INCIDENCIAS
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INCIDENCIAS
Peretti, M. Victoria
Sumario: I. El patrimonio del deudor, "prenda común" de los acreedores. El Código Civil y
Comercial y su incidencia en el principio de universalidad pasiva.— II. El régimen de protección a la
vivienda.— III. Efectos de la quiebra sobre las relaciones jurídicas: impactos del Código Civil y
Comercial.— IV. El Código Civil y Comercial y su correlato con el régimen contractual en materia
concursal.— V. Las facultades del síndico y el régimen contable.— VI. Modificaciones que
impactan en el presupuesto subjetivo de los concursos.— VII. La liquidación judicial del
fideicomiso.— VIII. El régimen patrimonial del matrimonio. Proyecciones en el ámbito concursal.—
IX. El régimen de los privilegios.— X. Epítome.
I. El patrimonio del deudor, "prenda común" de los acreedores. El Código Civil y Comercial y su
incidencia en el principio de universalidad pasiva
I.1. Introducción
Todo derecho personal está caracterizado por esa relación dinámica de garantía y responsabilidad
que se concreta en el aforismo según el cual "el patrimonio constituye la prenda común de los
acreedores", enunciado que implica que todos los bienes que integran el activo del patrimonio del
deudor son ejecutables (1).
Así, cabe iterar que uno de los principales efectos de las obligaciones respecto del acreedor es su
derecho de obtener la ejecución forzada, derecho que tiene como presupuesto la afectación del
patrimonio como garantía del cumplimiento de las obligaciones. Cabe afirmar, entonces, que el
principio por el cual se considera al patrimonio como relación dinámica de responsabilidad y
garantía constituye "la piedra angular del sistema de regulación de los derechos creditorios".
Durante la vigencia del Código Civil de Vélez, la manda no se encontraba expresada de modo
concreto. Sin embargo, era fácilmente deducible de un sinnúmero de preceptos.
En la actualidad, el Código Civil y Comercial incorpora este principio en forma expresa en los arts.
242 y 743. El primero dispone que "todos los bienes del deudor están afectados al cumplimiento
de sus obligaciones y constituyen la garantía común de sus acreedores con excepción de aquellos
que este Código o leyes especiales declaran inembargables o inejecutables...", mientras que el art.
743 reza: "Los bienes presentes y futuros del deudor constituyen la garantía común de sus
acreedores".
En esta línea, corresponde señalar que el derecho concursal forma parte del derecho patrimonial
común (2). Normalmente se analiza el fenómeno del incumplimiento en las obligaciones como una
cuestión individual entre un deudor y un acreedor, a quien la ley le asigna acciones para hacer
efectivo su crédito sobre el patrimonio de aquel. Sin embargo, el derecho concursal aprehende
una realidad material vinculada al incumplimiento, pero mucho más amplia: la insolvencia, ante la
cual todos los acreedores del deudor común ejercen derechos sobre todos los bienes que
componen su patrimonio.
Tal como se acaba de señalar, el Código Civil y Comercial establece que todos los bienes del
deudor, presentes y futuros, están afectados al cumplimiento de sus obligaciones y constituyen la
garantía común de sus acreedores (arts. 242 y 743, Cód. Civ. y Com.).
En esta senda, el art. 743 dispone que cualquier acreedor puede exigir la venta judicial de los
bienes de su deudor a los fines de satisfacer su crédito, y que todos los acreedores pueden
ejecutar dichos bienes en forma igualitaria, excepto que exista alguna causa legal de preferencia.
Dicho en otros términos, el precepto consagra el derecho individual de cobro de cada acreedor
sobre la totalidad de los bienes que integran el patrimonio del deudor. De tal manera, el
patrimonio de este constituye lo que el conocido adagio denomina "prenda común de los
acreedores", pues los derechos crediticios tienen como sustento la totalidad de los bienes del
deudor.
El principio que hoy consagran expresamente los arts. 242 y 743 del Código Civil y Comercial
encuentra su correlato, en el ámbito concursal, en el art. 1º de la ley 24.522, norma que establece
expresamente que "el concurso produce sus efectos sobre la totalidad del patrimonio del deudor,
salvo las exclusiones legalmente establecidas respecto de bienes determinados".
De dicho dispositivo legal se deriva con nitidez el principio de universalidad patrimonial, el que,
desde el punto de vista objetivo, implica justamente que el patrimonio del deudor constituye la
prenda común de los acreedores.
En efecto, cuando un sujeto se encuentra afectado por la situación de cesación de pagos, la ley
concursal regla procedimientos de saneamiento o, en su caso, de liquidación, procesos que deben
hacer realidad el principio de la responsabilidad patrimonial ante los acreedores mediante la
habilitación de un proceso universal que sirva para la recomposición activa y pasiva del patrimonio
del deudor.
Ahora bien, todas las reglas tienen excepciones, aspecto que también se refleja en el Código Civil y
Comercial, que establece específicamente las exclusiones a la garantía patrimonial.
I.3. Los bienes excluidos de la prenda común (enumeración del Cód. Civ. y Com.)
Sentada la regla según la cual todos los bienes del deudor responden por todas sus deudas, el art.
744 del Cód. Civ. y Com. enumera ciertos bienes que han sido excluidos de la garantía común y,
consecuentemente, se encuentran exentos del poder de agresión de los acreedores.
Dicho en otros términos, frente a la regla general por la cual "el patrimonio del deudor constituye
la garantía común de los acreedores", se han establecido ciertas excepciones; situaciones en las
cuales el legislador por diversas razones, fundamentalmente por el respeto a la dignidad humana,
entendió indispensable excluir de la acometida de los acreedores.
La norma resulta novedosa, pues el CC velezano no contenía enunciación similar. En efecto, antes
de la entrada en vigencia del Cód. Civ. y Com., los bienes inembargables se encontraban legislados
en leyes especiales —la LCQ contiene una enumeración de bienes excluidos de la garantía en el
art. 108— y en normativas procesales —tal es el caso del art. 542 del CPCC de Córdoba—.
Actualmente, la novel compilación civil, en su art. 744, excluye de la garantía a los siguientes
bienes:
a) las ropas y muebles de uso indispensable del deudor, de su cónyuge o conviviente y de sus
hijos;
b) los instrumentos necesarios para el ejercicio personal de la profesión, arte u oficio del deudor;
c) los sepulcros afectados a su destino, excepto que se reclame su precio de venta, construcción o
reparación;
e) los derechos de usufructo, uso y habitación, así como las servidumbres prediales —los que solo
pueden ejecutarse en las condiciones que el mismo Código estipula—;
f) las indemnizaciones que correspondan al deudor por daño moral y material derivadas de
lesiones a su integridad psicofísica;
g) la indemnización por alimentos que corresponde al cónyuge, al conviviente o a los hijos con
derecho alimentario, en caso de homicidio;
Cabe poner de relieve que la interpretación que debe darse al inc. a) (muebles de uso
indispensable para el deudor y su familia), dependerá de las circunstancias de tiempo, lugar y
modo en las que se defina el alcance de la exclusión, siempre teniendo en cuenta la situación y
necesidades de cada familia en particular.
Sin embargo, el art. 108 de la Ley Concursal determina las excepciones a dicho principio,
enumerando los bienes que se encuentran excluidos del desapoderamiento y, en consecuencia, de
la garantía patrimonial.
Ellos son:
c) el usufructo de los bienes de los hijos menores del fallido —salvo los frutos una vez atendidas
las cargas—;
f) las indemnizaciones que correspondan al fallido por daños materiales o morales en su persona;
I.5. Similitudes y diferencias. Necesaria articulación entre el derecho civil y el derecho concursal
En este contexto, el art. 108 de la LCQ debe, necesariamente, integrarse con el art. 744 del Cód.
Civ. y Com., relativo a los bienes excluidos de la garantía común, así como también con otras
disposiciones contenidas en la novel legislación que, por su tenor, modifican el régimen concursal
en lo relativo a los bienes excluidos del desapoderamiento.
Como punto de partida, cabe iterar que existen ciertas coincidencias entre ambos regímenes. Así,
la referencia a las indemnizaciones por daños materiales y morales (art. 744, inc. f], Cód. Civ. y
Com. y art. 108, inc. 6º, LCQ) y la exclusión de bienes declarados inembargables por otras leyes
(arts. 744, inc. h], Cód. Civ. y Com. y 108, incs. 2º y 7º, LCQ).
En este orden de ideas, cabe remarcar que la exclusión de ropas y muebles de uso indispensable
del deudor, de su cónyuge o conviviente y de sus hijos (art. 744, inc. a], Cód. Civ. y Com.), los
instrumentos necesarios para el ejercicio personal de la profesión, arte u oficio del deudor (art.
744, inc. b], Cód. Civ. y Com.), los sepulcros —salvo su precio de venta— (art. 744, inc. c], Cód. Civ.
y Com.) y los bienes afectados a cualquier religión (art. 744, inc. d], Cód. Civ. y Com.) ya se
encontraban vigentes, al menos en la provincia de Córdoba, en virtud de lo dispuesto por el art.
108, inc. 2º de la LCQ que refiere a los bienes inembargables. En efectos, todos ellos constituyen
bienes inembargables en Córdoba, a tenor de lo dispuesto por el art. 542, incs. 1º, 2º, 5º y 6º del
Cód. Proc. Civ. y Com. local. Hoy se ha consagrado su inembargabilidad a través de una norma
sustancial, que rige en todo el territorio de la Nación.
En el caso de los instrumentos necesarios para el ejercicio de profesión, arte u oficio por el
deudor, la exclusión también podría surgir implícitamente del art. 104 de la LCQ, en cuanto
estipula que el fallido conserva la facultad de desempeñar tareas artesanales, profesionales o en
relación de dependencia.
La exclusión de los derechos no patrimoniales (art. 108, inc. 1º, LCQ), la administración de los
bienes propios del otro cónyuge (art. 108, inc. 4º) y la facultad de actuar en justicia en defensa de
bienes y derechos que no caen en desapoderamiento (art. 108, inc. 5º) no han sufrido reforma
alguna, por lo que continúan plenamente vigentes.
Por otro costado, un cambio importante que introdujo el Código Unificado, con directa influencia
en materia concursal, lo constituye la eliminación del derecho al usufructo paterno sobre los
bienes de los hijos menores de edad.
Así, el art. 697 del Cód. Civ. y Com. dispone expresamente: "las rentas de los bienes del hijo
corresponden a este, los progenitores están obligados a preservarlas, cuidando de que no se
confundan con sus propios bienes. Solo pueden disponer de las rentas de los bienes del hijo con
autorización judicial, y por razones fundadas en beneficio de los hijos. Los progenitores deben
rendir cuentas a pedido del hijo, presumiéndose su madurez".
En consecuencia, basta leer la nueva directiva incorporada por la legislación unificada para
advertir que los frutos corresponden al hijo, aunque los bienes sean administrados por los padres,
quienes están obligados a preservarlos cuidando que no se confundan con sus propios bienes
(arts. 695 y 697, Cód. Civ. y Com.). Por vía de consecuencia, si los progenitores están concursados
o fallidos, ni siquiera los frutos pueden caer en el desapoderamiento. Así, quedaría tácitamente
derogada la norma contenida en el art. 108, inc. 3º de la LCQ.
En efecto, es sumamente clara la norma civil en cuanto ordena que las rentas de los bienes de los
hijos solo pueden disponerse en beneficio de éstos y previa autorización judicial, lo que implica
que escapan a todo tipo de desapoderamiento.
Mención aparte merece la articulación de lo dispuesto por el art. 744, inc. e) del Cód. Civ. y Com.
en orden a los particulares regímenes que se consagran para los derechos de usufructo, uso,
habitación y servidumbres prediales. Dichos derechos reales están, en principio, sujetos a
desapoderamiento, aunque el Código establece ciertas particularidades que merecen detallarse.
En el caso del "uso", los frutos no pueden ser embargados en la medida en que sean imperiosos
para cubrir las necesidades del usuario y de su familia. En lo que excedan dicha proporción,
pueden ser embargados y desapoderados en la quiebra del usuario (art. 2157, Cód. Civ. y Com.).
Estas reglas se aplican supletoriamente al derecho real de "habitación" (art. 2159, Cód. Civ. y
Com.).
En relación a las "servidumbres", Rouillón (3) destaca que el derecho real podría ejecutarse, más
nunca independientemente del fundo dominante (art. 2178, Cód. Civ. y Com.). Desde esta
perspectiva, la servidumbre aislada del fundo no podría válidamente desapoderarse ni ejecutarse
en la quiebra del titular de aquélla.
Además de la protección consagrada para aquellos bienes que el legislador ha considerado dignos
de amparo, declarándolos "inembargables", cabe dedicar un acápite propio al régimen de la
vivienda, la que se encuentra protegida no solo por el sistema que se instituye a partir del art. 244
del Cód. Civ. y Com., sino también por los arts. 456 y 522, en caso de que el deudor se encontrare
casado, o tuviera unión convivencial inscripta. En el presente apartado abordaremos lo
concerniente al primero de los supuestos.
II.1. La tutela consagrada por el art. 244 del Código Civil y Comercial
A partir del art. 244, el Cód. Civ. y Com. dedica un capítulo al régimen de protección de la vivienda
del deudor en su calidad de "hábitat esencial" de la persona (4), morada en la que desarrolla la
vida personal y familiar.
En esta línea, Aída Kemelmajer de Carlucci (5) sostiene que la relevancia de la vivienda no es solo
su valor patrimonial, sino también extrapatrimonial pues, si bien en el plano material otorga a la
persona amparo a su integridad física, jurídicamente tiene un alcance más amplio: es el espacio
que garantiza la efectividad de los derechos de la personalidad y, consecuentemente, se
transforma en el centro de la esfera de su intimidad, el santuario de la vida privada.
En este orden de ideas, el sistema de protección que consagra el Código es superador del viejo
esquema de la ley 14.394: tutela ya no solamente la vivienda familiar, sino que amplía el alcance
de la protección jurídica a la morada personal.
