Documentales II

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Entrevistas realizadas a través del correo electrónico y publicadas

entre enero de 2015 y enero de 2016, en numerosos medios


digitales (y algunas, en diarios y revistas soporte papel).

Se permite, sin previa autorización, la reproducción de cualquiera


de ellas y en cualquier soporte, citando la fuente. Asimismo, se
agradece por la inclusión del presente volumen en bibliotecas
digitales o en otro tipo de plataformas.

Diseño integral y diagramación: Patricia L. Boero


[email protected]
[email protected]

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Argentina, abril de 2020.


ÍNDICE

Alicia Grinbank
Michou Pourtalé
Alfredo Palacio
Rodolfo Alonso
Claudio Simiz
Lilia Lardone
Daniel Calmels
Marcela Armengod
Marion Berguenfeld
Irma Verolín
Paulina Juszko
Patricia Severín
Graciela Maturo
Liliana Ponce
Sonia Rabinovich
Valeria Iglesias
Marta Miranda
Carlos Barbarito
Jorge Brega
Dolores Etchecopar
Susana Rozas
Héctor Freire
Susana Romano Sued
Jorge Ariel Madrazo
Carlos Penelas
T. S. Eliot - El interés por saber sobre la vida de escritores

“La curiosidad respecto a la vida de un hombre público puede ser de


tres clases: la útil, la inocente y la impertinente. Es útil, cuando se trata de
un estadista y el conocimiento de su vida privada contribuye a la
comprensión de su actuación pública; es útil cuando es un hombre de letras,
si se arroja luz sobre sus obras. La línea divisoria entre la curiosidad
legítima y la simplemente inocente, y entre ésta y la vulgarmente
impertinente, nunca puede precisarse con nitidez.
En el caso de un escritor, la utilidad de una información biográfica
para acrecentar nuestra comprensión y hacer posible un goce más intenso o
un juicio crítico más acertado, variará de acuerdo con el escritor y con el
camino que haya empleado en sus libros para verter su propia experiencia.
Es difícil que un mayor conocimiento de la vida privada de Shakespeare
modificara en gran medida nuestro juicio o aumentara el goce que nos
producen sus dramas; ninguna teoría sobre el origen o la forma de
composición de los poemas homéricos podría alterar nuestra apreciación de
los mismos. Cuando se trata de un escritor como Goethe, por el contrario,
nuestro interés por el hombre es inseparable de nuestro interés por la obra;
nos sentimos impulsados a reemplazar y corregir lo que nos relata de
diversas maneras sobre sí mismo, con informaciones de otras fuentes. Sin
duda, cuanto más conozcamos al hombre, mejor podremos llegar a
comprender su poesía y su prosa.”

Fuente: Primeros dos párrafos del prefacio de T. S. Eliot para el volumen “My brother’s
keeper” de Stanislaus Joyce (con el título “Mi hermano James Joyce”, traducción de
Berta Sofovich, Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, 1961).
Alicia Grinbank nació el 20 de noviembre de 1949 en Buenos Aires,
ciudad en la que reside, la Argentina. En 1993 egresó en la especialización
Literatura, por la Alianza Francesa de Buenos Aires. Entre otros, obtuvo en
2002 en el género poesía el Primer Premio del Concurso Literario “Olga
Orozco” (con prosa poética) y el Primer Premio del Concurso Literario
“Alberto Luis Ponzo”, organizados ambos por la Universidad de Morón,
así como el Primer Premio en el Concurso “Carlos Alberto Débole” por su
libro “Curanto” en 1993; en narrativa breve recibió en 2005 el Primer
Premio en el Certamen “Discurso Abierto” y el Primer Premio de Cuento
de la Editorial Torremozas, España, en 2011. Coordina talleres de
orientación en la escritura y cursos de lectura desde 1987. Como profesora
de francés enseña y traduce. Incursionó en la co-coordinación de un Café
Literario en 2007: “Mirá Lo Que Quedó”, junto a Alfredo Palacio, Alberto
Boco y Rolando Revagliatti. Fue incluida en las antologías “Poetas
argentinos de hoy” (editada por la Fundación Argentina para la Poesía, con
selección de Julio Bepré y Adalberto Polti, 1991), “Por la senda del
reencuentro chileno-argentino” (editada por el Centro Cultural Chileno
“Gabriela Mistral”, 2005), “Testimonios del presente” (Editorial La Luna
Que, 2008), “Memorias del vino – Poemas elegidos” (en Uruguay, 2007),
“Travesías poéticas – Poetas argentinos de hoy” (edición bilingüe
español–francés, Editorial L’Harmattan, 2011), “Antología de poesía
argentina 18 poetas” (Alción Editora – Reflet des Lettres, 2012), etc.
Publicó los poemarios “Bruma y verdor” (1987), “Curanto” (1992), “La
balsa de la medusa” (2002), “Noche cerrada” (2006) y “Pulmón de
manzana” (2011); y en co-autoría con Manuel Bendersky: “Alguien que
amo rodea mi cintura” (poemas cubanos, 1993).

1 — Y un día naciste.

AG — Sí, en el barrio de Floresta, cuando los niños jugábamos en la


calle. Mi padre era un pequeño industrial que cuando podía zafar de su
trabajo se sumergía en la lectura —gran lector el viejo—: tal vez ahí
empezó todo para mí como escritora. Mi madre —gran laburante la vieja—
, atendiendo sus cuatro hijos y “sacando las papas del fuego” cuando a mi
padre los vaivenes financieros le naufragaron su economía. Después
vivimos en el barrio de Flores, a una cuadra de la Basílica que frecuentaba
la familia Bergoglio, y fue en esa adolescencia que aparecieron los
primeros textos literarios; en el colegio secundario destacaba en Literatura,
Castellano, en las materias humanísticas e idiomas, pero era pésima en
Matemáticas y Física. Amé el idioma francés desde chica y comencé a
estudiarlo a los catorce años; la cultura francesa me fascinaba y, ya adulta,
completé ocho años de estudios en la Alianza, los últimos vinculados a la
civilización y a la literatura (Marcel Proust, Gustave Flaubert, Jacques
Prévert…). Me casé muy joven, así que anduve a los tumbos procurando
entender de qué se trataba el matrimonio, cuando yo, en realidad, estaba
más para seguir estudiando. A mis veinte años nació mi hijo Alejo, y un
lustro después mi hija, Lucía (ellos dos y mis cinco nietos son los mejores
premios de la vida).

2 — Y un día escribiste.

AG — La literatura parecía no tener cabida en la cotidianeidad de


una muchachita judía “bien casada”. A mis veinticinco años comenzó la
gran crisis (la lucha ha sido mucha): la literatura estaba esperándome y yo
no acudía: no me alcanzaban mis lecturas solitarias ni mis poemas sueltos:
algo “allá afuera” precisaba ser explorado por mí. Y ahí me conecté con
muy buenos maestros: Mario Morales, Syria Poletti, Santiago Kovadloff,
Humberto Costantini. Me orientaron tanto en poesía como en narrativa. A
los pocos años ya coordinaba talleres y me involucraba en la vida literaria
de Buenos Aires, concurriendo, participando en lecturas públicas y en
presentaciones. Continué mis estudios especializándome en literatura
francesa. Fui docente en literatura y en idioma francés de alumnos
secundarios y, más tarde, los talleres que coordinaba crecieron en número y
en diversidad, cuando organicé grupos de taller de escritura y de lectura en
cuento y novela, actividad que continúo. Además de los grupos privados,
de las correcciones de libros o ensayos de profesionales de diversas
disciplinas y de traducciones que realizo, tengo a mi cargo desde hace
varios años un taller de lectura y análisis: “Degustando Cuentos”, en un
espacio cultural del barrio Villa Urquiza.

3 — No has publicado todavía tu narrativa breve.

AG — No, pero va a suceder. Vengo más imbuida con mis cuentos


(los que siempre escribí, pero sin “atenderlos”). La narradora me sitúa en
otro lugar como escritora. La poesía fue una inconsciente necesidad, casi
autobiográfica (desde luego, no ignoro que cualquier palabra escrita es
ineludiblemente autobiográfica). Concebir historias “ajenas” es una labor
más rigurosa: el contacto objetivado con los personajes y argumentos no es
lo mismo que el trabajo poético que, en general, proviene de cimbronazos,
miedos, desdichas y anhelos de la propia vida del poeta. (Partiendo de
“Curanto” yo ya estaba narrando en cada poema.)
4 — ¿Y si nos trasmitís las características de tus historias, si la
microficción te convoca, si prevés alguna nouvelle…?

AG — Puedo adelantar que el libro de cuentos se titulará “El lento


crecer de la marea”, título a su vez de uno de los textos del volumen, el
que estará dividido en dos apartados. El primero de ellos reúne historias
vinculadas al mar: ese eje temático responde a que el mar es uno de mis
paisajes más amados; siempre —desde que era una niña— con mis padres,
hermanos, tíos y primos veraneábamos en la costa; luego, adulta —casada
y con hijos— y hasta ahora, el mar fue un lugar revisitado. El segundo
apartado del libro consta de cuentos urbanos… o suburbanos, pero es
nuestra ciudad su escenario. Mis cuentos son, en su mayoría, realistas, y
diría que ese modo es el que más me satisface a la hora de escribir y de
leer; aunque me rindo ante los “encantamientos” de la literatura fantástica
de Cortázar. Con respecto a la microficción, hace poco tiempo —a
propósito de un concurso— he escrito unos relatos que no debían superar
las 100 palabras, y en el transcurso de mi vida literaria hubo algunos breves
o muy breves. Por otro lado, tengo en mente algo más novelístico —
algunas páginas comenzadas ya— sobre historias de mujeres y hombres en
desdichas y desencuentros amorosos.

5 — No nos vemos, me parece, desde 2008. Nunca te vi bailar,


pero recuerdo que habías incorporado la música tanguera a tu vida.

AG — Y persisto: voy a las “milongas” a bailar y ahí —mientras


dura el embrujo— soy una Malena, una Margot, una Esthercita, una
Madame Ivonne. La tríada francés-literatura-tango me atraviesa. Este
poema mío que transcribo, tal vez exprese mejor que yo lo que siento en
ese escenario:

TANGO BRUJO

Ese que vive en el suburbio


que usa mal los verbos y gasta cursilería en el chamuyo
ése que ciñe el talle en la milonga rea
en el loco giro desde el alma
o en el fangal del dos por cuatro
ése… te cabeceó a vos, morocha:
la sabia la ilustrada la que dice Macbeth de memoria.
Ahora su abrazo apaga la luz de tus páginas urdidas
te hace china cruel percanta
dulce muchachita perfumada.
Y si después el salón se desnuda de sombras y siluetas…
¿qué importa… qué importa del después?

Y para completarla, Rolando, también estudio canto con una


excelente profesional y cantante de tango. Fijate qué curioso: hace poco
tiempo intenté “estudiar” con ella un bolero (“Nosotros”, precisamente) y si
bien no es difícil, me costó interpretarlo, me sentí mucho menos “suelta”
que cantando tangos: ese género me es más familiar, me hallo más
identificada con él; seguramente esto obedece a que mi padre, que era un
amante de Carlos Gardel, nos cantaba sus tangos a mis hermanos y a mí...:
tuvo mucho peso esa impronta.

6 — Floresta, Flores…, sigamos con nuestra ciudad: seguí vos


con nuestra ciudad: ¿por qué otros barrios circulaste y qué te fue
pasando con la Reina del Plata?

AG — Cuando me casé, dejé Flores —el barrio donde pasé mi


adolescencia— y me fui a Villa Crespo; después me alejé de lo urbano y
residí con mi familia en Olivos durante dieciséis años: allí conocí el frescor
de los jardines, la quietud de sus calles. Pero Buenos Aires “tiraba” y la
circunstancia de mi divorcio me trajo otra vez para la urbe: Belgrano,
Núñez, fueron los barrios que me vieron andar por esos tiempos; también
residí en Bariloche [provincia de Río Negro], aproximadamente un año;
aunque bello su paisaje por donde se lo mire, nunca llegó a borrar la huella
de mi ciudad natal. Hoy vivo muy complacida a media cuadra de la
estación Colegiales y, si bien en todos mis libros aparece el aura de la
Reina del Plata nombrando sus lugares, su río, sus noches, sus tangos,
“Pulmón de manzana” —el más reciente— tiene a éste, mi barrio, como
centralidad poética.

7 — El 20 de junio de 2007, en el segmento “La Canción de


Rolando”, dentro de nuestro “Mirá Lo Que Quedó”, recitamos algunos
poemas de “Palabras” de Jacques Prévert (1900-1977): vos, Alicia, en
francés, y yo, tus versiones al castellano. Y hasta donde me consta, has
traducido al francés poemas de los argentinos Gustavo Tisocco y Juan
García Gayo.

AG — A los que nombraste, agrego la traducción al francés del libro


“La cacería”, del poeta santafesino César Bisso, dos poemas del libro
“Filamentos” de Alfredo Palacio, y mis propios poemas de “Pulmón de
manzana” incluidos en la antología “Travesías poéticas”. Aunque el
tiempo no me sobra voy a hacerme un huequito para uno de mis tantos
proyectos: traducir del francés algunos cuentos de Guy de Maupassant.

8 — Juan García Gayo (1932-2013): un poeta que valoramos.


¿Cómo lo recordás vos, que has leído textos suyos en público?

AG — A Juan lo recuerdo con afecto no sólo por su condición


humana sino también por su poesía, que me impacta desde su audacia y
originalidad: se mete con lo cotidiano, con el absurdo, cuenta historias
desopilantes mientras escribe poesía; no obstante, detrás de esos rasgos que
desacralizan el poema ofreciéndose al lector como materia viva, hay una
gran ternura y un sentido dolor por lo cruel e injusto de este mundo.
La ocasión a la que te referís sucedió en 2009 en la Alianza Francesa
central de Buenos Aires donde se concretó —a través de video
conferencia— un proyecto de intercambio entre un grupo de poetas
franceses y un grupo argentino. Los coordinadores en Buenos Aires fuimos
José Emilio Tallarico, Luis Raúl Calvo, Ramón Fanelli y yo; en Francia —
Paris más precisamente—, Nicole Barrière, Philippe Tancelin, José
Muchnik. Se homenajeó al poeta argentino Roberto Juarroz y al poeta
francés René Char y se conocieron en traducción simultánea poemas del
argentino invitado —Juan García Gayo de nuestro lado, y de Claude Ber,
del lado francés—. A mí me tocó el honor de traducir los poemas de Juan.
Fue un hermoso acto. Tuvo, además, la música en vivo del bandoneón de
Enrique Patet sobre el escenario del auditorio de la Alianza. Merced a la
editorial L’Harmattan se publicó el volumen bilingüe con textos de quienes
conformamos “Travesías Poéticas” y de otros poetas como, por ejemplo,
Irene Gruss, Michou Pourtalé, María Teresa Andruetto…, por nombrar solo
algunos.
9 — García Gayo, además, presentó tu último libro en la
Biblioteca Nacional.

AG — Nos embarcamos en una suerte de reportaje-conversación que


rondó temas como el quehacer poético, mi trayectoria, el sentido de mi
elección literaria, mi manera de construir el poema, la articulación entre
forma y contenido. Tener a Juan como interlocutor, más que como
disertante o crítico, me satisfizo ampliamente: realzó la presentación del
libro y, asimismo, permitió al público estar ante un poeta de fuste quien, a
través de sus preguntas, ponía de relieve conceptos artísticos y filosóficos.

10 — “Ver Prévert”: así se tituló la semblanza poética que


ofreciste en 2004 en la Alliance Française del barrio de Belgrano.
“Ver”, no sólo leer Prévert.

AG — La elección de ese poeta como homenajeado provino del


impacto que me produjo la lectura —allá en mi adolescencia— de su libro
“Paroles”. Todavía tengo a ese librito en edición bilingüe (traducido por
Juan José Ceselli), descabalado el pobre en mi biblioteca pero refulgiendo
con su ternura, su profundidad y aguda mirada crítica sobre el mundo…:
poemas inolvidables como “Desayuno”, “Arenas movedizas”, “Pater
Noster”; y sobre todo el titulado “Paris at night”, donde el yo poético
recorre a la mujer amada a la luz de encender consecutivamente tres
fósforos cerca de ella y luego sumergirse ambos amantes en la completa
oscuridad para estrecharse. Cuando presenté aquel espectáculo, “Ver
Prévert”, jugué con las sonoridades del verbo ver y el apellido Prévert,
pero además quería mostrarlo, que vieran a ese grande. Fue, además, un
hombre muy ligado al cine como guionista y ambientador. Poetas como él,
el mismo García Gayo, o Joaquín Giannuzzi nos revelan y develan una otra
poesía: sin altisonancias ni floreos: partiendo de lo nimio, lo rutinario, lo
doméstico, alientan emoción y pensamiento.

11 — Y pasemos a otro escritor francés: René Daumal (1908-


1944), quien discernió: “La materia prima de la emoción poética es un
caos cenestésico. Una mezcla confusa de emociones diversas es en
principio dolorosamente sentida en el cuerpo, como un hormigueo de
vidas múltiples que tratan de escapar. Es por lo común ese penoso
sentimiento el que fuerza al poeta a tomar la pluma, ya sea que lo
experimente como una vaga e imperiosa necesidad de exteriorizarse, o de
una manera menos grosera.” Tanto en “Curanto” como en “La balsa de
la medusa” preceden los respectivos poemarios unas líneas tuyas que
no percibo distantes de lo que acabo de encomillar.

AG — Es verdad: esos fueron mis primeros libros donde necesité tal


vez una humilde Ars Poética. El Curanto, esa comida típica chilena
cocinada lentamente en un hoyo en la tierra, me evocó la labor poética: el
alimento crudo —la materia prima que va largando sus jugos en el corazón
del poeta hasta que un día se anuncia y da a luz lo soterrado—. “La Balsa
de la Medusa”, un famoso cuadro de Théodore Géricault: náufragos en
medio de la tempestad, como nosotros casi hundiéndonos en la
desesperación hasta que sobreviene la escritura —madero para aferrarse,
luz de rescate—. Las palabras de Daumal —“un hormigueo de vidas
múltiples”— me recuerdan un concepto del francés Michel Houllebeq que
distingue a la rumia como una de las fases en la creación poética.

12 — ¿Qué relación existe entre obra y experiencia poética?


¿Son inseparables?

AG — Tendríamos que hablar de dos momentos fundamentales: el


primero nace de la captación —consciente o no— de un elemento, escena,
situación o palabra que desencadena la necesidad de verter en poesía lo
visto u oído; germina adentro de uno, recomponiéndose una y mil veces
hasta que aflora en la escritura: tal proceso conformaría a grandes rasgos la
experiencia poética. El segundo momento ocurre cuando se decide “poner
manos a la obra”; esto implica corrección, estilización de ese material
primigenio; aplicarle objetividad, renunciar a aquello que no favorece al
texto. En mis talleres procuro transmitir la idea de que si se trae un texto
para considerar, debemos tratarlo como un objeto más que como un sujeto;
esto no desprecia la humanidad de quien lo ha procreado, ni la emoción de
ese autor —siempre hay que tenerla presente—, pero si tiende a ser obra,
no mera catarsis…, afinemos la mirada, “afilemos” la pluma… Cortázar
bien lo dice: “…cualquiera que vea un borrador mío puede comprobarlo:
muy pocos agregados y enormes supresiones…” Puede uno conformarse
con la primera instancia epifánica de captación inicial seguida de su
explosivo desmadre escritural; pero si decide constituir una obra con ese
material, su labor será entonces más racional, “terrenal” y distante.

13 — Es a partir de un diálogo con Joaquín Giannuzzi que


mantuvo el poeta Guillermo Saavedra, que me permito preguntarte:
¿Has contemplado palabras y te has emocionado con ellas sin conocer
sus significados y tras preservarlas de la servidumbre del sentido, has
intentado concebir un poema?

AG — Me sucedió eso, por ejemplo, cuando descubrí la palabra


clámide, de la cual desconocía su significado (es una túnica romana, supe
después); me pareció tan hermosa, tan flor, tan pura, que la usé como
seudónimo al enviar a un concurso. Y otras veces ocurrió casi lo contrario
en dos sentidos: conocer el significado de una palabra, encontrarla
antipoética —casi desagradable por sus connotaciones— y necesitar sin
embargo incluirla en un poema; a saber: uno de mi libro “Noche cerrada”
se anima con el vocablo esófago: “espero que el tiempo y la hiel recorran
su largo esófago/ y calme/ calme el ardor/ la nostalgia de tu cuerpo”. En
el prólogo de su libro “Temblor del cielo”, Vicente Huidobro dice: “…la
poesía es el vocablo libre de todo prejuicio…”.

14 — Así concluye la novela “Un comunista en calzoncillos” de


Claudia Piñeiro: “La vida es una sucesión de actos miserables
interrumpidos por unos pocos y pequeños actos heroicos, y es en el
promedio de todos ellos donde logramos sentirnos dignos. Donde
queremos que al menos un testigo nos sepa dignos. Aunque no lo
seamos.” Y esto afirmó el filósofo español José Ortega y Gasset (1883-
1995): “La vida es una serie de colisiones con el futuro; no es una suma
de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser.” Y para vos, Alicia,
¿qué es la vida?...

AG — Hoy, y destaco especialmente el momento, ya que el criterio


sobre la vida va cambiando con los años, hoy siento que la vida es no
anclarse en esos flash-back del pasado que retorna, que no sean ancla para
vivir el presente; no quiero para mí esos versos del tango “Naranjo en
Flor”: “toda mi vida es el ayer que me detiene en el pasado”. A través del
psicoanálisis exploré mi pasado y comprendí las causas de los desaciertos,
de las repeticiones, supe de dónde provenían ciertos infortunios; con todo
ese bagaje —mi libro interior leído y releído— pienso menos y hago más.
Tal vez eso sea la vida para mí: deseo con acción, sueño con realización.
Otro poeta asiste mi pensamiento en este sentido: Eliseo Diego establece en
un poema para su hija: “estar es lo único que importa”. Y otra idea que
estuve alimentando en estos últimos tiempos: que el arte no sea para mí
sólo esa cosa exterior que me conmueve a través de alguna de sus
expresiones —libros, cine, pintura—, sino cultivarlo en cada uno de mis
actos, de mis relaciones: comprender la importancia de lo que tengo y de
quienes están a mi lado, valorar el instante. Lejos estoy de ofrecer mi
experiencia como dogma, porque soy muy consciente de que las
condiciones de cada vida son harto diferentes entre sí, el azar —y solo el
azar— me hizo nacer “bajo techo”, con comida e instrucción para poder
pensar posteriormente sobre la existencia y además “escribirla”.

15 — En ocasiones he leído en revistas, primeras versiones de


poemas y segundas y definitivas versiones —Borges, seguro—, lo cual
permite asomarse “a la cocina” del autor. También he visto que en
“Roña criolla” de Ricardo Zelarayán (Libros de Tierra Firme, Buenos
Aires, 1991), éste incorpora al corpus cuatro poemas y sus segundas
versiones, y un poema con sus segunda y tercera versiones. ¿Te ha
sucedido que, aspirando a pulir un poema, concluyeras con que la
segunda versión obtenida te resultara, en realidad, tan válida como la
primera? ¿Has procedido alguna vez como Zelarayán o estuviste
tentada de dar a conocer dos versiones de un poema?

AG — Mirá, yo soy lenta, muy, tanto en la rumia como en la


confección de un poema o cuento. Y cuando sale a la luz ya está: puedo
retocar mínimas cosas o adecuar según la conveniencia. Un caso:
expresiones en algunos poemas que no serían entendibles a la hora de
mandar a un concurso en el exterior; ahí sí meto mano y adapto el verso o
la palabra. Con los cuentos este trabajo es mayor y a veces imposible,
porque hay un espíritu en lo que narro que difícilmente se pueda alterar
mucho. Te doy un ejemplo para ambos géneros: un poema mío comienza
así: “Cuando yo era chica…” y al enviarlo al exterior preferí “Cuando yo
era niña…”; tengo un cuento muy porteño donde el personaje tanguero
utiliza frases como ésta: “…y de a poquito, como un duque, me la levanté”;
es cierto que si se quiere se puede traducir, pero la gracia de esa frase tan
nuestra es irreproducible. Por eso hay cuentos como el antedicho, que
directamente no envío a concurso fuera de nuestro país. Es probable que si
alguna vez hago una antología de mi propia poesía modificaré
mínimamente algunas cosas, aunque no creo que muestre las distintas
versiones ya que —reitero— no habrá cambios sustanciales.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Alicia Grinbank y Rolando Revagliatti,
enero 2015.
Michou Pourtalé nació el 14 de mayo de 1934 en la ciudad de Azul,
provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside en la ciudad de Buenos
Aires. Fue incluida en las antologías “Veinte voces de Buenos Aires”,
“Antología del Grupo Zahir”, “Poesía argentina de fin de siglo”, “Libro
sin dueño”, “Mar azul, cielo azul, vela blanca”, “Antología de poetas,
narradores y ensayistas”, “Summa poética 2004”, “Doce poetas
argentinos del siglo XXI”, con selección y prólogo de Nina Thürler,
“Poetas en Botella al Mar (Antología 1946-2006, Sesenta años)”, “Poesía
argentina contemporánea”, “Poesía en tránsito”, etc. Es asociada de
CADRA Centro de Administración de Derechos Reprográficos, así como
vocal titular de la Subcomisión de Cultura y Sociales de la AFAB
Asociación Franco Argentina de Bearneses. Publicó los poemarios
“Milenaria caminante” (1997), “Hombres en sepia” (2000), “Signos
tardíos” (2003), “Damero para un cuerpo” (2006), “La misma que soy”
(2010; Primera Mención de Honor en Género Poesía de la Faja de Honor
2011 otorgada por la Sociedad Argentina de Escritores), “La mujer sin
espalda” (2014). Como articulista ha incursionado con “Lo simple en la
poesía”, sobre el poeta francés Francis Ponge (1899-1988); “El satori de
Néstor Perlongher”, sobre el citado poeta argentino (1949-1992); y ha leído
como ponencia en el Cuarto Encuentro del 2012 del Grupo A. L. E. G. R. I.
A. el titulado “Sophia de Mello Breyner Andresen [1919-2004]: Poeta en la
fina penumbra de Lisboa”.

1 — Nombre —o apodo, no sé— y apellido francés, en un país al


que los franceses no acudieron para radicarse en el alto número en que
lo hicieron los italianos y los españoles. ¿Nos introducimos en las
circunstancias de tus antecesores y, de paso, en tu familia actual?

MP — Contesto a tu pregunta desde la casa —en la que estoy


pasando unos días de descanso— donde en parte transcurrió mi infancia, en
un campo lindero al partido de Tapalqué o Tapalquén, antiguo fortín
situado en la línea de fortines en las épocas de la Campaña del Desierto;
nunca fue una casa solariega sino un rancho “de lujo” que tuvo techo de
paja, y aún conserva paredes de adobe con su molino y rueda de aspas
señalando el viento sur o el del oeste, o vaya a saber cuál porque en el
campo estamos sometidos a los cambios climáticos que la naturaleza
impone; el lugar estuvo y está resguardado por cúpulas de eucaliptus,
árboles que más se adaptan al suelo de barro blanco; otros ejemplares
vinieron más tarde para afincarse en el agreste suelo pampa, con pajonales
que cubrían al jinete con su montado por entero: este paisaje de horizonte
limpio, claro en su inmensidad, albergó mis primeros sueños. Fue el
escenario donde crecí mientras aprendía a leer; tanto es así que comencé la
escuela en segundo grado, cuando la familia se trasladó a Buenos Aires, en
1943. Matizábamos con repentinos viajes a Azul y allí nos instalábamos en
la antigua casa paterna de la calle 9 de Julio 371. Mi infancia no tuvo
tropiezos, continué y terminé mis estudios secundarios en un colegio de
monjas y egresé de la Alianza Francesa. Recibida, comencé con
traducciones y dando clases: tenía mis alumnos en preparación. Intenté
cursar en la Facultad de Farmacia y Bioquímica. Ante la decepción de mi
padre proseguí enfermería en la Cruz Roja Internacional, de donde obtuve
el título de Enfermera con especialidad como instrumentadora. Trabajé
unos años hasta que me casé. Luego prioricé el mantener nuestra casa y
criar a los hijos, un varón y dos mujeres.
En cuanto a la primera parte de tu inquietud te cuento que provengo
de padre argentino y madre francesa. Es ella quien me dio el apodo de
Michou, algo como Bijou o Chou: mi nombre es Jorgelina. En mi familia
se hablaba francés, aunque no por obligación. Aprendí ese idioma a la par
que un español acriollado, por decir así. Mi padre admiraba todo lo que se
refería a nuestra historia, a las costumbres del criollo, del hombre de a
caballo y pial. Tanto él como mi madre eran consecuentes lectores de
libros, y ambos redactaban cartas dirigidas a parientes y amigos con una
meticulosidad asombrosa. El apellido Pourtalé viene del Béarn, región
apuntalada por los Pirineos franceses, prima hermana del país vasco-
francés; por lo que presumo que debo tener raíces celtas. Los bearneses
eran labriegos, pastores de ovejas, de allí que aún festejan todos los años
con las Pastorales que se realizan en distintas ciudades y laderas de los
montes. Su lengua es ahora la “langue de l´Occitaine” del Languedoc
original; antes se la llamaba “patois”; en las escuelas Calandrelles se les
enseña a los niños y jóvenes exclusivamente un hablar propio de toda esa
región. El significado de mi apellido es “puerta estrecha”. Los primeros
Pourtalé bearneses en llegar a nuestra patria lo hicieron en la época de Juan
Manuel de Rosas, según lo atestiguan viejísimos papeles que conservo. En
mi educación tuvo gran influencia el aporte de una cultura que vino
consustanciada en un viaje por mar, que primero recalaba en el puerto de
Montevideo, para luego cruzar un ancho río llamado de la Plata, hasta el
Hotel de Inmigrantes, predio que ahora forma parte del Museo Nacional de
la Inmigración. Los lazos familiares no son los de antes, el tiempo
diversifica, e incluso borra, sin anular raíces de las que estoy orgullosa. He
perdido contacto con parientes bearneses. Sin embargo, pude visitar
Oleron, Orthez, Sallies de Béarn, le Fort de Pourtalet a pleno Pirineo
lindando con España y disfrutar la belleza de Pau, capital del Béarn.

2 — Aparecés en una primera antología poco después de tus


cincuenta años. Casi se impone que nos cuentes sobre tu quehacer en la
vida cotidiana tanto como en la escritura hasta 1996. ¿Habías
concurrido a talleres literarios? ¿Sólo la poesía te convocaba?

MP — En mi adolescencia escribir era una confabulación secreta


conmigo misma; no lo decía, escondía mis papeles. Alrededor de mis
cincuenta y pico asomé la nariz con timidez a través de diarios y revistas
barriales, con textos que tenían la pretensión de ser poéticos; me sentía
ufana, alegre, era mi propia creación, no me importaba qué público los
leyera. Hasta que me abstuve de esas colaboraciones. Te aclaro que no soy
el tipo de persona que escribe desde los siete u ocho años, tal vez
estimulados por una madre o una tía docente. En mi caso, el acto real de
escritura comenzó tarde y mi elección por la poesía surgió con naturalidad.
Necesitaba expresarme a través de la palabra escrita. Nunca tuve
inclinación por el dibujo o la pintura o la escultura. En la vida se zigzaguea
por la infinitud de los caminos posibles, siempre a riesgo de una u otra
elección; hay senderos recónditos con sombras, claroscuros engañosos,
escarpados o lineales. Después de un lapso prolongado de psicoanálisis (no
en diván), llegué a descubrir en mí esta vocación que se fue transformando
mediante oficio y más oficio, en un verdadero derrotero; así la hoja en
blanco (y hasta alguna servilleta de papel) nunca perdió su encanto. Mi
analista me guió y alentó y, por supuesto, le estoy agradecida. Concurrí a
talleres que me estimularon, pero de todos casi huía. Hubo en mi entorno
amigos que influyeron. Mi amiga Nannina Rivarola, Licenciada en Letras y
Filosofía, certera y firme, me impulsó. Ella ya no está, pero su carisma me
cubre por completo. Sólo la poesía me atraía: Pedro Salinas, Neruda,
saltaba a Garcilaso de la Vega y de ahí a Giuseppe Ungaretti, Umberto
Saba, Salvatore Quasimodo, me detenía en los franceses Paul Verlaine,
François Villon y en la, para mí tierna, estadounidense Emily Dickinson, y
me adentraba en el checo Rainer Maria Rilke o Fernando Pessoa o Juan de
la Cruz y Teresa de Ávila. No paraba de visitar cafés literarios y puntos de
reunión donde escuchaba poesía argentina contemporánea. Conocí a Olga
Orozco y más de una vez Amelia Biagioni fue mi consejera, lo mismo que
Joaquín Giannuzzi. Fui logrando cuidar la forma, la estética del poema, con
la divisa “sete fiel a ti misma”. Será por eso que hasta aquí llegué con seis
poemarios y un puñado florido de antologías.
3 — Pertenencias. Formaste parte del Grupo Zahir; fuiste
vicepresidenta del Grupo Gente de Letras; integrás el Grupo Travesías
Poéticas. ¿Otros?

MP — Comencé a frecuentar el café donde se reunía el Grupo Zahir


y me incluí en 1994; gracias a su alma mater, la escritora Liliana Díaz
Mindurry, quien me apoyó, quedé entusiasmada; lo integré hasta su
disolución, años más tarde; antes de esto, en 1996, había sido invitada a
formar parte de una antología del grupo, junto a los poetas José Martínez
Bargiela, Marta Russo, Gloria Ghisalberti, Ernestina Fernández Simón,
Adalberto Polti, entre otros. No puedo dejar de destacar a una poeta querida
por todos: Florencia Durán, quien efectuó la selección y el prólogo de otra
antología editada por el Grupo Zahir, titulada “Veinte voces de Buenos
Aires”, volumen II (también de 1996), con textos de María Naim, Silvia
Ovejero, Tomás José Riva, Norma Pérez Martín, Ángela Peyceré, María
Lydia Torti, Eduardo Rubén Colman...
Por aquellos tiempos me integré al Grupo Presencias (Carolina
Rodríguez, Ernesto Vázquez Rivera, Ilda Delgado, Tomás Sir),
responsables del café literario que presentaron en diversos espacios
públicos del barrio de Belgrano.
En 1998 Jorge Sichero fue quien me invitó a asociarme a Gente de
Letras, primero como simple socia, más tarde como vocal durante dos
períodos; tuve el cargo de secretaria de actas y terminé como
vicepresidenta, siendo Zoraida González Arrili la presidenta de la entidad.
Concluido ese mandato fui invitada, por la actual presidenta de Gente de
Letras, Carmen Escalada, a proseguir, pero consideré que era preferible dar
paso a otros y así renovar la institución; en la actualidad, como socia visito
Gente de Letras con el permanente cariño que le tengo.
Formé parte, con Zoraida González Arrili, el recientemente fallecido
Enrique Roberto Bossero, Sara Dassat y Jorge Sichero, del Grupo Follaje
para el Duende: nos reuníamos en mi casa una vez por mes, al principio, y
más tarde cada dos meses, hasta que la frecuencia llegó a ser azarosa.
Invitábamos cada vez a no más de cinco poetas y con ellos departíamos
sobre estéticas y otros asuntos. Concurrieron Nina Thürler, Antonio
Requeni, Ruth Fernández, Máximo Simpson, Graciela Maturo, Alberto
Luis Ponzo, Emilce Cárrega, Héctor Miguel Ángeli, Susana Botto, Juan
García Gayo, María Adela Renard, Emma de Cartosio, Susana Fernández
Sachaos, Ernesto Goldar, Susana Carnevale... No faltaban el vino y las
empanadas, y algo dulce para el final: nos esmerábamos y cada encuentro
tenía su sello.
Hoy sólo integro el Grupo Travesías Poéticas, junto a José Muchnik,
Marion Berguenfeld, José Emilio Tallarico, Luis Raúl Calvo y Ramón
Fanelli. Hace unos ocho años me citó este último en la confitería “La
Opera” para tratar el tema de la traducción poética; muy sencillo:
necesitaban una traductora y acepté; el grupo fue premiado por la
Fundación Ferlabó, presidida por Olga Fernández Latour de Botas, en
2013, en reconocimiento a su labor estrechando lazos poéticos —océano de
por medio (de allí “travesía”)— entre Francia y Argentina.
Cada grupo con su impronta, inolvidables los que no subsisten y
todos enriquecedores.

4 — ¿A qué apuntan los tres artículos con que hasta la fecha te


has animado? ¿Ya fueron publicados los tres en algún medio? ¿Estás
encarando la redacción de otro?

MP — Los tres artículos nacieron en mí de forma espontánea; no los


elegí, fueron ellos quienes me eligieron, y digo esto con una sonrisa,
aunque no me lo crea; conmovida por las respectivas poéticas, me atreví a
ofrecer mi óptica, un otro ángulo de análisis.
Ponge me atrapó con su “Méthodes”, Editorial Gallimard, 1971
(“Métodos”, traducción de Silvio Mattoni, Adriana Hidalgo Editora), en el
que desarrolla “la práctica de la literatura”, además de un maravilloso
ensayo poético sobre “El vaso de agua”, y ni qué hablar sobre sus
consideraciones sobre “El jabón” —escrito con una notable sencillez, que
produce envidia—, donde el poeta entrega palabras, comparaciones,
juicios, etc.; hay que leerlo despacio, disfrutando el paso a paso en cada
hoja del volumen.
Perlongher, ese sociólogo combativo y homosexual comprometido
con una poética singular, llamó mi atención. Muchacho de barrio nacido en
la ciudad de Avellaneda, que luego de una azarosa vida muere de sida. A
través de “Aguas aéreas” se perfila un cambio, su escritura toma vuelo, ya
no es tanto el barroco-barroso empedernido hasta la obsesión, el que probó
la ayahuasca en la selva durante su casi auto destierro en Brasil; asoman
neologismos, extravagancias que lo hacían comparativamente distinto a
otros poetas de su generación. Consciente de su enfermedad, recurre al
carismático curador Padre Mario; el poeta pone una fe insospechada y la
manifiesta en el poema titulado “Alabanza y exaltación al Padre Mario”,
cuyos versos, de notable lirismo, incluyo al final del artículo.
Sophia de Mello Breyner Andresen me sedujo por su poesía tan
femenina, y a la vez militante a favor de los desposeídos y en contra de una
política que no compartía. Dúctil y clara, su poética pone en evidencia la
personalidad de una mujer excepcional para su tiempo, perteneciente a una
clase alta, culta.
A mi parecer, más allá de diferentes estéticas, formas y estilo, la
poesía del otro está recibida en lo profundo de mi corazón sin diferencias y
sin discriminación alguna. Por lógica, un soneto de Borges es Borges; un
poema de Leopoldo Castilla, Leonardo Martínez, Julio Salgado o Celia
Fischer, los valoro por el conocimiento indiscutible que brinda nuestra
tierra del noroeste argentino.
Sólo el artículo sobre Ponge se difundió: en una antología de Gente
de Letras. “El Satori de Néstor Perlongher” debió haberse socializado en
una revista —“Aquí Allá”, que dirigiera Julio Bepré— que dejó de
aparecer.
Ideas como para incursionar en otros temas, Rolando, no me faltan.

5 — Hallo citas, versos de Oliverio Girondo y Carlos


Mastronardi en “Signos tardíos”; de Horacio Núñez West y Georg
Trakl en “Hombre en sepia”; de Octavio Paz, André Maurois, Santiago
Kovadloff y Liliana Lukin en “Milenaria caminante”; de Roland
Barthes y Marcelo Pichon Rivière en “Damero para un cuerpo”; de
Henri Michaux en “La mujer sin espalda”. ¿Querrías referirte a ellos?

MP — Sí, algunos poemas van con epígrafes debido a una suerte de


sugerencia interna; no te lo sabría explicar, será tal vez cuando suena esa
campanita delicada que, escondida vayamos a saber dónde, llevamos al
escribir algún texto; a veces no es imprescindible, lo cierto es que en mi
caso ocurrió y ocurre con naturalidad. Las palabras de André Maurois
surgieron al recordarlo cuando lo leí siendo yo muy joven; aún conservo
ese ejemplar de uno de sus libros, amarillento, sujeto con una cinta liviana,
suave, para impedir que sus hojas se derramen entre mis manos como un
buen vino. Si nombro a Santiago Kovadloff se presenta ante mí un maestro
del pensamiento; al escucharlo hablar o al leerlo acopio parte de su
sabiduría, de su prudencia. En cuanto a Marcelo Pichon Rivière, me atrevo
a aseverar que se hizo presente como anillo al dedo al tratar sobre nuestro
niño interior, ese niño que todos acunamos en nuestro inconsciente y al que
tantas veces dejamos en olvido. Georg Trakl es el poeta que induce a ser
revelado en su capacidad como filósofo a través de una alta poesía. Ni qué
hablar de Oliverio Girondo; parecería que su apellido apela al “giro”
necesario que la poesía argentina dio para las nuevas generaciones. La
lectura de Roland Barthes me alimentó por su introspección creativa: es
para disfrutarlo con la seriedad de un especial silencio. Don Carlos
Mastronardi, al igual que Horacio Núñez West, son ejemplos vivos que
supieron poner y dar al campo de nuestro país una auténtica notoriedad a
través de sus respectivas poéticas. Y la América entera se trasluce y
subyace en los textos y poesías de Octavio Paz. Escasas ideas las mías para
justificar la pregunta que siempre me he formulado: ¿es necesario instalarle
un epígrafe a nuestro poema?: mi repuesta es que no lo es. Lo mismo
ocurre con las dedicatorias, pero eso es harina de otro costal. Fui y soy
curiosa empedernida, rodeada de poemarios de cuatro o más autores al
mismo tiempo; me fascina lo que llamo “picotear” de aquí, de allá. Cuando
algún verso se imponía ante mi asombro, anotaba el número de la página
donde figuraba dicho verso en la última del ejemplar. Y así se me impuso
la cita de Liliana Lukin, que tomé para un poema de “Milenaria
caminante”. Esa constelación de citas, rica, extraña, movediza, fue
aterrizando en mi imaginación y en mi sensibilidad y allí está.

6 — En “El Satori de Néstor Perlongher” contás que dicho poeta


reconoció en una entrevista las influencias de Góngora, José Lezama
Lima, Rubén Darío y Severo Sarduy. ¿Qué influencias reconocés en tu
poética?

MP — Francis Ponge figura en primer plano, Amelia Biagioni con


su “niña de mil años”, muy cerca de Olga Orozco quien, una tarde en la S.
A. D. E., me regaló una piedrecita para la buena suerte en la dedicatoria
escrita por ella en uno de sus libros; influencias ganadas con mucha lectura
y anotaciones al margen de las páginas fueron las que sutilmente me
nutrieron. ¿Cómo no nombrar a las uruguayas Delmira Agustini, la trágica,
y a Marosa di Giorgio, extravagante imaginativa? Me arriesgué con Cavafis
y Pessoa sin llegar a profundizar las distintas posturas e ideas como poetas.
En cambio, Juan L. Ortiz y Francisco Madariaga me transportaron por sus
ríos. He leído a Quevedo y a Góngora con cierta obligación; no así me pasó
con José Lezama Lima y Pedro Salinas. De François Villon tomé versos
como epígrafe.
Considero que el resultado de mi poesía es ante todo genuino y
simple con un grado “normal” de originalidad, lo cual permite al lector
acercarse a textos comprensibles, sin afectación; supongo que se debe al
hecho de estar mostrando lo vivido: un intento de compartir lo que
llanamente escribo. No exagero en la búsqueda de palabras, ellas vienen
solitas sin que las llame, furtivas amigas ellas modelan, dan luz al poema y
me desmadro en verso. Es lo vigente, el mundo actual lo que me interesa:
un resto de fresco aroma en el aire, la risa de una niña o la pena de un
amigo, una noche en el campo junto al grillo y la luciérnaga. Quizá sean
estos gestos propios de la maravilla y el asombro los que más influyen en
mi creación.

7 — En una presentación de un poemario tuyo agradeciste a


Norma Ferreyra por haberte “iniciado en el sendero de la Cábala hacia
un camino sobre el Árbol de la Vida y la lectura del Tarot Cabalístico”.

MP — Mi interés por la Cábala o Kábala se produjo tras haber


conocido y escuchado, en una de sus conferencias sobre el tema, a Mario
Satz, nacido en Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires, en el seno de
una familia hebrea; es filólogo, poeta, ensayista, traductor y novelista;
estudió Cábala y Biblia en Jerusalén entre 1970 y 1973 y reside en
Barcelona. La Cábala, se afirma, lleva casi al infinito, y los cabalistas la
perfeccionan con renovados conocimientos. A Norma Ferreyra la conocí
por una amiga que concurría al taller de Félix Della Paolera, cuando
también yo concurría. Esta profesional del Tarot, experta en numerología,
astrología y en el Árbol de la Vida y Kábala, me recibió primero como
consultante, luego como alumna a lo largo de casi seis años. Durante la
consulta me atrajo su intuición, seriedad y la delicadeza con la que, al abrir
la lectura del Cuadrado Mágico, me fue suministrando información, con
total exactitud. En el taller grupal trabajamos con las cartas del esotérico
masón Aleister Crowley. Las setenta y ocho cartas se clasifican en
veintidós Arcanos mayores (del 0 al XXI), cuarenta Arcanos menores y
dieciséis Personajes de la Corte o figuras. La simbología del Tarot está muy
bien detallada en el libro “Jung y el Tarot” de Sallie Nichols (Editorial
Kairos). Por otro lado, Z´Ben Shimon Halevi en su libro “Kábala y
psicología” (Editorial Kairos), con prólogo de Mario Satz, ofrece un
excelente estudio. Un buen número de cabalistas, en otros libros, aportan lo
suyo. Lo que más internalicé fueron los apuntes redactados por Norma
Ferreyra, que aún conservo. Fue la etapa de mi vida en la que me asomé al
esoterismo: un camino inesperado por el que transito hacia una
espiritualidad elevada y ferviente. Dice Gerd B. Ziegler en “El Tarot,
espejo del alma” (Editorial Arkano Books): “De la misma manera que
utilizamos un espejo para observar nuestro aspecto externo, podemos
utilizar las imágenes del Tarot para reflejar nuestro estado interior. El
Tarot es un viaje de aventura y descubrimiento. Sus imágenes son las
imágenes del alma. Un espejo refleja la realidad visible sin evaluarla. Nos
enseña lo bello y lo feo, las cosas agradables y las desagradables. No tiene
otra alternativa. El espejo puede guardarse o romperse en pedazos, pero la
realidad no cambia. Muchas personas tienen miedo a la realidad interior.
Nunca podremos aceptarnos a nosotros mismos si huimos de nuestra
realidad interior. El verdadero amor por uno mismo implica el deseo de
conocerse más a fondo”. A través del Tarot he logrado vencer mucho de
mi propia negatividad para acceder a otra plenitud. El Árbol de la Vida
dibuja mediante senderos que corren entre los dos pilares de la
Misericordia y la Severidad y el Pilar del Medio, la manera de dejar
Malkut, la tierra, o sea el mundo que habitamos para llegar a Ketter que es
lo Divino, lo Supremo, y, en definitiva, Dios.

8 — Entre las “Notas” para su poemario “Comer y comer”


(Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1974), Noe Jitrik asienta:
“…después de todo llegar a un poema, hacerlo, es menos importante que
haberlo sentido crecer, suponerle un sentido, no al poema (eso es
pretensión) sino al gesto de dibujarlo.” ¿Con qué reflexión
acompañarías la de Jitrik?

MP — Me animaría a opinar que más que dibujar al poema con un


gesto, se trataría de la implementación de un sutil delineado en dirección a
esa metamorfosis indispensable al poema, igual a ese cambio al que está
sometida una mariposa cuya belleza se oculta entre palabras, de algún
modo inaudibles para el poeta en el goce de su creación.
9 — Adapto una pregunta que suelen formular en reportajes
para el blog de la librería porteña “Clásica y Moderna”: ¿cuál es tu
libro “más” pendiente de lectura?

MP — Sin vacilar confieso: “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la


Mancha”.

10 — ¿Escritores (o escrituras) que no te interesen y escritores (o


escrituras) que te desagraden?

MP — Cuando la lectura de un determinado escritor deja de


interesarme, cierro el libro, lo dejo de costado; quizás en otro momento lo
retome, nunca se sabe. En poesía reconozco que Vicente Huidobro no me
conmueve, nunca pude llegar al meollo de alguno de sus textos; lo mismo
me ocurre con Gérard de Nerval —seudónimo de Gérard Labrunie—, y lo
cito: “Mi estrella ha muerto y mi laúd lleva el sol negro de la melancolía”;
“estrella muerta, sol negro, melancolía”: me apabullan, desaniman, siento
en mí una firme sensación de angustia. Con Pablo Neruda es diferente: sus
“Veinte poemas de amor y una canción desesperada” o sus “Odas” me
atrapan, y no así otros de sus libros, aunque los juzgue valiosos (no me
resultan plausibles ciertas actitudes de él, aunque razono que debería
separar la persona de la obra). Resisto a los autores que trasuntan un afán
omnipotente y mesiánico. Prefiero a aquellos cuyo lenguaje sea
comprensible, discreto y elocuente con mesura, como Octavio Paz, Silvio
Mattoni, Yvonne Bordelois. De alguien de la trascendencia de Rimbaud,
atino apenas a dejarme cautivar por “Mauvais sang” —“Mala sangre”— de
su “Una temporada en el infierno”. A William Carlos Williams (1883-
1963), por tedio dejé de leerlo por un buen tiempo, casi lo olvidé, y una
tarde, poniendo algo de orden en mi biblioteca, retorné al volumen “Cien
poemas” y me descubrí disfrutando de variadas “perlitas”. Actualmente me
intereso en dos poetas argentinos ya fallecidos: Ricardo Zelarayán (1922-
2010), nacido en Paraná, provincia de Entre Ríos, con el volumen que
reúne la mayor parte de su obra poética: “Ahora o nunca” (Editorial
Argonauta, 2009) y el santafesino Juan Manuel Inchauspe (1940-1991).
Sus poemas están editados junto a su prosa y traducciones en el libro que
lleva por título “Trabajo nocturno” (Universidad Nacional del Litoral,
2010).
11 — ¿Cómo ha sido tu relación con la novelística, con la
narrativa breve? ¿Cómo es ahora?

MP — Prefiero el cuento, y cuanto más breves, mejor. No tengo la


paciencia necesaria para las novelas que se me hacen eternas, tipo sagas de
familia y se prolongan en tres volúmenes de seiscientas páginas cada uno.
Me distraigo, no me concentro: grave error. Te nombro, sin embargo, a
novelistas que me complacen: Sylvia Iparraguirre (1947, sus novelas “La
tierra del fuego” (1998) y la más reciente “Encuentro con Munch”
(Editorial Alfaguara), Guillermo Martínez, Héctor Tizón, Andrés Rivera,
Juan José Saer, Sylvia Molloy y su “Varia imaginación” (Beatriz Viterbo
Editora, 2004). Y también André Maurois con su “Un art de vivre”; “Las
memorias de Adriano” de Marguerite Yourcenar, el Philippe Claudel de
“Les ames grises”, Alexandre Postel con “Un homme effacé”, Hélène
Lenoir con “Piéce rapportée”; “Nagasaki” de Éric Faye, “Ouragan” de
Laurant Gaudé, “La robe bleue” de Michele Desbordes (sobre la vida de
Camille Claudel). Y me veo en la infancia, en tardes de calor, leyendo los
libros de la colección española Araluce para niños, que habían sido de mi
hermana mayor: “La Odisea”, “La Eneida”, “La Canción de Rolando”,
“El Cid Campeador”. Mi favorito era y sigue siendo “Ivanhoe” de Sir
Walter Scott. No todos los libros me eran permitidos leer —restricción
propia de la época—. A mi alcance, los pesados tomos de la colección “El
Tesoro de la Juventud”. Me divertían mucho, a mis nueve años y en
francés, “Les malheurs de Sophie”, cuya autora es la rusa Sofía Fiódorovna
Rostopchina (1799-1874), la Condesa de Ségur —suena arcaico,
¿verdad?—: Sofía era una traviesa divina por sus ocurrencias. Me parece
simpático aportar estos recuerdos.

12 — ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué


se trataba?

MP — Consistió en un disparate: escribirle a mi sobrina un cuento.


Yo tenía alrededor de once años. No se me ocurrió nada mejor que pensar
en hormigas dueñas de un gigantesco hormiguero mágico: nada podía
tumbarlo, ni pala ni puntapié; ante cualquier amenaza jamás se
desmoronaba; la conclusión o moraleja era que, a ejemplo del hormiguero,
debíamos, mediante un fabuloso ejercicio entre voluntad y coraje, actuar
con actitudes firmes y positivas ante cualquier hecho que pudiera llegar a
tumbarnos. Nunca supe si mi sobrina llegó a entender el mensaje, lo cual
no impidió que siguieran otros cuentitos, tales como La Bruja Tomate,
Juancito el Incendiario, La Señorita Lucrecia, Las Botas de Mil Colores,
Un Día en la Playa, Tomasito el Tímido; por supuesto eran todos
personajes ejemplares, según mi criterio. Yo no era ordenada, dejaba los
cuadernos o papeles rondando como quisieran, producía a rajatabla y
pasado un tiempo no volvía a ellos. Lamento haberlos perdido. A veces leo
relatos en directo para chicos de escuelas rurales.

13 — ¿Qué diferencias notás entre tu último libro y los


anteriores? ¿Cómo considerás tu propia evolución poética?

MP — El más reciente marca el fin de una etapa y el principio de


otra. Me inclino hacia la prosa, a un discurso más llano con algo o mucho
de poesía; percibo un cimbronazo y me dejo llevar hacia una realidad más
refinada. Ligo esto con que a veces me cuesta escuchar la poesía de los
jóvenes. Sopeso sus poemas con un montón de comprensión y cierta
admiración de mi parte; lo planetario, el mundo intelectual movedizo
inquietante al que valoro, influye, desgasta o enriquece, por eso estoy
convencida que vivo en acelere hacia una evolución, concretada y
concebida entre acción y pensamiento y hacia una poética distinta. No
tengo preferencia por alguno de mis libros, hechos con tinta y pliegue, lo
declaro con absoluta convicción. Lo enuncio en el último texto de
“Damero para un cuerpo”, del cual a modo de despedida capturo algunos
versos que aplico a todos, a mi escritura: “No importa, he de brincar desde
el blanco / sobre el papel el punto del final que cruje. / Soy la amanuense
de tu hechura, materia / maciza codo a codo dos veces en doblete / en un ir
y venir crucial adecuamos la línea / del perfil austero, el justo relieve para
ese verso / que tendinoso recala en la noche / y la lanzadera del diálogo
nos abrió brecha. / No siento desolación, me despido con un beso y al
besarte / hay un apuro de lágrima, mi muchacho”.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Michou Pourtalé y Rolando Revagliatti,
febrero 2015.

Michou Pourtalé falleció el 25 de mayo de 2019.


Alfredo Palacio nació el 23 de diciembre de 1949 en Buenos Aires, ciudad
en la que reside, la Argentina. En 2007 co-dirigió con Alicia Grinbank,
Alberto Boco y Rolando Revagliatti el Café Literario “Mirá Lo Que
Quedó” en el Centro Cultural “Raíces”. En ese mismo año se editó su
poemario “Filamentos” (Ediciones del Dock; Faja de Honor de la
Sociedad Argentina de Escritores, filial Tafí Viejo, provincia de Tucumán,
2009; Primer Premio a mejor libro editado entre 2005-2010, otorgado en
Santa Rosa, capital de la provincia de La Pampa, 2010). Permanecen
inéditos “Segundos afuera” (2009) y “BluesEros” (2011; Primer Premio
en el 1º Concurso Internacional de Poesía Marosa Di Giorgio, en Salto,
Uruguay, 2013). Ha obtenido primeros premios y numerosas menciones en
certámenes nacionales y de Uruguay, México y España.

1 — Naciste en el barrio donde transcurrió la infancia de


Roberto Arlt.

AP — Nací en el barrio de Flores y allí residí hasta los veintitrés


años. Desde entonces, en diversos barrios (en la actualidad, en el de
Colegiales), y sin salirme de los límites de nuestra ciudad. Cursé estudios
primarios y secundarios en la escuela pública, universitarios de abogacía,
abandonados, en la universidad pública y en la privada, y estudios
terciarios sobre temas de banca, economía y administración de empresas en
universidades privadas. Soy consultor empresario, hace unos veinte años
que trabajo por mi cuenta, tras larga trayectoria en el sistema financiero y
empresario.
Esperaba ansioso los extensos veranos de mi niñez para dar cuenta
serialmente de la recordada Colección Robin Hood: “Ivanhoe”, “El
príncipe valiente”, “Bomba”, “Los caballeros del Rey Arturo”, “El último
mohicano”, las novelas de Emilio Salgari (1862-1911), las que tenían a
D’Artagnan como protagonista… Y es a los seis años que empiezo mis
estudios de inglés, los que continuaría hasta los dieciocho: pura gramática
inglesa e increíbles lecturas en ese idioma: Oscar Wilde completo, John
Steinbeck, William Shakespeare, Somerset Maughan, Pearl S. Buck, J. D.
Salinger, etc. Hasta que comenzó a decaer mi entusiasmo por la lengua
británica. Tuvimos la explosión de The Beatles y la movida de los ‘60, y
allí me enfrasqué en interminables traducciones de las letras de los grupos
de rock. Tanto o más que la literatura en mi vida predomina la música
(ejercí de disc jockey). Gran parte de mi creación literaria se maridó a la
par de Pink Floyd, Joan Manuel Serrat, Bill Evans, Keith Jarrett, Silvio
Rodríguez, John Coltrane, Astor Piazzola, Dexter Gordon, Egberto
Gismonti. Mis instrumentos predilectos son el saxo tenor y el contrabajo.
Respecto de mi máximo deseo, Rolando, me reconozco como un músico
frustrado.
Mis rudimentarios intentos de expresión poética se avizoran allá por
mis diecinueve años, con las clásicas versificaciones promovidas por mi
primer amor arrasador. Me doy a transitar la Generación Poética Española
del ‘27 (con preferencia hacia Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y
Federico García Lorca), Paul Eluard, Dylan Thomas, René Char, Jacques
Prévert, Henri Michaux, Arthur Rimbaud… Pero el impacto que me instó a
vincularme intensa y definitivamente con la poesía fue cuando descubro en
una Feria del Libro, un pequeño volumen de Monte Ávila, soberbia
editorial de Venezuela, que contenía “Poesía vertical” (de la primera a la
quinta colección de esa dilatada propuesta) de Roberto Juarroz (1925-
1995). Aquello fue un descubrimiento sin retorno: perdura como mi poeta
favorito y por su obra me percibo influenciado. Potenciándose con Eluard y
Rimbaud más ciertos libros de Antonin Artaud, y tres locales y esenciales:
Joaquín Giannuzzi, Raúl Gustavo Aguirre, Edgar Bayley.

2 — Ya afiatado lector, ¿qué siguió sucediendo?

AP — En compañía de mi amigo y hermano de vida, el poeta


Alberto Boco, llego al taller que coordinaba Mario Morales, maestro,
disparador y ordenador a la vez, de todo ese material que caóticamente
venía abordando. Me lanzó a las poéticas de la Beat Generation: Gregory
Corso, Lawrence Ferlinghetti, Allen Ginsberg, así como a las de Ezra
Pound, T. S. Elliot, William Blake, Allen Tate, Hart Crane.
Consubstanciado con el ritmo y la musicalidad que hallé en la lengua
inglesa, procuro acceder a mi voz propia. En el taller conozco a quien fue
convirtiéndose también en una hermana de vida, la escritora Alicia
Grinbank. Tras dos años con Morales, Alicia, Alberto y yo hicimos taller
durante un año con quien representa su antítesis: el poeta y ensayista
Santiago Kovadloff. Enriquecedoras ambas incursiones. Y aunque después
estuve casi doce meses sin trazar un verso en el papel, asumí que había
hallado lo que, sin saber, intuitivamente, fui a buscar: la síntesis, el peso del
sustantivo, la moderación y cautela con la adjetivación. De ahí en más, en
solitario y permanente trabajo, generé una estimable autoexigencia en la
resolución de mis textos, desembocando en el verso en general breve y
preciso. En la última década advierto en mí además el hálito de las poéticas
de Juan García Gayo y Marcos Silber, y la de otros dos que me impactaron
por su poesía potente y descarnada: Miguel Ángel Bustos y Jorge
Boccanera.

3 — En muchas ocasiones, a lo largo de tres décadas, participaste


en mesas de lectura, en ciclos de poesía, en festivales. Escasas son las
declaraciones de los escritores en cuanto a los aspectos negativos o
ingratos de numerosas de esas propuestas.

AP — En ese más que extenso período de participar en la movida


poética porteña (con algunas incursiones leyendo en las ciudades de Junín,
Campana, Rosario y Tucumán), leí en ciclos por demás diversos, buenos,
regulares y pésimos. Resaltando siempre el empeño y buena voluntad de
los organizadores, los hubo (y los hay aún) por demás “multitudinarios” (en
uno éramos once los invitados para leer…), donde a los concurrentes se les
debe producir no poco enjambre de voces, además de que siendo tantos,
cada invitado alcanza a leer un par de textos, o algunos más si son muy
breves, que para nada llegan a representar ni su voz ni su estilo. Es como
cuando en nuestra época de estudiantes secundarios abordábamos la
historia medieval con los resúmenes Lerú. En cuanto a lo ambiental,
muchos reductos son incómodos, sin un equipo de sonido que permita
escuchar con claridad. Además, irrumpen los que, desempolvando su
crecido ego, se toman por su cuenta el doble o triple de minutos que sus
colegas, así como están los coordinadores que incurren en severos
desniveles en cuanto a la calidad poética de los especialmente invitados.
Un condimento que nunca apoyé es el “micrófono abierto” (sabés
que fue todo un tema cuando estábamos armando “Mirá Lo Que Quedó”).
Si bien admito que hay que dar oportunidades de leer a todos, sucede que
de repente en esa lectura hay un poeta, digamos, consagrado, y algunos que
“ejercen” el micrófono abierto casi aún no saben lo que es un poema. Es
una falta de respeto para el poeta en cuestión, y también para el
principiante, pues es inevitable compararlos, y hasta suele generar un
trauma en el principiante, al percatarse que él todavía ni arrancó en el
oficio. Soy partidario de mesas de lectura que no excedan de los tres
poetas, e idealmente dos. Eso permite que cada uno desarrolle el devenir de
su obra y que quienes los escuchan terminen conociéndolos medianamente.

4 — ¿A qué poetas destacarías por su forma de leer en público?


¿Coincidirías conmigo en que muchos boicotean sus presentaciones
leyendo demasiado bajo o resistiéndose a “apuntar” hacia el micrófono
o poniéndose a buscar entre papeles o entre libros de forma
improvisada o dando explicaciones insustanciales o…?
AP — Concuerdo absolutamente con vos en eso de boicotear la
propia lectura; abundan los que así proceden. Y me inquietan aquellos/as
que explican cada poema antes de leerlo (en ese escenario, cualquier
explicación es banal e insustancial). También me exasperan los que
empiezan a hurgar papeles (que nunca encuentran) y esa lectura se
transforma en una penosa y nerviosa espera por parte de quien escucha.
Cuando soy invitado a alguna lectura llevo preparado el material, y otro
alternativo (hoy está de moda decir “el plan B”), por si me otorgan unos
minutos más, o porque descubro, cuando estoy leyendo, que no prefiero lo
que seleccioné.
Por suerte hay muchos poetas a los que es (o ha sido) un placer
escuchar; citaré al voleo apenas un puñado: Leopoldo Castilla, Gerardo
Lewin, Beatriz Schaefer Peña, Leonardo Martínez, Martín Andrade,
Concepción Bertone, Luis Benítez, Marion Berguenfeld, Héctor Miguel
Ángeli. Tuve ocasión de disfrutar lecturas de Antonio Gamoneda, Ángel
González y Luis García Montero, soberbios poetas españoles, como
asimismo del chileno Gonzalo Rojas.

5 — Me informé, pero de un modo que no llegó a darme idea de


qué se trataba exactamente, que con Alicia Grinbank y Alberto Boco
has realizado u organizado lecturas y mesas de debate. ¿De qué se ha
tratado y en qué contextos?

AP — No exactamente organizamos mesas de lectura, sí lecturas


puntuales. Una de esas fue en el Café “Bollini” cuando cumplimos sesenta
años (somos los tres del ‘49), y que llamamos “60 poemas y ninguna flor”.
Boco y yo presentamos, en una librería de Campana, nuestros libros
“Riachuelo” (él) y “Filamentos” (yo) con la participación de periodistas
literarios de la zona, que derivó luego, más que a un debate, a una charla
con los asistentes.

6 — ¿A qué traductores de habla inglesa valorás más?

AP — El mejor de todos, por su dominio de varios idiomas además


del inglés, ha sido Borges. Es notable el trabajo que ha hecho Rodolfo
Alonso, y destacable la tarea de Elizabeth Azcona Cranwell y Alberto
Girri. En cuanto a la traducción de la Generación Beat, sin lugar a dudas,
Marcelo Covián. También es buena la traducción del narrador César Aira
de la poesía de Allen Tate.

7 — Precede en la novena página de tu poemario publicado:


“FILAMENTOS – ‘hilo en espiral que genera la temperatura en las
lámparas incandescentes’ – ‘obra formada por hilos’ - ” ¿Proceso de
escritura de “Filamentos”?

AP — No hubo proceso de escritura de ese poemario. Llegado el


momento de decidir su edición (y la necesidad de publicar mi primer libro),
seleccioné textos escritos entre 1984 y 2004. Tal vez, por la fecha de
publicación y la data de los textos, no sean un cabal reflejo de mi escritura
al momento de publicarse, pero sí de mi propuesta y voz propia.

8 — El título del libro que concluiste en 2009 remite al boxeo; el


del que concluiste en 2011, a la música. ¿En qué obra, formada acaso
por otros hilos, estás en el último tiempo?

AP — Si bien el título “Segundos afuera” remite al boxeo (orden del


árbitro de un combate a los entrenadores y asistentes que deberán bajar del
ring antes de iniciarse la pelea), no responde en mi caso a ese deporte:
establecí su título por lo que supone el contenido. “BluesEros” (así se
escribe), está en la línea de la sensualidad, no del erotismo, vinculado a
relaciones con mujeres, y partió de un poema incluido, “Baby Face”, el que
hace referencia al blues, género musical que disfruto por su tensión,
dramatismo, oscuridad y pasión.
En los últimos años, y hoy día, ando enredado en los mismos hilos.
Adhiero a lo que una vez adujo Roberto Juarroz: “Un poema nunca se
termina, sólo se abandona”. Mantengo los mismos paisajes, vivencias,
tramas, involucramientos y decepciones que voy expresando desde
diferentes miradas y momentos. Morales alguna vez sostuvo que la única
verdad es repetirse.

9 — El año pasado una escritora me dijo que jamás se le


ocurriría escribir una determinada palabra; y con anterioridad, en
charlas informales oí a otros escritores afirmando que detestaban tales
y cuales vocablos y que no los usarían. ¿Tenés los tuyos, que rechazás
al punto de inferir que jamás los escribirías?

AP — No registro aversión por ninguna palabra; las hay que, aunque


eventualmente desagradables, pueden encontrar su lugar y hasta
justificación de acuerdo al contexto del poema. Respeto toda expresión
poética, como también la absoluta libertad para desplegar su lenguaje.
Desde hace bastante tiempo el idioma se viene degradando, y eso no deja
de reflejarse en la poesía, más entre los más jóvenes.

10 — Párrafo de la nouvelle “Prisión perpetua” de Ricardo


Piglia: “No hay nada tan abyecto, dijo Lucía, como la convivencia de un
hombre y una mujer. En teoría podemos comprender a una persona, pero
en la práctica no la soportamos. El matrimonio es una institución
criminal. Con los lazos matrimoniales siempre termina ahorcado alguno
de los cónyuges. En eso reside el sentido de la fórmula ‘hasta que la
muerte nos separe’”. El matrimonio: esa institución: ¿cómo la ves?

AP — Incurrí en dos matrimonios, el primero por siete años; el


segundo, tras un paréntesis de cinco, se extendió por diecinueve. Las
experiencias dentro de esa “institución” son muy personales como para ser
tomadas en cuenta por otros. A una década ya del último final, no incurriría
en la experiencia, aunque no la objeto. La fórmula “hasta que la muerte
nos separe” quedó en desuso a partir del vértigo de la vida actual. Por otra
parte, no garantiza absolutamente nada, y mucho menos que se sea feliz
hasta que la parca los convoque juntos, a menos que sea para abaratar
costos…

11 — En una de las últimas páginas de su “Salvo el crepúsculo”,


establece Julio Cortázar: “…agazaparse en la ironía, mirarse desde ahí
sin lástima, con un mínimo de piedad…” ¿Qué poetas o poemas donde
impere la sátira, la insolencia, la socarronería, la broma, la agudeza, la
acrimonia, atinarías a destacar?

AP — No recuerdo poemas de esas características. Aunque los hay


notables, de los que podríamos llamar “serios”, que contienen elevadas
dosis de sátira o socarronería. En ese campo incluyo a Gonzalo Rojas, en
cuya obra se advierten algunas de esas premisas. Y está dentro de una gran
poesía.

12 — ¿Qué leés “por arriba”? ¿Qué leés “picoteando”? ¿Qué


leés trastabillando?

AP — Por arriba, picoteando, leo libros de poesía en las librerías,


para ver si tal autor o su poesía pueden interesarme. Trastabillando no leo
nada, es por demás incómodo, y peligroso para mis averiadas rodillas.

13 — ¿Qué películas basadas en novelas, o eventualmente en


biografías u otros géneros literarios, recomendarías?

AP — En general las inglesas me parecen impecables en su conjunto


de adaptación, actuación y sobre todo en la puesta de época. Me resultó
muy potente la interpretación de Stephen Fry como protagonista del film
“Oscar Wilde”, increíble, como también la participación de Vanessa
Redgrave. Son excelentes las que he visto sobre novelas de las hermanas
Brönte. Como cinéfilo, siempre disfruté enormemente de los grandes
directores y, en especial, de actores y actrices británicos; por momentos
siento que inventaron la actuación, sea teatral o cinematográfica.

