5 Fabulas Con Moraleja

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1.

La zorra y las uvas


Una zorra que dormía bajo una vid se despertó hambrienta y, enseguida,
vio un racimo de uvas muy tentador sobre su cabeza. Quiso alcanzarlo,
pero fue en vano: su pequeña estatura no se lo permitió. Trató de treparse
al árbol, dio saltos, estiró sus patitas, hasta que se dio por vencida.
Mientras se alejaba del árbol, resignada, vio que un pequeño pajarito había
estado observándola y se sintió avergonzada. Rápidamente se acercó al
ave y, enojada, le dijo: “Cuando salté, me di cuenta de que las uvas no
estaban maduras. Mi paladar es muy exquisito. Si no, me las hubiera
comido”. Y, dándole la espalda al pajarito, que no alcanzó ni siquiera a responderle, la zorra se alejó.
Moraleja: Si no logramos alcanzar una meta, no debemos menospreciarla, ni culpar a otras
personas o a las circunstancias por nuestros planes fallidos. Uno debe aprender a ser responsable
de sus actos.

2. La liebre y la tortuga
Con arrogancia y soberbia, una liebre se burlaba constantemente de una tortuga
por su lentitud. Un día, harta de las agresiones, la tortuga le propuso correr una
carrera para ver cuál de las dos era más veloz. La liebre, entre risas, aceptó la
propuesta.
Finalmente, llegó el día de la carrera y todos los animalitos del bosque se acercaron
a la línea de partida para ver la competencia. Apenas se escuchó la señal, la liebre
salió corriendo a toda prisa. Mientras tanto, la tortuga, con su paso lento pero
constante, avanzó por la pista, en la que su competidora no había dejado otro rastro
que el polvo que levantaron sus ágiles patas al correr.
Relajada y orgullosa por su desempeño, la liebre decidió tomar una siesta cuando le faltaba poco
para llegar a la meta, pero ya daba por descontado que sería la ganadora. El problema fue que se
quedó dormida. Cuando se despertó, exaltada, vio a lo lejos que la tortuga estaba a dos pasitos de la
línea de llegada. Corrió con todas sus fuerzas, pero cuando alcanzó la meta ya era tarde. La tortuga
había ganado y era aplaudida y ovacionada por todo el público.
Moraleja: La vanidad y el exceso de confianza nos pueden jugar una mala pasada. Nunca te burles
de los demás por no tener tus mismas habilidades, porque seguramente tienen otras igual de
valiosas. La perseverancia y la constancia rinden sus frutos.

3. El escorpión y la rana
Una rana descansaba a la orilla del río hasta que la aparición de un escorpión la
puso en alerta. Apenas el arácnido le dijo las primeras palabras, la rana se
tranquilizó:
—Ranita, ¿serías tan amable de montarme en tu lomo para que pueda atravesar el
río? Prometo que no te picaré. Si lo hago, ambos nos ahogaríamos —le dijo el
escorpión.
Luego de analizarlo un rato, en silencio, la rana aceptó el pedido del escorpión. Lo
invitó a subirse a su lomo, se zambulló en el río y empezó a nadar. Pero, en medio
del trayecto, la rana sintió un fuerte pinchazo y un profundo dolor: el escorpión,
pese a su promesa, la había picado. Asustada y débil al mismo tiempo, la rana le preguntó a su
pasajero por qué lo había hecho, y le advirtió que ambos morirían.
—Es que es mi naturaleza, no pude evitarlo —argumentó el escorpión, mientras ambos se hundían
en el agua.
Moraleja: Los demás no tienen por qué actuar como lo haríamos nosotros: aunque alguien muestre
buenas intenciones, los rasgos que forman parte de su naturaleza no cambian, aun cuando puedan
dañarlos a ellos mismos.
4. La gallina de los huevos de oro
Una pareja de granjeros compró la gallina más gorda y rebosante del mercado. A la
mañana siguiente, cuando fueron a buscar los huevos al gallinero, se toparon con
que la flamante gallina había puesto ¡un huevo de oro! Este extraño suceso se
repitió cada día.
Sin salir de su asombro, se les ocurrió que si mataban a la gallina, podrían hacerse
de todos los huevos de oro al mismo tiempo, sin tener que esperar a que ponga un
único huevo por día. El problema fue que, cuando la mataron, en el estómago de la
gallina no encontraron nada. Así, se quedaron sin la gallina y sin los huevos de oro.
Moraleja: La codicia nunca es buena consejera: nos puede llevar a perder lo que
tenemos y a convertir la fortuna en pasajera.

5. El león y el ratón
Caía el sol y el león solo tenía planificado descansar. Había sido una ardua jornada
de caza, por lo que decidió recostarse debajo de un árbol a dormir una pequeña
siesta. De repente, sintió algo en su cara. Abrió los ojos y se dio cuenta de que un
pequeño ratón subía por su nariz.
Malhumorado, el león lo agarró de la cola y, cuando estaba por meterlo en su boca
para comérselo, escuchó la fina vocecita del ratón que le pedía que se apiadara de
él. El animalito le prometió que, si no lo comía, algún día se lo pagaría. Esta
promesa dibujó una sonrisa en la cara del león. Se preguntó cómo ese diminuto
animalito podría ayudarlo algún día. Así y todo, le perdonó la vida.
Apenas unos días más tarde, el león quedó atrapado en la red de un cazador. Desesperado,
comenzó a pedir ayuda a los gritos. El ratón, que se encontraba por allí, reconoció su voz y salió
corriendo a asistirlo. Con sus filosas paletas, rompió la red que lo envolvía y lo liberó.
—Hasta un pequeño ratón puede ayudar a un león —dijo el ratón, orgulloso de haberlo liberado.
Moraleja: Los actos de bondad siempre son compensados. Nunca menosprecies la ayuda de nadie,
pues puede provenir de quien menos lo esperamos.

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