaciones estrechas (Grossmann y
otros, 2005). El juego interactivo, sensible y estimulante de los padres resultó ser de
particular importancia. Se descubrió que la sensibilidad del padre durante el juego con sus
hijos en edad temprana era un indicador de valor inestimable y con validez independiente
para calcular la seguridad en la representación de las relaciones de apego de sus hijos con
el pasar del tiempo, a las edades de 10, 16 y 22 años. Además, tenía consecuencias
significativas para las representaciones de otras relaciones estrechas, como las amistades
íntimas a la edad de 16 años y las representaciones vinculadas con la relación de pareja de
los adultos jóvenes. Los adultos jóvenes cuyos padres habían demostrado mayor
sensibilidad en sus interacciones tempranas durante el juego contaban con modelos de
apego y de pareja más seguros cuando hablaban de sus relaciones románticas actuales
(Grossmann y otros, 2002a). Como sucede en muchos otros estudios, la escasa
sensibilidad de los padres durante el juego con sus hijos pequeños resultó ser un
significativo presagio de problemas de conducta tanto para los varones como para las niñas
en edad preescolar y durante los primeros años de la escolarización según las evaluaciones
de los docentes (Grossmann y otros, 2002b; Parke y otros, 2004; NICHD Red de
Investigación sobre el Cuidado Infantil Temprano, 2004a, 2004b). Por consiguiente, se ha
comprobado que el comportamiento sensible y comprensivo del padre durante el juego
interactivo con sus hijos en edad temprana cumple una importante función de socialización
para el apego y el desarrollo social del niño.
• Los niños pequeños son capaces de entablar relaciones de apego con muchas personas
distintas; esto puede prepararlos mejor para relacionarse con una gama más vasta y
variada de personas en su vida futura.
• Un cuidado “adecuado”, que permite que el niño experimente un cierto retraso en
conseguir gratificación, puede contribuir al desarrollo de la independencia y la identidad.
• Un cuidado “adecuado” puede ser suministrado por personas diferentes de los padres
biológicos.
III. Las relaciones de apego del bebé y las consecuencias para su desarrollo
• Los cuidados parentales de baja calidad y el apego inseguro en la primera infancia están
íntimamente relacionados entre sí y con la incidencia de desórdenes en la esfera emotiva y
la conducta durante la niñez y la adolescencia.
• Una disciplina dura e inconstante durante la primera infancia interfiere con el desarrollo por
parte del niño de destrezas sociales positivas y autocontrol.
• Si no se interviene, los problemas de conducta de los niños pequeños pueden aumentar
vertiginosamente, convirtiéndose en dificultades mucho más serias durante la adolescencia.
• Las relaciones de apego formadas en la primera infancia de una persona están vinculadas
con su estilo de apego en la edad adulta.
• El estilo de apego del adulto influye en su modo de relacionarse con sus propios hijos.
De generación en generación
Las relaciones de apego que se forman cuando los niños son pequeños afectan a su modo
de entablar relaciones cuando llegan a la edad adulta, incluidas las relaciones con sus
propios hijos. De tal manera, los modelos de apego suelen transmitirse de generación en
generación. Se han realizado numerosos estudios en los que se observa cómo se
comportan con sus hijos las madres pertenecientes a diferentes categorías según la
clasificación de los estilos de apego del adulto y qué tipos de apego manifiestan sus niños.
De estos estudios emergen invariablemente tres conclusiones:
• El tipo de apego adulto de la madre vale como pronóstico del tipo de apego de su hijo
pequeño, sobre todo cuando se trata de relaciones de apego seguras. De todos modos, las
predicciones no son acertadas al 100%: su grado de exactitud resulta razonablemente
elevado en el caso de las relaciones clasificadas como seguras en contraste con las
inseguras, mientras que lo es mucho menos para los dos tipos de relaciones de apego
inseguras.
• El tipo de apego adulto también vale hasta cierto punto como pronóstico de cómo se
comportarán las madres con sus hijos pequeños: las madres seguras suelen demostrar
sensibilidad con sus hijos, reaccionando oportunamente ante sus pedidos de atención,
consuelo y comunicación. Los adultos autónomos se muestran más capaces de reaccionar
de manera sensible con sus hijos que los adultos de los grupos rechazador y preocupado y
sus hijos acusan una mayor probabilidad de entablar relaciones de apego seguras (van
IJzendoorn, 1995). Por ejemplo, la evaluación de las narraciones de madres y padres
británicos acerca de sus relaciones de apego hacia sus propios padres, recogidas durante
el embarazo, permitía conjeturar acertadamente la seguridad de las relaciones de apego
que luego establecerían sus hijos con ellos (Fonagy y otros, 1991; Steele y otros, 1996).
• El cuidado parental sensible constituye de por sí un pronóstico del apego del niño, pero
nuevamente se trata sólo de un indicador de validez relativa. De todos modos, parece estar
vinculado con el apego del niño a través de una conexión que no cabe explicar por completo
mediante la relación entre el apego del adulto y su sensibilidad.