La Literatura Busca Mejorar La Calidad de Las Preguntas
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de-las-preguntas-nid1959228/
En 2013, María Negroni regresó a Buenos Aires luego de diez años de residencia en
Nueva York. Un año antes, en octubre de 2012, en el Centro Cultural Borges había
escuchado un diálogo entre el rector de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y el
artista francés Christian Boltanski. Luego del encuentro, se acercó a Aníbal Jozami para
sugerirle la creación de una maestría en escritura creativa en una universidad pública.
"¿Pero usted cree que se puede enseñar a ser escritor?", le preguntó Jozami. "¿Se puede
enseñar a vivir?", le respondió la autora de Ciudad gótica. El resultado paradójico de
ese encuentro fue la creación de la primera maestría de escritura creativa en el país,
integrada por un plantel de "notables" de la literatura nacional: Jorge Monteleone, María
Sonia Cristoff, Arturo Carrera, Luis Chitarroni y Liliana Heer, entre otros. Esa anécdota
perfila dos de las virtudes de Negroni: su carácter curioso, atrevido y libre para encarar
tanto situaciones como textos, y un original impulso creativo.
Siempre decía que me acordaba del libro de un escritor estadounidense, James Baldwin,
que se llama El cuarto de Giovanni. En ese libro, el tipo es un personaje que se ha ido
de Estados Unidos a Francia para no luchar en la guerra de Vietnam. En la novela él
duda si volver a su país o no, y un amigo le dice que no vuelva, porque mientras no
vuelva podrá tener la ilusión de tener una patria. Y siempre me pareció compartir ese
estado de extranjería, que cuando te vas a vivir a otro lado se hace más patente. Creo
que ese descolocamiento es positivo, es una condición por la que hay que pelear. Por
suerte nos podemos descolocar. Volví porque lo que estaba agotado era la experiencia;
me dio todo lo que tenía para darme. Dejé dos hijos allá, así que la sensación es extraña.
Muchas cosas. En primer lugar, me sacó de aquí en un momento difícil. Me pasé toda la
época de la dictadura acá, fue como abrir las puertas de una jaula. También me abrió al
mundo literario. Una paradoja muy interesante es que en Nueva York "descubrí"
América Latina, que en ese entonces acá no era considerada. Hay cosas maravillosas en
la cultura argentina pero hay otras complicadas, como cierta tendencia a reflexionar
sobre nosotros mismos exclusivamente, cierta insularidad. Por Nueva York pasan
muchísimos escritores, artistas, culturas, y también los escritores latinoamericanos. La
otra cosa maravillosa que hubo fueron las bibliotecas. Ahora está Internet, pero en ese
momento fue el descubrimiento de la biblioteca accesible, que funcionaba, donde si uno
quería ir a leer una saga islandesa del siglo XII, la encontraba. El tercer hallazgo fue la
ciudad misma. Es una especie de máquina inagotable de imágenes, y allí siempre tuve
una sensación muy rara que en Buenos Aires no me pasa. Acá hay muchas cosas en el
ámbito cultural, es una ciudad muy viva, pero allá vos podías ir a ver algo al teatro que
te volaba la cabeza pero salías del teatro y veías que la sociedad iba adelante del arte.
Acá no. Tengo un recuerdo de haber visto en los años 80 en Buenos Aires una obra de
Tadeusz Kantor en el San Martín, en la que hablaban en polaco, algo extraordinario.
Uno salía del teatro y la sociedad se hallaba detrás de esa obra. En Nueva York no tenía
esa sensación.
Ahora diría que lo que busca la literatura es mejorar la calidad de las preguntas, diría
que el "progreso", si hay un progreso, estaría en eso, en una mejora de la calidad. Creo
que hay distintos niveles; uno lo ve como lectora. Por ejemplo, lo puedo percibir en
ciertos escritores que tienen una densidad, no sé cómo llamarla, metafísica, filosófica,
espiritual de la pregunta que va más allá. A mí los que me interesan son esos escritores.
La vida además te ayuda a que vayas profundizando las preguntas. Me río porque en
Nueva York había una mesa en una librería que decía "Books to Make You Think". ¿Y
cuáles son los otros? No es que vaya contra todo tipo de catalogación, pero cuando uno
piensa en las búsquedas de los grandes artistas, ellos no siguieron pautas ni intentaron
seguir la pauta previamente impuesta. Esto lo digo más para mí, porque sé que me salen
unos libros raros que no se sabe si son poesía, ensayos, narraciones. Son libros difíciles
de ubicar, pero ése no es un problema para los escritores, en todo caso es un problema
para el mercado.
Es muy difícil hablar sobre lo que está pasando ahora porque estamos en un momento
de muchísimos cambios; la tecnología no es solamente las redes sociales, sino además
la facilidad de la edición, la impresión por demanda, las plataformas digitales. Todo eso
va a traer muchas consecuencias que son muy difíciles prever, y muchas van a ser
positivas, supongo. En el momento del cambio mismo se produce una especie de
división de aguas. Uno es contemporáneo forzosamente de los otros escritores. Los
alumnos de la maestría leen mucha literatura contemporánea, y está bien que la lean,
pero a mí me preocupa a veces porque, por una cuestión de tiempo, es lo único que leen.