14 — ¿Personajes que te hubiera agradado encarnar por un día


o unas horas? ¿De qué escritores (de todos los tiempos) te gustaría ser
amigo o al menos tener una charla larga y tendida?

AP — No me hubiese gustado encarnar a nadie ni por un día o unas


horas, bastante trabajo he tenido, tengo y tendré por el tiempo que me reste
en ser yo mismo, y de encarnarme, claro. Con respecto a escritores con los
que me hubiera agradado charlar un buen rato en algún bar porteño o de
París: Julio Cortázar, sin dudas. Me alucinan su mente brillante y
creatividad. Tuve la fortuna de compartir un par de encuentros intensos con
Roberto Juarroz y en menor medida con Ernesto Sábato, Antonio
Gamoneda, Mario Trejo, Francisco Madariaga, Edgar Bayley y Jorge
Boccanera. Acaso una cuenta pendiente para esa propuesta sería con
Odysseas Elytis, el mexicano Efraín Huerta, Joaquín Giannuzzi, Enrique
Molina, Dylan Thomas. Y el listado podría seguir.

15 — ¿Te recomponés rápida y satisfactoriamente de situaciones


que te confunden y desconciertan?

AP — Acontecieron más de las que quisiera, y la posibilidad de


recomponerme en forma rápida y satisfactoria depende de la intensidad de
la confusión y desconcierto que me produzcan. Lo que más me afecta y me
cuesta remontar es la traición.

16 — De una encuesta de Mar Dulce Editora adopto “la dulce


pregunta… levemente abyecta” (Daniel Guebel), que ahora te formulo:
¿contra qué escribís?

AP — No escribo absolutamente contra nada, jamás lo hice. No es el


camino de la poesía, de la mía, al menos.

17 — El 20 de junio de 2007 en nuestro café literario, teniendo


como invitada especial a la poeta María del Carmen Suárez, leíste el
texto que, habiendo sido articulado con Alicia y Alberto, vos
redactaste, y que titularas “Evocación de Mario Morales”. ¿Lo damos
a conocer?

AP — Sí, desde luego, con pequeños retoques:

“Mario Morales nació en Pehuajó, provincia de Buenos Aires, en


1936 y falleció en Buenos Aires el 29 de enero de 1987, a los 51 años. Fue
discípulo de Roberto Juarroz y Antonio Porchia, a quienes siempre
reconoció como sus maestros. Con Juarroz posteriormente desarrolló una
amistad personal y una estrecha conjunción poética que desembocó en la
fundación de una relevante revista, “Poesía = Poesía”, que produjo veinte
números entre 1958 (un Morales de apenas 22 años) hasta 1967.
Escribieron un poema conjunto, “El otro pensamiento”, el que
lamentablemente no pudimos encontrar entre la documentación revisada
para esta ocasión.
Poeta de profusa formación literaria, filosófica y hasta religiosa
(Profesor de Filosofía y Pedagogía, dictó Literatura, Metafísica e Historia
del Arte), fue en los ‘80 un factor aglutinante de importantes voces poéticas
con quienes formó el que se conoce como grupo “Último Reino”: entre
otros, Víctor Redondo, Jorge Zunino, Daniel Chirom, María Julia de
Ruschi Crespo, Pablo Narral, Enrique Ivaldi, Roberto Scrugli, Horacio
Zabaljáuregui.
Con anterioridad había integrado otros grupos, siendo el más
relevante “Nosferatu”, el que llegó a editar doce números de la revista del
mismo nombre entre 1972 y 1978. Mantuvo estrecha amistad con Edgar
Bayley y Francisco Madariaga, con quienes solían embarcarse en
interminables veladas de letras, vida y vino. Ha publicado entre 1958 y
1986, seis volúmenes de poesía: “Cartas a mi sangre”, “Variaciones
concretas”, “Plegarias o El eco de un silencio”, “La canción de
Occidente”, “La tierra, el hombre, el cielo” (conformado por los
poemarios “El polvo y el delirio”, “El juglar de los ojos ciegos” y “La
distancia infinita”), “En la edad de la palabra”. Mantenía inéditos al
menos otros siete libros escritos entre 1962 y 1973 y un volumen de
poemas comprensivo de su obra entre 1981 y 1985.
Para Mario, “La poesía es la casa del relámpago”. Como afirma
Daniel Chirom en una justa, extensa y relevante nota en la Revista “El
Jabalí” (Nº 7, 1997), su poesía cumple lo que decía Morales en su último
libro: “Persigamos excesos”. Poesía inconformista, vital, áspera y
refulgente a la vez, jugando al filo del abismo con fragmentos de sangre y
silencio, con ese gesto anónimo que las hojas escriben al caer en la soledad
o en la tierra. A mediados de los ‘70 emerge una de las cofradías poéticas
más amalgamadas de la literatura argentina: la del neoromanticismo.
Declaraba, desde el inicio, su filiación con el romanticismo alemán (Ewald
von Kleist, por ejemplo) y el surrealismo, tanto el francés como el de su
versión loca: el de los argentinos Enrique Molina —fundamentalmente con
su exquisito “Hotel Pájaro”— y Olga Orozco.
Nuestro paisaje político, como el del romanticismo o el de la mística,
era la noche; pero una noche sin alba ni trascendencia, como la de una
cárcel. Quizá la mayor noche de nuestra historia: la del Proceso de
Reorganización Nacional, eufemismo de la más cruel dictadura que haya
asolado a este país. Noche y desaparición de la democracia, de los
derechos, de la verdad; desaparición de vidas y junto a ellas, miles de
sueños. La poesía, su lenguaje, buscó la otra noche, otro reino, no como
evasión, sino como salvación lírica, como habitar poético, diría Hölderlin,
aunque el habitar haya sido un destierro abrazado. Eran años tan negros que
buscar la belleza era una rebelión, era encender la noche.
“Último Reino” aparece en octubre de 1979 y fue el encuentro,
amalgama, fusión, síntesis entre dos grupos: “Nosferatu”, congregado en
torno a Morales, y “El Sonido y La Furia”, que incluía a Víctor Redondo y
Susana Villalba, entre otros poetas afines al planteo neoromántico que
antes los había reunido en el intento de resistir el avance de la razón
utilitaria, la razón instrumental, la desacralización. Más que una estética,
una crisis. Esa misma noche le dará a su poética un cierto tono umbrío, un
cierto hermetismo, no complaciente de sí sino necesario.
Allí no reinan los límites de la razón (que es la razón de los límites), sino
los claroscuros de la profundidad, la penumbra de lo hondo, los bordes
temblorosos de lo naciente. El mundo neoromántico fue un recorte de
sentido en la prosa de la realidad para “Último Reino”. En ella no entraba
lo que ya es sino lo que aspira a ser, lo que debe ser, no en el sentido moral
sino en el sentido imaginario: se trataba de crear y, sobre todo, y como a
priori, de imaginar: imaginar para elevar. La imaginación es en esta estética
la fuerza motriz, el poder para transfigurar la realidad. Encasillado por
muchos como fiel exponente del neoromanticismo (al igual que los
integrantes de “Último Reino”), coincidimos con Daniel Chirom en que por
Morales corren además el surrealismo y lo beatnik (era admirador de
Ferlinghetti, Corso, Kerouac, Ginsberg). El tono de su poesía es exaltado y
vertiginoso, oculta la atroz visión del mundo para apoderarse mejor de ella.
Y sus poemas se vuelven plegarias por la luz, porque la vida es la gran
nostalgia de Morales. Y como mago y poeta, se sabe ni aquí ni allá, sino
más acá y más allá. Y esa especie de ambigüedad la sintetiza en
fragmentos, como cuando puntualiza que “el terror y la belleza nos
salvarán”. Tiene la particularidad de no anular las oposiciones, sino de
agudizarlas. Su poesía contiene una gran ironía crítica en medio de
estallidos, excesos y manotazos desesperados.
Esa enjundiosa búsqueda, acaso inútil, se refleja en su decir:

“entonces la soledad única,


la salvaje lujuria: ‘la plegaria del hueso’
en la niebla final de los orígenes”

“y hay un porvenir de flor brotando de su propio color arrepentido.


Y hay un estallido
Ciego,
Y algo, y todo para nada.
Y desnudos.
Y despertar como una canción en el polvo.
Amén.”

“a veces,
cuando el silencio se da vuelta
y canta hasta despertar,
hasta cubrir de alas ese presagio de catástrofe
que tiembla como una penumbra en el fondo de las últimas raíces.
A veces, solamente a veces,
el fondo de la vida hecho de piedra y soledad
y cicatrices de lluvia buscando su forma de caer o permanecer
semejantes a un pensamiento abrazado
a su día y a su noche y a su edad
de relámpago, de flor unánime”.

“Pero, sobre todo, hay la noche:


esa caída en bloque, esa furia de témpanos, ese paso hacia atrás
donde la memoria vacila y se hunde
vulnerada por un poema que sabe a olvidos y resaca,
y a despertar en la niebla como el ala de un pájaro en la soledad”.

Mario Morales es un poeta a quien aún se le debe una lectura en


profundidad y un reconocimiento a su trayectoria y valores poéticos,
debido a una muy marcada voz propia y a haber impreso con su sello una
dirección diferente a la poesía de los años ‘80. Probablemente su escasa
pretensión de notoriedad y figuración hayan contribuido al silencio con que
se ha retribuido su enorme aporte a la poesía de las ultimas décadas. Esta
evocación pretende, al menos, rescatarlo de ese podio invertido y generar la
curiosidad de involucrarse en lo que generó y en su producción poética,
inexistente hoy aún en los anaqueles de las amadas y casi extinguidas
“librerías de viejo”. Quienes fuimos sus discípulos y amigos nos arrogamos
la fortuna de contar con su obra editada completa.”

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Alfredo Palacio y Rolando Revagliatti,
febrero 2015.
Rodolfo Alonso nació el 4 de octubre de 1934 en la ciudad de Buenos
Aires, la Argentina, y reside en Olivos, provincia de Buenos Aires. Desde
1954 publicó, entre otros, los poemarios: “Salud o nada”, “Buenos
vientos”, “El músico en la máquina”, “Duro mundo”, “El jardín de
aclimatación”, “Gran Bebé”, “Entre dientes”, “Hablar claro” (Premio
Fondo Nacional de las Artes), “Relaciones”, “Hago el amor” (con prólogo
de Carlos Drummond de Andrade), “Guitarrón”, “Señora vida”, “Sol o
sombra”, “Alrededores”, “Las hojas cantan con el viento”, “Música
concreta” (Segundo Premio Nacional de Poesía), “El arte de callar”
(Premio Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia), “Poemas
pendientes” (con prólogo de Lêdo Ivo, Alción Editora, Córdoba,
Argentina, en 2012, y Universidad Veracruzana, Xalapa, México, en 2013),
“En el aura de Saer”, “A flor de labios”… Éstos son los títulos de algunas
de las antologías de su obra poética: “Poemas escogidos” (con prólogos de
Milton de Lima Sousa y Daniel Samoilovich, en España, 1992, Segundo
Premio Regional de Literatura), “Antología poética” (Fondo Nacional de
las Artes, 1996), “Poesía junta” (con prólogo de Juan Gelman, en Cuba,
2009). En el género ensayo destacamos “Poesía: lengua viva” (1982,
Mención Especial en el Premio Nacional de Ensayo), “No hay escritor
inocente” (1985, Segundo Premio Municipal de Ensayo), “La voz sin
amo” (con prólogo de Héctor Tizón, 2006, Premio Único de Ensayo
Inédito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires). Dos son sus libros de
narrativa: “El fondo del asunto” (1989) y “Tango del gallego hijo”
(España, 1995). Tradujo a innumerables autores de habla francesa, italiana,
portuguesa y gallega. Le concedieron, entre otros, el Premio Nacional de
Poesía, la Orden “Alejo Zuloaga” de la Universidad de Carabobo
(Venezuela), el Premio Konex de Poesía, las Palmas Académicas de la
Academia Brasileña de Letras, el Premio “Rosa de Cobre” de la Biblioteca
Nacional.

1 — En una oportunidad declaraste: “Ni mi infancia ni mi


adolescencia fueron agradables, sino más bien lo contrario.” En varias
ocasiones hiciste referencia a tu timidez.

RA — Toda memoria es precisa e injusta, a la vez. ¿Recordamos o


somos recordados, acaso, por ese mismo recordar? Como hijo mayor de
inmigrantes gallegos, ambos de linaje campesino, a mí me tocó enfrentar
solo, por mi cuenta, sin apoyo de nadie, a la inmensa Babel que era
entonces Buenos Aires. La fui descubriendo a tropezones, y la recuerdo por
fragmentos. El asombro de la primera lluvia, del primer granizo, el
asombro de los primeros libros (descubiertos en librerías de lance), el
primer Arlt, el primer Vallejo, ¡el primer Macedonio! Y el tango, el tranvía,
la radio, el cine. Y el lenguaje popular, coloquial. Y los matices
extranjeros. ¡La canción! Sólo mucho después percibí que mi infancia fue
bilingüe, lo que trae consecuencias. Y a la vez como dos infancias
simultáneas: la metrópoli que me tocaba descubrir, y la memoria de la
aldea de montaña y la pequeña ciudad junto al mar de que aún hablaban
entonces mis padres.

2 — ¿Cómo fue cursar tu bachillerato más o menos entre 1947 y


1951 en el prestigioso y exigente Colegio Nacional de Buenos Aires?

RA — No por su culpa, claro, mi padre llegó aquí sólo con segundo


grado de la primaria. Y aquí la terminó, por voluntad propia, en horario
nocturno. Pero venía con sus libros. Y a algunos, como “Don Quijote de la
Mancha” o nuestro “Juan Moreira”, los había interiorizado de tal manera,
los había hecho carne de tal modo, que sus relatos de ello eran tan vívidos
como para contagiarle a uno su sensación de haberlos visto, actuantes,
palpables. Fue mi padre el que eligió el Colegio Nacional de Buenos Aires.
Por mi parte, siempre tuve (y tengo) terror a los exámenes, a la idea misma
de examen. Y no sé cómo logré atravesar, no sólo la primaria sino todo el
bachillerato (que incluía seis años de latín), sin habérmelo propuesto y sin
que pudiera aún hoy explicar cómo lo hice, sin rendir ningún examen por
mis buenas notas y alcanzando incluso galardones. ¿Puede el miedo
empujarnos a tanto? ¿Quién era yo, quién era ese que hacía (si es que se
puede decir hacía) todo eso? Todavía me lo pregunto. Como era previsible,
frente a la primera mesa de examen para la carrera de Arquitectura, en la
UBA, me di vuelta y me fui, para ya no volver. En Filosofía y Letras fue
peor: sólo logré asistir a una clase de Raúl Castagnino sobre “El
discípulo”, de Ralph Waldo Emerson.

3 — Durante seis años dirigiste en tu juventud un par de revistas


de gran tirada.

RA — A mitad de ese bachillerato, no sé bien cómo me animé, la


noche antes de cumplir mis diecisiete años, me advierto convertido en el
más joven de una revista de vanguardia: “poesía buenos aires”. Y ya un
poco desde antes, pero sobre todo desde allí, comienzan a sucederse
acciones tan espontáneas e inesperadas como simultáneas, en muy poco
tiempo y a la vez. Me descubro escribiendo y publicando poemas,
traduciendo de varios idiomas, amigo de pintores, músicos, escultores,
arquitectos, cineastas, y otros artistas e intelectuales decididamente
modernos, participando en el recién creado Departamento de Cultura de la
Universidad de Buenos Aires (donde todo eso se multiplica y se potencia),
haciendo cine, radio, ediciones, y un paso fugaz —y definitivo— por la
redacción publicitaria, con la que nunca me involucré. Y de la que me salvó
para siempre contestar un aviso de trabajo, así, sin antecedente alguno en
periodismo, sólo por mi curriculum literario y principalmente por mis
varios idiomas: me transformo en el subdirector (a cargo de la dirección,
acéfala) de la exitosa revista “Claudia” de la editorial Abril. A la que casi
convertí en una revista de arte y de literatura, lo que también acontecería
con la segunda dirección, encomendada por la editorial Atlántida, de su
flamante revista “Karina”.

4 — Tendrías treinta y tres años cuando lanzaste el sello Rodolfo


Alonso Editor, hasta el año —1976— en el que se produjo el último
golpe cívico-militar en estas orillas. Y casi de inmediato proseguís con
Editorial Rodolfo Alonso, hasta 1988.

RA — Al mismo tiempo que iba ocurriendo lo anterior, a los


veintitrés o veinticuatro años, creí haber formado una familia. Habiendo
concluido por decisión de la empresa la etapa de “Karina”, me encontré
ante una doble situación: la necesidad de mantener a los míos, y mi
experiencia más bien ligada con el arte y la poesía. Siempre estuve entre
libros, ya desde niño, y como persistía el extra de seis meses por el despido
como periodista, pensé en hacerme editor. Para lo cual sólo se me ocurrió ir
visitando, y a veces consultando, a todos los integrantes de la cadena:
imprentas, linotipias, papeleras, encuadernación, distribuidoras, librerías.
Lo mío nunca fue una empresa propiamente dicha, sino más bien una
actividad de artesano, individual y múltiple, casi sin empleados. El
resultado fueron más de 250 títulos diferentes, muchos de ellos varias veces
reeditados, y que se ha ido convirtiendo en una referencia “de culto”, con
ejemplares buscados y rebuscados por coleccionistas y bibliófilos, en todo
el ámbito de la lengua. ¿Algunos autores?: Marqués de Sade, Jacobo
Fijman, Carlos Marx y Federico Engels, Alfred Jarry, Leopold von Sacher-
Masoch, Herman Melville, Leda Valladares, Sigmund Freud, Giacomo
Casanova, Bram Stoker, Adriana Civita, Aristófanes, Vladimir Propp,
Albert Einstein, Alina Diaconu, Marcel Schwob, Lucio V. Mansilla, Mary
Shelley, Enrique Blanchard, Jean Cocteau, Francisco (Pancho) Muñoz,
Georges Brassens, Errico Malatesta, Jacques Prévert, Perla Chirom, León
Trotsky, Alonso Barros Peña, Ambrose Bierce, Rodolfo Modern, Charles
Fourier…

5 — Además de ese texto casi poético para el multipremiado


documental de Humberto Ríos que se tituló “Faena”, ¿qué otros
guiones para cine escribiste?

RA — Vamos a ver si me acuerdo de todos. Son cortos o medio


metrajes, como “Crónica en Maciel”, de Víctor Iturralde; “Fiesta en
Sumamao” y “La ciudad universitaria”, de Aldo Luis Persano; “De vuelta a
casa”, de Ricardo Becher. Se trataba del promisorio “nuevo cine
argentino”, otro de los muchos emprendimientos culturales ahogados por la
dictadura de Onganía. Justo cuando estábamos por filmar el primer
largometraje, “Tierra roja”, basado en cuentos de Horacio Quiroga y con
tres equipos de trabajo, cada uno con su director y guionista. Pero no pudo
ser. Siempre amé el cine, nací en el cine, ese “instrumento de poesía”,
como tan bien lo definió Luis Buñuel.

6 — ¿Y los volúmenes ilustrados, tu quehacer a partir de las


artes visuales?

RA — Como ya dije, me encontré conviviendo con artistas plásticos.


Para cuyas exposiciones me fueron pidiendo prólogos, textos,
presentaciones. Mi tercer libro, “El músico en la máquina”, es fruto de una
invitación del escultor Libero Badii, que quería editar sus dibujos con mis
poemas. De allí nació una profunda y duradera amistad, que testimonian
cerca de ocho o nueve ediciones de arte para bibliófilos, en las cuales
seguimos unidos. Otro de mis primeros libros, “El jardín de aclimatación”,
editado por Julio Llinás, lleva tres dibujos de Clorindo Testa. Y el sexto,
“Entre dientes”, cuenta con diseño gráfico y un dibujo de Alfredo Hlito. Y
me convocan para colaborar en el prestigioso y ejemplar suplemento
literario del diario tucumano “La Gaceta”, donde se publicaron durante
décadas mis poemas, en ocasiones acompañados con ilustraciones de
Josefina Robirosa, Isaías Nougués, Juan Batlle Planas, Juan Lanosa, Raúl
Alonso, Juan Grela, Miguel Ocampo, y otros. El Instituto Torcuato Di Tella
me invitó a prologar su Primer Premio Internacional de Pintura. Mi libro
“Hablar claro” lleva portada de Rogelio Polesello y cinco dibujos de
Rómulo Macció. Y “Señora Vida”, un trabajo de Guillermo Roux. En fin,
no fue sino mantener viva una fecunda y bella tradición que venía de los
grandes poetas y artistas de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX,
es decir modernos y de vanguardia.

7 — Estás dirigiendo la colección La Gran Poesía, con el auspicio


de la Editorial Universitaria de Villa María, en nuestra provincia de
Córdoba.

RA — Es un emprendimiento que me propuso, estando en Xalapa


(México), el sello Eduvim, o “la Eudeba del interior”, como suelen
llamarla. Me ofrecieron dirigir una colección y, de inmediato, les dije que
se iba a llamar La Gran Poesía, que íbamos a recuperar y volver a poner en
circulación, en ediciones cuidadas y bilingües, los maestros de la
modernidad y de la auténtica vanguardia original. A los pocos meses ya
estábamos lanzando los primeros títulos. Hasta el momento han aparecido
antologías bilingües de Charles Baudelaire (“Mi bella tenebrosa”), Dino
Campana (“Cantos órficos”) y Guillaume Apollinaire (“La razón
ardiente”). Está por aparecer otra de Emily Dickinson (“La asesina
rubia”), con la cual comenzamos a reeditar las traducciones de Raúl
Gustavo Aguirre. Y esperan turno Miguel Hernández, “Lluvia oblicua”,
dos tomos de poesía portuguesa de los siglos XIX y XX, César Vallejo, un
volumen de poesía francesa moderna, “Airiños, airiños aires” de Rosalía
de Castro, Ricardo Molinari, todo lo que queda de Safo de Lesbos, en
versiones de Oscar Andrieu…

8 — La Universidad de Princeton se hizo cargo de tu archivo


personal y está en proceso de catalogación.

RA — El interés vino por un colega amigo, ex profesor allí. Y las


cláusulas me parecieron aceptables. También contribuyó un poco a
decidirme el hecho de que ya estuvieran viejos y queridos amigos, como
Juan José Saer, por ejemplo. No sólo lo conservarán en las mejores
condiciones, sino que cuando concluyan la catalogación de ambos archivos,
epistolar y fotográfico, la misma estará a disposición de todo el mundo. La
información, porque para consultar algo hay que hacerlo personalmente
allí. A mí sí me enviarán reproducción de lo que quiera, y ya he tenido
buenos ejemplos de ello. De hecho, el listado me resultará útil incluso a mí:
llegaría a ser tarea ímproba ubicar nada aquí, por mi cuenta.

9 — He leído tu primer libro de narrativa (y supongo que tu otro


libro, editado en España, debe ser inhallable). ¿Tenés textos inéditos
suficientes en este género con los que preveas conformar un tercer
volumen?

RA — No, me temo que esa fuente (que siempre me costó) se ha


secado. Lo que no quita que, como desde un comienzo, la mayoría de mis
libros incluyan poemas en prosa. Que no son directamente narraciones, por
supuesto. Sobre todo en “El fondo del asunto”, fue la única vez que me
PROPUSE sentarme a escribir. Y le fijé incluso un horario: las mañanas.
Me costó, insisto, sentí como si me estuviera forzando. Y el resultado fue
magro, un libro breve. El segundo, “Tango del gallego hijo”, fluyó con
menor dificultad. Quizás porque es en gran medida autobiográfico, como
un volumen de casi memorias. No creo que me surja, o lo intente, por
tercera vez. Ya pagué mi precio. ¿Pero quién puede estar seguro?

10 — En “Una temporada con Lacan” de Pierre Rey, leo: “La


cultura es la memoria de la inteligencia de los otros.” Y unos párrafos
después cita a Levi-Strauss: “El día en que comprendí que tesis,
antítesis y síntesis eran el fundamento de la Universidad, me fui de la
Universidad.” Vos también, precozmente, huiste de la Universidad.

RA — Sería insensato que me atreviera a evaluar la vida


universitaria tan sólo en base a mis fobias. Al menos soy consciente de eso.
Y también que me perdí algunos beneficios invalorables: aprender griego
clásico, leer con un poco más de orden, conocer gente valiosa. Muy
valiosa, me animaría a decir. Porque me correspondía haber conocido la
UBA en su mejor etapa reformista, desde 1955 hasta el siniestramente
eficaz golpe militar de Juan Carlos Onganía. Cuya ominosa dictadura
constituyó un cercenamiento feroz y profundo para nuestra vida cultural,
que nunca volvió a ser la misma.
11 — Después de la página 336 del volumen “El movimiento
Poesía Buenos Aires (1950-1960)” (Editorial Fraterna, 1979), en la
siguiente, sin numeración, se reproducen seis fotografías, y en una se te
advierte conversando (no posando) con Giuseppe Ungaretti en 1967.

RA — Siendo muy pero muy joven, Aldo Pellegrini me encargó


(para su legendaria colección Los Poetas, de Fabril Editora) seleccionar,
prologar y traducir, primero a Pessoa, absolutamente desconocido hasta ese
momento, incluso en Portugal. Y luego a otro grandísimo poeta, Giuseppe
Ungaretti. En ambos libros, cosa hoy inimaginable, y sin la más mínima
publicidad, la repercusión fue tan enorme, en todo el ámbito de nuestra
lengua, que hubo que hacer reediciones sucesivas. Y hasta se dio el caso de
ediciones piratas. Todavía hoy, aquí y allá, en los más diversos países, me
sorprenden recordando y mostrándome aquellos volúmenes. (Que no hace
mucho fueron reeditados bellamente aquí, en la excelente editorial
Argonauta, justamente del hijo de Aldo, Mario Pellegrini.)
En 1967, mientras dirigía “Claudia”, me entero que Ungaretti estaba
en Buenos Aires. Felizmente superé mi habitual timidez, y fui a buscarlo en
un cóctel. Estuvo muy afectuoso, me invitó a sentarme a su lado y,
mientras charlábamos, sin que yo lo advirtiera, un fotógrafo amigo nos
enfocó espontáneamente, por su cuenta. De allí esa foto inolvidable. E
imprevista. Estuvo en casa, con pocos invitados, conversamos y me dedicó
(con tinta verde) un libro que conservo. Era tan discreto como intenso, y su
carácter era más bien un poco cascarrabias. Pero conmigo fue muy dulce.
Sigue siendo uno de los grandes recuerdos de mi vida. Como el de haber
estado con Saint-John Perse, Juan L. Ortiz, Oliverio Girondo.

12 — En París, a través de Éditions Gallimard, se publicó con


prefacio a tu cargo “Correspondance (1952-1983)”, la correspondencia
entre René Char (1907-1988) y Raúl Gustavo Aguirre (1927-1983).

RA — La generosidad abierta y la amistad franca que me dispensó


Raúl Gustavo Aguirre, fueron fundamentales para mí. Tanto como el grupo
mismo que entonces lo rodeaba, y el aire de fraternidad y de exigencia que
se vivía en “poesía buenos aires”. Movimiento que, si bien renovó de fondo
lo estético, tuvo un eje principal en la ética, en la dignidad de la poesía. En
octubre de 2013 conocí a la viuda de René Char, mi querida amiga Marie-
Claude. Ella traía consigo las cartas que Raúl intercambiara con Char
durante treinta años, en absoluta discreción, casi secreta, incluso para
nosotros, sus íntimos. Y me pidió que buscara las cartas de su marido. Fue
una cadena de prodigios, y finalmente las encontré. A los pocos meses, en
abril de 2014, Gallimard presentaba el volumen en París, incluyendo el
prólogo que me habían solicitado especialmente. Creo que Edhasa lo va a
publicar en castellano, porque además ellos también me pidieron un
epílogo.

13 — Además, en Francia y la Argentina, con tu prólogo y


versión castellana, publicaron “La lumière et les cendres / Milonga pour
Juan Gelman” y “Las cenizas y la luz / Milonga para Juan Gelman” de
Jacques Ancet.

RA — Fue algo conmovedor, muy hondo. Jacques Ancet no sólo es


un gran poeta y el traductor de Juan Gelman, quien nos puso en contacto,
sino el autor de las mejores versiones en francés de las voces más altas de
nuestra lengua: San Juan de la Cruz o Quevedo, por ejemplo. En los
primeros días de 2014 me hizo llegar ese texto largo de treinta y cinco
breves cantos, que comenzó a escribir el día antes de la muerte de Juan, de
quien, como yo, era muy amigo. Desolados los dos por la irreparable
pérdida, y tocado por la belleza y la transida humanidad de esos versos, así
como su recuperación de estructuras tradiciones y de riquezas inventivas de
la vanguardia, pronto aceptó mi inmediata sensación de traducirlos. Y así
comenzó un intercambio vertiginoso, que superó las doce versiones,
prácticamente al mismo tiempo, que Jacques iba escribiendo. Nos
descubrimos de pronto inmersos en una tarea a cuatro manos que, al
encontrarnos con las citas y alusiones de la poesía de Juan, que incluía, nos
hizo percibir que de algún modo estábamos haciéndolo con él, como a seis
manos. Mi prólogo: “Con Juan, sin Juan / (In)certidumbres de un
traductor”, está transido, atravesado también por todo eso.

14 — “…hay poetas que no puedo traducir. ¡Están tan encarnados


en la lengua!”, confesaste alguna vez. ¿A quiénes preferiste no
traducir?

RA — No acepté traducir a Bertolt Brecht del italiano. Considero


que la traducción de cada poeta debe ser intentada de su propia lengua.
(Además no sé alemán, y la única vez que me encontré encarando eso fue
porque, cuando todos éramos tan jóvenes, Klaus Dieter Vervuert vino
especialmente a proponérmelo, aceitó todos mis reparos y se avino a
compartir una larga, larguísima labor.) Tampoco acepté traducir a
Leopardi. Ni a Mallarmé, de quien me propusieron su poesía completa.
Aduje que hubiera necesitado varias vidas. La gran poesía, la poesía
lograda, encarnada como un ser vivo en su lengua, es intraducible. Ya lo
manifestaron Dante, Cervantes, Auden, Vallejo, Unamuno, Mastronardi y
otros mil. Pero, al mismo tiempo, es irresistible la tentación de intentarlo.
Por eso pido siempre que las ediciones sean bilingües. Para que se tenga al
lado, y bien a la vista, el original.

15 — ¿Te ha sucedido en tu transcurrir de traductor, que pasado


algún tiempo de la difusión de uno o más poemas de un determinado
autor, hayas decidido modificar aquellas versiones, abolirlas, y
publicar, o procurar que vuelvan a publicarse, las nuevas?

RA — No sólo con la traducción, también con lo de uno mismo. Un


poema se abandona, como bien dijo Valéry, no se concluye. Me pasó desde
siempre, pero cada vez más a menudo. Cuando veo el libro publicado no
puedo dejar de percibir y anotar posibles variantes. Un nítido ejemplo es
Cesare Pavese. Me encargaron sus dos libros en mi juventud, y pasaron
varias décadas sin que dejara de sentir e intentar, de “oír” nuevas versiones.
Y a pesar de que se reeditó hace poco, no puedo abstenerme de seguir
haciéndolo. Perdoná que deba volver a Valéry, pero nadie lo dijo tan claro
como él: el poema es “una prolongada oscilación entre el sonido y el
sentido”. Y esa oscilación está en el habla coloquial, de cada día, en el
lenguaje que todos usamos, no sólo al escribir.

16 — ¿Un apunte respecto de leer poesía en voz alta?

RA — Sentí que alguien había escrito lo que yo intuía cuando leí


estas palabras de Sándor Márai: “La voz es el alma.” Leer poesía en voz
alta es una prueba de fuego, para el poeta y para quien la lee. Y peor si son
el mismo.
17 — ¿Proyectos?

RA — La Universidad de Valparaíso me pidió una nueva antología


poética de Pessoa, con sus heterónimos. Ya está lista. Son más de 80
poemas, con mi traducción y prólogo, y se titula: “Porque YO es otros”.
Después de “A flor de labios”, donde aparecen mis poemas de los últimos
años, los más recientes, hay algunos atisbos de poemas que he ido
anotando, casi a escondidas de mí mismo. Veremos si conducen a algo, si
cuajan, si se sostienen. Uno por uno, claro. Ya tenía elementos preparados,
pero acabo de terminar algo que creí me iba a resultar más arduo: “El uso
de la palabra”, poesía reunida de 1956 a 1983, que reedita seis libros.
Tengo que juntar coraje y volver a encarar una antología, por supuesto
bilingüe, de René Char, que debería pulir, pulir, pulir… Y como siempre,
hay demasiadas ideas, demasiados atisbos, demasiados proyectos
abandonados que se resisten a morir, como la viejísima pero cada vez más
empeñosa, casi irrealizable tentación de preparar un volumen sólo con las
citas que me he visto obligado a marcar, a señalar, que me han tocado, casi
siempre a fondo, desde mi adolescencia hasta hoy. Y pueden ser miles, me
temo. Aunque quizá exagere. Es demasiado trabajo, realmente. Pero nunca
me disgustó el trabajo.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de
Olivos y Buenos Aires, distantes entre sí unos 15 kilómetros, Rodolfo
Alonso y Rolando Revagliatti, febrero 2015.
Claudio Simiz nació el 1 de junio de 1960 en la ciudad de Buenos Aires y
reside en la ciudad de Moreno, provincia de Buenos Aires, República
Argentina. Es Profesor en Letras (desde 1983) y Licenciado en Letras
(desde 2003) por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires. Desde 1985 se desempeña en Educación Superior y ha
estado al frente de diversas cátedras. Ha sido docente en la U. B. A. y en
otras universidades, ponencista o invitado especial en Jornadas, Encuentros
y Congresos en varias localidades del país y formó parte de equipos de
investigación. Ensayos de su autoría fueron incorporados a volúmenes
compartidos editados entre 1996 y 2013. Ha obtenido primeros premios en
concursos de poesía y narrativa. Formó parte del consejo de redacción de la
revista-libro “La Pecera” de Mar del Plata, coordinó una revista electrónica
y en la actualidad dirige otra, co-coordinó ciclos de poesía y ha sido jurado
en certámenes de poesía y dramaturgia. Recibió el premio a la trayectoria
artística “Violeta Castro Cambón” en 2008 y ha sido declarado Huésped
Académico por la Universidad Nacional de Jujuy en 2005. Su libro de
cuentos “De solitarios” se editó en 2011 y otro, de cuentos y relatos, “Los
años pasan según” (Primer Premio del Concurso Internacional “Antonio
Di Benedetto”, provincia de Mendoza), en 2014. Sus poemarios, entre 1980
y 2014, son “Celda”, “Evangelio de bolsillo”, “Los míos”, “La mala
palabra”, “De pura chapa y otros versos”, “No es nada” (Faja de Honor
de la Sociedad Argentina de Escritores período 2005-2009), “El franco”,
“Tríadas”, “Tríadas II”, “Actas de naufragio”. Integra “Antes que venga
ella”, antología poética del grupo homónimo. Ha sido incluido en otras
antologías y fue traducido parcialmente al inglés, guaraní, portugués e
italiano.

1 — A los veintitrés años te recibiste de Profesor en Letras y


cuatro lustros después de Licenciado en Letras. Qué te habrá inclinado
hacia la obtención del segundo título universitario. Y ahora, habiendo
ya aprobado los seminarios correspondientes, estás elaborando tu tesis
a los efectos de recibirte de Doctor en Letras.

CS — Provengo de una familia humilde, gente del interior. Si bien


mi madre era lectora y mi padre partícipe entusiasta de movidas sociales, la
vida académica era algo muy distante en mi hogar (ellos sólo habían hecho
la escuela primaria), aunque me apoyaron en la “idea rara” de estudiar
Letras. Lo menciono porque la facultad (“Filo en UBA”) fue un mundo
muy extraño para mí (por ejemplo, no sabía que existían “los prácticos”,
casi pierdo unas cursadas por eso). Hice la carrera en cinco años, porque
había pedido prórroga para el Servicio Militar, tenía que recibirme “sí o sí”
y cumplir con la beca que conseguí en el último tramo de mis estudios.
Cursé entre 1978 y 1982, o sea con los militares en el poder; la universidad
(y encima Filo) había sufrido una poda espantosa, y era apenas (lo
comprendí con los años) un profesorado de cierto nivel, además con
muchas “zonas oscuras” (el énfasis estaba puesto en lo clásico, lo
estetizante; recuerdo que me sugirieron, ante mi propuesta de dar a Gabriel
García Márquez en mis prácticas, que “evitara autores que están en ciertas
listas”). En síntesis: luego de cinco arduos y bastante amargos años (nunca
del todo integrado a ese cosmos), por un lado, me sentía orgulloso de haber
llegado “ahí”, o sea, mi título universitario, el primero en toda mi familia
paterna y materna, y a la vez percibía cada vez con más intensidad que me
faltaban muchas cosas. Las busqué en la militancia política, en el desarrollo
de tareas periodísticas y culturales… Por otro lado, y como rubricando mi
“extrañamiento”, había formado parte de un grupo de investigación en la
facultad, que se disolvió por renuncia del profesor (no se sintió bien tratado
por las nuevas autoridades, era una persona muy prestigiosa y bastante
mayor) antes de intentar el ingreso al CONICET, así que desde 1983 mi
nexo con lo académico prácticamente se restringió a mi noviazgo con una
chica de la facultad. Mi escritura poética se fue tornando, por entonces,
notablemente esporádica.
Mi vida laboral se orientó entonces a la docencia y a las actividades
que mencioné, así que sólo catorce años después decidí retomar la senda
universitaria, cuando se me impuso la necesidad de realimento intelectual,
de planificar una nueva etapa, luego de pasar por otra de “cuerpo a cuerpo”
con el mundo, que incluyó la formación de una familia y mi especialización
(más fáctica que teórica) en Educación Terciaria. En simultánea, reapareció
la veta de la escritura artística, semiabandonada durante una década.
Promediando la licenciatura (que cursé bastante rápidamente), una beca de
investigación del Fondo Nacional de las Artes me permitió viajar por el
interior, indagando sobre los grupos literarios del ‘40 al ‘80. En ese
transcurso cobré conciencia de la conveniencia de desarrollar miradas más
amplias en el ámbito de nuestra cultura, y también de que mi experiencia
como periodista, docente, escritor y animador cultural me brindaba un
instrumental eficiente y un “puesto de observación” original para
desarrollar los estudios que me proponía, más allá de mi precaria formación
como investigador universitario. Así, un par de años después, desemboqué
en el doctorado, centrado en uno de los grupos que había investigado. Esa
fue otra etapa, que me abrió un amplísimo horizonte de contactos,
fundamentalmente con investigadores de las provincias, en jornadas,
congresos y simposios.

2 — ¿Cuál es el tema de tu tesis, Claudio? ¿Cómo lo planteás?


CS — Mi tesis (aún no tiene título definitivo) se plantea, en
principio, como el análisis del proyecto “Tarja”, emprendimiento artístico-
cultural generado en Tilcara (1955-1960), que significó, entre otras cosas,
la fundación del campo intelectual jujeño y la proyección al ámbito
nacional de algunos de sus integrantes. Un grupo de poetas (Néstor Groppa,
Jorge Calvetti, Mario Busignani y Andrés Fidalgo) junto al plástico
Medardo Pantoja, desarrollaron una serie de actividades (fundación de la
primera librería literaria jujeña, teatro de títeres, conferencias, conciertos,
debates...) y, fundamentalmente una publicación periódica de excelente
nivel, que alcanzó los dieciséis números y cierto reconocimiento nacional y
hasta continental. En ese marco confluyen problemáticas vinculadas a las
identidades, historicidad, articulaciones regionales, etc. Digamos, un grupo
de escritores de una provincia “marginal” dice, promediando el pasado
siglo, “aquí estamos” y plantea su diálogo con su propia comunidad, el
país, el continente y el mundo desde ese lugar simbólico, entre
reconquistado y construido.
Había planeado “hacer todo en un día” en San Salvador de Jujuy
(cuatro entrevistas, nada menos), y si bien lo conseguí (igual me perdí el
último micro a la ciudad de Salta), aconteció un hecho decisivo: la charla
con Groppa (paradójicamente, no me dejó grabarlo), que vino acompañada
del regalo de la colección completa de la revista “Tarja” y otros materiales.
Con Héctor Tizón (que había hecho sus primeros pininos en el grupo), tuve
dos charlas telefónicas, nunca estaba en Yala cuando yo andaba por la
Quebrada. A Calvetti le realicé un reportaje en las últimas semanas de su
vida.
Nunca ha dejado de asombrarme el entusiasmo que genera en
escritores e investigadores jujeños (del interior en general) que un porteño
de la UBA se preocupe por sus cosas… Este hecho me hizo reflexionar
sobre lo que acaso sea el aporte más relevante de mi tesis: la verificación
de notables constantes en el origen de los grupos culturales del “interior
profundo” (mayoritariamente nucleados en torno de la poesía), su
desarrollo y articulación con el campo intelectual porteño y nacional y
entre sí. De allí derivaciones a la temática del canon, la relación de la
cultura-la historia-la política y un largo sueño, compartido con otros artistas
e investigadores, como Osvaldo Picardo, de rearmar el mapa de la cultura
argentina en un marco continental e intercultural (aclaro: lejos de ciertas
connotaciones demagógicas que han proliferado en los últimos tiempos
alrededor de estos conceptos).
Finalmente, el poner en el centro de la escena a estos grupos (desde
lo temático) y la aplicación renovada del comparatismo (en lo teórico) en
diálogo con distintos paradigmas (el geocultural, la sociocrítica, entre
otros) y el uso de variedad de fuentes (en lo metodológico) constituyen,
creo, un incentivo a otros investigadores para recorrer los senderos de
nuestro acervo y sus potenciales desarrollos.

3 — Uno de los trabajos que conforman “Actas del Vº Congreso


de Narrativa Folklórica” (Universidad Nacional de La Pampa, 2001) es
tu “Héctor Gagliardi: Identidad porteña en los ’40 y polémica sobre la
cultura popular”.

CS — Héctor Gagliardi [1909-1984] fue una figura insoslayable (por


llegada al público, originalidad e influencia) en la cultura porteña (y de
algún modo, nacional), durante por lo menos tres décadas. Era un tipo
talentoso, que logró una irrepetible síntesis entre la cultura tradicional del
porteño “del ‘40 en adelante” (tango, radioteatro, tertulia), la tradición
payadoril campera y los nacientes escenarios artísticos que fueron
surgiendo en la época (fundamentalmente, el radiofónico, aunque sus
poemarios se vendieran en los kioscos de diarios y revistas y no cesaran de
re-editarse, habiendo participado, además, en programas televisivos y en
espectáculos teatrales). Su poesía, emotiva, tradicional en su estilo,
sensiblera, por momentos, sabía reencontrar a su público con las vivencias
y personajes “típicos” (la maestra, la primera novia, la “barra” del
barrio…); difícil era escucharlo y no sentir que asomaba algún recuerdo
desde lo más íntimo. El gran secreto de Gagliardi, en mi opinión, era su
modo de recitar, cambiante en el tono, sabiamente dramático, insuperable
en el manejo de los silencios, una gesticulación estudiada y llegadora. Me
recuerdo de niño, lagrimeando al escuchar “El Rusito” o “El Sapito”; he
visto extasiarse a hombres y mujeres, hoy desaparecidos en su mayoría,
ante la caravana evocativa de sus poemas. Por otra parte, él despertó,
además del innegable apoyo popular, más de una tensión en ese gran
caldero ideológico-cultural que fue el peronismo en su origen y despliegue.
Es notable que los prologuistas de sus libros (Homero Manzi, Alberto
Vacarezza, Horacio Becco, Cátulo Castillo, Jorge A. Bossio, entre otros),
embanderados en lo que llamaríamos “cultura popular” (con las polémicas
connotaciones de la época), duden en cómo clasificarlo y hasta en
reconocer plenamente sus dotes. Manzi esboza en su prólogo (en polémica
con Borges, al que admiraba pese a la polarización política) un intento de
explicación sobre “lo popular” (así titula, y con signos de admiración) en
Latinoamérica, a partir de la aceptación de lo bueno mezclado con lo malo,
pero asumido como propio por el pueblo, como identidad, defensa y
proyecto. Éstas y otras tensiones han despertado Gagliardi…
A tantos años de mis primeras emociones ante sus versos (confieso
que salvé de “irse a diciembre” a un alumno porque recitó magníficamente
tres poemas suyos), no puedo evitar reflexionar sobre los momentos de
felicidad que sólo el arte popular (en el más digno sentido de la expresión)
puede depararnos, trascendiendo los velos del solipsismo, del “refugio
interior”, rumbo a los espacios solidarios de las vivencias y sueños
compartidos.

4 — Desplazándonos hasta 2013, advierto que un ensayo que


titulaste “Diez apuntes sobre la poesía de Amelia Biagioni” se incluye
en el volumen dedicado a la obra de dicha autora (1916-2000),
compilado por Santiago Sylvester.

CS — La poesía de Biagioni fue uno de los azoramientos estéticos


de mi adolescencia. La atmósfera mística de “El Humo” y después, en
rápida sucesión, sus otros poemarios editados, me impresionaron
vivamente: en “un ratito” memoricé “Oh tenebrosa fulgurante”…; sentí que
había tropezado con “otra cosa” acaso más profunda, sin dudas más
misteriosa que mis admiradísimos Atahualpa Yupanqui, Jorge Luis Borges
y Alejandra Pizarnik de la época. Pasaron las décadas y los poetas, y en una
presentación literaria, Sylvester (codirector de “Época”, una más que
interesante colección de libros de ensayos sobre poesía argentina de
Ediciones del Dock) me comenta respecto de la preparación de un volumen
sobre Amelia; yo le manifiesto mi admiración por la santafesina y mi
reciente relectura de sus textos, en una biblioteca de pueblo que ella había
visitado alguna vez. “¿Cómo no pensé en usted?”, irrumpe Santiago y ahí
empezó a nacer mi ensayo.
En el libro aparecen, entre otros, textos de especialistas y amigos de
la poeta, como Cristina Piña y Valeria Melchiore (escribió su tesis doctoral
sobre Biagioni casi conviviendo con ella). Opté por mostrar un panorama
propositivo de los caminos que habilita al lector y al crítico el acercamiento
a su poesía. Por eso lo titulé “Diez apuntes…”, sin tratar de llegar a
definiciones concluyentes, ni cierres definitivos; el marco de estudio que
intento trazar se despliega entre la constitución de un “yo poético”, el
desarrollo de un lenguaje original, en permanente mutación, y la búsqueda
inclaudicable de lo inefable. A partir de este escenario, postulo, en distintos
parágrafos, algunos “puntos de observación” sobre su obra, a saber: su
lugar en nuestra poesía femenina; los puntos comunes y diferenciales de su
itinerario desde su Gálvez natal hasta su consagración; el misticismo (se
llamaba a sí misma “la cósmica”, diferenciándose de sus amigas Pizarnik y
Olga Orozco) de su poética; la articulación de los lenguajes-miradas
artísticas en sus poemas y la consideración de su obra como un todo con
“estaciones” (cada uno de sus seis libros) armónicas y secuenciadas. Sobre
el final, propongo una distinción entre mística, filosofía y arte, y ubico a
Amelia dentro de ese triángulo, pero mucho más cercana al vértice
artístico: un intento de aprehender y expresar la realidad, en última
instancia, a través de la búsqueda denodada de la belleza.

5 — ¿Cómo y cuándo fuiste accediendo a la dramaturgia?


Descubrí que una pieza de tu autoría, “Circo Éxodos”, trata sobre el
éxodo jujeño, e integró el VII Festival Iberoamericano de Teatro:
Cumbre de las Américas. ¿Qué otras obras tuyas se estrenaron? ¿Qué
otros textos teatrales has escrito?

CS — Siempre me interesó el teatro (hasta me casé con una


profesora de teatro, pero eso es otro tema). A fines de los ‘80 escribí mi
primera obra, “Historias de chicos”, una trilogía de dramas breves
centrados en la denuncia de la marginalidad, sobre todo la infantil. Una de
las piezas, “Historia de una puerta”, fue estrenada como teatro leído en la
Escuela de Teatro de la ciudad de Moreno y cuenta las peripecias de unos
niños vendedores del Ferrocarril Sarmiento que, en sus juegos, molestan a
los pasajeros, hasta que uno de los pibes termina cayendo a las vías
“accidentalmente”. El único ejemplar existente (creo recordar) está en el
Grupo de Estudios de Teatro Iberoamericano y Argentino (GETEA), un
instituto de la UBA, en edición fotocopiada.
Siguió un largo interregno en mi creación dramática, hasta que me
presenté (y fui seleccionado) a un concurso de dramaturgos, convocado por
la Comedia de la Provincia de Buenos Aires y las autoridades educativas.
Se trata del programa “El Teatro y la Historia”, una propuesta de llevar en
lenguaje teatral determinadas situaciones y personajes de nuestro devenir,
desde una perspectiva no tradicional, a escuelas, centros culturales,
cárceles, etc. Un historiador nos propuso temas / situaciones y una
profesora de dramaturgia nos proveyó de algunos lineamientos (obras de no
más de tres actores y con un máximo de una hora de duración, fácilmente
montables). Yo elegí una situación de personajes “anónimos” en el Éxodo
Jujeño (claro, yo estoy bastante empapado de lo que concierne al Noroeste
Argentino, por lo ya referido), y así nació “Éxodos” (más tarde rebautizada
“Circo Éxodos”), que fue representada por el grupo “Terrafirme”, dirigida
por el brillante y hoy desaparecido Claudio Bellomo. El asunto se centra en
dos historias paralelas: dos patriotas y sus dudas de abandonar su tierra, por
orden del General Belgrano, y un par de cirqueros, en crisis por su
imposibilidad de echar raíces, en medio de su itinerancia. El tema es el
desarraigo. En este sentido, la obra es un homenaje tanto a los esforzados
patriotas del interior y su sacrificio (hubo una decena de éxodos en la
Quebrada de Humahuaca, en las luchas de la independencia), como a los
artistas del circo criollo, cuna de nuestro teatro popular. Los actores fueron
alternando sus papeles (patriotas-cirqueros) en escenas sucesivas, hasta
donde confluyeron las historias, el momento de la “decisión final”. Un
payador (en la versión de Bellomo, el dueño del circo) efectuaba, en verso
y con guiños hacia el público, el “hilván” entre las escenas. Esta obra,
escrita en 2010, se representó en institutos con menores privados de su
libertad, en un festival internacional, en el festival en homenaje al actor
Carlos “Negro” Carella; se la representó, además, en versión infantil, y fue
elegida por Lito Cruz para relanzar el programa “El Teatro y la Historia”;
el elenco original la repone, de tanto en tanto.
Otra obra que conoció las tablas fue “Don Pedro de la Cueva”, con
elenco amateur dirigido por el multifacético Alfredo Costas Herrero, en
Merlo. Es una pieza que quiero mucho, se ambienta en una librería “de
viejo” que está por “mudarse” (en realidad, es un cierre encubierto). Dos
empleados jóvenes encaran la coyuntura con mezcla de bronca y
resignación, y uno muy anciano, que está desde su fundación, yace, en una
especie de locura mística en el sótano, ordenando amorosamente los libros
en cajas. La presencia de una clienta que viene buscando al Quijote (al que
cree un personaje existente) precipita los acontecimientos y al final el viejo
emerge de su encierro y se va del brazo con la clienta. Él era, en realidad,
Don Quijote. La obra (que se juega, en buena parte, en verso) es un
homenaje a la literatura y el teatro, y a los viejos, irremplazables, libreros
de Buenos Aires.
Tengo varias obras no representadas (y con pocas esperanzas de
pasar de libreto); destaco dos: “Clamona” (drama en tres cuadros) y
“Mingo” (tragicomedia en cinco actos). La primera es un juego entre dos
mujeres “típicas” (señorona y su criada), que en su ir y venir y bajo el
sonido casi ininterrumpido de la radio, en 1982, van develando su drama: la
criada (Ramona) intuye que su hijo ha muerto en Malvinas; la patrona
(Clara), termina confesando que su hijo fue secuestrado por los militares y
probablemente esté muerto, aunque intente mantener, con su esposo, la
farsa del “viaje de estudios”. Ambas mujeres se unen en la lucha, Clara y
Ramona se vuelven “Clamona”, clamor de madres.
“Mingo” cuenta, en versión libre, la historia de Menocchio, un
molinero del Friuli, que, a partir de ser (extrañamente, para la época)
alfabetizado, de su cultura de origen campesino y de una aguda inteligencia
crítica, esboza una serie de teorías sobre el origen del mundo y la sociedad,
que son cuidadosamente seguidas por la Inquisición (la investigación que
realiza el italiano Carlo Ginzburg se basa en los archivos de ésta),
preocupada por los incontenibles efectos ideológicos de la imprenta, en
plena Contrarreforma. Luego de una detención de dos años, y ante las
nuevas arremetidas de Menocchio (esta vez cuestionando el orden social), y
llegado el caso a Roma, se produce la inevitable incineración del molinero.
La obra se juega en dos planos: el pueblo en sus cotidianos haceres, con un
Mingo “afiladísimo”, una especie de protoanarquista, y el poder, que habla
en off y en verso, estudiando el “peligroso caso” del molinero que pensaba
con su propia cabeza y lo expresaba. Al final, en clave brechtiana, se
produce el juicio a Mingo, con invitación al público: y entonces los
personajes del pueblo hablan en verso y los poderosos en arrastrada prosa.
Final abierto.
También escribí varias obras de teatro breve (monólogos,
soliloquios, teatro sin palabras), algunas de las cuales fueron publicadas y
premiadas, principalmente a través de la Cátedra Internacional Garzón
Céspedes y su publicación “Cuadernos de Gaviotas” (por lo tanto,
googleables). Acoto que estar desempeñándome como profesor de
Dramaturgia I y II y Teorías del Arte II en un conservatorio de teatro, me
ha reconectado con esta disciplina, peligrosamente apasionante.
En los últimos años publiqué varios libros e interactué bastante en la
web (principalmente en los géneros poesía y cuento), sin embargo, se me
hace cada vez más manifiesta la necesidad del teatro, en sus variadas
expresiones, como espacio de comunicación intensa, auténtica,
comprometida, en medio de un mundo que nos afila las garras y nos tapona
los oídos cada día un poco más. El teatro es imprescindible para la nueva
humanización que pide a gritos la sociedad contemporánea o, al menos, los
que soñamos una sociedad distinta, “humana” en el más pleno sentido. Por
el momento, no tengo entre mis prioridades publicar mis dramas, preferiría
verlos “en vivo”, razón de ser de lo teatral.

6 — De tu dramaturgia deslicémonos a tu narrativa breve. ¿Qué


asuntos preponderan en ella?

CS — Ante todo, una aclaración: aunque han aparecido un par de


microrrelatos míos en algunas publicaciones latinoamericanas, no me
dedico a lo “micro”, tan a la moda en narrativa. Lo mío es, hasta ahora, el
cuento breve y el relato. Llegué a escribir tres novelas, dos de la cuales
destruí y otra que reconvertí a distintas textualidades. Cuando hablo de
cuento breve me refiero a un tipo de narración ficcional de no más de tres
cuartillas, generalmente centrada en un personaje. En “De solitarios” los
llamo “discuentos”, porque los juzgo carentes de ciertos atributos, de esa
admirable completitud que caracteriza a Horacio Quiroga, Borges o Juan
Rulfo, mis maestros en castellano (menos piadosamente, podría hablar de
mi distalento). Ese libro lo publiqué por un premio internacional (había
competido con dos cuentos), lo cual me obligó a crear tres o cuatro textos
más para armar algo así como un volumen respetable. Seleccionando entre
lo ya escrito y planificando los textos complementarios, fue apareciendo el
eje convocante de la soledad, la incomunicación de personajes que ensayan
infructuosamente la comprensión del mundo y la comunicación con “el
otro”. De allí el título; de algún modo se lo puede considerar un volumen
temático y bastante autobiográfico, que, entre otros, debe bastante a Kafka,
Dino Buzzatti y Vladimir Nabokov.
En el caso de “Los años pasan según”, también publicado por
premio, el concurso era de relato (género que, si bien despuntaba en un par
de cuentos del libro anterior, sólo abordé más decididamente en el último
lustro), pero el texto ganador es parte de un volumen donde alternan cuento
breve y relato, con un tema definido: las huellas del paso del tiempo y la
forma de asumirlas por los personajes. Al igual que en “De solitarios”, la
mayoría de los textos son realistas, aunque algunos podrían leerse como
fantásticos, acaso metafísicos. En lo técnico, retomo en varios de ellos la
multiplicidad de puntos de vista y registros lingüísticos, con los que había
experimentado en mi juventud; esto asomaba en tres de los cuentos del
libro anterior. Lo autobiográfico es fuerte, tanto desde la vivencia personal
como desde el contacto intenso con personajes reales y su experiencia vital.
En algunos casos, debí realizar pequeñas investigaciones para no
desmadrarme del marco histórico. Todos los textos fueron desarrollados
siguiendo la brecha temática señalada, aunque el relato premiado, “La
espera”, nace de dos anécdotas mías centradas en las dolorosas
experiencias que atraviesa un escritor ignoto. Para finalizar con mi aspecto
de narrador, estoy terminando el plan de una novela coral, “La cofradía del
tacho”.
Y una pregunta que tal vez no tenga respuesta: ¿puedo “correrme”
del poeta cuando narro, y eso sería positivo?... Un amigo, destacado
novelista y ocasional cuentista, terminó confesándome que más allá de uno
u otro detalle a mejorar, no podía criticar a fondo mis cuentos porque “son
otra cosa, son muy poéticos”.

7 — En varias localidades de nuestro país ofreciste con los


Grupos “Con-Versando” y “Antes que venga ella”, recitales poético-
musicales; “Cruce de Palabras” se llamó uno de los ciclos que
coordinaste; fuiste fundador de la primera FM que funcionó en una
“villa de emergencia” —en “Ciudad Oculta”, a mediados de los ‘80—;
a fines de esa década fuiste pionero en los intentos de TV comunitaria
en zonas pobres del Gran Buenos Aires, como conductor y productor,
etc. Por un lado, me interesaría que sobrevolaras sobre éstas y otras
incursiones, y por otra: ¿en qué te ha gratificado y en qué te ha
decepcionado tu experiencia como animador cultural?

CS — Temo que ese sobrevuelo sería insoportablemente largo, por la


diversidad y extensión en el tiempo de las experiencias y por lo mucho que
incidieron en mi vida (hasta cierto punto, “fueron mi vida”), sobre todo en
mi juventud. Intentaré reseñar los puntos salientes…
Soy un tipo más bien solitario que, paradójicamente o no, vive
“condenado” a la comunicación, fundamentalmente la verbal. Esas
experiencias de animación cultural surgen, en primera instancia, de la
necesidad de contactarme con la vida social, luego de la acotada
experiencia universitaria que ya describí. Iba descubriendo el mundo con
actitud militante, esperanzada en las posibilidades de cambio. Sin embargo,
ya en mis veinticinco años, me iba dando cuenta de que la “política de los
políticos” no era para mí, y sí lo era un territorio de experimentación, de
comunicación y construcción grupal y horizontal, que ora con vértice en lo
comunicacional, ora en lo educativo o artístico, me deparaba el sentimiento
de estar desarrollando una tarea imprescindible para el crecimiento grupal e
individual, autogestiva y contestataria del poder, de lo culturalmente
impuesto.
Lo primero, en el tiempo, fue la experiencia con los medios,
principalmente el radial. Me tocó la época de las radios comunitarias, en el
resurgimiento democrático y su posterior desarrollo, y tuve oportunidad de
trabajar en las mismas con intensidad (llegué a superar las cuatro horas de
conducción, más las tareas de producción en FM San Antonio de Padua,
emisora en la que aprendí mucho). Tal vez la experiencia más original y
aleccionadora haya sido la que desarrollé con un grupo independiente en
“Ciudad Oculta”, donde instalamos una radio, en acuerdo con la comisión
interna del barrio, para reconectar al mismo con los vecinos “no villeros”
(pesaba una leyenda negra sobre la “Oculta”) y dar lugar a las voces
soterradas; también nos interesaba ayudar a la comunidad a organizarse, en
la medida de sus necesidades. Aclaro: si bien “pasaban cosas”, el mundo
villero de ese momento era “pre paco y pre narco”… ¡Cuántas cosas
aprendimos juntos! Los programas se planificaban, pero siempre la realidad
y el aporte de la gente nos desbordaba… Yo hacía, con Adrián Wittemberg,
“Historias de Nuestra Tierra”, y convocaba, los sábados a la mañana, a la
gente de cada provincia o país limítrofe, con su música, sus comidas, sus
historias, su presente…
En determinado momento, ante el descontento de algún sector del
barrio y para no generar divisiones, nos trasladamos a una casilla de la
iglesia, y ante una ola de allanamientos a las radios, logramos armar una
secuencia de escape para “entregar” sólo el coaxil y la antena. Los
sacerdotes y monjas del barrio respondían al padre Puigjané, que estuvo
varias veces en la radio (algunos de los integrantes quedaron vinculados al
grupo “Todos por la Patria”, con sus trágicas derivaciones en el copamiento
de La Tablada, años más tarde). Yo acompañé a un tipo muy especial,
Pampa Ubertalli, fundador de “Radio Rebelde”, en un ciclo de cine (video
en el televisor del herrero del barrio), actividad anexa a la radio, igual que
las tareas de apoyo escolar en que algunos colaborábamos. Unos meses
después comenzaron a surgir diferencias: una parte del grupo postulaba que
debían retener más directamente el poder de decisión de la radio, y otro (en
el cual me incluía), opinaba que iba llegando el momento de entregar el
medio a la comunidad. La radio había cobrado peso, y eso generaba
tensiones. Quedamos en minoría, echaron a algunos y yo renuncié, aunque
me mantuve en la tarea de apoyo educativo, como coordinador (armamos
grupos de alfabetización paralelos al plan oficial, bastante deficiente). La
radio tuvo un final insólito y aleccionador, a mi entender: habiendo perdido
el entusiasmo inicial el grupo que quedó, se apropió de ella el sector más
movilizado de la villa y la acción más importante fue preparar el retorno de
los ciudadanos paraguayos a su país (muy fuertes en el barrio) ante la
inminente caída de Stroessner; como el equipo era portátil, se instalaron
antenas en varias villas, y así se trabajaba. Ergo: las cosas son del que las
necesita y las trabaja.
En el ‘89 apareció lo de la TV comunitaria. Yo integraba la
cooperativa de comunicación “Participar”, que tenía un periódico
homónimo de bastante circulación en el Oeste del Gran Buenos Aires, entre
los sectores “progres”. Fuimos sumando programas de radio en la zona
(sobre todo desde FM Moreno, pionera y aún vigente): hacíamos un
periodismo tendiente a la difusión de iniciativas solidarias y cooperativas,
en particular en el ámbito de la cultura; éramos un modesto agente
movilizador. Un canal de San Vicente, que ya venía promoviendo TV
comunitaria, decidió renovar su equipamiento y puso a disposición de
grupos como el nuestro el viejo transmisor y la experiencia. Los tres
colectivos que nos interesamos, nos organizamos para transmitir dos veces
por semana desde cada localidad (en Moreno transmitíamos desde el Cruce
Castelar, la zona más poblada); el compromiso era llevar en la mochila el
transmisor al grupo siguiente; a mí me tocaba entregárselo a una
agrupación de Fuerte Apache. Habíamos conseguido que Prensa Latina nos
brindase cada semana una selección de noticias del continente; con eso y
otros aportes hacíamos “Noticiero Latinoamericano” desde la cocina de la
casa del camarógrafo (que había creado una pequeña mutual solidaria para
los videófilos). La iniciativa duró poco, no llegó al medio año. Sin
embargo, mucha gente se conectó. Llegamos a hacer un programa con las
sociedades de fomento de la zona. También hubo espacios musicales y de
salud. El trabajo del canal implicó tal esfuerzo que terminó superándonos, y
fue el principal factor en la disolución de la cooperativa. Cabe aclarar que
salíamos por canal 4, en TV abierta, era la época “pre-cable”. Recuerdo una
anécdota: realizándole una entrevista a Heberto Castillo (candidato a
vicepresidente de México con Cuauhtémoc Cárdenas y presidente del
Partido Socialista Mexicano), éste, nos convirtió a los periodistas casi en
entrevistados, preguntándonos con todo entusiasmo cómo “era eso”;
imaginaba una red de televisoras comunitarias cubriendo Ciudad de
México… Al poco tiempo volví a incursionar en un canal de Castelar y en
otro de Paso del Rey, este último ligado a la Iglesia, a los que estuve
vinculado brevemente.
Considero que estas intentonas fueron ricas en cuanto a pensar y
desarrollar formas de trabajo periodístico y cultural alternativas y
profundamente solidarias; además valoro la generación de un espacio
donde pudimos conocernos grupos y personas provenientes de diversos
contextos sociales. También queda el sabor amargo y aleccionador de los
límites de estos esfuerzos cooperativos (a veces poco realistas, sobre todo
al no ser pensados en su sustento material) ante lo arrollador del “sistema”,
en su versión neoliberal, en este caso.
Saliendo de los medios, tuve oportunidad de participar, crear y
coordinar numerosas experiencias vinculadas a la literatura. Empecé con
una revistita poética: “Pandemónium”, con otros jóvenes entusiastas de las
letras, que duró los habituales dos números. Casi en simultáneo, Norberto
Fuchs y yo lanzamos “Orfeo”, una revista oral que se autoconvocaba cada
mes en uno de los saloncitos laterales del porteñísimo Café Tortoni:
escritores invitados, charla y música. Corría 1980: descubrimientos,
temores, sorpresas, tiempos bravos para ser joven... Trasladado a Moreno a
principios de los ‘90, recalé en el “Feca 67 bis”, espacio de la bohemia
local, donde una mezcla de plásticos, poetas, músicos, actores y bailarines
nos trenzábamos de vez en cuando. Con la artista plástica Nellie de Curia,
infatigable activista cultural, generamos un espacio similar, pero más
organizado, que terminó llamándose “Coco Danza” (desaparecido cantante
de la zona): allí la poesía ocupaba un lugar central. Cuando la crisis de
2001 empezaba a despuntar, y ante la necesidad de “hacer algo desde la
cultura”, convoqué a tres poetas amigos (Clelia Volonteri, Eduardo
Espósito y Walter Lannutti) y así nació “Antes que venga ella”, ciclo que
se sostuvo durante tres años. Realizábamos un encuentro mensual con un
poeta invitado de reconocida trayectoria, se leía y dialogaba con el público.
También había música (y con mucho respeto hacia el ejecutante, no era un
mero “intermedio”). El grupo siempre preparaba alguna intervención
artística, medio recitada, medio actuada, con un eje temático. Recuerdo la
grata sorpresa de Santiago Sylvester, uno de los invitados, al verse rodeado
por más de cincuenta personas, una noche de lluvia feroz, esperando por su
poesía. Había mucha participación, tanto en las preguntas / comentarios a
los invitados como en el micrófono abierto. Cuando llegó la hora de cerrar
el ciclo publicamos una antología del grupo, que todavía sigue dando
vueltas por Moreno. Fue una experiencia importante, por el nivel artístico,
el poder de convocatoria y la continuidad. Y los cuatro coordinadores
quedamos amigos, y lo celebramos con unas empanadas bien regadas cada
año…
La historia y propuesta de “Cruce de palabras” (2007-2008), son
distintas. En 2007 fui invitado a un encuentro latinoamericano de escritores
en la capital de la provincia de San Juan. Si bien los recitales, visitas a
escuelas, etc., eran interesantes, lo más “jugoso” eran las “tenidas”
poéticas, en la habitación de alguno, leyéndonos y comentándonos hasta la
madrugada. Eso me dejó de manifiesto la necesidad que tenemos los poetas
de un ámbito propio, de sincero e íntimo intercambio de textos, dudas y
proyectos. Entonces, empecé a invitar mensualmente a cinco bardos, dos
locales y los otros “forasteros”, en un par de mesitas de café colocadas ad
hoc en el fondo de la Librería García, de Moreno. Rodeados de libros, y
café de por medio, nos dejábamos ir (a veces en fuerte polémica) por esos
derroteros que sólo la poesía sabe generar. La cosa terminaba cuando la
gente de la librería hacía ostensibles gestos de “hay que cerrar”… Casi
nadie faltó a la cita, la mayoría reconoció que nunca habían participado de
algo similar. Después de un año abandoné la convocatoria —que acaso
retome algún día—, a causa de una serie de desgracias personales que
menguaron mi ánimo.
Tal vez la experiencia más innovadora y compleja, tomando en
cuenta la diversidad de variables en juego, haya sido “Con-versando”. Esta
vez tenía deseos de armar una propuesta para “salirle al paso” a la gente no
habitué de la poesía; mucho me ayudó Héctor Celano, poeta y actor de gran
experiencia en recitales; se sumaron con entusiasmo Eduardo Espósito y el
cantautor Luis Del Mar. Y nació un espectáculo de algo más de una hora de
duración, centrado en nuestros textos poéticos, presentados con un dejo de
teatralidad, más el aporte musical y vocal de Luis. El público quedaba
sorprendido, el temor de que fuera “demasiado largo” pronto se disipaba. A
poco de andar, Héctor partió para otros rumbos, y entonces Luis propuso a
su amigo Hugo Mercado para la vacante. Hugo es un poeta de impronta
gagliardiana, de entonación social y fuerte presencia escénica: fue una
apuesta contrastante con la poesía de Eduardo y la mía, y un aporte
decisivo para el espectáculo. Así, la mayoría de las veces con el apoyo del
municipio de Moreno, recorrimos varias localidades de las provincias de
Santa Fe, Córdoba, San Luis y del Gran Buenos Aires con nuestro
espectáculo, que, en su momento de auge, llegó a tener tres versiones (hora
y cuarto, cuarenta, y quince minutos) según el tenor de la invitación.
También participó la charanguista María Inés Ferreira. Para mí, lo principal
era la reacción del público. Recuerdo que al final de una representación en
Librería Hernández, una ex compañera de la facultad se acercó para
felicitarnos y se puso a llorar: “Perdonen, nos pusimos tácitamente de
acuerdo para no interrumpirlos en el recitado, pero es mucha emoción
acumulada”. Calculo que retomaremos ese tipo de propuesta: en ella se
resume buena parte de mi mirada sobre lo poético en su dimensión social.
En la actualidad, luego de una experiencia bloguera con “8 PM” (Ocho
Poetas de Moreno), colaboro en la coordinación (no organizo) de los ciclos
“Café Patricios”, en la ciudad de Buenos Aires, y “Poesía del Oeste” (ciclo
creado por Andrés Aguirre), en la ciudad de Moreno.
¿Cómo evalúo este aspecto de mi actividad, que podríamos
denominar “animación cultural”?: no me arrepiento de nada, por más que
muchas cosas podría haberlas hecho mejor. Eso sí, si uno se pone a sumar
la cantidad de esfuerzo y tiempo empleados, no puede evitar la idea de que,
si hubiese balanceado mejor los mismos con la también necesaria tarea de
difundir la obra individual, uno se sentiría más satisfecho. Tal vez no sea
políticamente correcto decirlo, pero siento que tanta tarea desplegada (por
ejemplo: armé el sello editorial “Runa”, sin fines de lucro, para que poetas
locales lograran acceder a la socialización de sus primeros libros) no halló
reciprocidad (y acaso comprensión) en la mayoría de los colegas.
Ampliando la reflexión, a esta altura de mi carrera, constato que las
invitaciones a los encuentros / publicaciones más prestigiosos en el país no
llegan, y probablemente no acontecerán. Me han hecho algunos reportajes
en los últimos años, pero nadie ha escrito un ensayo, ni siquiera un artículo
crítico serio sobre mi obra; y eso es poco alentador para un artista que lleva
décadas de producción. Retornando al concepto de animación (me tienta
decir “agitación”) cultural, no deja de ser, en mi caso, una productiva
contextualización de lo que refiero en otro tramo del reportaje sobre la
“Educación Poética” y sus derivaciones.