Uno de los principales "avances" en relación al sistema anterior radica en la circunstancia de que
se autoriza la constitución a favor del titular de dominio sin familia, atendiendo a la situación cada
vez más frecuente de personas que viven solas, lo que constituye un aspecto sociológico que se ha
incrementado notablemente en los últimos tiempos.
Entre otros aspectos relevantes, podemos mencionar que se permite que la afectación pueda ser
solicitada por los condóminos, aunque no sean parientes o cónyuges; se habilita también que sea
ordenada por el juez teniendo en cuenta aspectos relativos a la relación familiar, como es el
divorcio o la existencia de beneficiarios incapaces o con capacidad restringida; se amplía el elenco
de beneficiarios; se prevé expresamente la subrogación real —al permitirse la adquisición de una
nueva vivienda manteniendo la afectación, así como la extensión de la protección a la
indemnización que provenga del seguro o de la expropiación—.
En cuanto a las características centrales del sistema, el Cód. Civ. y Com. establece que no puede
afectarse más de un inmueble al régimen de protección consagrado, y que si alguien resulta ser el
propietario de dos o más fundos afectados, debe optar por la subsistencia de uno solo en ese
carácter, bajo apercibimiento de considerarse afectado el constituido en primer término.
Por su parte, el art. 244 del Código dispone que el inmueble es susceptible de afectación total o
parcial, y ordena que dicha afectación se inscriba en el Registro de la Propiedad Inmueble según
las reglas locales.
Como novedad, el Código Civil y Comercial regla especialmente la situación del deudor en quiebra.
Así, el art. 249 in fine dispone que la ejecución de la vivienda solo puede ser solicitada por los
acreedores anteriores a la afectación y por aquellos acreedores a los cuales el régimen de
protección les es inoponible, a saber: (a) titulares de créditos por expensas comunes, impuestos,
tasas o contribuciones que graven directamente el inmueble; (b) acreedores de garantías reales,
siempre que hubieran sido constituidas con la conformidad del cónyuge o del conviviente; (c)
titulares de obligaciones que tengan origen en construcciones u otras mejoras realizadas en la
vivienda; (d) acreedores por obligaciones alimentarias a cargo del fallido a favor de sus hijos
menores de edad, incapaces o con capacidad restringida.
Cabe poner de relieve que nuestra Corte Suprema de Justicia de la Nación en autos
"Baumwohlspiner de Pilevski, Nélida s/ quiebra", fallo del 10/04/2007, negó legitimación a la
sindicatura para solicitar desafectación del bien de familia —instituto que regía en ese entonces—,
al entender que solo se encontraban activamente legitimados, al efecto, "los acreedores con
derecho a obtener desafectación". Puede advertirse, entonces, que el dispositivo legal ha
receptado la doctrina judicial sentada por el Tribunal Cimero Nacional.
Hoy, en función de lo normado por el art. 249, los acreedores posteriores a la afectación del
inmueble no pueden cobrar sus créditos sobre dicho bien, ni sobre los importes que lo sustituyen
en concepto de indemnización, aún aunque el bien se hubiera subastado en una quiebra.
Dicho en otros términos, el activo liquidado pertenece solo a los acreedores anteriores a la
afectación y a aquellos a quienes no alcanza la protección (art. 249, incs. a], b], c] y d], Cód. Civ. y
Com.) y, si hay remanente, se entrega al fallido.
II.2. La protección de la vivienda familiar consagrada en los arts. 456 y 522 del Cód. Civ. y Com.
II.2.a. Preliminar
Tal como se analizará en el apartado VIII del presente trabajo, el Cód. Civ. y Com. ha aparejado
modificaciones sustanciales al régimen patrimonial del matrimonio, entre ellas, la posibilidad de
optar entre dos regímenes patrimoniales —el de comunidad de ganancias y el de separación de
bienes—.
Ahora bien, pese a dicho derecho a optar entre uno u otro sistema, el legislador ha establecido un
conjunto de reglas aplicables a ambos regímenes, el denominado "régimen primario", cuyas
normas se aplican con independencia del régimen que elijan los contrayentes, y se extiende aun a
las uniones convivenciales, por tratarse del piso mínimo de protección de los propios cónyuges, de
la vida familiar y de los terceros.
En rigor, el art. 456 dispone que ninguno de los cónyuges puede, sin el asentimiento del otro,
disponer de los derechos sobre la vivienda familiar, ni de los muebles indispensables de esta, ni
transportarlos fuera de ella. El dispositivo legal establece la sanción de nulidad para el caso de
incumplimiento de la manda legal.
Además, determina que la vivienda familiar no puede ser ejecutada por deudas contraídas
después de la celebración del matrimonio, excepto que hayan sido contraídas por ambos cónyuges
conjuntamente o por uno de ellos con el asentimiento del otro.
El precepto debe interpretarse de consuno con los arts. 461 y 467, que establecen la
responsabilidad solidaria de los esposos. Así, ambos responden solidariamente por las
obligaciones contraídas por uno de ellos para solventar las necesidades ordinarias del hogar y el
sostenimiento y educación de los hijos (art. 461, Cód. Civ. y Com.) y por los gastos de conservación
y reparación de los bienes gananciales, en caso de comunidad de bienes (art. 467, Cód. Civ. y
Com.).
Tal como se destacó al desarrollar el punto anterior, en relación al sistema de tutela consagrado a
partir del art. 244, la protección encuentra fundamento en el amparo de este derecho humano
fundamental que es la vivienda, y como un modo de proteger a la familia que desarrolla su vida en
dicho espacio vital.
En el caso de uniones convivenciales, idéntica protección instituye el art. 522 del Cód. Civ. y Com.
II.2.b. Proyecciones falenciales
Desde esta perspectiva, la vivienda del deudor goza de un amparo especial en caso de que este se
encuentre unido en matrimonio —sin perjuicio del régimen patrimonial por el que hubiera optado
— o registre unión convivencial inscripta.
Dicha protección puede superponerse —o no— con la que consagra el art. 244 del Cód. Civ. y
Com., ya que ambos regímenes responden a motivaciones diferentes: el sistema instituido a partir
del art. 244 ampara la morada del deudor sin tener en cuenta su estado civil o conformación
familiar; mientras que el art. 456 resguarda la vivienda como asiento del hogar conyugal y
residencia de la familia.
Por ello, y aún de no haber optado por el régimen de protección de la vivienda, si el fallido se
encuentra casado o registra unión convivencial inscripta, la vivienda que habite con su familia, así
como los bienes muebles indispensables que la integran, están excluidos del desapoderamiento —
siempre, claro está, que no existan deudas anteriores a la celebración del matrimonio o de la
inscripción de la unión convivencial, o deudas posteriores que hubieran sido contraídas
conjuntamente por los esposos o convivientes, o por uno de ellos con asentimiento del otro—.
III. Efectos de la quiebra sobre las relaciones jurídicas: impactos del Código Civil y Comercial
Durante la vigencia del Código Civil de Vélez, el art. 572 establecía que la caducidad del plazo
operaba, entre otros supuestos, cuando el deudor se hallaba en estado de insolvencia. Dicha
norma, durante su vigencia, dio motivo a un intenso debate relativo a su ámbito de aplicación, es
decir, si alcanzaba solo a la quiebra, o también al concurso.
Rivera (6) entendió que la norma contenida en el art. 572 no resultaba aplicable a la alternativa
preventiva, esto es, que en el concurso preventivo no se producía la caducidad de los plazos.
Actualmente, el art. 353 del Cód. Civ. y Com. establece: "El obligado a cumplir no puede invocar la
pendencia del plazo si se ha declarado su quiebra, si disminuye por acto propio las seguridades
otorgadas al acreedor para el cumplimiento de la obligación, o si no ha constituido las garantías
prometidas, entre otros supuestos relevantes. La apertura del concurso del obligado al pago no
hace caducar el plazo, sin perjuicio del derecho del acreedor a verificar su crédito y a todas las
consecuencias previstas en la legislación concursal".
III.1.b. Una solución "más aparente que real". La suspensión de los intereses en los procesos
concursales
En relación a este tópico, cabe poner de relieve que en los procesos concursales, a raíz de lo
dispuesto por los arts. 19 y 129 de la LCQ, según se trate de concurso o quiebra, queda suspendido
el curso de los intereses de los créditos en contra del deudor.
Tal como se apuntó, el art. 19 de la ley concursal estipula que la presentación del concurso
produce la suspensión de los intereses que devengue todo crédito de causa o título anterior, a
excepción de los garantizados con prenda o hipoteca y los laborales.
En rigor, con la presentación en concurso se produce lo que muchos autores denominan
"cristalización" del pasivo, que implica que a partir de dicha oportunidad los créditos dejan de
producir de intereses.
Se encuentran al margen de la regla los créditos garantizados con prenda e hipoteca, cuyos
acreedores pueden cobrar intereses posteriores a la presentación —solo si para ello alcanzara el
producto de la venta del bien gravado—; y los créditos laborales correspondientes a falta de pago
de salarios y toda indemnización derivada de la relación laboral.
Ahora bien, no debe perderse de vista que la "estabilización" apuntada es solo a los fines del
proceso verificatorio. Dicho en otros términos, la mentada suspensión no afecta el contenido de la
propuesta del deudor, que puede ofrecer a sus acreedores el pago de los intereses suspendidos.
En este sentido, no puede soslayarse que la suspensión de los intereses de las relaciones
crediticias se fundamenta en la necesidad de determinar el pasivo que intervendrá en la
negociación concordataria, por lo que, mandar a verificar implica también, en cierta medida,
suspender los plazos pendientes.
Dicho derechamente, la carga de verificar los créditos impone necesariamente la suspensión de los
plazos, y no solo de los intereses. Ello así, pues el acreedor concurrente al proceso concursal
acepta la reorganización de la relación creditoria, cualquiera sea la propuesta del deudor, y la
homologación del acuerdo implica la novación de la deuda anterior.
En pocas palabras, podemos afirmar que el nuevo texto no establece en realidad una regla clara,
pues solo "la pendencia" de las obligaciones entre el deudor y el acreedor puede justificar el no
vencimiento del plazo, y dicha situación no es la regla en materia de relaciones crediticias, sino
que se encuentra regulada, como supuesto excepcional y particular en el art. 20 de la LCQ, para el
caso de contratos con prestaciones recíprocas pendientes.
En síntesis, se cree que el texto del art. 353 del nuevo Código mantiene vigente, en los hechos, la
discordia que existía antes de la sanción del Cód. Civ. y Com. sobre el vencimiento de los plazos.
Dicha regla concursal es congruente con la enunciada en el art. 353 del Cód. Civ. y Com., que
establece que el obligado a cumplir no puede invocar la pendencia del plazo si se ha declarado su
quiebra.
Ahora bien, tal como se señaló en el apartado precedente, surge el interrogante sobre si la norma
contenida en el art. 128 de la ley concursal es o no un principio general propio de la concursalidad,
tal como acontece con los arts. 125, 130, 134, 145, 146 y 159.
En este sentido, no puede soslayarse que la Ley Concursal se ha desarrollado en forma "aluvional",
con motivo de las sucesivas reformas y resulta evidente que numerosos preceptos ubicados en la
regulación de la quiebra también deben ser aplicados en el concurso preventivo para darle
coherencia al sistema de recomposición patrimonial o eventual liquidación.
Tal como se advierte, el precepto proyectado en el nuevo Código mantiene las dudas que existían
antes de su sanción, esto es, durante la vigencia de la legislación derogada.
III.2. La compensación
La compensación es un modo de extinción de las obligaciones que opera cuando dos personas, por
derecho propio, reúnen la calidad de acreedor y deudor recíprocamente, cualquiera sea la causa
de una y otra deuda. Así, la compensación extingue con fuerza de pago ambas deudas, hasta el
monto de la menor, desde el tiempo en que ambas comenzaron a coexistir en condiciones de ser
compensables.
El art. 930 del Cód. Civ. y Com., relativo a obligaciones no compensables, enumera entre sus
incisos los créditos y las deudas en el concurso la y quiebra —excepto en los alcances que lo prevé
la ley especial—.
La razón de ser de la norma radica en el hecho de que el deudor concursado o fallido "es
incumplidor" ante todos los acreedores, y el principio de igualdad de trato exige que los
acreedores se ajusten a la propuesta o acuerdo en el remedio preventivo o al dividendo concursal
en la liquidación falencial.
Ahora bien, el dispositivo legal deja a salvo las previsiones de la ley especial, que no es otra que la
ley 24.522.
En concreto, el art. 130 de la ley 24.522 dispone que la compensación solo se produce cuando se
ha operado antes de la declaración de la quiebra.
Dicho en otros términos, la quiebra produce "la suspensión del derecho a compensar", o a invocar
compensación como medio de extinción de obligaciones del fallido, a menos que se trate de
compensaciones cumplidas antes de la declaración falencial (7).
Sin embargo, no puede dejar de destacarse que, pese a dicha directriz general, el actual régimen
falimentario habilita la compensación en dos supuestos. En primer término, el art. 211 habilita la
compensación para los acreedores con garantías reales y en la medida del alcance del bien asiento
del privilegio. En segundo lugar, el art. 203 bis permite compensar los créditos de los trabajadores
que integran la cooperativa que intenta continuar con la explotación de la empresa en
funcionamiento para luego adquirir la empresa.
El Cód. Civ. y Com. regula el derecho de retención a partir del art. 2587, norma en que dispone
que, como regla, todo acreedor de una obligación cierta y exigible puede conservar en su poder la
cosa que debe restituir al deudor, hasta el pago de lo que este adeude en razón de ella.
El art. 2592 del Cód. Civ. y Com., referido a los efectos del derecho de retención, estipula que en
caso de concurso o quiebra del acreedor de la restitución la retención queda sujeta a lo dispuesto
por la legislación falencial (inc. f]).
Así, entonces, dicha norma debe necesariamente relacionarse con el art. 131 de la LCQ, el que
establece: "la quiebra suspende el derecho de retención sobre bienes susceptibles de
desapoderamiento, los que deben entregarse al síndico, sin perjuicio del privilegio del art. 241 inc.