La literatura o la escritura se hacen sobre la escritura, sin escritura previa no hay
escritura nueva. Hay mundo, quizás, pero no hay escritura. Cada libro va dejando una
capa sobre lo que ya se hizo. No leer los libros del pasado es un empobrecimiento. Hay
que poder equilibrar el sistema de lecturas; aparte de las novedades, les diría que vayan
a leer a Roberto Arlt, a Macedonio Fernández, a Leopoldo Lugones.
En Nueva York siempre tenía a dos o tres chicos argentinos como alumnos y me
preguntaba cómo podía ser que no hubiera en la Argentina una cosa así, con los
escritores extraordinarios que tenemos. Entonces, cuando me tomé un año sabático en
2012 vine a ver qué posibilidades había. El rector de la Untref me recibió y le propuse la
idea. "¿Pero usted piensa que se puede enseñar a escribir?", me preguntó. Y le dije que
no. "¿Y cómo me propone esto?" "Bueno, es como si usted me preguntara si se puede
enseñar a vivir? No se puede. Pero algunas cosas se pueden transmitir." Le aseguré que
tendría éxito con la maestría y me dio una especie de carta franca. Y la verdad es que
estoy muy contenta, me parece que tenemos un plantel exquisito de docentes.
Mezclamos cine, teatro, otras cosas que a mí me gustan mucho, para que la literatura se
expanda a otras artes. Hay unas doscientas personas que se inscriben todos los años y
son apenas treinta vacantes. Ahora está la licenciatura de la UNA, ya estaba Casa de
Letras y en la UBA hay una cátedra de Elsa Drucaroff. Eso demuestra que la carrera de
Letras no es el espacio para el que quiere escribir. A los chicos que empiezan les digo
que no se van a graduar de escritores, porque ser un escritor o una escritora es una tarea
de décadas. Lo que hacemos es acompañar durante dos años ese proceso de crecimiento,
dar algunas guías de lectura, algunas maneras de leer un texto y mostrar cómo lee un
escritor un texto. Que no es como lee un crítico.
Para hacer algo que tenga un efecto estético se necesita un elemento de asombro. Algo
tiene que sorprender. Entonces, se busca esa sorpresa en la ruptura de la regla previa.
Hay escritores que encuentran una fórmula y la empiezan a repetir. Dentro de esa obra
no hay sorpresa, se estandariza. La otra imagen con la que pienso a veces eso es la de
Sísifo, el personaje mítico que quiere subir la piedra y cuando la sube se le cae, y tiene
que inventar otra forma de subirla? Porque si vos la dejaras ahí arriba, esa piedra se
vuelve ininteresante.
Triunfo no hay, eso es seguro. Entonces lo único a lo que se puede aspirar tiene que ver
con lo que hablábamos antes, mejorar la calidad de las preguntas, que puedas avanzar
aunque vuelvas a fracasar, pero que fracases con algo más copado. Avanzaste en algún
sentido, aunque no llegues a ninguna parte.
No es un consejo, pero creo que la poesía debe ser traducida por poetas. Hay que
reescribir el texto, hay que hacerlo funcionar en la propia lengua con toda la libertad
posible. Es maravilloso el ejercicio de la traducción, es una creación. Creo que después
de leer libros normalmente, la traducción es el mejor complemento de la escritura,
porque estás escribiendo sin la carga de tener que sentarte frente a la página vacía.
Fuiste para la Argentina una precursora en el interés por ciertos temas como la
literatura gótica, los escritores excéntricos, los textos malditos de Alejandra
Pizarnik.
Eso tiene que ver con mi interés permanente por lo anacrónico y lo marginal, y lo
marginal anacrónico. La literatura gótica es una literatura de clase B, las películas
también, pero no es la clase B actual, es anacrónica. Deliberadamente anacrónica. Esos
espacios me permiten encontrar modos de leer también la literatura de una manera más
rica que lo que puedo hacer con un texto contemporáneo. Si vos desarmás una novela
gótica, hay tantas cosas para analizar: el deseo, la culpa, la perversión, la sexualidad. Un
día en Internet me encontré con esa fotografía famosa de Baudelaire hecha por Nadar,
donde él está vestido con una capa negra, una especie de Drácula. Este hombre, un tipo
sin raíces, con problemas con la madre, con el padre, que salía de noche por los bajos
fondos de París a robarse residuos de lenguaje del bajo mundo para traerlos al mundo de
la poesía, ese hombre fue como el primer vampiro. Ahí hice una conexión y me metí
con Drácula, y ahí perdí, porque empezás a tirar del hilo y es un mundo. Tanto tiré que
llegué a los expresionistas alemanes, y después descubro que todo ese cine negro
norteamericano está filmado por los alemanes exiliados. El film noir estadounidense es
un resabio del gótico, el vampiro reaparece en el detective y en vez de la muchachita
está la femme fatale.
Biografía
María Negroni nació en Rosario en 1951. Ensayista, traductora, poeta y narradora, tiene
un doctorado de la Universidad de Columbia. Vivió en Nueva York. En sus ensayos se
ha interesado por escritores y géneros anticanónicos. Este año publicó El arte del error
y Exilium. Es una de las invitadas a la Feria del Libro de Guadalajara.
Por qué la entrevistamos
Porque es una escritora con un amplio registro de géneros, interesada por el anticanon y
reflexiva sobre la tarea de escribir
Daniel Gigena