8 — De tu actualidad podemos comunicar que desde 2012 dictás


el Taller de Lectoescritura en el Curso de Orientación y Preparación
Universitaria (COPRUN), en la Universidad Nacional de Moreno
(UNM); y que la revista electrónica que dirigís, especializada en poesía
y educación, se titula “Conurbana.cult”; y que coordinás el Grupo
“Escritura Creativa”.

CS — En efecto, estoy dictando el curso de ingreso en la UNM; este


tipo de actividad se alinea con una serie de experiencias que desarrollé en
la UBA (en el Ciclo Básico Común, Semiología) hace una década, y con la
actividad desplegada a lo largo de ocho años en el Instituto Rojas (ISFD Nº
21) de Moreno (formación de docentes), en este último caso con talleres de
lectura y escritura académica, que comenzaron en los profesorados en
Lengua y Educación Primaria, y finalizaron extendidos a toda la
comunidad del instituto (unos cuatro mil alumnos). Los puntos de
coincidencia pasan por la toma de conciencia, por parte de docentes y
alumnos, de las importantes limitaciones que imponen al estudiante
superior / universitario la falta de práctica y base teórica mínima para
abordar la lectura y escritura de cierta complejidad. Me satisface que lo que
empezó como un taller (en el Rojas), secundado por un par de ayudantes de
cátedra (categoría que impusimos varios docentes “pioneros”, y hoy es
oficial en la provincia de Buenos Aires) para “ayudar a escribir” a los
futuros maestros, culminara en un taller de escritura académica, como
proyecto institucional, ligado a cátedras universitarias y con
reconocimiento del Ministerio de Educación de la Nación. De todos modos,
para ser sinceros, los resultados fueron limitados.
En la Universidad Nacional de Moreno la experiencia con los
ingresantes es valorable, aunque el período es cada vez más breve (once
clases); para la mayoría, el curso introductorio es el primer escalón en la
vida académica en toda su familia. El taller de lectoescritura es
particularmente propicio para poner en palabras estas situaciones: los
miedos, las expectativas, las dificultades materiales… El equipo de la
cátedra, encabezado por el doctor Armando Minguzzi, es variado y
eficiente, aunque en el último año hubo bastantes cambios. Paralelamente
al dictado del ingreso (los interesados) desarrollamos una tarea de
investigación basada en las producciones de los alumnos; en mi caso
elaboré, junto a la licenciada Stella Maris Cao (psicóloga), un estudio
enfocado en las representaciones del mundo universitario y su propio lugar
en él de los alumnos, con una propuesta centrada en el rol del docente
“inicial” para acompañarlos en ese paso; pronto aparecerá publicado, junto
a las investigaciones de otros compañeros. Como contrapartida, un discurso
excesivamente asentado en la “inclusión” por parte de las autoridades
académicas, relativiza la importancia del esfuerzo y la valoración de la
exigencia…; es cuando la política (en mi opinión) se entromete
dañinamente en la educación. Por otro lado, me reconforta que los tres
alumnos que tuve en el tercer año del bachillerato popular de mi barrio (los
Bachilleratos Populares son una última instancia para personas que ni
siquiera pueden “enganchar” en los FINES I y II, que son planes oficiales
para completar/cursar la secundaria), hayan hecho pie en la UNM y estén
ya en el segundo año de la carrera. Los Bachilleratos Populares son una
experiencia cooperativa y sin sueldo; hace un par de años obtuvimos
reconocimiento oficial para los títulos.
En esta misma universidad, y a propuesta de las autoridades, dicté un
curso de escritura creativa y poesía para docentes de secundaria. Resultó
bastante exitoso (creo que “la pegada” fue invitar a dos poetas por
encuentro para leer y dialogar con los asistentes); finalizado el curso
(octubre 2013), nos seguimos encontrando informalmente y esa fue la base
de un grupo (Escritura Creativa de Moreno, así se lo ubica en Facebook)
que, con sus altibajos, se mantiene. Mi idea inicial era centrarnos en el
diseño de secuencias y proyectos para trabajar la poesía y escritura literaria
en la escuela. Las necesidades de los integrantes (algunos de los cuales no
son docentes) nos llevaron a armar algo así como un anarcotaller, con una
especie de convocante / coordinador que vengo a ser yo… Siempre se
aprende de la realidad; en rigor, yo quería enfatizar la llegada a la escuela
con otra mirada, otras estrategias, pero los miembros del grupo preferían
hacer taller literario, escribir y leer poesía, cuento y crónicas, como paso
previo a lo didáctico. Bueno, le ganaron la pulseada al coordinador, y creo
que, para bien, hay itinerarios que no pueden obviarse.
Hace algo más de un año, en paralelo, convoqué a un grupo de
artistas y periodistas para armar una revista electrónica: “Conurbana.cult”
(así se googlea). El propósito es difundir la actividad artística y cultural del
tercer cordón del conurbano (sobre todo el Oeste, al que pertenece
Moreno), con especial atención a la literatura y a las experiencias grupales
y educativas. Maricarmen Almada (periodista y escritora), Alejandro
Arébalos (docente y plástico) y Mónica Angelino (poeta y coordinadora de
talleres), conforman el consejo de redacción. La revista es independiente,
autogestiva y sin fines de lucro, y más allá del mencionado foco puesto en
lo local, también presenta notas sobre el devenir cultural (en especial,
vinculado a la poesía) nacional y continental. Deberemos mejorar su
difusión y enriquecer el diseño. “Conurbana.cult” es un niñito que se ha
largado a marchar…
Respecto de qué rol juego yo en todo esto, señalo dos cosas. En
primer lugar, en estos últimos años, vengo desarrollando un corpus de
ideas, aún algo difuso, que llamo “Educación Poética”. Se trata de un
intento de recuperación / reformulación de la función de la poesía en la
existencia del hombre y en la sociedad actual. Se trata de repensarnos desde
ese espacio tenso, revelador y liberador que plantea la palabra poética,
tanto desde la recepción como desde la producción. Más pragmáticamente,
los medios, la escuela y la familia cada vez brindan al chico y al hombre en
general, menos oportunidad de conectarse con la poesía (más allá de las
canciones, tema de interesante debate), y eso tiene sus amargas
consecuencias: algo así como una pérdida gradual y embrutecedora de la
sensibilidad y la espiritualidad…; digamos, una vida más pobre, un
desperdicio de oportunidades. La escuela debería iniciar un proceso de
revisión y reversión de esta situación. Hace unos días leí que en las
escuelas de ciudad de Buenos Aires se van a impartir talleres de
meditación; eso me alegró, va en el sentido de mi búsqueda; ahora, ¿por
qué dejamos que se “cayera” ese espacio de placer tan constructivo que es
la poesía?...
En segundo lugar, debo mencionar una difícil lucha (con los demás y
también interior) para sacar del medio ideas tan arraigadas como el
liderazgo, los “seres especiales” y otros hegemonismos, que a la postre
empobrecen la experiencia creativa (y social, en general). A veces se
vuelve difícil no desbarrancar, “escucharnos en singular y en plural”, como
suelo decir, encontrar el equilibrio en estas proposiciones “fuera de
sistema”. Bueno, es parte del desafío.

9 — ¿Participaste en el Primer Encuentro de Poetas del Mundo


en Cuba “La Isla en Verso” en 2012?

CS — Fue una participación a distancia. No tenía dinero para viajar


(una constante en mi “carrera” como escritor, nunca pude asistir a
premiaciones o invitaciones en el exterior). Filmamos, con mi amigo, poeta
y vecino Oscar Perdigón, dos videos de algo menos de diez minutos; uno
dedicado a mi poética y el otro presentando la poesía de Moreno, con un
recitado “mano a mano” con Oscar y una recorrida por los libros de poetas
morenenses, que por cierto son muchos. Ambos videos están en YouTube.
Lo anecdótico es que no los pudieron recibir vía internet allá (en esa época
en Cuba no tenían banda ancha), así que tuvimos que mandar un CD por
correo, que llegó y se presentó en varias ciudades cubanas, principalmente
en escuelas.

10 — Hace unos años compartimos espacios sociales, festivos, y


tuve oportunidad de oírte cantar y acompañarte con la guitarra. Y en
estos días descubro que has sido director e intérprete de la llamada
“Cantata por la Paz”, auspiciada por la Escuela Municipal de Música
de San Miguel, otra localidad bonaerense, en diciembre de 2014.

CS — La música es en mi vida una novia desatendida, que no pierde


ocasión de reprocharme y seducirme. En junio del año pasado tomé la
cátedra de Literatura en la Escuela Municipal de San Miguel; me tocó un
grupo de cinco instrumentistas en el último año de su carrera (todos muy
jóvenes), y quedó planteado el desafío: había un expreso pedido de la
dirección de la escuela de trabajar contenidos que relacionaran música y
literatura. En la primera parte del año habían explorado el mito y la ópera;
yo encaré mi trabajo desde la indagación en las raíces folklóricas y su
proyección en el “Arte Clásico” (esa es la orientación de la escuela);
finalizaron con una monografía sobre aspectos de esa relación. Pero quedó
“picando” la posibilidad de crear a partir de sus propios saberes y
elecciones musicales, así que les propuse indagar el género “cantata”,
desde su origen renacentista hasta esa original apropiación del género que
fue la cantata latinoamericana de las décadas del ’60 / ‘70, tan relacionada
con lo folklórico y, fundamentalmente, con lo político. Después de
escuchar “Santa María de Iquique” y “Cantata Latinoamericana”, la cosa
llegó a su clímax: fue notable el efecto del descubrimiento de esas
textualidades poético-musicales, que les resultaban a estos muchachos
apenas un eco lejano y extraño.
Y comenzó el desafío…, porque escribir textos poéticos, letras de
canciones, inclusive, era para ellos una prueba novedosa e intimidante.
¿Por dónde empezar para tratar de componer una cantata? Decidí atacar por
otro flanco: les traje fotografías artísticas, de las más diversas temáticas.
Charlamos sobre esas imágenes, improvisaron melodías para acompañarlas.
Finalmente quedó definido el tema: las estremecedoras imágenes de la
guerra y su destrucción serían el punto de arranque. Eligieron fotos del
Berlín de 1945, de las Torres Gemelas, de un miliciano recibiendo un
balazo…, pero la más motivadora fue la de un soldado norteamericano
sosteniendo entre sus brazos el cuerpito de un bebé japonés (no sabemos si
vivo o muerto) en medio de los escombros. “No a la guerra” fue la
consigna (curiosamente, uno de los alumnos es militar, de la banda del
Ejército); leímos a poetas de fuerte sesgo social: el paraguayo Elvio
Romero, el chileno Pablo Neruda, el español León Felipe… Siguieron
intensas semanas de escritura talleril, tratando de que cada uno pudiera
producir un texto que “arrimara” a lo poético y en relación personal y
comprometida con el área temática elegida. Fuimos definiendo una
estructura, los fui orientando también para armonizar lo mejor posible los
textos, que serían el “recitativo” de las cantatas clásicas. Fuimos probando
ritmos, tonalidades para cada segmento (en eso, fueron una luz, y yo los
observaba algo azorado). Y llegó lo más difícil: hallar el “leit motiv” y
componer la canción, que sería el centro de la cantata. Dimos con la frase
“Por qué no puedo entenderte, Guerra”. Siguió una elaboración colectiva:
en ese texto estaban todas las voces, que yo terminé de pulir y poner en
transpirados endecasílabos. Querían hablar de Hiroshima, del sentimiento
del soldado, de Palestina, de Malvinas, del imperialismo, de las madres que
pierden a sus hijos… Al final, parimos cuatro estrofas, en ritmo de rock
bluseado (también eso después de arduas discusiones).
En fin, que había despertado expectativas en la escuela, en la cual
todos los docentes presentan la labor del año en una muestra. A nosotros
nos faltaba bastante todavía, por eso lo titulamos “ensayo general” y
salimos “al toro” (además, faltó el trompetista, que era el único que se
animaba a cantar, así que el profesor debió cumplir, con la mayor dignidad
posible, el papel de solista vocal). Piano, contrabajo, guitarra y flauta
traversa se desempeñaron con intensidad, aunque no sin nerviosismo, ante
una treintena de asistentes. Al final hubo un aplauso sincero, más cálido
que estruendoso, y una sensación de sorpresa…; ¿qué es esto?... Como
cierre expliqué la propuesta y su proceso de composición e invité a los
asistentes a dar su opinión y proponer un título para la “Cantatita” (su
duración es de unos veinte minutos). Esa charla fue estimulante, y estimo
que sirvió para que los jóvenes músicos (profesionales, casi todos) cobraran
conciencia de lo que habían logrado elaborar, con punto de partida en sus
emociones, ideas y saberes, en laboriosa y esperanzada cooperación.

11 — Al releer tus primeros poemarios, ¿reconocés tu voz en


ellos? ¿Cuánto habrá variado tu poesía a lo largo de cinco lustros?

CS — Sin dudas ha variado mi poesía, junto a toda mi persona, a la


creciente alforja de lecturas, al mundo que, en esos cinco lustros, ha
cambiado aceleradamente. Pero es mi voz… Digamos que hay poemas
añosos que me hacen sonreír, otros ante los cuales me pregunto “¿cómo
pude …?” Pero estoy ahí, no hay vueltas. Claro, en el proceso ha habido
hitos, momentos determinantes. Recuerdo, en especial, tres: el primero, allá
por mis trece, catorce años, fue como la confirmación de que era poeta, y la
intuición de que “eso” me acompañaría siempre. Fue una tarde veraniega
de caminata por mi capitalino barrio de Villa Luro, siempre entrañable…
Sentí un estremecimiento, empecé a dar vueltas en mi cabeza a unas
imágenes que surgían… Cuando llegué a casa el poema estaba terminado, y
mi vocación, confirmada. Si bien yo “escribía” poemas desde antes de ir a
la escuela, esa tarde fue algo así como un ritual iniciático, solitario y parece
que definitivo.
El segundo momento que juzgo decisivo fue diferente. Durante la
Carpa Blanca, allá por mis treinta años largos, los docentes en ayuno
juntábamos firmas de adhesión a la defensa de la escuela pública en las
plazas locales. Una mañana se acerca un muchacho a firmar, tenía mucho
entusiasmo, pero escribía su firma muy lentamente (era analfabeto). Me
embargó una tremenda emoción, que apenas pude disimular. “Esto tengo
que escribirlo”, pensé. Pero eso ocurrió un año después, volviendo de
discutir en la ciudad de La Plata en otras instancias, pero también
educativas, amontonado en el Ferrocarril Sarmiento a las siete de la tarde…
Y el poema apareció, lo escribí de memoria (generalmente componía así en
esa época). Al llegar a Moreno ya estaba listo. La reflexión que se inició
esa misma noche sobre los tendenciosos misterios de la inspiración y su
conexión con el duro combate de cada día, me instalaron en otro escenario
respecto de la poesía y mi propia creación.
Finalmente, hace una década, comencé a trabajar como capacitador
de docentes, y debí trasladarme con frecuencia a la localidad de Laferrére,
casi dos horas sólo de ida…; en el colectivo comencé a componer un texto
que me extrañó, era sinuoso, con mucha asociación libre, con mucho
vértigo inconsciente…; extrañamente, me sentí cómodo, pleno,
escribiéndolo (lo terminé después) y en ese momento me di cuenta de que
había dado con el rumbo que estaba buscando para mi poesía de ese
período, a la que venía sintiendo cada día menos satisfactoria, algo
limitada, tal vez reiterativa…; desde esa mañana mi poesía tuvo más
oxígeno, o, directamente, otro aire.
En lo que hace a lo temático, hay una región a la que vuelvo, desde
mi adolescencia, periódica, casi cotidianamente: la reflexión sobre lo
poético y la palabra. Lo social fue responsable de mi “reencuentro” con la
poesía, después de varios años de casi abandono, y generó tres libros; es
algo que permanece, y vuelve, en situaciones puntuales, a aflorar. En la
última década, sin embargo, me ha ganado la poesía que podríamos llamar
“existencial”, una constatación, entre brumosa y encandilante, de las
heridas, de los abismos del transcurrir y el ser, de la permanencia y la
disolución. Y también están los textos que voy escribiendo sobre mis hijos,
celebrando ese descubrimiento inagotable que es ser padre; componiendo y
leyendo estos poemas he experimentado (junto a algunas situaciones de
logros en las aulas) los momentos más felices de mi vida.
En cuanto al estilo puedo señalar que todo es un insospechado
reciclaje… Junto a los neologismos empleo con cierta frecuencia palabras
casi relegadas al olvido (por ejemplo: relente, hogaño, zurear) que no
deberían perderse, aunque más no sea por su musicalidad. Estoy volviendo
a escribir algunos poemas con métrica y rima (abundaban en mi juventud).
Hacia 2008 comencé con la composición de tríadas, poemas breves, con
separación de barras, no de versos, en un intento de retener la fluidez
semántica, sintáctica y fónica. Cada poema forma parte de una unidad
mayor (tríada), a la manera de los movimientos de un concierto barroco.
Así nacieron “Tríadas” (2009) y “Tríadas II” (2012). Otro “género” que
experimento es la “marina”, composición más bien metafísica, surgida de
la contemplación del mar, y también exploro desde hace un lustro el haiku
(acabo de finalizar un pequeño volumen con ellos) e intento con el shijo…
Dios y Basho dirán…

12 — Transcribo unas frases de un trabajo que se presentó en


1988 en Fundación del Campo Freudiano, en Buenos Aires, y del que
ignoro el nombre de su autor: “La poesía manifiesta una violencia
infligida al uso del idioma. Se funda en la ambigüedad de un doble
sentido. Alusiva al igual que el oráculo, se constituye más allá del
sentido. Lo que despierta es su polisemia, su imprevisibilidad. Para
escucharla no se puede permanecer pegado al sentido. ¿Acaso el poeta
no logra a veces la proeza de que un sentido esté ausente?” ¿Qué
agregarías, Claudio?

CS — Hay una afirmación de Roman Jakobson que demoré en


comprender (creo que recién lo estoy haciendo ahora), que, de algún modo,
dialoga con la paradoja señalada. Aunque parezca todo lo contrario, es en
el territorio de la poesía donde las reglas de la lengua se cumplen con más
inflexibilidad. Hay una cierta “ferocidad” inherente a la palabra que
trasciende al que la emplea, aunque sea el poeta… “Las palabras tienen
vida propia/ por eso saben herir tan limpiamente” nos dice Guillermo
Boido en un dístico apabullante. El poeta no debe “hacerse cargo” de la
ambigüedad, desvelarse por ella, pues ésta es inherente a lo que somos y no
somos, al lenguaje, que nos dice y nos desdice…
Esto consolida (al menos para mí) la imagen del poeta como oreja y
lengua del gran latido cósmico, médium más que maestro, albañil más que
arquitecto, que intenta manejar el fuego de Zeus (que no es suyo) con la
“herramienta” díscola del lenguaje (que precariamente cree dominar) para
comunicar algo a otros seres (que son y no son como él). Por eso cuando
creo un neologismo (se da con frecuencia en mis textos), hay algo de
derrota (no di con la palabra, el lenguaje no me abrió del todo su cofre) y
de triunfo (“descubrí” ,“fundé” algo); en este sentido, ya en el terreno de
las imágenes y del poema mismo, experimento esa misma sensación de
“develar la simpatía universal”, digamos un segmento del ADN cósmico, a
la par de brotarme la estremecedora duda de haber realizado, apenas, un
jueguito verbal, una pirueta que se sueña salto mortal. A veces envidio a los
pintores y a los músicos, los siento ante un campo abierto; nosotros, los
poetas, estamos en la jungla del lenguaje, acechantes y acechados.

13 — ¿Qué escritores te influyeron? ¿Ricardo Piglia? ¿Samuel


Beckett? ¿Clarice Lispector? ¿Montale?... ¿El peruano Augusto
Salazar Bondy (1925-1974), el portugués José Saramago (1922-2010),
la inglesa Virginia Woolf (1882-1941), el salvadoreño Roque Dalton
(1933-1975)? ¿Griselda Gambaro? ¿Yukio Mishima? ¿Eugène
Ionesco?...

CS — Mis primeros formativos “leídos seriamente” fueron los


clásicos españoles e internacionales de la Colección Contemporánea de
Editorial Losada, que una tía había ido reuniendo (sospecho que casi sin
leer). Allí me deslumbraron Rabindranath Tagore, Juan Ramón Jiménez,
Federico García Lorca, en poesía; la prosa de Miró y Azorín se me
presentaba como insuperable. Pero el gran poeta de mi pubertad, y sigue
siéndolo, es Antonio Machado, ya en sus libros, ya musicalizado por Joan-
Manuel Serrat. Y en narrativa, un Quijote leído a los once años (en versión
adaptada por Germán Berdiales) me fascinó, vuelvo infinitamente a ese
libro, es el modelo insuperable. Shakespeare y Sófocles me enamoraron del
teatro leído; con Brecht y Fernando Arrabal empecé a entender la
especificidad del hecho teatral (y Molière, por supuesto, el verdadero
clásico inoxidable de las tablas). Volviendo a la línea clásica lírica,
Garcilaso, Góngora y Quevedo siempre “están ahí”, y la Generación del
‘27, con sus aledaños León Felipe y Miguel Hernández laten quedamente
en mi poesía, junto a Blas de Otero y Nicolás Guillén. De los argentinos,
Manuel J. Castilla, Juan L. Ortiz y Raúl González Tuñón son presencias
poderosas. Y claro, Borges, tanto en poesía como en cuento, compartiendo
el podio de influencias con Rulfo y Quiroga, que ya mencioné. Aclaro que
siento sus presencias en mi creación, sin que mi literatura se les parezca o
pretenda hacerlo; es eso, una presencia sin la cual mi producción sería
distinta. Leo sin demasiada fluidez algunas lenguas europeas, lo cual me
ata a las sospechosas traducciones (¿habrán dicho eso Omar Jayam, Tu-Fu,
Rilke?), de ahí la preeminencia de los castellanos en mis recorridos líricos.
Sobre los autores de la lista, Eugenio Montale y, en general los
existencialistas-herméticos italianos, en especial Giuseppe Ungaretti, me
deparan un siempre renovado espacio para la reflexión, más aún que los
surrealistas, diría. De los narradores, nadie podría negar a Saramago,
Mishima o a Virginia, pero no siento que me hayan influido, tal vez por
haber llegado tardíamente a mi biblioteca (salvo aproximaciones aisladas).
Sí admiro —me identifico en el latido— a Ionesco, Beckett y Gambaro
(aunque mi escritura teatral poco tenga que ver con la de ellos); en verdad,
el Absurdo se prefigura en el Expresionismo, estética (casi diría
cosmovisión) con la que me hallo en honda sintonía. Y en diálogo con
ellos, la literatura “existencialista”, en el más amplio sentido: de Albert
Camus a George Orwell, de Dino Buzzatti a René Char, arrancando del
genio solitario de Franz Kafka, y esa versión tan nuestra y original que es la
narrativa de Antonio Di Benedetto, acaso el más perfecto y a la vez
estremecedor de nuestros novelistas. Reconozco en mi escritura teatral
fuerte influencia de nuestro grotesco, más al modo de Francisco Defilippis
Novoa que al de Armando Discépolo, y esa impronta insoslayable,
lúcidamente desesperada, genial, de Roberto Arlt. Finalmente, un lugar
muy especial para la literatura popular, desde el cancionero tradicional
folklórico al tango, de Atahualpa Yupanqui a Gagliardi, pasando por los
narradores orales… Cuánto debe nuestra cultura y nuestro universo
emocional a estas cotidianas gemas.

14 — Ricardo H. Herrera declara: “Me gustan los poetas que se


aproximan a su tema como Cézanne lo hacía a los suyos: con esfuerzo,
obstinadamente. Nada de abstracciones de escritorio sobre el papel, tan
sólo lo que se conoce por experiencia de los sentidos. (…) Me gusta que
el color de la palabra transmita el sentimiento nombrándolo apenas…”
¿Qué te despiertan estos enunciados?
CS — Perseverancia, obstinación, por un lado, y sugerencia,
sensorialidad, por el otro, parecerían términos de una formulación
contrastiva. A mí me orientó bastante al respecto una charla sobre la
poética de Dylan Thomas (desafortunadamente, no recuerdo al expositor,
tal vez fue Esteban Moore); en ella se puntualizaba el enojo del galés
cuando la crítica lo ubicaba demasiado cerca del Surrealismo. Y se
entiende, según él, algunos poemas le llevaban meses de paciente y a veces
desalentadora “lima”… Nada más lejos de la escritura automática y las
asociaciones azarosas. Y, sin embargo, la poesía de Thomas sabe
internarnos en los pasadizos de la pesadilla, el deseo y la desesperación de
manera más honda, y sin dudas más conmocionante que la mayoría de las
zambullidas de la tropa bretoniana. Cuando la poesía realmente lo es, será
sugestiva, más allá de la técnica de “maleado verbal” empleada, más allá de
ideología pregnante; siempre, volviendo a una pregunta anterior, se nos
escapará de las manos, siempre nos de/re/sangrará los labios y los oídos, o
sea, los portales del alma.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de
Moreno y Buenos Aires, distantes entre sí unos 40 kilómetros, Claudio
Simiz y Rolando Revagliatti, marzo 2015.
Lilia Lardone nació el 24 de octubre de 1941 en Córdoba, capital de la
provincia homónima (donde reside), República Argentina. Es Licenciada
en Literaturas Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba (1961).
Entre 1985 y 1997 dictó cursos de capacitación docente sobre criterios de
selección en libros dirigidos a chicos y jóvenes, para la Unión de
Educadores de su provincia. Ha sido coordinadora de programación de
ocho emisiones (1988-1995) de la Feria del Libro de Córdoba para niños y
adultos, y miembro activo del Ateneo del Centro de Difusión e
Investigación de la Literatura Infantil y Juvenil (CEDILIJ) entre 1991 y
1995. Tanto a nivel nacional como internacional se ha desempeñado como
jurado en numerosos concursos y ha participado en Congresos y
Encuentros de Escritores. Desde 1988 coordina talleres de escritura y
corrección. Entre otras distinciones obtuvo el Premio Taborda 2009 de
Letras por su trayectoria a favor de la lectura y la escritura, otorgado por la
Asociación para el Progreso de la Educación. En el género novela aparece
en 1998 la primera edición de “Puertas adentro” a través de Editorial
Alfaguara; en 2006, “Esa chica”; en 2002, “Papiros”, reeditada en 2014.
En 2003 se publica el volumen de cuentos “Vidas de mentira”. La primera
edición de su novela para niños “Caballero negro” es de 1999 y se reeditó
en 2014. De cuentos y relatos para niños son sus obras “El nombre de
José”, “Los picucos”, “Los asesinos de la calle Lafinur”, “El día de las
cosas perdidas”, “Benja y las puertas”; y “La fábrica de cristal”, más
“La banda de los coleccionistas”, son títulos de sus novelas juveniles. “La
niña y la gata”, poemario para niños, con ilustraciones de Claudia
Legnazzi, es de 2007, y sus dos poemarios para adultos, “Pequeña Ofelia”
y “diario del río” aparecieron en 2003 a través de Ediciones Argos, en su
provincia. Entre 2003 y 2011 fueron editándose libros concebidos en forma
conjunta con María Teresa Andruetto. Y en 2012, Editorial Sudamericana
publicó “20.25. Quince mujeres hablan de Eva Perón” (con la
colaboración —en las entrevistas— de Yaraví Durán).

1 — ¿Noticias de vida?

LL — Crecí, afortunadamente, en un pueblo apartado de rutas.


Infancia y adolescencia en Hernando transcurrieron entre juegos, libertad
total para andar por las calles en bicicleta, y a la vez una situación de
preocupante estrechez económica. En mi casa no había libros, sí pinceles
porque mamá pintaba y enseñaba a pintar, y de eso vivíamos ya que papá
murió cuando yo tenía cinco años. Hacia los once descubrí un día la
Biblioteca Popular, un encuentro decisivo porque a partir de ahí me
transformé en lectora constante y entusiasta. La pasión por los libros me
llevó a la capital de Córdoba, a estudiar Letras en la Facultad de Filosofía y
Humanidades en donde tuve profesores increíbles, como Enrique Luis
Revol, Noé Jitrik… Pero lo académico no me tentaba, así que un poco
antes de recibirme empecé a trabajar en la recién creada Radio Municipal, y
más adelante me dediqué de lleno al activismo cultural para promover la
difusión de la literatura y el teatro. Eso hice durante largos años. Me casé,
tuve dos hijos, me separé, y en los años terribles de la dictadura aprendí a
callar: resultaba muy difícil trabajar en el Departamento Letras, hacia
donde apuntaban las miradas inquisidoras. Entonces, como siempre, la
lectura fue mi refugio. Igual que para tanta otra gente…

2 — Hasta que un tal Reynaldo Bignone le transfiere la banda


presidencial a Raúl Ricardo Alfonsín.

LL — Por fin llegó la democracia, y se multiplicaron las


posibilidades de hacer cosas. Elegí especializarme en Literatura para niños
y jóvenes, temática que me atraía desde hacía mucho. Junto a Lucía
Robledo recorrimos la provincia dando cursos para docentes sobre criterios
de selección en LIJ: Literatura Infantil y Juvenil. Y a partir de 1985
coordiné talleres de escritura… Los años pasaron y me encontré —después
de mis cincuenta— con los hijos crecidos e independientes: se dio la hora
de escribir mis propias historias, algo que nunca hubiera imaginado como
destino. Porque para mí escritores eran los otros, los que admiraba y leía…
Sin lugar a dudas el estímulo determinante fue escuchar lo que escribía la
gente en mis talleres, personas que sin ninguna experiencia previa de
escritura lograban conmoverme… ¿Por qué no?, pensé. Y ese fue el
comienzo de una vida distinta, donde no sólo la lectura es fuente de
alimentación sino también la búsqueda expresiva a través de la creación.

3 — ¿Y qué fue lo inicial?

LL — Con timidez, bien insegura, hice una recopilación de coplitas


anónimas cordobesas, investigando en publicaciones que sólo se
encontraban en bibliotecas y archivos. Se publicó como “Nunca escupas
para arriba”. Después avancé en versiones personales de cuentos
populares de Córdoba, bajo el título “El Cabeza Colorada”. Ahí empecé a
intuir la cocina de la narrativa, cómo construir la tensión, cómo sostener un
relato. Un día, en una Feria del Libro de Córdoba, escuché decir a Ricardo
Piglia algo así como: “Se escribe una novela para descifrar un enigma”. Y
de inmediato recordé una historia tabú de la que conocía sólo jirones, una
historia de abandono que circulaba sotto voce en mi infancia, en la casa de
mi abuela paterna, piamontesa. Poco a poco, borrando más de lo que
escribía, empezó a tomar forma la novela “Puertas Adentro”, en la que
trabajé unos tres años y que tuve la suerte de publicar en Alfaguara. Luego
se me ocurrió un texto para chicos que también me llevó mucho tiempo,
porque soy bastante obsesiva con la reescritura y hasta que no me conforma
sigo desechando borradores. Por fin estuvo lista la novela breve “Caballero
Negro” y coincidió con un concurso importante de LIJ que se hace
anualmente en Colombia. La mandé por correo, sin ninguna esperanza, y
gané el Primer Premio Latinoamericano Norma / Fundalectura, en Bogotá.
Con ese premio sentí que la escritura me había llegado como un enorme
privilegio de la edad madura.

4 — ¿Y la poesía?

LL — Leía y leo a los poetas, todos los que puedo, porque la palabra
poética es condensación y desnudez y esencia. También ese me parecía
terreno reservado sólo para algunos, y demoré mucho en animarme a hacer
mi experiencia. Pero el dolor a veces se filtra y decanta de modos
inesperados: a los cinco años de la muerte de mamá necesité escribir sobre
ella, sobre mí, sobre la temprana desaparición de mi padre… y poco a poco
construí “Pequeña Ofelia”. Un libro breve, con imágenes que me sacudían
aún por su carga de ausencias, de pérdidas, de vínculos que ya no existían.
Y casi enseguida, ganada por una especie de “estado de poesía”, fui
armando “diario del río”. Es un poemario que refleja, en puras minúsculas,
los paseos por el río Suquía que corre cerca de mi casa. Una condensación
de interrogantes, contradicciones, analogías, miradas sobre lo que ocurre
entre los silencios y los rumores de la vida cotidiana... En ambos casos
hubo intensa tarea de reescritura. Se los di a mi amigo Julio Castellanos,
excelente poeta y editor de Ediciones Argos, y él los publicó en una
bellísima cajita que contiene los dos libros, en la Colección Horizon Carré.

5 — ¿Después?

LL — Como soy curiosa, traté de incursionar en otros géneros y di


con el apasionante trabajo de escribir en coautoría. Así nacieron varios
libros con María Teresa Andruetto, una autora excepcional, gran amiga.
Las dos veníamos de una intensa labor a lo largo de años en talleres de
escritura y decidimos sumar conocimientos para trasmitirlos. Escribimos
“El taller de escritura creativa (en la escuela, la biblioteca, el club)…”.
Siguió “La escritura en el taller”, que se publicó en España, y también un
libro de entrevistas a un autor que las dos admiramos y que nos honró con
su amistad, Andrés Rivera. Apareció con el título “Ribak, Reedson, Rivera:
conversaciones con Andrés Rivera”.
Por ese entonces, en mi tarea como jurado en concursos, al leer
incontables originales empecé a intuir que estaba surgiendo una corriente
bastante fuerte de autores jóvenes. Emprendí una larga y minuciosa
búsqueda por redes y contactos hasta que compilé: “Es lo que hay.
Antología de la narrativa joven en Córdoba”, en la que incluí veinticinco
autores. Más tarde, “Córdoba cuenta. Antología de literatura para niños”.
Entretanto, seguía escribiendo ficción: para grandes, la nouvelle
“Esa chica”, el volumen “Vidas de mentira y otros relatos”… Para chicos,
entre otros, el poemario “La niña y la gata” en donde volví a rondar la
poesía. Y los cuentos “Los asesinos de la calle Lafinur”, “Benja y las
puertas”, “El nombre de José”, “Los Picucos”, más las novelas juveniles
“La fábrica de cristal”, “La banda de los coleccionistas”. Nombro aparte
“Papiros”, libro que me dio otra satisfacción al ser seleccionado por la
Biblioteca de Munich como uno de los destacados en 2004, en lo que se
llama The White Ravens.

6 — Durante un par de lapsos participaste del Plan Nacional de


Lectura auspiciado por la Dirección Nacional del Libro.

LL — Como dije, la promoción de actividades culturales siempre


estuvo entre mis intereses más profundos. A fines de los ‘80 viajábamos
con Lucía Robledo a Las Varillas, a través de la Unión de Educadores de la
Provincia, para dar cursos de criterios de selección en la Biblioteca
Sarmiento. En ese momento se desarrollaba en el país el primer Plan
Nacional de Lectura (presidido por Hebe Clementi) y a él nos sumamos, en
una experiencia que en lo personal me resultó muy enriquecedora porque la
compartí con los mejores autores de libros para chicos que viajaban desde
Capital Federal, como Graciela Montes, Laura Devetach, Ema Wolf.
Pertenecer al Plan permitió ampliar nuestra actividad y consolidar ciertos
sueños, como la creación de una Salita de Lectura para chicos en esa
biblioteca. Fue la primera en su género en la provincia y la bautizaron
“Cura mufas”, en homenaje a Laura Devetach. Por el mismo Plan de
Lectura estuvimos en otras localidades del interior de Córdoba.
Años más tarde hubo nuevos Planes y me invitaron a sumarme, pero
como autora, eso ocurrió en la primera década de este siglo: la idea era que
escritores de las distintas provincias visitaran otras zonas del país y
dialogaran con estudiantes, docentes... Estuve en la provincia de Buenos
Aires: Cañuelas, Moreno. En Salta, en Santiago del Estero, oportunidades
fascinantes de conocer distintas realidades.

7 — ¿Y el Plan “Creando Lazos de Lectura” auspiciado por la


Comisión Nacional de Bibliotecas Populares?

LL — Esa fue una idea diseñada por Elisa Boland en 2001, un


proyecto admirable desde su concepción porque apuntaba a la capacitación
de los bibliotecarios de todo el país. Como especialista participante viajé a
Ushuaia y Catamarca, también trabajé en Córdoba (capital e interior). En
todos lados encontré mucha avidez por descubrir tácticas y estrategias para
acercar los chicos y jóvenes a las bibliotecas. Lo mejor de “Creando Lazos
de Lectura” era que se disponía de una semana entera con la gente de cada
lugar para inventar modos de acercamiento a los libros, en trabajo grupal
activo y constructivo. Fue una de las iniciativas más gratificantes.

8 — En dos oportunidades concurriste a Encuentros realizados


en sendas universidades de los Estados Unidos.

LL — A Louisville viajamos varias autoras cordobesas —entre ellas,


María Teresa Andruetto y Estela Smania— invitadas por la Universidad a
la Conferencia Anual de Literatura. Eso fue en 1999, casi en mis
comienzos como escritora. Me programaron encuentros con estudiantes
avanzados de español, a quienes leí cuentos y contesté sus preguntas.
También fue interesante asistir a lecturas de otros autores, como la
mejicana Rosa Nissán.
Lo de Michigan: en enero del 2006, uno de mis hijos estaba en Ann
Arbor haciendo allí su postdoctorado y viajé para pasar con él y su familia
las fiestas de fin de año. Se me ocurrió escribir antes al departamento de
español de la Universidad de Michigan y una de las profesoras, Raquel
González, se interesó de inmediato por mi obra y gestionó un encuentro
con sus estudiantes. Resultó muy estimulante, estuvimos juntos una jornada
completa donde leí, dialogamos horas sobre poesía, y hasta grabé poemas y
cuentos en un modernísimo estudio. Pero la relación no terminó, ya que un
par de años después, la profesora y un grupo de esos mismos estudiantes
visitaron Córdoba (en un viaje a la Argentina al terminar sus cursos) y
vinieron a mi casa, se dio una corriente cálida y reconfortante en su
reconocimiento hacia mis textos.

9 — ¿Cómo surge, cómo organizaste la tarea que te habrá


demandado “20.25. Quince mujeres hablan de Eva Perón”? ¿Quiénes
son las quince mujeres y cuál ha sido la repercusión de dicha
iniciativa?

LL — La idea surgió en conversación con una amiga (que luego


sería una de las entrevistadas): cómo un acontecimiento histórico puede
grabarse para siempre en distintas personas, integrado a un momento
peculiar de su propia vida. Hablamos del 26 de julio de 1952, fecha
imborrable. Yo tenía once años cuando murió Eva Perón y no me olvido de
las lágrimas de mamá, de la conmoción en el pueblo… Después de la
charla me quedé pensando que me gustaría mostrar esa Argentina de
mediados del siglo XX, un país que ya no existe porque cambiaron las
costumbres, cambió la vida. Y para eso nada mejor que conseguir
testimonios de gente que quisiera contar lo sucedido, que iluminara de
nuevo la escena. De inmediato me di cuenta de que necesitaba que la
memoria emotiva impregnara las entrevistas y me permitiera reconstruir
aquel país, y que por eso las entrevistadas debían ser mujeres mirando a
otra mujer, esa mujer… Pedí colaboración a Yaraví Durán, licenciada en
Comunicación, y fuimos eligiendo las “testigos de época” en función de
ideologías y pertenencias de clase. Radicales, peronistas, contras, fanáticas,
conservadoras, izquierdistas, políticas, científicas, amas de casa, maestras,
habitantes de la ciudad y del campo… un mosaico de voces y
pensamientos. Las entrevistas llevaron mucho tiempo, en algunos casos no
fue fácil conseguir los testimonios. Si hasta hubo algunas elegidas que
prefirieron no participar, increíble, a sesenta años de su muerte Evita es un
tema aún candente, polémico…
Y llegó lo más difícil, tarea que emprendí sola: editar las voces
respetando sus identidades, sus ritmos y silencios, su respiración, tal como
si fueran personajes. Lo que quedó es lo que yo pretendía, quince piezas de
un rompecabezas histórico para que los lectores lo armen al derecho y al
revés, o al sesgo, a través de las contradicciones de una época muy parecida
a la actual, con divisiones que separaban a familias y amigos, odios y
amores… Cuando apareció el libro recibí incontables llamadas de los
medios de todo el país, las críticas fueron muy positivas y rescataron la
originalidad de la iniciativa, porque hasta el momento no había un libro que
mostrara cómo se había vivido la muerte de Evita en el interior, ni cómo
sus contemporáneas la narraban desde hoy.

10 — Sin ser periodista tenés tu experiencia de haber


entrevistado, al menos a dieciséis personas, una de ellas, uno de
nuestros más reconocidos novelistas.

LL — Una primera conclusión es que hay que prepararse bien para


el momento. En el caso de un escritor, me parece esencial conocer a fondo
su obra para que las preguntas iluminen y aporten nuevos caminos de
lectura. Y en toda situación, cualquiera sea la personalidad a entrevistar, la
condición básica sería mantenerse bien alerta para introducir preguntas
cuando sea necesario ampliar el campo temático, y no ceñirse a pautas
rígidas ni a preconceptos. Para eso, hay que aprender a escuchar las “entre
líneas”.
Ni yo ni María Teresa tomábamos apuntes, sino que mientras
funcionaba el grabador estábamos de lleno, cara a cara, en la entrevista.
Con Andrés Rivera contábamos con un conocimiento previo, acabado y
exhaustivo, de toda su producción literaria. También de su persona, un
respeto muy grande por su trayectoria de militante y de escritor. Por eso los
encuentros fluían con naturalidad y él se veía cómodo, con ganas de
responder, porque sabía que las preguntas venían precedidas de un interés
genuino y responsable.
Con las quince mujeres, a quienes salvo un par de excepciones
conocí el mismo día de la entrevista, me dejaba llevar por la intuición y por
mis propios recuerdos de la época, tanto en lo político como en lo
costumbrista. Habíamos hecho un esquemita previo, preguntas que servían
de marco. Pero todo dependía de las personalidades, de los detalles que
iban apareciendo y que era necesario precisar para que no se perdieran en
medio de los recuerdos difusos. El grabador funcionaba, yo escuchaba y de
a ratos repreguntaba, lo que a veces provocaba la aparición de nuevos
pormenores. La mayoría había pasado los ochenta años y algunas tenían
buena memoria, otras no, y era necesario adaptarse para rescatar lo valioso
a efectos del objetivo del libro. Después, en el armado final, introduje una
semblanza de cada una de ellas y de su ámbito familiar, porque las
entrevistas se hacían en sus propias casas o departamentos y me parecía
importante mostrar los contextos... Me gustó el trabajo, el contacto directo
con personas que de otro modo no hubiera conocido y, sobre todo, el
acceso a opiniones tan diversas. Un aprendizaje inolvidable acerca del
respeto por los otros y su pensamiento.

11 — ¿Podrías establecer como más gratas que otras algunas


entrevistas de las que te han realizado? Y como lectora de reportajes a
escritores, ¿qué destacarías?

LL — Siento que las entrevistas siempre son positivas, porque el


solo hecho de que dispongan esfuerzos y tiempo para un encuentro
conmigo vale por sí mismo. Entonces no las podría calificar de “ingratas” o
“gratas”: confío en la buena intención de quien pregunta y trato de
responder del modo más verdadero posible.
Leo reportajes a escritores, los de “The Paris Review” son
excepcionales en general, tanto por el profundo nivel de las preguntas
como por las respuestas. Podría señalar como emblemático un reportaje de
Raquel Garzón al mismo Andrés Rivera, aparecido en el diario porteño “La
Nación” hace mucho tiempo, toda una muestra de que ella había leído a
fondo las obras y en consecuencia sus preguntas tocaban lo esencial, eran
reveladoras…

12 — Ingresaste a la Facultad a los dieciséis años. ¿Cómo


afrontaste esta circunstancia excepcional?

LL — Fue algo casual, consecuencia de que aprendí a leer sola a los


tres años y medio. Una maestra vecina, en el pueblo, le insistió a mamá que
me mandara a primero inferior a los cuatro (a la Escuela Pública, por
supuesto), o sea dos años antes de lo que me hubiera correspondido. Y así
seguí, como algo muy natural, sin inconvenientes. Por eso terminé el
secundario a los dieciséis y entré a la Facultad. Ciertamente me sentía en
un ámbito extraño: había dejado mi pueblo, mis amigos, vivía en Córdoba
en una pensión y el desarraigo me costó. En el primer año de Letras
teníamos Introducción a la Literatura y debí leer “La náusea” de Sartre: no
sé qué habré entendido de una novela tan compleja desde lo filosófico, pero
aprobé bien la materia. Tal vez compensaba la falta de madurez con el
entusiasmo, ¿no? Eran épocas de mucha lectura de ficción en la carrera,
poca teoría (a diferencia de los planes actuales), y eso era lo que yo quería:
leer, conocer autores diferentes… Me deslumbré con la literatura francesa,
con Simone de Beauvoir y el mismo Jean-Paul Sartre; luego llegó el
momento de descubrir Latinoamérica con José María Arguedas, Pablo
Neruda, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Juan Rulfo, la novela
mexicana, y de apasionarme con los norteamericanos como Faulkner,
Hemingway, Herman Melville. Nunca sentí la diferencia de edad con mis
compañeros, hice la carrera en cuatro años porque rendí algunas materias
libres; me pesaba la responsabilidad de los gastos que implicaban mis
estudios y quería terminar para trabajar cuanto antes. Tuve suerte, porque a
los diecinueve, en el último año de la facultad, entré en Radio Municipal y
a partir de ahí trabajé siempre.

13 — ¿De qué escritores que admires estás persuadida que no


han incidido en tu quehacer literario?

LL — Ah, me parece que toda palabra leída nos penetra y da vueltas,


que nuestro imaginario está cargado con las historias y las imágenes de los
autores que marcaron distintas etapas de la vida. Esos recorridos van
transformándose muy adentro por alquimias imposibles de detectar, por lo
menos para mí. No puedo identificar una influencia u otra, y en todo caso,
será tarea de la crítica.

14 — En un tramo de nuestro diálogo, Lilia, mencionaste a


Ricardo Piglia, quien en su novela “El camino de Ida” me sorprendió
con esto: “Había hecho una lista de defectos en las obras maestras: ‘Los
asesinos’ de Hemingway (demasiado explícito el final con el sueco); ‘Un
día perfecto para el pez banana’ de Salinger (hay un cambio de punto de
vista que no se justifica); ‘Señas, símbolos, signos’ de Vladimir Nabokov
(el segundo llamado telefónico es redundante); ‘La forma de la espada’
de Borges (sobraba el final con la explicación de Moon).” ¿Procurarías
recordar y trasmitirnos uno o más defectos que hayas detectado en
“obras maestras”?
LL — Cuando empiezo un libro, las primeras páginas son
fundamentales. Ya no tengo tiempo para ser paciente, como cuando era
joven. Ahora, si hasta la página treinta o cuarenta no he logrado entrar en el
mundo que el autor propone, lo dejo a un lado, a la espera de otra ocasión
más propicia. Si la obra sigue picando mi curiosidad de lectora a lo mejor
vuelvo sobre ella más adelante y si no, la abandono. Será para otro lector,
pienso, no para mí. Ahora bien, una vez superada esa barrera, ya dentro del
pacto de ilusión que supone abandonarse a la voz de quien narra o a la
armonía del poema, sigo y trato de disfrutar del momento único que me
permite vivir otras vidas, otras historias que tienen muchas más capas de
las que aparecen, con puntos de vista que jamás se me hubieran ocurrido…
¡Y buscar los defectos me arruinaría el placer! Por eso soy antes que nada
lectora, no crítica.

15 — ¿Sos la Lilia Lardone que actuó en un cortometraje


titulado “La botella” (1999), dirigido por Liliana Paolinelli?

LL — Sí, soy yo, para enorme regocijo de mis nietos que me


“descubrieron” hace poco cuando lo difundieron por un canal de televisión.
Liliana Paolinelli es una talentosa, inteligente y sensible directora
cordobesa que me sorprendió muchísimo con la invitación a integrar el
elenco de “La botella”, una de las “Historias mínimas” patrocinadas por el
Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales en su momento. No soy
actriz, apenas si asistí un par de años a un taller de teatro con otro gran
director, pero de teatro: Roberto Videla. Recuerdo esas reuniones de taller
como muy vitales, explosión de creatividad, fantástica la improvisación,
interactuar con los otros participantes… Para cerrar la actividad, Roberto
propuso que cada uno de nosotros preparáramos un “unipersonal” para
mostrar al público y yo elegí una versión reducida del cuento “Hay que
enseñarle a tejer al gato” de la excelente Ema Wolf. Un texto teñido de
humor, maravilloso. Liliana Paolinelli filmó esa representación y meses
después, me llamó para filmar “La botella”. Yo no lo podía creer, ¡si hasta
me pagaban! El corto, en 35 milímetros, se hizo en siete días y me daba
vergüenza porque los otros eran conocidos y experimentados actores y
actrices… Pero a pesar de que hice gastar mucha película (no había llegado
la era digital), terminamos la filmación con alegría. Todo un mundo, el del
set, me encantó estar ahí.
16 — ¿Qué de vos podrías darnos a conocer si te insto a asociar
con “riesgo”, “levedad”, “alianzas”, “éxito”, “paraderos”, “displacer”,
“contorsiones”?

LL — Asocio “riesgo” a la escritura, que es una constante toma de


riesgos. Elegir una palabra y no otra, ahondar en un personaje y no en otro,
decidir adónde cortar una historia, desde dónde contarla… Todos son
riesgos: quien escribe se expone y muestra de sí hasta en lo que oculta.
A “levedad” también la vinculo con el campo literario. Como decía
Calvino, “la búsqueda de la levedad por oposición al peso de vivir”. Es
apasionante trabajar en un texto hasta conseguir que circule el aire en
medio de palabras y espacios, hasta que desaparezcan los detalles
ornamentales, a la búsqueda de un despojamiento... Son deseos que me
impulsan y sostienen, aunque los sé casi imposibles de lograr.
“Alianzas” me suena a política, a pacto, a intencionalidad y cálculo;
no encuentro ecos personales para esa palabra.
“¿Éxito?”: Una categoría muy sobrevalorada en la sociedad actual,
relacionada con un menosprecio por los valores reales que aprendí a
respetar desde la infancia, como el trabajo, la constancia, la honestidad.
Sospecho del éxito, por lo general tiene bases endebles y es efímero.
Pensar en “paraderos” me lleva a búsquedas, pero dentro de la
etiqueta policial “paradero desconocido”. O a la desolación anónima de los
paraderos en las rutas.
“Displacer” pertenece a un vocabulario específico del psicoanálisis,
creo. No la uso, supongo que se refiere al desagrado en alguna situación, lo
contrario a placer o placentero, pero dicho de manera técnica.
Suena fuerte y dura, “contorsión”.

17 — Parece que alguna vez Tomás Eloy Martínez formuló lo


que él califica de una frágil pregunta —cómo era posible vivir
poéticamente en un mundo violento— a Saint-John Perse, quien antes
había evocado a Borges en la charla, rematando: “Ah. Cuántas veces he
dicho que vivir poéticamente es lo único que cuenta”. ¿Cómo es posible
vivir poéticamente, Lilia, en un mundo violento?

LL — No lo sé. Es una pregunta que puede calzarle al gran Saint-


John Perse, pero no a mí, que no vivo “poéticamente”. Mi tiempo se reparte
en diversas cuestiones que me importan casi por igual: me gusta escribir,
pero más me gusta leer, y postergo con gusto las horas de creación por un
encuentro con mis nietos, vital y renovador. Claro que la realidad nos
penetra, nos rodea, en este mismo momento que contesto las preguntas
siento el desgarro por tanta gente de mi provincia que ha perdido todo por
las inundaciones… Imposible aislarse, las cargas de lo que sucede actúan
sobre nosotros y por cierto vivimos en un mundo violento, terrible, hostil.
Yo no escribía en la época de la dictadura, pero creo que la mordaza que
teníamos puesta influyó en los textos que hice mucho después. Hoy cuesta
mantener la esperanza y sostener el entusiasmo. A lo mejor por eso, en los
últimos años me inclino más hacia la escritura para chicos y jóvenes,
porque siento que en ese campo consigo recuperar una mirada distinta.
Ponerse en el lugar de los que crecen es ir hacia delante, imaginar y
mantener el humor aún para escribir sobre temas difíciles.

18 — ¿Tenés algún proyecto personal ad portas?

LL — Se escribe a largo, larguísimo plazo. Hace poco terminé una


novela breve y un cuento para chicos, habrá que ver si caben en alguna
editorial. Trabajo en otro libro que me entusiasma, pero van a pasar meses
hasta que lo redondee. Y una vez terminado —si cuaja—, los originales
quedarán guardados un tiempo, y volveré sobre ellos: a veces el reposo les
ha sentado bien, otras me sirven para ver con mayor claridad los problemas
que aún debo resolver. Con la escritura también aprendí a ser más paciente.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de
Córdoba y Buenos Aires, distantes entre sí unos 700 kilómetros, Lilia
Lardone y Rolando Revagliatti, marzo 2015.
Daniel Calmels nació el 26 de septiembre de 1950, en Sarandí, provincia
de Buenos Aires, Argentina, y reside en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires. Es psicomotricista, egresado de la Asociación Argentina de
Psicomotricidad en 1983, y psicólogo social, egresado de la Primera
Escuela Privada de Psicología Social “Dr. Enrique Pichon Rivière” en
1986. Ha sido el fundador en 1980 (y coordinador hasta 2005) del Área de
Psicomotricidad en el Servicio de Psicopatología Infanto Juvenil del
Hospital Escuela General San Martín. Ha dictado cursos y seminarios en
numerosas instituciones de su país y del extranjero. En el género ensayo
publicó a partir de 1996 los volúmenes “El cristo rojo. Cuerpo y escritura
en la obra de Jacobo Fijman” (Faja de Honor de la Sociedad Argentina de
Escritores), “Espacio habitado. En la vida cotidiana y la práctica
psicomotriz”, “Cuerpo y saber”, “El cuerpo en la escritura”, “El libro de
los pies. Memoriales de un cuerpo fragmentado I” (Primer Premio Fondo
Nacional de las Artes año 2000), “El cuerpo cuenta. La presencia del
cuerpo en las versificaciones, narrativas y lecturas de crianza”, “Del
sostén a la transgresión”, “La discapacidad del héroe”, “Fugas, el fin del
cuerpo en los comienzos del milenio”, etc. Participó en doce libros
colectivos de ensayo. Colaboró con frecuencia en las revistas “Cuadernos
del Camino” (como Daniel Duguet), “Generación Abierta”, “Barataria”,
“Abecedario”, “Topía”, e integrando el consejo de redacción, en
“Suburbio”. En la actualidad lo hace en las revistas “Cuerpo” y “El
Psicoanalítico”. Un volumen reúne su narrativa breve: “La almohada de
los sueños” (Buenos Aires, 2007); y en 2011, en Madrid, aparece otro,
conformado por el cuento que da título a la colección, en versión infantil,
con ilustraciones de Claudia Degliuomini. Poemarios editados: “Quipus”
(1981, en co-autoría con Patricio Sabsay y Héctor J. Freire), “Desnudos”
(1984, en co-autoría con Héctor J. Freire), “Lo que tanto ha muerto sin
dolor” (1991; Faja de Honor Leopoldo Marechal, en 1992), “El cuerpo y
los sueños” (1995), “Estrellamar” (1999, prosa poética; Primer Premio
Rodolfo Walsh – Derechos Humanos, otorgado por la Facultad de Filosofía
y Letras, Universidad de Buenos Aires, Secretaría de Derechos Humanos,
en 1996). En 2005 la Editorial Colihue da a conocer su antología poética
personal “Marea en las manos”. Inéditos permanecen más de diez libros
de ensayo de su campo profesional, además de “El derecho de crear”,
ensayo sobre literatura, y el poemario “Amaramara”.

1 — Veintisiete años tenías cuando te recibiste de Profesor


Nacional de Educación Física, tras cursar en la Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional
de La Plata. ¿Cómo fuiste encauzándote en dirección a ese
profesorado? Y algo insistió, prosiguió: en los ochenta te formás en
psicomotricidad y te recibís de psicólogo social.

DC — Cursé en la Facultad de Humanidades desde 1972 hasta 1977,


me inscribí a un mismo tiempo en Educación Física y Ciencias de la
Educación, pues tenían materias correlativas y mis intereses, que no
estaban tan claros, se orientaban hacia alguna tarea que implicara a la
infancia, el juego, la creatividad y el cuerpo. No tenía un vínculo con el
deporte competitivo, sí con la docencia; esta posición me permitía una
búsqueda de una Educación Física que promoviera el trabajo en grupo y el
“juego motor”, que hoy denomino “juego corporal” (sabiendo que lo motor
no juega). En el profesorado escuché por primera vez una frase que me
inquietó, una idea acuñada por el profesor Alejandro Amavet: “Soy el
cuerpo que pretendo mío”. Fue mi primer acercamiento conceptual a la
noción de cuerpo; un segundo impacto fue leer “El ser y la nada” de Jean
Paul Sartre, a Gastón Bachelard en su “Poética del espacio”, cuando
estaba garabateando mi libro “Espacio habitado” y también y de forma
destacada (pues con ella puedo cartearme), a Sara Paín con sus escritos
sobre las diferencias entre cuerpo y organismo.
Ingreso a la Universidad de La Plata en una etapa de efervescencia de
ideas y proyectos, con jóvenes participando de la vida política y del campo
expresivo de las artes. Mi entrada a estudiar Educación Física fue una
experiencia estimulante no sólo por la organización de la facultad, que
reunían en algunas materias alumnos de distintas formaciones, sino porque
varios compañeros se vinculaban con el arte; tal es así que uno de ellos,
Caro Suñer, me invita en 1973 a la inauguración de la galería de arte
“Biguá” (Vicente Forte, Leopoldo Presas, Bruno Venier) en la ciudad de
San Pedro, provincia de Buenos Aires, dirigida por su padre, el escultor
Pedro Suñer, compañero de la poeta Edna Pozzi. En esa ocasión conozco a
Lysandro Galtier, quien, al escuchar mi apellido de origen francés, me dice:
“Somos parientes”, aludiendo a que “los Calmels y los Galtier viajaron
desde Francia en el mismo barco”. Galtier, de la generación joven del
Grupo Martin Fierro (junto con J. Fijman, Antonio Vallejo y otros), era
ceramista, pintor, poeta, ensayista y traductor. La visita a su hogar-
biblioteca cambió el rumbo de mi vida: en un portarretrato un pañuelo de
Juana de Ibarbourou firmado y dedicado, en un paragüero el bastón de
Rubén Darío, sobre una pared una colorida y original carta natal firmada
por Xul Solar, libros y cartas de Oliverio Girondo, Alejandra Pizarnik…
Cumpliendo con su deseo, después de su muerte y a pedido de sus
hermanas, llevo a la Sociedad Argentina de Escritores el pañuelo de Juana
de Ibarburu, el bastón de Rubén Darío, y la carta natal firmada por Xul
Solar, junto con una cerámica (vasija incaica), premiada, realizada por
Lysandro Galtier. En el mes de mayo de 2011, con sorpresa e indignación,
me entero de que en una subasta del Banco Ciudad se remata la acuarela de
Xul Solar (en el folleto que se expuso en “Arteba”, en el que se anunciaba
la Subasta Aniversario, se publicitó la efectividad de las ventas tomando
como ejemplo, entre otros, la obra de Xul Solar, vendida en ciento sesenta
mil pesos).

En 1974 me conecto con la revista “Suburbio”, invitado a participar


por su director, el poeta y pintor Antonio González, y publico un primer
poema en un medio gráfico. Me inscribo, además, en los talleres de poesía
de galería Meridiana (Rodríguez Peña 754, a metros de la avenida Córdoba
y a pocas cuadras de bares emblemáticos en el sector “intelectual” de la
avenida Corrientes). Cuando fui a anotarme al taller me impactó una
exposición de Marta Minujín, colorida muestra con zonas de la intimidad
femenina. La poesía y la plástica convivían en el mismo espacio.
En marzo de 1976 nace mi primera hija; el veinticuatro del mismo
mes los comunicados del ejército argentino anuncian el comienzo de una
tragedia.
Este cruce de relaciones me lleva a ligarme con la Psicomotricidad.
Estando en el taller de la galería Meridiana nos reunimos un día en la casa
de uno de sus integrantes, Carlos Sere (al cual tuve oportunidad de seguir
viendo en los últimos años y participando en la presentación de sus libros).
Conversando con su mujer, Clara Srebrow, psicoanalista, pongo en mi boca
las palabras de Amavet, quien había afirmado que no debería llamarse
Educación Física sino Educación Psicofísica, pues lo físico no se educa; es
ante esta idea que Clara me comunica que conoce a una persona que trabaja
en una terapia que se llama Psicomotricidad. Disciplina que yo conocía a
partir de los libros que leíamos en la carrera: varios psicomotricistas
franceses tienen como formación de origen la Educación Física. Clara me
facilita el contacto con Velia Botadoro, psicomotricista argentina recibida
en Francia, que tenía armado un consultorio de atención de niños en terapia
psicomotriz. Estudio con ella en el año ’75. En el ’76, después del golpe,
abandona el país y deja a Débora Schojed a cargo de su consultorio, quien
me llama para que colabore con ella en la atención de paciente varones. Es
así como fui del cuerpo a la literatura y de la literatura al cuerpo.
Tu pregunta se refiere a eso que insiste, que se reitera, y creo que es
el cruce de experiencias y saberes, esta ligazón entre el cuerpo y la palabra.
En uno de mis libros de ensayo, “El cuerpo en la escritura”, conviven la
experiencia de Antonin Artaud y el aprendizaje de la escritura, junto al
modelo de la mano como origen de los números y las referencias al orden y
la ley que tiene la escritura en el lenguaje cotidiano.
Las temáticas que implican al cuerpo resultó con el tiempo un eje de
mi obra, principalmente en el ensayo, pero también en la poesía. El cuerpo
al cual me refiero es aquel que no nos es dado al nacer; no se trata de un
descubrimiento por parte del niño de algo que ya está dado, sino de una
construcción sobre la vida orgánica, de diversas manifestaciones
corporales, como son la mirada, la escucha, el contacto, la gestualidad
expresiva, el rostro y sus semblantes, la voz, las praxias, la actitud
postural, los sabores, la conciencia de dolor y de placer, etc. De esta
manera “el cuerpo es en sus manifestaciones”. En cambio, la vida orgánica
está ahí para ser vista en sus funciones, aparato por aparato, sistema por
sistema. El médico “revisa” el normal ciclo de maduración esperado para
cada edad. Pero he aquí que si no se construye un cuerpo de la relación, si
el ojo que ve no se habilita para mirar, decae la capacidad visual hasta
límites insospechados, lindantes con la ceguera. No es que el ojo mira
porque ve; el ojo ve porque mira, y para mirar es imprescindible la
presencia de otro dispuesto a ser mirado y a mirar. La mirada se encuentra
entre la visión y la ceguera. Tiene una carga de subjetividad y una función
subjetivante. Desde esta perspectiva no se trata de pensar la actitud
postural como una consecuencia de la postura; el proceso es inverso, la
actitud formatea la postura. Mirar el cuerpo tonificado en su alegría,
empecinado en estar presente; contemplar el cuerpo transformado en
procura de un empeño, de un esfuerzo pasional; mirar el cuerpo erotizado,
dándose a ver en la actitud que promete las caricias más excelsas; ellas y
muchas más, infinitas “posiciones” que el cuerpo asume, nos dan muestras
suficientes para comprender que el destino biológico encuentra en el
proyecto interactivo de los cuerpos un sentido y una finalidad. Me refiero y
estudio entonces el cuerpo que se construye en el vínculo con otro cuerpo,
cuerpo que escapa de la medicina y la psicología, que se liga con aspectos
antropológicos, sociológicos, históricos. Cuerpo que se constituye en una
insignia de nuestra identidad. Se hace cuerpo a partir del vínculo con un
adulto significativo que dispone su cuerpo en relación y cumple con una
función corporizante.
Comencé a escribir poesía a los once años, no por el estímulo de la
escuela, sino por el respeto y admiración que se tenía en mi casa por el arte
en general, principalmente por la literatura, la música y la plástica. Mi
abuelo, inmigrante español, socialista activo, delegado fabril, tocaba la
mandolina y el violín y cantaba en el coro del Centro Gallego de
Avellaneda, y se quejaba con insistencia cuando Pepa, mi abuela, leía la
“Radiolandia”, argumentando que era un pasquín. Después de su muerte,
mi abuela, sacó una foto guardada entre los manteles y la puso sobre un
marco; cuando pregunté quién era, respondió: “Evita”.
Mi padre tenía la colección completa de la revista “Leoplán” (más de
seiscientos números, de 1934 a 1965). Cada una, principalmente en los
primeros años, contenían una novela o libro de cuentos, o sea, un “plan de
lectura”. Con notas periodísticas colaboraban Enrique González Tuñón y
Miguel Brascó. En 1953 comenzó a sumarse Rodolfo Walsh. También se
recibían la revista “Life” en español y la típica “Selecciones” (del Reader's
Digest), baluartes informativos de la clase media. Además, guardaba los
suplementos a color del diario “La Prensa” y los literarios de “La Nación”,
ilustrados, entre otros, por Juan Carlos Benítez.
Mi tío, Cecilio Ortiz, tenía su taller de esculturas en yeso. De visita
en su casa me fascinaba con los moldes y las formas que se desprendían de
ellos, de las cajas con espacios repartidos donde guardaba los ojos de vidrio
y la acumulación de santos y cristos que colgaban de las paredes de su
taller. Era bastante mágico para la mirada de un niño ver a su tío con el
cigarrillo en la boca, amasando la pasta de yeso en el hueco del hemisferio
abierto de una pelota de goma, atento a la colilla que se extendía frágil
hacia el vacío.
Mi padre se carteaba con el pintor Oscar Capristo, a quien me lo
encontré referido, muchos años después, leyendo un texto de Enrique
Pichón Rivière, mientras cursaba mis estudios en Psicología Social. Logré
conocer a Capristo en sus últimos años de vida; tuve la suerte de que
concurriera en 2005 a la presentación, en la Feria del Libro, de “Marea en
las manos”. Concurrió a cumplir con el hijo de un amigo, con ochenta y
cinco años, uno antes de su muerte.
Comencé a estudiar Psicología Social en 1981, aún bajo la dictadura.
La escuela Pichón Rivière era un ámbito de reunión y resistencia, así como
también la Asociación Argentina de Psicomotricidad, que contaba con un
posgrado en el que cursé mi segunda formación en Psicomotricidad.
2 — ¿Cómo te fuiste impregnando de las sucesivas temáticas y
ensamblando inquietudes y desarrollándolas como docente y
ensayista?