5º".
Así, las reglas concursales sobre el tema pueden sintetizarse de la siguiente forma: a) el retenedor
es acreedor con privilegio especial; b) la quiebra suspende el ejercicio del derecho de retención,
por lo que la cosa retenida debe entregarse al síndico, y cesada la quiebra sin que se hubiera
liquidado, la cosa debe restituirse al acreedor.
Ahora bien, se origina una nueva pregunta en torno a la situación que se plantea en caso de
concurso preventivo, es decir, si también en estas hipótesis se suspende el derecho de retención
o, al mantenerse al deudor la administración, este debe cumplir la obligación.
En este aspecto, se ha señalado que en caso de concurso del deudor no se produce la suspensión
del derecho de retención, pues el concursado puede solicitar la sustitución de la garantía y, de esa
forma, hacerse del bien asiento de aquel (8).
De todas formas, no cabe duda alguna que también en este aspecto resulta necesario repensar si
la solución no debe ser similar en ambas alternativas concursales.
IV. El Código Civil y Comercial y su correlato con el régimen contractual en materia concursal
En el concurso preventivo, el art. 20 sienta la regla por la cual es el propio deudor el que se
encuentra legitimado para elegir cuáles son los contratos que desea continuar a los fines de
mantener la empresa en marcha y de esa manera reestructurar las relaciones.
La norma refiere a contratos con prestaciones recíprocas pendientes y no aquellos donde alguna
de las partes hubiera cumplido su obligación pues, en este caso, o el tercero debe cumplir la suya
o pedir la verificación del crédito —según el estado de incumplimiento—.
A su vez, en la quiebra, el art. 143, en correlación con el art. 145 plantea las mismas alternativas,
nada más que en este caso quien resuelve la suerte del contrato es el juez, de conformidad a lo
normado por el art. 144 inc. 3º.
De tal modo, cabe afirmar que dichas disposiciones legales constituyen normas fundantes del
proceso concursal, que desplazan toda alternativa de resolución y someten a los contratos al
régimen propio de la legislación concursal, para asegurar la vigencia de los principios que hacen a
la tutela de la empresa.
Ahora bien, fuera de este marco general, ciertos contratos tienen una especial regulación, que se
aparta de estas directrices generales.
Cabe memorar que el proyecto de reforma del Código Civil de 1993 brindaba una respuesta
absolutamente distinta: establecía que en los casos de contratos de duración indeterminada la
quiebra del concedente o del concesionario no causaba automáticamente la resolución del
contrato, sino que dependía de la eventualidad de la continuación de la explotación.
En la actualidad, los arts. 1404, 1441, 1461, 1469, 1494 y 1509 del Cód. Civ. y Com. establecen,
respectivamente, la resolución de los contratos de cuenta corriente bancaria, mercantil,
agrupaciones de colaboración, agencia y concesión en caso de quiebra firme de cualquiera de las
partes.
Así, con relación a la cuenta corriente bancaria, el art. 1404 establece que es causal de cierre —
entre otros supuestos—, la quiebra del cuentacorrentista.
Con relación a la cuenta corriente mercantil, el art. 1441, contiene un dispositivo similar al
establecer que la quiebra implica la resolución del contrato.
El art. 1461 establece que el contrato de agrupación se extingue por quiebra de uno de los
participantes, a menos que el contrato prevea su continuación, o que los demás participantes lo
decidan por unanimidad.
En el contrato de agencia, el art. 1494 establece que este se resuelve por quiebra firme de
cualquiera de las partes, y similar dispositivo contiene el art. 1509 con relación al contrato de
concesión.
Desde otro costado, el art. 1469 en las uniones transitorias de empresas establece una solución
continuadora: la quiebra de los participantes no produce la extinción del contrato, el que continúa
con los restantes.
Igual medida se prevé para los consorcios de cooperación: el art. 1478 establece que el concurso
preventivo o quiebra de alguno de sus miembros no extingue el contrato, que continúa con los
restantes.
Finalmente, con relación al contrato de franquicia, el art. 1522 guarda silencio sobre la situación
concursal.
Cabe señalar, además que el art. 380, inc. g) del Código Unificado estipula que el poder se extingue
por la quiebra del representante o representado.
De cualquier forma, cabe puntualizar que en todos los casos en que se prevé la extinción de los
contratos, la nueva normativa hace referencia a quiebra firme y, en rigor, deberá tratarse de una
quiebra "liquidativa". En efecto, la doctrina ha realizado numerosas interpretaciones para evitar
que en el caso de concurso preventivo ciertos contratos se resuelvan, y consecuentemente,
también lo ha hecho en ciertos supuestos de quiebra, como cuando se enajena la empresa en
marcha, pues ciertos negocios de ejecución fluyente tienden a asegurar el mantenimiento de la
empresa.
Pese a la solución extintiva que establece el Código, cabe ponderar en cada caso qué actividad
realiza el deudor a fin de determinar la conveniencia de continuar —o no— con ciertos contratos.
En relación al tópico, Rubín (9) sostuvo que el solo hecho de conseguir el tendido de una línea
estable de comercialización, producción o servicios en general, constituye un valor inapreciable
para la empresa, más aún cuando se proyecta sanearla con su propia actividad o giro.
De tal modo, el autor entendió que el síndico podría disponer el mantenimiento de los contratos
de agencia, distribución y concesión pues, el concursado o el fallido, y específicamente la empresa,
dependen vitalmente de este tipo de negocios (arts. 144 inc. 3º y 190 inc. 5º, LCQ).
Consideramos que pese a la resolución dispuesta en el art. 147 para los contratos con prestación
personal del fallido, entre los que se incluye a los contratos de mandato, cuenta corriente, agencia
y concesión, esta última inclusión ha quedado anacrónica, y no se condice con la actual realidad
negocial.
En efecto, si estos contratos continúan en caso de concurso preventivo, una vez hecha la opción
pertinente por el deudor en los términos del art. 20 de la LCQ, o se entiende que se trata de
acuerdos con "prestaciones fluyentes" que no se suspenden ni se resuelven en amparo al principio
de conservación de la empresa, la misma solución cabe sostener en el caso de quiebra con
continuación de la explotación.
En igual sentido, Alberti (10) sostiene que lo que se llama prestación personal del fallido debe
limitarse a un opus personal, más no cuando se trata de la prestación de una empresa que en
virtud del régimen de distribución requiere de una infraestructura de venta y comercialización.
Por su parte, Heredia (11) expresa que no se pueden dar respuestas a priori y que la solución
dependerá, en cada hipótesis, de las particulares circunstancias de la concesión y de la eficiente
continuidad de la explotación. Entiende que de lo que se trata es que las obligaciones del
concesionario puedan ser cumplidas adecuadamente, sin afectar a la concedente, y que el
magistrado podría decidir que siga actuando el propio fallido (12).
A partir del art. 1170, el Cód. Civ. y Com. regula el régimen de oponibilidad del boleto de
compraventa de inmuebles.
La cuestión reviste sustancial importancia práctica, pues resulta muy habitual en materia
inmobiliaria que, previo al otorgamiento de la escritura requerida a los fines de transmitir el
dominio (art. 1017, inc. a], Cód. Civ. y Com.), las partes celebren un boleto de compraventa.
Con anterioridad a la sanción del Cód. Civ. y Com., no cabían dudas que el boleto resultaba
plenamente oponible entre las partes que lo concertaban. Sin embargo, la cuestión se
complejizaba frente a la presencia de terceros, como el acreedor embargante del vendedor, o la
existencia da acreedores en el caso de concurso o quiebra del enajenante del inmueble.
En esta línea, el Cód. Civ. y Com. mejora el art. 1185 bis de su antecesor derogado, al establecer en
el art. 1170 que el comprador de buena fe tiene prioridad sobre los terceros que hayan trabado
cautelares sobre el inmueble vendido si se dan ciertos requisitos, a saber:
a) si contrató con el titular registral o puede subrogarse en la posición jurídica de quien lo hizo
mediante un perfecto eslabonamiento con los adquirentes sucesivos;
b) si pagó, como mínimo, el 25% del precio con anterioridad a la traba de la cautelar;
A su vez, el art. 1171 dispone que los boletos de compraventa de inmuebles de fecha cierta,
otorgados a favor de adquirentes de buena fe, son oponibles al concurso o quiebra del vendedor,
si se hubiera abonado el 25% del precio.
Además, la norma agrega que el juez debe disponer que se otorgue la respectiva escritura pública,
y el comprador debe cumplir sus obligaciones en el plazo convenido, constituyéndose
eventualmente hipoteca en garantía del saldo del precio.
En definitiva, se trata de una norma muy similar a la que rige en el caso del art. 146 de la LCQ.
La norma aplica cualquiera sea el destino del bien. En este aspecto, recuérdese que durante la
vigencia de la ley 19.551 solo se encontraban exceptuados aquellos titulares de boletos con
destino a vivienda personal, lo que fue superado por la ley 24.522 en el actual art. 146.
La nueva normativa exige también la fecha cierta en el instrumento del boleto, para asegurar que
se trata de una operación anterior al concurso o a la quiebra, y para establecer si el negocio cae
dentro del período de sospecha, con las eventuales consecuencias de su ineficacia. Tal como
expresa Rouillon (13), si el boleto fue otorgado dentro del período de sospecha, puede ser atacado
por acción de ineficacia por conocimiento del estado de cesación de pagos (arts. 119 y 120 de la
LCQ).
Por último, cabe referir que existe un fallo plenario (14) por el cual se resolvió que el pago del 25%
del precio debe haberse antes de la falencia del vendedor, haya mediado o no, por parte de la
fallida, la entrega de la posesión del inmueble.
El contrato de fianza es aquel por el cual una persona se obliga accesoriamente por otra a
satisfacer una prestación para el caso de incumplimiento (art. 1574, Cód. Civ. y Com.).
En orden al concurso o quiebra del deudor afianzado, el Cód. Civ. y Com. establece dos
previsiones: la excepción al beneficio de excusión y la subsistencia del plazo.
Ahora bien, el art. 184 del Cód. Civ. y Com. establece que el fiador no puede invocar el beneficio
de excusión si el deudor principal se ha presentado en concurso preventivo o ha sido declarada su
quiebra (inc. a]).
En rigor, en caso de concurso o quiebra del deudor garantizado la excusión se torna impracticable,
pues en ambos supuestos sus bienes no pueden ejecutarse individualmente. Por eso, en estos
supuestos, la ley faculta al acreedor a ejecutar directamente los bienes del fiador.
El contrato de fianza es un contrato accesorio a un contrato principal. Las partes del contrato de
fianza son el acreedor de la obligación principal y el fiador; el deudor principal es ajeno a este
convenio.
Atento su carácter accesorio, el art. 1586 del Cód. Civ. y Com. estipula que no puede ser exigido el
pago al fiador antes del vencimiento otorgado al deudor principal. La norma aclara que dicha regla
subsiste aun cuando este último se haya presentado en concurso preventivo o haya sido declarada
su quiebra —excepto pacto en contrario—.
Ya hemos explicado que la quiebra trae aparejada la caducidad de los plazos para el cumplimiento
de las obligaciones del deudor, y que otro tanto debe interpretarse en caso de concurso
preventivo.
Ahora bien, conforme la norma contenida en el art. 1586, para que la fianza se torne exigible debe
respetarse el plazo originario otorgado al deudor principal. Dicho en otras palabras: no puede
exigirse el pago al fiador antes del vencimiento del plazo que se otorgó, originalmente, al deudor
principal.
IV.5.c. La subsistencia de la fianza
Por otro costado, si se aplicaran los principios rectores de la legislación común, en caso de
concurso preventivo, la novación de la obligación principal operada en virtud de la homologación
del acuerdo extinguiría la obligación de los garantes. Lo mismo ocurriría en caso del el pago del
crédito verificado en la quiebra.
Dicho en otras palabras, si se aplicaran los principios rectores de la legislación común, la novación
de la obligación principal operada en virtud de la homologación del acuerdo o del pago del crédito
verificado en la quiebra extinguiría la obligación de los garantes.
Sin embargo en materia concursal cabe apartarse de dicha regla general, pues la fianza subsiste y
el acreedor puede exigir al fiador el pago de la obligación (arg. art. 135, LCQ).
En esta línea, recordemos que el deudor principal, si ha obtenido en su concurso un acuerdo con
los acreedores que ha devenido homologado, se favorece con la novación de la obligación
principal, la que no causa la extinción de las obligaciones del fiador ni de los codeudores solidarios.
Igual principio se aplica para el caso del crédito verificado en la quiebra.
Dicho en otras palabras, la norma impone la contabilidad obligatoria al "empresario", esto es, a
quien realice su actividad económica de manera organizada, sea titular de una empresa, fondo de
comercio, establecimiento comercial o agropecuario.
Las personas jurídicas privadas también deben rubricar y llevar libros contables en forma. Ello se
deriva de la circunstancia de que tienen personería propia, diferenciada de sus miembros. Sus
administradores tienen a cargo la gestión de bienes ajenos, lo que justifica plenamente la
obligación de llevar una contabilidad en regla.
En rigor, la obligación de llevar contabilidad la tienen aquellas personas que ejercen actividad
comercial y quienes gestionan negocios que no son propios. Los primeros, porque la actividad
mercantil implica relaciones con terceros que exigen llevar cuenta y razón de cada negocio. Los
segundos, atento a que se está frente a la obligación de diligencia y lealtad, que se encuentra
implícita en el manejo de bienes ajenos.
Por vía de consecuencia, se encuentran exentas de dicha obligación las personas que desarrollan
profesiones liberales o actividades agropecuarias no ejecutadas en forma de empresa. También
aquellos en relación que, atento el volumen del giro negocial que desarrollan, resulta
inconveniente someterlos a esta carga legal.
Va de suyo que, aunque la norma no aclare, la persona humana empleada bajo relación de
dependencia tampoco tiene obligación de llevar contabilidad; su situación se asimila al profesional
liberal, pues sus ingresos son alimentarios y fruto de su trabajo personal.