DC — Cuando comencé a trabajar en Psicomotricidad precisé


escribir sobre las observaciones y las preguntas que me suscitaba la
práctica, no como especulación teórica sino como necesidad de entender,
trabajo de escritura que me ayudaba a pensar el cuerpo y la niñez más allá
de la disciplina en particular. Los conceptos en los cuales se basaba la
práctica psicomotriz me resultaban escasos o no generaban preguntas o
respuestas a lo que ocurría en mi tarea con los niños. Tanto la
neurofisiología, el psicoanálisis y la psicología genética, eran
contribuciones indispensables, pero habían sido concebidas para otras
prácticas y básicamente respondían a otros interrogantes. Por ejemplo, el
concepto de “cuerpo”, presente en muchas disciplinas, no tiene el mismo
contenido, ni ocupa el mismo lugar que en la práctica psicomotriz. Algunas
disciplinas para su eficacia, necesitan que el cuerpo se atenúe, que se
reduzca en el campo de sus manifestaciones (mirada, gestualidad expresiva,
praxias, actitud postural, contacto, acciones, etc.). En cambio, en la práctica
psicomotriz el objetivo es poner a trabajar el cuerpo en sus
manifestaciones, o en algunos casos los esbozos de corporeidad que se
están construyendo. Asimismo, el “juego corporal” es una tarea convocante
que se constituye en una técnica privilegiada, pues al jugar se despliega un
“relato de representación ficcional”.
El trabajo con niños es movilizante, nos retrotrae a lenguajes y
acciones de épocas tempranas, nos conecta con imágenes que sólo pueden
ser leídas con otra imagen. En este caso escribir, pensar escribiendo, es una
labor que enriquece la práctica. Los primeros escritos con formato de libro
tuvieron una buena repercusión, no sólo en el ámbito de la salud mental
con niños, sino principalmente en el ámbito de la educación (jardines
maternales, nivel inicial, etc.). En la actualidad, diversas formaciones
profesionales integraron varios de mis libros como lectura obligatoria.
También debo señalar que los libros fueron y son acompañados,
“presentados”, en toda conferencia y curso que dicto; ese poner el cuerpo
ha beneficiado la difusión. Si bien mis primeros escritos ensayísticos
contemplaban el contexto social y los cambios acaecidos, en mi último
libro, “Fugas”, que comencé hace diecisiete años, preocupado por la
injerencia de la tecnología sobre los cuerpos, la preocupación por los
cambios sociales que afectan a los niños es el eje. En “Fugas” establezco
un recorrido crítico por los cambios en el jugar, la alimentación, las
cirugías de rostro, el aceleramiento que produce el pasaje de la
discontinuidad a la continuidad, el predominio de la lógica de la eficiencia
por sobre la eficacia y los objetos de juego que se le ofrecen a los niños,
etc.

3 — Nueve años se suceden entre la edición de tu libro sobre


Jacobo Fijman, el notable poeta nacido en la actual Rumania y
radicado en nuestro país desde la niñez, y tu prólogo y estudio crítico
para enmarcar la aparición de su “Poesía completa” en 2005, a través
de Ediciones del Dock. ¿Cómo te posicionaste en cada caso?

DC — Esta pregunta me retrotrae a mi primera relación con la obra


de Fijman, a los encuentros con Galtier. En una ocasión, sabiendo de su
conocimiento sobre la literatura francesa, lo consulté por la obra de
Antonin Artaud. Después de una atrapante “disertación” y de sacar de su
biblioteca una primera edición de Artaud, me pregunta si había leído a
Fijman, aludiendo a los puntos en común que tenían, principalmente sus
pasajes o estancias por los neuropsiquiátricos (en el caso de Fijman,
cuarenta y dos años internado en el Hospicio de las Mercedes, hoy
Neuropsiquiátrico Borda). Él me lo presentaba como poeta y pintor. Un año
después, me trasmite que encontró un paquete con dibujos de Fijman, quien
se los dejaba cuando todos los meses viajaba a la SADE a retirar el dinero
de una pensión (que Galtier le había gestionado). Junto con el dinero,
Galtier le obsequiaba papeles, tintas, pasteles y lápices, a cambio de que en
el mes siguiente le trajera algún dibujo. Saca de un cajón, entonces, un
paquete envuelto en papel madera atado con hilo, me lo da y me dice que lo
mire en mi casa. En mi viaje en colectivo de barrio Norte a Sarandí, me
tenté y abrí el paquete. En él un conjunto de tintas, pasteles, lápices y
alguna monocopia, todos ellos, en ese primer contacto, no eran más que
papeles confundidos por el peso de los años, muchos sin posibilidad de
recuperar, sobre todo los pasteles que no habían sido fijados.
Mi primera mirada de Fijman estaba signada (e indignada) por su
vida de tanto tormento. Fue preso de un triple destino de exclusión:
pobreza, reclusión y olvido. Escribí en “El Cristo Rojo”: “Jacobo Fijman
dibujaba y pintaba en el loquero, es decir, intentaba saciarse de la sed en
pleno desierto. Amaba el color blanco y vestía uniforme gris. ¿Fue llevado
a curarse de la tristeza a la casa de la melancolía?” Es por eso que su
poema “El canto del cisne”, el que leía reiteradamente, es el símbolo de su
desgarro: “¿A quién llamar desde el camino / tan alto y tan desierto?”. Mi
mirada estaba más puesta en su pesar que en el valor estético de su obra.
Cuando escribo el estudio que prologa “Poesía completa”, realizo
con el editor, Carlos Pereiro, una lectura detallada de cada uno de los
poemas. Guillermo Cuneo, coleccionista, nos facilitó las tres ediciones
originales y algunos poemas publicados en revistas. En esa ocasión logré
abocarme a su obra literaria y pictórica. Te cuento que estoy en tratativas
con una editorial en España para editar un volumen con veinte obras de
Fijman en color, con una introducción sobre su obra: sería la primera vez
que la obra plástica de Fijman se va a conocer a color en un libro.

4 — Organizaste en un lapso de ocho años, participando en la


curaduría, tres muestras de las obras plásticas de Fijman. ¿Cómo
recordás cada una de esas experiencias?

DC — La primera muestra que realicé, con el nombre de “Jacobo


Fijman, dibujos y poemas, obras inéditas”, fue en el Centro Cultural
Recoleta (Buenos Aires, julio de 1995). Tuve el apoyo de la revista
“Topía”, con la que estaba en las postrimerías de publicar “El cristo rojo”,
inaugurando la editorial de la revista. Esa muestra estuvo cruzada por una
serie de inconvenientes que acompañaban, casi sistemáticamente, las
actividades que se realizaban en homenajes a Fijman. En este caso, por un
error, la muestra no fue incluida en los catálogos del Centro ni en la
difusión; tampoco se pudo exponer su obra original, porque no contaban
con seguro, sino que se tuvo que hacer fotocopia color… El único medio de
prensa que cubrió la muestra fue Crónica TV.
La segunda fue en Centro Médico de Mar del Plata, en 1998, con la
presencia de los escritores Juan-Jacobo Bajarlía y Osvaldo Picardo (quien
dirigía el área cultural de la asociación). Fue una iniciativa muy bien
recibida por la comunidad, tuve oportunidad de compartir esos días con
Bajarlía, quien me había prologado “El cristo rojo” y había conocido a
Fijman.
La tercera muestra fue diferente: en Galería Rubbers (ciudad de
Buenos Aires), abril de 2003, y con algunas obras a la venta. Fue la que
tuvo más difusión y concurrencia. Se mantuvo casi un mes. Concurrieron
pintores, galeristas, escritores y también una sobrina de Fijman, lo cual fue
una sorpresa porque se estimaba que no tenía parientes. Tuvo un carácter
de homenaje: en esa galería, en 1969 se había realizado la última actividad
en la que participó Fijman: había sido un recital que organizó Vicente Zito
Lema presentando la revista “Talismán”, número dedicado al poeta, quien
al año siguiente falleció.
También en el ‘96, con motivo de la presentación de “El cristo
rojo”, en la Escuela de Pichón Rivière, organicé una muestra de treinta
obras de Fijman. Acompañaron a “mirar” la muestra, el pintor Blas
Castagna y el escultor Martín Blaszko. Leyeron poemas de Fijman: Héctor
Freire, Edgardo Gili, Julio César Salgado y Mónica Sifrim. Presentaron el
libro: Juan-Jacobo Bajarlía y Roberto Ferro.

5 — Y en otra experiencia estás: dirigiendo la colección “El


cuerpo propio”.

DC — La colección, de la Editorial Biblos, se propone alojar las


obras de ensayo que tienen por temática el amplio campo de lo corporal. Es
una colección que no hace tanto se constituye con un cuerpo variado y
polifónico. Se estrenó con mis obras, se llevan publicados nueve libros, de
los cuales seis son de mi autoría. Los tres restantes: “Niñas jugando, ni tan
quietas ni tan activas” de Mara Lesbegueris, un volumen sobre género que
trata una materia que no fue profundizada, como es el jugar en las niñas;
“Cuerpo y educación física” de Eduardo Galak y Valeria Varea, panorama
del estado actual de la educación física, con un espléndido desarrollo
teórico y crítico; “El gesto y la huella” de Graciela Casanova y Marc
George Klein, el desarrollo de un área de expresividad fundamentado y
autorizado en una intensa práctica profesional.

6 — Al tiempo que te recibías de profesor de educación física


coordinabas el taller de poesía de la Asociación Cristoforo Colombo, en
la ciudad de Quilmes. Y dos años después te hiciste cargo de los talleres
de poesía de la Escuela Literaria del Teatro IFT.

DC — Coordiné con el poeta Chalo Agneli el taller de poesía de la


Asociación Cristoforo Colombo mientras vivía en Quilmes (provincia de
Buenos Aires), en un período no muy extenso. La Asociación sostenía una
labor cultural interesante: organizó con la SADE zona Sur varios concursos
de poesía ilustrada, y así se impulsó la ligazón de los artistas plásticos con
los poetas.
Después, en el teatro IFT, quienes coordinábamos los talleres y
constituíamos el grupo “Quipus”, efectuamos en 1980 una muestra con
nuestros poemas, ilustrados, entre otros, por Adriana Leibovich, Raúl
Ponce, Ernesto Pesce, Pablo Solari y Roberto Tessi. Al teatro lo había
conocido realizando una entrevista a los integrantes del taller literario que
coordinaba Sofía Laski —entre los que estaban Mónica Sifrim y Patricio
Sabsay— para la revista “Suburbio”. Y terminé formando parte del taller.
Cuando Sofía Laski se retira de la coordinación, nos propone a Sabsay y a
mí ocupar su rol, lo cual aceptamos. Armamos una Escuela Literaria
organizada por ciclos y géneros. En narrativa invitamos a Liliana Heker
(luego se anexó Marcelo di Marco, en otro curso). En poesía los docentes
eran Patricio Sabsay, Héctor Freire y yo, que los acompañé durante los
primeros años. Se escribía durante el lapso de cada encuentro a partir de
propuestas que abarcaban desde un trabajo en relajación al estímulo
musical o fotográfico. A algunos de aquellos alumnos los seguimos viendo:
al poeta Luis Bacigalupo, quien posteriormente fue editor de uno de mis
libros, e Irma Verolín, que, si bien tiene trayectoria en narrativa, acaba de
editar un libro de poemas.

7 — Conceptualizaste sobre la “diferencia y discapacidad en los


relatos destinados a la infancia” en “La discapacidad del héroe”.

DC — En ese ensayo me concentro en los textos destinados a la


infancia que introducen a través de sus personajes la temática de la
diferencia y/o la discapacidad, procedimiento que va desde un tratamiento
“naturalizado” a una inserción “moralizante”. Muchos de los libros que
analizo son los que usé en mi niñez. Utilizo dos términos: diferencia y
discapacidad, sabiendo de sus limitaciones, pero con la idea de cubrir
diversos fenómenos. Uno de ellos, la discapacidad, más ligado a la
terminología oficialmente aceptada. El otro término, diferencia, más
general y menos clínico, que permite abarcar un sinnúmero de registros
donde prima un exceso de singularidad. Los textos escolares, fábulas,
relatos infantiles, series de televisión, cuentan con la presencia de personas
con diferencias y discapacidades diversas que acompañan al personaje
central de la trama, o, contrariamente a lo esperado en la vida real, es la
persona con discapacidad quien encarna el personaje principal. La hipótesis
de trabajo es que, en el espacio textual de la fantasía, a los personajes con
discapacidad se les restituye el lugar de personas que la discapacidad les
roba en la vida real. El encuentro del Soldadito de Plomo (al cual le falta
una pierna) con la Bailarina (también parada en un pie), le hace decir al
héroe: “sin duda a la pobre le falta un pie como a mí”; esta visión fallida
recupera una mirada que profundiza las semejanzas. También se hace
referencia a los personajes de Pulgarcito/a (sietemesino), Sancho Panza, los
Siete Enanitos (uno de ellos no hablaba), “El patito feo”, el Pato Donald,
“El flautista de Hamelin” (un niño cojo encuentra la flauta), “Pinocho”,
“Heidi” (su amiga Clara en sillas de rueda), “Miguel el tonto”, “Riquete el
del copete”, “Peter Pan” (siempre niño), etc., y por supuesto los partener,
que siempre tienen una falta. Lo que hace posible la aceptación de un
personaje en el discurso narrativo no son las características del personaje en
forma aislada, sino su inclusión y caracterización en un programa
narrativo, dentro del cual el personaje diferente está habilitado
específicamente por sus funciones (a pesar de su inhabilidad). Modelo éste
opuesto al que se toma en la vida social. Adoptando metafóricamente el
modelo de la narrativa, los grupos e instituciones podrían estructurar sus
programas de funcionamiento y la caracterización de sus integrantes para
que en el entramado de sus funciones el diferente pueda adquirir un rol
digno en el devenir de la tarea. Gran parte de mi obra se ocupa de los
sucesos cotidianos, familiares, repetidos, campo de acciones que se
transparentan, sin conciencia. Tal es la fuerza de la familiaridad (hermana
de lo obvio), que, para el lector común, los discapacitados en los cuentos
infantiles, al ser integrados en un programa narrativo pasan desapercibidos,
se naturalizan al punto de no ser reconocidos como discapacitados. La
lectura de este libro los sitúa en descubierto, los da a ver, y los estudia
como hallazgos ocultos por su visibilidad.

8 — Opto por destacar dos obras tuyas: “El libro de los pies” —
que he leído oportunamente— y la versión para niños de tu cuento “La
almohada de los sueños”.

DC — “El libro de los pies” forma parte de un proyecto extenso, de


hace más de dos décadas. La idea era escribir un ensayo cuya temática
estuviera centrada en una parte del cuerpo, memoriales del cuerpo
fragmentado, como lo llamé en su momento, de tal modo que el cuerpo
humano estuviera presente en el libro de los ojos, de las manos, del
corazón, etc. Reuní y reúno material sobre el cuerpo, dispongo de varios
archivos. Comencé con “El libro de los pies”, estimando que era el más
amable en cuanto a la complejidad, pues se trataba de ahondar en la
filosofía, el esoterismo, la etimología, la publicidad, el erotismo, la
anatomía, los dichos populares, la poesía, la pintura... Con mi primera obra
terminada recorrí editoriales escuchando las múltiples explicaciones de
porqué no se podía publicar: “no entraba en las colecciones tradicionales”,
“era un libro para Europa”, “está fuera de las demandas de los lectores”.
Hasta que enterado de los concursos del Fondo Nacional de las Artes para
libro inédito de ensayo, me presenté y recibí el primer premio. Con el
premio fui a una editorial que no había consultado, Biblos, y me abrieron
las puertas.
“La almohada de los sueños”, versión infantil, en cambio, nace a
partir del interés de una artista plástica e ilustradora que es Claudia
Degliuomini. Ella lee el cuento en su versión original y generosamente me
propone ilustrarlo. Además de haber sido editado por Editorial Pearson, en
Madrid, fue traducido a dos idiomas (inglés y francés). Siendo yo terapeuta
de niños, no había fantaseado con escribir literatura infantil. Te adelanto
que aparecerá otro, esta vez en nuestro país, a través del sello Homo
Sapiens.

9 — En un certamen organizado por la revista “Arché”, que


dirigía el poeta Pablo Montanaro, en 1992 obtuviste el Primer Premio
por tu poema en tres partes titulado “Los artistas velan”. ¿Qué
recordás de la elaboración de ese poema?

DC — No fue de una sola sentada: demandó varias etapas. Si bien


las tres partes están claramente diferenciadas por los epígrafes, la primera
se subdivide en dos: los héroes de la mitología con sus heridas y
debilidades (Vulcano, Edipo, Sigfrido, Sansón, Aquiles) y los artistas con
sus carencias, faltas (Rimbaud, Cervantes, Borges, Beethoven, Toulouse
Lautrec, Vincent Van Gogh, Fijman, Baudelaire, Artaud, Milosz, Gérard de
Nerval).
En la segunda parte están los suicidios. Siempre me había
sorprendido el ciclo de suicidios que encadenaba a Alfonsina Storni con
Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones. Galtier me decía que los zapatos de
Alfonsina se encontraron en el muelle, que no entró caminando al mar; yo
preferí que empujara el mar con sus pechos heridos. Quiroga creo que
apeló a lo que se daba en llamar “suicidio de las sirvientas”, con cianuro,
producto que se compraba en las farmacias para ciertas tareas de limpieza
hogareña. Lugones, en el recreo “El Tropezón” del Tigre, se suicida
llenando un vaso con whisky y veneno para hormigas, atormentado por la
imposibilidad de un joven amor. El suicidio de Hemingway, aficionado a la
caza, me impactó por su violencia.
El premio organizado por la revista “Arché” consistía en la
impresión de un tríptico, cuya tapa ilustraba un collage de Laura
Dubrovsky, titulado “Obra en Construcción”, realizado especialmente. Con
posterioridad, Laura trabajó plásticamente y diseñó la edición de
“Estrellamar”. “Arché” hizo un tiraje considerable, lo que me permitió una
profusa difusión. Uno de los llamados telefónicos más significativos que
recibí fue el de Olga Orozco, quien por un lado me felicitaba y por otro
“me retaba”, diciéndome que uno de los versos de mi poema apelaba a un
hecho que no había ocurrido, que era falso, y que no me dejara guiar por las
historias que inventaban los estudiantes de Letras. En el verso en cuestión
digo refiriéndome a Pizarnik: “apoyando su boca pintada en la de una
muñeca sin sonrisa”. La anécdota que circulaba, y que según Orozco era
un invento de los estudiantes de Letras, era que en la cama donde se la
encontró muerta a Alejandra, había una muñeca degollada y que esa
muñeca tenía la boca reiteradamente pintada con lápiz de labios.
Conocí a Olga a través de Galtier; ella afirmaba que él había sido el
primer poeta con quien se vinculó cuando vino a residir a la Capital
Federal. Años después me llamaría en un momento crucial de mi vida,
cuando acontecía un hecho que parecía confirmar la mala suerte que
rodeaba diferentes actos que se hacían en homenaje a Fijman. Cuando yo
vivía en Sarandí, preparaba todas las noches el bolso que llevaría al día
siguiente para trabajar en mi consultorio en la ciudad de Buenos Aires; en
ese bolso, entre otras cosas, había puesto seis hojas tamaño oficio con los
manuscritos de Jacobo Fijman: poemas creados durante su internación en el
Borda. En la mitad de la noche me había despertado a causa de unos ruidos
y al salir del dormitorio me esperaban dos personas armadas que
desvalijaron la casa; parte de lo robado se lo llevaron en el bolso en
cuestión, en cuyo fondo estaba la carpeta con los originales de Fijman, que
llevaba para hacer unas fotocopias que me había pedido el escritor y editor
Alberto Arias, quien preparaba un libro sobre el poeta. Si bien la
preocupación por lo robado me afectaba, mi mayor desconsuelo fue perder
esos originales (de los que había una copia), sabiendo que los ladrones los
descartarían por no asignarles un valor. En la mañana de ese día recibo otro
llamado telefónico de Olga: me contaba que había puesto en una maceta un
poema de mi autoría —impreso en un cartoncito— que yo le había
mandado. Con cierta inocencia le pregunté si sabía qué me había pasado.
Los poemas de Fijman me los había dado Galtier, supuse que ella debería
saber, compartía con su amigo los misterios del conocimiento, a pesar de
que él ya había muerto. Solo me dijo: “bueno, querido, por algo te estaré
llamando”.
La parte más dolorosa fue la concepción de los versos finales, en los
que menciono a escritores asesinados, incluidos en las listas de
desaparecidos: Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Miguel Ángel Bustos, Paco
Urondo. A Héctor Germán Oesterheld lo sumé a través del “Eternauta”,
sopesando que era representativo; además, la pronunciación de su apellido
podía dificultar la lectura del verso. Es uno de los poemas más largos que
escribí y cuya lectura me sigue emocionando.

10 — Has investigado y producido teóricamente sobre la


caligrafía, y también sobre aquello que denominás “arrebato
controlado”: la firma (en “El cuerpo en la escritura”). ¿Cuál es tu
reconstrucción de la historia de tu letra, y qué has reflexionado sobre
los avatares evolutivos de tu firma?

DC — En “Marea en las manos” trabajo poéticamente mis


dificultades con la lectura y escritura: “Los dictados eran batallas/ con la
cruenta seguridad de haberlas perdido/ antes de pinchar las primeras
letras. / Mis hojas alteradas con tinta roja/ que se adhería a mis palabras/
dejándolas heridas de muerte”. Aunque leer me era más difícil que
escribir, en la escritura mi dificultad mayor estaba en la ortografía (“recto-
camino”). Durante años, ya grande, escribía omitiendo palabras,
reemplazaba las que me traían dificultad, nunca ponía “vuelvo pronto”,
sino “regreso pronto”, con lo cual evitaba la letra V. Esta experiencia me
sirvió para interesarme por el origen de las palabras y construir familias de
palabras, por ejemplo, el uso de la H. Agrupaba por pares opuestos, las H
del frio y del calor. Del frio: heladera, helado, hielo…; del calor: hogar,
hornalla, horno, hoguera… También me defendía argumentando que tanto
Cervantes como Roberto Arlt eran disortográficos. Ponía en mi boca lo
enunciado por Arlt: “yo no escribo ortografía, escribo ideas”.
Guardo los cuadernos de primer grado, con lo cual puedo ser testigo
de mi caligrafía. Pero mi letra siempre estuvo pendiente del instrumento
con el cual escribo. Las biromes que “patinan” sobre el papel distorsionan
mi letra. Las herramientas que frotan y mantienen un roce con el papel me
permiten una letra aceptable.
En cuanto a la firma, de niño me interesaba ver firmar a mi padre, lo
hacía con frecuencia en su oficina: cheques, cartas y, por supuesto, los
boletines. Era una firma de “arrebato controlado”, movimientos rápidos que
dejaban un trazo superpuesto y concentrado. Lo más curioso era que sus
firmas eran idénticas, cosa que no ocurría con mis intentos de firmar.
Al finalizar el secundario tenía una firma más o menos afianzada,
que no difiere tanto de la actual. De grande me pareció que una persona
analfabeta podría firmar, no necesitaba de las letras para lograr una firma,
bastaba un gesto estabilizado que dejara una marca original, una imagen
gráfica que lo representara.

11 — Artículos, ensayos… ¿cómo los encarás?

DC — Mantengo hace años un método de escritura ensayística. En


cuanto ubico una idea alrededor de un texto (que se proyecta como
artículo), y veo que puede desarrollarse, pienso un título provisorio que a
veces viene acompañando la escritura desde los comienzos. Si la temática
me convoca, suelo organizar títulos de capítulos y armo un archivo donde
convergen ordenadamente citas sobre el tema y lo que llamo “escritos de
emergencia”, ideas escritas en papelitos que luego reescribo. Los capítulos
son como cajitas que se acomodan en una caja mayor, el libro.
En el ensayo se pone a trabajar una idea y se adopta una posición
frente a un fenómeno. Ese poner a trabajar una idea es a través de la
escritura, que escapa a la letra del tratado o la monografía. Hay artículos
que tienen una orientación ensayística, en el cual se vislumbra algo
diferente, donde se destaca una escritura que se corre de lo correcto.

12 — ¿Temática y formalmente tu poemario inédito sería un


ejemplo de tu obra poética? ¿O se presenta como algo inusual?

DC — En “Amaramara” conviven poemas diversos, muchos de los


cuales marcan una diferencia con mi producción poética. Hay textos
inspirados en el cine (“Niños de cine”) que siendo inéditos se publicaron en
la antología con selección y ensayo de Héctor Freire, “El cine y la poesía
argentina”, donde también hay poemas tuyos. Otra sección corresponde a
personajes de la ciencia y el arte: Freud, Pessoa, Mary Shelley, etc., y una
sección con poemas de amor que dan título al libro. También una serie de
poemas cortos en los que hablan los niños; en esa sección va, como en
todos mis poemarios, un texto de un libro anterior: “En mi barrio/ Había
una casa abandonada/ Y todos nos ocupábamos de ella”.

13 — En la novela breve “Prisión perpetua” de Ricardo Piglia,


leo: “La literatura es una forma privada de la utopía.” Y cinco párrafos
después: “Escribía muy bien en esa época, dicho sea de paso, mucho
mejor que ahora. Tenía una convicción absoluta y el estilo no es otra
cosa que la convicción absoluta de tener un estilo.” ¿Comentarios?

DC — Si la convicción es estar convencido, no creo que marquen un


estilo, en todo caso lo empobrecen, porque lo que aparece como estilo es
algo que escapa de la voluntad. Si se trata de convencer a partir de la
seducción que ejerce todo rasgo de estilo, es otra cosa. Convicción es un
término derivado de “vencer”, y en ese sentido todo estilo intenta vencer
una dificultad. En “La discapacidad del héroe” dedico un apartado al tema
del estilo, quizás inspirado en mis faltas ortográficas. Comencé escribiendo
evitando palabras, hecho que se convirtió en mi estilo: “El estilo, tanto sea
en el juego o en otros procesos creativos como es el arte, no está dado
tanto por una característica de valor convencional o por alguna condición
excepcional de la persona, sino que está marcado por la dificultad, por los
obstáculos que frecuente e insistentemente dejan su marca”.

14 — Me cuento entre aquellos que no sabían que desde hace


más de dos lustros que dibujás y pintás. Imagino que no has expuesto
tus obras. ¿O lo has hecho en muestras colectivas? ¿Cómo fue el
proceso de ir añadiendo este quehacer a tu vida? ¿Con quienes te
formaste y por dónde rumbean tus búsquedas?

DC — En 1980 me vinculé con diversos artistas plásticos que


ilustraron mis poemas. Ernesto Pesce, Roberto Tessi, Raúl Ponce y Pablo
Solari participaron de una muestra que hicimos con el grupo Quipus.
También, con los dos últimos, participé de concursos obteniendo premios.
Además, era común que te obsequiaran las obras, con lo cual fui armando
una pequeña colección con historia. También mantengo una amistad con
Blas Castagna, quien pintó un “Fijman Niño” dedicado y obsequiado
cuando presenté “El cristo rojo”. Además, prologué un libro de poemas de
Laura Haimovichi, ilustrado por Adolfo Nigro, a quien conocí en las
reuniones previas a la edición.
Te comenté que mi tío era escultor y un amigo de mi padre, pintor,
circunstancias que fueron generando en mí una atracción por las artes
plásticas, aunque durante gran parte de mi vida descarté la idea de poder
dibujar o pintar. Pero un día que no podía escribir ni leer, en una situación
especial, comencé a garabatear sobre un papel. Al poco tiempo estaba en
un curso teórico en el MALBA Museo de Arte Latinoamericano de Buenos
Aires. En uno de esos viajes al curso, en un semáforo, vendían unas
linternas con forma de celular, casi de juguete, y compré una. Ese día el
tema era el surrealismo, y se presentó la técnica del frotagge. Se dictaba en
el cine en el que proyectaban imágenes de las obras. Cuando apagaron las
luces, la linterna se prendió y no sabía cómo apagarla. Llegué a mi casa con
las imágenes frescas de Marx Ernst, busqué rugosidades para frotar y mi
primer ayudante fue la “linterna-celular”, que agotada las pilas iluminó mis
papeles. Luego, advirtiendo las limitaciones del frotagge, me anoté en el
curso de dibujo con modelo vivo que daba Pesce en la “Asociación Amigos
del Museo Nacional de Bellas Artes”. Pesce es un excelente dibujante y
también un buen maestro; tuvo toda la paciencia y no abandonó la
propuesta de dibujar sobre una extensa hoja sobre un caballete, cuando yo
pedía hacerlo en papel carta para que los monstruos que dibujaba
estuvieran más controlados. Al año siguiente tomé clases de pintura con
Eduardo Médici (quien ilustró “Lo que tanto ha muerto sin dolor”), con el
que internalicé las diferencias entre pintar y dibujar. Cuando comencé
dibujaba con el pincel como si fuera un lápiz. Luego trabajé también con
maderas y objetos intentando armar pequeñas esculturas. En una visita a mi
casa, Blas Castagna las vio y elogió, lo cual me hizo bien, porque seguí
incursionando en “presentar” objetos que compro en el Parque Centenario,
que van de una parte de una cerradura a una antigua jabonera, que
intervengo y monto sobre una base.
Nunca expuse, y salvo el entorno íntimo nadie conoce mis
producciones, aunque con Héctor Freire, quien ha tomado clases de
grabado, tenemos planeado en algún momento hacer una muestra.
15 — En “Las poéticas del siglo XX” apunta Raúl Gustavo
Aguirre: “Parece que fue Balzac quien dijo una vez: ‘Si yo llegara algún
día a poder escribir exactamente aquello que quiero escribir, sería sin
duda el más grande escritor de todos los tiempos’”. ¿A quiénes les cabría
la calificación de “más grandes escritores”?

DC — “El más grande” y “de todos los tiempos”, son declaraciones


de amor. Yo lo estoy pensando con un amor más atemperado, fuera de los
cánones de genialidad, perfección o reconocimiento universal; lo pienso
desde mi ligazón afectiva, lo cual hace de un escritor un compañero mayor,
querido, admirado, que se registra cerca de la amistad. Ellos son dos
poetas, Fernando Pessoa y César Vallejo; dos narradores, Julio Cortázar en
sus cuentos y Alejo Carpentier en sus novelas; dos ensayistas, Gastón
Bachelard y Roland Barthes.

16 — Te oí hace poco en una entrevista radial. Anticipabas que


estaba en proceso de escritura un libro que se llamará “Álbum de
palabras”. ¿Cuáles aloja el álbum?...

DC — Es un libro inédito que aún no está cerrado, en el que las


palabras se disponen en un orden alfabético, como un diccionario. La
palabra álbum me sugiere un espacio disponible y vacío, en blanco,
proviene de Albo del cual deriva Alba, “aurora”. También reúne un aspecto
de la niñez, que se remonta a la colección de figuritas, al deseo de pasar del
álbum vacío al completo. Entonces en esa obra confluyen escritos que
escapan de los géneros, reflexiones que surgen a partir de una palabra o
sobre las palabras, dándome un espacio para mi pasión por la etimología.
Por ejemplo, pensar la palabra “catalejos”, descomponerla y encontrar en
ella el término catar, que frecuentemente lo ligamos a una operación
cognitiva a través del gusto, cuando es un término abierto a todos los
sentidos, como le incumbe a “catar con la vista algo que está lejos”. O
pensar la palabra “piropo”, que comienza remitiéndose al fuego (piro),
acaso una mirada ardiente, etc.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Daniel Calmels y Rolando Revagliatti, marzo
2015.
Marcela Armengod nació el 8 de octubre de 1955 en Rosario, ciudad en la
que reside, provincia de Santa Fe, la Argentina. Es Profesora en Castellano,
Literatura y Latín, egresada del Instituto Nacional Superior del Profesorado
de su ciudad, en 1979. Entre otros, obtuvo el Primer Premio de Poesía
“José Cibils”, del que devino la plaqueta “Poemas de Agosto” (Ediciones
Colmegna, 1980). Colaboró con artículos de índole docente o pedagógica y
también literaria, además de críticas bibliográficas, en diversos medios. Sus
poemas han sido difundidos en las revistas “Juglaría”, “Poesía de Rosario”,
“La Guacha”, “Signos”, “Amaru”, “El Centón” de la Argentina, “K’oeyu
Latinoamericano” de Venezuela, “La Urpila” de Uruguay, “Marginalia” de
Ecuador, en los periódicos “Rosario 12”, “La Capital”, “El Litoral”, “La
Tribuna”, “La Opinión” de su provincia, etc. Fue incluida, entre otras
antologías, en “Las 40. Antología de poetas santafesinas 1911-1981”,
compilada por Concepción Bertone (co-edición del Ministerio de
Innovación y Cultura de Santa Fe y la Universidad Nacional del Litoral,
2008). Publicó los poemarios “A la intemperie” (1983),
“Agramaticalmente” (1991), “La ira del colibrí” (2000) y “Encaje”
(2007).

1 — Supe que tu padre (a quien dedicaste tu


“Agramaticalmente”) era médico y tu madre, instrumentadora de
cirugía.

MA — Mi padre era médico, al modo del médico rural de John


Berger, y mi madre, instrumentadora de cirugía. El consultorio de mi padre
estaba en mi casa. Para entrar y salir de mi casa yo tenía que atravesar la
sala de espera. Todos los días saludaba cuando salía y volvía a saludar
cuando entraba. Había pacientes de todo tipo: recién operados que iban a la
curación, otros, en consulta ordinaria, hablando en voz baja o en silencio,
simplemente inmersos en la superficie lisa de la espera.
Con mi hermana solíamos jugar en el sanatorio cuando mi padre
visitaba enfermos, a veces corríamos por los pasillos hasta que alguien nos
hacía callar. En una mirada de barrido recupero las puertas entornadas, la
media luz, el medio tono de las conversaciones.
En casa, durante las comidas se hablaba, principalmente, de “la
salud de los enfermos”. Y más allá de los tecnicismos, el lenguaje médico
está plagado de metáforas. El relato del dolor se hace sobre la precariedad
de la palabra. Yo llego a la literatura por la medicina.
Como contrapunto sonoro, el habla de mis abuelas: mi abuela paterna
le hablaba en catalán a mi padre. Mi abuela materna, Anita Lehman, suiza
alemana, que vivió gran parte de su vida con nosotros, solía cantar en
alemán. Ella y una hermana se casaron con dos hermanos italianos, de
apellido Vaccarezza (familiares del dramaturgo), y otras dos, con dos
hermanos ingleses (de apellido Robins). Mi abuela y mi madre habían
vivido algunos años en Italia, así que hablaban con fluidez el idioma.
Todos y cada uno trazaron sus signos sonoros, la música de la infancia.
Esta pluralidad, sumada a diferencias socio-económicas y culturales, desde
herreros de caballos a capitanes de barco, me emplaza con absoluta
naturalidad en una variedad de registros que siguen enriqueciendo mi vida
de manera orgánica.

2 — Docente en diversas instituciones y con diferentes


responsabilidades desde fines de los ‘70. ¿Qué modificaciones
introducirías en tus materias si pudieras reformular los contenidos y
los objetivos? ¿Cuáles son los aspectos que más te complacen de tu rol
en la enseñanza?

MA — En una entrevista para la revista “La Guacha”, me


preguntaron si en algún momento había sentido una disociación entre el
ejercicio docente y la práctica literaria. Y yo dije que no. Porque cuando
uno es poeta lo es siempre. Y tanto dentro de la realidad áulica como de
mis cargos en áreas de coordinación de literatura y extensión cultural, el eje
es el mismo, necesito instalarme desde mi propia mirada poética. Tuve la
posibilidad de elegir contenidos y textos. Y lo hice, sin olvidar que no se da
clase para el ahora de los chicos sino para el después. Abrir una clase con
la lectura de un poema o escribir una frase en el pizarrón sin marcas de
obligatoriedad: una apuesta a la impregnación azarosa de ese texto, de esa
frase, la posibilidad de escuchar la resonancia en los alumnos. Los poetas
siempre pensamos en términos de condensación.
Lo que nunca pude lograr: la propuesta de que Literatura estuviese
por fuera de la currícula. Entiendo que la obligación obtura el deseo del
texto.

3 — Participaste en dos singulares emprendimientos: en 1992,


¡poemas en sobres de azúcar! Y en 1999 la antología “Retratos
de poetas”: fotos, textos y bibliográficas. ¿Ampliarías…?

MA — La publicación de poemas en sobres de azúcar fue una idea


del poeta Guillermo Ibáñez, quien dirige desde hace muchos años la
Revista Internacional y Ediciones Poesía de Rosario. Se lo propuso a
Domingo Bráttoli y convocó a los poetas amigos. Además de nosotros,
estaban Vicky Lovell, Reynaldo Sietecase, Celia Fontán y Reynaldo Uribe.
Tuvimos que firmar un contrato para renunciar a los derechos de autor. Se
hizo una tirada de 1.000.000 de sobrecitos que circularon por todo el país y
también por limítrofes. Aún hay gente que los conserva o que recuerda
algún poema. La poesía en la calle, anónima en un punto, la belleza de la
gratuidad, de lo imprevisto, un dado azucarado.
Siete años más tarde, Guillermo propone a veintidós poetas participar
de “Retratos de poetas”: un libro con fotos, poemas y una breve
bibliográfica por autor. Como él mismo aclara en el prólogo, la intención
era dejar testimonio fotográfico de autores convocados por una militancia
visible desde una presencia en el mapa cultural y su producción constante.
El volumen, luego, se complementó con la grabación de un CD, “Voces de
Poetas”; los poetas éramos más o menos los mismos y fue el primer
registro sonoro de las voces de poetas locales. Antecedente válido del
“Salón de Lectura”, espacio virtual, que integra un cuerpo mayor, “Sonidos
de Rosario”, precioso y necesario emprendimiento de Diego Colomba y
Adolfo Corts.

4 — Releí “Agramaticalmente”. Contemos que la edición carece


de índice y no carece de su peculiaridad: en algunas páginas van
apareciendo, destacadas con negritas y mayor tamaño de letra, de a
uno, versos que “deberán” ser leídos “de corrido” cuando se concluye
la lectura del volumen: y en efecto, hay allí un poema: “la sirena de un
barco suena / el olmo se agita en la sirena / de ese barco a Río de Janeiro
/ sus pequeñas hojas amorosean el aire / y la sirena del barco rumbo a
Praga / tal vez ese escarabajo / en vilo sobre la rama / sueñe el corazón
de la sirena / de ese barco hacia Estambul / que hincado en el viento /
sonando pasa / la sirena de un barco suena / la sirena de un barco cruza
/ el charco leve del silencio en el jardín”. Me encantó hallar en página
par “la sirena de un barco” y en la siguiente la palabra “cruza”:
“poesía visual” por la que fui sorprendido.

MA — Fue escrito a partir de la obtención de la Beca Nacional de


Creación de Poesía bienio 1988-1989, otorgada por el Fondo Nacional de
las Artes. Había que presentar un proyecto de libro; en un punto esto es un
poco ridículo, al menos en el caso de un poemario. No recuerdo
exactamente mi planteo de libro, pero sí que ponía la exploración del
lenguaje poético en el centro de la escena (supongo que es una
preocupación compartida con la mayoría de los poetas) y fue lo más
honesto que podía esbozar de manera anticipada a una escritura.
El “poema visual” al que hacés referencia es, en verdad, un poema
transversal. Es un poema-barco que atraviesa el libro y se repone la lectura
al final. Algunos poemas con títulos como “Poema rumbo a Praga”,
“Poema a Río de Janeiro”, “Poema hacia Estambul”, funcionan como
señalizadores, marcadores de una carta de navegación. En todo caso, hay
un efecto que tiene que ver con un recorrido y el acento puesto más en el
modo que en el destino, que, de última, es siempre Ítaca. Las otras
implicancias me son completamente ajenas. No así la voluntad de forzar, en
el buen sentido, un marco de representación.
En el siguiente libro, “La ira del colibrí”, y con la misma intención,
escribí un poema en la contratapa. Reconozco una insistencia en cuanto al
acto de rebasar. Rebasar la poética del espacio, el trabajo con el lenguaje
como un caballo desbocado pelado a latigazos. De este libro me interesa
particularmente, y sería la contracara de ese poema-travesía, un poema sin
título que comienza diciendo: “alengua lengua la muerte/ padre mío/
tambor negro/ hilito rojo”. Lo escribí unas horas antes de que muriese mi
padre, quien estaba muy grave. Tiene algo de canto ritual, de conjuro,
como sea, sigue siendo misterioso para mí.

5 — Releí “Encaje”. Y también incita a compartir características


de la edición: sólo textos —no en versos— en páginas pares, y en dos
secciones: la primera, extensa, nombra al poemario, y la segunda, en
dos páginas, se titula “Tabla del orbe”. La ilustración de tapa es una
escultura de Dante Taparelli —fotografiada por Hugo Goñi—: “Sara
Bernhardt”.

MA — Está dedicado a los actores. Cada libro tiene su propio ritmo


respiratorio que imprime una determinada velocidad en la escritura. Fue
escrito en prosa, una forma impuesta por el brío. Es un extenso y único
poema donde la escritura aparece como partitura, pero también como
palabra que derrapa hacia un extravío donde la palabra finalmente se agota.
Pero no solamente se trata de agotar; también hay una suerte de desvarío,
de desorientación, de llevar la palabra hasta el límite de su significación,
interrogarla en su propio arco de articulación sonora.
Cierra el volumen un poema breve, “Tabla del orbe”, que da cuenta
del guión teatral, donde todo comienza, que es preverbal: el acontecimiento
escénico parte del cuerpo de la palabra hablada por el cuerpo del actor. Me
resulta interesante el comentario de la poeta y crítica Ana María Russo
acerca de “Tabla del orbe” como la “aceptación del juego para poetas o
para actores con sus mortales resultados que escapan a toda clasificación
del bien y el mal”.
El rasgo escritural vuelve a aparecer en “Malade” (en francés
significa enfermo), el que se halla en proceso de publicación y saldrá por el
sello Papeles de Boulevard. Está dividido en dos partes: “Malade”, que
tiene una cita propia: “Recostar la escritura como una enfermedad/
Respirar entre sangrías: hacer un humo”, y una segunda parte,
“Taquigráfico”, que se abre con una cita de Siri Husvedt: “las palabras son
fraudes (…) sonidos que reemplazan algo”. “Malade” retoma la
subjetividad del enfermo y la enfrenta al discurso horizontal médico, pero
también es “el enfermo ante la extrañeza, la alteridad de eso que en su
cuerpo pone en vilo su vida (que) lo encierra en su mismidad, ese
desesperado aferrarse al cuerpo ahora alterado”, según registra Henri
Sellie.
Tanto en “Encaje” como en “Malade”, el lenguaje enloquecido y
una mirada que se reconcentra en mundos cerrados.

6 — Una de las personas a las que agradecés (“por creer en mí”)


en “Agramaticalmente”, es el narrador y talentoso humorista gráfico
rosarino Roberto Fontanarrosa (1944-2007).

MA — En ese libro agradezco a Roberto Fontanarrosa y a la


narradora y ensayista Angélica Gorodischer. A los dos, en los mismos
términos. Para postularse a la Beca del Fondo se necesitaba ser presentada
por dos escritores. Yo tenía con cada uno un vínculo diferente. Además de
compartir la circulación en los mismos ámbitos ciudadanos, tenía relación
con Angélica porque era muy amiga de mi madre, quienes formaban parte
de un “famoso” grupo, el de “las brujas”, por lo que con ella era un vínculo
más intermediado. Con “el Negro” Fontanarrosa fue distinto. Además de
cruzarnos en eventos literarios y de vernos en el bar “El Cairo”, éramos
vecinos, mandábamos a nuestros hijos a la misma escuela, en fin, se
amplificaban las posibilidades de contacto e intercambio. No fuimos
amigos más que en la apropiación amistosa que todos los que vivimos en
Rosario y lo cruzábamos con frecuencia, sobre todo la gente de la cultura,
hacíamos de él. Yo tuve más posibilidades de encuentro, eso es todo. Así
que tanto su intervención como la de Angélica corresponden a la más
absoluta generosidad.
7 — Participaste en Encuentros y Coloquios fuera de nuestro
país entre 1995 y 2002.

MA — Me invitaron a algunos y fui a muy pocos por diversas


razones, fundamentalmente por cuestiones económicas. Sabemos que las
invitaciones se cursan por diferentes motivos, en general amistosos, y casi
ninguna implica reconocimiento monetario. Figuran en mi curriculum por
cuestiones marketineras relacionadas con mi trabajo y porque también
representan un motivo de orgullo personal cercano a la vanidad.
De esas invitaciones recuerdo particularmente dos: una a Hungría —
íbamos a viajar con Vicky Lovell— y sobrevino el corralito económico; es
redundante decir que nunca llegamos. Y la otra, a un Congreso en
Venezuela, organizado por la Universidad del Zulia, en Maracaibo. Llegué
en el contexto de la reelección de Hugo Chávez —un hito—, había
intelectuales muy importantes, como el —en ese momento— Presidente de
Casa de las Américas, Luis Suardíaz, y otros, como Carlos Montemayor o
Francois Delpratt, y la entrañable figura de Salvador Garmendia. Era la
única invitada de Argentina y posiblemente la única sorprendida de estar
allí. Todos los escritores sabemos cómo es la circulación en los congresos,
los festivales. Yo no conocía a nadie y no tenía la más remota idea de cuál
podía ser la conexión. Fue la primera pregunta que formulé al llegar y
Javier Meneses, quien me recibió tan amablemente, me dijo que iba a
averiguar. Y vuelve con la noticia de un poema, ilustrado con un dibujo de
Ricardo Carpani, que me habían publicado en la contratapa de la revista
“K’oeyu”, dirigida por Joel Cazal, a quien nunca había visto. A veces, las
cosas son como deberían ser.

8 — En la novela “El vuelo de la reina” de Tomás Eloy Martínez,


esta frase: “Sabe narrar con la destreza de Victoria Ocampo y es tan
insidiosa como Patricia Highsmith.” ¿A qué otras narradoras diestras
y/o insidiosas nos recomendarías?

MA — No son parámetros a tener en cuenta a la hora de recomendar.

9 — ¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones?


MA — Uno es su pasión y la pasión es un animal ciego y
redundante.

10 — Es de la Introducción de Sigmund Freud al libro “El


presidente Thomas Woodrow Wilson – Un estudio psicológico”, cuyos
autores son Freud y el novelista norteamericano William C. Bullitt
(Ediciones Letra Viva, Buenos Aires, 1973), que transcribo: “Tan
frecuentemente está la gran realización en compañía de la anormalidad
psíquica que uno siente la tentación de creer que son inseparables. Sin
embargo, contradice esta suposición el hecho de que en todos los campos
de la actividad humana se pueden encontrar grandes hombres que
cumplen los requisitos de la normalidad.” ¿Querrías “urdir” alguna
reflexión para nosotros?

MA — Estoy de acuerdo con la interdicción. A veces el traje de la


locura pareciera que sienta bien, sobre todo en el campo artístico. Hay que
tener cuidado. La locura sólo produce locura.

11 — ¿Podrías destacar algunos autores con los que tu poesía se


hallase más intensamente relacionada?

MA — Es una pregunta para un crítico y como dice Cortázar: “Yo no


he nacido para lo teórico”. Sí podría acercarte en todo caso la idea de que
mi poesía dialoga más con los narradores que con los poetas.

12 — ¿Te interesan las biografías o autobiografías o memorias,


digamos, como género literario?

MA — En general no, y de ninguna manera por desestimación del


género.

13 — ¿Hay algún escritor que admires al que evitarías conocer?


MA — Es una pregunta que arrastra un desgaste a priori porque la
admiración empuja, al menos, a la curiosidad. Pero puedo mencionar el
caso del enorme y temerario poeta Mario Trejo a quien conocí y traté.

14 — En una respuesta a un reportaje mencionaste que habías


estado en París (“la exaltación de las consignas del Mayo Francés”) en
1968.

MA — Fue un viaje de familia. Viajamos tres meses a Europa.


Recorrimos mucho. Yo tenía doce años, edad de umbral, en todos los
sentidos, sostengo que es la edad de Alicia en el País de las Maravillas.
Llegados a París, estalla la huelga general. Sabíamos que era un
enfrentamiento al poder de turno fogoneado por obreros y estudiantes, pero
lejos estábamos de intuir su proyección ni su dimensión histórica. También
estaba la barrera del idioma; mi padre manejaba un olvidado francés
aprendido en la escuela secundaria. Parábamos en un hotel en el Boulevard
Saint Michel, a dos cuadras de la Sorbona. Imaginate. Estuvimos una
semana en medio de marchas, barricadas y gases lacrimógenos. Antes de
salir a la mañana, mi padre nos daba coñac en el desayuno para que no
sintiésemos tanto frío. Recorríamos París a pie hasta las cinco de la tarde,
en que todo cerraba. Al irme tiré un par de zapatos azules que se gastaron
en cientos de cuadras. Tampoco podíamos irnos: las fronteras, el
aeropuerto, estaban cerrados, no había ningún tipo de transporte. Salimos
de París en una ambulancia que nos facilitó la Cruz Roja —mis padres
acudieron allí, los dos eran docentes de la filial Rosario—, y nos llevó hasta
Lille, donde nos subimos a un bus clandestino lleno de japoneses rumbo a
Bélgica (destino que no estaba previsto). En París dejé más que un par de
zapatos. Allí me ocurrió algo que yo misma no sé, aún hoy, de qué se trata.
Como una sensación de frontera, física y emocional. Algo que todavía no
puedo traducir.

15 — ¿Hay escritores que han sido alabados desmesuradamente?

MA — El problema de la desmesura no es en sí mismo importante,


sólo en la medida que produce una obliteración para con otros autores. Un
caso ejemplar es Pablo Neruda, poeta faro de su generación. Una omisión
ejemplar es el caso de mujeres narradoras en el boom, y, de hecho, del
mismísimo género poético como lenguaje fenomenal.

16 — ¿Una obra pertenece enteramente a su autor?

MA — Sí y no. No y sí.

17 — ¿De qué atributo —que tengas o hubieras podido tener—


jamás te jactarías?

MA — Soy abismalmente intuitiva. En este grado ya no sé si es un


valor o un disvalor. La percepción es una intuición más refinada, una
categoría del saber que me resulta constitutiva. Consolida una fuerza que te
empuja hacia adelante, una “inteligencia salvaje”, como diría Katherine
Mansfield. Tiene la virtud de la velocidad y de la profundidad que permite
esa velocidad. En la escritura, se juega en la tensión entre el vacío y cierta
idea de completud. Así también es una dificultad al momento de detenerse
en un campo teórico.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de
Rosario y Buenos Aires, distantes entre sí unos 300 kilómetros, Marcela
Armengod y Rolando Revagliatti, abril 2015.
Marion Berguenfeld nació el 3 de enero de 1962 en Buenos Aires, ciudad
en la que reside, la Argentina. Es Licenciada en Letras por la Universidad
de Buenos Aires, especializada en Literatura Latinoamericana. Es docente,
periodista y editora. Ha publicado los poemarios “Las lobas” (Primer
Premio de Poesía “Leonor de Córdoba”, en la colección “Daniel Levi” de
Ediciones Asociación Cultural Andrómina, España, 2002), “Bruta piedad”
(2004), “Forense. Estación fantasma” (2007) y “Estrip” (Primer Premio
VI Concurso Nacional “Macedonio Fernández” de Poesía, Ediciones
Codic, Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires, 2009). Obtuvo,
además, entre otros, el Primer Premio “Cuentolopos” 2000 de Literatura
Infantil y el Primer Premio “aBrace” de Cuento Breve Latinoamericano
2001, en Uruguay. Ejerce la crítica literaria y fue co-conductora del
programa radial “Tierra de Poesía”. Integra el Grupo Travesías Poéticas y
es co-fundadora de www.ibuk.com.ar. Obras de teatro para niños, cuentos y
poemas de su autoría fueron incluidos en antologías: por ejemplo, en
“Traversées Poétiques. Poètes argentins d’aujourd’hui”, Editorial
L’Harmattan, París, Francia, 2011.

1 — En “Estrip” asentás el nombre de tu padre, Enrique


Berguenfeld, quien además de haber sido poeta fue músico y promotor
cultural. Vayamos hacia él, a tu infancia, a tu juventud.

MB — ¿Mi infancia y mi juventud? ¡Fueron caóticas, extrañas!


Vengo de una familia de empresarios y comerciantes. A papá le gustaba
escribir, pero estudió Ciencias Económicas —un par de años— y terminó
haciendo bastante dinero en los ‘60. Como su pasión era la música y la vida
doméstica lo aburría mucho, el mismo día que yo nací abrió un bar que se
llamaba “Reno” en Corrientes y Gurruchaga, donde se realizaban
encuentros musicales de jazz, tango, blues… En los ‘70 se enamoró, se fue
a vivir a Brasil con una secretaria adolescente y fundó dos fábricas. Mejor
dicho, las fundió, porque no supo sostener la riqueza. Corrían los ‘80
cuando creó un grupo mítico, Raíces de América, que apadrinó Mercedes
Sosa. Todavía existe y mantiene seguidores en todo Brasil. El propósito era
que los brasileños conociesen la música del resto de América. Después
trabajó en un mega Centro Cultural, El Memorial de América Latina. Él era
director del área musical o algo así y durante décadas llevó al Memorial a
los más grandes artistas: Pablo Milanés, Rubén Rada, Peteco Carabajal,
León Gieco, Los Olimareños, Silvio Rodríguez, Hugo Fattoruso, Anacrusa,
Susana Rinaldi… ¡a los mejores de la época! Su casa era conocida como
“lo de Enrique Bergen, el de San Pablo”. Allí, en ocasiones, se alojaron
los Quilapayún, Fágner, los Parra, en su cocina comió empanadas e
improvisó Chico Buarque. Cuando yo iba a Brasil estaba en ese ambiente,
entre músicos, ensayos y giras. A veces, llevada desde acá en el micro que
trasladaba a toda una orquesta. Pero la poesía había aparecido en mí mucho
antes, cuando todavía no sabía escribir. Siempre tenía canciones en la
cabeza. Era una lectora voraz y desordenada. Una nena solitaria, tímida,
dolorosamente sensible. Carne de poeta, supongo.
2 — En 2008 y en 2010, firmando, al menos en las tapas, con el
nombre “Kirón”, Editorial Emecé-Planeta te publicó los volúmenes
“Astroguía del sexo y del amor” y “Almas gemelas”. Hablemos de la
astrología y de lo que te ha deparado.

MB — La astrología me llegó vía el periodismo. Yo me fui de mi


casa muy chica, a los diecisiete, tenía que trabajar y lo único que me
gustaba era escribir. Así que respondía a toda oferta de trabajo que
incluyese redactar algo. Redacté cursos de autoayuda por correo, posters,
tarjetas postales, notas, publicidades, folletos, guías y una vez, un curso de
astrología para cargar en computadora porque no existía nada de eso en
castellano. Me contrató un ingeniero que era astrólogo (creo que vivía en
un barco la mayor parte del año). Me daba libros con información
astrológica seria y soporífera. Yo tenía que resumirlo y convertirlo en un
texto entretenido. Eso fue a mediados de los ‘80. En los ‘90 me tomaron en
una editorial de publicaciones femeninas. Era para escribir en “Emanuelle”,
una revista que había sido bastante revolucionaria en lo suyo. Pero a la
semana exacta me pusieron a dirigir una revista nueva que se llamaba
“Agenda Astrológica”. Yo no sabía nada de astrología, estudiaba Letras,
escribía poesía, había terminado periodismo…, no me lo tomé muy en
serio. Pero contrataron a una astróloga española que era lingüista y a un
astrólogo brasileño que era médico y sabían un montón. Se pusieron a
explicarme. Me apasioné. La astrología me alucinó. Después estudié
formalmente, pero ese primer contacto fue toda una revelación. Y empecé
de casualidad a trabajar en “La Nación” como astróloga, y un día una
editora de Emecé, Mercedes Güiraldes, me llamó y así nacieron mis libros,
los que me llevaron a la radio y a la tele. Digamos que pude saborear el
gustito de la popularidad, o al menos de la masividad. Algo que los poetas
anhelamos, pero nunca tendremos. La poesía no es de consumo masivo
como la astrología. Nadie te paga por eso. Y en eso reside tal vez su
pureza, su encanto.

3 — ¿Folletines en el siglo XXI?: sí, sos la autora de dos,


“Hermanos de sangre” y “Pasión gitana”, ambos traducidos al
portugués.

MB — Fueron libros por encargo. Tal vez el mejor trabajo que tuve:
escribir novelas de amor y que me paguen. Fue una iniciativa que duró muy
poquito en la Editorial Perfil, se llamaba Colección Primavera. Una amiga
y colega, Gabi Ramos, me convocó junto con otras dos o tres periodistas
que podían con el desafío. Novelitas entre románticas y eróticas, estilo las
“Cincuenta sombras de Grey”. Fue bueno mientras duró.

4 — ¿Se representó, fue editada “El plato de morcillas”, tu obra


de teatro para niños? ¿Has escrito otras, para niños o adultos?

MB — Ese proyecto también vino de la mano del periodismo y de


otra colega y amiga, Claudia Wright. Dirigía un manual escolar de quinto
grado y no tenía obra de teatro para incluir en el capítulo de género
dramático. Me llamó y me dijo “es para vos”. Lo hice, la publicaron y ya
no recuerdo cómo llego a Uruguay. La representaron tres veces, creo, un
elenco de chicos. Siempre me atrajo lo infantil. Publiqué cuentos, poesía,
canciones, cosas sueltas. Eso sí, estudié mucho sobre literatura de chicos
porque me interesa jugar con el discurso. Y si bien me fascina el lenguaje
teatral… no es lo mío. Me pasa como con la prosa. Inicié varios proyectos
de novela que nunca superaron el segundo capítulo. Y algunos cuentos que
“no dan” para libro. Podría escribir guiones de cine, teatro o tele en equipo,
en eso sería eficiente, estoy segura. Pero la poesía es mi lenguaje madre.

5 — ¿Qué otras revistas dirigiste? En la actualidad, ¿en qué


medios te desempeñás?

MB — Estuve básicamente en revistas de autoayuda y de salud. Las


tres en las que trabajé más tiempo como directora fueron “Predicciones”,
“Sano y Natural” y “Agenda Astrológica”. Dirigí, de chica, la parte
periodística de una agenda educativa y una revista de coleccionismo que se
llamaba “Coleccionista”. Escribir, escribí en muchas. Trabajé en “Clarín”,
en una sección que se llamaba Arte y Antigüedades, en la revista de dicho
diario, en “Lea, revista de libros y cultura”... Pero hace unos años dejé de
gitanear, estoy como hace veinte en la revista de “La Nación”, a veces en
“Cosmopolitan” y escribo libros.

6 — Otra de tus aristas es la de docente de Castellano y


Literatura en Bachilleratos Populares.
MB — Yo empecé a militar en el Colegio Nacional de Buenos Aires.
Ingresé con doce años recién cumplidos porque empecé la primaria a los
cinco —me falsificaron el documento para hacerme entrar antes—. Me
deslumbró ese clima de Universidad. Yo venía de un colegio privado inglés
que detestaba. En primer año fui una estudiante modelo, pero en segundo, a
los trece, cambié. Empecé a leer a Marx y a Freud al mismo tiempo, estaba
en todas las protestas, llegaba tarde a casa, me rateaba. El golpe militar me
mató la adolescencia. Desaparecieron amigos. Entre ellos Malena Gallardo,
la más joven del Colegio. Tenía quince años. Milité durante todo el
Proceso. Pero cuando asumió Raúl Ricardo Alfonsín como presidente de la
república, dejé eso atrás. Estuve con una especie de largo estrés
postraumático. Cuando conocí a Ramón, mi marido, que es delegado y un
luchador de alma, empecé despacito a salir del letargo. Claro que no tengo
la fuerza de entonces. Pero en el Bachillerato estoy con compañeros y
compañeras más jóvenes que sí tienen toda esa frescura, esa determinación.
Lo mismo que mi hija Lena, que tiene dieciséis, y va a las marchas, está en
las tomas, se apasiona… Como la literatura es lo mío, trato de militar desde
ahí. Desde la educación. Popular porque enseñamos a trabajadores. Gente
que está desprotegida frente a un sistema social que los excluye. Es como
la película “Matrix”. Primero tenés que despertarte y descubrir que te
vendieron una ilusión. Recién después, cuando entiendas que el sistema te
narcotiza para chuparte la sangre, tal vez puedas liberarte… un poquito. Me
encanta enseñar literatura, pero no como algo vacío sino como herramienta
de liberación. Porque eso es el arte, una ventana, una puerta, un caballo que
te lleva lejos.

7 — Asentamos ya el enlace que conduce a la biblioteca de poesía


virtual, pública y gratuita que fundaste con el poeta Ramón Fanelli.

MB — Esa es tal vez otra apuesta ideológica fuerte. Descubrimos


que en Argentina no existe ninguna biblioteca de poesía. Yo hice un curso
de bibliotecas comunitarias y cuando íbamos con el grupo de visita a la
Biblioteca Nacional, a la del Maestro, a la del Congreso…, siempre
buscaba al menos un sector enteramente dedicado a la poesía, pero… nada.
No había ¿Qué va a ser de nuestra generación de poetas si no se conserva
su obra?, nos preguntábamos. Libros sublimes con tiradas mínimas que
nadie podía ya encontrar. Pensamos en armar una biblioteca en casa, pero
no teníamos espacio. Entonces empezó a crecer la idea de un espacio
virtual. Ramón entiende muchísimo de tecnología, de lenguaje digital, tiene
su Sitio de poesía con miles de contactos. Eso facilitó el camino.
Diseñamos el proyecto entre los dos. Fuimos pidiendo los libros, la
autorización de los autores o de sus herederos. Hicimos como cincuenta
libros igualitos a los de papel y lo lanzamos al ciberespacio. Esos libros
están vivos. En un año lo visitaron seis mil personas. Es como militar de
poeta. Llevar al mundo lo mejor de un lenguaje que es revolucionario de
por sí. Por ahora nuestro plan es seguir incorporando títulos. Los que ya
están son todos maravillosos, especiales. Difundir la obra de otros me
resulta tan importante como escribir lo mío. Porque fijate qué perverso es el
Sistema: tira a la basura a nuestros mejores artistas, los silencia, los ignora,
a la vez que produce toneladas y toneladas de discurso basura. Hay que dar
vuelta la ecuación, difundir lo mejor de la producción humana, hacer de la
poesía un antídoto, de eso se trata.

8 — ¿Tenés por allí un libro que estás preparando, al que


calificaste el año pasado como “raro” y que se titularía “Umbra”?

MB — Raro en mi producción. De algún modo cuenta una historia.


Y tiene un aire de película de misterio. Pero no puedo decir mucho más
porque me falta distancia con mi propia producción, es demasiado
reciente...

9 — “Las lobas” apareció firmado por Karina Marión


Berguenfeld. Pero ya en “Bruta piedad” no sólo desapareció tu primer
nombre, sino que con él se fue la tilde de Marión. ¿Qué te fue pasando
con tus nombres, Marion sin tilde?

MB — En eso mi historia es bastante inusual. Como periodista, a


veces, debí usar seudónimos y siempre jugué con mis verdaderos nombres.
Por ejemplo, en “Clarín” redacté notas durante varios años en la sección
Arte y Antigüedades y como no estaba “en blanco” me intimaron a usar un
seudónimo, y elegí Karina Kurz, porque Kurz es el apellido de mamá.
Cuando empecé a publicar horóscopos en “La Nación”, tenía un contrato
de exclusividad con otra editorial, así que elegí Kirón, por Karina Marión,
y además porque es un nombre de mucho peso en astrología. En otra
ocasión me encargaron las novelitas de amor que firmé como Marion
McKena. En cuanto a dejar de ser Karina y pasar a ser Marion... Karina es
el nombre que me eligió mamá y Marion, mi segundo nombre, lo eligió
papá. Como el poeta era él... Y además Karina Marion es muy largo. El
acento no sé bien cuándo ni por qué se perdió.

10 — Comparto con vos y nuestros lectores unas líneas de un


mismo párrafo de la novela “El corazón de las tinieblas” del ucraniano
Joseph Conrad: “Hay un toque de muerte, un sabor de mortalidad en las
mentiras, que es exactamente lo que más odio y detesto en el mundo. Me
hace sentirme desdichado y enfermo, como si hubiera tragado algo
podrido.” Y luego: “Tengo la sensación del sueño, esa mezcla de
absurdo, sorpresa y aturdimiento en un temblor de rebelión agónica, esa
sensación de ser capturado por lo increíble, que constituye la esencia de
los sueños…” Las mentiras y los sueños. ¿Qué te pasa a vos con ellos,
qué te ha ido pasando con ellos —autora del poema “Sueños de
loba”— desde aquella etapa de dos países, dos músicas, dos lenguas?

MB — Yo vivo como dormida, volada, en un cierto estado de


irrealidad que me suele angustiar. La vida diurna me resulta espesa, como
una telaraña muy pesada que me rodea, haga lo que haga. Por eso me gusta
nadar y dormir, me siento más liviana. La mentira es algo que me asusta.
Suelo ser bastante brutal con eso de la franqueza, aunque a esta altura de mi
vida aprendí a callarme, a no decir, a omitir más que mentir. Pero la
mentira ajena me aterra porque no siempre la reconozco y sufrí
enormemente pequeños y grandes engaños. La mentira me ha herido de
muerte, llevo sus cicatrices.

11 — Sigamos con novelistas: ¿Las poéticas de qué narradores


preferís?

MB — Las del boom latinoamericano, el realismo mágico de Gabriel


García Márquez, de Alejo Carpentier, de Miguel Ángel Asturias, de Juan
Rulfo, de Julio Cortázar, de Jorge Amado. Ellos me hablan en mi idioma.

12 — ¿Qué importancia le atribuís a los premios literarios en


tu… carrera?
MB — Me dieron ánimo para leer en público, algo a lo que le tenía
terror; y a seguir escribiendo.

13 — Como dijo William James, el hermano del gran Henri


James: “Un gran número de personas piensan que están pensando,
cuando no hacen más que reordenar sus prejuicios.” ¿Compartirías con
nosotros alguna sentencia o algo así, que te parezca fenomenal por lo
contundente?

MB — No se me ocurre ninguna ahora mismo, pero esa cita de


James me parece buenísima: pensar es romper con las ideas preconcebidas,
con modos de vida pret a porter.

14 — ¿Cuál sería tu “mayor secreto mejor guardado”?...

MB — No tengo ninguno, pero podría compartir una idea: no existe


el control, no controlamos nada, hay que dejarse ir...

15 — ¿Solés estar en desacuerdo con vos misma?

MB — Soy muy contra. Me encanta tratar de mirar las dos caras de


la moneda al mismo tiempo.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Marion Berguenfeld y Rolando Revagliatti,
mayo 2015.
Irma Verolín nació el 8 de diciembre de 1953 en Buenos Aires, ciudad en
la que reside, la Argentina. Entre otros, obtuvo el Primer Premio Municipal
“Eduardo Mallea” (por su novela inédita “La mujer invisible”), el Primer
Premio Internacional “Horacio Silvestre Quiroga”, el Primer Premio
Internacional de Puerto Rico Fundación Luis Palés Matos. Es autora de
ensayos literarios y de artículos concernientes a su condición de Maestra de
Magnified Healing y de Reiki. Ha publicado los libros de cuentos “Hay
una nena que gira” (Premio Fondo Nacional de las Artes 1987), “La
escalera en el patio gris” (Primer Premio de Encuentro de Escritores
Patagónicos), “Una luz que encandila” (Premio Ciudad de El Colorado,
provincia de Formosa, 2010) y “Una foto de Einstein tocando el violín”
(Primer Premio IX Concurso Nacional “Macedonio Fernández”); las
novelas “El puño del tiempo” (Premio Emecé 1993-1994) y “El camino de
los viajeros” (Primer Premio Internacional de Novela Mercosur, Ediciones
UNL, 2012); el poemario “De madrugada” (Ediciones del Dock, Buenos
Aires, 2014). Es también autora de literatura infanto-juvenil: “La gata
sobre el teclado”, “La lluvia sobre el mundo”, “La fantástica familia
Fursatti”, “El misterio del loro”, “El ferretero del tornillo perdido”, etc.
Por su libro “Los días” (inédito en proceso de edición) obtuvo el Primer
Premio de Poesía de la Fundación Victoria Ocampo “Horacio Armani”
2014). Su quehacer ha sido incluido en antologías nacionales (citamos “Mi
madre sobre todo”, compilada por Marta Ortiz y Gloria Lenardón, 2010) y
extranjeras. Administra http://www.suryalotoreiki.blogspot.com/ y
http://espiraldesaraswati.blogspot.com/

1 — ¿Marcamos un perfil?

IV — Con respecto a mi vida yo diría que está caracterizada por


cambios abruptos. Y en esos cambios están los viajes, los traslados. Apenas
nazco mi padre me lleva a Rosario donde reside la familia paterna con la
excusa de bautizarme. A partir de entonces volveré muchas veces a
Rosario. Cuando se produce la epidemia de poliomielitis mi madre me deja
con mi abuela y ahí aprendo a caminar. Luego mi padre, que era militar, es
castigado por Perón. Cosa curiosa, mi padre no era para nada antiperonista,
ni siquiera quería ser militar, pero siguió el mandato de mi abuelo y creo
que eso lo mató a los 38 años, el sometimiento. Él decía que un militar no
tenía que estar al servicio de la política y los políticos, se declaraba en
contra de los golpes de estado; lo que ocurrió durante el peronismo fue que
se opuso a que los soldados cantaran la marcha peronista en vez del himno
nacional. El castigo terminó siendo lo mejor que le sucedió, porque en su
exilio interno en Tartagal, provincia de Salta, trabajó con los indios
chiriguanos y allí logró aplicar su sentido del servicio. Mi padre no tenía
una visión muy vanguardista de la política, simplemente pertenecía a la
vieja escuela sanmartiniana, privilegiaba la decencia, y veía que los
oficiales hacían negociados, que vivían por encima de su sueldo y eso no lo
podía admitir. De entre los chicos, éramos los más sencillamente vestidos.
Tampoco él provenía de una familia patricia; pudo estudiar en el Colegio
Militar porque fue becado, mi abuelo no podía costear todos los gastos. Era
ridículo que pensara que los militares no hicieran golpes de estado porque
en realidad siempre estuvieron al servicio de la clase dominante. Eso mi
padre no lo veía, pero sí la corrupción, por lo que decidió irse del ejército.
Y se compró una camioneta para traer mercadería desde la provincia de
Mendoza. Pero se enfermó y murió. Recuerdo que nos llevaba a mi
hermano menor y a mí a las villas a jugar con los chicos los domingos, creo
que esto le quedó de su trabajo con los indios. Algo había en él porque
quería que tuviéramos una conciencia distinta a la del medio que nos
rodeaba. Se opuso a que asistiéramos a una escuela religiosa, no era
creyente, así que mi hermano y yo fuimos a la escuela pública. Siendo muy
niña estuve en Tartagal con los indios. Lo sé porque hay fotos. Mi padre no
tenía conciencia política pero sí sensibilidad social, no podía durar en el
ejército y, de haber vivido, hubiera formado parte del grupo opositor al
llamado Proceso de Reorganización Nacional. Murió cuando yo tenía ocho
años, en 1962. Tres años antes había muerto mi madre. Me crié con tres
hermanos más, dos de ellos adolescentes, hijos del primer matrimonio de
mi madre viuda. Cuando mi madre enferma de cáncer, nos reparten a todos
los hermanos. Yo voy con mis abuelos paternos y con mi tío, hermano de
mi padre, entonces soltero, que luego fue actor [Leopoldo Verona, 1931-
2014], un actor conocido del elenco estable del Teatro Municipal General
San Martín, y que durante el Proceso fue secretario en la Asociación
Argentina de Actores, estuvo en la lista negra, sufrió persecuciones, militó
de joven en el partido comunista y después adhirió a la propuesta de Raúl
Alfonsín. Allí con mis abuelos empiezo el preescolar y vivo de espaldas a
lo que sucede. Cuando vuelvo a la casa, mi madre ya no está, mis hermanos
mayores tampoco. Se recompone la familia con mi padre, mi hermanito
menor, y vienen mis abuelos y mi tío a vivir en la casa. No vuelvo a tener
verdadero contacto con mis hermanos mayores hasta pasados mis veinte
años. Nos habían informado que estaban muertos. A escondidas vi a mi
hermana a los trece años. Y a los quince. Lo que marcó un hecho
importante es el contacto con mi tío actor, quien se pone de novio con la
actriz Dora Prince [1930-2015] y ellos me llevan al teatro, son amigos de
María Elena Walsh, la tana Rinaldi, Alfredo Alcón, y entonces en ese
barrio, que no era un barrio elegante sino un barrio de tango, yo descubro la
literatura, pero a través de sus voces. Vienen a ensayar algunos actores que
luego conformarían el grupo Stivel, entre ellos recuerdo a Alicia
Berdaxagar con el negro Carlos Carela. Un mundo se abre para mí, mi tía
me pide que le tome la letra que está estudiando para una obra que va a
estrenar. Así, sin querer, comienzo a leer a los ocho años a Ibsen, Chejov,
García Lorca. Vivo en un barrio modesto con sentido de pertenencia, con
vecinos que son como parientes, pero viajo al centro de la mano de mis tíos
al teatro San Martín, al Cervantes, a los más importantes teatros donde
ellos trabajaban.
Lo otro que marca mi vida es salir del colegio de monjas donde hice
el secundario por iniciativa de mi abuela para ir a Filosofía y Letras a
principios de los setenta, ese viaje como en la película argentina “Mirta, de
Liniers a Estambul” [dirigida por Jorge Coscia y Guillermo Saura], en el
colectivo 109. Transité los setenta a pleno, política y culturalmente.
Después, ya sabemos. Vivo sola y ya me perfilo como una mujer sola, pero
a los 29 años conozco en Jujuy, durante unas vacaciones, a un “médico de
frontera” que vive en la provincia de Misiones, en el límite con el Brasil y
me voy con él. Ése ha sido para mí el gran viaje. Escribí después en los
noventa la novela “El camino de los viajeros”, que relata una parte de esa
experiencia y que me hizo ganar quince mil dólares con un premio que me
ayudó a mudarme de casa. Ahí me conecto con los indios guaraníes. No me
voy a olvidar nunca lo que sentí la primera vez que fuimos desde el
pueblito perdido en el que vivíamos a la aldea guaraní (un proyecto
subvencionado por los alemanes). Oscar, mi pareja, se convirtió en el
médico que debió aprender a hacer medicina alopática escuchando su
tradición en sanación. Podía prescribir un antibiótico según el caso, pero
respetaba su práctica de medicina ancestral. Ahora debo decir que en
secreto le daba las pastillas anticonceptivas a la esposa del Paí. Participé a
la mañana y al atardecer en el saludo al sol. Pocas veces la energía fue tan
intensa en su manera de transmutarse. Bueno, lo fue con Sai Baba y en
ciertas ceremonias en las que participé. Pero aquí se le sumaba la energía
medioambiental de la naturaleza en aquel espacio no contaminado por la
civilización. Como se dieron cuenta de que yo los quería mucho me
bautizaron con un nombre en su lengua: Pará Reté Mirí. Oscar obtiene una
beca para estudiar sanitarismo y viajamos a la ciudad de Córdoba. Allí
residimos un año. Ese año fue decisivo, dejé la poesía y me convertí en
narradora, participé en el Grupo Homero Manzi, que intentaba entroncar la
llamada alta cultura con la cultura popular. Hice un taller de narrativa todo
el año en la Sociedad Argentina de Escritores. Me separo de Oscar y
vuelvo a Buenos Aires. Mi contacto con Misiones continúa. Viajo también
a Corrientes y a Santa Fe, provincias que me mantuvieron ligada con el
litoral. Cuando publico mi primer libro viajo a presentarlo a Santa Fe.
Como en Buenos Aires, es Libertad Demitrópulos la que se ocupa de eso,
así que viajamos ella, Joaquín Giannuzzi y yo. Atesoro ese recuerdo.
Después viene mi quiebre a los treinta y cinco años, debo recuperarme y así
llega casi milagrosamente el viaje a la India. Me hice vegetariana primero y
fue tan natural, desde chica había rechazado comer carne. Desde 1990 que
no como carne y eso ayuda mucho en la meditación. Todo es antes y
después de ese viaje a la India.

2 — Otro mundo.

IV — Y sí, yo tengo otro mundo que he ido enlazando con lo


literario hasta cierto punto, pero que de algún modo siguió un camino
paralelo sin ensartarse completamente. Debido a que desarrollo una
práctica privada, personal, fuera de mis artículos sobre calidad de vida, no
hay material visible. Justamente hace un momento, hablando con el poeta
Luis Bacigalupo, decíamos de lo intransferible de estas experiencias
interiores. Qué otra cosa más que fotos, mis diplomas de maestra en Reiki o
Magnified Healing o de todos los otros cursos que hice puedo dar como
testimonio palpable. Trasmitirlo, ahora, me sirve como espejo a mí, escribir
siempre crea espejos que nos resultan útiles.
Me acuerdo que en un reportaje que me hizo la poeta Susana Villalba
para el diario “La Prensa”, yo le hablé de esta búsqueda y ella me dijo: “En
tu literatura no se ve lo espiritual.” Y es cierto, en la narrativa yo no lo
expreso ni siquiera como un ángulo de mirada. Sospecho que debe estar
subyacente. En los años que escribí para chicos y publiqué bastante y en
editoriales importantes e incluso gané dinero, pensé que la literatura infantil
me iba a permitir transmitir el sistema de valores humanos del hinduismo.
Algo hice, en la actualidad publico poco y nada para chicos. Obtuve una
primera mención en un concurso de ensayo en ALIJA (Asociación de
Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina) sobre literatura infantil,
basado en este esquema. No sé si con la poesía lograré que estos mundos se
enlacen más. En realidad, estos dos mundos son por un lado la literatura, la
palabra escrita en sus distintas variantes, por supuesto, y por otro la
búsqueda de comprensión sobre la vida que se podría llamar “espiritual”,
pero ese es ya un término antiguo, mejor es llamarlo “autoconocimiento”,
incluye los últimos hallazgos científicos, roza la filosofía, pero abarca otras
zonas, como las de la autosanación. Situarlo en la frontera de lo espiritual,
o sea arrinconarlo fuera del espacio del mundo, es también una antigüedad,
porque los avances en física nos demuestran que aquello que las religiones
tradicionales codificaron con el objeto de darle elementos a la gente para
vivir más allá de lo rudimentario, tiene hoy su explicación en la ciencia, por
lo que la humanidad va hacia la unificación de las religiones, en tanto
sistemas operativos de las distintas culturas, para comprender eso no tan
visible pero existente. Ahora, que ciertas religiones hayan utilizado su
saber para dominar a la gente y obtener poder mundano es otra cuestión
que no invalida la verdad de lo que sostenían. Este camino que yo
emprendí no es precisamente un camino religioso, aunque “religión”
significa “religar”, unir lo que está separado. En Occidente, la manera de
entender el mundo siempre se ha basado en la división, la separación, la
lucha. Yo encontré una mirada nueva desde la visión hinduista que no es
una religión sino una cosmovisión, de allí que Gandhi pudiera aplicar todo
ese conocimiento para vencer al imperio más grande de su tiempo: el
inglés; por eso asocio a Gandhi con el Che Guevara, la fuerza de la propia
convicción por encima del poder económico demuestra que hay algo más
fuerte que lo material. Estando en La Habana, en el Museo de la
Revolución, en el año 2000, me sorprendí escuchando un discurso que en
primera instancia me pareció que lo estaba dando Gandhi; pensé:
“Tradujeron a Gandhi”. Luego miré: salía de un televisor. Era el Che. Su
concepto del hombre nuevo no está nada distante del pensamiento de
Gandhi. Fui hilando y trabajando este pensamiento integrador entre Oriente
y Occidente y aplicándolo a mi necesidad de comprender lo que me ocurría
como persona. El siglo XXI, como ya lo estamos percibiendo, es el de
integración de lo diverso, de lo diferente, las nuevas leyes en nuestro país
dan cuenta de eso. Ya no se trata de escoger esto en vez de aquello, sino de
combinar cosas que parecían insolubles, ¿no? Cuando en los ochenta Nacha
Guevara regresó del exilio planteando algo parecido, fui una de las
primeras que equivocadamente la acusó de burguesa. Claro, yo basaba mi
esquema en la visión marxista y en el psicoanálisis, pertenezco a la llamada
generación psicobolche. Pero luego la vida me planteó una gran escisión, y
de estar abocada a la literatura empecé a interesarme en todo esto. Llegué
incluso a pensar en abandonar la literatura, cosa que finalmente hice entre
los años 2001 y 2009; fueron años de lectura, profundización, y de servicio.
Me llevó un tiempo comprender que trabajar el camino interior no está
reñido con una visión política. Se ve claro, por ejemplo, en la cuestión del
eco sistema y la actitud de Estados Unidos, que siempre es perversa.
Pequeños grupos de personas que estaban en un camino de búsqueda
interior en Estados Unidos comenzaron a no trabajar tanto, con lo que dejó
de responder al modelo requerido de ser un consumidor, romperse el alma
como un burro y enfermarse para comprar cosas con el objeto de que el
sistema se perpetúe. La suma de conductas como éstas redunda en un
cuestionamiento social. Lo individual es social, afecta la totalidad. No es
fácil compartir esta experiencia. Comencé con la meditación que es una
práctica muy común en la India y que consiste en superar la dualidad de la
mente; cuando se la efectúa con constancia se aprende a detectar
interiormente aquello que está oculto. El trabajo sobre la mente es el gran
aporte de la India al mundo, lo vienen estudiando desde hace milenios. Una
mente escindida es una mente manejable desde afuera. Me contaron amigos
que fueron presos políticos, que era común en la cárcel que viniera un
guardia y les diera una orden, y luego pasaba otro o el mismo y les daba la
orden contraria. Es la táctica del policía bueno y el policía malo: eso
debilita a la persona porque la aleja de su sentido de unidad, así se
convierte en manipulable. Lo que Gandhi hacía con los ayunos y las
meditaciones era conectarse con la voluntad colectiva desde adentro. Los
guaraníes que conocí en Misiones tienen sus rituales y lo hacen a través del
sonido. Por eso no atentan contra la naturaleza, porque su sentido de unidad
viene de una práctica profunda y cotidiana. En una época aprendí
calendario maya y ese aprendizaje fue revelador para mí. Los mayas
consideraban que el tiempo es arte y no dinero, como dicen los yanquis, su
concepto del tiempo estaba ligado al de la autotranformación como
personas. Conectarse con el ser interno es una tarea como cualquier otra.
Requiere trabajo diario, ejercitación, voluntad, soportar perderse en el error
y volver a intentarlo.

3 — Perderse en el error y volver a intentarlo.

IV: Como ya dije, esta búsqueda mía comenzó cuando yo tenía


treinta y cinco años, tuve un quiebre muy profundo a nivel de salud y debí
encarar un nuevo programa de vida. Lo que más me costaba era la idea de
Dios. Pero claro, no era el Dios patriarcal y represor sino un poder superior;
convivir con esa idea del poder superior fue un trabajo arduo, un poder
superior, por ejemplo, es la climatología, la influencia de los astros o el
tránsito de la ciudad. Es curioso, porque mi madre murió cuando tenía
treinta y cinco años, y desde una visión freudiana se puede opinar mucho al
respecto. Siempre estamos haciendo espejo con las figuras paterna y
materna. De algún modo yo morí —o una parte mía— y cambié, como se
dice comúnmente ahora, el paradigma o sistema de valores. Pero esto no
implica dejar de pensar políticamente el mundo, se puede ser
antimperialista y efectuar prácticas de meditación u otras de armonización
interna. Esa división entre lo espiritual y lo material ya es arcaica, porque
lo cuántico nos demuestra que la onda (sonido, por ejemplo) se convierte
en partícula (materia) y viceversa, de manera que lo menos tangible o
espiritual es una continuidad de este mundo cotidiano. Para la visión hindú,
Dios es materia y energía a la vez. La idea de la divinidad no está separada
de la creación; en este sentido la naturaleza es divina, y en eso tiene puntos
en común con la visión de los pueblos originarios de América. El escritor
Adolfo Colombres antes de que yo comenzara esta búsqueda solía bromear
con que yo era medio guaranítica. Y con respecto a este “antes”, podría
decir que desde chica había vivido experiencias que no tenían explicación y
que fueron sepultadas por la visión de la ideología. Lo cierto es que luego
de una serie de sueños anticipatorios voy a la India y allí estoy tres meses
en un ashram. La experiencia fue absolutamente transformadora. Dejé el
psicoanálisis y comencé a ahondar en esta línea a través de lecturas y
prácticas. En el ashram en el que estuve se abordan los procesos interiores
tomando al mundo circundante como una expresión de la propia
conciencia, como una materialización o plasmación de nuestro mundo. En
realidad, los humanos seguimos la ley de los planetas y estrellas del
cosmos, tenemos nuestra propia fuerza de gravedad y atraemos o repelemos
según nuestro estado vibracional. La vibración afecta a los átomos y altera
la forma en que los electrones giran alrededor del núcleo. Todo está hecho
de átomos y cambia constantemente. Es el estado de nuestra mente la que
modifica la amplitud de onda de las vibraciones. Así que trabajar la mente
es decisivo. Volviendo al ashram de la India, se puede afirmar que el
trabajo en el ashram no era muy diferente a una sesión con el psicólogo. Se
comprende que es así su forma de funcionamiento. En vez de la palabra del
psicólogo como interpretación que permite contrastar, se toma la respuesta
del afuera a modo de interpretación. Lo sorprendente era ver lo que les
ocurría a los otros también.

4 — ¿Y cuando volviste de la India?

IV: Cuando volví de la India viajé con asiduidad a San Marcos


Sierra, en nuestra provincia de Córdoba, donde hay un centro energético de
la tierra muy importante. Y en cada viaje advertí transformaciones
interiores. Luego comienzo a practicar Reiki, que es una técnica de
armonización energética de origen japonés. Fui haciendo los distintos
niveles; lo significativo es que entre nivel y nivel estuve siete años
trabajando. Actualmente soy maestra de Reiki y he iniciado a varias
personas. Pero no me dedico a eso. Mediante esta técnica de sanación, que
parte de una visión chamánica en Japón que también se entronca con la
cosmovisión de nuestros pueblos originarios, es posible desatar nudos, abrir
caminos, dispersar sombras. Durante veinte años hice sanaciones a través
del Reiki que me modificaron muchísimo. Pero ahora suspendí, tengo la
sensación de que esa etapa se ha cumplido. Trabajando con la energía de
otras personas, incluidos mis abuelos que murieron tan ancianos, se
comprende al otro sin palabras, se capta a la otra persona en lo profundo;
esta experiencia es, por supuesto, intransferible. Suele suceder
frecuentemente que luego de una sesión de Reiki se descubra que tanto el
receptor de Reiki como el canal, en este caso yo, han visualizado las
mismas imágenes. Así se puede experimentar que no existe separación
entre una persona y otra, como no hay separación entre nosotros y la
naturaleza. En las sesiones de Reiki se siente profundamente la compasión
que es una clave para cambiar el mundo.
A lo largo de estos años, desde 1989, fui pasando por distintas
etapas. Lo último que comencé a practicar fue el canto védico en idioma
sánscrito. Se entonan grupalmente plegarias que tienen miles de años de ser
transmitidas oralmente, la vibración del sonido, como ya dije, modifica la
onda vibratoria que describen los electrones que giran dentro de cada
átomo y que componen las células. Es impresionante lo que puede
aprenderse trabajando con el sonido. También está el conocimiento teórico.
En realidad, este camino se divide en cinco partes o cinco opciones
posibles, es el llamado Sanatana Dharma: una es el Hatha Yoga, que es la
más conocida en Occidente, el Karma Yoga, el Raja Yoga y Jñana Yoga,
además del Bhakti Yoga. El más difundido en Occidente es el Hatha Yoga,
que emplea el cuerpo como vehículo para el conocimiento. El Karma Yoga
es el de la Madre Teresa, una militancia, una acción concreta en el mundo
para transformar el mundo transformándose internamente como procesos
simultáneos, y tampoco es inocuo, aunque lo haya practicado una monja
flaquita que apenas podía sostener una vela. El Jñana Yoga es un camino a
través de lectura de los textos sagrados, el Raja Yoga está ligado a la
meditación y el Bhakti a la adoración de esa perspectiva superior y trabaja
con imágenes representativas y con sonidos. Es sencillo corroborar la
correspondencia entre el hinduismo y los pueblos originarios de América
en la manera en que utilizan las imágenes de animales como
representaciones de fuerzas o energías. Sería largo y complicado explicar
de qué forma las palabras son puertas de conexión con otros planos, con
otras dimensiones según esta cosmovisión.
El Reiki ha sido un servicio porque nunca cobré un peso en veinte
años. Ni siquiera cuando iniciaba, que se cobra mucho, y no lo hice por una
cuestión personal. Una sesión de Reiki me lleva dos horas como mínimo,
incluyo piedras o gemas, se transmuta mucho la energía. Hay que hacer una
limpieza energética de la habitación también. Esto sólo se puede
comprender a través de la vivencia. Esa es la cuestión de este camino de
aprendizaje, que racionalizarlo no sirve de nada. Actualmente estoy
trabajando con una línea terapéutica creada por Bert Hellinger llamado
“Constelaciones Familiares”, que se vincula por un lado con la memoria
celular y por otro con los aportes del biólogo Rupert Sheldrake. Para
continuar hablando de estos temas reconozco que hay tantas aristas y
ramificaciones en esto que no sé qué escoger. Quizá habría que hablar del
ego y de los valores humanos. Los valores humanos se apoyan en cinco
elementos, del cual derivan un montón de valores subsidiarios de estos. Son
Verdad, Rectitud, Paz, Amor y No Violencia. En sánscrito, Sathya,
Dharma, Shanti, Prema y Ahimsa. Este último fue de lo que partió Gandhi
para crear el sistema que le permitió alcanzar la independencia de la India:
el Satyagraha. Parece anecdótico, pero cuando se profundiza es tan
clarificador. De la verdad se desprende el valor de la coherencia y de ahí lo
fundamental: no mentir, no transgredir la ley social, tener unidad como
persona. El tema del ego es muy vasto. En realidad, en Occidente se asocia
la persona con la personalidad y se ha hecho un culto de eso desde el
Renacimiento. Para mí cambió el concepto de persona, la persona importa
por sus valores, por su capacidad de autosuperación y de ayudar al otro a
mejorar el mundo. La conciencia del mundo resulta de la suma de
conciencias individuales. La idea es trabajar desde adentro hacia fuera.
Reconocerse como persona para reconocer al otro. Y el servicio es
fundamental. Actualmente prevalece la identificación de la persona con su
rol social, con aquello que hace para ganarse el sustento, pero eso no es la
persona, en la era moderna la estirpe o prosapia fue reemplazada por el
dinero; ahora existen también formas equivalentes a la prosapia y el dinero
como el prestigio, pero también es una falsa identidad. Competir es una
tontería; Gandhi decía: “Competencia es violencia”, todo el sistema
gandhiano se basaba en la no violencia, que ha sido mal traducido en
Occidente como “resistencia pasiva”. No hay nada pasivo en este modo de
operar, lo que pasa es que para Occidente la acción está asociada con el
cuerpo. Cuando volví de la India dije que tuve que irme a la India porque
en América masacraron a los pueblos originarios, este saber estaba aquí
cuando llegaron los españoles. Y todavía sigue estando. Afortunadamente
en Latinoamérica estamos siendo testigos de una revalorización de los
chamanes que se integran a esta búsqueda. Cuando algo tiene verdad se
expresa en otro paradigma o en otra cultura de la misma forma.

5 — ¿Así que solés “hacer apuntes cuando leo un libro de ficción,


generalmente con lápiz en la primera página en blanco”?, descubro
recorriendo tu blog literario. ¿Qué te llevó a elegir “Espiral de
Saraswati” para nombrar ese blog?

IV — Tengo algo parecido a la fiebre de grabar, dejar testimonio, en


realidad lo escribo todo, me escribo constantemente. La falta de memoria o
mi natural dispersión me inducen también a eso. Pero fundamentalmente
busco darle forma a lo que se me escapa. Antes llenaba fichas, de esas de
cartón con letra manuscrita (tengo una sobre el “Curso General de
Lingüística” de Ferdinand de Saussure guardada) y todavía lo hago, aunque
prefiero abrir words en la PC. Para preparar una reseña o ensayo, esas
anotaciones en lápiz realizadas con apuro en las páginas de los libros que
leo, cercanas a la experiencia de lectura, son la base de lo que resultará
después. Leo siempre desde el lugar del escritor, del creador, traduciendo el
impacto primario de la lectura en mí, a partir de esa impronta surge la
mirada y de la mirada la reflexión. El camino es siempre desde lo sensitivo.
En cuanto al nombre de mi blog debo decir que necesitaba algo que me
representara en lo profundo. Saraswati es la consorte del Dios Brahma, el
creador en la trilogía hindú y simboliza la fuerza, el empuje de lo que
comienza, Vishnú es el conservador y Shiva el destructor, sus respectivas
consortes expresan energías equivalentes (para marcar una coincidencia en
la trilogía maya aparecen representaciones que indican inicio, punto medio
de mantenimiento y desenlace para todos los procesos vitales). Ninguna
cosa que hacemos o hace la naturaleza escapa al movimiento de estas
energías representadas, según las culturas, por imágenes diferentes.
Saraswati es la protectora de las artes. Es posible que mucha gente crea que
esta denominación responde a la línea propia de la postmodernidad que
escoge nombres que parecen no significar, como esos graffitis sin sentido
en las paredes de la ciudad, que intentan ocupar el lugar de las consignas
políticas. Puede ser considerado de las dos maneras, pero para mí Saraswati
tiene un profundo significado, como se puede inferir de todo lo que dije
antes. Tuve que agregarle “espiral” porque ya existía el nombre, y elegí la
palabra “espiral” porque es la tendencia del movimiento propio de la
energía, desde un cuerpo vivo hasta las galaxias, el movimiento es siempre
espiralado.

6 — Integrás con otras veinticinco autoras argentinas la


antología de cuentos “Mujeres con pelotas” (Ediciones del Dragón,
2010), impulsada y coordinada por Mabel Pagano y con prólogo de
María Rosa Lojo. ¿Cómo ha sido y es tu vínculo con el fútbol (y por
extensión, con otros deportes)? ¿Cuáles has practicado?

IV — Has hecho una pregunta que me da vergüenza responder. No


soy buena haciendo deportes ni tampoco bailando. Salvo la chacarera, nada
me sale bien. Durante algunos años me esforcé con el Hatha Yoga, pero no
fue el camino que elegí. Ando en bicicleta y camino mucho, pero los
deportes no son mi fuerte y me aburre soberanamente verlos por televisión.
Mi pobre abuelo insistió en que me hiciera socia de un club en mi
adolescencia. Y al final lo único que hice en el dichoso club fue un curso
de danzas folklóricas argentinas. El fútbol para mí es un lenguaje
extranjero. No me gusta nada que se vincule a él, no es algo que pueda
comprender, salvo la necesidad humana de agruparse para compartir una
pasión, el encauzamiento de la energía grupal sí lo entiendo. Por ese
motivo, cuando Mabel Pagano me convocó para participar en la antología,
recurrí como los actores a la memoria emotiva. Mi abuelo paterno, que fue
mi papá por adopción, jugó al fútbol en los años veinte, en Rosario; nos
contaba anécdotas muy divertidas y me basé en el discurso de mi abuela
para construir el cuento, que terminó siendo un relato bastante jocoso.

7 — Concurriste al menos a cuatro talleres de poesía bastante


antes de volcarte a la narrativa.

IV — Sí, tuve la fortuna de conocer a Marcos Silber a fines de los


setenta a través de un grupo de teatro. Me acuerdo muy bien la noche en
que fuimos a una cena en la casa de una señora que era amiga de su mujer,
la mamá del editor Ramiro Silber, psicóloga. En esa cena estaban también
el pintor Michi Aparicio y su esposa, Irene Saderman, la hija del famoso
fotógrafo Anatole Saderman, quienes además eran amigos de mis tíos, pero
yo no los había conocido personalmente hasta aquel día. Más tarde trabé
amistad con ellos y participé de su escuela en San Isidro: “El Taller de la
Ribera”, coordinando talleres literarios. En ese grupo estaba también el
cineasta Gerardo Vallejo —vecino de Irene y Michi—: su esposa
coordinaba el taller de teatro. Le di mis poemas a Marcos y él fue muy
generoso. Luego participé en su taller en “La Casona”. Poco después
integré los grupos coordinados por Daniel Calmels y Héctor Freire. Fue
una experiencia valiosísima porque estábamos en el momento más duro de
la dictadura, y poder reunirnos y trabajar significó un refugio. Luego
continué en el Teatro IFT: allí estaban también Marcelo di Marco, con
quien hice un curso, y Gustavo Geirola, que dio dos años taller. Por aquella
época hice muchos cursos: con Santiago Kovadloff, Nicolás Rosa, Jorge
Panesi, por citar algunos. Antes y después de irme a vivir a Misiones, fui
tallerista de los grupos de Liliana Lukin, a quien considero mi maestra
referencial por varias razones, entre ellas porque trabajé con ella muchos
años; si bien yo me definí por la narrativa, en su taller, donde el concepto
amplio de escritura lograba que se abordaran varios géneros sin entrar en
conflicto, pude involucrarme con la poesía paralelamente. Recuerdo que
desde Misiones Lukin y yo nos carteábamos y ella solía decirme: “Ahí
tenés una novela.” Y luego aquellas cartas se convirtieron en novela, como
ella propuso.

8 — Coordinaste con Inés Legarreta un Ciclo de Encuentros de


Narrativa en una institución: APA Artistas Premiados Argentinos
“Alfonsina Storni”. ¿Cómo se generó la propuesta? ¿Qué autores
participaron?

IV — Con Inés veníamos diciendo que íbamos a hacer algo juntas.


La idea era reunir textos nuestros y leerlos en público. Pero terminamos
concretando los encuentros de narrativa. Nos exigimos demasiado. Debido
a la falta de experiencia realizamos un cronograma y comprometimos a los
autores. Claro, somos serias, entonces nos leíamos durante un mes la obra
completa de los dos invitados. Cuando nos dimos cuenta, la situación nos
superó y, como no queríamos hacer diferencias, seguimos con el mismo
nivel de exigencia y el mismo rigor para que los próximos escritores y
escritoras no se sintieran menos considerados que los otros. El material está
grabado y tenemos la intención de hacer un libro con él. Comenzamos con
María Granata, un verdadero lujo. Luego continuamos con Liliana Díaz
Mindurry y Carlos Antognazzi, Jorge Paolantonio y Luisa Peluffo.
Invitamos a Hernán Ronsino junto con Esther Cross, pero ese mes Esther
no pudo venir por razones de fuerza mayor (vamos a entrevistarla en el
futuro). El mes siguiente les correspondió la entrevista a Marta Ortiz y
Beatriz Isoldi. Intentamos que no todos los convocados residieran en
Buenos Aires, así es que en varias ocasiones los escritores se costearon el
viaje desde sus provincias, no todas cercanas, por cierto. El último fue
Ricardo Mariño, que debía hacer dupla con Germán Cáceres, que
lamentablemente no pudo venir, por eso Mariño fue entrevistado solo. Y
cerramos con una lectura muy jugosa en la que estuvieron Enrique Solinas,
Laura Nicastro, Marily Canoso, Dolly Basch, Silvia Miguens, Liliana
Allami, Susana Aguad y Ana María Torres. Lo que motivó la creación de
este ciclo fue aportar nuestro servicio a Artistas Premiados Argentinos, que
es una institución estupenda que nuclea a escritores, pintores, músicos y
actores que han obtenido el Primer Premio Municipal y que defiende
nuestros derechos, en especial lucha para que estos premios continúen
convocándose y de esta forma haya más beneficiados. La Comisión
Directiva es sumamente transparente y merece todo nuestro apoyo. Ahora
que Inés Legarreta y yo estamos escribiendo poesía, creo que vamos a
rebautizar al ciclo “Literatura en APA”, para incluir la poesía.

9 — Complementando un reportaje que te hicieran para el diario


“El Litoral”, quedó allí esta reflexión tuya: “¿Qué narrador hay en mis
relatos?: Una mirada infantil con cierta agudeza adulta.” ¿A toda tu
narrativa? ¿Qué, de tu obra, quedaría excluida de esa aseveración?

IV — Es muy interesante tu pregunta. Yo separaría mis cuentos de


las novelas que escribí. ¿Por qué? Pues porque al ir escribiendo las novelas,
he tenido una actitud deliberada, quise desarrollar distintas líneas desde la
perspectiva del narrador específicamente, hubo un planteo y una intención
previos. En los cuentos fue surgiendo de otra manera el texto, tal vez en
función no digo de la historia o el asunto sino de la atmósfera o los
distintos modos de abordar el género que me plantea un desafío en tanto
debe responder a ciertos requerimientos, pero necesita que se los
transgreda. Si bien no podemos eludir a Edgar Allan Poe, tampoco es
legítimo hoy por hoy seguir un esquema tan rígido. Para mí esa búsqueda
típica de transformación estética que buscamos los escritores de libro en
libro no se vincula con ir cambiando el tema, yo diría todo lo contrario, no
es la temática lo que marca una evolución sino el empleo de los
procedimientos, en este caso narrativos. Implícitamente la ley del mercado
editorial parece decirnos que repitamos el esquema narrativo que es el de la
novela decimonónica o realista y que en esa misma caja cambiemos los
temas. Yo he hecho exactamente lo contrario: profundicé en ciertos temas
recurrentes e intenté cambiar la manera de abordarlos.
En la novela primera que se publicó bajo el título “El puño del
tiempo”, me propuse trabajar un narrador que combinaba lo grotesco, lo
absurdo con el lirismo. Resultó un gran contrapunto y no sé si fue
comprendida por mucha gente esa propuesta. En esta novela el discurso es
metonímico, hay detallismo y mucho humor, humor negro, ácido, como
quiera llamárselo, pero humor al fin. En la segunda novela, que se publicó
con el título de “El camino de los viajeros”, escogí un narrador que ya se
hacía cargo de la historia, que no buceaba, que no merodeaba, es un
narrador abarcador, la novela tiene algo de operístico y el humor está
prácticamente ausente. Tiene el sello de la tragedia griega. Y el discurso es
metafórico. Se nota en la voz de ese narrador el intento por sintetizar, en
“El puño del tiempo” el narrador desgrana de principio a fin. Mi tercera
novela, que ganó el Primer Premio Municipal “Eduardo Mallea”, “La
mujer invisible”, surgió en realidad de un requerimiento: me dieron la beca
del Fondo Nacional de las Artes a la producción artística y la tuve que
escribir dentro de un plazo. En esa novela busqué vincularme más a la
tradición y, si bien me interesé en la construcción de una atmósfera, lo que
me importó más fue elaborar la trama, la intriga, el ritmo de la historia. Es
más bien convencional. Ha salido finalista ya en dos concursos:
“Honorarte”, que nunca se expidió y “Clarín”, el año pasado. Pero aún
espera un editor. La novela siguiente que escribí es muy rara para mí,
primero porque el personaje central, el que cuenta la historia es un hombre
y mayor que yo; intenté desarrollar una historia en más de doscientas
páginas, reduciendo el concepto de lenguaje, simplificándolo, lo que para
mí es arduo porque soy más bien frondosa a la hora de narrar, tiendo a
expandir. Ahora me doy cuenta de que esa novela me expulsó de la
narrativa, que un germen de huida de la narración ya estaba en mí porque
escogí lo extenso, pero introduje una limitación muy grande. Y en ese
tironeo me moví. El eje de tensión en este caso está dado entre esos dos
polos: lenguaje acotado en una prolongada extensión. No sé si la novela es
eficaz, sigo en la nebulosa. No por nada después de esa novela comencé a
escribir poesía. Lo que sí creo que hay en todos mis relatos, e incluso en
ciertos giros del sujeto de la enunciación de mis poemas, es una voz
empapada de dosis de jocosidad, que juega con una relativa mirada irónica
combinada a su vez con lo trágico del sentido de la vida. Para mí esa
tensión entre lo dual del enfoque está presente de manera constante. Y
también descubro que hay un rasgo infantil en la manera de mirar, quizá de
asombro. Ricardo Piglia me dijo que mi primer libro está caracterizado por
la perplejidad del narrador. Álvaro Abós, después de leer “El puño del
tiempo” me habló del estupor del narrador, el rasgo infantil está allí, creo
suponer. Y ahora me viene a la memoria que Marta Braier me comentó que
en mis textos encontraba la ingenuidad patética de Felisberto Hernández.
Siento que mi poesía arrastra esa mirada, el mismo doblez entre lo ingenuo
y lo agudo o ingenioso.

10 — Por el diario “El Territorio” de la provincia de Misiones,


me entero que alguna vez se produjo un Encuentro de Escultores y
Escritores, y que vos participaste. ¿Cómo se desarrolló y qué produjo
ese encuentro?

IV — Fue muy divertido. Se realizó en una localidad cercana a


Iguazú y participaron escritores de Paraguay, Brasil y Argentina. Escribí un
conjunto de cuentos que compone un libro inédito, que terminé hace poco,
donde incluyo un relato que a mí me parece bastante desopilante basado en
esa experiencia. Me encantó volver a Misiones. Fui en avión, pero volví en
micro, lo que constituyó una ventaja: ese viaje de regreso me permitió
escribir las primeras páginas de mi segunda novela, al conectarme
nuevamente con el paisaje misionero encontré la forma de plantear esa
novela que venía rondándome sin que hubiese podido expresarla. El paisaje
fue el disparador primordial. Yo sabía que para contar la historia era
preciso resolver primero el punto de vista del narrador con respecto al
paisaje del monte, que es tan particular y que no podía ser tratado
convencionalmente.
Puedo decir que ese encuentro de escultores y escritores fue
enriquecedor. Cuando dos artes se cruzan, como en este caso la escultura y
la literatura, la estimulación se torna poderosa. Lo que más tengo presente
es lo divertido que resultó todo aquello. Me reencontré con escritoras y
escritores conocidos, como Olga Zamboni, que no dejó de contar chistes
sobre polacos que nos hicieron reír muchísimo. Por otra parte, la propuesta
oficial surgida desde el sector cultural de la provincia pretendía ser
protocolar, de hecho, lo fue; sin embargo, nos devoraban los mosquitos
porque escribíamos “in situ”, los escultores hacían mucho ruido y eso no
nos ayudaba a concentrarnos, vinieron los alumnos de la escuela y hasta el
intendente, fue muy alocado. El encuentro terminó con un acto fervoroso
donde se plantaron árboles con el fin de sustituir los que fueron hachados
para convertirse en esculturas. Creo que mezclar tan íntimamente
naturaleza y cultura significó un gran desafío. No había hotel en esa zona,
parábamos en la casa de gente del lugar. Fue intenso e inusual.

11 — Alicia Genovese concluye su comentario crítico a “El puño


del tiempo” (Cultura y Nación, “Clarín”, 17.1.94) con estas dos frases:
“El de Verolín es un humor filoso, cruel incluso, pero que no llega al
cinismo, como si no necesitase demoler la realidad sino simplemente
entrar en ella, en todo caso descalabrándola desde un costado ridículo.
Una forma de usar el humor que recuerda a otras narradoras argentinas,
como Angélica Gorodischer, Hebe Uhart o Alicia Steimberg.” Y en el
reportaje que te hiciera Susana Villalba para el diario “La Prensa”, en
1994, declaraste que solías releer a Libertad Demitropoulos,
Marguerite Yourcenar, Clarice Lispector. ¿Qué otras narradoras (y
narradores) te atraen?

IV — Me gusta la prosa de escritores más jóvenes, como Patricia


Suárez y Hernán Ronzino. Leo frecuentemente a escritoras con las que
comparto momentos de vida; no puedo dejar de citar a Liliana Allami, que
es una excelente cuentista, y a Inés Legarreta, que viene escribiendo una
prosa muy cercana a la lírica; las nada convencionales novelas de María
Teresa Andruetto también son insoslayables, o los relatos de la rosarina
Marta Ortiz. Hay escritores, como las dos últimas escritoras nombradas,
que tampoco residen en Buenos Aires y son estupendos: el correntino José
Gabriel Ceballos, que ha ganado varios premios en España, finalista del
premio Herralde, o el santafesino Carlos Antognazzi. Entre mis últimos
descubrimientos se encuentran Claire Keegan, Alice Munro y Lorrie
Moore, y ya tengo preparados unos cuantos volúmenes de Irène
Nemirovsky para comenzar a leer. En estos años descubrí a Jean Rhys, la
autora de “El ancho mar de los sargazos”, me leí todos los libros que
conseguí de ella. Incluso me interesa la prosa más llana de una escritora
italiana como Susana Tamaro, valoro su sencillez. Ahora debo confesar que
en los años en que me retiré de la literatura no leí absolutamente nada de
ficción literaria: leí textos de Stephen Hawking, de Fritjof Capra, sobre
hinduismo, Reiki, física cuántica y temas aledaños. Al regresar procuré
ponerme al día con muchos autores y autoras y aún lo sigo intentando. En
este momento estoy abocada a la lectura de poesía.

12 — Si es que sólo consta en la edición del 21.8.1994 del diario


“La Nación” y no en la Red, ¿nos brindarías un relevamiento de las
variantes de título que fue teniendo tu novela “El puño del tiempo”?
¿Por qué no lograbas que cabalmente los que fueron surgiendo
abarcaran el núcleo, la esencia de la historia? (Transcribo de tu
reciente mail privado: “Tardo tanto en publicar que los libros van
cambiando de títulos.”)

IV — Esa novela no encontraba título, yo le pedía a la gente que me


sugiriera, estaba trabada. La presenté en Emecé bajo el título de “Celeste
gris” una primera vez que no ganó; aludía al color de la bandera nacional
envejecida. Salió finalista de Planeta un año más tarde con un título
horrendo: “La casa del patio con baldosas grises”. Cuando pensaba en el
título, daba vueltas alrededor de la idea de casa, ya que en mis relatos el
espacio es fundamental, sea la casa, el barrio, el monte, tengo la impresión
de que el espacio no sólo ordena el mundo de los personajes, sino que
decide el punto de vista del relato. Me acuerdo que se la mandé por
encomienda a Patricia Severín a Reconquista, en la provincia de Santa Fe,
donde ella vivía entonces (un borrador de la novela cuando ésta estaba en
proceso de edición, con el título de “La casa grande”). Patricia me dijo que
ese título no encajaba. Fue la gente de la editorial Emecé la que le puso el
título final con la que llegó al público. Por lo general los títulos o me
surgen de entrada o me dan un trabajo inmenso, como en este caso. Es algo
misterioso, se trata de bautizar a la criatura, nada menos, de darle una
identidad. El nombre es esencial para la persona y para el libro. En una
experiencia de interiorización y autoconocimiento que hice hace unos
cuantos años llamada Rebirthing, me conecté, a través de una técnica en
respiración, con el momento de mi nacimiento, y cuando deciden qué
nombre ponerme sentí una alegría difícil de explicar, más que alegría fue
felicidad. Sospecho que el título de un libro surge de la relación emocional
que entablamos con el texto. Por ejemplo, en poesía no se me está
planteando ninguna dificultad, no tengo dudas; aunque me lo cuestionen al
título, yo siento que es el apropiado. Mis títulos en poesía —porque hay
editado un libro, pero otro viene en camino, y tengo nuevos proyectos e
incluso otro poemario más ya terminado— están asociados a la noción de
tiempo: “De madrugada”, “Los días”, “Invierno”.

13 — ¿Hay algo que te haya costado muchísimo “quitarte de la


cabeza”?

IV — Yo diría que no es exactamente la experiencia de la muerte


que viví en mi infancia sino la disolución de una familia de seis miembros
que, en un abrir y cerrar de ojos, quedó reducida a dos personas, mi
hermano menor y yo. Eso produjo un quiebre interno en mí que ha afectado
mi manera de sentir la vida y de darle contornos definidos a mi presente.

14 — ¿Cuál era el ambiente literario en Misiones en el momento


en que te radicaste en esa provincia?

IV — Esta pregunta me causa gracia porque yo no me relacioné con


nadie del ambiente cultural en Misiones, ya que vivía aislada en una casita
rodeada de otras pocas casitas de madera, prácticamente en el borde del
monte misionero. Lo único que veía eran hacheros, camiones con madera,
araucarias, coatíes, tierra colorada, hombres con los dedos cortados que
trabajaban en el aserradero y gente muy, muy pobre. Mis grandes aventuras
se reducían a ir en la camioneta destartalada de Salud Rural a los puestos
sanitarios en lo más profundo de la selva subtropical. En aquel momento,
en esa zona, según un estudio que había hecho mi pareja, era de un sesenta
por ciento de desnutrición infantil. Fue al instalarnos en Córdoba cuando
establecí un verdadero intercambio intelectual. Posteriormente, con mi
primer libro publicado, aproximadamente cinco años después de haber
abandonado la provincia, a instancias de un movimiento de mujeres
escritoras presidido por Libertad Demitrópulos, inicié una relación literaria
con los escritores y escritoras misioneros, entre ellos con Olga Zamboni,
profesora universitaria, poeta, traductora y narradora. Lo enriquecedor de la
experiencia de haber vivido en el monte misionero fue principalmente para
mi vida personal. Me parece que el primer gran impacto en mi conciencia
fue conocer a aquella gente e involucrarme con su cotidianeidad. Durante
las siestas misioneras, que eran largas, agobiantes y pesadas, se escuchaban
las palmadas en la puerta de la casa, y no siempre eran enfermos que
venían a buscar al doctor, eran por lo general los chicos de la zona que
venían a pedir salame y pan. Y hielo, también querían hielo. Me llamaban
“patroncita”, lo que, por supuesto, me producía una gran incomodidad.

15 — ¿Qué leés con aprensión? ¿Qué leés entre líneas? ¿Qué leés
infructuosamente o sin convicción?

IV — Maravillosa tu pregunta. Yo leo mucho la vida, no sólo los


libros. Siendo una niña me interesaban los tonos de las conversaciones
además de las palabras, la forma en la que la gente contaba sus anécdotas.
Tuve la dicha de que mi abuela fuera dueña de una peluquería en el barrio
de Caballito cuando yo tenía cinco, seis, siete años. Ese fue el lugar de las
grandes historias; las mujeres iban allí a confesarse, no sólo a cortarse y
teñirse el pelo. Estoy casi segura de que escuchando aprendí a leer entre
líneas y claro está, en mi barrio, Floresta, se contaban historias sabrosas
sobre la gente que vivía allí o sobre los que se habían ido del barrio como si
el barrio fuera una patria o un reino. Irse del barrio era poco menos que una
traición a la propia identidad o un abandono de la familia. Y por supuesto,
las voces teatrales de mis tíos recitando a los autores clásicos. Así que a
leer entre líneas lo aprendí de la vida, porque se leían también los rostros,
no sólo la voz desnuda. Volviendo a lo literario, he leído con aprensión
literatura, libros muchas veces escritos por hombres que quieren seguir la
moda, las últimas tendencias del mercado editorial, las exigencias que
surgen desde las universidades como canon, textos en los que, a pesar de lo
cultivado, se nota el esfuerzo por agradar y posicionarse. Lo que leo sin
convicción es la narrativa excesivamente llana que está sólo en función de
la historia; por más bien articulada que esté, me aburre, y en esta
imposición con respecto al género contribuyó considerablemente el
menemismo y la llegada al país de las megaeditoriales que se devoraron a
las más pequeñas o medianas que, desde que tengo uso de razón, con la
publicación de autores genuinos, han propiciado el sostenimiento de la
tradición literaria nacional. Como consecuencia de esto fuimos testigos de
la entronización de la novela del siglo XIX como modelo universalizado.
El realismo finisecular expresaba una determinada visión del mundo,
sabemos que las formas artísticas encuentran correspondencias con los
procesos históricos en algún sentido, aunque más no sea tangencialmente,
pero hoy vivimos y sentimos diferente. Es posible que esa cuestión de
escribir “para que la megaeditorial me publique” haya causado impacto
entre nosotros, los escritores. Hoy por hoy buscar una manera de expresar,
“de decir” el mundo, supone también una manera de relacionarse con los
grandes poderes. La narrativa ha sido muy cascoteada. No sé si es por ese
motivo que me siento tan impulsada a seguir profundizando en la poesía.
Supongo que sí.

16 — Ezra Pound sentenció: “La piedra de toque de un arte es su


precisión. Y ‘escribir bien’ es tener un control perfecto”. Y opinó: “En
cuanto a la poesía del siglo veinte, así la quiero: austera, directa, libre de
babosa emoción.” Te invito a derivar desde este Pound hacia donde te
lleve.

IV — Hay algo en esta cita que me lleva a pensar en “dar en el


blanco”, trabajar la palabra desde el centro de una misma en tanto persona.
Entiendo, desde ya, que esa afirmación de Pound se refiere a su propuesta
poética con respecto a su propia tradición literaria y a la necesidad de crear
postulados a seguir; aquí se trata de que yo lo vincule a mi quehacer, lo voy
a intentar: La palabra escrita es una cosa seria, es un objeto denso que no
soporta fácilmente el intercambio, y yo me enfrento a él con respeto y con
absoluta reverencia. Pero a veces me distraigo y entonces, como diría mi
abuela, “piso el palito” y la palabra me traiciona; por lo general pago muy
caro el precio de mi distracción. Para llegar a esa perfección de la que habla
Pound es necesario un compromiso muy grande con la labor de escribir
textos que adquieran la forma que sea, relatos o poemas, pero que fulguran
en la dimensión más lejana a lo pedestre. Mis años de trabajo en este oficio
me llevan a pensar que la relación que establecemos con las palabras, como
nuestro objeto primordial de trabajo, es la que determina el resultado. Y el
peculiar vínculo que establecemos con las palabras tiene que ver con el que
forjamos con respecto a la vida en general y con una parte interna de
nosotros mismos en tanto personas. Reverenciar, tomar con respeto lo que
está vivo, no manipularlo desconsideradamente es la premisa y eso nace de
una cosmovisión. A la clásica disyuntiva que enfrenta la vida y el arte, creo
haberle encontrado una respuesta. Escribir y vivir son caminos paralelos.
Puliéndonos interiormente como personas vamos encontrando los recursos
para pulir nuestros textos. En caso de aprender a pulir los textos solamente,
se puede alcanzar una obra relativamente perfecta, pero fría, alejada de la
intensidad que, al menos, yo busco; aspiro a acercarme lo más posible a
que el texto sea una revelación de los sentidos de la existencia. Obviamente
se trata de ser fiel al trazado de ese camino; yo lo hago y, como no podía
ser de otra manera, de tanto en tanto me equivoco, a veces me salgo de la
línea, pero si se tiene claro el itinerario, no hay error que sea demasiado
irreparable. En el arte lo mismo que en la vida la clave está en encontrar la
sintonización precisa, algo parecido a afinar una guitarra, afinar las propias
emociones, lograr que las palabras encarnen esa misma resonancia.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Irma Verolín y Rolando Revagliatti, mayo
2015.
Paulina Juszko nació el 18 de febrero de 1938 en La Plata, capital de la
provincia de Buenos Aires, y reside en Villa Elisa, localidad del
aglomerado urbano Gran La Plata, Argentina. Cursó los profesorados de
Letras y de Francés en la Universidad Nacional de La Plata, sin
completarlos. Se desempeñó en tareas docentes: asistente social (Dirección
de Psicología y Asistencia Social Escolar), profesora de francés (Alianza
Francesa de La Plata) y traductora. Colaboró en diarios y revistas de su
provincia, ha sido incluida en antologías e incursionó en radio como
columnista o co-conduciendo en varios programas. En francés y en
castellano dictó conferencias y participó como ponente en Encuentros y
Jornadas de Escritores. Coordinó talleres y mesas de debates, integró
jurados en diversos concursos y ha sido traducida al italiano y al ruso. En
2006 recibió el Premio Virtud a la Ética, el Trabajo y la Solidaridad
(Ministerio de Desarrollo Social de la Nación – Fundación “Principios”) y
en 2009, en ocasión del Día Internacional de la Mujer, la distinción Mujer
Destacada de Villa Elisa (Delegación Municipal). Publicó dos poemarios:
“Poemas del Yo dios” (1957) y “Chant posmoderne” (1990, en francés);
tres novelas: “Te quiero solamente pa bailar la cumbia”(Ediciones de la
Flor, 1995), “Esplendores y miserias de Villa Teo” (Ediciones Simurg,
1999; Tercer Premio de Novela 1998 del Fondo Nacional de las Artes)
y “El año del bicho bolita” (Editorial Dunken, 2008); un volumen de
ensayo: “El humor de las argentinas” (Editorial Biblos, 2000); y una obra
de carácter testimonial: “Vivir en Villa Elisa” (Libros de la Talita Dorada,
2005; declarada de Interés Cultural por la Municipalidad de La Plata).

1 — Ciudades bonaerenses y muy próximas entre sí, las tuyas.

PJ — Infancia en Berisso, juventud en La Plata y madurez en Villa


Elisa. Soy hija de inmigrantes procedentes de la aldea de Zuchowicze (en la
actual Bielorús). Fallecieron poco después de llegar a Berisso. “Mis
orígenes se remontan a la sal: saladeros de don Juan Berisso y lágrimas.
La sal conserva, saboriza, alivia y desinflama; pero también corroe,
esteriliza y mata. Lágrimas de desarraigo de nuestros padres, lágrimas que
aumentaron la salinidad del mar para convertirse en nostalgia al
desembarcar. Disueltas en el río de orilla fangosa y llena de cangrejales…
Fue cuando empezó a manar, dulce y salobre a la vez, el silencioso canto
del trabajo.” En un texto titulado “Beribel” —que se publicó en la revista
de la Asociación de Entidades Extranjeras en ocasión de la 23ª Fiesta
Provincial del Inmigrante (octubre/2000)— yo comparaba a Berisso con la
torre de Babel: “También fue un intento de tocar el cielo con las manos.
También fue abatido al cerrar los frigoríficos Swift y Armour. Pero ellos
sobrevivieron, agarrados con uñas y dientes a las ruinas. Habían
aprendido a entenderse pese a la multiplicidad de lenguas. Eso y una
extraña pertinacia, aunada a un extraño amor, les permitió reconstruir y
reconstruirse. Entonces Él —que es versátil— los premió con nietos que
hablaron todos el mismo idioma.”
En cuanto al lugar donde ahora habito, mi “petite patrie” de
adopción, alguna vez lo describí así:

“Villa Elisa agreste, desprolija, barrosa. Te salvan


tanto cielo magrittiano
tantos trinos
tanto susurrar de frondas
tantos zumbidos en el aire de verano
tanta frescura de brisa en la piel recalentada
tantos perfumes en las noches quietas
tanta densidad de silencio en las mañanas.”

La Plata, esa ciudad geométrica, nunca me inspiró un sentimiento


profundo. A Berisso de chica lo odiaba porque me parecía feo, a Villa Elisa
aprendí a quererla con el tiempo, pero La Plata me parece una ciudad muy
“careta”. Aunque se me identifica sobre todo como escritora platense.
Me considero un producto de esa inmigración que no consiguió
hacerse la América y ni siquiera vivió lo suficiente para contarlo, una self
made woman en todo sentido —material y espiritual—, y un exponente
acabado de la decadencia finisecular.

2 — ¿Pecados, virtudes, adoraciones, odios…?

PJ — De los pecados capitales los tengo todos menos dos (les dejo la
inquietud de adivinar cuáles me faltan). Me adornan pocas virtudes:
lucidez, amor por la justicia, generosidad, valentía, fidelidad,
perfeccionismo, puntualidad; en cambio, los defectos pululan en mí: soy
colérica, gruñona, peleadora, impertinente, brusca, altanera, ambiciosa,
eternamente insatisfecha… Alguien dijo (creo que fue Balzac) que el peor
de todos los defectos es no tener ninguno.
Amo la belleza, la inteligencia, el humor, la elegancia, los viajes, las
piscinas, la siesta, la lectura, los jardines, el buen vino, los perros… Adoro
a mis mascotas, las dos perras Bubú y Nana y el gato Kuro. Odio la
reiteración, los óss, la parlalpedo, el lenguaje altisonante, el
sentimentalismo barato, la moralina, la mentira, las películas de acción, el
fútbol… Cultivo numerosas manías, como repetir hasta el cansancio alguna
palabreja o nombre que se me ocurre al despertar o dar vuelta las galletitas
para que presenten todas el anverso.
Soy un ser esencialmente solitario, pero no me disgusta socializar de
cuando en cuando y alguna vez escribí al respecto: “A veces me canso de
mi vida de loba y me pongo la piel de cordera para asistir a sus ágapes. Al
principio sus balidos me resultan interesantes, armoniosos y tan correctos,
nunca una nota más alta que la otra: las bondades del corral, los premios
obtenidos en las exposiciones, la calidad de ciertas pasturas, las delicias
ovinas del amor, de la procreación… Escucho pacientemente, pero no
puedo balar. Mi desasosiego crece, me pregunto qué pasaría si de pronto
lanzara un aullido, uno solo, largo y desesperado. Si abriera una boca
llena de dientes carniceros para aullar mi soledad, mi rabia, mi dolor. Las
imagino desertando la mesa, huyendo despavoridas, en desorden, con
balidos horrorizados pero literarios al fin, siempre con altura, con
elegancia. Con ese savoir faire que una loba sin manada nunca podrá
tener.”
Descreo del amor de pareja, donde siempre hay uno que quiere
fagocitar al otro. Suscribo a lo que piensa Susan Sontag: es una ficción
esencial, una danza más del ego solitario. Sólo tocamos “la envoltura de un
ser cuyo interior accede al infinito” (Proust, “La prisionera”). Amé a
varios hombres —evidentemente nadie escapa a la ley natural—, pero si
hago el balance, hubo más pena que gloria. Mi matrimonio con un pintor
duró muy poco. Priorizo actualmente otros sentimientos que me parecen
más humanos: la solidaridad, la estima, la amistad. El amor es exclusivo,
totalitario, exigente, lleva a excesos que después lamentamos. Y es volátil
porque no se basa en la estima.
No quise tener hijos porque, como dice un personaje de Balzac, “no
aprecio lo suficiente la existencia para hacerle ese triste presente a un
semejante” (“El cura de pueblo”). Soy atea y tengo una visión pesimista
de la naturaleza humana; otro escritor francés que cultivaba el más negro
pesimismo, Anatole France, aceptaba que pudieran existir en algún mundo
desconocido seres más malvados que los humanos, pero eso le resultaba
prácticamente inconcebible.
El momento más decisivo de mi vida fue aquel en que contemplé —
teniendo siete u ocho años— la tapa del “Billiken” donde una niña miraba
la misma tapa: la noción del infinito, como un siniestro alfanje, me abrió la
cabeza en dos; todo perdió brillo, mi cielo se nubló para siempre. Esto se
agravó más tarde con la pérdida de la fe religiosa. Soy una marginal que no
logró salir de la edad de los porqués y sabe que no hay ninguna respuesta.
Desde muy pequeña me fascinó la palabra escrita; comprender cómo
se unen las letras para formar palabras fue un deslumbramiento, la
adquisición de la lectoescritura un segundo nacimiento, el más importante.
Desde entonces soy lectora compulsiva. Una de las cosas que
contribuyeron a abrirme la cabeza fue un cuento cuyo título se me olvidó
(¿“La princesa de los gansos”?) y donde una joven —por motivos que
tampoco recuerdo— usaba una horrible máscara; un día, creyéndose sola,
se la quita y, en lugar del rostro de la “zafia lugareña”, aparece el de una
bellísima dama. Más allá de lo insólito que podía resultar ya a mi edad el
hecho de afearse voluntariamente —sobre todo tratándose de una mujer—
lo que quedó grabado en mi mente con caracteres indelebles fue la
expresión “zafia lugareña”, que superaba mi vocabulario infantil y tuve que
buscar en el diccionario. Esas dos palabras fueron mi llave de ingreso al
mundo de la literatura. ¿Así que las cosas podían decirse de distinta manera
y había formas mejores que otras…? Porque comparando “tosca
campesina” y “zafia lugareña” no cabía la menor duda: me quedaba con la
última. No hubiese sabido explicarlo, sonaba más lindo, algo así como los
versos. ¿Intuía ya que la literatura es un modo de existencia, que el
lenguaje no se limita a reproducir el mundo, sino que puede producirlo?
Soy una gozadora nata. Una gozadora amargada, carente de muchos
de los placeres a los que aspiró y aspira. De naturaleza indolente y
condenada a una vida de laboriosidad, actualmente puteo contra el menor
esfuerzo físico, tiendo cada vez más a la catatonia. Me resulta intolerable la
obligación, la presión para hacer algo, aun viniendo de mí misma. No hay
lujo comparable al del tiempo que se pierde: hacer un paro total de
actividades cotidianas para vagar sin un propósito definido por la casa o el
jardín, enderezando un cuadro aquí, cortando una flor seca o una rama
desangelada allá, viendo si brotaron las semillas, jugando con las perras…
¡qué delicia! Ese tiempo que no empleo en nada preciso, que se me va en
pavadas, es en fin de cuentas el mejor empleado, el más rendidor, ya que
me brinda más felicidad. ¿Necesito la mente vacante, un estado vecino de
la animalidad, para rozar por instantes la beatitud?
No puedo comprender a los viejos fanáticos del laburo; por lo
general es una tapadera, una manera de escapar del vacío interior, una
forma de desperdigarse. Y si realmente amamos nuestro trabajo durante
muchos años, ¿no llega un momento en que debemos descansar,
recogernos, sumergirnos en nosotros mismos buceando en busca de ese yo
profundo del que hablaba Proust?

3 — Proust.
PJ — Es uno de mis favoritos, me gusta su estilo, sus parrafadas
laberínticas, incluso su côté cholulo. “En busca del tiempo perdido”, su
obra cumbre, no es una reivindicación de la memoria, sino una lucha
denodada contra el tiempo y un intento de hacer universales las
experiencias personales. La memoria nos pinta un cuadro convencional del
pasado, mientras que ciertos incidentes reencontrados, ciertas sensaciones
pasadas (el sonido de una campanilla, el gusto de una madalena, un
desnivel del pavimento…) nos permiten comprender la verdadera esencia
de los hechos, personajes y circunstancias que los originaron, y acceder a
las causas profundas analizando lo que tienen de idéntico ambas
situaciones —la pasada y la presente—, fusión que implica una abolición
del tiempo transcurrido: son instantes de eternidad que se le arrancan al
devenir. Adhiero a su concepción del arte, “que va más allá de la nada en
que se diluyen el amor y los placeres”. El amor propio, las pasiones, la
inteligencia y el hábito nos ocultan el verdadero sentido de las cosas
poniéndoles nombres (las “nomenclaturas”) y fines prácticos para
conformar lo que falsamente llamamos vida; el arte debe trabajar en sentido
contrario: vuelta a lo profundo, rescate de lo desconocido en nosotros
mismos.

4 — Hace algunas décadas el vocablo “escritura” no se usaba


tanto, ¿no?

PJ — Una falsa modestia hace que hoy en día se prefiera el término


“escritura” a “literatura”, como si este último nos quedara grande a los
escritores actuales o fuese demasiado solemne. Yo escribo cartas, e-mails,
listas de supermercado… pero si se trata de un cuento o una novela hago
literatura, que podrá ser buena, regular o mala. La literatura es un arte y un
oficio, y debe ser llamada por su nombre. A nadie se le ocurre que
carpintería y ebanistería son sinónimos. A la frase hay que pulirla,
trabajarla como se trabaja la madera. “Vuelvan sobre la obra diez veces, si
es necesario”, aconsejaba el viejo Boileau en el siglo XVII. La mejor
ficción desmerece con un estilo “escuela secundaria”, desprolijo, lleno de
cacofonías, pleonasmos y distorsiones gramaticales y sintácticas. Flaubert
acostumbraba gritar sus frases para ver si sonaban bien; creo que exageraba
en cuanto al volumen, pero sí, es muy importante el oído y también el
sentido común. Es lícito emplear neologismos, localismos, vulgarismos,
lunfardo, puteadas (de hecho, yo lo hago a menudo), siempre y cuando la
obra lo requiera. Pero, ¿a qué viene utilizar el galicismo “pasticería”
cuando existe “pastelería” en nuestro idioma (a menos que sea un francés el
que habla) o inventar términos como “separatidad”, “verderol” y
“enterratorio”, malsonantes y desangelados? Otra cosa es crearse un
lenguaje propio, como Xul Solar o Héctor A. Murena. Sólo tolero la
reiteración en las guardas geométricas (como ésas que nos hacían inventar
las monjas para las carátulas de cada mes en los cuadernos cuadriculados
de matemáticas o ésas que adornan los libros antiguos), en la poesía y
como recurso humorístico. Fuera de lo cual la encuentro abominable en
cualquier tipo de textos (filosóficos, literarios, ensayísticos o de
divulgación científica) y también en las conferencias. Si una noción fue
bien expresada, es inútil repetirla. La tautología me genera una muy mala
opinión respecto de su autor: o se olvida de lo que ha dicho y en este caso
debe dudarse del buen funcionamiento de su mente; o desconfía del
cociente intelectual del lector/oyente, lo que resulta ofensivo para éste; o
quiere llenar páginas/tiempo a como dé lugar. Igualmente, odiosas son las
repeticiones de palabras (pleonasmos) —y aquí me refiero exclusivamente
al lenguaje escrito— porque atentan contra la eufonía y la elegancia de la
frase, y dan un estilo desprolijo. En estas cuestiones me confieso
decimonónica como Stephen Vizinczey.

5 — ¿Y tu escribir?

PJ — Nunca me fuerzo a escribir. No me angustio si no tengo ganas


de hacerlo, no veo por qué un escritor deba escribir constantemente. Es
como si el carpintero viviera con el martillo en la mano. A veces no hay
trabajo, y con nosotros es igual: a veces no tenemos nada que decir y
entonces lo mejor es callarse. Temporaria o definitivamente. No quisiera
ser como ese personaje de Bernard Shaw que decía “Nunca soy tan
elocuente como cuando no tengo nada que decir”.

6 — ¿Lo más real?

PJ — Mis momentos más reales los viví en el mundo de la literatura.


Siempre me sorprendió el empeño de la gente por ubicarte en eso que
llaman “realidad”: “Pisá la tierra – Sé realista.” ¿Era más gratificante eso
que la ficción o la fantasía? De ninguna manera. Antes de leerlo, ya
pensaba como Proust que la verdadera vida, la vida por fin descubierta y
dilucidada —la única que vale la pena— está en la literatura. Ingmar
Bergman dudaba que hubiera en la vida más realidad que en sus obras. ¿Y
no decía nuestro Macedonio [Fernández] que “los estados de vigilia son,
en su mayor porción, más débiles y menos emocionantes que los del sueño
[…] el cotidiano vivir es en su casi totalidad lánguido y débil,
inimportante”? Yo comprendía —aunque confusamente al principio— que
había nacido para “espectadora”, para dar testimonio, que no servía para
vivir esa realidad de los demás: un desdoblamiento inconsciente, esa
impersonalidad apasionada que, según Romain Rolland, es propia de los
artistas, impidió que me implicara seriamente en las acciones que exige la
realidad. Luego, por supuesto, tuve que fingir que la asumía y desarrollar
diversas actividades para ganarme el sustento. “Tomé el pliegue” —como
dicen los franceses— pero no pensaba más que en desplancharme y
siempre tuve la sensación de estar jugando a ser un adulto. Encontré en
“Los Thibault”, novela de Roger Martin du Gard, un párrafo que tiene que
ver con esto último: “Cada uno de nosotros, sin otra finalidad que el juego
(por más lindos pretextos que se dé), dispone según su capricho, según sus
capacidades, los elementos que le proporciona la existencia, los cubos
multicolores que encuentra a su alrededor al nacer… ¿Y tiene realmente
mucha importancia si logra construir más o menos bien su obelisco o su
pirámide?”.
En este sentido, alcanzar la edad de la jubilación significó una
resurrección: poder volver a “mi mundo”, reintegrarme a mi verdadera
personalidad después de tantos años de dispersión esquizoide; como la
protagonista de “La araña” de Clarice Lispector, yo “no había llegado a
ningún punto, disuelta viviendo”. Fue lo que para otros la iluminación
religiosa: en determinado momento de la vida todo se soluciona, encuentra
su sitio, aparece el verdadero sentido. Reconcentrarme, pensar en serio o
divagar… y escribir. Agarrarme a la cola del tiempo. Acariciarle las orejas
sedosas a mi perra murmurándole “¿lita nonó la sunata?”, mientras dejo
vagar perezosamente la mirada entre las paredes de un foso de verdura.
Ningún espacio blanco en una planilla espera ominosamente mi firma,
entrada y salida. Ningún jefe que no logró cagar esa mañana piensa hacerlo
sobre mi desprevenida humanidad. Soy mi directora, mi patrona, mi reina.

7 — ¿Concepción de la literatura?...
PJ — En literatura también hay modas (o tendencias, como quiera
llamárselas). No le lleves a un editor una simple narración con pies y
cabeza, por interesante que sea, porque no te dará ni cinco de bola. Hoy la
moda es, entre otras cosas, insertar en una novela pesadas disquisiciones
sobre temas científicos o filosóficos. Umberto Eco declara que el lector no
ama la facilidad, que hay que proponerle la ficción a la manera de un
teorema. Yo me pregunto de qué tipo de lector habla; evidentemente de una
élite supersofisticada…; y también si no será por esto que la gente lee cada
vez menos. Por mi parte, si mi propósito es informarme sobre un tema
determinado, no recurro a una novela, busco el texto adecuado y me
dispongo a hacer un esfuerzo intelectual —si es necesario— por pesada que
me resulte la cosa. Pero si abro una novela, quiero que me deleite, me
atrape, me entretenga, me conmueva, me haga reír y hasta pensar un poco
también, pero sin ese esfuerzo que requiere el aprendizaje. Trato de escribir
libros así y, por lo que dice la mayoría de mis lectores, lo estoy logrando.
Me interesa la fama porque es la única manera de luchar contra la
muerte y justamente porque es “puro cuento”, para ser consecuente (hasta
el final) con mis ideas; el dinero sólo en cuanto evita angustias bajunas y
degradantes, y procura placeres que se consideran suntuarios, pero son
indispensables para el hombre actual, afectadamente refinado.

8 — ¿Temas?

PJ — Me atrae lo que piensan y sienten las mujeres, de las más


simples a las más complicadas. Los varones son generalmente de una pieza,
monotemáticos, y por eso resultan tan aburridas las narraciones o filmes
cuyos personajes son exclusivamente varones. Lo que les pone sal a las
historias es la sutileza, el retorcimiento, la indefinición y, a menudo, la
superficialidad del alma femenina, ya sea que habite en mujeres o en
homosexuales. Mil veces más interesante que los pensamientos de un
guapo o un malevo me parece lo que se le cruza por la cabeza a una mujer
mientras lava los platos o pela papas. La mujer es mucho más sofisticada
que el varón; no en balde las novelistas tienen tanto éxito en esta época. Se
podría decir que la mujer todavía posee un alma, mientras que al varón sólo
le queda cerebro. ¿Nos habrá durado más (el alma) porque adquirimos
mucho más tarde el derecho a tenerla?
9 — ¿Rememorarías un viaje a Francia con el que fuiste
premiada? ¿Hubo otros?

PJ — Había obtenido el mejor promedio del país en el examen final


de mis estudios en la Alianza Francesa. Me reportó el “Brevet d’aptitude à
l’enseignement du francais hors de France” otorgado por la Alianza
Francesa de París, y el “Certificat d’études pratiques de prononciation
francaise” del Instituto de Fonética de la Sorbona. Fue mi primer viaje a
Europa, en transatlántico —todavía los había—, quince días en el océano,
una experiencia inolvidable. Luego viajé varias veces, en avión por
supuesto. Pero durante esa travesía inaugural me hice amiga de una pareja
de jóvenes homosexuales —un francés y un brasileño— que me invitaron a
recorrer con ellos la Costa Azul: quedé deslumbrada.
Con París no fue un amor a primera vista; de entrada, me dio la
impresión de una prostituta que se vende al mejor postor, por la cantidad de
extranjeros que la transitaban ya en ese entonces. Tuve que recorrerla en
subte y a pie, conocerla en profundidad, hacerme de amigos franceses en
sucesivos viajes para llegar a amarla. Actualmente es mi preferida entre las
ciudades que conozco, tiene un charme particular, que le confiere en gran
parte el Sena, el más bello de los ríos en mi concepto, el más inspirador,
con su manso fluir, sus péniches y la perspectiva de sus puentes…
Durante mi primera estadía en París, que fue larga: seis meses, viví
en el Pabellón Argentino de la Ciudad Universitaria; en ese entonces
residía también allí el pianista Miguel Ángel Estrella, y tuve ocasión de
conocer el taller del pintor Antonio Seguí en los suburbios de la ciudad,
pues era amigo de mi ex marido, Nelson Blanco, quien también estaba en
París por haber ganado el premio Braque de pintura. Otros amigos pintores,
los Morales, me hicieron conocer Normandía, en el noroeste de Francia.
Como tengo mi costado superficial y me gustan las pilchas, poco después
de llegar a París me fui a las Galeries Lafayette y me gasté casi toda la
plata que había llevado (que no era mucha). Este despilfarro me obligó a
buscar un trabajito para seguir subsistiendo y así fue como me relacioné
con dos familias francesas, cuyos niños cuidaba una vez por semana. Uno
de estos chicos, un rubito cara de ángel de unos seis años, era muy
particular: me tocaba el culo cuando salíamos de paseo, se metía debajo de
mi pulóver y me acariciaba sensualmente la espalda, me pedía que me
quedara a dormir en su cama para poder tocarme toda y hasta me propuso
matrimonio…; yo no me animaba a decirle nada a su madre por temor a
perder el trabajo. Esa gente me apreciaba mucho y me escribió durante
años. Son anécdotas graciosas, como cuando tuve que cambiarle por
primera vez el pañal a Guillaume, un bebé de seis meses, y no sabía cómo
se hace; y no eran los pañales de ahora, entonces se usaban alfileres de
gancho, era más complicada la cosa.
Me gusta viajar para aprender; pero no sólo me interesan los museos,
los monumentos, la arquitectura, los paisajes, soy curiosa de otras formas
de vida: quiero saber qué comen, cómo se visten, qué leen, qué deportes
practican…

10 — En el “Petit Théâtre” de la Alianza Francesa de La Plata


has dirigido piezas teatrales.