El art. 321 del Código —reiterando la manda del derogado art. 43 del Código de Comercio—
establece que la contabilidad debe ser llevada sobre una base uniforme de la que resulte un
cuadro verídico de las actividades y de los actos que deben registrarse, de modo que se permita la
individualización de las operaciones y las correspondientes cuentas acreedoras y deudoras. El
precepto también ordena, al igual que el viejo Código, que los asientos deben respaldarse con la
documentación respectiva, que debe archivarse en forma metódica que permita su localización y
consulta.
Por su parte, el art. 322 del Cód. Civ. y Com. enumera los libros indispensables u obligatorios, y a
partir de los arts. 323 establece cómo deben ser llevados.
Entre los libros indispensables cabe mencionar el "Libro Diario", en el cual deben asentarse día por
día, y según el orden en que se vayan efectuando, todas las operaciones que haga el empresario,
títulos o papeles de comercio que se hubiesen emitido o recibido y, en general, toda
documentación que sirva de sustento a una operación o actividad negocial. Cada partida debe
manifestar quién es el acreedor y quién es el deudor, mediante lo que en contabilidad se llama
sistema de partida doble.
También se enumera al libro "Inventario y Balances". Este constituye un registro cronológico del
conjunto de bienes y derechos de propiedad de la persona jurídica o quien realice quehacer
comercial. Debe reflejar adecuadamente el patrimonio del sujeto, así como las normas de
evaluación, su descripción e individualización, y cualquier otro elemento que permita determinar
al cierre de cada ejercicio económico anual la situación patrimonial, la evolución y sus resultados.
Cabe iterar que el art. 326 del Cód. Civ. y Com. establece la obligación de confeccionar estados
contables que comprendan, como mínimo, un estado de situación patrimonial y un estado de
resultados, los que deben asentarse en el Libro de Inventario y Balances.
Más allá de ello, no puede soslayarse que, conforme lo dispone el art. 322, también corresponde
al empresario llevar todo otro libro que permita una adecuada integración del sistema contable de
conformidad a la importancia y naturaleza de las actividades a desarrollar. Normalmente, entre
estos libros podemos ubicar al "Mayor" o de cuentas corrientes, en el cual se trasladan las
anotaciones del libro "Diario", abriendo las cuentas "deudores y tenedores", el libro "Caja", y que
es considerado parte integrante del libro "Diario", como así también el libro "Bancos", "Compras y
Ventas", etc.
En cuanto a sus formalidades, el art. 323 exige que los libros se encuentren debidamente
encuadernados e individualizados en los Registros Públicos correspondientes.
Desde otro costado, el art. 325 reitera la exigencia de que el llevado de los libros se ajuste a la
técnica contable —deben ser llevados en forma cronológica, actualizada, sin alteración alguna que
no haya sido debidamente salvada, en idioma y moneda nacional—, y que además permanezcan
en el domicilio del titular para poder requerirlos adecuadamente.
Por último, el art. 321 exige que los libros se acompañen con los instrumentos respaldatorios de la
registración y el art. 328 que se conserven por un plazo de 10 años.
El art. 331 del Cód. Civ. y Com. regula la "prueba sobre la contabilidad", a cuyo fin establece dos
modalidades de exhibición de los libros contables: general y particular.
La exhibición general está dispuesta en los juicios de sucesión, todo tipo de comunión, contrato
asociativo o sociedad, administración por cuenta ajena y en caso de liquidación, concurso o
quiebra.
Fuera de los supuestos enumerados, solo se habilita la revisión de los registros o libros en cuanto
tenga relación con alguna cuestión controvertida, o cuando pretenda establecerse si el sistema
contable del obligado cumple con las formas y condiciones establecidas por el Código.
V.4. Proyecciones en el ámbito concursal. Auditorías contables que debe realizar la sindicatura
Por su parte, no cabe duda alguna que este sistema contable también se refleja en los incs. 3º, 4º y
5º del citado art. 11, en cuanto refieren al estado detallado y valorado del pasivo, y las normas
seguidas para su valuación para conocer el estado de situación patrimonial.
Por su parte, durante el período informativo el síndico se encuentra habilitado (art. 33, LCQ) a
solicitar la exhibición general de los libros del deudor, y la exhibición particular en la contabilidad
del acreedor, en orden a las pretensiones verificatorias incoadas para poder emitir el informe que
establece el art. 35 del plexo legal falimentario.
Finalmente, la contabilidad también será el sustento del informe general del art. 39 de la LCQ, que
debe emitir el síndico. En particular, cuando tenga que definir las causas del desequilibrio
económico del deudor, la composición detallada del activo y del pasivo y, muy especialmente,
cuando deba enumerar los libros de contabilidad y emitir dictamen sobre su regularidad de
conformidad al art. 320 y concordantes los arts. 320, 321 y 322 del Cód. Civ. y Com.
Los sujetos concursales se encuentran enumerados en el art. 2º de la LCQ, precepto que, a su vez,
debe integrarse con las normas concordantes del Código Civil y Comercial de la Nación.
En este sentido, la norma concursal prevé que pueden ser declaradas en concurso las personas de
existencia visible, las de existencia ideal de carácter privado y aquellas sociedades en las que el
Estado Nacional, Provincial o municipal sea parte, cualquiera sea el porcentaje de su participación.
Por su parte, el dispositivo legal estipula que no son susceptibles de ser declaradas en concurso,
las personas reguladas por leyes 20.091, 20.321 y 24.241, así como las excluidas por leyes
especiales.
Si bien la ley se refiere a "personas de existencia visible", a partir de la sanción del Código Civil y
Comercial de la Nación, ya no corresponde referir a personas de existencia física o visible, sino a
personas humanas, denominación que cabe utilizar de acuerdo al Libro Primero, Titulo I de dicho
cuerpo legal.
Las personas humanas pasibles de presentarse en concurso, podrán ser personas que realizan una
actividad económica organizada o que sean titulares de una empresa o establecimiento comercial,
industrial, agropecuario o de servicios (art. 320 Cód. Civ. y Com.), y también aquellas que no
realizan ningún tipo de actividad económica.
En efecto, en la actualidad el llamado "sobreendeudamiento del consumidor" conduce a que cada
vez más personas humanas que no se dedican a realizar actividad económica organizada —sino
que trabajan en relación de dependencia, que son jubilados o pensionados, o incluso
desempleados— recurran a los procedimientos concursales, pues no existen otras herramientas
legales específicas que les permitan recomponer sus pasivos y reinsertarse en el mercado del
crédito y del consumo.
VI.3.a. Concursalidad
También constituyen sujetos concursales las personas jurídicas privadas. Las personas jurídicas se
encuentran definidas en el Cód. Civ. y Com. como todos los entes a los cuales el ordenamiento
jurídico les confiere aptitud para adquirir derechos y contraer obligaciones para el cumplimiento
de su objeto y los fines de su creación (art. 141). Las personas jurídicas pueden ser públicas o
privadas.
Las personas privadas se encuentran enumeradas en el art. 148 del Código Civil y Comercial, que
incluye los siguientes entes: a) las sociedades; b) las asociaciones civiles; c) las simples
asociaciones; d) las fundaciones; e) las mutuales; f) las cooperativas; g) el consorcio de propiedad
horizontal; h) las comunidades indígenas; i) toda otra contemplada en disposiciones de este
Código o en otras leyes y cuyo carácter de tal se establece o resulta de su finalidad y normas de
funcionamiento.
Al respecto, corresponde señalar que las sociedades son las personas jurídicas privadas reguladas
por la Ley 19.550 General de Sociedades, y son sujetos concursales incluso si se encuentran en
estado de liquidación —pues conservan la personalidad jurídica al efecto—. También las
sociedades simples o residuales de la sección IV de dicha ley.
Con la sanción del Cód. Civ. y Com. también se incorporan como personas jurídicas privadas a las
comunidades indígenas, siendo requisito ineludible para su reconocimiento la inscripción como
tales. A partir de ello, surgen como titulares de la propiedad comunitaria indígena, que se
constituye sobre un inmueble rural destinado a la preservación de su hábitat e identidad cultural.
La Ley General de Sociedades dispone, en el art. 94, inc. 6º, que la sociedad se disuelve por la
declaración de su quiebra, y que esta quedará sin efecto si se celebrare avenimiento o se
dispusiera la conversión.
En este mismo sentido el Código Civil y Comercial establece las causales de disolución de las
personas jurídicas, y en el art. 163 inc. e) dispone que la declaración de quiebra es causal de
disolución, pero que esta queda sin efecto si la quiebra concluye por avenimiento o se dispone la
conversión del trámite en concurso preventivo, o si la ley especial prevé algún régimen distinto.
De tal modo, se advierte la adecuada correlación que permite articular ambas normativas.
El art. 2º de la ley concursal habilita la posibilidad de solicitar el remedio preventivo del patrimonio
del causante fallecido a fin de satisfacer a sus acreedores.
En directa relación, el art. 8º de la normativa especial exige, como requisito para que se abra su
concurso, que el patrimonio insolvente del causante se encuentre separado del que corresponde a
los sucesores.
A su vez, la norma determina que cualquiera de los herederos puede solicitar el concurso
preventivo en relación al patrimonio del fallecido, y a su vez, estipula que en dicho caso la petición
debe ser ratificada por los demás herederos, dentro de los treinta días, bajo apercibimiento de
desistimiento forzoso del concurso, tal como surge del art. 31 in fine de la LCQ.
En este contexto, y en sentido coincidente, el art. 2360 del Cód. Civ. y Com. regla que, en caso de
desequilibrio patrimonial o insuficiencia del activo hereditario, los copropietarios de la masa
pueden peticionar la apertura del concurso preventivo o la declaración de la quiebra de la masa
indivisa, conforme a las disposiciones de la legislación concursal. El dispositivo legal añade que
igual derecho compete a los acreedores.
Esta norma debe interpretarse a la luz del plexo concursal y, por ende, los copropietarios de la
masa indivisa pueden pedir concurso preventivo, APE o quiebra; mientras que los acreedores solo
pueden solicitar la quiebra, de conformidad a lo previsto en el art. 80 LCQ. Dicho en otros
términos, a los acreedores les está vedada la posibilidad de que puedan solicitar concurso
preventivo o acuerdo preventivo extrajudicial del causante, pues estos procesos solo están
reservados a los copropietarios de la masa indivisa.
VI.5.a. Preliminar
La reforma introducida por la ley 26.994 puso fin a la histórica discusión doctrinaria en torno a la
naturaleza jurídica del consorcio. En efecto, los arts. 148 y 2044 del Cód. Civ. y Com. expresamente
le acuerdan el carácter de persona jurídica. Ello lo ubica, prima facie, entre los sujetos pasibles de
someterse a los procesos regulados por la Ley de Concursos y Quiebras.
Sin perjuicio de ello, atento sus particulares características, numerosos interrogantes subsisten, y
ya se avizoran reeditados debates relativos a la concursalidad del consorcio de propietarios.
Cabe poner de relieve que el consorcio de propietarios es un ente específico del régimen de
propiedad horizontal que nace al redactarse e inscribirse el reglamento de copropiedad.
Está incluido en la nómina de personas jurídicas privadas (art. 148 Cód. Civ. y Com.), es una
persona distinta a la de sus integrantes y tiene intereses propios que, en muchos casos, pueden
ser contrapuestos a los particulares de sus componentes.
En este orden de ideas, puede afirmarse que el consorcio de propietarios es una persona jurídica
"necesaria", cuyo único objeto es la administración del inmueble sometido al régimen de
propiedad horizontal. Tal como está estructurado legalmente el régimen de propiedad horizontal y
los fines para los cuales está creada la persona jurídica consorcio, su existencia es connatural al
sistema (15), de modo tal que, mientras exista propiedad horizontal, existirá consorcio.
Como consecuencia del carácter necesario del consorcio, no es potestad de los titulares de las
unidades funcionales decidir o no su creación. Nace con la inscripción del reglamento de
propiedad en el Registro General de la Provincia, y se extingue solo por la desafectación del
inmueble al régimen de horizontalidad, ya sea por acuerdo unánime de los propietarios,
instrumentado en escritura pública, o por resolución judicial inscripta en el registro inmobiliario
(art. 2044 Cód. Civ. y Com.).
En torno al sistema de responsabilidad que cabe atribuir al consorcio, siguiendo las reflexiones de
Raspall (16), podemos efectuar las siguientes consideraciones:
i) El consorcio de propiedad horizontal es reconocido como una persona jurídica privada (art. 148
inc. h] Cód. Civ. y Com.) y como tal tiene personalidad diferenciada de los miembros que la
integran —los propietarios—. Con la nueva regulación contenida en el art. 143 del Cód. Civ. y
Com., "los miembros no responden por las obligaciones de la persona jurídica". Por lo tanto, no
existe responsabilidad directa de los propietarios por las deudas que asuma el consorcio.
ii) El art. 143 in fine establece que quedan exceptuados los supuestos que expresamente se prevén
en el Título correspondiente a persona jurídica y los previstos en leyes especiales. Al no haberse
establecido en forma especial la responsabilidad subsidiaria el consorcio, esta no rige.
iii) De ello se desprende que no existe responsabilidad ni directa ni subsidiaria de los propietarios
por las deudas que se originen con motivo del funcionamiento del sistema de propiedad
horizontal, aun cuando existe obligación de pagar las expensas, lo que a entender del autor
implica una responsabilidad indirecta con relación al pasivo.
iv) El consorcio responde "contractual" y "extracontractualmente" (17) por las deudas que nacen
de la existencia del inmueble sometido a propiedad horizontal, y ambos tipos de deudas, generan
expensas que deben ser afrontadas por los propietarios en la participación porcentual que les
cabe.
Ahora bien, analizada la "responsabilidad" desde otro punto de vista, cabe poner de relieve que la
obligación de cada "consorcista" se agota con el pago de las expensas que proporcionalmente
adeuda: ningún propietario debe contribuir al pago de las expensas que otro propietario no pague,
y si así lo hiciere se generará un crédito a su favor (18).