PJ — Hicimos obras de Georges Feydeau, Alfred Jarry, Boris Vian,


Eugène Ionesco, entre otros autores; también espectáculos de café concert,
teatralización de fábulas de La Fontaine y textos de La Bruyère (clásicos
del siglo XVII), siempre en francés. Yo hice las puestas en escena y dirigí
el grupo de alumnos y ex alumnos de la institución entre 1970 y 1992. Pero
ya antes había actuado en ese teatro vocacional, que ya no existe. Fue por
iniciativa propia que formé un grupo y empecé a dirigir, y siempre lo hice
ad honorem. Presentábamos una obra cada año. Los ensayos significaban
un gran esfuerzo para todos, porque sólo podían hacerse después de las
veintidós horas y también los domingos, debido a las diversas actividades
que desarrollábamos. Era muy difícil reunir a los actores, sobre todo
cuando la obra tenía muchos personajes; yo me enojaba cuando faltaban,
era una directora muy exigente, pero sólo gracias a una férrea disciplina
esta actividad pudo prolongarse durante tantos años. Aclaro que en ese
entonces yo tenía dos trabajos, así que los días de ensayo volvía a mi casa a
las dos-tres de la mañana ¡en micro! Y también debía ocuparme de
conseguir gente de buena voluntad para la iluminación, el sonido, el
decorado…; a cuántos amigos molesté pidiéndoles muebles prestados…
Pero era muy gratificante y el sacrificio había valido la pena cuando la obra
se daba y todo salía bien. ¡Qué tiempos aquellos! Ahora me parece
imposible haber hecho tanto por amor al arte.

11 — Ya que integraste la redacción de la revista de humor


platense “La Gastada” durante un par de años —1996-1997—, podrías
describírnosla y contarnos qué es el “humor platense”.
PJ — “La Gastada” fue una revista del Grupo B.A. Comics,
promovida por la Facultad de Bellas Artes de la UNLP. Yo me integré al
staff poco después de su creación y colaboré en ella hasta su desaparición
por motivos económicos, como sucede con la mayoría de las revistas. La
dirigía el dibujante Carlos Pinto y colaboraban, entre otros, Raúl Fortín,
Ricardo Blota, Leo Bolzicco, Eduardo Lemos, Fabricio Frizorger, Diego
Aballay… Ahí conocí a los humoristas Andrés Vendramín (André) y
Leandro Devecchi, que fueron luego, conmigo, co-autores de “Criadero de
cocodrilos”, sátira de la actualidad política y social argentina de fines del
siglo XX y comienzos del XXI, con ilustraciones humorísticas.
La revista se autodefinía como “humor platense de exportación”; el
acotamiento “platense” se refería tanto a la procedencia de la gran mayoría
de sus colaboradores como a la naturaleza local de muchos temas
abordados. Yo surtía una sección feminista, otra de postales de la Argentina
y una columna de perlas negras (absurdos generados por el mal uso del
idioma en los medios). Algunos títulos de mis notas: “¿Lo manyás al
hombre light?”, “De guapos, malevos y otras (malas) yerbas”,
“Discriminaciones lingüísticas”, “¡No nos pisen la víbora, muchachos!”,
“Histeriqueando”, “Cuentos clásicos para niñas feministas”… Yo era la
única mujer en la revista y se me trataba con toda naturalidad, como un
compañero más. Disfruté mucho esta experiencia.

12 — Al menos una vez vi y lo escuché recitando —en 2001, en


un Ciclo que yo conducía— al poeta platense Mariano García
Izquierdo (1935-2006). Y vos fuiste columnista de su audición semanal
“El Firulete”, en una FM de Berisso. ¿Cómo lo recordás a él y a su
poética?

PJ — Buen poeta y buen amigo. Recuerdo la frondosa glicina y su


pequeño cuarto de trabajo en la casa de City Bell. Así como su entusiasta
colaboración con diversos emprendimientos del Centro Cultural “Difusión”
de Berisso: el libro “Escritos y escritores de Berisso” (2000), la revista
mensual “Dando la nota” y la radio. En 1999 tuve el placer de presentar un
libro de Mariano: “Dulce Babushka”, poéticas postales de su infancia
berissense; cito algo de lo que dije en esa ocasión: “¿Es Mariano el pibito
que llora al comprender que no vivirá con ellos el constructor de su casa,
que le hacía ver animalitos en los desechos de madera? ¿el que descubre
las diferencias entre nenas y nenes a través del alambrado que lo separa
de su vecinita rubia? ¿el que fuma zarzaparrilla en un bote? ¿el
enamorado de Paulina Singerman? ¿el que se sueña abuelitas eslavas? ¿el
que asiste a los dramas de esa bizarra y heterogénea humanidad que
encontró su caldo de cultivo en la atmósfera del Berisso de los años 40?
Todos son Mariano y Mariano es todos.” ¿Y qué mejor manera de
recordarlo que a través de sus versos?:

No monta en el viento
ni lo desparrama la lluvia.

No lo deslizó la mansedumbre del río


ni lo puede prestar un sueño.

(de “El amor que no se dio”)

13 — Un grupo de teatro comunitario, asesorado por vos, llevó a


escena “Arturo Seguí a la Elisa”, inspirado en tu libro “Vivir en Villa
Elisa”. ¿Cómo resultó?

PJ — Fue solamente un sketch que se representó en un Encuentro de


Teatros Comunitarios, en la explanada del Teatro del Bosque de La Plata
(2008). El grupo se deshizo poco después, debido a las dificultades para
reunir un elenco estable y a la falta de un local propio. Esta iniciativa no
suscitó en Villa Elisa el mismo entusiasmo que en City Bell, donde se
formó un grupo numeroso, “La Caterva”, que aún sigue actuando.

14 — Fue en una reciente charla telefónica, Paulina, que


mencionaste que tenías unas cuántas obras inéditas.

PJ — ¿Te paso los títulos…?: “Rabelesiana” (adaptación teatral de


la obra de Rabelais); “Escuela de verdugos” y “Osteolipomaquia”
(dramaturgia); “Concierto de masturbanda”, “Sagrada sangre” (Mención
1997 del Fondo Nacional de las Artes), “Eternos laureles” (novelas); “Por
una cabeza” (novela policial); “Al gran pueblo argentino ¡salud!
(jubilados-desocupados abstenerse)” (notas de humor de los ’90); “La
cocina del humor” (ensayo sobre los procedimientos del humor literario);
“Del vagar breve” (poemario); y en coautoría el que antes te conté,
“Criadero de cocodrilos”. ¿No te parece tremendamente frustrante tener
tantos inéditos? O soy una escritora muy mala —ya que ninguna editorial
me da bola— o en este país pasó algo con el negocio editorial después del
año 2000. Tengo que optar por la segunda posibilidad para salvaguardar mi
autoestima: los grandes grupos editoriales que quedan se manejan como
empresas que sólo publican autores de venta segura.
Hace años, en una entrevista para la revista “La Maga”, me pidieron
una opinión sobre la regionalización de la literatura y contesté que habrá
una verdadera literatura bonaerense (o mendocina, o patagónica, o…)
cuando en estos sitios se den las posibilidades de publicar, y no sólo a
cuenta de autor. ¿Y hasta qué punto no es ingenuo soñar con esa
regionalización, cuando prácticamente todo el negocio editorial de Buenos
Aires está en manos de capitales extranjeros?

15 — Busqué y encontré en mi biblioteca un ensayo tuyo —


publicado en el nº 3, 2005/2006, de la Revista “El Espiniyo”— titulado
“Poesía y Humor”.

PJ — Como soy muy propensa a utilizar en mis escritos la ironía, el


sarcasmo y el humor negro, y considero que el humor es catártico, me puse
a investigar sobre el tema. El primer resultado fue mi ensayo “El humor de
las argentinas”, donde hablo de las mujeres que colaboraron en diarios y
revistas argentinos haciendo humor gráfico y escrito; el segundo, otro
ensayo (aún inédito): “La cocina del humor”, donde analizo los
procedimientos del humor literario (con ejemplos desde Aristófanes hasta
Roberto Fontanarrosa) y los diversos tipos de humor según la temática
(negro, blanco, rojo, amarillo) y según el país (judío, inglés, argentino).
Este último trabajo, que podría resultar muy útil en los talleres de escritura
con humor que se pusieron de moda recientemente, no despertó sin
embargo el interés de ningún editor.

16 — De los varios títulos de las conferencias que has realizado


en los últimos cinco lustros voy a elegir uno, el de la que me agradaría
estar leyendo: “¿Por qué las heroínas de novela son casi siempre
jóvenes?” Paulina: ¿Por qué las heroínas de novela son casi siempre
jóvenes?...

PJ — Te resumo aquí mi planteo. Desde tiempos inmemoriales la


mujer es representada como un instrumento erótico y reproductor, y el
varón como generador de pensamiento y acción. Para que resulte atractivo,
el argumento de una novela o un culebrón no puede dejar de lado el
ingrediente erótico y este pathos está encaminado a la reproducción de la
especie. ¿Y por dónde entra Eros? En primera instancia por los ojos. En el
reino animal la naturaleza engalana generalmente a los machos para lograr
su fin, mientras que entre los humanos resultó favorecida la hembra. Y es
en la juventud cuando ésta encarna plenamente los cánones de belleza que
rigen desde el comienzo de los siglos, kilito más o menos. Pasada la edad
de la pasión, la mujer pierde todo glamour, tanto en la literatura como en la
vida real, y de los roles de protagonista desciende a los de reparto; con la
madurez adquiere una cualidad de transparencia que suele acentuarse hasta
la invisibilidad.
Es cierto que, en la segunda mitad del siglo XX, gracias a la cirugía y
a múltiples tratamientos, la juventud se prolongó, con todos sus atributos.
A nadie se le ocurriría hoy llamar “ancianas” a Nacha Guevara, Moria
Casán y tantas otras. Pero en el siglo XIX se era una mujer madura a los
treinta años; en la novela “Ella y él” de George Sand, la protagonista
femenina, Teresa, se lamenta cuando es requerida de amores: “Es muy
tarde para buscar lo que huye de mí. Tengo treinta años”; y todavía en
1949, fecha de publicación de “1984” de George Orwell (que entre tantas
cosas que predijo, no supo anticipar los desfasajes que se produjeron entre
las etapas de la vida) encontramos: “Cuando la vi a plena luz resultó una
verdadera vieja. Por lo menos tenía cincuenta años”. Esta exigencia de
juventud y belleza es válida sobre todo para el sexo femenino, pues basta
con mirar cualquier telenovela para constatar que los varones —aunque
sean panzones y calvos, aunque tengan pelos en la nariz, pies planos y más
legañas que perro callejero— siguen conquistando hermosas pendejas y se
dan el lujo de engañar no sólo a su legítima, sino también a su amante. En
“Cándido” de Voltaire (s. XVIII), Cunegonda va envejeciendo mientras
que el protagonista no parece sufrir los ultrajes del tiempo, y el autor
presenta como un rasgo de generosidad por su parte el tomar por esposa a
una Cunegonda vieja y fea, que perdió por eso todo derecho a ser amada.
Algunos escritores del siglo XX, como Mario Vargas Llosa (en
“Doña Julia y el escribidor”, “Elogio de la madrastra”, “Los cuadernos
de don Rigoberto”), ensalzaron los atractivos de la mujer madura. Gabriel
García Márquez escribió —realismo mágico mediante— una historia de
amor y sexo entre gerontes: “El amor en los tiempos del cólera”. En
“Viajes con mi tía” Graham Greene nos presenta a la desprejuiciada
septuagenaria Augusta. Y también me pongo como ejemplo con mi novela
“El año del bicho bolita”, protagonizada por mujeres de la llamada
“tercera edad”.
El cine y el teatro parecen más abiertos al protagonismo de las
maduras y las ancianas. Pero es evidente que para superar los estereotipos
milenarios debe producirse un cambio radical en la escala de valores.
Cuando esto ocurra el protagonismo avuncular no se asentará en la maldad
(las brujas de los cuentos), o en el vicio (la Celestina), o en la
extravagancia (la tía Augusta), sino fundamentalmente en la calidad de ser
pensante. Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Hannah Arendt en la
última etapa de sus vidas constituyen el mejor ejemplo: ésas son las
verdaderas heroínas de la novela del siglo XX.

17 — Es porque ignoraba que se hubiese promovido alguna vez


un Certamen de Autobiografías, que enterándome hace poco de que
resultaste finalista en uno que se denominó “Ricardo Jones Berwyn”,
en la ciudad de Gaiman, provincia de Chubut, en 2010, me intereso por
saber de él.

PJ — Participé con un trabajo titulado “Flashes”. Creo que la idea


original de este certamen fue estimular la narración y difusión de historias
de vida de los inmigrantes galeses de esa zona, a fin de preservar su
memoria; pero está abierto sin restricciones a participantes de cualquier
provincia y nacionalidad.

18 — Primero: confieso que pocos caligramas lograron atraerme.


Segundo: ¿exagero si afirmo que a vos te fascinan?...

PJ — Decir que me fascinan es un poco exagerado. Me encantan


porque aúnan poesía y plástica, y componerlos tiene mucho de juego, es
divertido. Este gusto me lo contagió Guillaume Apollinaire con su poema
“La colombe poignardée et le jet d’eau” (“La paloma apuñalada y el chorro
de agua”). Pero sólo de vez en cuando me inspiro para escribir un
caligrama.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de
Villa Elisa y Buenos Aires, distantes entre sí unos 45 kilómetros, Paulina
Juszko y Rolando Revagliatti, julio 2015.
Patricia Severín nació el 10 de agosto de 1955 en la ciudad de Rafaela,
provincia de Santa Fe, Argentina, y reside en Santa Fe, capital de la
provincia. Es Profesora de Castellano, Literatura y Latín, egresada del
Instituto Ángel Cárcano de la localidad de Reconquista, y ha obtenido un
postgrado en Sicología Gestáltica en la Asociación Gestáltica de Buenos
Aires. Participó en simposios nacionales y de Paraguay, Chile y Perú con
trabajos de ensayo y crítica literaria. Poemas y narrativa breve de su autoría
han sido incorporados a numerosas antologías de su país y del extranjero.
Publicó los volúmenes de cuentos “Las líneas de la mano” (Faja de Honor
de la Sociedad Argentina de Escritores 1998) y “Sólo un amor”(Premio
Único Publicación ASDE 1999); la novela “:salir de cacería” (2013); los
poemarios “La loca de ausencia” (Faja de Honor de la SADE 1992),
“Amor en mano y cien hombres volando” (en colaboración con Adriana
Díaz Crosta y Graciela Geller), “Poemas con bichos” (Premio Fondo
Nacional de las Artes 2001 y Premio Municipalidad de Buenos Aires por
obra édita, bienio 2002-2003; dos ediciones), “Libro de las certezas”
(Mención Especial del Jurado Premio Macedonio Fernández 2008), “El
universo de la mentira” y “Abuela y la niña”. Entre otros, recibió el
Primer Premio en cuento en el Concurso Nacional Alicia Moreau de Justo,
el Primer Premio en cuento “Las Tierras Planas” y el Premio Publicación
Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santa Fe.

1 — Agosto del ‘55…

PS — Nací en el mes que comienza con la caña con ruda y termina


con la tormenta de Santa Rosa; mes frío y ventoso, aquí en Santa Fe, y
sobre todo en el campo. El año fue el de la revolución que se dijo
“libertadora”. Quizá estos sucesos marcaron mi vida; tanto alboroto dio
como resultado que mis días siempre fueran dispersos: campo ciudad,
ciudad campo, de aquí para allá enlazando escritura, trabajo, casas, viajes,
amigas de las buenas, tres hijas mujeres, un varón, y una constancia a toda
prueba haciendo de éste, mi pedacito de mundo, el paraíso que siempre
anhelé.
Escribo todo y a pesar de todo, desde mis lugares ocultos, desde la
furia y el abismo, la garra y el desamparo. Me gusta conjurar palabras y
usar las del amor (las que mejor me suenan), pero también invoco a las
perversas, las gastadas, las superfluas, las bastardas. A lo largo del camino
aprendí a callar y evito que me roce el miedo. Vivo y viví siempre en la
llanura, con calor, río y distancia. Girando en mi provincia entre campo
monte mosquitos y ciudades. Y por mucho tiempo, mi trabajo, fue el de
productora agropecuaria: cría de ganado en el noroeste de la provincia.

2 — Rafaela. Pormenoricemos sobre las dispersiones de aquella y


de esta Patricia, siempre residiendo en su provincia.
PS — Nací en Rafaela, ciudad gringa, colonia de piamonteses. Me
fui de ella a los dieciocho a estudiar a la capital de la provincia, pero en vez
de estudiar me casé y tuve cuatro hijos. Mi padre murió no bien yo me fui a
estudiar, y creo que una rebeldía me tomó por dentro e hizo que cambiara
el rumbo casándome tan joven. A los pocos años murió mi hermana y otra
vez se modificó mi camino: me fui a vivir a Reconquista, cerca de mi
madre. Después vino la separación, a los veintiocho, quedarme con mis
cuatro hijos, todos chiquitos, trabajar en el campo (Huanqueros) y
paralelamente estudiar Letras. Es por ello que el ir y venir siempre fue una
constante. Comencé a escribir desde niña, pero recién en ese momento —
después de la separación y con la carrera de Letras— me sistematicé. Por
ese entonces (1983), María Angélica Scotti y su marido, Walter Operto,
vivían en Reconquista, en ese exilio interior en el cual migraron algunas
familias en el tiempo de la dictadura. Con ella me inicié en los talleres
literarios y, junto a la carrera de Letras, me ordené en las lecturas. Nunca
más dejé de escribir. Y algunos premios importantes, como el de Alicia
Moreau de Justo, me confirmaron definitivamente el rumbo de mi destino.
Desde hace casi diez años vivo en Santa Fe capital. Como soy
reincidente, volví a casarme y rearmé mi vida en este lugar. Amo
deambular y por ello, con mi marido, compramos una casita en las sierras
para seguir yendo y viniendo.

3 — Editorial Palabrava, por un lado, y Lectobus Alas de Papel,


por otro, te tienen desde hace unos años “al frente”.

PS — Editorial PALABRAVA surge ante la necesidad de modificar


los términos autor-editor-distribución-libreros. Junto a Alicia Barberis y
Graciela Prieto Rey, una calurosa siesta del enero santafesino, nos
juntamos a delinear un proyecto diferente. Nos dimos cuenta de que lo que
queríamos para nosotras (derechos de autor justos, por ejemplo, y
visibilizar nuestros libros) lo podíamos extender hacia los demás escritores
y escritoras de la provincia. Hablamos con el diario “El Litoral”, empresas,
organismos e instituciones, y así nació el primer proyecto de narrativa que
distribuimos con el diario: “Las cuatro estaciones de la palabra”, a muy
bajo costo para que todos pudiesen adquirirlos. Allí publicamos nuestros
libros y también los de Enrique Butti, Carlos Morán, Sara Zapata, Alfredo
Di Bernardo y Ángel Balzarino. Paralelamente editamos una colección de
poesía, “Anamnesis”, dos libros infantiles en una colección que se llama
Palabrújula, y coeditamos otros con la Universidad Nacional del Litoral.
Este año comenzamos un nuevo proyecto: Dos Ríos, en una salida anual de
dos libros juntos; una autora de amplia y reconocida trayectoria, Angélica
Gorodischer, de la ciudad de Rosario, y un autor novel, Jerónimo Rubino,
de la ciudad de Rafaela. Además, en “Anamnesis”, publicaremos —
ampliando nuestro proyecto— a Olga Zamboni, de la provincia de
Misiones y a Lucía Carmona, de la provincia de La Rioja. Estos libros,
trabajados con fotografías, que se entrelazan con los poemas, son la vedette
de la editorial.
El proyecto del “Lectobus” viene de la mano de Alicia Barberis y
consiste en llevar la lectura a barrios vulnerables y pequeños pueblos de la
provincia. La idea es ofrecer a los niños, a través de la lectura, un mundo
más amplio y —a su vez— dejar personas capacitadas que faciliten, desde
su lugar, la pasión por leer. Si queremos una sociedad lectora tenemos que
comenzar despertando el amor por los libros en los chicos.

4 — ¿Cómo fue “escribir junto a” otras dos poetas ese volumen


con firme resonancia refranera? ¿Se trata de poemas compuestos por
las tres?

PS — ¿“Amor en mano y cien hombres volando”? Fue un proyecto


extraordinario que escribimos con Graciela Geller y Adriana Díaz Crosta
en épocas de cartas enviadas por correo. No había e-mail en ese entonces.
Yo viajaba de tanto en tanto desde Reconquista a Santa Fe, donde me
juntaba con ellas y hacíamos una especie de taller: un poema contestaba al
otro o continuaba la temática o la disparaba hacia otro lugar. Fue un libro
revolucionario del cual aún tengo grandes satisfacciones. Mis dos amigas
fallecieron en distintos años en dos 25 que no se pueden olvidar: 25 de
mayo y 25 de diciembre. Eran dos poetas que marcaron rumbo. Con
Graciela publicamos luego las obras completas de Adriana, y el año que
viene sacaremos en “Anamnesis” el libro inédito que quedó de Graciela.
Te cuento una anécdota: hace un tiempo, por face, me conectó un
dramaturgo de la provincia de Entre Ríos —al que no conozco—
pidiéndome un ejemplar. Le contesto que ese libro está agotado, pero ante
su insistencia le fotocopio el mío, se lo envío por correo y le pido que me
cuente para qué lo necesita con tanta urgencia. Me narra lo siguiente: tiene
un sueño en el cual aparece en las marquesinas de la muy porteña calle
Corrientes, una obra suya titulada “Amor en mano y cien hombres
volando”, escritas claramente sobre un gran cartel. Como él no tiene
ninguna obra así llamada ni jamás escuchó ese título, cuando se despierta
googlea para ver qué encuentra en Internet y le sale mi nombre y el del
libro. ¡Qué maravilla!, ¿no es cierto?

5 — Si bien carezco de certeza, no puedo menos que suponer que


María Victoria López Severín, artista plástica, con quien compartís un
Sitio, es hija tuya. ¿Puedo pedirte unas líneas sobre ella?... ¿Tenés
otros hijos u otros familiares vinculados a un quehacer artístico?

PS — Mi hija María Victoria, que aún vive en Reconquista, es una


artista plástica con un talento único y exquisito. En este momento esta
abocada a lo social a través de la creación de cooperativas textiles. Pero el
arte no la abandona, por suerte. Mi padre fue pintor y ella heredó esta
capacidad, que parece se transmite de abuelos a nietos. Mi hija menor,
María Virginia, es bailarina y ejerce su profesión en el Ballet Nacional de
Danza Contemporánea en Buenos Aires. Mi otra hija, Soledad, es Doctora
en Biología, vive en Santa Fe, a unas cuadras de mi casa. De ella tengo dos
nietos: Alfonsina y Nicanor, que por supuesto, son mi debilidad. Leandro
está en la construcción. Todo muy variado, pero haciendo cada uno lo que
le gusta. Siempre los impulsé a que trabajaran por sus sueños. Creo que es
el único modo de realizarse en la vida y de ser feliz. De la misma manera
que yo soy feliz escribiendo. El bienestar interior va por delante de lo
económico. Es decir, cuando una persona hace lo que quiere en la vida y
desenvuelve sus sueños, lo otro viene solo.
El arte llega por el lado de mi padre, de mi madre viene el trabajo en
el campo, al que nunca quise que quedaran “pegados” mis hijos por
obligación o mandato. Trabajar en el campo es hermoso (sobre todo porque
es independiente y al aire libre, contrarrestando el encierro de la escritura)
pero sólo si se elige como tal. Es tremendo quedar prisionero de una
herencia o de un mandato.

6 — ¿Qué hacía tu padre?

PS — Estudió arquitectura, pero su pasión fue la astronomía. Él me


guió en las primeras lecturas de filósofos y de arte en general. Tuvo que
encargarse del campo que le dejó su padre, para sostener a nuestra familia,
a su madre viuda y a su hermana. Tanta obligación acabó con su vida a los
47 años. Terminé una novela, que me llevó años de escritura, “La Tigra”
(el título es el nombre de una estancia), que es también un pequeño
homenaje a este hombre innovador, fuera del tiempo que le tocó vivir, que
se pasaba las noches observando las estrellas desde el observatorio
astronómico que construyó en la terraza de su casa paterna. Se iba en los
inviernos a Campo del Cielo —provincia del Chaco— a investigar junto al
Dr. William Cassidy —astrónomo de la NASA que viajaba cada año desde
los Estados Unidos—, a buscar el Mesón de Fierro. De hecho, fueron ellos
los que encontraron las mayores piezas del meteorito. El más grande se
denominó “El Chaco” y pesa 37 toneladas; es la segunda de mayor masa
que se conoce en el mundo

7 — ¿Y tu madre?

PS — Mi madre aún reside en Reconquista. Tiene 87 años, y creo


que va a vivir muchos más, gracias a Dios, pues viene de una familia sana y
longeva. Fue docente y la geografía era lo que amaba enseñar. Este fue un
gran punto de encuentro con mi padre. Cuando él no estuvo y ella se jubiló,
comenzó a ocuparse del campo. Papá armaba avioncitos de madera balsa
con mis hermanos varones, y en el largo patio de nuestra casa de Rafaela,
probaba diferentes fórmulas, para el despegue de réplicas de cohetes que
lanzaban desde allí. Mamá aprobaba sus investigaciones, y todos los años
se iban con mi padre a distintos encuentros de geografía en diversas
ciudades del país.

8 — En una entrevista que te realizara María del Pilar Lencina


(1937-2011) declaraste: “Hablar de la mujer, ‘desde la mujer’, es muy
distinto —creo— que lo que vinieron haciendo los hombres en el correr
de la historia de la literatura.” ¿Qué autores (varones) lograron hablar
mejor, según tu sentir, “más desde la mujer”?

PS — Prefiero nombrarte autoras: Flannery O’Connor, Carson


MacCullers, Alice Munro, Dorothy Parker, Herta Muller, Virginia Wolf,
por supuesto, Mercé Reboreda, Doris Lessing, y la gran Irène Némirovsky,
que me hace venir a la mente a Sandor Marai, que tiene personajes
femeninos increíbles en “La mujer justa” o en “La herencia de Eszter”;
también “Ana Karenina”, del magistral León Tolstói. Luego está lo
contrario: Marguerite Yourcenar delineando el personaje masculino en
su “Memorias de Adriano”, por ejemplo.
Los escritores y escritoras tenemos la suerte de vivir muchas vidas y
distintos sexos. Pero eso no quita que podamos sentirnos más cómodos en
unos que en otros. Yo me siento muy bien en la piel de las mujeres,
indagando en su corazón, en sus emociones y en sus cabezas, y también
relatando sus historias entremezcladas con las mías.

9 — María del Pilar Lencina ha sido una poeta con la que


durante años he mantenido correspondencia postal, cuando dirigía sus
Hojas de Poesía “Hermano Luminoso”. No nos hemos conocido
personalmente. ¿Cómo la recordás vos?

PS — Con muchísimo cariño. María —como le decíamos en el


norte— era un personaje de la ciudad. Escribía en un bar tradicional de
Reconquista, “Cheroga”, que era una prolongación de su casa; allí te hacía
las entrevistas, te citaba, conversaba de poesía y sufría por Boca Juniors.
Fue una poeta exquisita; trabajó con ahínco por la pasión de su vida, la
poesía, en esas hojas, “Hermano Luminoso”, que hicieron historia en el
país y en el extranjero.

10 — En otra entrevista —para la revista literaria electrónica


“Remolinos”, de Perú— afirmaste que provenías de la línea de autores
más viscerales y/o intimistas que intelectuales.

PS — Yo elijo autores/as que me conmuevan. Puedo admirar lo


intelectual pero lo que no me conmueve no deja huella en mí. Entre el
grandioso Jorge Luis Borges, por ejemplo, y Julio Cortázar, me quedo con
Cortázar o con Jamaica Kinkard o con Selva Almada o Julián López.

11 — En su momento, aseveraste que después de tu


deslumbramiento ante “La insoportable levedad del ser” de Milan
Kundera, había cambiado tu concepción de la literatura. ¿Cómo
cambió entonces? ¿Volvió a cambiar después?
PS — Absolutamente. Ese libro abrió mi mundo literario. El impacto
de estar leyendo una ficción, que además te dice que es tal, y al mismo
tiempo logra hacerte vibrar de la mano de pasiones y mentiras, aventuras y
desventuras de personajes que sentís reales, fue una conmoción. Esta
concepción de la escritura se fue mezclando luego con otra vertiente que
viene de la narrativa de Carson MacCullers. Ella dice que todo lo que
escribió es algo “que le pasó, le pasa o le pasará”. Yo creo lo mismo.
Convertir tu vida y la de los que te rodean en tu materia prima, en tu
mezcla preferida para levar lo literario, ya sea poesía o narrativa, es mi
modo de encarar la escritura.

12 — Tenés un libro que no darás a conocer: “La voz bajo la


falda” (consta en la Red). Capciosamente pregunto: ¿qué tenés —o
retenés— teniendo un libro que no darás a conocer?

PS — Se me fue la obsesión, como dice mi amiga, la escritora Marta


Nos. Y sin obsesión no hay libro. Aunque está escrito se desactualizó para
mí. Y si se desactualizó ya no tengo la necesidad de editarlo. Del mismo
modo, aunque un libro mío se haya publicado, si siento que debo modificar
algo para una edición posterior, lo hago. Por ejemplo, reescribir un cuento.
La obra es del autor (autora), quien tiene todos los derechos sobre la
misma. Esto me lo enseñó hace muchos años Mempo Giardinelli, y me
pareció una postura válida, correcta.

13 — El también rafaelino narrador y poeta Hugo Borgna en un


análisis de tu obra literaria encomilla de “: salir de cacería” lo que
ahora reproduzco: “todo lo que se pudre se convierte en familia”.
Tremendo. ¿Qué obras artísticas te han estremecido?

PS — Esta frase que comentás me estremeció en lo más profundo y


me mostró otro costado del concepto de familia; es del poeta Fabián Casas.
Y ahora que la traés a colación me doy cuenta de que casi toda la idea de la
novela “: salir de cacería”, gira alrededor de ese tremendo enunciado…
que en realidad no es mi creencia, pero sí es el comportamiento y la
creencia de muchos de los personajes de la novela.
Me estremecieron —en literatura— por ejemplo: “Tres luces” de
Claire Keegan; muchos de los cuentos de Alice Munro, sobre todo de su
libro “Demasiada felicidad”; “Middlesex” de Jeffrey Eugenides; “Todo
cuanto amé” de Siri Hustvedt; “La historia del amor” de Nicole Krauss;
los libros de Némirovsky; los de Laura Alcoba; “Crónica del pájaro que
da cuerda al mundo” de Murakami; algunos de la brasileña Clarice
Lispector; los de Irma Verolín tanto en narrativa como en poesía…; es
larga la lista, podría seguir dos páginas más. En poesía te nombro a Joaquín
Giannuzzi, a Laura Yasan, algunos libros de Santiago Sylvester, Juan
Gelman y Jorge Boccanera, los de Marossa Di Giorgio y Fernando
Pessoa… y también los de Orlando Van Bredam. De hecho, todos estos
libros y los que —por cuestión de espacio no te nombré— están en el lugar
de privilegio de mi biblioteca.
Me estremecen también las pinturas de mi hija María Victoria; las
esculturas de Camille Claudel y de Lola Mora, los cuadros de Frida Kahlo.

14 — “Helada negra” se titula un libro tuyo de cuentos que


pronto aparecerá a través de Ediciones UNL.

PS — Tendrá diez cuentos. Justamente el título del mismo, que como


verás es ambiguo, pues puede interpretarse como “helada negra” o “el hada
negra” —depende de la manera en que lo nombres—, lleva en sí mismo la
carga emocional que porta cada uno de los cuentos. Hay dolor por la
muerte. La muerte de una prima, de una hija, un padre, una hermana, una
mano, de la amistad, del amor, de la confianza, la pérdida y el reencuentro
de la identidad, de los bienes, y también la herida que años atrás se le hizo
a nuestra Patria con tantas otras muertes. Es un libro de pérdidas, aunque
también creo que puede vislumbrarse en alguno de ellos un nuevo
nacimiento, una esperanza, después de tanto dolor.

15 — Además de la novela “La Tigra”, ¿tenés otros libros


inéditos?

PS — Tengo un libro de poemas que se denomina “Muda” —otro


título ambiguo si se quiere, pues se refiere a la falta del habla o quedarte sin
habla, y a su vez al cambio, a la mudanza de las cosas y de las personas—.
El libro es muy duro al inicio y luego se va convirtiendo en algo más
luminoso, en su travesía hacia el final.
Estoy terminando una novela breve, “Dos abuelas” y otro poemario
que como título provisorio lleva “Difícil decir que no”. Ah… y también
estoy escribiendo un libro de Qhabala, cuyos conceptos los vierte mi
profesora Beatriz Ulrich, y cuyo fin es que este Conocimiento pueda ser
comprendido y aprehendido por todo el que lo desee; que ya no sea
hermético ni para un grupúsculo de escogidos.

16 — Roberto Fernández Retamar se pregunta en una carta-


poema: “¿Qué le ocurre al novelista cuyos personajes, de pronto reales,
se ponen a vivir por su cuenta?” ¿Qué te ocurre, Patricia, cuando algún
personaje se pone a vivir por su cuenta?

PS —Te sorprende. Te sorprende muchísimo… y se los deja crecer.


No queda otra. Y luego estás maravillada por el rumbo que han tomado.
Esas criaturas se inventaron sus vidas ellas mismas. Y más tarde viene lo
contrario, los personajes que sobran en la historia, que no encajan en
ningún lado, que no van a ninguna parte y tenés que sacrificar. Es muy
triste, te lo aseguro. Es penoso. Me resisto… pero al final lo hago: elijo la
historia. Esos mueren y es difícil enterrarlos. Hago lo que sea para que
sobrevivan. En “La Tigra” por ejemplo, muchos personajes tuvieron que
quedar de lado… pero irán a cuentos. Es más, ya están en cuentos que aún
no he juntado para un volumen. Pero, y va otro ejemplo, tengo una novela
que transcurre en Uruguay —escrita a medias— y no sé que haré con ella y
su gente… y me resisto a perderlos de vista.

17 — ¿Qué relación existe entre obra y experiencia poética?


¿Son inseparables?

PS — Para mi son inseparables. Absolutamente. Porque


emocionalmente no tengo manera de separar las dos.

18 — ¿Influyó en algo tu trabajo de productora agropecuaria?

PS — Muchísimo. Los climas de mis obras —en general— están


traspasados por la naturaleza, por los animales, los árboles, el silencio, la
lluvia, el campo. Y a veces me pasa algo que no es del todo grato. Leyendo
novelas de autoras —en este caso argentinas—, veo que colocan cosas
incorrectas —sobre lo que se hace o pasa en el campo—, y esto me saca de
la historia y me cuesta volver a ella. En la que termino de leer, la autora
nombra en simultáneo al trigo, el girasol y la soja, como sembrados que
pueden ir a la par. Esto no es así. El trigo se siembra en invierno y cuando
se lo recoge se siembra la soja y puede sembrarse también girasol. Dice
también que con la brisa la soja oscilaba…; el trigo, quizá… y cuando larga
la espiga y oscila, es muy bello de ver. Pero nunca vi oscilar la soja.
En otra novela, un auto viejo se descompone y es tirado con una
soga, mientras sus ocupantes se trasladan a la camioneta que los auxilia.
¿Cómo va a ser guiado el auto descompuesto sin nadie al volante y
arrastrado por una soga? Hay cosas que para el que trabajó en el campo
son obvias. Abelardo Castillo, por ejemplo, tiene cuentos magistrales que
suceden en el campo, y escribe con una precisión y un rigor tal, que parece
que ha vivido allí.
Sé que no es fácil para alguien de la ciudad entender cómo funcionan
algunas cosas en el campo. Pero ahora con Internet la información está al
alcance de todos.

19 — ¿Cómo te resuenan las palabras “tributo”, “endeblez”,


“hipocondría”, “retahila”, “atrabiliario”, “bolonqui”, “disperso”?

PS — Tributo: homenaje ganado, bien merecido; endeblez: falta de


voluntad para vivir; hipocondría: lo que no tengo; retahila: madre pesada
que no termina nunca de quejarse ante sus hijos; atrabiliario: si es
sinónimo de mal carácter, esa no soy yo; bolonqui: lo que hay en mi
escritorio, aunque siempre me diga lo contrario; disperso: muchos de mis
días.

20 — Según he leído, Haruki Murakami habría opinado que


escribir una novela es un reto y escribir cuentos, un placer; que es la
diferencia entre plantar un bosque o plantar un jardín. ¿De qué otro
modo expresarías que escribir una novela es…, y escribir cuentos
es…?

PS — Escribir una novela —para mí— es meterse en un universo


que no sabés cómo se va a construir, ni qué resultado tendrás con él. No
definiría a un cuento como una escritura de placer pues a veces se hace
muy doloroso escribirlos, y otras veces dan muchísimo trabajo para que
queden como una quiere dejarlos. En cambio, en una novela si hay algo no
tan exacto no se nota en el conjunto: es como un río con afluentes, no
siempre baja limpio. El cuento es una isla o un lago, si queremos seguir con
la comparación del agua, y no debe tener meandros ni costas desprolijas:
delinearlo pensando en lo perfecto y acabado, aunque a veces no nos salga
tan así.

21 — ¿Qué —que puedas y quieras contar— te enorgullece? Y,


¿qué —que puedas y quieras contar— no te enorgullece?

PS — Me enorgullecen mis hijas, haberlas criado con los valores que


las crié. Lo que hice con y de mi vida, corrigiendo los errores a medida que
avanzo en el camino. Me enorgullece el esfuerzo que puse —y pongo— en
la pasión y la responsabilidad de la literatura, y en que cada obra no se
repita y pueda tener su propia voz. Las amigas que tengo y el empeño en
construir la amistad. Mi nuevo matrimonio y el viraje que di en la
concepción de la pareja. Me enorgullece la persona que he llegado a ser a
partir del desafío de mi búsqueda interior.
No me enorgullece la disputa entre hermanos, las pequeñeces o
miserias que a veces me descubro pensando, cómo malgasto el tiempo de
tanto en tanto. Tampoco me enorgullece criticar o pensar mal de la gente
(cosa que trato de enmendar) o algún brote de ira o malhumor, resabios que
limpio de inmediato no bien los diviso.

22 — ¿A qué escritores fallecidos —de todos los tiempos— te


hubiera gustado conocer en persona?

PS — A Manuel Mujica Laínez, exquisito diseñador de tramas e


historias. Poder quedarme mirando junto a él, desde “El Paraíso”, su casa
de Cruz Chica en la provincia de Córdoba, el paisaje maravilloso de las
sierras. Ahora que yo también tengo mi propio paraíso, voy caminando por
esas callecitas cerca de donde Manucho pasó gran parte de su vida, y me
pregunto por sus escritos —no valorizados aún como corresponde—, su
extravagante existencia, sus pasiones, su amor por la belleza. A Clarice
Lispector…: conversar de su mundo literario intangible, esotérico y
magnífico; a Cortázar, por supuesto, para charlar sobre Cronopios y Famas,
y sobre su visión del mundo que deja entrever misterios, vidas paralelas,
yuxtaposición de tiempos y personajes; a Irène Némirovsky para decirle
cuánta admiración tengo por su obra y por su valentía, y protegerla de los
asesinos, que primero la entregaron y luego la mataron a los 39 años, en un
campo de concentración. Es increíble que haya escrito semejante obra con
tan poca edad.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de
Santa Fe y Buenos Aires, distantes entre sí unos 467 kilómetros, Patricia
Severín y Rolando Revagliatti, julio 2015.
Graciela Maturo nació el 15 de agosto de 1928 en Santa Fe de la Vera
Cruz, capital de la provincia de Santa Fe, la Argentina, y reside en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Es Licenciada y Profesora en Letras
por la Universidad Nacional de Cuyo y Doctora en Letras por la
Universidad del Salvador. Fue Investigadora Principal del Consejo
Nacional de Investigaciones (CONICET) entre 1989 y 2003, y durante
varios períodos allí, miembro de la Comisión Evaluadora de Filología,
Lingüística y Literatura. Fundó en 1970 el Centro de Estudios
Latinoamericanos, en 1989 el Centro de Estudios Iberoamericanos de la
Universidad Católica Argentina y en 2009 el Centro de Estudios Poéticos
“Alétheia”. Fue directora de la Biblioteca Nacional de Maestros (1990-
1993) y pertenece a distintas instituciones: Asociación Argentina de
Fenomenología y Hermenéutica, Centro de Estudios “Eugenio Pucciarelli”,
Centro de Estudios Hispanoamericanos de Santa Fe, Asociación Argentina
de Estética, etc. De entre las numerosas distinciones recibidas, destacamos
el Premio Ensayo Provincia de Santa Fe (1967); Premio “Discepolín”
(1983); Premio “Esteban Echeverría” (1995); Premio al Mérito de la
Universidad de Zulia (2008); Premio de Honor de la SADE Sociedad
Argentina de Escritores (2008). Fue incluida en antologías nacionales y
latinoamericanas y poemas suyos han sido traducidos al francés, gallego,
griego e italiano. Algunos de sus libros en el género ensayo son “Claves
simbólicas de García Márquez” (1972; segunda edición ampliada en
1977); “Introducción a la crítica hermenéutica” (1983); “La mirada del
poeta. Ensayos sobre el conocimiento y el lenguaje poético” (1996;
segunda edición ampliada en 2008); “Marechal: el camino de la belleza”
(1999; Premio Fondo Nacional de las Artes); “La opción por América.
Ensayos sobre la identidad cultural de América Latina” (2009);
“Cortázar: razón y revelación” (2014); “La poesía. Un pensamiento
auroral” (2014). Publicó los poemarios “Un viento hecho de pájaros”
(1960; Premio “Laurel” 1958); “El rostro” (1961; segunda edición en
2007; Premio Municipal Mendoza 1960); “El mar que en mí resuena”
(1965; segunda edición en 2003; Premio de la SADE); “Habita entre
nosotros” (1968; Premio Bienal de Literatura 1965-1966); “Canto de
Eurídice” (1982; Mención de Honor de la Organización de los Estados
Americanos 1967); “El mar se llama ahora con tu nombre” (1993);
“Canto de Orfeo y Eurídice” (1996; Premio “Leoncio Gianello” de la
Asociación Santafesina de Escritores 1997); “Memoria del trasmundo”
(1996; segunda edición en 2000); “Cantata del Agua – Habita entre
nosotros” (2001). Además, en 2008, con prólogo de Enrique Corti, el
Fondo Nacional de las Artes editó su “Antología poética”, y en Venezuela,
con prólogo de Enrique Arenas Capiello, en 2009 se editó su “Bosque de
alondras. Obra poética, 1958-2008”. Con traducción de Pablo Urquiza fue
incluida en 2012 en el volumen “Santa Fe, huit poètes argentins / Ocho
poetas argentinos” y en 2015 apareció bilingüe su libro “El rostro / Le
visage” (ambos en París, Francia, a través del sello Abra Pampa Éditions).
1 — Tras nacer en Santa Fe, residiste en la actual Ciudad
Autónoma de Buenos Aires y en la provincia de Entre Ríos, y a los
dieciocho años en la provincia de Mendoza. Cuatro zonas. ¿Evocarías
para nosotros a la que fuiste hasta entonces?

GM — No sé a quién puede interesar mi vida personal, pero te digo


que pasé mi infancia, hasta los trece años, en Buenos Aires (ciudad que es
donde más he vivido, porque a los cuarenta de mi edad volví a vivir en ella,
hasta el presente). Pese a mi nacimiento en Santa Fe, fue la muerte de mi
madre el motivo de ese cambio de escenario para los años de la infancia.
Mi padre siguió en Santa Fe, como profesor de la Facultad de Ingeniería
Química, pero mi hermana y yo nos criamos en Buenos Aires, primero en
Parque Chas, después en el barrio de Versalles, del que recuerdo los bellos
jardines y el aroma de los tilos. Yo era una niña precoz, entré a la escuela
con cinco años, y después me hicieron saltear el tercero, porque estaba
adelantada. Inicié el secundario en el Liceo 2, junto al parque Lezica; tuve
excelentes profesores, algunos me llevaron hacia las Letras. Terminé el
secundario en Santa Fe, donde pasé la adolescencia compartida con el
Instituto del Profesorado de Paraná, en el que cursé dos años. A los
dieciséis conocí al entrerriano Alfonso Sola González, que me llevaba once
años y ya vivía por entonces en Buenos Aires. Cuando cumplí los
dieciocho nos casamos y nos fuimos a Mendoza. Si con mi padre descubrí
la ciencia, la música y la política, con Alfonso descubrí la poesía.

2 — Con Sola González (1917-1975), entonces, la poesía. Y


porque la he leído, fragmentariamente, en medios electrónicos, sé que
tenés una hija que, además de arquitecta, es también poeta (y
novelista): María del Rosario Sola. ¿Nos proporcionarías una
impresión sobre las poéticas de cada uno de ellos? ¿Tenés, Graciela,
otros hijos escritores o vinculados con algún quehacer artístico?

GM — En la Universidad de Cuyo hice mi carrera de Letras. Mi


marido dictaba las cátedras de Literatura Argentina. Conocí a Leopoldo
Marechal, que era su amigo y maestro. Lo invitábamos muy seguido a
Mendoza, y lo visitábamos al venir a Buenos Aires, como también a
Ricardo Molinari, Carlos Mastronardi, Oliverio Girondo, Olga Orozco.
Sola González era un poeta “del 40” y su poética era clásica y elegíaca, al
menos en sus cinco primeros libros. La Biblioteca Nacional ha publicado
su “Obra poética”, con el agregado de poemas inéditos, y se ve aflorar en
ellos nuevas modalidades, más coloquiales, incluso satíricas y
humorísticas. Sin embargo, su poética sigue, de fondo, ligada al
humanismo místico que caracterizó a aquella generación.
Entre mis hijos, que son seis (ya que lo has preguntado), ha habido al
menos tres que han escrito poesía. María Fernanda, que escribía poemas en
su adolescencia; Cristóbal Sola, que tomó la vía de una narrativa poética
(“En la otra orilla”, Ediciones Último Reino, 2004 y “En las viñas”,
Ediciones Culturales de Mendoza, en prensa) y Rosario Sola, que ha
publicado un libro de poesía (“El humo de los músicos”, Ediciones Ríos al
Mar, Paraná, Entre Ríos, 2000), una plaqueta de poesía (“Música de
invierno”, 1982) y una novela (“La luz de la siesta”, Ediciones El
Robledal, Salta, 1999).
Creo que Rosario recibió la influencia de su padre, pero su poesía
tiene su sello propio. La caracteriza la sed metafísica, y una gran riqueza
imaginaria. Ella ha formado parte del Grupo Último Reino, conducido a
partir de 1979 por Víctor Redondo. Mario Morales fue el maestro del
grupo, que se proclamó neo-romántico.

3 — Es apenas de refilón que supe que alentabas la creación de


cátedras de Poética. ¿Cómo deberían plantearse y desarrollarse?

GM — A partir de 1968 inicié una nueva etapa de mi vida en


Buenos Aires. Al poco tiempo me incorporé a la Universidad de Buenos
Aires, a la Universidad del Salvador y más tarde a la Universidad Católica
Argentina, y fundé un Centro de Estudios Latinoamericanos, que conduje
durante casi veinte años con Eduardo Azcuy. Desde todos esos lugares he
estado muchos años elaborando una teoría poética que necesariamente me
exigió revisar y discutir varios tramos de la teorización y la crítica literaria.
Advertí que la mía era una tarea muy pesada como para elaborarla
individualmente, y llamé a otros poetas y profesores, a filósofos,
antropólogos, etc., para conformar una corriente adversa al positivismo y al
nominalismo. Nos hemos apoyado en vertientes de la Filosofía moderna
como lo son la Fenomenología y la Hermenéutica.
Había que empezar por el cuestionamiento de nociones que se
impusieron en los estudios literarios —y que lamentablemente siguen
instaladas—, como, por ejemplo, la teoría del signo lingüístico, la teoría de
los signos o semiología, que de ella deriva, etc. Pienso que un poeta no
puede aceptar la definición de la palabra como aproximación arbitraria y
convencional de un significado y un significante. En fin, sería pesado
insertar aquí esa discusión, solo te digo que la corriente humanista que
encabecé, pretendió no solamente modificar los estudios literarios sino el
campo de las ciencias del hombre y de la cultura. Algo fuimos avanzando a
lo largo del tiempo; al viajar por varios países de Europa y América pude
advertir que fuera de la Argentina hallábamos un mayor interés y respeto
por estas cuestiones.
Ligado a esto se encuentra —y aquí voy a tu pregunta— que haya
propuesto por mi parte cierto desplazamiento desde la Estética a la Poética.
La Estética es una disciplina tardía en Occidente; ha sido elaborada, a mi
ver, desde la mirada del espectador de la obra de arte. La Poética es
anterior, y aunque algunos la consideren como una “ciencia del poema”,
tiene su punto de arranque en el acto mismo de la creación. Antes de hablar
del poema hay que hablar del poetizar, del sujeto poético, de su horizonte
de pensamiento. Porque la Poesía es un modo de pensamiento antes de ser
palabra. Un pensamiento que abarca la afectividad, la intuición, el sueño, la
imaginación, las experiencias no ordinarias de ciertos niveles de
conciencia.
Promover cátedras de Poética en las universidades es llevar la poesía
a sus fuentes espirituales y en consecuencia promover un cambio profundo
de perspectiva. Por mi parte he llevado esa propuesta a universidades
argentinas, colombianas, venezolanas, uruguayas. En la Universidad de
Congreso, una universidad privada de Mendoza, con el consenso del Rector
pude instalar en el 2013 la Cátedra Marechal, que, si bien está destinada al
estudio de la obra marechaleana, hace lugar, en general, a la Poética desde
la perspectiva aludida. También en la Universidad de La Plata, dentro de la
Cátedra de Cultura Andaluza que dirige el poeta Guillermo E. Pilía, hemos
creado el Aula María Zambrano, a través de la cual planteamos el tema de
la Razón Poética, impulsado por la pensadora española.
Podría hablar mucho más sobre el tema, pero sería abusivo. También
puedo remitir a varios de mis libros (personales y grupales). En otra
oportunidad, si te interesa, lo seguiremos profundizando.

4 — En una ocasión, acaso en 1985, en el taller de escritura de


Enrique Medina, tuve ocasión de compartir una reunión con el autor
de esa maravillosa novela que es “Zama”: Antonio Di Benedetto (1922-
1986). Además de haber estudiado su obra, lo has tratado antes y
después de su exilio.

GM — Fui gran amiga de Antonio Di Benedetto; lo conocí a poco de


llegar a Mendoza, alrededor del año ‘50, cuando iniciaba su carrera
periodística y literaria. Desde sus comienzos se revelaba como un autor
exigente, dueño de una mirada y un lenguaje propios. Alfonso (Sola
González) lo invitó a la Universidad de Cuyo, y desde entonces fue un
amigo de mi casa. En el ‘76 los militares lo pusieron preso; fue víctima de
absurdas acusaciones, y en los lugares de detención donde estuvo nunca
pude comunicarme con él. Tenía algunas noticias por medio de Juan-
Jacobo Bajarlía. Cuando logró ser excarcelado le aconsejaron irse del país;
se despidió por teléfono, y no quiso que fuera a verlo antes de partir. En sus
últimos años produjo obras muy singulares que echan luz sobre su
cautiverio.
Volvió en el ‘84, y estaba muy descontento del trato recibido por
parte de algunos funcionarios. Nos vimos varias veces; alcancé a invitarlo a
mi cátedra de Teoría Literaria en la UBA, y les habló a mis alumnos, pero
su voz debilitada no alcanzó a ser grabada. Antes de su regreso me había
elegido como prologuista de un volumen de “textos seleccionados por su
autor”, de Editorial Celtia. Yo le alcancé mi prólogo, que lo alegró. Murió
en el Hospital Italiano, después de un tiempo en estado de coma, poco antes
de aparecer el libro en el cual debí consignar su muerte. Antonio Di
Benedetto es uno de los grandes escritores argentinos, su obra está a la
altura de Juan Rulfo, de los mejores cuentistas y novelistas
latinoamericanos.

5 — Has dirigido las revistas “Azor” (Mendoza, 1960-1965) y


“Megafón” (San Antonio de Padua, provincia de Buenos Aires, 1975-
1989).

GM — Siempre estuve ligada a la poesía, fundando grupos,


colecciones, revistas. En Mendoza, alrededor del año 58, fundé el grupo
“Amigos de la Poesía” en el que intentábamos, con Elena Jancarik y Fanny
Polimeni, vincular a los poetas mayores de Mendoza, como José Enrique
Ramponi, Ricardo Tudela, Vicente Nacarato, y otros venidos de afuera:
Sola González, Abelardo Vázquez, César Mermet, con las nuevas
generaciones. De ese grupo nació la revista “Azor”, que tuvo cinco
números, vinculada a otros grupos de Buenos Aires y las provincias.
Promovimos cierto movimiento alrededor de la poesía, y creamos la
Colección Azor, donde se publicaron algunos libros. Marechal nos entregó
para ella, sus “Claves de Adán Buenosayres”, que publicamos a comienzos
de 1966, juntamente con los trabajos de Julio Cortázar, a quien por
entonces estudiaba, de Adolfo Prieto y el mío sobre esa novela.
La otra revista que dirigí es “Megafón”, que fue el órgano de
difusión del Centro de Estudios Latinoamericanos. El Centro tuvo su inicio
en 1970, y publicó un volumen grupal dentro de la “Revista de Filosofía
Latinoamericana”, en 1975, antes de presentar su propia revista
“Megafón”, impulsada por un franciscano que realizó una gran obra, Fray
Juan Alberto Cortés. Desde su nombre esa revista estuvo ligada al espíritu
marechaliano. No era ya una revista de poesía, aunque la tuvo siempre
como uno de sus ejes; pretendía canalizar estudios filosóficos, poéticos y
antropológicos dentro de una dirección humanista y americanista. También
participábamos en la conducción de la Editorial Castañeda, donde
publicamos cuatro obras de Marechal, tres de ellas inéditas. La revista y
las ediciones tuvieron mayor difusión en otros países que en la Argentina,
que atravesaba los años del Proceso Militar. Ahora han comenzado algunos
estudios sobre esas actividades, que, si bien concluyeron de modo
institucional, prosiguen siempre en otras formas, bajo otros rótulos. No
pudiendo con el genio, hace unos años volví a crear un nuevo centro de
estudios con otro grupo de poetas: el Centro de Estudios Poéticos Alétheia,
que ofrece cursos y conferencias en distintos lugares.

6 — Saber que estás preparando una edición anotada, crítica de


“Rayuela” para la Academia Mexicana de la Lengua, me impulsó a
buscar en mi biblioteca el volumen homenaje titulado “Cortázar”
(Fundación Internacional Argentina, Buenos Aires, 2004), el cual
incluye tu ensayo “Julio Cortázar: la creación como goce y aventura”.
Fuiste amiga de él. ¿Qué es posible que compartas de aquel vínculo con
nosotros hoy, ahora?

GM — A Cortázar empecé a leerlo muy joven, a mi llegada a la


Universidad Nacional de Cuyo, donde estudié. Habían pasado casi dos años
desde su retiro de esas aulas, por razones políticas; yo venía a descubrir los
apuntes y la fama del joven profesor de Literatura Francesa, melómano,
integrante de un grupo de aficionados al jazz, amigo del helenista Ireneo F.
Cruz, con quien hablaban de “mancuspias” y otros delirios. Todo se
enlazaba en una trama: Cruz había sido profesor de Griego, en las aulas de
Paraná, de Sola González, Diego Pro, Ricardo Pantano y otros discípulos
que lo acompañaron después en su gestión como Rector de la UNCU,
designado por el presidente Perón. Éste es el nudo del apartamiento de
Cortázar, y a la vez, de nuestra llegada a Mendoza. Por mi parte, joven
alumna de Letras, me puse a leer al disidente Cortázar, que ya publicaba
cuentos y había escrito su escolio sobre la “Oda a una urna griega” de John
Keats, un trabajo ejemplar de comentario poético que luego expuse en la
Universidad de Buenos Aires. Esto habla de mi temprana independencia
política, que he tratado de mantener a lo largo de toda mi vida. No se
confunda esto con una falta de compromiso político, sino con la convicción
de que la creación y la vida intelectual deben ser libres, y no estar al
servicio de ningún poder.
Cortázar es entre nosotros el máximo ejemplo de la Razón poética
que perseguí y elaboré en distintas instancias, compartiendo sus mismas
fuentes. Mi primer trabajo crítico fue tema de una tesis doctoral no
defendida en su momento (me doctoré con otra tesis), pero sí publicada por
ECA en 1967: “Proyección del surrealismo en la literatura argentina”.
(Ahora se reedita, ampliada, con el título “El surrealismo en la poesía
argentina”). Nadie se ocupaba por entonces —los años 59, 60— de este
tema. Quiero decir que estaba preparada, por mi conocimiento de Cortázar
y del Surrealismo, para comprender una obra como “Rayuela”, novela
surrealista, súper-realista, que venía a demoler la novela literaria, y la
literatura misma. A partir de ese libro decidí iniciar una investigación sobre
toda la obra de Cortázar. Sola González, que no lo trató personalmente,
había compartido con él ámbitos de reunión, amigos y revistas, en los años
de Buenos Aires; él me dio a conocer la revista “Huella”, dirigida por
Castiñeira de Dios, donde se había publicado en 1941 el artículo
“Rimbaud”, firmado por Julio Denis, aquel seudónimo de Cortázar.
Solo me quedaba escribirle al Consulado argentino en París: así se
inició nuestro diálogo, después proseguido en forma personal, del cual
quedan sus 36 cartas, publicadas en los tomos de su correspondencia y en
mi último libro sobre el autor, “Cortázar: razón y revelación” (2014). Allí
las he incluido, superando largos años en que hacerlo me parecía un gesto
ególatra.
Para mí “Rayuela” sigue teniendo plena vigencia. Discrepo de la
opinión difundida de que Cortázar “cultiva el mito burgués del artista”,
frase que suena despectiva e incomprensiva de su mundo. A no ser que
admitamos positivamente como “mito” la larga consideración del artista
(consideración que fue órfica, trovadoresca, renacentista, romántica,
simbolista, surrealista) como iluminado y maestro. Vicente Huidobro ha
repetido una frase de Ralph Waldo Emerson: “El artista es el sabio
verdadero”, y por mi parte la suscribo sin caer en excesos. “Rayuela”, por
vías oblicuas y humorísticas, apunta a esa zona, que sigue guardando su
reserva para oídos poéticos; espero que mi edición sirva al menos para
señalar ese rumbo de lectura.

7 — Del poema “Junio 1968” de Jorge Luis Borges, seleccioné


estos tres versos: “(Ordenar bibliotecas es ejercer, / de un modo
silencioso y modesto, / el arte de la crítica.)” Primero: ¿qué opinás de la
afirmación? Segundo: ¿cómo ordenás tu biblioteca y qué estarías, a tu
modo, ejerciendo?

GM — Ordenar una biblioteca es algo hermoso; aunque el desorden


puede tener su belleza, siempre existe algún grado de orden para que ella
exista. No creo que sea solo el arte de la crítica el que propone un cierto
orden a una biblioteca: es también el amor, la proximidad con ciertos
autores, el reconocimiento de familias espirituales, como puede ser la que
forman Emanuel Swedenborg, Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire, Arthur
Rimbaud…
Cuando uno trabaja la biblioteca se desarma, se desordena, solo están
ordenadas pulcramente las bibliotecas públicas. Fui durante tres años
directora de la Biblioteca de Maestros, del Ministerio de Educación.
Leopoldo Lugones, hasta su muerte, la había dotado de libros muy valiosos
relativos a la época colonial; quise hacer un catálogo comentado, pero no
hubo tiempo, cuando me otorgaron el subsidio ya estaba dejando la
biblioteca.

8 — ¿Cómo han operado en vos las influencias de determinados


autores en tu propia poética? ¿Hay que darles paso?

GM — Por supuesto, hay que darles paso. Más que de influencias yo


hablaría de afinidades, como la de Cortázar con John Keats, por ejemplo.
Nunca hablo de un “deber ser” de la poesía; cada autor vive la experiencia
poética a su manera, hay quienes tienen como punto de partida la
experiencia personal, y otros parten de experiencias de lectura. Me cuento
más bien entre los primeros, pero he tenido grandes maestros a los que he
releído constantemente. Mi “poética”, si no suena presuntuoso hablar de
ella, es bastante clásica, sobre todo en una primera época. Puedo admitir
ecos de Garcilaso de la Vega, Gabriel Bocángel, Luis de León, como
también de Enrique Banchs, Mastronardi, los poetas del Cuarenta, Olga
Orozco. En los últimos años escribí poemas más coloquiales, pero siempre
he seguido fiel al ritmo, a cierta musicalidad del verso.
A los poetas hay que leerlos en su idioma; he leído a los románticos
franceses, a los simbolistas, los surrealistas. El surrealismo me interesa más
como una propuesta filosófica que como modelo de poesía.

9 — ¿Creés que la teología y la metafísica, como pensaba la


escuela de Frankfurt, también son literatura fantástica? ¿La mística
ha influido en la literatura fantástica?

GM — Estoy muy lejos de lo que piensa la escuela de Frankfurt.


Puedo escucharlos cuando hablan de economía o de política, pero a mi ver
no han tenido gran afinamiento para apreciar la poesía, y tampoco la
mística. Por eso esas disparatadas afirmaciones de que la teología y la
mística son literatura fantástica. Solo puede hacer esas afirmaciones un
racionalista extremo, o un positivista, para quien la verdad surge de la
ciencia empírica (y aun en este caso, se trataría de la ciencia del siglo XIX,
porque la ciencia del siglo XX ha superado la contraposición
materia/energía y mostrado la legitimidad de un pensamiento de opuestos).
La literatura fantástica moderna nació en tiempos del positivismo.
No era exactamente una reproducción del cuento folklórico, que siempre
presentó casos maravillosos, milagrosos o simbólicos; obedecía a la
mentalidad del escritor moderno, dubitativo entre la demitificación
científica y su propia intuición de la realidad. El autor fantástico abogaba
secretamente, en el siglo del positivismo, por otra realidad física, psíquica
y antropológica, pero su labor queda como un devaneo estético, que
produce la fruición del lector sin que se piense en una relación de la obra
fantástica con la realidad.
El siglo XX trajo transformaciones muy profundas en el campo de
las ciencias y de la filosofía. En el campo de la filosofía, se produjo una
revolución significativa con la fenomenología de Edmund Husserl, su
descendencia en la Fenomenología Existencial (Martin Heidegger, Jean-
Paul Sartre) y otras secuelas importantes que han influido en las
vanguardias y el surrealismo. Para decirlo de alguna manera simple, se
valoriza en la filosofía un saber de experiencia, apartado de las ideologías,
y sobreviene desde el campo filosófico una valoración del pensamiento
poético, al que María Zambrano llama Razón Poética.
Estas son las regiones entre las cuales me muevo desde hace muchos
años, y he producido varios libros teóricos en esta línea: “La mirada del
poeta”, Corregidor, 1996, y 2ª edición ampliada, 1997, por Amargord,
Madrid; “Los trabajos de Orfeo”, 2008, Universidad de Cuyo, Mendoza;
“La poesía. Un pensamiento auroral”, Alción, 2014, Córdoba.
En cuanto a la mística, habría mucho que hablar; tendríamos que
dedicarle otra entrevista. Por ahora te digo que el conocimiento místico está
en la base de todas las religiones, pero también del arte y de los
descubrimientos científicos.

10 — Te voy a formular, adaptándola, una pregunta que


oportunamente Antonio Jiménez Paz le extendiera al poeta David Eloy
Rodríguez: ¿Cada libro tuyo de poesía publicado es una aventura
independiente o por sus contenidos y estructura formal los considerás
relacionados unos con otros, como un todo, una progresión manifiesta
de la poeta Graciela Maturo?

GM — Considero más apropiada a mi poesía la segunda opción.


Paralelamente con la vida se desarrolla la poesía, al menos en mi caso.
Nunca me he preguntado, para el caso de la poesía, sobre qué voy a
escribir, porque la poesía no tiene “temas”. Desenvuelve un no-saber,
expresa las inquietudes y preocupaciones del alma en el mundo. Y tampoco
cabe preguntarse sobre la estructura formal, porque ella surge
espontáneamente, de acuerdo con lo anterior. Por supuesto, no hay que
tomar esto al pie de la letra. Comprendo que en algunos casos se pueda
elegir el modo de la escritura: componer una elegía, una balada, un haiku,
un soneto, demanda un conocimiento de formas dadas, una cultura del
verso que no todo poeta tiene. Por mi parte no he escrito sonetos, pero los
estimo muchísimo.
11 — Te constará que hay, digamos, “endebles” poetas o
versificadores, que tienen, sin embargo, buenas lecturas, que son
admiradores de poetas “sólidos”. ¿Qué creés que les sucede?

GM — Ya te dije, respondiendo a otra pregunta, que para mí la


poesía no nace —o no nace solamente— de la lectura. No basta con leer a
buenos poetas cuando no existe en alguien una movilización espiritual e
intelectual. Por eso digo siempre que la poesía no empieza en la página. Es
el vivir del poeta, desde la intensidad de sus percepciones, emociones e
ideas, el que genera un cierto “pensamiento” singular, ligado a imágenes, a
ritmos, que reclaman ser proferidos o comunicados. Por eso, más que
hablar del poema o de sus rasgos propios, prefiero hablar del poetizar, del
vivir poético.

12 — En la contratapa de su libro “Fractal”, Luis Benítez


reflexiona: “El cuidado de la unidad de estilo ha sido entendido como
aspiración, como logro del autor, como madurez de su obra. Pero, sin
embargo, cuando llega a su apogeo sólo tiene como futuro el decaer.
Ello, porque ya no puede ofrecer el espectáculo de un dinámico
desenvolverse, mutarse, metamorfosearse y, en consecuencia, lo que hace
es detenerse.” ¿Qué te suscitan estas líneas? ¿Es algo que te has
planteado?

GM — No, nunca me lo he planteado, porque creo profundamente


en el estilo como la forma propia y adecuada de ese pensamiento poético
del que he hablado. Y lo llamo pensamiento sin confundirlo con el
pensamiento racional.
Para mí la causa de la pobreza poética advertible en los últimos
tiempos —aunque sean muchos más los que escriben y publican—
proviene de que escriben desde una posición muy racionalista, que no
permite aperturas o revelaciones. Jorge Enrique Ramponi, de quien fui
amiga, hablaba siempre de un “estado de canto”, una cierta alteración de la
conciencia habitual que no siempre se daba, pero cuando ella existía
promovía la palabra rítmica, la proliferación de las imágenes, la riqueza de
la visión poética y, en consecuencia, del estilo. Preguntarse por el estilo
desde la pura racionalidad es quedar fuera de lo poético.
Por supuesto, más allá de la propia voluntad, se dan en cada uno de
nosotros ciertos cambios de expresión, acordes con los cambios interiores.
Y también, a cierta altura de la vida, podemos reconocer la persistencia de
muchos rasgos. Un habla, un “idiolecto” como dicen los filólogos, una
cierta manera de mirar, una fidelidad a recuerdos o predilecciones
infantiles, etc. En ese reconocimiento nos vamos afianzando, y hallando
parentesco con otros escritores, a los que citamos y amamos.

13 — ¿Algo que pudieras denominar “presentimiento”, te parece


que pudo inducirte a concebir una obra?

GM — Sí, desde luego que sí. Ya habrás visto, desde el comienzo


del diálogo, que no me caracterizo por la defensa conceptual de la actividad
creadora, sino todo lo contrario. De modo que presentimiento, sueño,
visión, experiencias insólitas, todo ello forma para mí un bagaje personal
que se relaciona con mi poesía. Más aún, he cultivado un pensamiento
teórico —en cátedras, en espacios académicos o de investigación— que
reconoce un ida y vuelta desde lo poético a lo filosófico. Esto quiere decir
que he aceptado las posibilidades de una Razón Poética expandida en la
vida universitaria, desde la poesía. Es la gran discusión pendiente en las
aulas, en las Academias. La Poesía, la Filosofía, la Ciencia, ¿deben seguir
siendo compartimentos estancos, sin comunicación entre sí, o existen
posibilidades de establecer puentes entre ellos, para un conocimiento del
siglo XXI, sin pérdida de la especificidad y rigor de cada uno de ellos?

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Graciela Maturo y Rolando Revagliatti, julio
2015.
Liliana Ponce nació en 1950 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la
Argentina. Egresada de la carrera de Letras por la Universidad de Buenos
Aires, efectuó estudios de posgrado de lingüística y semiología, así como
de la escritura, la literatura y las religiones de Japón, en especial el
budismo. En ese marco, colaboró como investigadora adscripta en la
Sección de Estudios Interdisciplinarios de Asia y África (UBA, 1993-1997)
y fue editora y partícipe del volumen “El teatro noh de Japón” (tsé-tsé,
Buenos Aires, 2002); tradujo “Mishima-Kawabata. Correspondencia”
(Planeta, Buenos Aires, 2003), y poesía clásica japonesa. Publicó
numerosos artículos sobre teatro y literatura de Japón en revistas literarias y
de arte, como “Estudios de Asia y África”, “Cuadernos de AUN”, Revista
de Arte “Canecalón”, Revista “Siamesa”, “La Ratonera. Revista Asturiana
de Teatro”. Ha dictado conferencias y seminarios: citamos “Introducción a
la poesía clásica de Japón” (Fundación Nancy Bacelo, Montevideo,
Uruguay, 2012), “Japón: escritura, poesía y poética” (Centro Cultural
Enjambre, Buenos Aires, 2013). Participó en congresos nacionales e
internacionales (México, Chile, Brasil, Costa Rica). Es miembro activo de
ALADAA (Asociación Latinoamericana de Estudios de Asia y África) y
miembro adherente de la Fundación Instituto de Estudios Budistas (FIEB).
Está incluida como investigadora del área en el “Directorio de Estudios
sobre Japón en Hispanoamérica” (Japan Foundation, 2005). Publicó los
poemarios “Trama continua” (Primer Premio Fondo Nacional de las Artes,
Corregidor, Buenos Aires, 1976), “Composición” (Último Reino, Buenos
Aires, 1984), “Teoría de la voz y el sueño” (tsé-tsé, Buenos Aires, 2001) y
“Fudekara” (tsé-tsé, Buenos Aires, 2008). Integra las antologías
“Antología de la poesía argentina” (Casa de las Américas, Cuba, 1999),
“Poesía erótica argentina” (Manantial, Buenos Aires, 2002), “Mandorla
8. New writing fron the Americas” (Illinois State University, 2005),
“Antología de poetas argentinas. 1940-1950” (Ediciones del Dock, 2006),
“Poesía manuscrita” (volumen 2, Buenos Aires, 2009) y “200 años de
poesía argentina” (Alfaguara, Buenos Aires, 2010); traducida al francés,
participó de “Voix d’Argentine” (París, Francia, 2006).

1 — ¿Considerás que hubo algo determinante en tu infancia


respecto de tu visión del mundo y de la poesía?

LP — Supongo que sí, las vivencias de la infancia son


fundamentales en los seres humanos. En mi caso fue muy determinante el
interés de mi padre por la literatura, diría clásica; mi madre, a su vez, tenía
un sentido estético que aplicaba a lo cotidiano, las rutinas más simples. La
atención a la naturaleza seguramente fue influencia de mi abuela, a través
del jardín que cuidaba respetando las estaciones y la armonía, y de mi
abuelo, que tenía una pequeña huerta doméstica.

2 — Tus últimas dos frases de un reportaje que te hiciera Alicia


Smolovich en 2002, han sido: “Yo aspiro que el poema sea algo en sí
mismo, no sea la expresión de una emoción. No escribir sobre algo,
escribir eso.” Trece años después, ¿podrías añadir…?

LP — Sí, reitero esa concepción. Siempre sentido y forma son una


unidad a trazar, a plasmar, algo difícil de explicar. Porque para mí es
siempre escribir “desde”, no “sobre”: cómo hacer de cierta experiencia, una
experiencia de escritura.

3 — ¿Algo sobre tus preferencias musicales…?

LP — Fascinación por algunos temas de Nirvana —“Smell like teen


spirit”, “Lithium” —, porque escucho sobre todo música contemporánea,
en especial rock cantado en inglés y en sus diversas vertientes: U2, REM,
The Cure; más atrás, Nico, Bob Dylan, Patti Smith, Leonard Cohen; más
cerca, Amy Whinehouse, Jack White, Jake Bugg… La lista puede ser
tediosa.

4 — Un poema tuyo se titula “A Jorge García Sabal”. Haber


leído y releído varios libros suyos me inclina a pedirte que lo evoques
(si es que has tratado a este poeta argentino nacido en 1948 y fallecido
en 1996) y a que te refieras a su poética.

LP — Ese poema está basado en un sueño, sutil y emotivo, que tuve


con Jorge. Teníamos gran empatía, en muchos sentidos. Lo traté en la
época de lecturas en que participábamos activamente los poetas
relacionados con Ultimo Reino, y al terminar, algunos nos reuníamos a
cenar, a veces en su departamento de la calle Virrey Liniers. En cuanto a su
poesía, la encuentro expresión de una profunda mirada sobre el transcurrir
humano, el devenir del tiempo, pero en imágenes que siempre se leen en
música y su silencio —don que me parece un verdadero misterio.

5 — ¿Cuáles son tus escrituras “insufribles”?

LP — Mi respuesta puede resultar “literariamente incorrecta”, pero


no me interesa, no le encuentro el punto de contacto poético a la poesía de
tipo épico, o a la que sigue un plan “macro”, como “La divina comedia”,
de la que puedo leer con placer algunos versos pero que nunca disfruté o
logré sumergirme íntimamente. En las antípodas, tampoco me interesa la
poesía contemporánea que se centra en el lenguaje coloquial o vulgar, que
hace de cada gesto banal un poema —lo considero falta de compromiso
artístico, carencia de sensibilidad; aunque estas observaciones, por
supuesto, no se refieren a la poesía experimental o las innovaciones
respecto de los sonidos, los espacios de la página, etc.

6 — ¿Es posible que nos ilustres respecto del lugar de la poesía


en el desarrollo artístico del período medieval en la historia de la
literatura japonesa? ¿Lo ligarías con quienes cultivaron la forma de
versos encadenados o poemas de 31 sílabas, etc.?

LP — El acercamiento a la poesía japonesa es de por sí complejo.


Aunque estudio el sistema de escritura y aspectos teóricos del género, creo
que la inmersión en la cultura nipona me dará siempre resultados limitados.
Respecto a la pregunta, comento brevemente que Japón, desde tiempos
bien lejanos, reunió en sucesivas antologías poéticas (generalmente con
apoyo y participación imperial), textos de autores reconocidos. La primera
fue el Manyoshû (siglo VIII), a la que siguieron Kokinshû (siglo X) y
Shinkokinshû (siglo XIII). Y en este proceso fue fundamental el camino
que iría tomando la escritura: de hacerlo directamente en chino, se pasó a
escribir en chino con valor fonético hasta combinar los logogramas chinos
(kanji) con el sistema silábico hiragana. Pero el uso de versos alternados de
5 y 7 sílabas (también impronta de la poesía china) fue común a todas las
producciones. Entre el waka (primero denominación para la poesía escrita
en japonés y luego sinónimo de tanka —poema corto de 31sílabas—), el
renga o poemas encadenados y el haiku (término más moderno), derivado
o desprendido del haikai, hay un hilo conductor. Porque en la poesía
japonesa la clave es la medida y no la rima. La literatura antigua y la que
podríamos llamar “medieval” (etapa de gobiernos militares, los
shogunatos), era elitista, solo los integrantes de la nobleza o los cortesanos
tenían acceso al conocimiento de la lectura y la escritura; los poetas del
haiku (a partir del siglo XVII), fueron en general artistas más populares y
testimoniaron la práctica religiosa (el budismo, especialmente) como
vivencia y no tanto como tema del canon. Pero tópicos como la
impermanencia, la fugacidad de la vida, y el ciclo de las estaciones,
establecen realmente una línea de continuidad.
7 — Cuatro fueron los volúmenes editados de “Poesía
manuscrita”. ¿Quiénes promovieron la realización, qué opinás sobre la
iniciativa?

LP — Las antologías las organizaron Laura Mazzini y Germán


Weissi; yo fui invitada por Germán, a quien conocía de diversos ámbitos y
con quien había compartido una residencia poética en el Viejo Hotel
Ostende, junto a Jimena Repetto y Valeria Iglesias, convocados por Pablo
Correa. Me pareció interesante que los autores expusieran poemas con su
letra manuscrita, ya que nada se compara con el trazo así escrito; pero para
mí fue continuidad con mi forma de escribir originales: siempre, siempre,
escribo a mano —la computadora viene después.

8 — Tu primer poemario aparece en 1976, ocho años después el


segundo, unos diecisiete años más tarde el tercero, y a los siete años el
último. ¿Qué te fue “sucediendo” entre uno y otro?

LP — Mi necesidad y mi práctica siempre es la escritura, la


publicación nunca me resultó urgente y cuando se dio, siempre fue por
impulso de algo externo: “Trama continua” fue consecuencia del Premio
Fondo Nacional de las Artes; “Composición” por el estímulo de Víctor
Redondo, poeta y editor de Ultimo Reino; y “Teoría…” y “Fudekara”, por
la insistencia y el aliento de Reynaldo Jiménez, poeta y editor de tsé-tsé. Se
corresponden con distintas etapas de mi vida, pero no conforman lo único
que escribí en esos períodos. Comentarios o explicaciones de cada libro los
dejo a los lectores. De lo publicado, el único que respondió a una
intencionalidad fue “Fudekara”, que participa del género “diario” poético
y la secuencia se dio en tiempo real. Escribo desde la adolescencia diarios
de diferente índole y como registro de determinadas experiencias, aunque
espero tener la suficiente frialdad para destruir muchos de ellos, que me
parecen anodinos, quejosos, sin valor literario.

9 — Es a alguien que está interiorizada del Teatro Noh a quien le


pregunto, ¿qué dramaturgos —de todos los tiempos— de Japón y del
resto del mundo preferís y porqué, como lectora y como espectadora?
LP — He investigado el teatro noh, algo de kabuki y de bunraku
(teatro de marionetas), géneros desarrollados en el período clásico. Pero no
me considero una experta en teatro japonés, de hecho, no conozco a
dramaturgos de otros períodos o contemporáneos. Aunque podría señalar
que las obras de Zeami Motokiyo, autor emblemático de noh, y las de
Chikamatsu Monzaemon, en bunraku y kabuki, son una puerta al misterio
de temas, recursos e intertextualidad que pueden abrir un horizonte nuevo
para muchos lectores; de todos modos, numerosos teatristas occidentales
del siglo XX ya han reconocido sus valores y abrevaron en esta
dramaturgia. Respecto a la segunda parte de tu pregunta, considero a
William Shakespeare —más allá de su discutida existencia y autoría—
como el punto más alto de los autores teatrales, en obras como “Macbeth”
y “Hamlet” hay una tensión dramática y poética que me conmueve en cada
relectura.

10 — ¿Qué libro te convirtió en lectora? ¿Qué escritores te


convirtieron en escritora?

LP — Leer y escribir siempre se me presentaron como procesos


paralelos. Diría que cuando terminé de leer por primera vez “Alicia en el
país de las maravillas” (tendría ocho o nueve años) ya empecé a “emular”
el texto escribiendo un relato, aunque luego encontré mi camino en la
poesía. Si tengo que nombrar a autores que me marcaron profundamente,
elijo entre una lista extensa a Arthur Rimbaud (mucho más que Charles
Baudelaire), Marcel Proust, Franz Kafka, Shakespeare, Henry David
Thoreau, y en nuestra lengua, a Leopoldo María Panero, Juan L. Ortiz y
Macedonio Fernández.

11 — ¿Cómo sopesás la relación entre lo literario y lo


audiovisual?

LP — En esta pregunta encuentro dos niveles de respuesta. Por un


lado, cualquier poema impreso se manifiesta como audiovisual: leerlo atañe
al oído y afecta a la vista a través de líneas y espacios en la página, con
todas las observaciones que podamos hacer en cada caso. Pero por otro,
está el uso explícito de esos medios en la conformación de un poema, como
se da en el video-poema u otras formas contemporáneas. Me parecen
válidos, aunque considero que son formatos más exigentes para dar el salto
necesario, lograr una unidad, y no caer en la ilustración o la simple relación
imagen-texto. Podría ser un proyecto a futuro incursionar en este campo.

12 — ¿Te ha sucedido que algún poeta te envíe textos de él


solicitándote que le des tu “más honesta y cruda opinión” y que cuando
la recibe, no preponderando la alabanza, se defienda alegando esto o
aquello, o escuetamente saludándote con un “gracias por su
franqueza”?

LP — Pocos poetas me han dado a leer sus originales, y si hice


observaciones, fueron algo menor, algún detalle, ya que creo que es el autor
quien debe revisar, corregir, abandonar. Y por eso mismo nunca di talleres
literarios. Pero, claro, es un punto de vista personal.

13 — Imagen, música, danza: fanopeico, melopeico, logopeico:


Ezra Pound y sus tres categorías. ¿Pareceres sobre ellas? ¿Cómo las
aplicarías respecto de tu poética?

LP — La clasificación de Pound me parece interesante, sobre todo


cuando uno quiere analizar o comentar un poema. Pero creo que, si un
poema alcanza cierto grado de logros, los tres niveles estarán integrados.
Me inclino a encuadrarme con foco en la categoría de logopeico, aunque no
sé si será así para mis eventuales lectores.

14 — ¿Suelen mezclarse tus recuerdos? ¿Sos memoriosa?

LP — Repito siempre que no tengo memoria narrativa, lo que es un


problema para dar clases —olvido fácilmente argumentos de novelas o
películas, así como la secuencia de situaciones vividas. Mi memoria es
básicamente emocional: si alguna escena o situación me impacta, entonces
queda como huella, muchas veces desencajada de su marco. Pienso en que
habrá una balanza: el que recuerda la hilación abandona el detalle o la
fuerza de la imagen. Pero ser memorioso puede ayudar a reconstruir
experiencias, partes de la historia. En el transcurso de los años tuve
oportunidad de conocer a mucha gente: escritores, poetas, artistas plásticos,
y, sin embargo, no podría armar un relato auténtico de esas vivencias, lo
que lamento realmente.

15 — ¿Pensás que una traducción es también una obra de


creación? Entre trabajar literalmente y tomarse la libertad de alejarse
del texto, de interpretarlo, ¿cuál te parece que debería ser la actitud
del traductor de poesía?

LP — Me inclino siempre, y valoro más, la traducción literal. Pero,


obviamente, aparecerá ante el juicio del traductor un espectro más o menos
amplio de opciones: sinónimos, la organización sintáctica…, y allí entran a
jugar aspectos fónicos, ritmos, usos del habla. Es necesario atender esos
aspectos, que, si son válidos para cualquier texto, en poesía se hacen
imprescindibles. Las ediciones bilingües dan un aliento de confianza,
aunque sea por la sola presencia del texto original. El traductor es un
creador, pero en un nivel distinto a como lo es el autor, y se apodera de la
fe del lector cuando no conoce esa otra lengua.

16 — Percy Bysshe Shelley es quien, probablemente —mi fuente


no es precisa— dejó asentado: “La ética ordena los elementos que la
poesía ha creado. La poesía actúa en otra forma divina. Despierta y
expande la mente para hacerla un receptáculo de las miles de
combinaciones que puede tener el pensamiento.” ¿Tu reflexión?

LP — No incluiría a la ética ni a lo divino en definiciones sobre arte


o poesía. ¿La lengua nombra a un objeto existente, expresa el sentido de un
pensamiento o, inversamente, se crea una realidad al ser nombrada? La
posibilidad de distinguir significado y significante es uno de los planteos
más interesantes de la lingüística del siglo XX, que roza filosofía y hasta
ciertas líneas del psicoanálisis. Me quedo con los interrogantes. Y ahora
que recuerdo, hace unos años escribí para una publicación de Costa Rica, a
pedido del poeta y teatrista Álvaro Mata Guillé, un trabajo sobre Ética y
Literatura (aunque nunca supe si el texto vio la luz).

17 — Imagino que tendrás uno o más poemarios inéditos. Y,


además, ¿prevés publicar algún volumen que reúna tus ensayos?
LP — Tengo mucho material inédito, pero no organizado en libros o
poemarios, aunque sí hay grupos de poemas que corresponden a un ciclo o
a determinada experiencia. También tengo material que fue publicado
solamente en revistas o antologías, que quizás podría formar parte de algún
libro. Respecto de los ensayos, me han sugerido que los publique; pero son
de distinto tono y contenido porque fueron escritos para diferentes
circunstancias: exposiciones en congresos académicos y literarios, o
presentaciones de libros, por ejemplo. Por eso, creo que habría que
revisarlos.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en el barrio de
Flores, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Liliana Ponce y Rolando
Revagliatti, julio 2015.
Sonia Rabinovich nació el 5 de marzo de 1955 en Córdoba, donde reside
—Barrio Villa Belgrano—, capital de la provincia homónima, la Argentina.
Es Profesora y Licenciada en Letras Modernas (1975) por la Universidad
Nacional de Córdoba. Desde 1984 coordina talleres de creación literaria.
Dictó seminarios sobre Julio Cortázar, Clarice Lispector, Roberto Juarroz,
Alejandra Pizarnik, Jorge Luis Borges. Participó en congresos, festivales,
simposios efectuados en su país, así como en España y Estados Unidos. En
diarios y revistas nacionales —“La Voz del Interior”, “Alguien
Llama”…— y extranjeros —“Movimiento Actual” de México, “El
Alambique” de España, “Orizont Literar Contemporan” de Rumania—, y
en antologías y volúmenes compartidos, fueron difundidos sus poemas y
ensayos. Entre 1989 y 2013 aparecieron sus poemarios “Palabra de
mujer”, “Poemas para conjurar el miedo”, “Late Jerusalem” (con
pinturas de Carlos Alonso), “Versión libre del paraíso” (2º Premio
“Fundación Argentina para la Poesía” 1999), “Los nombres de la herida”
(2º Premio Concurso Nacional “Luis de Tejeda” 2002), “Escrito en la
espalda”, “La barca de las especias” y “Mujeres rotas” (Mención
Concurso Nacional “Luis de Tejeda” 2011).

1 — Apuntando a nuestros lectores más remotos, Sonia, ¿nos


hablarías de tu ciudad (y de vos en ella), de aquella capital de los
sesentas y de los setentas? Además de residencial, ¿cómo es Villa
Belgrano?

SR — Córdoba es mi lugar en el mundo, más allá de haber nacido


acá; experimenté al volver de algunos viajes que no me gustaría vivir en
otro lado; lo digo puntualmente en un poema que fue escrito en una de esas
ocasiones: “Camino mapas y vuelvo desalmada/ a buscar entre tus brazos/
calicanto y neón para el amparo // envuelvo mi nostalgia en el infierno de
árbol/ que es Saldán a esta hora de las ganas/ cuando las arrugas del
agua/ trepan el muslo templado de la piedra/ y seducen su mítico
cansancio // Me dejo llevar impresionista hasta Van Gogh/ pintando la
hojarasca en jarrones de sueños/ por las siestas junto a Villa Belgrano/…
Cómo saber por qué todo me llama/ si es una plaza un cielo una cañada/
con un hilo de voz como la mía/…”
Dentro de la misma capital de la provincia me mudé de casa varias
veces, sin embargo, me siento perteneciente a Villa Cabrera, barrio donde
transcurrió mi infancia y adolescencia, y al que llegué cuando era casi
campo y donde ni siquiera el ómnibus del jardín de infantes entraba. De
aquella primera vida, dentro de todas las que viví, recuerdo el río cerca y
las incursiones por las siestas con mis amigos, botella en mano buscando
mojarritas, mientras los adultos dormían. La felicidad de sentarme en el
asiento secreto que se abría en la parte del baúl de la voituré de mi abuelo.
De los setentas te puedo contar de la Córdoba universitaria y rebelde,
sobre todo en Filosofía y Humanidades, donde cursé desde el ‘71 al ‘75,
universidad por la que ganó el nombre de “la docta”, con profesores de alto
valor académico.
En Villa Belgrano estoy viviendo hace poco; es residencial, pero a su
vez está cerca de centros comerciales y una avenida muy concurrida; un
poco más alejada está la zona que nombro en el poema de los arboles
otoñales.

2 — En una oportunidad, participando en el Encuentro Regional


de Literatura organizado en 1983 por la Secretaría de Cultura de tu
provincia, presentaste una ponencia: “Miguel Iriarte, el teatro
cordobés en el contexto nacional”.

SR — En ese entonces era asidua concurrente al teatro que se


realizaba en la ciudad, y fui a ver todas las obras de Miguel Iriarte porque
me parecían por demás representativas de lo regional. Una de ellas se
llamaba “San Vicente Superstar”, aludiendo a un barrio típico y popular de
la capital, al que se lo denomina también la “república” de San Vicente, y a
la hora de decidir una ponencia —era la primera vez que me presentaba en
un Congreso— se me ocurrió entrevistarlo a Miguel Iriarte y hablar de
nuestro teatro.

3 — Sobre la poética de Roberto Juarroz (1925-1995) te has


ocupado, acaso, principalmente. En el Tomo I de “El hispanismo al
final del milenio”, aparecido en 1999, se incluye un trabajo tuyo sobre
él.

SR — A Juarroz tuve el privilegio de escucharlo por primera vez en


un Congreso en Buenos Aires, me lo había presentado el poeta Héctor
Yánover [1929-2003]; después de su lectura quedé atrapada, su poesía tiene
que ver con la filosofía, y sobre todo con la filosofía oriental de la que
abrevé durante muchos años y puse en práctica cuando cursé el profesorado
de yoga y tuve contactos con maestros de diversos lugares. Desde allí había
tomado conocimiento de la existencia de la cábala o kabalá, y me enamoré
(al igual que Borges) de pensar el valor que se le daba a la palabra, la
potencia de sus signos. Tomé contacto con la poeta y ensayista Laura
Cerrato —su mujer—, confirmó mi apreciación hablándome de las lecturas
que ambos habían realizado, me envió un material inédito sobre Juarroz y
un cassette que él grabó —el poeta Antonio Requeni también me había
aportado un material riquísimo—. Fue una experiencia maravillosa dictar
un seminario en su honor y presentarlo como ponencia en dos Congresos,
aquí y en España.

4 — Tendrías treinta y un años cuando integraste la comisión


coordinadora de la primera Feria del Libro del Autor Cordobés. ¿En
qué aspectos considerás que ha ido evolucionando la Feria?

SR — Cuando me convocaron para integrar esa primera comisión, lo


hicieron desde un lugar de representación de los talleres literarios, como
coordinadora de uno de los pocos que en ese entonces funcionaban. Fue
una iniciativa de la Municipalidad de la Ciudad de Córdoba. Nos reunimos
desde distintas áreas de la cultura. Invitamos a las editoriales cordobesas.
Fue totalmente a pulmón; nos habían cedido un espacio céntrico y nosotros
mismos armamos las estanterías para ubicar los libros y algunos de los
carteles alusivos.
Si debo compararla con la Feria del Libro actual, ya después de
tantos años se amplió no sólo en espacios alternativos, en temáticas
diversas, sino que se transformó en una Feria de librerías que contempla
todo tipo de volúmenes, y de actividades que incluyen autores del país y
del exterior, en algunos casos abarcando todos los géneros literarios,
además de espectáculos poético-musicales, narrativa oral, teatro para
niños...
Es una alegría haber participado en lo que fue el primer intento de un
proyecto que pudo proseguir y ampliarse en las sucesivas ediciones.

5 — “La Palabra Secreta” se llamaba el programa que


produjiste y condujiste en 1994 en LV2. ¿Cómo lo armabas? ¿A qué
autores entrevistaste?

SR — “La Palabra Secreta” significó para mí mucho más que un


programa radial. Sucedió que con motivo de la presentación de un libro me
llamaron para entrevistarme en un programa de la entonces LV2, y en el
transcurso de la charla se acercó el director de la emisora, se quedó hasta
que concluyó y me ofreció realizar un programa semanal con autores de
Córdoba. El armado del programa me demandaba toda la semana, porque
leía la obra de cada autor (tanto poetas como narradores) y los invitaba el
domingo a la tarde a conversar sobre la misma. La música que seleccionaba
tenía que ver con el o los temas que se iban a tocar. Recorría las editoriales
requiriendo ejemplares para regalar, al final de cada programa, a quienes
llamaban por teléfono con preguntas para el autor. Hasta que la radio cerró,
cambió de espacio físico y yo comencé a dedicarme más a la coordinación
de talleres y el dictado de seminarios. Por allí pasaron poetas como Susana
Cabuchi, Aldo Parfeniuk, ensayistas y narradores, María Paulinelli, Juan
Coletti, Andrea Guiu, escritores de literatura infantil como María Rosa
Finchelman; también recuerdo haber dedicado programas enteros para
hacer homenajes a escritores como Julio Cortázar, con textos leídos por el
propio autor, música de jazz y escritos de otros autores acerca él. Lo mismo
sucedió con Borges, con Olga Orozco, con Alejandra Pizarnik...

6 — “AMIA in memorian” se tituló la muestra de plástica y


poesía en la que participaste en 1995.

SR — En ese año, dos artistas plásticos reconocidos en nuestro


medio, Edith Strahman y Gonzalo Vivián, habían pintado cuadros de gran
formato con motivo del atentado terrorista en la Asociación Mutual
Israelita Argentina. Convocaron a varios poetas para la muestra: Arnaldo
Bordón y Susana Romano Sued, entre otros. Los poemas fueron impresos
en un tamaño considerable al lado de cada obra. Luego se abocaron, a
través del poeta Julio Castellanos y su Editorial Argos, a la publicación de
un volumen testimonial.

7 — ¿Seguís coordinando junto a Leonor Mauvecín un ciclo de


lectura de poesía y narrativa llamado “De Puño y Letra”?

SR — Ya no. Esos encuentros fueron consecuencia de un


ofrecimiento de una ex–integrante de mi taller que tenía la concesión del
bar de un hotel céntrico. Fue un ciclo que combinaba, además de lecturas
de poesía o cuentos breves: música y café. Estuvo fantástico, y con gran
afluencia de público.

8 — A través del Grupo Editor Shalom, en 1997 aparece tu


poemario “Late Jerusalem” con pinturas del gran Carlos Alonso
(1929). ¿No hay edición electrónica?
SR — A poco de volver de un viaje a Israel, comencé a garabatear
aquello que distaba de ser la experiencia mística que yo había tenido, como
nos sucede cuando la palabra no alcanza (casi siempre) a decir lo que
queremos trasmitir. En una conversación telefónica le comenté esto a un
poeta amigo que me contó que Carlos Alonso recién volvía de un viaje a
Israel y que estaba pintando.
Al tiempo lo llamé a Alonso para decirle que necesitaba ver cómo
había pintado aquello que yo había experimentado y escrito. Con una
generosidad extraordinaria me invitó a su atelier y me mostró cuadro por
cuadro, enormes paisajes de arena que desbordaban la tela, caminos y
pasadizos de intenso colorido que provocaron a la poesía apenas regresé a
casa, de modo que ya tenía no sólo los poemas escritos a Jerusalem, sino
también los concernientes a Carlos Alonso y sus cuadros. A partir de su
lectura de mis textos surgió la idea del libro conjunto. En el interín presenté
en Córdoba un libro de la escritora Manuela Fingueret. Ella leyó mis
poemas y me puso en contacto con la Editorial Shalom en Capital Federal.
Y fue allí donde Alonso se ocupó personalmente de la diagramación de la
tapa junto a la editora. Lamentablemente no hay edición electrónica del
libro y sólo quedan algunos ejemplares dando vuelta.

9 — Puesto que, según advierto, has sido incluida en, al menos,


un volumen compartido de cuentos —“Bajo llave” (1994)—,
incursionaste en la narrativa. ¿Tenés algún volumen inédito de cuentos
o relatos? ¿Y poemarios a la espera de edición?

SR — “Bajo llave” se tituló así porque incluía cuentos de un grupo


de poetas, el grupo Aiquén, compuesto por Esther Ramondelli, Susana
Lobo, Arnaldo Bordón y Angélica Garay, cuentos que nunca habíamos
publicado y los teníamos guardados. Además de los allí incorporados, hay
otros, inéditos, de distintas épocas. Ahora justamente estoy con un proyecto
en narrativa, sin tiempo ni obligación de escritura, una idea que ya veremos
cómo se plasma.
En este momento está en edición un volumen con mi obra reunida,
proyecto que surgió de la Sub-Secretaría de Cultura de la Provincia de
Córdoba. Fue algo inesperado para mí, un honor inmenso, porque ediciones
anteriores, a modo de reconocimiento a la trayectoria, les fueron otorgados
a Alejandro Nicotra, Rodolfo Godino y Julio Castellanos. En mi caso se
incluirán los poemarios editados entre 1989 y 2014 y dos libros inéditos.
Cada uno de los diez que contiene la obra reunida lleva un prólogo, los que
fueron solicitados por el grupo de cultura de la provincia a Silvia Barei,
Raquel Garzón, Fernando Toledo, Alfredo Lemon, Leonor Mauvecín,
Leandro Calle, César Vargas, Marcela Rosales, Hugo Rivella y Antonio
Requeni, de altísima calidad literaria y profundidad crítica todos ellos.

10 — ¿Damos a conocer ese grupo literario, “Heptagonal”, al


que pertenecés? ¿Quiénes lo integran o integraron, qué han ido
produciendo y socializando?

SR — “Heptagonal”, siete agónicos poetas (como nos caracterizó al


presentarnos una vez la Dra. Lila Perrén de Velasco) que nos juntamos
desde una admiración hacia la poesía del otro, Leonor Mauvecín, Julio
Castellanos, Alfredo Lemon, César Vargas, Liliana Levín, Leandro Calle y
yo (en su momento perteneció al grupo Rafael Velasco, que ahora vive en
Buenos Aires). De mucho café, lectura, vino y asado, surgió un libro que
incluye un CD con poemas leídos por cada uno de nosotros (el libro lleva
como título el mismo nombre que el grupo), y una carpeta de poesía,
“Tema Libre”, ilustrado bellamente en tapa con un árbol de la vida, de la
plástica cordobesa Hilda Zagaglia. El grupo participó en numerosas mesas
de lectura en la Feria del Libro de Córdoba.

11 — De una introducción de Jorge Dubatti a la obra del


dramaturgo Mauricio Kartun, transcribo: “Primero hay que fluir —
sostuvo Kartun— bajo la hipótesis narcisista y omnipotente de lo bien
que lo hago. Después, hay que corregir en estado de humillación.
Trabajo siempre en ese estado dialéctico entre el pavo real y la
cucaracha.” ¿Algo que añadir a esta contundente manifestación?

SR — Tal vez escriba y corrija en ambos estados a la vez en la


mayoría de los casos. En realidad, prefiero pensar como cucaracha, por la
posibilidad de que algún verso o párrafo sobreviva a los cataclismos, y no
como pavo real porque entiendo que si miro mi vida tomando distancia y
llego a vislumbrar la ondulatoria geometría que me traslada de la vida a la
muerte, sé que lo que hago solo me ayuda a mí a fluir desde una fina grieta
desde mi interior, en éxtasis, y en éntasis cuando encuentro lugares
internos, desconocidos hasta entonces, y los puedo iluminar desde la
palabra como autoconocimiento y reflexión de nuestro ser en el mundo. La
omnipotencia no me permitiría hacer mía, como lo hago, una idea de
Octavio Paz: “Para que pueda ser he de ser otro, salir de mí, buscarme
entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan
plena existencia”. Lo contrario sería la soberbia, propia de la inseguridad,
que mira a los demás desde arriba para sentir una importancia ficticia.

12 — ¿De qué universo surge “Mujeres rotas” y cuáles fueron las


imágenes generadoras?

SR — Surge desde mi propio universo femenino, captando el dolor,


la vida dolorosa de algunas artistas (el libro comienza con un poema
dedicado a Frida Kahlo, Edith Piaf y Clarice Lispector), para luego
extenderse en forma más íntima a mujeres dentro de mi universo personal,
incursionando también en el árbol genealógico.

13 — ¿A dónde te llevan “retractación”, “estipendio”, “ínfulas”,


“inanición”, “aunados”, “desidia”?

SR — Solamente “aunados” no necesitaremos utilizar ninguna de las


otras palabras. (Lo que no estaría demás sería un estipendio adecuado para
aquellos que ejercemos la docencia o participamos en la cultura, algunos de
los cuales, a futuro, podrían llegar hasta la inanición, física por supuesto, ya
que la espiritual se encuentra, en la mayoría de los casos, por demás
nutrida.)

14 — En un artículo que hace unos años escribió el poeta


peruano Julio Ortega, declara: “Amo la luz de Garcilaso, la vehemencia
de John Donne, el fuego apagado de Baudelaire, el silabeo de Emily
Dickinson”, y dos párrafos después menciona “la visión de Wallace
Stevens, el arabesco de Zanzotto, el fulgor de Celan, el ardor de René
Char, el paladeo de Lezama”. ¿Cómo caracterizarías las poéticas de
otros autores?

SR — La magia oracular de Olga Orozco, la inanición transgresora


de Pizarnik, la sumergida oriental de Roberto Juarroz, la búsqueda mítica
de Horacio Castillo, la honda soledad intelectual de Borges, la dolorosa
rebeldía de Glauce Baldovín, el humano estallido de Walt Whitman, la
alucinada mordacidad de Allen Ginsberg, la poesía y el poema en la savia
del árbol de la vida de Octavio Paz, la desoladora heteronomía de Pessoa,
entre otros maestros del camino.

15 — ¿Por qué no preguntarle a alguien que hasta donde yo sé


no ha incursionado en la poesía experimental (visual, electrónica,
fonética), primero si efectivamente no lo ha intentado, y segundo, qué
opina?...

SR — No incursioné en ella. Leí algo, como las iniciativas del


llamado “Slam” en Estados Unidos o bien algo de poesía minimalista, por
no hablar de la vanguardia, que en su momento fue experimental y de la
que solo sobrevivieron como elementos creativos los famosos manifiestos
(puedo quedarme también con un poema de André Bretón para ser justa
conmigo misma).
En realidad, pienso que la poesía de por sí es experimental (nunca
acabamos de decir lo que queremos decir y buscamos la forma más original
de hacerlo para que diga más, y a su vez es plurisignificativa en la mayoría
de los casos, porque cada quién la lee desde su propia captación del
mundo).

16 — ¿Qué te indigna? ¿Qué, además de indignarte, te enfurece?

SR — Me indigna todo lo que es indigno del ser, la violencia en


todas sus formas, la desigualdad, la injusticia; la estupidez también me
indigna, igual o más que todo lo anterior. Cosas terribles suceden en este
mundo por la estupidez, cosas irreparables por la falta de conciencia y de
crecimiento espiritual. Todo esto me enfurece muchas veces, pero
mayormente me produce impotencia. “Y qué hago yo aquí, soñando como
Lennon sin bala …”, me pregunto en el poema “Pero esto no era”:
Pero esto no era

“afuera está lloviendo en otro idioma”


Jorge Boccanera
Este poema fue soñado.
Un jazmín extendía sus pétalos
y absorbía el olor a piel chamuscada.
Era Londres. Era Madrid. Era Irak.
Era Tel Aviv. Era Buenos Aires.
El humo cubría las órbitas vendadas.
Por las avenidas, falanges sueltas
tocaban las vidrieras de Tiffany y Cartier.
El planeta azul con su conciencia gris, ennegrecida.

No hay sonidos.
Celulares pegados a caras
con bocas que se mueven.
¿Quién puede mirar tu ojo
que tiene una sola lágrima
donde se refleja el horror?
¿Cuándo fue mejor?
Había otros trenes
que desembocaban en alambres y chimeneas,
aviones que terminaban en lago al fondo.
Perdón Mallarmé, ¿Volver a las palabras de qué tribu?
Huí, dobro, todo adjetivo mata.

La idea es el invisible
donde ajustar al hombre, su cama de Procusto,
y los hombres son azules o verdes o violetas,
tienen ramas y raíces
y pájaros que les nacen
cuando quieren ver más lejos y volver.
Y qué hago yo aquí
soñando como Lennon sin bala
desde este margen, con un poder
que no le sirve a nadie,
desde esta palabra que nunca será esclava,
en este mundo que desde hace cincuenta años
me perfora el cerebro.
¿Seremos lamidos por las fieras
en el bosque de la ambición?

La Gran Sacerdotisa
no atina a leer el oráculo.
No se disipan los fuegos.
Las cenizas entraron en los ojos de los vivos.
El jazmín del sueño crece al margen
y sabe que nunca llegará al lugar del deicidio.

Pero esto no era.

Si digo, Gianuzzi, solo lo que veo,


muy cerca, en un plasma a color,
una lata roja de dos pisos
con el techo abierto al cielo de la muerte
y micrófonos que buscan
seres humanos inexistentes.
Lejos, imagino y no veo.
Dicen cincuenta y cinco, dicen heridos.
Digo Primavera Otoño Invierno
otra vez primamuerte.
Una sola digo y es suficiente.
Veo, veo, Gianuzzi
pero eso no es el poema.

Soluciones individuales:
Gauguin en la playa con las morenas
y su edén personal.
Picasso transformando amores
en vaginas dentadas.
Una caja con una oreja en un prostíbulo
y un girasol en la tela.
Rimbaud en África con melena de león.
Pessoa plurificcional, heteroinfeliz,
multisolitario, uninónimo y final.
Neruda abrazándose a los mascarones de proa del living
cuando Matilde se escondía detrás de la pared.
Los cuerpos se mueven adentro de cánticos de alabanza.
Otros cuerpos se mueven en canchas
donde un nuevo hoyo es una nueva frontera.

Pero esto no era.

Era otra cosa, siempre es otra cosa.


Siempre es lo que no se ve
y es todo tan flor de cactus y arañita
que desde este margen
te aprieto la mano
sabiendo que Bradbury, Wells y Orwell
lo veían sin pantalla
en el margen de su imaginación.

Este poema nunca fue soñado


porque no es este.
El dolor te llama en cada idioma,
te llama por nombres que otros les pusieron.
Silencio, silencio
este margen llama a silencio.

17 — ¿Qué corrientes poéticas del siglo XX te han parecido más


interesantes? ¿En cuál de ellas consideras que se inscribe tu tendencia?

SR — No creo en las corrientes poéticas, no me interesan los


“ismos”, solo me interesan los poetas y propuestas poéticas que me
movieron y me mueven el piso, las que me con-mocionan, me emocionan
con los temas, las palabras, el estilo, las imágenes que sustentan esos
poemas, en las ideas que les dan cuerpo y nos hacen tambalear los
esquemas, nos hacen temblar y desistir muchas veces de la propia escritura.
Por lo tanto, me encantaría inscribirme en esas tendencias.
18 — ¿Cómo te parece que afrontás lo que sea que te produzca
suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que
para vos constituya el ideal?

SR — No tengo metas o ideales a nivel profesional; estoy por demás


agradecida por el solo hecho de haberme sido permitida la palabra como un
modo de recorrer el camino, como una forma de religión posible, una
mirada personal hacia el mundo al que llegué causalmente y en el que fui
golpeada por el dolor y reconfortada por el goce. Eros y Tánatos de los que
está compuesta la vida y traté de traducir en la escritura.

19 — ¿Tu mundo onírico alimenta a veces de manera directa tu


forma de escribir?

SR — Creo, siento, que mi poesía surge de experiencias concretas


con el entorno, con otros seres. Si, tal vez imaginando qué pueden haber
sentido o experimentado otros personajes, otras personas, en esos casos
más que a la emoción apelo a la creatividad. No, definitivamente no
considero que lo onírico haya influido en mi escritura.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de
Córdoba y Buenos Aires, distantes entre sí unos 700 kilómetros, Sonia
Rabinovich y Rolando Revagliatti, julio 2015.
Valeria Iglesias nació el 2 de abril de 1970 en Buenos Aires, ciudad en la
que reside, la Argentina. Es Licenciada en Lengua Inglesa por la
Universidad del Salvador. Publicó los poemarios “Papel reciclado” (2002)
y “Restos de jukebox” (2009), así como la novela “Correo sentimental”
(2012). Fundó blogs, editoriales y fanzines. Además de ejercer la docencia
como profesora de inglés, dictó talleres de escritura creativa en centros
culturales y otras instituciones.
1 — ¿Qué podríamos ir sabiendo de vos, Valeria, hasta antes de
tu acercamiento a la poesía?

VI — Mi mamá tenía diecinueve años, había dejado su Paraná natal


después de casarse con mi padre, porteño, de casi veinticuatro años cuando
yo nací. Vivíamos en la Capital Federal, en “la casa de Aráoz” según
siempre se refirieron cuando hablaban de esa época. Luego nos trasladamos
a un montón de lugares que no recuerdo, uno de los cuales denominaban
“la convivencia”, en una casa grande en la localidad de San Martín,
provincia de Buenos Aires, que mis padres y yo compartíamos con otras
familias de militancia peronista.
La primera vivienda que sí recuerdo, a mis dos años de edad, era un
departamento que mis padres alquilaban en la suburbana Villa Ballester, “la
casa de Almirante Brown”: la entrada del edificio, la disposición de los
ambientes, mi madre embarazada de mi hermana, mi hermana de bebé. Y
unas vecinas mellizas, mayores que yo, hijas de la dueña de todo el edificio
—tipo PH, con pocos departamentos—, que a veces me invitaban a jugar y
tenían una cocinita de miniatura que a mí me encantaba.
De ahí nos mudamos, dentro de la misma localidad, a la casa de la
calle Las Heras. Mis padres la pudieron adquirir gracias a los préstamos
otorgados en el último gobierno de Perón. Yo tendría cinco años y asistía al
jardín de infantes del INTI Instituto Nacional de Tecnología Industrial,
donde mi mamá trabajaba. De ese jardín evoco el traslado en el auto
nuestro o de mi tía, quien también trabajaba allí. Viajaba con mi hermana,
mi tía y mi primo todas las mañanas. ¿Qué más?: tuve mi primer perro, el
Cuchi, un bóxer que regalaban unos chicos que pasaron por la puerta de mi
casa y que no sé cómo me dejaron tener. Duró poco. Mi madre no tuvo
paciencia con lo que él rompía, así que lo regalaron. Por ese entonces
falleció Perón: en mi memoria las imágenes del velatorio en la TV blanco y
negro y mi madre llorando. Poco después, la despidieron de su trabajo.
La primaria la cursé en una escuela parroquial donde mis
compañeros iban a misa menos yo, ya que mis padres eran agnósticos,
tirando a ateos, así que no me permitieron concurrir. Fue un sufrimiento:
con miedo a los castigos de Dios, rezaba todas las noches para que mi
familia se volviera creyente.
También hice danzas españolas. Yo hubiese preferido concurrir a
danzas clásicas, pero no recuerdo por qué me quedé con las españolas. Fue
un antecedente para que, ya en el secundario, en primer año me pusieran en
el grupo de gimnasia deportiva. Sin embargo (hoy todavía me arrepiento),
como no me agradaba estar separada de mis amigas, pedí que me
incluyeran en el grupo de gimnasia común. Así fue como me alejé de mi
conexión más consciente con mi cuerpo, de los movimientos, de sus
posibilidades más allá del cotidiano. Algo que recuperé de grande con el
yoga.

2 — Y ahora sí: tu primer acercamiento a la poesía.

VI — Fue en quinto grado. Allí estudiamos la métrica y la rima del


poema “Ay, señora, mi vecina” del cubano Nicolás Guillén. La maestra nos
indujo a plasmar nuestro propio poema. Sentí que se abría una puerta a algo
mágico, misterioso y selecto. Lograrlo fue como si me dijeran que podría
incorporarme a la NASA y conducir un cohete. Algo que yo creía
imposible e inalcanzable (quién sabe porqué) resultaba que era viable, que
sólo se trataba de intentar. Ese año le escribí uno a mi papá para el Día del
Padre y algunos otros. No los recuerdo ni tengo copias.
En el secundario empecé a pergeñar canciones. A la letra le
inventaba una melodía que al día siguiente olvidaba porque no sabía anotar
música, así que muy pocas “canciones” perduraban en mi cabeza,
completas con su música, por más de una semana. Las letras eran de amor,
o de desamor. Y hasta busqué palabras difíciles en el diccionario para
agregarlas a esas letras y “darles mayor vuelo”. A los diecisiete años,
cuando mi hermana comenzó un taller de teatro, a mi madre se le ocurrió
ofrecerme concurrir a un taller literario. Inicié uno dependiente de la
Municipalidad de San Martín, coordinado por Mabel Garabelli. Fui a mi
primer encuentro con mis “canciones” de (des)amor, llenas de lugares
comunes. Cuando oí lo que los demás participantes (que ya venían
asistiendo de años anteriores) leyeron, supe que debía cambiar
radicalmente mi escritura. Me volví surrealista al instante. Me fui alejando
de los lugares comunes, yéndome al extremo de rebuscar imágenes
abstrusas, inentendibles. Pero así empecé a experimentar con el lenguaje.

3 — Cuando estarías concluyendo el secundario.

VI — Y pensé en estudiar psicología, como mi mamá. Incluso (ella


era la que definía los detalles de lo que yo quería estudiar) me iban a anotar
en la Universidad del Salvador, donde ella había cursado durante la
dictadura. Pero en una ocasión acompañé a una amiga a anotarse en el CBC
[Ciclo Básico Común], hicimos la fila, y cuando llegó nuestro turno pedí
un formulario para inscribirme y me anoté en la Universidad de Buenos
Aires para la carrera de Letras. Hice el CBC, mitad en una sede (Drago) y
mitad en otra (Ciudad Universitaria). Aprobé cinco de las seis materias
imprescindibles para ingresar a la carrera. Con cinco materias se podía
comenzar, podías cursar durante el primer cuatrimestre la materia del CBC
que te faltara. Pero no fue fácil. Yo todavía vivía en el Conurbano
Bonaerense y el viaje era largo y complicado (no tenía medios de
locomoción directos, debía tomar tres). Cada vez que llegaba para
anotarme, había paro no docente, se había cortado la electricidad, etc. Así
que, decepcionada, volví al ofrecimiento de mi madre de estudiar en la
Universidad del Salvador, pero la carrera de Letras. Me aburrí un montón.
Cuando terminé el primer año, del que no rendí ninguna materia, me puse a
estudiar para dar libre la materia del CBC que me faltaba aprobar, y al año
siguiente comencé la carrera de Letras, cuando ya tenía veinte. Cursé
durante dos años, aprobé con final seis materias (a otras jamás me presenté
a dar final) y a los veintidós me fui a Londres a estudiar inglés, en un viaje
que me regaló mi padre. Regresé enamorada de Londres y fantaseando con
enseñar idiomas. No sólo inglés, sino también español para extranjeros.
Quería irme a enseñar nuestro español a Europa, y necesitaba una carrera
más rápida (Letras en la UBA es muy larga) y más práctica (precisaba
mejorar mi inglés para residir en el extranjero), así que me anoté en la
Universidad del Salvador, pero para la carrera de Lengua Inglesa. Era
parecida a una carrera de Letras, pero se cursaba toda en inglés. Al año
siguiente me conseguí un trabajo, junté plata y volví a viajar, esta vez de
turista, a Londres. Es el día de hoy que tengo saudade de esa capital (si es
que este término en portugués aplica). Incluso, tengo sueños recurrentes en
los que estoy ahí, en los que viajar hasta allí es muy fácil. Lo logro con un
colectivo o un taxi desde mi casa. Y siempre, siempre que sueño con
Londres me despierto feliz.
Pero, a los veintitrés me puse de novia con el papá de mi hijo y a los
veinticuatro nos casamos (mientras continuaba estudiando, y a unos meses
después de que falleciera mi padre) y a los veintiséis tuve un hijo (mientras
seguía estudiando), y cuando concluí mi carrera tomé conciencia de que
había estudiado para irme a enseñar idiomas por el mundo, pero me había
casado y tenía un hijo, por lo cual el proyecto originario quedó anulado o
reemplazado por otro.
4 — Y habrás arribado a tus treinta años.

VI — En crisis. Me separé, seguí enseñando inglés a desgano. A


comienzos de 2002, mientras la Argentina se derrumbaba, en el instituto de
inglés en el que era docente me ofrecieron trabajar más horas por menos
dinero. Renuncié. Decidí dedicarme a la literatura a tiempo completo y
criar a mi hijo. A fin de cuentas, ganando poco era lo mismo que ganar
mucho, pero dejar la mayor parte de mis ingresos en una niñera para que lo
cuidara. Efectué algunos trabajos aislados de corrección, de asesoramiento
a estudiantes que estaban redactando sus tesis. Intenté armar talleres
literarios. Sólo tuve alumnos individuales. En 2005 el sistema “vivir de la
literatura” se hizo insostenible y empecé a desempeñarme en una escuela
como maestra de inglés. Si bien me sentí muy a gusto con el equipo de
trabajo (de hecho, he vuelto a ejercer la docencia en la misma institución),
no me satisfacía enseñar inglés y tenía escasa paciencia con los niños.
Durante esos veranos inventé una modalidad de taller intensivo: taller de
escritura creativa de cinco días corridos. Cinco días explorando las
posibilidades de la escritura. Funcionó. Quedaron algunos alumnos para
seguir durante el año con un taller más tradicional. Empecé a dar talleres y
renuncié a la escuela. Fue por entonces, y con esa decisión, que compilé los
poemas que conservaba desde los diecisiete años (pocos quedaron de esa
edad) y escribí algunos nuevos incorporados a “Papel reciclado”, en una
edición de autor. Organicé presentaciones, una suerte de gira por diferentes
bares y centros culturales, con la finalidad de vender mi primer poemario.
Una amiga me aconsejó que iniciara un curso de clown para perfeccionar
mi manejo con el público. En 2003 estudié con Cristina Martí en el Centro
Cultural Rojas. Luego con varios clowns: Pablo Argañaráz (2004), Lila
Monti (2005), Marina Barbera (2007), Silvia Aguado (2011). Participé de
numerosas muestras. Trabajé dando talleres durante ocho años. De
escritura, de creatividad y de proyectos. Di seminarios de creatividad en
talleres extracurriculares de UADE Universidad Argentina de la Empresa y
también como parte de programas de capacitación para gerentes de
empresas.
En 2006 concurrí a un taller de poesía en la Casa de la Lectura,
coordinado por Andi Nachon. Aunque en un principio me desilusionó ver
que era un taller de obra (se leía y analizaban los poemas que se habían
enviado para quedar seleccionados en el grupo) y no de producción, con el
pasar de los encuentros fui concibiendo todo un poemario que terminé
publicando en 2009, con más textos que proseguí escribiendo después del
taller, y que se llamó “Restos de jukebox”. Este poemario, a diferencia del
anterior, fue el primer proyecto de libro organizado como un todo y no
como una selección de poemas que ya tenía y junté para un volumen. Cada
poema fue pensado, escrito y trabajado para pertenecer a un todo. El título
surgió de uno de los poemas. Jukebox significa rockola, y el hecho de que
el libro llevara un nombre mitad en inglés y mitad en castellano anticipaba
lo que pasaría en el poemario; el inglés, indefectiblemente, se cuela en
muchos de los textos con palabras sueltas y con un poema bilingüe,
autotraducido, o, mejor dicho, escrito y versionado en ambos idiomas.
En 2007 comencé un ciclo de lecturas llamado “Outsider”. El
propósito era integrar la poesía y la narrativa (había ciclos de poesía o de
narrativa por separado), así como también invitar a leer a quienes nunca
habían participado de esas tertulias (el outsider). Pasaron por el ciclo Juan
Faerman, Ingrid Proietto, Julieta Prandi, Fernanda García Lao, Patricia
Suárez, Patricia Kolesnikov, Gabriela Cabezón Cámara, Juan Guinot, Paola
Ferrari, Jimena Repetto... Lo coordiné durante dos años, hasta que, en
2010, junto con Enzo Maqueira (uno de los lectores que había pasado por
el ciclo) fundamos Ediciones Outsider. Aparecieron cinco títulos:
“Antología outsider”, “Antología outsider II”, “Cuentos raros”, “Escribir
después” (antologías de cuentos) y el volumen doble de Federico
Jeanmaire y Juan Martín Guastavino: “Las zumitas / El silencio del río”.
Luego todo quedó en stand by por lo costoso que resulta imprimir y lo
complicado que implica la distribución. En 2014 reactivé la propuesta con
nuevos socios: Francisco Cascallares y Jorge Churio, como editorial digital
de cuentos.
Dos años antes me había integrado a la Escuela del Estudio de la
Intuición: es una ONG que enseña valores para que el ser humano vuelva a
vivir como especie y no como individuo separado. A partir de lo que fui
incorporando en la escuela, decidí volver —en 2013— a ejercer la docencia
en la misma institución en la que había trabajado en 2005 y 2006.

5 — Has tenido tu paso por un taller de escritura coordinado por


el escritor y periodista Luis Gruss.

VI — En la misma época en que me dediqué de lleno a la literatura,


cuando reunía en papelitos y carpetas los poemas que llevaba escritos para
elegir los que publicaría, mi mamá me prestó un ejemplar de la revista
“Latidos”. Ahí reparé en que se anunciaba un taller de “nuevo periodismo”.
Estaba orientado a escribir crónicas desde una perspectiva más literaria que
periodística, y quedaba muy cerca de casa. Ahí conocí a la actriz y escritora
chilena Vanessa Miller, con quien entablé una profunda amistad que
comenzó con mi colaboración en algunos guiones de un programa de
Georgina Barbarrosa en los que Vanessa actuaba.
Al año siguiente, Luis armó un nuevo taller, ya orientado a la
escritura más general, no necesariamente crónica. Fue muy productivo y
nutritivo mi paso por esos talleres.

6 — Recuerdo aquel blog que fundaste: Absurda y Efímera. Y


hubo otros.

VI — Sí, cuando ya hacía varios años que trabajaba con Absurda y


Efímera (que comenzó como un sitio web antes de ser un blog, pero con la
misma dinámica que luego tuvieron los blogs) un amigo me invitó a
participar de uno llamado Perdida y desdichada; la propuesta era turnarnos
para subir posts fingiendo que no era ficción, sino que era verdaderamente
una chica la que usaba la plataforma para contar sus desventuras amorosas,
sus problemas existenciales con el amor. Algo como lo que hizo Hernán
Casciari con el blog que terminó siendo la exitosa obra teatral “Más
respeto que soy tu madre”, protagonizada por Antonio Gasalla.
Con esa idea en mente, creé un blog llamado Busco novio: un título
llamativo para poder generar muchos lectores lo más rápidamente posible.
Y así, fingiendo que era una chica que contaba una historia que le había
ocurrido en un pasado cercano, empecé a escribir una novela que terminé
en 2014. Eso sí, el blog lo tuve por poco tiempo “al aire”. Era divertido
percatarse de cómo algunos lectores opinaban como si eso que leían ahí
fuese ficción literaria, mientras que otros creían que era verdad y me
aconsejaban consultar a un médico (la protagonista tiene una mancha rara
en la piel que la perturba porque podría llegar a ser algo maligno).

7 — En 2009, cuando comenzabas a cursar el posgrado


“Diplomatura en Ciencias del Lenguaje” en el Instituto Superior del
Profesorado Dr. Joaquín V. González, te definís expresamente
feminista.
VI — Mi incursión en el feminismo también supone algo de
coqueteo. Allá por el 2001 conocí a Andrea Álvarez, baterista y cantante,
conocida por sus trabajos con otros músicos y bandas como Soda Stereo y
Divididos, pero que en esa época se lanzaba como solista. Su hijo iba al
mismo colegio que el mío y nos hicimos amigas. Ella es una feminista
confesa. Yo, sin embargo, aunque estaba de acuerdo en lo que ella sostenía,
pensaba que no valía la pena exponerse con opiniones que no todos podían
entender. Se lo dije varias veces, cuando la acompañaba a las entrevistas
que le realizaban para medios gráficos o radiales.
Pero siempre hay algo que alguna vez te hace ver las cosas de otra
manera. Cuando algo es de por sí justo, tarde o temprano sale a la luz. Hoy
se consideran derechos humanos a algunas instancias que antes eran
invisibles. Por ejemplo, antes se asumía como normal que existieran
esclavos, o que la mujer estuviese desconsiderada por ley para votar.
Aunque todavía existen quienes tienen sus “peros” con el matrimonio
igualitario, o que opinan que una mujer que se expone como mercancía en
un programa de TV como el de Marcelo Tinelli es porque elije ser(hacer)
eso. Además, una vez leí una de esas frases que suenan lindas y
políticamente correctas pero que si las sopesás, te impulsan a posicionarte.
Decía algo como “ser indiferente ante una injusticia es lo mismo que ser
injusto”. La estoy citando por su concepto, pero estoy segura de que esas
no eran las palabras exactas.

8 — ¿Cuántos fanzines editaste? ¿A qué apuntaban, con qué


características gráficas?

VI — Con esta pregunta me quedo pensando en las vueltas de la


vida. Empecé con Absurda y Efímera, primero como revista digital, luego
como blog. Para pasar por los fanzines y volver a lo digital, que es mi
proyecto actual con Ediciones Outsider. Hice dos fanzines. El primero era
una hojita de “Absurda y efímera” con la selección de algunos poemas de
los autores que colaboraban con la revista digital. Era una hoja A4 diseñada
en Corell, cada número con una forma de plegar diferente. Las dejaba en
los negocios, librerías, tanguerías y centros culturales. Era una manera de
llegar a la gente que estaba por fuera de internet.
El segundo, que edité junto a mi hermana, bailarina de tango, se
llamó “Una herida absurda” y era una publicación de Tango. Tenía también
poemas, entrevistas, textos y una agenda de las milongas y shows de tango.
El propósito de tener fanzines, lo mismo que revistas, blogs, o la editorial,
surge de la necesidad de crear canales de expresión alternativos. Se trata de
no quedarse quejándose por la falta de oportunidades para expresar lo que
uno tiene para expresar.

9 — Te asomás públicamente a la narrativa a través de una


novela.

VI — La escribí sin darme cuenta que la estaba escribiendo. Antes


estuve con la otra novela que ya mencioné y no tiene nombre, la que
arranqué escribiendo en un blog. “Correo sentimental” empezó con un
mail que redacté para alguien y que luego no envié. Entonces, se me
ocurrió que sería un buen experimento escribir algo que se basara en eso,
en mails nunca enviados. Me lo planteé como un proyecto a seguir, redacté
dos o tres más y dejé, porque no podía no ser autobiográfica, y esa no era la
intención.
Seguí con mi otro proyecto de novela hasta que, unos meses más
adelante, supe de un concurso de novela corta. La que estaba generando ya
iba por la mitad y no tenía atisbos de ser breve, ni de ser concluida en un
lapso acotado. Entonces retomé lo de los mails. Aquella experiencia
emocional que me había impulsado a redactar el primer mail ya estaba, no
sé si sanada, pero sí en paz. Entonces me mandé a escribir esos mails
usando mi biografía a veces, sí, pero no ya con respecto a una sola persona,
sino a varias, y a sucesos que me habían referido amigos y amigas, y así, a
los apurones, logré algo que envié al concurso y que no gané. Estaba
desprolija, la historia que subyacía a esos mails no se entendía. Un año
después la pulí, la amplié y se la pasé al editor de Pánico el Pánico,
Luciano Lutereau, que la aceptó encantado, le cambió un par de cosas,
entre ellas el título, que originariamente era “Los mails que no te envío”.
Es, como sus nombres (el original y el definitivo) lo indican, una novela de
género epistolar. Me entusiasmó que no sólo apareciera el narrador como
personaje, sino también el “narratario”. Conté una historia, reflexioné sobre
el lenguaje, las redes sociales, las relaciones humanas, las obsesiones, y
hasta me di el lujo de incluir unos poemas, los que en su gestación estaban
en el medio de la novela, pero el editor los dejó como un apéndice cuyo
título es “Los mails que no te envío”.
10 — Tu perfil quedaría incompleto si no diéramos cuenta de
que sos instructora de yoga y que impartís un taller de obra
(narrativa) a distancia y en grupo.

VI — Hace diez años que practico yoga. Durante los primeros cinco
fue algo inestable. Concurría todo un año, dejaba seis meses (generalmente
durante el verano y el otoño). Desde que comencé sentí que ésa era mi
actividad física (había probado con otras y siempre fallaban mis ganas); no
obstante, me faltaba entrenar mi voluntad de sostenerlo
ininterrumpidamente. Un poco por eso, y otro poco porque necesitaba un
cable a tierra, una actividad laboral que no implicara trabajo intelectual
(con mi escritura, la editorial y los talleres que impartía), un día se me
ocurrió hacer el instructorado de yoga. Sin embargo, el primer cambio no
fue laboral, sino que obró en mi actitud con respecto a cuán en serio me lo
tomaba. Hace cinco años que practico yoga sin interrupción y hace tres que
doy clases. Me estimula esta contracara de la labor intelectual, que es el
trabajo del cuerpo, con el cuerpo y para con el cuerpo de los demás. En
2015, además, dejé de coordinar talleres de escritura presenciales y me
quedé con uno, que ya tiene también cinco años, en forma virtual a partir
de un blog privado. Participan personas de Mar del Plata, Pilar, y ahora dos
de Capital que no tienen tiempo de asistir a un taller presencial, pero que
precisan un espacio y un grupo para elaborar sus textos. Es un taller de
obra, no es a partir de consignas. Actualmente hay cuatro participantes: tres
están trabajando en novela, y uno en un volumen de cuentos.

11 — ¿Te detectás identificada con personajes de algún


narrador?

VI — En general, resueno con aquellos narradores personajes


(historias narradas en primera persona) que exponen su vulnerabilidad y
que se construyen como un personaje fuerte a partir de asumir sus
debilidades. Incluso, en ocasiones, se regodean con esa debilidad que es, la
más de las veces, la imposibilidad de encajar en el mundo de los
“normales”. Tal es el caso de la narradora de “El ancho mar de los
Sargazos”, una novela de Jean Rhys que se trata, nada menos, que de la
precuela a la novela “Jane Eyre” de Charlotte Brontë. También podría ser
el del narrador de Paul Auster en las dos partes de “La invención de la
soledad”. En este otro caso, la resonancia fue más por lo autobiográfico: es
un hijo que procura reconstruir a su padre muerto, y siente cómo se le
escurren las certezas de quién era ese padre suyo. A mí, de alguna manera,
me resultó aliviador. Otras personas que lo encontraron angustiante me
preguntaban, cómo podía resultarme agradable su lectura. Y es que a mí me
alivia cuando otro pone en palabras sentimientos parecidos a los míos que
andaban ahí, innombrados en mi interior.

12 — Para Jean Anouilh, “La vida es muy bella cuando a uno se


la cuentan o cuando la lee en los libros; pero tiene un inconveniente: hay
que vivirla.” Para Virginia Woolf, “La vida es sueño; el despertar es lo
que nos mata.” Para Gabriel García Márquez, “La vida es un juego de
probabilidades terribles; si fuera una apuesta no intervendrías en ella.”
Para Joseph Conrad –en realidad, para el personaje narrador de “El
corazón de las tinieblas”-: “La vida es una bufonada. Disposición
misteriosa de implacable lógica para un objetivo vano. Lo más que se
puede esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo —que
llega tarde— y una cosecha de remordimientos inconmensurables.” Y
para vos, ¿qué es la vida?...

VI — La vida es un regalo y es un misterio y puede ser vivida de


todas las formas que dicen esas citas, pero también de muchas otras (¡por
suerte!). Hace poco reparé en un chiste en las redes sociales que
cuestionaba el consejo ese que reza “que no se te vaya el último tren” o
algo parecido. El chiste decía “no conozco ningún tren que pase una sola
vez, así que dejen de decir pavadas”. Creo que a cada instante la vida te
envía un tren para ir a lo bello que indica Anouilh; el inconveniente es que
no siempre lo tomamos. No tomamos el de este instante, ni el del que sigue
y así y así. Pero cada tanto tomamos uno, y qué lindo que fluye todo. Es
más, uno se dice ¿por qué no hago esto más seguido?, sin saber qué es
“esto” exactamente. Y luego volvemos al estatismo, a dejar pasar los
trenes. La vida es movimiento, así que habría que animarse a tomar el tren
de cada instante.

13 — ¿Ensalada o puchero?... ¿Más lo salado que lo dulce? ¿Y


agridulce?...
VI — ¡Puchero, de una! Pero también ensaladas bien power (nada de
lechuga y tomate, ¿se entiende?). Me provoca lo dulce, pero si tengo
hambre de algo salado, lo dulce no me interesa ni me satisface. El postre es
algo que siempre surge como imperativo después de cenar. Lo agridulce
también me encanta. Un placer de adulta. Sobre todo, con frutas frescas:
melón con jamón, triples de miga con ananá, carnes con puré de manzanas.

14 — ¿Qué te estás debiendo al punto de mortificarte por ello?


¿Perdurarán las deudas?

VI — Mortificarme, hace rato que no me pasa eso. Pero me


fascinaría volver a Londres. O tener la posibilidad de viajar seguido a esa
capital. Tener un trabajo u ocupación que suponga viajar a Londres con
frecuencia. Me debo aún corregir la última novela que escribí, sí. Y eso me
perturba un poco, a veces. Pero no siempre. Espero que ninguna de las dos
deudas perdure.

15 — ¿A qué poeta con veta humorística destacarías?

VI — Oliverio Girondo, sin duda: muchos de sus poemas.

16 — ¿De qué está hecho el poema? ¿El poeta tiene punto de


llegada? ¿Cuál es tu relación con la grafía?

VI — Mi poema está hecho muchas veces de una voz que aparece y


repite una frase. Una frase que al principio no tiene mayor sentido para mí
y escribir el poema es darle el sentido. Pero hace tanto que no escribo
poesía. Así que esto que estoy contestando puede ser un invento que me
hago, esos recuerdos que uno se construye y no sabe si le pasó o si lo urdió
tan sólidamente como a una certeza. Otros poemas los fui a buscar yo. El
punto de llegada es raro. Hay poemas que llegan a un punto en el que ya no
les harías nada (estamos en casa, hemos llegado). Y otros que parece que
están bien, pero podrían ser otra cosa.
Si con grafía te referís a manuscritura, escribo todo a mano, luego
trabajo con la compu. Todo lo redacto primero con papel y lápiz, incluso
los escritos administrativos. Si estamos hablando de la forma que adquiere
el poema en el papel, también son detalles que observo, mucho. Me parece
que la distribución del texto en el papel, incluso en la narrativa, puede ser
una puerta que se abre al lector, o un paredón que eyecta las ganas de leer.

17 — ¿Qué consideraciones te merece la poesía argentina a la


que has ido accediendo como lectora y cuya irrupción se haya
producido en este siglo?

VI — Sinceramente, no me percibo con autoridad para opinar sobre


poesía argentina. No soy lectora de poetas, soy lectora de poemas. Hay
poemas que me han conmovido hasta pensar que ahí se encontraba el
secreto de todo. Incluso me ha pasado de encontrar poemas ocultos en la
narrativa. En general, resueno, como contesté en mis identificaciones con
los personajes de novelas, con los momentos en que el lenguaje deja ver lo
que no se puede decir con lenguaje. Me ha pasado eso con poemas de la
uruguaya Idea Vilariño, de Giuseppe Ungaretti, de Alejandra Pizarnik, de
Juana Bignozzi, de Héctor Viel Temperley. Pero te estoy nombrando
extranjeros y argentinos del siglo pasado en su mayoría. De mis
contemporáneas locales me conmueven muchos poemas de Noelia Rivero,
Valentina Nicanoff, Carolina Mikalef y Andi Nachon.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Valeria Iglesias y Rolando Revagliatti,
agosto 2015.
Marta Miranda nació el 17 de noviembre de 1962 en la ciudad de
Mendoza, capital de la provincia homónima, la Argentina, y reside en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Desde fines de los ’80 hasta 1997
integró la Cooperativa Editorial Nusud y entre 1993 y 1996 fue miembro
del consejo de redacción de la Revista “El Desierto”. Participó como
invitada en encuentros de escritores, ferias de libros y diversos eventos en
su país y en el exterior. Es coordinadora, junto al escritor Ricardo Rojas
Ayrala, del Festival Internacional VaPoesía Argentina. Entre otras
antologías, fue incluida en “Antología de Poesía de la Primera Bienal de
Arte Joven” (selección y prólogo de Joaquín Giannuzzi, 1989), “Poetas 2 –
Autores argentinos de fin de siglo” (selección y prólogo de Juano
Villafañe, 1999), “Historia de la literatura de La Plata” (de María Elena
Aramburu y Guillermo Eduardo Pilía, 2001), “Naranjos de fascinante
música” (2004), “Poetas argentinas contemporáneas 1961-1980”
(selección y prólogo de Andi Nachon, 2008), “Animales distintos. Muestra
de poetas argentinos, españoles y mexicanos nacidos en los sesentas”
(México, 2008), “La poésie aux coeurs des arts” (Francia, 2013), “Un
verano antes del verano” (Suiza, 2015). Sus poemarios son “Mea culpa”
(1991), “El oleaje” (1997), “La misma piedra” (2002), “Nadadora”
(2008), “El lado oscuro del mundo” (2015). Además, fueron publicados
dos volúmenes antológicos de su obra: “El oleaje y otros poemas”
(bilingüe castellano-francés, 2013) y “Antología” (México, 2013).

1 — Residiste en varias localidades del país y también en el


exterior.

MM — Sí, en varias ciudades. Mis padres son de Buenos Aires, pero


por cuestiones de trabajo a mi papá lo trasladaron a Mendoza, donde nací.
Y un par de años más tarde, por las mismas razones, nos fuimos a Francia.
Primero residimos en Ille de France, Meudon Val Fleuri, ahí hice dos años
de jardín de infantes. Luego la familia volvió a Mendoza, menos mi padre,
pero seguimos viajando a pasar las vacaciones escolares con él, que ya se
había instalado en Paris, en Trocadero. Eso hasta mis catorce años.
Después pasé temporadas en Santiago de Chile, pues ahí residía por
entonces uno de mis hermanos. Y en Capital Federal y la ciudad de
Campana, en donde también tenía parientes. Ya en el ‘86 me vine a Capital
Federal. Estuve unos meses y después me fui a La Plata, en donde viví
nueve años. Luego volví a la ciudad de Buenos Aires, al barrio de San
Telmo. Y aquí me quedé.

2 — Ubiquémonos en la veinteañera que estudiaba pintura,


piano e integraba un coro.