Por ende, la responsabilidad de los propietarios por las deudas del consorcio siempre tendrá como
límite la participación que les corresponda en virtud del porcentual que su unidad ocupa en el
total del inmueble.
Sin perjuicio de ello, la responsabilidad por el pago de expensas es "ilimitada": cada propietario
responde con todos sus bienes por el pago de las expensas adeudadas, y no solo con la unidad
funcional de que sea propietario.
A su vez, las expensas adeudadas son ejecutables en contra de los dueños de las respectivas
unidades funcionales, por acción ejecutiva con la emisión del certificado de deuda. En caso de
concurso o quiebra del deudor, existe un privilegio especial sobre el inmueble por deuda de
expensas (arts. 241 inc. 1º LCQ, art. 2582, inc. a], Cód. Civ. y Com.).
En efecto, su "caja" se solventa con las expensas que deben pagar los propietarios de las unidades
funcionales, por lo que tiene crédito —reclamable por vía ejecutiva, y con privilegio (art. 2582, inc.
a], Cód. Civ. y Com. y art. 241 inc. 1º, LCQ, en caso de concurso o quiebra del consorcista)— contra
los consorcistas en igual proporción a su pasivo, y en forma permanente.
De ahí que la insolvencia del consorcio no tiene otro origen más que la falta de pago de expensas.
Frente a dicho panorama, cabe indagar si ante el estado de cesación de pagos del consorcio,
resulta posible hacer uso de las alternativas que brinda la LCQ y, en su caso, si resulta conveniente.
Tal como se explicó, el Código unificado, reconoce expresamente la personalidad jurídica del
consorcio de propietarios (art. 148 inc. h], Cód. Civ. y Com.) poniendo fin a la vieja discusión sobre
este punto, pero nada ha establecido acerca de su concursalidad.
En esta senda, se hace necesario precisar que el art. 163 inc. e) del Cód. Civ. y Com., establece
como causal de disolución de las personas jurídicas la declaración de quiebra y agrega que la
disolución queda sin efecto si la quiebra concluye por avenimiento o se dispone la conversión del
trámite en concurso preventivo, o si la ley especial prevé un régimen distinto.
Por su parte, el art. 2044 del Cód. Civ. y Com., en su último párrafo, dispone que la personalidad
del consorcio se extingue por la desafectación del inmueble del régimen de propiedad horizontal,
sea por acuerdo unánime de los propietarios o por resolución judicial.
En relación a la situación de insolvencia del consorcio, dichos autores han afirmado: "...el
patrimonio del consorcio de copropietarios nunca podría ser insuficiente para responder por las
deudas que lo gravan toda vez que existe una obligación connatural de los copropietarios a
aportar los fondos para el mantenimiento del edificio y el funcionamiento de la propiedad
horizontal..." y que "...la impotencia patrimonial del consorcio para hacer frente a sus
obligaciones, dispara la responsabilidad patrimonial de los copropietarios, quienes deben afrontar
todo lo que el consorcio no puede cancelar (excusión previa de bienes del consorcio)" (21). Desde
esta perspectiva, el consorcio no podría estar en cesación de pagos y no correspondería admitir ni
el concurso ni la quiebra.
Otras voces, si bien reconocen que puede ser útil o conveniente acudir al remedio preventivo,
niegan consecuentemente la posibilidad de apertura del concurso por el hecho de que este
implica una verdadera quiebra en potencia.
Desde otra posición, se afirma que el art. 143 del Cód. Civ. y Com. descarta toda posibilidad de
comprometer el patrimonio individual de los consorcistas ante la insolvencia del ente (22), ya que
esta norma establece de manera expresa que los miembros de la persona jurídica no responden
por sus obligaciones. Por lo tanto, ante el estado de impotencia patrimonial generalizada del
consorcio de propietarios, y siendo que no se encuentra excluido por art. 2º de la LCQ,
correspondería la aplicación de la ley concursal.
Los autores que adhieren a esta postura, si bien reconocen que la aplicación de la LCQ plantea
numerosos interrogantes, sostienen que no existe impedimento para que el consorcio de
propietarios solicite la apertura de concurso preventivo o que acuda al acuerdo preventivo
extrajudicial (APE), pues "nada impide que los órganos propios de la persona jurídica dispongan la
presentación en concurso preventivo, acordando con los acreedores del consorcio un plan de
pagos que solvente las obligaciones adeudadas en tanto los recursos de aquel" (23). Incluso se ha
esbozado la idea de que podría existir responsabilidad del consorcio o sus administradores si no se
acude a la solución preventiva oportunamente (24).
En cuanto a la declaración de quiebra, algunos autores (25) interpretan que la resolución judicial a
la que hace referencia el art. 2044, puede ser la declaración de quiebra que, conforme el art. 163
inc. e), es causal de disolución de la personalidad y, por lo tanto, ante esta decisión judicial se
disuelve el ente, se desafecta el inmueble y se aplica la normativa concursal.
Otros autores (26), en cambio, entienden que como el art. 2044 no prevé la causal de extinción de
la personalidad del consorcio por quiebra, la declaración de falencia no implica la disolución de la
personalidad jurídica.
Por su parte, Vítolo (27) distingue la disolución de la extinción, y afirma que ante el acaecimiento
de causal de disolución por declaración de quiebra, se coloca al ente consorcio en un estado de
liquidación que conserva su personalidad jurídica hasta la extinción por la desafectación del
inmueble del régimen de propiedad horizontal.
VII.1. Introducción
El Código Civil y Comercial de la Nación regula el contrato de fideicomiso a partir del art. 1666.
Entre sus normas, el art. 1687 dispone que ante la insuficiencia de los bienes fideicomitidos para
atender a las obligaciones contraídas en la ejecución del fideicomiso no procede su declaración de
quiebra. La norma indica que ante tal supuesto, y a falta de otros recursos provistos por el
fiduciante o el beneficiario según previsiones contractuales, procede su liquidación, la que estará a
cargo del juez competente, quien debe fijar el procedimiento sobre la base de las normas previstas
para concursos y quiebras, en lo que sea pertinente.
La norma, si bien determina que la liquidación del fideicomiso insolvente se realizará por vía
judicial sobre la base de las normas previstas para concursos y quiebras, en rigor, mantiene al
fideicomiso fuera del régimen concursal, tal como lo hacía la ley 24.441.
Va de suyo que no se trata de aplicar todo el texto de la ley 24.522, sino solamente aquellos
principios que viabilicen la correcta tutela de los acreedores del patrimonio fideicomitido, como
así también, ubiquen el derecho que le cabe a los beneficiarios y, eventualmente al fiduciante.
De esta manera, la disposición aparece como una solución intermedia entre el régimen de
extrajudicialidad extrema y la incorporación lisa y llana del fideicomiso como sujeto pasible de
concurso o quiebra; permite, sin embargo el acercamiento del instituto a las normas de la quiebra
como el régimen más compatible para una liquidación forzosa.
Además de la disposición expresa del art. 1687 del Cód. Civ. y Com., otro de los fundamentos que
se puede enunciar, a fin de considerar inaplicable en forma directa la tutela concursal, es el hecho
de que el fideicomiso es tan solo un contrato: no constituye un sujeto de derecho.
Ahora bien, esta circunstancia, por sí sola, es insuficiente para negar la vigencia o aplicabilidad de
la ley concursal, toda vez que el contrato de fideicomiso da lugar al nacimiento de un "patrimonio
fideicomitido" que constituye un centro de imputación de derechos y obligaciones.
En efecto, posee personería fiscal (art. 5º, inc. c], ley 11.683); y su falta de personalidad jurídica no
lo exime de poder contraer obligaciones para el cumplimiento de sus fines.
Las obligaciones que asuma son solo del fideicomiso y ningún otro participante del contrato debe
asumir la responsabilidad patrimonial por su cumplimiento, ni siquiera el fiduciario, salvo que su
culpa o dolo hayan causado un daño.
Es cierto que no existe una personalidad diferenciada en los términos del art. 141 del Cód. Civ. y
Com., pero no obstante ello, la actuación del fiduciario como administrador de este patrimonio
gravita como un centro de imputación de obligaciones y derechos.
Desde esta perspectiva, es el fideicomiso, en la persona del fiduciario, el que resulta constreñido a
cumplir con sus obligaciones y el que, en caso de incumplimiento, sufrirá la ejecución de los bienes
que conforman el patrimonio de afectación. Es el fideicomiso, representado en el fiduciario, el que
comparecerá, sea como actor o demandado en los procesos administrativos, judiciales o
arbitrales.
Sin embargo, no es el caso del fideicomiso, que ha quedado expresamente excluido por vía del art.
1687 del Cód. Civ. y Com.
Pese a ello, la directriz central de la aplicación analógica de la ley concursal, impuesta por dicha
norma, coadyuva a la aplicación de un régimen ordenado de reparto en caso de la llamada
"insuficiencia" del patrimonio fideicomitido.
Al hablar de liquidación del fideicomiso, debe tenerse presente que pueden presentarse dos
situaciones disímiles:
a) la liquidación por extinción del fideicomiso (patrimonio in bonis), que estará a cargo del
fiduciario cuando el patrimonio alcanza a pagar las deudas contraídas y,
Tal como se apuntó en el apartado precedente, la insuficiencia de los bienes fideicomitidos para
atender a las obligaciones contraídas por el fideicomiso no da lugar a su declaración de quiebra,
pero habilita su liquidación judicial —siempre que no existieran otros recursos provistos por el
fiduciante o el beneficiario según previsiones contractuales—.
Por vía de consecuencia, ante la insuficiencia del patrimonio primeramente habría que requerir
provisión de recursos al fiduciante o al beneficiario, según previsiones contractuales, y recién
después sería viable la liquidación judicial mediante la venta de los bienes existentes y su reparto
entre los acreedores, aplicándose las normas previstas para concursos y quiebras, "en lo que sea
pertinente".
El fiduciario, como entre privado, no puede resolver todas las cuestiones que se susciten en el
marco de la liquidación del fideicomiso, máxime cuando se presenta la situación de que el
patrimonio se encuentra "insolvente".
Ello ha llevado a la imposición de la tutela jurisdiccional con aplicación de las normas de concursos
y quiebras en cuanto resulten pertinentes.
Esta convergencia, o mejor dicho "integración normativa" que impone el art. 1687 del Cód. Civ. y
Com., solo puede ser dilucidada por un órgano judicial dotado de imparcialidad y jurisdicción para
"decir el derecho", asegurando la adecuada tutela de todos los intereses en juego.
Además, el mecanismo coercitivo de que goza el tribunal (que no tenía el fiduciario como órgano
liquidador en el esquema del art. 16 de la ley 24.441) permite tomar medidas más adecuadas para
la conservación y liquidación en forma eficiente del patrimonio fideicomitido (28).
De lo hasta aquí dicho pude advertirse que, en rigor, el legislador ha tratado de articular una
liquidación de "cause procesal judicial", en que el juez respete algunos principios típicamente
concursales, "en lo que sea pertinente".
Dentro de esta tutela judicial que impuso el art. 1687 del Cód. Civ. y Com., el juez competente
será, inicialmente, el concursal, por ser el que se encuentra en mejores condiciones de definir la
aplicación de la LCQ.
En esta senda, los principios basilares de la ley concursal, propios de un reparto universal, como lo
son la cristalización del pasivo, la legitimación de los acreedores por una vía de reconocimiento y,
consecuentemente, el adecuado reparto según el orden de los privilegios llevan inexorablemente
a la aplicación de la ley concursal.
Conforme surge del art. 1687 del Cód. Civ. y Com., el juez competente debe tomar las medidas
que sean necesarias a los fines de la liquidación del patrimonio fiduciario insolvente, aplicando las
normas que rigen los concursos y las quiebras que resulten "pertinentes".
En esta atalaya, corresponde poner de relieve que en su trabajo titulado "Fideicomiso en el Código
Civil y Comercial", Silvio Lisoprawski (29) analiza detenidamente las normas de la ley 24.522 y
efectúa una detallada enumeración de todas aquellas que a su entender resultan aplicables en el
marco de la liquidación judicial del patrimonio fiduciario:
a) En primer lugar, el autor sostiene que la liquidación judicial podrá llegar a producirse por dos
vías: la voluntaria, a pedido del fiduciario, y la coercitiva, como resultado del pedido de las partes:
fiduciante, beneficiario y fideicomisario, o bien por requerimiento de acreedores del patrimonio
fiduciario —por ser estos últimos los que, sin ser parte del contrato, están vinculados
crediticiamente con el patrimonio fideicomitido—.
Afirma que deberán acreditarse los extremos que evidencien la insuficiencia y la necesidad de la
liquidación judicial, teniendo en cuenta que se está frente a un remedio extremo.
b) El jurista entiende que procede la aplicación del recurso de reposición (art. 94, LCQ) a pedido
del fiduciario, cuando la liquidación se hubiere decretado a instancia de un acreedor, de un
beneficiario o de un fideicomisario, fundado en la inexistencia del estado de insuficiencia o bien
porque no se agotaron las vías contractuales previstas para superarlo (v.gr. aportes de los
beneficiarios).
d) Respecto a quién oficia como liquidador, considera que sin duda requiere especialización, por lo
que la asistencia de profesionales en Ciencias Económicas resulta necesaria, de la misma manera
que la existencia de letrados que coadyuven en el imprescindible análisis jurídico.
El autor señala que la cuestión pasa por elegir entre un funcionario designado por el juez a la
manera de un interventor judicial o lisa y llanamente recurrir a los profesionales que son propios
del sistema concursal —es decir, los síndicos—. Entiende que estos últimos, por su especialidad,
parecen ser los más indicados para esta labor.
e) Manifiesta que en el decreto de liquidación, el juez adoptará las directivas del art. 88 de la LCQ
y, incluso la fijación de la fecha hasta la cual se pueden presentar las solicitudes de verificación de
créditos ante el liquidador y la de presentación de los informes individual y general,
respectivamente. Afirma que de dicha manera se abrirá el período informativo en el que todos los
acreedores por causa o título anterior a la declaración de liquidación, deben formular al liquidador
el pedido de verificación de sus créditos, indicando monto, causa y privilegios.
f) Señala que, respecto del período informativo, se aplicaría el art. 200 de la LCQ, reiterándose el
esquema procedimental contenido en los arts. 32 a 40 de la misma ley, en cuanto a las facultades
de información del liquidador, la formación de legajos correspondientes a los acreedores que
soliciten la verificación de sus créditos, el período de observación y su mecánica, y por último el
informe individual del art. 35 y el general del art. 40 de la ley falimentaria.
En esta línea, indica que el juez deberá resolver acerca de la procedencia y alcances de las
solicitudes formuladas por los acreedores (arg. art. 36, LCQ). Afirma que el crédito o privilegio no
observados por el liquidador, el fiduciario o los acreedores, debe declararse verificado, si el juez lo
estima procedente. Cuando existan observaciones —indica—, el juez debe decidir declarando
admisible o inadmisible el crédito o el privilegio. También entiende que resulta aplicable el art. 37
de la LCQ, en cuanto a los efectos de la referida decisión judicial.
g) Como principio, indica que una vez declarada la liquidación, todos los acreedores quedan
sometidos a su régimen (art. 125 LCQ).
h) El jurista añade que los acreedores con hipoteca o prenda pueden reclamar en cualquier
momento el pago mediante la realización de la cosa sobre la que recae el privilegio, previa
comprobación de sus títulos en la forma indicada por el art. 209, sin necesidad de verificar
previamente.
i) Entiende que la declaración de liquidación produce la caducidad de los plazos; que las
obligaciones pendientes de plazo se consideran vencidas de pleno derecho a la fecha de la
sentencia de liquidación del fideicomiso (art. 128, LCQ); y que rige la suspensión del curso de los
intereses de todo tipo a la fecha de la declaración de liquidación, con los efectos y alcances del art.
129 de la LCQ.
j) En cuanto a las acciones judiciales iniciadas contra el fideicomiso —en rigor, en contra del
fiduciario que lo encabeza y en relación al patrimonio fideicomitido—, entiende que la liquidación
provocará el fuero de atracción ante el juez que dirige la liquidación, en los términos del art. 21 de
la ley concursal.
k) Señala que la ejecución de las garantías reales (hipotecas, prendas) sobre bienes que
corresponden al patrimonio fiduciario se rige por los arts. 126, párr. 2º, y 209 de la LCQ.
l) Opina que el liquidador está legitimado para el ejercicio de los derechos emergentes de las
relaciones jurídicas patrimoniales establecidas por el fiduciario antes de la liquidación del
patrimonio fideicomitido (art. 142, LCQ); y que cuando se trate de contratos con prestaciones
recíprocas pendientes se estará a lo dispuesto en los arts. 143 y 144 del ordenamiento concursal.
El autor indica que una hipótesis frecuente será la de los beneficiarios de un fideicomiso
inmobiliario con característica "asociativa", que efectuaron aportes para adquirir una unidad en un
emprendimiento. Señala que en estos casos, si bien no estamos frente a un boleto de
compraventa, sino frente a la relación personal que vincula al beneficiario y al fideicomisario con
el fideicomiso, esa relación y el objeto hacen asimilable la situación al supuesto del art. 146 citado,
por imperio de lo dispuesto por el art. 159 de la LCQ, que habilita la aplicación analógica de
normas atendiendo a la debida protección del crédito, la integridad del patrimonio del deudor y
de su empresa, el estado de concurso y el interés general.
n) Entiende que, en cuanto a la liquidación y la distribución, serían aplicables los arts. 203 a 218 de
la LCQ. No cabe ninguna duda que el aspecto más relevante lo constituye el proyecto de
distribución, con el resultado de la realización de los bienes, las reservas necesarias, incluidos los
honorarios de los profesionales que intervengan en el proceso liquidador.
ñ) El jurista tiene una opinión favorable respecto del pago preferente de los "gastos de
conservación y de justicia" (art. 240, LCQ).
o) Asimismo, manifiesta que rige el orden de privilegios previsto para la quiebra. En consecuencia,
deduce que deberá observarse la prelación impuesta por los arts. 239 a 250 de la LCQ.
Así, el sistema de ineficacia concursal no podría alcanzar la gestión del órgano fiduciario y a esos
fines solo podría ejercitarse la acción revocatoria o pauliana del derecho común con todos los
recaudos requeridos por el art. 338 y siguientes del Cód. Civ. y Com.
En una palabra, la gestión del fiduciario, por implicar un negocio de confianza, no está sujeta a las
relaciones de mandato, pese a lo cual, en su carácter de titular del patrimonio fideicomitido,
resulta un verdadero "administrador" que en principio solo responde con los bienes del
patrimonio fideicomitido (30).
Más allá de ello, cabe poner de relieve que no procede la limitación de responsabilidad si se
prueba una conducta subjetiva reprochable del fiduciario o sus dependientes y en este caso, la
indemnización es plena (31). En tal caso, la acción de responsabilidad debe encauzarse a la manera
que lo establece el art. 175 del estatuto falimentario.
Va de suyo que tampoco resultan aplicables los efectos personales derivados del estatuto
falimentario, a excepción del deber de colaboración que podría recaer en cabeza del fiduciario
(art. 102, LCQ).
VII.7. La situación de los beneficiarios y de los fideicomisarios frente a la distribución del producido
entre los acreedores
La insuficiencia patrimonial, en la mayoría de los casos, culminará con una distribución del
producido entre los acreedores del fideicomiso.
Frente a dicha circunstancia, surge como interrogante cuál será el destino del eventual remanente.
También queda por dilucidar si los beneficiarios o fideicomisarios, a los que asiste solo un derecho
personal, tienen un tratamiento en la ley distinto a cualquier otro acreedor del patrimonio
fiduciario.
La normativa del Cód. Civ. y Com. no les da ningún tratamiento especial por esa sola calidad: ni
mejora su posición, ni los relega frente a acreedores del patrimonio fiduciario que no son parte del
contrato.
Entonces, salvo que el mismo contrato se establezca una subordinación de las partes para —por
ejemplo— mejorar el perfil de crédito de los terceros; o que dicha subordinación resulte de
estipulaciones contractuales convenidas con alguno o todos los acreedores, no se avizora una
expresión en la ley que nos oriente respecto de un derecho mejor o —a la inversa— una
postergación del derecho de los beneficiarios y/o fideicomisarios respecto de aquellos (32).
Entendemos que el esquema legal impone abonar primero a los acreedores del patrimonio
fideicomitido, luego a los beneficiarios y, por último al destinatario final de dichos bienes en un
orden de prelación o régimen de subordinación legal.
Cabe poner de relieve que en la provincia de Córdoba, con fecha 10/07/2017, el Juzgado de
Primera Instancia y 33º Nominación en lo Civil y Comercial —con competencia exclusiva en
Sociedades y Concursos— ordenó la liquidación judicial de un fideicomiso inmobiliario (33).
La magistrada titular del juzgado analizó su competencia, ponderando que el fuero concursal es el
apropiado para entender en el trámite relativo a la liquidación de un patrimonio fideicomitido en
sede judicial, a partir de que la pretensión de fondo resulta gobernada —prima facie— por las
reglas y principios que rigen a los concursos y quiebras. En esta senda, la sentenciante puso de
relieve que el juez concursal es el que en mejores condiciones se encuentra para tal cometido,
atento que las cuestiones relativas a la liquidación patrimonial del fideicomiso no resultan ajenas
al instituto de la falencia y, por ende, los tribunales con competencia específica asignada en la
materia son los más idóneos para la aplicación de las normas de la ley 24.522 a la liquidación del
fideicomiso.
Asimismo, caviló si bien la liquidación procede a "falta de otros recursos provistos por el fiduciante
o el beneficiario según previsiones contractuales", en el caso concreto sometido a su decisión el
contrato de fideicomiso no contenía pautas al respecto, por lo que se encontraba habilitada, a su
entender, la pretensión de liquidación judicial.
En función de ello, procedió a fijar el procedimiento de liquidación, "sobre la base de las normas
previstas para concursos y quiebras, en lo que sea pertinente": invocó la vigencia de los principios
de "universalidad" y "colectividad", y entendió aplicables aquellos dispositivos que prevén la
concurrencia de los acreedores del fideicomiso para el reconocimiento de sus créditos (arts. 125 a
128, 200, 209 y ccds. LCQ), la cristalización del pasivo (art. 129 LCQ), la suspensión de ejecuciones
individuales en contra del fideicomiso (arts. 21, 132 y 133 LCQ), la enajenación de los bienes
fideicomitidos (arts. 203 a 217 LCQ) y el reparto de su producido (arts. 218 a 221 LCQ), conforme a
parámetros distributivos que velan por la "igualdad de trato de los acreedores") y con respeto al
orden de privilegios establecido por el ordenamiento concursal (arts. 239 a 250 LCQ). Por su parte,
postergó la decisión sobre la aplicación de otras tantas reglas concursales para la oportunidad en
que se configurasen eventuales situaciones conflictivas o dudosas.
En dicho contexto, consideró que el proceso debía invariablemente transitar por las etapas (a)
informativa (arts. 200, 34 a 40); (b) liquidativa (arts. 203 a 217) y (c) distributiva (arts. 218 a 221);
con aplicación de las normas relativas a la publicidad, anotaciones registrales pertinentes, toma de
razón de cautelares en resguardo de los bienes fideicomitidos, como también cuanto refiere a las
reglas procesales en cuanto corresponda (arts. 273 a 287 LCQ).
Por su parte, habilitó al fiduciario para continuar en ejercicio de sus funciones hasta la extinción
del fideicomiso, por el hecho de haber demostrado responsabilidad y diligencia en el manejo de
los negocios.
En cuanto al sujeto encargado de llevar adelante la liquidación, la juez se apartó de la figura de la
sindicatura y encomendó la tarea a dicho fiduciario y a un "liquidador" a desinsacularse de la "Lista
de Coadministradores".
Como punto de partida, cabe poner de relieve que la celebración del matrimonio produce efectos
diversos que se proyectan en dos segmentos: el personal y el patrimonial. Los efectos
patrimoniales abarcan las relaciones de carácter económico que surgen entre los cónyuges entre sí
y de ellos con terceros. De allí, los regímenes patrimoniales conforman un conjunto de normas que
establecen las reglas que los cónyuges deben observar al actuar en diversas esferas, tales como la
administración de los bienes, la contribución a los gastos del hogar, la respuesta por las deudas
contraídas por ambos, la división de bienes al final del matrimonio, entre otras. Todas dichas
relaciones van a variar según sea el régimen legal aplicable (34).
El Código Civil velezano instituía, como régimen patrimonial único, forzoso y legal del matrimonio,
la comunidad restringida de división por mitades, diferida, de administración y responsabilidad por
deudas separada. Excepcionalmente podía acudirse al instituto de la separación judicial de bienes
por la vía que establecía el art. 1294 del Código derogado.
Este sistema básico creado se construye en base a los siguientes pilares: a) el deber de
contribución (art. 455, Cód. Civ. y Com.), b) la solidaridad entre éstos (art. 461), (c) la protección
de la vivienda familiar (art. 456, remitimos a lo explicado en el apartado II.3).
Como ya se comentara, la novedad del Cód. Civ. y Com. estriba en otorgar la libertad a los
contrayentes de optar por dos regímenes patrimoniales: el de la comunidad o el de separación de
bienes.
El régimen de comunidad de bienes —que hasta la sanción del Cód. Civ. y Com. era el único
régimen vigente en el derecho argentino— se encuentra regulado a partir del art. 463.
Se caracteriza por la formación de una masa de bienes que pertenece a los dos esposos, y que ha
de repartirse entre ellos al disolverse por cualquier causa el matrimonio. La masa se integra solo
con lo ganado por cada uno de los cónyuges luego del matrimonio.
Es el régimen que rige ante la falta de opción expresa, por ser el sistema que mejor responde a la
idea de "proyecto de vida en común", que es un componente esencial del matrimonio; de allí que
el Cód. Civ. y Com. se inclina por receptar como régimen legal supletorio el que está totalmente
instalado en la cultura jurídica nacional y que, además, se condice con la finalidad del matrimonio
(36).
De este modo, el Cód. Civ. y Com. ha diseñado una comunidad de ganancias sobre la base del
sistema que ya se encontraba consolidado.
La modificación cardinal introducida por el Cód. Civ. y Com. al régimen patrimonial del matrimonio
consiste en la posibilidad de optar por el régimen de separación de bienes, que durante la vigencia
del Código Civil derogado solo era asequible por vía del entonces vigente art. 1294, en los
limitados supuestos que establecía la norma.
Hoy los esposos pueden adherir al régimen de manera convencional (arts. 446 inc. d] y 449 del
Cód. Civ. y Com.) o judicial (art. 477).
El sistema consiste en la falta de distinción absoluta entre bienes propios y gananciales: todos son
propios, ya que ninguna comunidad surge con el matrimonio.
Las únicas limitaciones impuestas son el asentimiento del cónyuge no titular sobre la vivienda
familiar y los muebles indispensables de esta, previstos en el art. 456 Cód. Civ. y Com. y la
responsabilidad solidaria por las deudas que alguno de los ellos haya contraído para solventar las
necesidades del hogar o el sostenimiento y educación de los hijos comunes, a tenor de los arts.
455 y 461 Cód. Civ. y Com.
No tiene más procedimientos de liquidación que los de cualquier división de condominio y solo si
hubiese bienes comunes, con lo cual parece ser el más simple de todos los regímenes
patrimoniales posibles (37).
En el régimen de separación, en que cada uno de los cónyuges conserva la libre administración y
disposición de sus bienes personales, se consagra el principio genérico de responsabilidad
separada por deudas: separación en la gestión se traduce en separación, también, en la
responsabilidad. En una palabra, responde quien contrajo la deuda.
Así, el art. 455 del Cód. Civ. y Com. establece que los cónyuges deben contribuir a su propio
sostenimiento, al del hogar y al de los hijos comunes en proporción a sus recursos. La obligación se
extiende a las necesidades de los hijos menores de edad, con capacidad restringida, o con
discapacidad de uno de los cónyuges que conviven con ellos. La responsabilidad, en estos casos, es
solidaria (art. 461). Fuera de dichos casos ningún cónyuge responde por las obligaciones del otro.
En el régimen de comunidad cada uno de los cónyuges responde frente a sus acreedores con
todos sus bienes propios y los gananciales por él adquiridos (art. 467, Cód. Civ. y Com.).
Pero, además, se perfila otro supuesto de responsabilidad, solo para consortes bajo el régimen de
comunidad: la responsabilidad concurrente que surge del art. 489 del Cód. Civ. y Com. frente a
deudas contraídas para el sostenimiento de la comunidad y del art. 467 in fine por los gastos de
conservación y reparación de los bienes gananciales.
Desde otro punto de vista, se han distinguido las deudas que pueden ser contraídas durante la
vigencia del matrimonio, clasificándolas en personales, conjuntas y comunes.
a. Las deudas personales son todas las asumidas por cada esposo durante el matrimonio en su
actividad comercial, industrial, profesional o de origen legal, como obligaciones alimentarias,
resarcitorias, etc.
Por estas deudas responde solo el esposo que las contrajo, sin importar el régimen patrimonial por
el que se hubiese optado (arg. arts. 505, 467, primer párrafo y 461 in fine, Cód. Civ. y Com.).
b. Las deudas conjuntas son aquellas en que ambos esposos asumen voluntariamente y en
"conjunto" —entre los dos— determinadas obligaciones, ya sea mancomunadamente,
solidariamente o uno en calidad de fiador de otro. En consecuencia, el concepto "deuda común"
está solamente destinado a explicar el régimen especial de ciertas obligaciones, que se rigen por
los principios generales de derecho civil que las regulan.
c. Las deudas comunes o solidarias son aquellas obligaciones personales de cada esposo, o sea,
asumidas en forma individual, pero que, basándose en el deber de contribuir a las cargas del
hogar, la ley ha considerado equitativo que pesen sobre ambos esposos.
Al respecto, el art. 455 del Cód. Civ. y Com. determina una obligación impuesta a los esposos,
cualquiera sea el régimen patrimonial por el que hubieran optado, consistente en contribuir con
los aportes necesarios para su propio sostenimiento, el del hogar y el de los hijos comunes. La
obligación se extiende a la necesidad de los hijos menores de edad, con capacidad restringida, o
con discapacidad de uno de los cónyuges que conviven con ellos. La medida del aporte se exige
"en función de los recursos" de cada cónyuge.
Dicho dispositivo encuentra su correlato en el art. 461, que determina la responsabilidad solidaria
de los cónyuges por las obligaciones contraídas por uno de ellos para solventar las necesidades
ordinarias del hogar o el sostenimiento y la educación de los hijos, de conformidad a lo dispuesto
por el antedicho art. 455.
Así, tanto en el supuesto de separación de bienes como el de comunidad, si uno de los cónyuges
contrajera deudas para satisfacer las necesidades del hogar, el otro esposo puede verse compelido
a responder por ellas tanto con los bienes propios —en caso de separación o de comunidad—,
como con los de los gananciales que él administra —en caso de comunidad—.
En el régimen de comunidad, sin embargo, pueden agregarse dos supuestos más de deudas
concurrentes: los gastos de conservación y reparación de los bienes gananciales, por los que
responde también el cónyuge que no contrajo la deuda (art. 467 in fine, Cód. Civ. y Com.) y las
cargas de la comunidad (enumeradas en el art. 489, Cód. Civ. y Com.).
En resumen, el sistema de deudas originadas durante el matrimonio parte del esquema de gestión
separada de los esposos, instituido por el Cód. Civ. y Com. para ambos regímenes patrimoniales.
En definitiva, cualquiera sea el régimen por el cual opten los esposos, la solución será la misma:
ante una obligación contraída por uno de ellos, solo él responde, ilimitadamente, con su
patrimonio —bienes propios y gananciales que administra, según cada caso—. El otro esposo, en
cambio, no responde nunca por las deudas contraídas por su cónyuge, salvo en el excepcional
supuesto de una deuda común, es decir, de un carga familiar. El Cód. Civ. y Com. ha estatuido una
suerte de "separación" de responsabilidades que apunta a que un cónyuge no se vea afectado por
la ejecución de las deudas contraídas por el otro.
Las únicas excepciones al sistema de separación de responsabilidad son: a) las deudas solidarias
por el deber de contribución (arts. 455 y 461, Cód. Civ. y Com.), que se verifican en ambos
regímenes patrimoniales, y b) las deudas concurrentes por cargas de la comunidad (art. 489 Cód.
Civ. y Com.) y por conservación y reparación de bienes gananciales (art. 467 in fine, Cód. Civ. y
Com.), que solo operan en el régimen de comunidad de bienes.
Cabe memorar que el art. 16 de la LCQ prohíbe al deudor realizar actos a título gratuito o que
importen alterar la situación de los acreedores por causa o título anterior a la presentación
concursal, los que no pueden realizarse ni aún con autorización judicial.
A su vez, la norma citada establece un elenco de los actos sujetos a autorización según su
conveniencia para la continuidad del giro del deudor. Estos actos son: a) relacionados con bienes
registrables; b) los de disposición o locación de fondos de comercio con los alcances de la ley
11.867, c) los de emisión de debentures y hoy, debe entenderse también, obligaciones negociables
según ley 23.547, cualquiera sea su régimen de garantía; d) los de constitución de prenda o
hipoteca y e) todo otro acto que exceda de la administración ordinaria del giro o actividad del
deudor.
Ahora bien, cuando el concursado en su calidad de esposo advierte que necesita realizar alguno de
los actos sujetos a autorización enumerados en el art. 16 de la ley 24.522 y este negocio afecta un
bien ganancial registrable, aparece también la vigencia del art. 470 del Cód. Civ. y Com. En caso de
que el bien implicado lo constituya la vivienda familiar o los bienes indispensables de esta, entra
en juego también el art. 456.
De este modo, se advierte que pueden confluir el art. 16 de la ley concursal y los arts. 456 y 470
del Cód. Civ. y Com. en orden a la realización de un determinado negocio jurídico, lo cual
impondrá, en muchos casos, el doble contralor del síndico y del cónyuge no administrador o no
propietario, ante la necesidad de contar con su asentimiento.
Ante la hipótesis de negativa del esposo, surge el conflicto sobre el criterio final: ¿cómo se
soluciona el diferendo? Es decir, ¿qué juez resulta competente para resolver el conflicto? ¿El de
familia o el de concurso? En nuestra opinión, toda vez que la cuestión afecta el proceso universal
del concurso, o sea, a los bienes gananciales de administración del cónyuge deudor y concursado,
debe ser el juez concursal el que resuelva la controversia, aspecto que puede inferirse de lo
dispuesto expresamente por el art. 717 del Cód. Civ. y Com.
El régimen patrimonial del matrimonio implica que, en muchos casos, los esposos podrán utilizar
el remedio del art. 68 de la LCQ, es decir, el concurso del garante, ya sea que el esposo no deudor
haya garantizado deudas personales de su cónyuge, ambos las hayan contraído conjuntamente o
sean deudas solidarias por constituir cargas del hogar.
En este supuesto, concurrirán como acreedores todos aquellos que contrataron con el cónyuge
"insolvente", sin perjuicio de lo cual aparece también la legitimación en aquellos casos donde
existen deudas conjuntas o concurrentes y, muy especialmente, las de los acreedores por cargas
del hogar conyugal, a tenor de los arts. 455 y 461, sin perjuicio del derecho que tienen de
perseguir el cobro de la deuda en contra del esposo in bonis.
Se encuentra prevista en el art. 477 del Cód. Civ. y Com., en que dispone: "La separación judicial
de bienes puede ser solicitada por uno de los cónyuges: a. si la mala administración del otro le
acarrea el peligro de perder su eventual derecho sobre los bienes gananciales; b. si se declara el
concurso preventivo o la quiebra del otro cónyuge; c. si los cónyuges están separados de hecho sin
voluntad de unirse; d. si por incapacidad o excusa de uno de los cónyuges, se designa curador del
otro a un tercero".
La norma enumera de manera taxativa las causas por las que un cónyuge puede requerir la
extinción de la comunidad por vía de la acción de separación judicial de bienes. Mantiene las
causales de mala administración que puedan acarrear afectación del derecho a la ganancialidad, la
declaración de concurso preventivo, previstas en el régimen de Vélez, e incorpora nuevos
supuestos: la declaración de quiebra del cónyuge y la separación de hecho sin voluntad de unirse.
Del dispositivo legal surge, entonces, que tanto el concurso preventivo de uno de los esposos
como su quiebra judicial habilitan al otro a solicitar la separación judicial de bienes, y ambos
supuestos constituyen causales objetivas: basta la declaración judicial de concurso o de quiebra,
sin tener que adentrarse a evaluar si hubo mala administración. No es necesario probar la
existencia de peligro de perder el derecho sobre los bienes gananciales.
Se ha señalado (38) que la extinción de la comunidad por efecto de la separación judicial de bienes
no impacta sobre el vínculo matrimonial, que subsiste, pero, a partir de entonces, las relaciones de
contenido económico de los cónyuges se regirán por las normas previstas en los arts. 505 a 508
del Cód. Civ. y Com.
Así, como consecuencia, deberá liquidarse la comunidad para iniciar el nuevo régimen en el que el
patrimonio de cada cónyuge estará integrado por los bienes propios o privativos; los otrora
gananciales que le fueran adjudicados en la partición de la comunidad; y con los que incorporen a
su patrimonio con posterioridad a la extinción.
En este aspecto, resulta importante señalar que en el caso de falencia, el cónyuge no fallido que
obtiene la separación de bienes por quiebra del otro no puede lograr la mitad de los gananciales o
su valor líquido, sin antes desinteresar a los acreedores del esposo fallido y cubrir los gastos y
costas del concurso, pues ello implicaría convertir al cónyuge in bonis en una suerte de acreedor
de dominio, sin que ostente jurídicamente dicha calidad (39).
Dicho de otro modo, el cónyuge no fallido, que solicita la separación de bienes, carece de
privilegio para tomar el 50% de sus gananciales, de modo que el patrimonio del cónyuge deudor
quedará afectado a la agresión de los acreedores del proceso universal.
Conforme el escenario normativo reseñado, y tratándose de una acción facultativa que tiene un
fin tuitivo (amparar el derecho eventual a los gananciales del cónyuge del concursado/fallido),
corresponderá analizar, en cada caso, en qué medida tal fin se realiza o en qué medida la acción
contemplada por el Cód. Civ. y Com. puede resultar beneficiosa para el cónyuge del sujeto
concursado o fallido (40) .
Asimismo, la autora agrega que podrá administrar los bienes que adquiera en el futuro sin las
restricciones impuestas por el art. 470 Cód. Civ. y Com.; y, si hubiese algún remanente en el
concurso del cónyuge, recogerá todo o parte de sus gananciales y abrirá el juego de las
recompensas y la recomposición de los bienes propios empleados en ventaja de lo ganancial.
Una vez definidos cuáles son los bienes gananciales propiamente dichos, debe proceder también a
analizar la viabilidad de la separación según la naturaleza de aquéllos, y disponer el
correspondiente inventario y distribución, estableciendo qué parte corresponde a cada uno de los
cónyuges.
Habrá supuestos en donde la divisibilidad de los bienes permitirá la asignación a cada uno de los
cónyuges, otros en los cuales se podrá convenir la compensación o, en caso de indivisibilidad,
corresponderá ordenar la subasta y distribución del remanente, siempre teniendo presente que
aunque la acción haya sido ejercida por el cónyuge in bonis, no pueden afectarse los derechos de
los acreedores por deudas conjuntas y solidarias.
Cabe afirmar que la legitimación activa de los acreedores a que refiere el art. 2360 del Cód. Civ. y
Com. debe entenderse solo en favor de la petición de quiebra, pues nadie puede solicitar el
remedio preventivo de su deudor.
El art. 2579 del Cód. Civ. y Com. establece que en los procesos universales los privilegios se rigen
por la ley aplicable a los concursos, exista o no cesación de pagos.
Esta norma guarda relación directa con el art. 239 de la LCQ, el que en su primer párrafo dispone
que existiendo concurso, solo gozarán de privilegio los créditos enumerados por dicho plexo legal,
y conforme sus disposiciones.
Ahora bien, dado que la norma civil refiere a los procesos universales en forma integral, también
los procesos sucesorios quedan sujetos a este régimen cuando se trate de graduar el orden de
cobro de los acreedores.
Cabe poner de relieve que el Código Civil y Comercial recoge la clásica distinción entre privilegios
generales y especiales.
Ahora bien, en su art. 2580 dispone que los privilegios generales solo podrán ser hechos valer en
los procesos universales y no en las ejecuciones individuales.
La norma también estipula que los privilegios generales se rigen siempre por la ley aplicable a los
concursos, con lo cual se despejan las dudas que generaban las normas del Código Civil velezano
(arts. 3879, 3880, 3918 y demás que reglaba el orden de los distintos privilegios).
En función de la regla que enuncia en materia de privilegios generales, el Código Civil y Comercial
solo se ocupa de los privilegios especiales, enunciándolos en el art. 2582.
No puede dejar de advertirse que la enumeración guarda gran similitud de con el elenco de
privilegios detallado en el art. 241 de la Ley Concursal, aunque existen algunas diferencias que a
continuación se enuncian.
En primer lugar, puede observarse es que el art. 2582 inc. a] del Cód. Civ. y Com., referido al
privilegio de que gozan los gastos hechos para la construcción, mejora o conservación de la cosa
incluye el crédito por expensas comunes en la propiedad horizontal.
Dicho rubro no se encuentra enumerado expresamente en el art. 241, inc. 1º de la LCQ —que se
encarga de regular idéntico privilegio especial en materia concursal—.
Sin embargo, la doctrina concursalista ya lo había entendido incluido en la órbita del dispositivo
legal (42). Hoy, con la nueva redacción, cualquier duda que pudiera existir al respecto debería
quedar superada.
Por otro costado, en la legislación civil el privilegio del retenedor ocupa el cuarto lugar y los
derechos reales el quinto lugar mientras que en la ley concursal dicho orden se invierte.
Más allá de ello, cabe poner de resalto que si bien en el orden de prelación de los incisos del art.
241 de la LCQ este privilegio aparece en quinto lugar, por imperio de lo normado por el art. 243
inc. 2º, íb., el derecho de retención prevalece sobre los créditos con privilegio especial si la
retención comenzó a ejercerse con anterioridad al nacimiento de dichos créditos privilegiados.
A su vez, y también en relación al derecho de retención, el art. 241 inc. 5º de la LCQ dispone que
"el privilegio se extiende a la garantía establecida en el art. 3943 del Cód. Civil". Dicha norma,
correspondiente al Código Civil de Vélez, no tiene equivalente en el actual Cód. Civ. y Com. No
obstante, aún podrían otorgarse cauciones o constituirse garantías para liberar la cosa retenida,
en cuyo caso, señala la doctrina (43), el privilegio especial establecido en la ley concursal se
extendería a dichas garantías.
Finalmente, se ha señalado (44) que los privilegios especiales "adicionales" que consagra el art.
2582 del Cód. Civ. y Com., y que no se encuentran enumerados en la LCQ, no pueden entenderse
aplicables a los concursos, conforme surge con claridad de los arts. 2579 del plexo civil y comercial
y del art. 239 de la legislación especial.
Dichos privilegios, que solamente rigen en procesos individuales, son: (i) privilegio especial laboral
sobre inmuebles que corresponde a los dependientes ocupados por el propietario en la edificación
reconstrucción o reparación de aquellos (art. 2582, inc. b], Cód. Civ. y Com.); (ii) crédito tributario
por contribución de mejoras (art. 2582, inc. c]) y el crédito garantizado con anticresis (art. 2582,
inc. e]).
El Código se ocupa de regular la extensión de los privilegios en el art. 2583, y la forma de resolver
los conflictos entre acreedores con privilegio especial en el art. 2586.
Dichas normas civiles encuentran sus respectivos correlatos en la legislación falimentaria, arts. 242
y 243, respectivamente, las que, por lo tanto, prevalecen en el proceso concursal (arg. arts. 2579,
Cód. Civ. y Com. y 239, LCQ).
En esta senda, el art. 243 de la LCQ establece que el orden de prelación de los privilegios resulta
del orden de los incisos del art. 241. No obstante, la norma hace una salvedad: en el caso del inc.
4º —hipoteca, prenda, warrants, debentures y obligaciones negociables con garantía especial y
flotante— rigen los respectivos ordenamientos.
Así, resulta aplicable, por vía transitiva, el art. 2586 del Cód. Civ. y Com., el que regula el rango
cuando los créditos con garantía real concurren con créditos fiscales y gastos de construcción,
mejora y conservación de la cosa (inc. c]), con créditos laborales (inc. e]), o con ambos (inc. d]).
En función de lo dispuesto por dicho dispositivo legal, el privilegio de los créditos con garantía real
prevalece sobre los créditos fiscales y el de los gastos de construcción, mejora o conservación,
incluidos los créditos por expensas comunes en la propiedad horizontal, si dichos créditos se
devengaron con posterioridad a la constitución de la garantía (inc. c]). Por su parte, los créditos
fiscales y los derivados de la construcción, mejora o conservación de la cosa, incluidos los créditos
por expensas comunes en la propiedad horizontal, prevalecen sobre los créditos laborales
posteriores a su nacimiento (inc. d]). Finalmente, los créditos con garantía real prevalecen sobre
los créditos laborales devengados con posterioridad a la constitución de la garantía.
Corresponde aclarar que el Cód. Civ. y Com. regula la prenda sobre cosas muebles no registrables
o créditos instrumentados (art. 2219), dejando a salvo la prenda con registro, la que se rige por la
legislación especial.
En este orden de ideas, es de plena aplicación el art. 43 del dec.-ley 15.348/46, que estipula las
preferencias en caso de liquidación de los bienes afectados a la prenda con registro.
Por otro costado, el art. 2585 se ocupa de reglar la "reserva de gastos", una suerte de
"superprivilegio" en orden a los importes correspondientes a la conservación, custodia,
administración y realización del bien asiento del privilegio.
En este sentido, se incluyen todos los gastos y honorarios generados por las diligencias y
tramitaciones llevadas a cabo sobre el bien y en interés del acreedor.
Estos créditos tienen la máxima categoría de rango posible, pues incluso desplazan a al privilegio
especial que recae sobre la cosa.
La solución es lógica, pues la preferencia parte de la realidad incontrastable de que para hacer
efectivo el asiento del privilegio es necesario realizar ciertos gastos en beneficio del acreedor.
Dicha norma fue confrontarse con el art. 244 de la LCQ, con idéntico contenido.
Finalmente, según el art. 2581 del Cód. Civ. y Com., los créditos sin privilegio o quirografarios
concurren a prorrata entre sí, salvo disposición expresa en contrario.
En idéntica línea, el art. 248 de la LCQ explicita que los créditos a los que no se reconocen
privilegios son comunes o quirografarios. El art. 249, por su parte, estipula que "no alcanzando los
fondos correspondientes, a satisfacer íntegramente los créditos con privilegio general, la
distribución se hace a prorrata entre ellos. Igual norma se aplica a los quirografarios".
X. Epítome
Tal como se advierte del relato realizado, la regulación contenida en el Código Civil y Comercial
tiene una serie de disposiciones que se reflejan en materia concursal.
En primer lugar, la enumeración de bienes que constituyen la garantía patrimonial y los supuestos
de exclusión, tiene incidencia directa en lo que respecta a los bienes que pueden ser objeto de
desapoderamiento en la quiebra.
Un supuesto de gran trascendencia lo constituye el capítulo del Cód. Civ. y Com. que protege la
vivienda personal —y no solamente familiar—, cuya inscripción resulta necesaria a los fines de la
oponibilidad de la protección.
A lo dicho, cabe agregar la tutela que consagra el Código, sin necesidad de inscripción, cuando el
deudor se encuentra casado, o registra unión convivencial inscripta, en relación no solo al
inmueble sede del hogar común, sino también a todos los bienes indispensables que lo integran.
Por otro costado, existen una serie de normas contenidas en el Código que inciden en lo relativo
los efectos de la quiebra sobre las relaciones jurídicas Tal es el caso del art. 353 del Cód. Civ. y
Com., relativo a la caducidad de los plazos; la regulación de la compensación y el derecho de
retención.
Otro capítulo fundamental lo constituye la correlación entre las normas fondales del Código Civil y
Comercial y las pautas de prosecución o resolución de los contratos, regladas en los arts. 20, 145 y
ccds. de la LCQ.
Por su parte, el boleto de compraventa mantiene la tutela que hoy se encuentra incorporada en la
ley concursal, en el art. 146, y clarifica el requerimiento de la fecha cierta.
También merecen destacarse las normas relativas a la contabilidad, forma de llevar los libros y
exhibición general y parcial de éstos, según sea el caso, en directo correlato con las facultades de
la sindicatura a tenor del art. 33 de la ley concursal, y de las diferentes auditorías que esta debe
realizar en orden a los diversos informes que debe presentar durante toda la marcha del proceso.
Desde otro orden, ciertos dispositivos legales del Código de fondo inciden de manera directa en el
presupuesto subjetivo de los concursos; en el caso del consorcio de propietarios subsisten las
dudas en torno a la posibilidad de su concursamiento.
Por último, un capítulo relevante lo constituye la clarificación sobre el modo de aplicación de los
privilegios generales y especiales.
(1) JUNYENT BAS, Francisco - MOLINA SANDOVAL, Carlos, "Ley de Concursos y Quiebras,
Comentada y actualizada", Ed. Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 2011, p. 15.
(2) RIVERA, Julio César, "Instituciones de Derecho Concursal", Ed. Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2003,
t. I, p. 17.
(3) ROUILLON, Adolfo A. N., "Régimen de Concursos y Quiebras. Ley 24.522", Ed. Astrea, Buenos
Aires, 2016, p. 218.
(4) JUNYENT BAS, Francisco - FLORES, Fernando M., "La tutela de la vivienda", Advocatus, 2001, p.
27 y ss.
(5) KEMELMAJER DE CARLUCCI, Aída, "Protección jurídica de la vivienda familiar", Ed. Hammurabi,
Buenos Aires, 1995, p. 24 y ss.
(9) RUBÍN, Miguel, "Continuación de la actividad empresarial en la quiebra", Ed. Ad-Hoc, Buenos
Aires, 1991, p. 274.
(10) QUINTANA FERREYRA, Francisco - ALBERTI, E. M., "Concursos", Ed. Astrea, Buenos Aires,
1990, t. III, p. 466.
(11) HEREDIA, Pablo, "Efectos de la quiebra sobre los contratos de comercialización (concesión,
distribución, suministro y franquicia)" en MARZOTTI - MOLINA SANDOVAL (dirs.), Contratos de
distribución, Ed. Heliasta, p. 349.
(12) CNCom. Sala E, 22/11/1989, "Service Motors SRL" s/ quiebra, incidente de resolución de
contrato por Renault Argentina SA.
(14) CNCom. En pleno, 08/07/1981, "Arturo de Zaguir c. Concepción Arenal SA", LA LEY 1981-C,
465 y ED 94-648.
(15) MEDICI, Rubén A. - RASPALL, Miguel. A., "El concurso del consorcio de copropietarios; una
imposibilidad ontológica", IX Congreso Argentino de Derecho Concursal y VII Congreso
Iberoamericano de la Insolvencia, t. I: Las vías de prevención y saneamiento de la crisis
empresaria, Ed. Fespresa, Córdoba, 2015, p. 390.
(16) RASPALL, Miguel A., "¿Concursalidad del consorcio de propiedad horizontal? Análisis crítico",
LA LEY del 27/05/2016, 1. Cita Online: AR/DOC/1536/2016.
(17) No puede soslayarse que el Cód. Civ. y Com. ha dejado a un lado la clasificación de la
responsabilidad entre "contractual" y "extracontractual", produciendo la unificación a través del
sistema de la "responsabilidad civil". Sin perjuicio de ello, la responsabilidad sigue derivando de
obligaciones contraídas mediante el régimen convencional o del régimen legal, sin que hubiera
mediado convención de partes. De ahí la diferenciación.
(18) La doctrina ha explicado que es usual que en los consorcios algunos propietarios aporten
recursos para suplir la falta de pago de expensas de otros propietarios, pero que dicha práctica de
ningún modo los transforma en solidarios, sino que opera como un adelanto a favor del consorcio
para facilitar su desenvolvimiento, pero es un crédito que debe serle restituido en el momento
que el propietario moroso lo integre o a la espera de que se remate la unidad del deudor o se le
ejecuten otros bienes. Esto es de ocurrencia normal en los edificios, los propietarios —aun cuando
no están obligados— realizan aportes extraordinarios como adelantos, para cubrir los faltantes
que generan los que no aportan (RASPALL, "¿Concursalidad del consorcio de propiedad
horizontal?, Análisis crítico", cit.).
(19) FAVIER DUBOIS, Eduardo M. - SPAGNOLO, Lucía, "Verdaderos y Falsos sujetos concursables en
el nuevo Código Civil y Comercial", IX Congreso Argentino de Derecho Concursal..., cit., p. 376.
(20) MEDICI - RASPALL, "El concurso del consorcio de copropietarios; una imposibilidad
ontológica", p. 390.
(23) Ibídem.
(24) SALA, Juan P. A., "Concursalidad del Consorcio de copropietarios en función de la reforma y
unificación del Código Civil y Comercial de la Nación", IX Congreso Argentino de Derecho
Concursal..., cit., p. 438.
(25) ROISBERG, Claudia — CATTELÁN, Paula, "El consorcio de propietarios: ¿un nuevo sujeto
concursable?", IX Congreso Argentino de Derecho Concursal... cit., p. 413.
(26) TON, Walter R., "El concurso de los consorcios de propiedad horizontal", IX Congreso
Argentino de Derecho Concursal..., cit., p. 412.
(27) VÍTOLO, Daniel R., "El consorcio de propiedad horizontal como nuevo sujeto concursal. El
desafío interpretativo", IX Congreso Argentino de Derecho Concursal..., cit., p. 431.
(28) MOLINA SANDOVAL, Carlos A., "La liquidación del patrimonio fideicomitido en el nuevo
Código", LA LEY del 08/07/2015, cita online: AR/DOC/2035/2015.
(29) LISOPRAWSKI, Silvio V., "Fideicomiso en el Código Civil y Comercial", LA LEY Suplemento
Especial Nuevo Código Civil y Comercial de la Nación. Contratos en particular 2015 (abril), 510, Cita
online: AR/DOC/1073/2015.
(31) MOLINA SANDOVAL, "El fideicomiso en la dinámica mercantil", Ed. Ábaco, p. 211, KIPER -
LISOPRAWSKI, "Tratado de Fideicomiso", p. 364.
(33) Sentencia 213, del 10/07/2017, dictada en autos "Fideicomiso 'Montevideo I' o 'Touluse I' -
liquidación judicial (mutuales - cías. de seguro)", (expte. 6227484).
(34) LLOVERAS, Nora - VILELA BONOMI, María Victoria, "Regímenes matrimoniales patrimoniales
en el Código Civil y Comercial. El régimen de comunidad y el de separación de bienes: ¿Tienen algo
en común?", LA LEY del 10/02/2016, 1, Cita Online: AR/DOC/274/2016.
(35) HERRERA, Marisa - CARAMELO, Gustavo - PICASSO, Sebastián (dirs.), "Código Civil y Comercial
de la Nación comentado", Ed. Infojus, Buenos Aires, 2015, t. IV, p. 108.
(36) Ibídem.
(37) BASSET, Úrsula C., "Las tres puertas de ingreso al régimen de separación de bienes", RCód.
Civ. y Com. 2015 (diciembre), 11.
(44) Ibídem.