MM — Bueno, en alguna época fui bastante “hippie”. De hecho, mis


hermanos fueron los primeros “hippies” de Mendoza. Eso hizo, creo yo,
que mis inquietudes fueran más artísticas. Debe haber influido bastante, lo
que yo buscaba era una manera de expresarme. Aunque ya escribía, ese
hecho estaba tan pegado a mí que no alcanzaba a darme cuenta que la cosa
iba por ese lado. Así es que hice un curso de dibujo y pintura en el Teatro
Independencia, los sábados a la mañana. Estudiaba piano acústico, que me
encantaba y me encanta, pero como no tenía instrumento tuve que desistir.
Y canté en un coro durante tres años, el Latinomúsica, de la Municipalidad
de Godoy Cruz. Era contralto. Canté hasta que me vine a Capital Federal.

3 — No abundan aquellos que han residido en una vivienda de


las que denominamos “comunitaria”. Y vos tuviste esa experiencia.

MM — La casa en cuestión quedaba en el centro de la ciudad de


Mendoza. Se llamaba “La Semilla” (algunos vecinos mal intencionados, de
esos que nunca faltan, agregaban: de marihuana) y en ella había una
biblioteca pequeña, un taller de cerámica y habitaciones para los residentes.
No teníamos una organización estrictamente comunitaria como se
entendería ahora, era más un espíritu de autonomía de un grupo de personas
jóvenes con inquietudes artísticas y políticas. Una cocina común, un parral.
Nos divertíamos mucho. Ahí aprendí a hacer cerámica y en la biblioteca leí
por primera vez a Alejandra Pizarnik. Pero lo importante era esa sensación
de un espacio bonito de libertad en una ciudad tan conservadora como
Mendoza. Un ejemplo de ese conservadurismo es el partido local llamado
Demócrata, “los gansos”: gente de derecha que colaboró con un gobernador
de su partido durante la última dictadura militar, el Dr. Bonifacio Cejuela.

4 — Te invito a que nos hables de tu inserción en Nusud, de la


Revista “El Desierto”, de tus incursiones radiales.

MM — Mi llegada a Nusud se produjo como consecuencia de la


invitación que me hicieran los cuatro fundadores para editar una plaqueta,
Silvina Zazunic, Carlos Piro, Graciela Fernández Alaimo y Paula Brudny.
Nusud comenzó editando plaquetas, la mía fue la número seis. Y a medida
que ibas integrando la colección pasabas a formar parte del grupo. Luego
de un tiempo empezamos a editar libros y es así como mi primer y segundo
poemario aparecen bajo ese sello. No recuerdo bien en qué momento se
empezó a pensar en una revista, “El Desierto”. Se llamaba así porque en la
biblia el desierto es el lugar de las revelaciones. Bueno, la idea era
“revelar” la producción de poetas y narradores del momento, entrevistar a
escritores consagrados. Era estrictamente literaria. El primer número fue
del ‘94. Y se editaron cuatro. El staff estaba conformado por los integrantes
de Nusud, que iban rotando en su puesto. En uno de los números colaboré
con un dossier sobre los nadaístas colombianos. De Nusud partí en 1998.
Con respecto a la radio colaboré en dos programas: el primero se
llamaba “Como Cuadros” y era parte de la programación diaria de una FM
platense, en el ‘95 o ‘96. Ahí los días martes tenía un segmento llamado
“Literatura y Rock”. Y hablaba de la literatura en relación a esa música,
compositores, poetas y un largo etcétera. El segundo programa, “Mariposas
de Madera”, lo conduje con el poeta José María Pallaoro, en FM Parque, de
Villa Elisa, partido de La Plata, en 2002: literatura, música, arte en general.
Lo hicimos juntos unos cuantos meses y lo prosiguió José María. Adoro la
radio, me parece el medio masivo por excelencia. Tiene intimidad, calidez.
Es una maravilla.

5 — “Incursiones”, Marta, me lleva a las que has tenido en el


campo del guión, radial, cinematográfico, televisivo.

MM — En un centro cultural de calle 58 de la ciudad de La Plata


ofrecían un curso de guión televisivo, dictado por Lalo Constantino,
guionista de TV. En cuanto empecé supe que había dado con la persona
indicada. Trabajamos todo un año con él, su asistente y un grupo de
alumnos. Me quedé el segundo año y me invitó a ser parte de un grupo.
Éramos tres: Lalo, su asistente y yo. Nos juntábamos a pensar y desarrollar
proyectos concretos. Por ejemplo, estuvimos elaborando material de
“Cartas de Amor Prohibidas”, el reconocido programa radial que conducía
Rolando Hanglin en radio Continental. Cuando el programa ganó el Premio
Martín Fierro hubo una oferta de llevarlo a la televisión y ahí entramos
nosotros. También estuvimos en un proyecto cinematográfico y en el de un
reality. Ninguno logró salir al aire o filmarse. Por lo que vi siempre es un
poco así. A mí me dejó una experiencia hermosa y varios guiones escritos
en la instancia del curso y del trabajo en equipo. Luego dejé el grupo
porque me vine a vivir a Capital Federal y no pude acomodar mis horarios.
Gracias a eso durante cuatro años estuve en el Departamento de Artes del
Movimiento del IUNA (ahora UNA Universidad Nacional de las Artes), los
primeros dos años como adjunta de las cátedras de Escritura Dramática y
Guión y Lenguaje Visual. El titular era Edgardo Pacha Brandolino,
bailarín, profesor de filosofía y uno de mis amigos más queridos.
Desgraciadamente Pacha falleció en 2011, y entonces quedé como titular
de ambas cátedras hasta 2013.

6 — Entre las antologías en las que fuiste incluida, destaca


“Animales distintos. Muestra de poetas argentinos, españoles y
mexicanos nacidos en los sesentas”, edición coordinada por Juan
Carlos H. Vera, con selección, presentación y notas de Ana Franco
Ortuño, Antonio Portela y Benjamín Barajas. Soy uno de los que sólo
ha sabido de ella por la Red.

MM — Lleva el sello de Editorial Arlequín, con apoyo de la


CONACULTA y el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Llegué ahí
por dos vías: una, por el poeta y fotógrafo Daniel Grad, quien me
recomendó a Jorge Santiago Perednik (al parecer se encargaba de la
selección acá) y dos, por la escritora Andi Nachon. Ya los textos en
México, hubo otra selección. Quedó explicitado en la contratapa del
volumen que se procuraba “dar a conocer a poetas mexicanos en
Argentina y España, a poetas argentinos en México y España y a poetas
españoles en México y Argentina”.
Es una muestra impresionante: 598 páginas. La edición es preciosa.
Estoy muy agradecida de estar allí y andar circulando por las bibliotecas de
varios países. Es otra manera de viajar.

7 — ¿Qué particularidades tiene el Festival Internacional


VaPoesía? ¿Dónde se desarrolla? ¿Transcribimos sus fundamentos?

MM — Se desarrolla en nuestra ciudad y algunas localidades de las


provincias de Buenos Aires y de Mendoza.
“Este Festival Poético está destinado a niños, jóvenes y adultos de
barrios y comunas alejadas de los centros urbanos. Haciendo eje en la
responsabilidad social que tiene cada ciudadano que conforma una
sociedad, creemos que los escritores no pueden estar al margen de la
misma y por lo tanto pensamos una actividad en la cual los mismos, desde
su labor artística, asuman la responsabilidad y el compromiso con el resto
de la comunidad compartiendo su tarea para que constituya un incentivo
para los niños, adolescentes y adultos que asistan a las actividades. Desde
esta perspectiva es que asumimos la literatura como una herramienta de
inclusión social que debe ser puesta al servicio de aquellos con menores
posibilidades de acceso a estas experiencias. Llevamos artistas de nuestra
comunidad y del extranjero a escuelas, centros de detención y
comunidades de barrios marginales y/o en situación de vulnerabilidad.
Forma parte del CORREDOR CULTURAL TRANSPOESIA, que enlaza
con actividades de similares características a los países de México
(Festival ABBAPALABRA) y Costa Rica (ENCUENTRO ARTE
COMUNIDAD).
Objetivo: Esta es una actividad descentralizada que revierte la
ecuación del espectador que acude a escuchar un escritor que es el
protagonista, y transforma a estos niños, jóvenes y adultos en
protagonistas ellos mismos de cada encuentro, recuperando su voz, su
individualidad, su humanidad. El objetivo de este programa es que los
alumnos puedan entablar un diálogo que los acerque a considerar la
escritura como herramienta de expresión de sus sentimientos, experiencias
y deseos. Los participantes verán que la actividad literaria no les está
vedada y podrán y es lo deseado, formular durante los encuentros
preguntas que rara vez se atrevan o tengan la oportunidad de hacer. Se
buscará que se cuestionen sobre su individualidad, su sentir, sus familias,
su entorno, y que vean en el escritor y en la escritura un reflejo, una
oportunidad de ser escuchados.
La palabra es nuestro primer medio de socialización y de
comunicación con los otros, por extensión suele ser la escritura el segundo
modo de expresarnos. La idea de transformar la literatura en herramienta
de inclusión social va de la mano de estas ideas. Todos tenemos algo para
decir. Si esto mismo nos lo dice una persona que hace de su escritura su
vida, este hecho tiene un significado poderoso. Hay que crear entonces el
espacio para que esto suceda. Esta actividad presupone un concepto que
va de la mano de una política de integración, de no marginalidad, de
oportunidad de reinserción social para cada uno de nuestros ciudadanos.
Llegando a los lugares más lejanos o conflictivos, conversando con la
gente en su lugar, desde su cotidianeidad, es como ampliamos los
horizontes para que cada ciudadano pueda reflexionar, pueda expresarse,
ampliar su horizonte y elegir mejor.”

8 — ¿Qué te parece si nos relatás cómo ha transcurrido el último


VaPoesía?
MM — VaPoesía es siempre una hermosa experiencia. En la
provincia de Mendoza coordinamos actividades con la Dirección de
Promoción de Derechos Humanos que depende del Ministerio de Acción
Social y Derechos Humanos de la provincia, pues ellos nos brindan la
posibilidad de acceder a lugares a los cuales nos sería muy difícil y hasta
imposible lograrlo. Hablo de barrios en situación de alta vulnerabilidad,
villas, penales, comunidades de difícil acceso geográfico. Por ejemplo, allí
tuvimos una labor con pueblos originarios, principalmente huarpes, etnia de
la cual desciendo por parte de mi padre (mezcla rara la mía: huarpes,
andaluces y franceses), y representantes de otras que confluyeron en la
ciudad, por invitación del Ministerio, como parte de su política de
desarrollo. En Buenos Aires articulamos principalmente con escuelas y
organizaciones sociales que trabajan en barrios carenciados. En las dos
semanas que dura el festival compartimos con adolescentes, mamás,
pueblos originarios, jóvenes y adultos en situación de cárcel, mayores en
proceso de alfabetización, alumnos de escuelas secundarias. En todos los
casos fue excelente y logramos nuestro objetivo: compartir poesía,
desacralizar la figura del escritor, integrar a partir de la literatura. Como co-
coordinadora de este festival el trabajo es muy diferente del que realizo
para el FIP Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires. Allí la tarea
es de organización y logística, y formalmente inversa: recibimos escritores
de todas partes del mundo y de nuestro país, e invitamos al público a que se
acerque a conocerlos.

9 — En 2011 fuiste becaria de la Fondation Camac, Arts et


Ciences, programa de residencia de artistas, en Marnay Sur Seine,
Francia.

MM — El Centre d´Art Camac es una residencia para artistas en


general. Yo apliqué como escritora. Fue en el mes de febrero, razón por la
cual no había muchos artistas en residencia. Éramos sólo cuatro mujeres,
dos artistas plásticas irlandesas y una japonesa, y yo. El hecho de estar en
un lugar únicamente con el fin de escribir, ya presupone toda una
experiencia en sí misma. Llegué allí con un conjunto de poemas y volví
con la génesis de un libro, “El lado oscuro del mundo”. A pesar de que
febrero en Camac, más bien es época de receso, quise alojarme durante el
invierno por cierto tratamiento de la luz, la luz del invierno, tan particular
en Francia. Camac está en un viejo monasterio al que le han anexado una
parte nueva. Afortunadamente me alojé en una habitación situada en el
viejo edificio. Todo muy melancólico y frío y gris. Pero ese es el ambiente
que buscaba. En un principio, antes de llegar, tenía mis dudas sobre lo que
pudiese producir allí, pues lo bucólico no es lo que más me motiva. Pero
finalmente funcionó, y muy bien.

10 — En Cavan, una villa irlandesa de la provincia de Úlster, se


realizó la Muestra “Memory and Landscape”, en la que participaste.

MM — La artista plástica Marylin Gaffney me invitó a formar parte,


a escribir un texto introductorio para la muestra general, y además a
participar con algunos poemas. En un conjunto de veintitrés artistas fui la
única escritora. Envié cuatro poemas y un video en lengua original que se
proyectó el día de la inauguración. Cada trabajo dio cuenta de la
transformación del paisaje cuando es atravesado por la memoria. Mis
poemas toman mi propio cuerpo como paisaje, y desde ahí escribí. Fue mi
primera experiencia de este tipo y la verdad es que me gratificó muchísimo.

11 — Has participado en Encuentros y Ferias realizadas en el


exterior.

MM — En México he participado de dos festivales: uno de ellos


organizado desde la Academia de Creación Literaria de la Universidad
Autónoma de la Ciudad de México, “Letras sobre la Mesa”; el otro en San
Luis Potosí, el ABBAPALABRA. Este último es el festival fundador del
corredor cultural del que participamos con VaPoesía. En Colombia he
estado en el Festival “Luna de Locos”, de Pereira, y en el Festival
PoeMaRío, de Barranquilla. En Costa Rica participé del Festival Arte
Comunidad, organizado por la Asociación Cultural Tangente, que es parte
del corredor cultural que mencioné antes. En Canadá, en el Festival
International de Trois-Rivières. En El Salvador vengo de participar del
Festival Internacional de Poesía Joven “Amilcar Colocho”. Salvo en el caso
del festival organizado por la UACM, los otros festivales tienen la
característica de realizar lecturas en escuelas y barrios alejados de los
centros urbanos y en situación de vulnerabilidad. Como escritora supone un
cambio fuerte en relación a los festivales tradicionales; el público es
distinto y en pocos casos con alguna preparación desde el punto de vista de
la literatura, salvo la escolar. Así es un desafío leer, pues sabés que si gusta
es porque en un punto “llegaste” de verdad. Es muy enriquecedor como
autor salirse de un público habituado a la lectura de poemas para entrar en
territorios en donde el lenguaje es otro. Cuando viene un chico y te hace
algún comentario sobre lo que leíste, yo siento que el hecho de estar allí
valió doblemente cualquier esfuerzo. Lo digo en el sentido de que en
muchos de estos festivales sólo tenés cubiertos los viáticos y el transporte
interno, pero hay que gestionarse los tickets aéreos.

12 — Supe que en los últimos años te has ido imbuyendo de la


obra de Angèle Vannier (1917-1980).

MM — La conocí a través de “Rimbaud Revue”, donde me


publicaron poemas en la sección dedicada a la literatura latinoamericana.
En dicha revista difundieron una selección de poemas de Angèle e
inmediatamente me interesé por conocer su obra. En Argentina es
imposible encontrarla, así es que, en 2007, en ocasión de un viaje a Francia
tomé unos días para llegar hasta su pueblo, Bazouges-la-Pérouse, situado a
unos kilómetros de Rennes. Allí no sólo pude acceder a datos sobre su vida
y su obra, sino que también a algunas ediciones originales. Tomé el té en su
casa con quien fuera su asistente hasta el día de su muerte. Estoy
traduciendo poemas y parte de su biografía.

13 — Tras releer el número 6 de la revista “Plebella”, le


sustraigo a Romina Freschi algunas preguntas que le formula al
norteamericano Charles Bernstein, y a mi vez urdo alguna propia a
partir de las respuestas: ¿Qué poetas que admires considerás que se
relacionan con tu escritura y tu vida? ¿Admirás a poetas que no te
gusten y te gustan otros que no admires? ¿Qué personalidades no
poetas admirás y cómo se relacionan con tu vida?

MM — La primera poeta es Alejandra Pizarnik, que, si bien no está


relacionada en forma directa ni con mi vida ni con mi obra, fue la autora
que me hizo pensar que “eso” también podía ser poesía. Cabe aclarar que
mi formación fue clásica, y que fuera de los textos escolares yo no tenía
acceso a otro tipo de autores. Con respecto a los poetas que admiro y no me
gustan y viceversa, me interesa mucho Octavio Paz, aunque dicen que era
una persona tremenda, pero ¿quién soy yo para abrevar en eso? Sin ser
poeta, de Heidegger se ha hablado mucho sobre su relación con el nazismo
y a pesar de eso me atrae su obra. Yo prefiero, si se trata de escritores,
mirar lo que cada uno escribe. Es cierto que no me agradaría estar
relacionada, por más bien que escriba, con un poeta o una poeta
maltratadora, mal bicho, pero tampoco con ninguna persona de ese tipo, no
importa el oficio. Puedo admirar a las personas por un lado y a la poesía
por otro. A veces coinciden y es hermoso. Pero si no coinciden no es tan
importante para mí.
De los no poetas, admiro a la gente que trabaja desinteresadamente
en causas humanitarias, que buscan agua y comida para otros. Admiro a
quienes residen en países atravesados por la violencia, que se levantan cada
día y sostienen la vida cotidiana en los mercados, las escuelas, la casa, a
pesar de las balas que dicen lo contrario. Ellos me ayudan a advertir qué
afortunada soy. Y admiro a los hombres de ciencia, a los que piensan el
universo, como Carl Sagan y Stephen Hawking, pues me inducen a
enfrascarme en la profundidad de mi propio cosmos.

14 — ¿Qué incidencia creés que tiene la poesía en el desarrollo


de la cultura de un país o de una región? ¿Qué poetas sugerirías que
no dejen de leer quienes están comenzando a incursionar en la poesía?

MM — Creo que tendría incidencia en cuanto fuera parte de una


política educativa el acceder a éste género. Lo que me parece que sí tiene
incidencia es el desarrollo del hábito de la lectura. En cuanto al género en
sí, es una buena manera de que el lector se repregunte sobre cuestiones que
tienen que ver con su intimidad, sus deseos, su esencia, sobre todo en
lugares en donde la gente está masificada, invisibilizada, y en los cuales
preguntas como ¿a vos que te gustaría? o ¿cuál es tu sueño? no son
formuladas por nadie, porque lo urgente no deja lugar a lo importante o
porque simplemente a nadie le importa. En cuanto a la sugerencia de
autores, para comenzar yo me inclinaría por autores de verso libre y con
temáticas, en lo posible, locales. Hace poco, en un encuentro de poetas en
el barrio de La Boca, los vecinos estaban maravillados al escuchar poemas
que hablaban sobre la inundación, el puerto, el puente, imágenes con las
que podían emparentarse, sentirse identificados y hacerlas propias. Pero en
realidad depende de cada uno. Nunca se sabe qué puede motivar al otro.
Recuerdo que una de las mejores devoluciones que he tenido en toda mi
vida vino de una muchacha con cero accesos al género, y te diría casi a la
literatura en general, una muchacha de campo, madre de cuatro hijos con la
que coincidí en un hospital. Yo le había dejado mi primer poemario a una
amiga que estaba internada y que compartía habitación con la chica en
cuestión. Cuando volví al otro día me dijo que había leído mi libro y que el
poema “Fotografía” (el más complicado, por diversas cuestiones) le había
gustado mucho, y agregó: “No entendí nada de lo que usted quiso decir,
pero sentí una cosa acá” y se pasó suavemente la mano por el pecho. ¿Qué
puedo decir? El más neófito de los lectores puede sorprendernos más de lo
que imaginamos.

15 — ¿Sabrías enunciar tus propósitos poéticos?

MM — No sé si llamarlo propósito porque nunca me propuse ni me


propongo, salvo contadas excepciones, escribir. Puedo hablar de una
pulsión que se materializa en un texto poético donde digo lo que no puedo
decir de otra manera. Luego sí viene el propósito de hacer que eso que dije
sea dicho de la mejor manera, de la manera más fiel lo que quise decir.
Parece un trabalenguas, pero así es.

16 — Ricardo H. Herrera en su libro “De un día a otro”:


“Empezamos corrigiendo para enmendar los descuidos de la inspiración
y terminamos corrigiendo para borrar los rastros de las correcciones.”
¿Te sucede esto?

MM — En el caso de los excesos de la inspiración coincido con


Herrera, pero mi idea desde un primer momento es como pulir una piedra,
es encontrar el poema escondido en esa maraña de palabras, unas veces
más grande que otras, y sacarlo a la luz. Como el escultor que va en busca
de la pieza que se oculta en el interior de la piedra. Algunas veces, muy
felices, encuentro lo que busco. También sé que, corrigiendo mucho,
llevando las palabras hasta el borde corro el riesgo de que no quede nada,
pues bueno, será que ahí no había nada y hay que asumirlo.
17 — ¿En qué tipo de situaciones es más factible que des tu brazo
a torcer? ¿Te cuesta, en ocasiones, explicar —o explicarte— por qué te
atrae determinada cosa o asunto?

MM — En ninguna situación. Me cuesta, mucho y por eso si doy el


brazo a torcer me resulta más fácil hacerlo de la mano de un amigo, de una
amiga, de alguien que me quiere y me cuenta por qué estoy equivocada.
A veces me cuesta dilucidar mi atracción hacia ciertas cosas porque
tienen que ver con el inconsciente o con la intuición. Esa atracción es
difícil de explicar, pero sé que es genuina porque la siento. Y creo que las
cosas insisten, los temas insisten porque necesitan ser tratados, porque
necesitamos atravesarlos.

18 — ¿Dirías que te resulta descarnada, demasiado vulgar, la


expresión “Hablar sin pelos en la lengua”? ¿Sos de hablar sin pelos en
la lengua?

MM — No me parece una fea expresión, me parece bastante clara.


Busqué el origen, pero no lo encontré; en todo caso, aquel que haya tenido
un pelo en la boca sabrá que es bastante incómodo hablar así. Y sí, trato de
hablar sin pelos en la lengua, tratando de no lastimar a nadie, claro. Hay
como una moda, una estética un poco a lo Simpson en dónde le podés decir
al otro o a la otra las peores barbaridades en aras de ser franco. Yo creo que
se puede ser franco o franca igual, sin necesidad de herir a nadie.

19 — ¿Podrías ubicar cuál fue el primer libro que elegiste para


leer (no el que estaba en tu biblioteca sino el que de manera conciente
elegiste leer)?

MM — Fue “Príncipe y mendigo”, de Mark Twain, una versión que


tenía muchos pies de página con descripciones de joyas, vestidos, salones.
A mis ocho años fue agotador, pero lo leí entero. Creo que la culpa no me
permitió saltearme ni una sola nota al pie…

20 — ¿Qué palabras te atraen sobremanera? ¿Qué palabras has


evitado en tus escritos públicos?
MM — No evito palabras, pero sí las elijo cuidadosamente. Según la
época he tenido diferente relación con ellas. De chica y hasta la
adolescencia me enamoraba de una palabra y la repetía por días, hasta que
quedaba vaciada de sentido y ya era otra cosa, algo de un misterio
indescriptible, recién nacido. Un poco más grande, cuando me enamoraba
de una palabra le armaba todo un andamiaje de otras palabras para ubicarla
espacialmente. El resultado era un poema. No muy bueno, por lo general,
pero me encantaba encontrarles una casa, un lugar que las retuviera, que
protegiera su fragilidad. Las palabras que más me atraen cambian cada vez
que escribo: son aquellas que se prestan y me asisten para decir mejor
aquello que nunca podré decir de otra manera.

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad


Autónoma de Buenos Aires, Marta Miranda y Rolando Revagliatti,
agosto 2015.
Carlos Barbarito nació el 6 de febrero de 1955 en la ciudad de Pergamino,
provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside en Muñiz, también
localidad bonaerense. Por su obra poética obtuvo primeros premios y otras
distinciones, y ha sido incluido en antologías, en su país y en el extranjero.
Fue traducido al holandés, italiano, inglés, catalán, francés, griego, persa,
filipino, turco y portugués. Entre 1984 y 2014 ha publicado, entre otros, los
siguientes poemarios (en la Argentina y otros países de América y Europa):
“Poesía quebrada”, “Teatro de lirios”, “Éxodos y trenes”, “Páginas del
poeta flaco”, “Parte de entrañas”, “Bestiario de amor”, “Viga bajo el
agua”, “La luz y alguna cosa”, “Desnuda materia”, “Puntos de fuga”,
“La orilla desierta”, “Piedra encerrada en piedra”, “Figuras de ojo y
sombras”, “Música humana y de paramecio”, “Un fuego bajo un cielo que
huye”, “Cenizas del mediodía”, “Feu sous un ciel en fuite” (traducción de
Patrick Cintas), “Paracelso”. En el campo de las artes plásticas publicó
dos volúmenes: “Acerca de las vanguardias. Arte argentino siglo XX”
(Comisión de Homenaje a Jorge Feinsilber, Buenos Aires, 1990) y
“Roberto Aizenberg. Diálogos con Carlos Barbarito” (Fundación Federico
Jorge Klemm Editora, Buenos Aires, 2001).

1 — Pergamino ha sido una de las zonas inundadas hace no


tanto. Te habrá retrotraído a las lluvias en tu infancia, a las aguas
aquellas.

CB — El agua, asunto que se repite en mis poemas. En todas sus


manifestaciones, siempre presente en cuanto escribo. Desde chico, desde
que recuerdo, la lluvia, las tormentas con sus relámpagos y truenos, me
fascinaron e inquietaron. Tal vez, la primera historia que me atrajo fue la
del Diluvio, con el arca moviéndose sobre las aguas. Pero no sólo se trató
de lecturas, también, y, sobre todo, de experiencias personales: vivía yo con
mis padres y hermana en una casa muy frágil, que mi cabeza de niño
vinculó de inmediato con el arca, una casa que parecía venirse abajo con
cada tormenta, sobre todo en aquellas largas noches en las que,
inevitablemente, se cortaba la electricidad y debíamos encender velas. Casi
ninguna tormenta posterior tuvo la intensidad de las que viví en mi niñez,
no sólo porque yo era un niño sino, también, porque aquellas tormentas
eran intensas y porque la casa parecía no poder resistirlas. Pero hay más:
los relatos de mis abuelos y mis padres, de mi madre más que nadie, de las
periódicas inundaciones, de los desbordes de los dos arroyos que atraviesan
Pergamino. En efecto, la ciudad donde nací y viví treinta años padeció una
nueva inundación, una más que se suma al más de un centenar de
acontecimientos semejantes desde fines del siglo XIX. Pocos días después
de la peor de las inundaciones que sufrió Pergamino, en 1995, recorrí la
ciudad. No sólo se trata de daños en las casas —de por sí terribles—, se
trata de lo que produce en las personas, heridas que tardan mucho en
cicatrizar. Aun hoy, luego de tantos años, en las conversaciones con amigos
pergaminenses, aparece ese recuerdo.
2 — En entrevistas que te fueron realizando tuviste ocasión de
referirte al “Teatro de los Actorcitos de Madera” cuando eras un niño;
y a que aspirabas a destacarte, ya más de pibe, como músico o como
futbolista. Espacios públicos: escenarios y campos deportivos; plateas y
tribunas.

CB — Lo veo todavía a mi padre en la cocina de la casa de mis


abuelos hablarme de los “títeres de Podrecca” y, de inmediato, decirme que
me preparara porque en un rato actuaban “en el Monumental”. No me
acuerdo nada del trayecto hasta la sala, pero, sí, me viene a la memoria un
momento, apenas un momento: el escenario iluminado y en él, las
marionetas. Yo tendría tres años. Es uno de mis primeros recuerdos. En el
fútbol, soy simpatizante de Independiente, un jugador discreto, que jamás
salió del potrero para ingresar en algún equipo local. Mi abuelo me llevaba,
cada domingo, a la cancha del club Compañía —pasábamos bajo el puente
cercano a la casa de mis bisabuelos—. El nombre del club, como tantos
otros, tiene relación con el del ferrocarril —Compañía General Buenos
Aires, actual Belgrano—. De la cancha evoco los tablones de madera, las
torres de iluminación y los vestuarios con su olor a “aceite verde”. Un
amigo de mi abuelo, siempre presente en aquella tribuna, era capaz de
repetir la formación de cualquier equipo local y de Buenos Aires, de
cualquier año. Yo, fascinado. En cuanto a músico, ni hablemos: lo intenté
sin ningún éxito.

3 — ¿Y recuerdos bien del pasado que nunca hayas divulgado?

CB — Por alguna razón, oculta, misteriosa, creo que nunca conté un


hecho en mi niñez que registra una fotografía que debe estar en casa de mi
hermana —tal vez. Mi abuelo, Francisco, era amigo de un pintor rosarino,
Mario Guaragna. Guaragna era el encargado, cada año, de pintar un mural
en cada baile de carnaval en el Club Compañía. Esos bailes de carnaval
eran famosos: allí estuvieron Oscar Alemán, Osvaldo Pugliese, Alberto
Morán, Estela Raval antes de Los Cinco Latinos —creo que, con Jazz
Santa Marta, o algo así—, Alberto Castillo, etc. Mi padre, bandoneonista,
era músico en la orquesta de Tito Comitte, allí tocaron muchas veces.
Guaragna, supongo que, en 1956, se decidió por pintar un puerto con
barcos. Por sugerencia de mi abuelo, uno de los barcos se llamó “Carlos
Osvaldo”, mis dos nombres. En la foto se ve a mi abuelo sosteniéndome en
sus brazos, detrás el mural.
Otro recuerdo son las visitas que le hice a mi padre en su trabajo. Él
era telegrafista y la sala de transmisión, enorme, llena de aparatos, era una
caja de ruidos. Subiendo la escalera, en una antesala un busto de Samuel
Morse. El correo entonces funcionaba en un edificio señorial, que todavía
existe, bellísimo, que pertenece a la Sociedad Española. En el edificio
había consultorios, uno médico y otro odontológico. Me llevaron varias
veces. Yo amaba ir al dentista (una rareza) porque el doctor Armas López,
me hablaba de muchos temas, desde pintura hasta platillos voladores. Cosa
que se repetía en la peluquería del barrio, con el Sr. Doublas —nunca supe
bien cómo se escribía su apellido—. ¿Por qué no los nombro al hablar de
mis primeras influencias? No lo sé.

4 — Algo para contar habrá, supongo, de tu paso por la


conducción de programas radiales, durante tu adolescencia y juventud.

CB — ¡Y de mi fugaz paso por la actuación! La única como actor de


teatro fue en Pergamino, allá por los ‘70. Yo integraba un grupo... que
lanzaba cohetes modelo, incluso con una rata de laboratorio en una cápsula
—regresó sana y salva... con el corazón algo acelerado—. No recuerdo qué
obra, pero fue en una salita de teatro de la Iglesia Metodista local, donde
tenía algunos amigos. Yo interpretaba el papel de un anciano, con el
cabello y la cara empolvados, que hablaba con una vela en la mano. Estaba
tan nervioso que me temblaba la voz. Claro, de modo no buscado, con ese
temblor en la voz, y la cara pálida, logré una buena performance.
Tuve programas de radio en una emisora de circuito cerrado que se
llamaba MAS, por el dueño, Masagué. Y colaboré en algunos de la otra
radio, ahora AM, MON, por su dueño, Montardit. Recuerdo un reportaje
que le hicimos Ricardo Wolter y yo a Roque Narvaja, en un bar frente a
radio MON. Organizábamos recitales en... la sala de las Hermanas
Adoratrices. Allí estuvieron Juan Carlos Baglietto y su sexteto Irreal, desde
Rosario. En el grupo organizador, el viejo amigo, Sergio Bonzón. Sí,
Rolando, ¡hay tanto para contar!
Una curiosidad: fui locutor en un pesebre en el Barrio Acevedo, en
Pergamino. Como el guión era —digamos— escaso, yo repetí una y otra
vez, para llenar los espacios, hasta que me cansé y dije cosas de mi propia
cosecha. ¿Qué habré dicho? Los vecinos, al parecer, felices.
5 — ¿Cuándo comenzaste a desempeñarte como bibliotecario?

CB — A mediados de los ochenta. Eso fue ya en Muñiz. En mi


ciudad natal, entre 1972 y 1986, entre los muchos trabajos que realicé antes
de ingresar como empleado en mesa de entradas en el Juzgado en lo Civil y
Comercial, trabajé en una escribanía, en un negocio de ramos generales,
cobrando entradas en los corsos locales. Intenté estudiar letras, abandoné.
Intenté estudiar artes visuales, abandoné.

6 — Es en el “Expreso Imaginario” donde fueron difundidos tus


primeros poemas, después de los que se dieran a conocer en medios
gráficos de Pergamino y alrededores.

CB — Sandra Russo, a sus quince años, fue la primera persona que


eligió uno de mis primeros poemas para “Expreso Imaginario”. Y en un
número posterior me publicaron otro. Imposible recordar todas las revistas,
sobre todo subterráneas, en las que colaboré. Son decenas.

7 — Prensa alternativa subterránea a partir de los ‘70. Y allí vos


fundando “Resonancias”. ¿Hubo otras revistas que hayas dirigido?

CB — “Resonancias”, por el tema de Pink Floyd, la hice con


Ricardo Wolter. Luego, “Futuro”, con Rafael Restaino. No mucho después,
“Papeles y Razones”, una modestísima publicación que no sobrepasó el
número inaugural. No me olvido de “Siesta”, con Sergio y Viviana
Bonzón. Difundíamos sobre todo poesía, algún ensayito sobre ecología,
música… En alguna parte digo al respecto: “A partir de 1974 o 1975 nos
reunimos un grupo de amigos, en Pergamino, en la oficina de mi padre,
tesorero del sindicato de los trabajadores de correo. Era en la planta alta
de una galería ya desaparecida. Llevábamos los esténciles con poemas,
relatos, pensamientos, críticas de música, apuntes y aportes de las más
diversas extracciones. Con grandes dificultades los reuníamos y
editábamos para, luego, distribuirlos de mano en mano o por correo. Por
alguna razón, nos convertimos en parte importante de un entramado que,
en su clímax, abarcó gran parte del país. Pero esos papeles no eran un fin
sino un medio. ¿Qué quiero decir con esto? Que ellos fueron un punto de
partida. Porque nos permitieron la relación, el encuentro, la
comunicación y el intercambio. En días en que los medios masivos, con su
habitual carga de toxicidad —mezcla de distorsión, conformismo y vileza—
se presentan como estación final, como único destino, hasta hacernos creer
que no hay más realidad o mundo que el que muestran, recuerdo aquellas
páginas abrochadas, con llamativos títulos, que procuraban ser
mediadoras, herramientas, llaves. Es decir, nada de acercar algo digerido
sino un nutriente a ser digerido, nada de algo acabado sino algunos
elementos para ser discutidos, puestos en tela de juicio, nada de
repeticiones sino un intento por ver las cosas de otro modo, situando la
mira en otros lugares, en fisuras, sótanos y orillas. Sabíamos lo que
pensaban los hombres y mujeres promedio de nosotros, los
biempensantes de aquellos que leíamos a Artaud, escuchábamos a King
Crimson y escribíamos poemas. Éramos jóvenes, los jóvenes desde siempre
son sospechosos, y, encima, traíamos un equipaje poco y nada habitual y a
ese equipaje, como querían los surrealistas en sus momentos más vitales,
pretendíamos que fuese una concepción del mundo. Una —léase— y no la
única. Nunca logramos, por falta de medios y tiempo, conocernos todos —
todavía hoy encuentro a personas que hicieron algo semejante en aquellas
jornadas y de las que, en su momento, no tuvimos ni noticias—. Fuimos
más de lo que sospechábamos los movidos por el espíritu de una época,
tumultuosa, veloz, compleja.”

8 — Sos uno de los escritores argentinos más difundidos en la


Red. En PDF, por ejemplo, es hallable tu poemario “Oscura verdad
bajo el cieno”.

CB — Siempre trabajé, con gran fervor. Lo que aparece en ese


formato, el pdf, es simplemente un esbozo. Yo considero que lo definitivo
(no me gusta esta palabra) es cuando se reproduce en papel. Vivo todavía
en la Era de Gutenberg, aunque utilizo en gran medida Internet. Sí,
colaboro con revistas electrónicas, sobre todo del exterior. En cuanto al
alcance de lo que uno publica en la red de redes, para alguien como yo,
nacido y criado entre vinilos y cintas magnéticas, resulta algo maravilloso.

9 — Selecciono un tramo de lo que el escritor cubano Carlos M.


Luis (1932-2013) opinó sobre la direccionalidad que impone al lector tu
poética: “…a otras regiones donde los días son de vinagre, las aguas se
quedan sin substancia, el paraíso es algo frágil que se disipa, o que
alguien mañana se quedará ciego. La apertura del lenguaje de este poeta
hacia los sentimientos y la imaginación, pone en evidencia la liberación
de lo reprimido en el lugar de las apariciones.” ¿Advertís que algo haya
quedado fuera en lo aquí descrito?... Y, además, ¿cuál ha sido el
comentario sobre tu obra que más te sorprendiera y te dejara
pensando?

CB — Siempre queda algo afuera, afortunadamente, para futuras


conversaciones. En cuanto a algún comentario sobre mi obra que me
haya sorprendido, uno del pintor Marcelo Bordese. En pocas líneas logró
sintetizar mi poesía, es más: logró revelar y revelarme lo que apenas
sospechaba: “Durante mucho tiempo me pregunté qué me atraía de tu
poesía. Las otras noches (qué extraño suena en plural) creí
vislumbrarlo: tengo la sensación que nombrás el mundo como si no lo
conocieras, cantás el mundo como si no lo entendieras del todo, o mejor
aún, como si lo desconocieras. Las circunstancias, sus móviles, los
secretos engranajes de la existencia (que los reduccionistas con
envidiable tranquilidad llaman azar-destino) te resultan inextricables, y
te mueven —por fortuna— a un perenne estupor. El universo es de
naturaleza tantálica, lo sabés, tal vez por eso la poesía es un milagro
aparentemente próximo, pero siempre inasible, aunque en ocasiones
alcanzable. Carlos Barbarito, tal vez el mundo haya sido hecho para no
ser reconocido, producto de una divinidad sabia o sádica; tal vez no
toda ignorancia sea oscura; tal vez —y ya con resplandeciente
resignación— sólo sea posible cantar la duda.”

10 — Respondiste una pregunta de un cuestionario definiéndote


como “un sapo de otro pozo”. Ahora para nuestros lectores: ¿por qué?
(Y en el mismo cuestionario aparecen los vocablos “polizón” y
“naufragio”.)

CB — Porque, tal vez, aquel barco pintado en una pared con mis dos
nombres me marcó para siempre.
11 — Has dialogado largamente con uno de los pintores y
escultores más importantes de nuestro país, lo cual se socializó en un
libro.

CB — Fue producto de conversaciones con Roberto Aizenberg


[1928-1996], cada domingo de 1990, en su casa. Fue publicado recién en
2001, gracias a Federico Klemm, a Laura Feinsilber y Charlie Espartaco,
pero Aizenberg no logró verlo impreso. Las repercusiones, muchas, aquí y
en exterior, y no se han agotado. Es mi libro más difundido, fuente para
artículos que se hicieron después.

12 — ¿Cómo te fuiste formando en relación a escribir sobre las


artes plásticas?

CB — Fruto del trabajo. Pero soy esencialmente (¿qué significa


esencialmente? —se preguntó alguna vez Borges) un poeta. O alguien que
escribe poemas.

13 — ¿Qué discurrirías a propósito de algún largometraje que


hayas visto recientemente?

CB — Ayer vi “Wittgenstein”, de Derek Jarman. El vienés y


Kierkegaard son, entre otras pocas, mis mayores influencias, digamos
librescas. No, no sólo librescas. Son, entre otros pocos, mis compañeros de
viaje, aunque, a menudo, no logre entender cabalmente sus escritos, sus
ideas. Sobre todo, Wittgenstein. Pero ayer vi esa película y, entre otras
cuestiones, los numerosos intentos por huir de la filosofía (estudios de
ingeniería aeronáutica, maestro en provincia, jardinero, aislamiento en
Irlanda, trámites para ser peón en la Unión Soviética...), todos rotundos
fracasos. En la entrevista para un futuro libro colectivo, digo: “Ahora, ¿soy
yo un poeta surrealista? No me atrevo a responder a la pregunta. Lo que sí
puedo decir es que en ocasiones me acerco al surrealismo —en el sentido
de no tener ideas previas, de eludir en lo posible todo control racional—
para, en otras, alejarme —recurriendo a lo preconcebido y a la razón—
para, luego, en el camino, volver a encontrarme con él. Encuentro y
desencuentro que me llevan a un reencuentro, mecanismo complejo,
contradictorio, del que apenas puedo dar cuenta. De lo único que estoy
seguro es de la inseguridad humana ante el cosmos. Los Evangelios, desde
el fondo de los tiempos, lo dicen mejor que yo: vemos en espejo.” Ahora
pienso que esa huida y posterior, fatal, reencuentro, podría extenderse a la
poesía. ¿Por qué poesía y no prosa? ¿Por qué escribo poemas? ¿Por qué
hago lo que a menudo me trae dolor? Digo también, a modo de
explicación: “Borges dijo alguna vez que desde siempre supo que tendría
un destino literario. Yo no. Debió pasar mucho tiempo para que yo
adquiriera conciencia de que iba a ser escritor. Me pregunto si lo soy, si
realmente soy un escritor. Intenté ser músico, pintor, profesor de
literatura. Fracasé. Intenté aprender algún idioma. Fracasé. Apenas si
logro balbucear alguna cosa en inglés. Incluso, alguna vez pensé en que
moriría joven sin haber podido encontrar un modo de expresión.”

14 — ¿Qué tipo de comportamientos sociales te resultan más


difíciles de tolerar?

CB — La envidia y la hipocresía.

15 — Antenoche terminé de releer la novela “Adolphe”, del suizo


Benjamin Constant (1767-1830). Y en el mismo ejemplar, en un texto
autobiográfico “se me incrustó” lo siguiente: “…no me creo más
valiente que otro cualquiera, pero una de las características con que me
ha dotado la naturaleza es un gran desprecio por la vida, e incluso unas
ganas ocultas de dejarla para evitar toda clase de fastidios que puedan
acaecerme.” Me identifiqué con su última afirmación.

CB — No siento desprecio por la vida. Ni tampoco por la muerte —


que, dice Wittgenstein, “le da sentido a la vida”—. La afirmación de
Constant, nítidamente, habla del suicidio. No me agrada la idea del suicidio
porque si me matara ya no podría ver escribir a mi mujer y regar las
plantas, ver estudiar a mi hija, ver a los gatos treparse a los árboles, ni oír
música, la voz del duendecito que, cuando menos lo espero, me dicta el
primer verso y huye, dejándome con la tarea de completar el poema.

16 — ¿Hay pintores que te hayan dejado perplejo?


CB — Mejor, hablaré de los que fueron capaces de maravillarme. Y,
claro, esa maravilla trae perplejidad, una bella perplejidad. Las imágenes
reproducidas en un diccionario enciclopédico que me compró mi padre,
sobre todo dos, una de Rubens y otra de Picasso; los dibujos de un artista
plástico de mi ciudad, Rubén Albarracín, a quien pedí que me ilustrara la
portada de una modesta edición con mis primeros poemas, en los setenta;
los “humeantes” de Roberto Aizenberg, hallados de pronto y sin aviso en
una revista de las tantas que leí en el quiosco contiguo a mi casa de la calle
Zeballos… Hablo de aquellos lejanos días del “artista cachorro”.

17 — ¿Hay poéticas que rechaces o no valores?

CB — No rechazo, amigo Rolando. Ni valoro por encima o por


debajo de esto o aquello. Sí, soy afín a cierta poética, pero con el paso de
los años —creo— elaboré un estilo, un modo de decir, una arquitectura que
me resulta propia. Claro, las influencias son muchas y variadas, desde el
Génesis hasta Wallace Stevens. Incluso, lecturas y experiencias que están
en lo profundo de mí mismo y no alcanzo a definir. Algunas de las cuales
ni sospecho.

18 — ¿Cuál es la opinión que hoy te provocan tus primeros


cuatro o cinco poemarios?

CB — Son, digamos, una preparación a lo que, años después,


conseguí. Y lo que conseguí es preparación a un Libro Futuro, que —
convengamos—, perfecto de toda perfección, jamás escribiré. Pero, claro,
insisto. De otro modo, ¿qué sería de mí?

19 — Si fueras traductor, ¿de qué poetas crearías tus propias


versiones?

CB — Sin duda, Wallace Stevens. Y, también, Dylan Thomas.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de
Muñiz y Buenos Aires, distantes entre sí unos 33 kilómetros, Carlos
Barbarito y Rolando Revagliatti, septiembre 2015.
Jorge Brega nació el 16 de agosto de 1949 en Buenos Aires, ciudad en la
que reside, la Argentina. Es Psicólogo Social, con posgrado en Psicología
de las Organizaciones, egresado de la Primera Escuela Privada de
Psicología Social “Enrique Pichon-Rivière”. Participó en 1977 en la
dirección de la revista “Posta de Arte y Literatura” y entre 1978 y 1985 en
la de “Nudos en la Cultura Argentina” (con breve segunda época —1990-
1992—). Desde 1994 forma parte del equipo de dirección de la revista “La
Marea”. Asistió invitado en 2005 al XIII Festival Internacional de Poesía
de Rosario, organizado por la Secretaría de Cultura de la provincia de Santa
Fe, en su país. Fue incluido ese año en las antologías “El verbo
descerrajado” (Chile), “Canto a un prisionero” (Canadá), “País de vientre
abierto” (Argentina). Ha sido el compilador y prologuista de la antología
“Poesía social y revolucionaria del siglo XX” (Editorial Ágora, Buenos
Aires, 2002; re-edición ampliada en 2012). Poemas suyos han sido
traducidos al chino y al inglés. Publicó en su ciudad los poemarios “No ha
lugar” (Ediciones del Hormigón, 1975), “Poemas de ausencia” (Nudos en
la Cultura Argentina, 1984; reeditado en 2006 por Editorial Ágora), “Luz
mala” (Ediciones Cinco, 2004), además del volumen “¿Ha muerto el
comunismo? – El maoísmo en Argentina - Conversaciones con Otto
Vargas” (Editorial Ágora, 1990; segunda edición actualizada, misma
editorial, 1997).

1 — Se podría decir que sos oriundo del barrio de Colegiales.

JB — Así es: Maure entre Conde y Martínez, donde mis padres


alquilaban parte de una casa chorizo, típica de esos años, con patio y parra,
justo frente a la de mis abuelos maternos, inmigrantes asturianos. Éramos
vecinos de otras familias de inmigrantes italianos, españoles,
yugoslavos…; también de migrantes provincianos que venían a instalarse
precariamente en unos terrenos baldíos que existían frente a la Algodonera
Argentina y se extendían desde la avenida Álvarez Thomas hasta las vías
del ferrocarril Mitre. Allí los pibes jugábamos a la pelota en lo que
llamábamos “el campito”. Mi abuelo paterno, también inmigrante, era
uruguayo, hijo de italianos. En su casa de Zabala y Giribone vivimos
también durante parte de mi infancia y juventud. Cursé la Primaria en
escuelas de la zona y la Secundaria en escuelas técnicas. Suspendí el
ingreso a la carrera de Ingeniería para hacer la colimba y al salir de baja me
dediqué a viajar a dedo por nuestro país, Chile y Perú. El viaje me abrió los
ojos a la realidad de los pueblos oprimidos de América Latina y despertó
mi interés por las culturas originarias, el que continúa hasta hoy.
De regreso (1972), desistí de una carrera universitaria y busqué
empleo. Mi padre era trabajador gráfico, fue maestro de reclusos en los
talleres de impresión de la Penitenciaría Nacional y más tarde trabajó en
una imprenta privada. Gracias a sus amistades, mi primer empleo fue en
una empresa editorial, en la cual adquirí conocimientos periodísticos y de
diseño gráfico con los que seguí desempeñándome en distintos ámbitos
laborales.
La lectura me apasionó desde chico y en la adolescencia el “boom”
latinoamericano me introdujo a la mejor literatura y pronto a nuestros
grandes poetas: Vallejo en particular despertó mi pretensión de escribirla.
Hacia 1973, con compañeros que compartíamos inclinaciones culturales y
políticas (Walter Canevaro, Manuel Amigo —artistas plásticos— y Mario
Polanuer —poeta) publicamos carpetas con nuestros poemas y dibujos bajo
el sello Ediciones del Hormigón. Dos años después apareció con ese sello
el poemario “No ha lugar”, con dibujos de Amigo y Canevaro. En ciertos
aspectos, seguíamos el estilo de las ediciones que el poeta Roberto Santoro
realizaba con el pintor Pedro Gaeta, a quienes conocí por amigos comunes.
Con Santoro congeniamos enseguida, vivíamos cerca y yo lo visitaba en su
casa de la calle Fraga. Él me invitó a integrar la Agrupación Gremial de
Escritores (AGE), en cuyo plenario constitutivo —reunido en la SADE
(Sociedad Argentina de Escritores)— elegimos como Secretario a Haroldo
Conti (ambos serían detenidos-desaparecidos después del golpe de Estado).
Eran tiempos de gran turbulencia política. Los miembros de la AGE
compartíamos ideas y militancias de izquierda. Recuerdo que una venta
interna de “No ha lugar” formó parte de una colecta que realizamos en
ayuda a los obreros metalúrgicos de Villa Constitución, que estaban en
huelga. Era 1975, y pese a que ya se vislumbraba la proximidad cierta de
un golpe de Estado, en la AGE predominaba aún la actitud de golpear
centralmente al gobierno peronista. Personalmente, adherí a las posiciones
del PCR de no repetir los errores de 1955 y de impulsar en el movimiento
obrero y popular la lucha anti golpista. Esto me fue alejando de la
agrupación.

2 — Por entonces te vinculás con medios gráficos.

JB — Sí, por razones laborales. Paralelamente, por mi actividad


literaria tomé contacto con publicaciones culturales. La primera en la que
publiqué poemas, en 1973, se llamaba “SoloSol”. En 1975 comencé a
colaborar en la revista “Los Libros”, dirigida por Carlos Altamirano,
Osvaldo Bonano y Beatriz Sarlo. Fue clausurada por la dictadura militar en
1976. Al año siguiente participé en “Posta…” y fue en “Nudos…” donde
asomaron algunos de los textos que reuní después en “Poemas de
ausencia”, poemario que contó con unas palabras previas de Madres de
Plaza de Mayo. “Nudos” fue una de las expresiones de la resistencia
cultural a la dictadura, que fue muy amplia. En el caso de las revistas, en
1979 llegamos a conformar una Asociación de Revistas Culturales
Argentinas (ARCA). Aunque breve, nos posibilitó establecer vínculos y
colaboraciones, restaurar tramas de solidaridad que la dictadura había
dañado e intercambiar pareceres sobre la situación social que se padecía,
qué temas abordar y de qué modo zafar de la censura imperante, por la cual
la crítica explícita era muy riesgosa. “Nudos” editorializaba por medio del
arte de sus tapas, que aludía a la situación represiva, desapariciones, etc. (el
director Manuel Amigo y Eduardo Iglesias Brickles, dos estupendos
artistas plásticos, ya fallecidos, fueron autores de las mismas). Más
adelante nos sumamos con la revista al Movimiento de Reconstrucción y
Desarrollo de la Cultura Nacional, que reunió a numerosas personalidades
del arte y la cultura opuestas al “Proceso”: Aída Carballo, Leda Valladares,
Ana Pampliega de Quiroga, Suma Paz, Rubén Szuchmacher, Adolfo Pérez
Esquivel, Ricardo Monti, León Gieco, Ernesto Sábato, Adolfo de Obieta,
Diana Dowek, Andrés Cascioli, Josefina Racedo, Antonio Tarragó Ros,
entre tantos otros. El Movimiento cerró en 1984, ya en democracia, con
toda una semana de exposiciones, recitales y mesas redondas en el Centro
Cultural General San Martín, que se llamó “Semana Cultura de la
Resistencia”. Muchos de los que entablamos amistad en aquél movimiento
continuamos compartiendo actividades culturales en los años siguientes.

3 — Hasta que con Josefina Racedo y Derli Prada fundás “La


Marea”, Revista de Cultura, Artes e Ideas.

JB — Con ellos y con Cristina Mateu, Víctor Delgado, Elena


Hanono, Gloria Rodríguez… Eso fue ya en 1994. Habíamos participado en
el Movimiento por la Verdadera Historia, que en 1992 motorizó los contra
festejos del 5° Centenario de la Conquista de América, y nos juntamos con
algunos amigos de esa movida, entre ellos Adolfo Colombres, quien
convocó a colaborar en “La Marea” a Ticio Escobar, de Paraguay y a Darcy
Ribeiro, de Brasil. También sumamos el apoyo inicial de Alberto Rex
González, Luisa Calcumil, Teresa Parodi, Joaquín Giannuzzi, Libertad
Demitrópulos, Néstor Groppa, Ana Quiroga, Jorge Hacker, Diana Dowek,
Alfredo Saavedra, Ricardo Cámara, Osvaldo Tcherkaski…
“La Marea” es un espacio de debate y expresión de una cultura
popular, nacional, científica, democrática, libre de toda dominación
extranjera —como dice la declaración de la independencia. En tal sentido
es que hemos orientado en ella el tratamiento de temas vinculados a la
educación, las letras, las artes visuales, la historia, las ciencias sociales.
Mencionar a todos los que han colaborado sería muy extenso;
algunos fueron: David Viñas, Jorge Lafforgue, Nora Dottori, Jorge Isaías,
Teresa Leonardi, Gabriela Gresores, Luis Felipe Noé, Guillermo Volkind,
Jorge Carrizo, Ana Wortman, Liliana Tamagno, María Teresa Sirvent,
Claudio Spiguel, Roberto Di Giano, Diana Kordon, Beatriz Seibel,
Fernando Ainsa, Isabel Requejo, Irma Antonazzi, Eduardo Azcuy
Ameghino, Santiago Sylvester, Alberto Ure…

4 — Mentemos el espacio que “La Marea” dedica a la poesía.

JB — La poesía tiene un espacio permanente. La tapa es encabezada


siempre por el verso de un poema que se reproduce completo en la primera
página interior, acompañado de los datos del autor. Además, en otras
páginas habrá alguna nota sobre un poeta, una entrevista o reseñas de sus
libros. El primer número abrió con “A galopar” de Rafael Alberti. Le
siguieron Brecht, Giannuzzi, Groppa, Isaías, Jorge Teillier, María Teresa
Andruetto, Mahmud Darwish, Manuel J. Castilla, Ferreira Gullar,
Drummond de Andrade, Osmar Luis Bondoni, Manuel Scorza, Margaret
Randall, Gonzalo Rojas, Raúl Zurita, Diego Mare, Jorge Rivelli, Ramón
Plaza, Francisco Squeo Acuña, entre muchísimos otros.

5 — Recuerdo que participé, en 2003 o 2004, en la presentación


de un número de “La Marea”. ¿Cada edición en presentada en algún
ámbito público? Sé que tiene su presencia en la Feria del Libro.

JB — Sí, cada número es presentado con mesas redondas, muchas


veces acompañadas de manifestaciones artísticas, tanto en Capital como en
aquellas provincias donde contamos con amigos que difunden la revista. En
todos estos años se ha ido conformando una modesta pero fiel red de
apoyo, muy necesaria para una revista que se auto sostiene. Anualmente,
hay dos acontecimientos culturales de gran convocatoria en los cuales la
revista procura estar presente. Uno es el Festival de Folklore de Cosquín,
en torno al cual hemos organizado peñas y participado del Congreso del
Hombre Argentino. El otro es, efectivamente, la Feria Internacional del
Libro de Buenos Aires. En ésta nos albergó siempre el stand de la
Distribuidora Catari y, en los últimos años, también el stand oficial de
Revistas Culturales. Desde los inicios de la Feria, Catari compartió su stand
con la Librería Raíces y con aquellas editoriales cuyas publicaciones
distribuye, entre ellas “La Marea”. Gracias al apoyo del stand de Catari-
Raíces, conducido por Humberto Cipolletta, pudimos realizar en la Feria
numerosas presentaciones, varias de ellas con gran concurrencia, como la
que sirvió de lanzamiento al Movimiento por la Segunda y Definitiva
Independencia (2007) o la de homenaje a Atahualpa Yupanqui (2008),
ambas con intérpretes de música popular.

6 — Sos también parte de un espacio para mí entrañable, en el


que he coordinado intensos Ciclos de Poesía, además de un Café
Literario y algunos eventos compartiendo responsabilidades con otros
escritores: el Centro Cultural “Raíces”.

JB — Ciertamente “Raíces” es un espacio muy importante para


nosotros porque, como dije antes, es el que permite a “La Marea” estar en
la Feria del Libro y también uno de los lugares para sus actividades
públicas. Comenzó como librería y distribuidora allá por inicios de los años
‘80 en un pequeño local de Congreso, y luego de un par de mudanzas abrió
su primer centro cultural en la calle Paraná, antes de establecerse en la casa
actual de Agrelo 3045, barrio de Balvanera. Allí nuestra revista ha
organizado cursos de historia argentina que luego publicamos en libro. Tu
ciclo de poesía fue muy bueno, de una gran amplitud. También hubo ciclos
de cine-debate, muestras plásticas, así como numerosos espectáculos
musicales. El cantautor Rafael Amor, por ejemplo, suele actuar allí cuando
está en Argentina, ya que alterna temporadas con España. Actualmente hay
ciclos de teatro que coordina Derli Prada, además de otras actividades
artísticas.

7 — ¿Quisieras contarnos qué poemas de tu autoría fueron


musicalizados y escenificados, por quiénes, en el marco de qué
espectáculos?

JB — Varios de los “Poemas de ausencia” fueron integrados a obras


dramáticas en versiones musicalizadas, aun antes de que el libro se
publicara. En 1981 el grupo Teatro Hoy, que dirigían en Buenos Aires
Chuli Rossi y Gabriel Díaz, incluyó “Ronda” en su obra “Y aunque
lágrimas nos cueste”. Al año siguiente, el Grupo Cultural “Homero Manzi”
de Rosario hizo lo propio en su obra “Tiempo del hombre”, que sumó otros
dos poemas: “Foto” y “Ellos”. La puesta de mayor envergadura fue la del
Grupo de Teatro Vocacional Mercantil de Bahía Blanca, que en 1985 llevó
a escena el libro completo con adaptación y dirección de Julio González
Teves, uno de los fundadores del histórico grupo bahiense Teatro Alianza.
En 1986 el músico Ricardo Cantore, que fue director de la Escuela de
Música Popular de Avellaneda, puso música e interpretó “Secuestro” y “El
ausente” en su disco “Por mi canto”. En 2002, Derli Prada integró el poema
“Vuelo” a su unipersonal “Poesía en ropa de trabajo”, un espectáculo que
incluyó además poemas de mi antología “Poesía social y revolucionaria
del Siglo XX”.

8 — Me voy a permitir reproducir el texto que consta en la


contratapa de tu poemario “Luz mala”: “Tanteos de una poesía
objetiva. No metafórica, si tal cosa no fuese imposible. Un tratamiento
directo del objeto en busca de que la emoción surja de la materia de los
hechos, no de la superficie retórica. Afinidad con la fotografía como arte
de la representación. Procura de su mismo silencio, una dimensión
donde lo esencial resida en lo que no está dicho.” Imagino que en esta
línea has proseguido tu “pretensión de escribirla”.

JB — Sí, la pretensión desde luego, aunque lograr lo que uno se


propone, como aquello que en mi caso condensa el texto que citás, es otro
cantar. Hay muchas tendencias y tradiciones poéticas, por supuesto que
todas válidas, aunque tengamos nuestras preferencias. Yo tengo afinidad
con aquellas no confesionales, mayormente enfocadas al mundo objetivo,
prescindentes de lenguaje críptico y atentas a lo social, o a aquello que
Giannuzzi llamaba “el drama de la época”.

9 — Más de cien poetas —entre ellos, Domingo Zerpa, Vasilis


Vasilikós, Volker Törne, Kostas Thrakiotis, Carmen Soler, Lasse
Söderberg, Pedro Shimose, Manuel Scorza, Nicolás Vaptzarov, Leonel
Rugama, Charles Reznikoff, Margaret Randall, Joaquín Pasos,
Salvador Murillo, Yenny Mastoraki, Menelao Ludemis, Folke
Isaksson, Elvira Hernández, Ho Chi Minh— has incluido en la
primera edición de tu “Poesía social y revolucionaria del siglo XX”.
¿Repercusiones —a favor o en contra— a partir de ese volumen y del
posterior, con otros autores incorporados?

JB — Según la editorial, esa selección tuvo muy buena acogida entre


los lectores, razón por la cual tuvo una segunda edición, que procuré
renovar agregando autores y reemplazando poemas de algunos de los
poetas de la primera edición. Recibí comentarios positivos e incluso una
invitación a participar con la definición de poesía social en el “Diccionario
del Pensamiento Alternativo” (de Hugo E. Biagini y Arturo A. Roig,
Editorial Biblos, 2008). También objeciones en cuanto a algunos poetas
elegidos u otros ausentes. Tales objeciones son inevitables en una
compilación siempre limitada por el presupuesto y sin otro rigor que
ofrecer una muestra lo más amplia posible en cuanto a países
representados, en particular de América Latina, con poetas que han sido
poco difundidos. Recuerdo que al comentarle a Joaquín Giannuzzi que
estaba preparando esa antología me dijo: “Eso es para ganarse enemigos”.
Por suerte, creo no haber llegado a tanto.

10 — Te invito a que compartas con nosotros tu definición de


poesía social.

JB — Cito la entrada del Diccionario: “POESÍA SOCIAL. Designación


de aquella poesía que se involucra en temas y conflictos colectivos.
Categoría genérica difundida en la crítica literaria desde las primeras
décadas del Siglo XX. La amplitud de sus alcances ha dado lugar a
múltiples debates. El ser humano es fundamentalmente social. La poesía,
como medio de expresión y comunicación humana, también lo es. Tal
carácter es evidente en las propias obras poéticas, desde Homero en la
Antigüedad a la gauchesca en los orígenes del género en el Río de la Plata.
¿Por qué, entonces, el énfasis del calificativo social aplicado a la poesía?
Se ha dado en llamar “poesía social” a aquella que, a diferencia de las
corrientes estéticas inscriptas en el “arte por el arte” o en la efusión lírica de
un yo ensimismado, busca su objeto poético en la realidad objetiva y toma
partido en las contiendas sociales. Generalmente, los autores de poesía
social pertenecen al espectro de la izquierda política quienes, en particular
los de formación marxista, no se limitan a la descripción naturalista de la
injusticia social, sino que se proponen contribuir con su arte a la
transformación revolucionaria del mundo. De ahí el célebre verso del
español Gabriel Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”.
Justamente España ha dado una fructífera poesía de este tipo, en especial en
el bando republicano durante la Guerra Civil, resurgida con especial
calidad y fuerza expresiva en los años 50, aún bajo la dictadura del general
Francisco Franco. Es también en España donde el mayor poeta social
argentino, Raúl González Tuñón, escribe una obra fundacional del género,
“La rosa blindada”. Dedicado a la insurrección de los mineros asturianos
de 1934 y publicado en 1936, el libro influyó decisivamente en la
producción de otros grandes poetas de la época, como Miguel Hernández y
Pablo Neruda. Fue este último quien reconoció: “Raúl fue el primero en
blindar la rosa”. El propio título del libro define un programa estético e
impugna los esquematismos conceptuales que ven una oposición
excluyente entre función política y expresión lírica, una contradicción
dilemática —no dialéctica— entre el referente objetivo y la expresión
subjetiva. Por encima de cualquier parcialismo, Tuñón advertirá: “la poesía
es una e indivisible”. En la Argentina de los años 20, los abanderados de la
literatura social fueron los escritores del llamado Grupo de Boedo, entre
quienes destaca la labor poética de Álvaro Yunque, autor, además, de una
historia de esa literatura en el país. Raúl González Tuñón, aunque amigo de
los boedistas, integró el Grupo de Florida, “rival” vanguardista de Boedo.
Nicolás Olivari, poeta fundador de Boedo, fue posteriormente uno de los
animadores de Florida. Ambos casos desmienten otro prejuicio común: el
supuesto antagonismo entre compromiso social y vanguardia estética.
Prejuicio que, por otra parte, asocia la noción de vanguardia al
irracionalismo teórico y a la mera experimentación formalista. Superando
esa noción limitada, el poeta mexicano José Emilio Pacheco ha introducido
el concepto de “la otra vanguardia”, en la que incluye a la poesía
testimonial y realista originada en los años 20 en América Latina y
expandida en la segunda mitad del Siglo XX, que practica un tono
coloquial e incorpora elementos extraliterarios, términos del habla común,
referencias periodísticas, cifras, marcas y nombres propios, etc. Una
corriente emparentada en sus orígenes con la poesía objetiva
norteamericana y entre cuyas obras fundacionales Pacheco señala a “El
soldado desconocido” (1922), del nicaragüense Salomón de la Selva. En
Nicaragua esta tendencia ha sido fecunda con los poetas del llamado
“exteriorismo”, uno de cuyos exponentes más notorios es Ernesto Cardenal.
La poesía social cobra particular desarrollo alrededor de los años 60 como
parte del auge de las luchas populares y alentada por el triunfo o la
consolidación de procesos revolucionarios en países como Cuba, Vietnam,
China, etc. Algunos de los poetas más influyentes del período son el
argentino Juan Gelman, el salvadoreño Roque Dalton, el brasileño Ferreira
Gullar (José Ribamar Ferreira), dentro de una lista demasiado extensa para
ser desplegada aquí. Luego de haber sido interdicta por las dictaduras
militares de los años 70 —que asesinaron a varios de sus autores— y
despreciada por las corrientes poéticas conformistas o “apolíticas”, que se
ufanaban de haberla derrotado en el plano literario cuando sólo se la había
obligado a replegar por la fuerza de las armas, la poesía social está
resurgiendo en Argentina y otros países al calor del nuevo impulso de los
movimientos nacionales, populares y antiimperialistas en América Latina”.

11 — Nunca me animé a preguntártelo cuando nos veíamos en


“Raíces”: ¿cómo es ser —haber sido— el yerno de Joaquín Giannuzzi
(1924-2004)?

JB — Fue un privilegio haber compartido años de relación familiar


con él y con su esposa, la novelista Libertad Demitrópulos, dos personas de
gran cultura y conversación apasionante de quienes aprendí mucho.
Mantuve con ellos un entrañable vínculo de cariño mutuo. Joaquín era un
hombre afable, abierto a recibir a los poetas jóvenes, a atender sus
inquietudes, afectuoso en su trato y muy galante con las mujeres. Tenía un
humor chispeante y socarrón, que le permitía presentarse a sí mismo como
un “pesimista jovial”, que era una definición certera. Extraño conversar con
él. Recuerdo con especial añoranza los veranos compartidos en la casa que
Libertad había heredado en el pueblo de Campo Quijano, provincia de
Salta. Allí, sentado frente a una ventana, Joaquín escribía a mano en sus
cuadernos escolares esos poemas subyugados por la opulencia vegetal de
“un jardín creciendo fuera de la historia”, un reino por completo ajeno a
tanta insensatez que hallaba en el mundo humano.

12 — ¿Qué tipo de novelas preferís? ¿Cuáles detestás? ¿Cuáles


volverías a leer? ¿Cuáles son tus hábitos de lectura?

JB — Leo muchas novelas, desde siempre. Tengo un gusto más bien


clásico, de buenas historias que ahonden en relaciones, conflictos y
aspectos humanos de todo tipo y lugar. No elijo por géneros novelísticos
sino por autores o por temas que me interesen en particular. Más que
detestar, ignoro al bestsellerismo. Volvería a leer —de hecho, lo hago— a
William Faulkner, José María Arguedas, Cesare Pavese, Bertolt Brecht,
Roberto Arlt, John Berger, entre otros. Mis hábitos de lectura son bastante
eclécticos, además de novelas y poesía leo historia, textos marxistas,
biografías…

13 — Hasta hace algunos años, en la sección “Banda Hispânica”


del brasileño portal “Jornal de Poesia”, los autores, como parte de su
presentación, debían responder (apenas retocaré alguna expresión) el
siguiente breve cuestionario (el cual te extiendo, Jorge):

A: ¿Cuáles son tus afinidades estéticas con otros poetas


hispanoamericanos?

JB — Tengo afinidad con Gonzalo Millán (Santiago de Chile, 1947-


2006), cuya poesía admiro. Lo leí por primera vez a mediados de los años
‘80 en un ensayo del estadounidense Thorpe Running, acerca de la poesía
escrita bajo las dictaduras de Chile y Argentina en el cual nos mencionaba
a ambos, entre otros autores. Gonzalo vivía entonces en Holanda, uno de
los países en que pasó su exilio. Pude contactarme con él y entablamos una
amistad epistolar. Aún conservo un ejemplar de su magnífico “Seudónimos
de la muerte”, en una edición artesanal intervenida plásticamente, realizada
por él mismo, que me obsequió por correo. De ese libro me permito citar el
poema “Aparecida”: “Apareció. Había desaparecido,/ pero apareció.
Meses después/ la encontraron en una playa./ Apareció en una playa/
meses después con la columna/ rota y un alambre al cuello.”
En su país, sintonizo además con la antipoesía de Nicanor Parra y
con poetas como Jorge Teillier, Gonzalo Rojas, Elvira Hernández o Raúl
Zurita. Me he interesado mucho también por el exteriorismo nicaragüense
—esa amplia corriente poética que puede incluir desde Coronel Urtecho y
Cardenal hasta Leonel Rugama—, así como por otros poetas
latinoamericanos como Antonio Cisneros, Javier Heraud, Roque Dalton,
Ferreira Gullar o José Emilio Pacheco.
B: ¿Cuáles son las contribuciones esenciales que existen en la
poesía que se hace en la Argentina y que deberían tener repercusión o
reconocimiento internacional?

JB — No se me ocurre una contribución especial destacable por


sobre otras. Creo que existe una diversidad de voces, tanto en cuanto a
propuestas estéticas como a procedencias e idiosincrasias regionales,
merecedora de políticas democráticas de aliento y difusión nacional e
internacional.

C: ¿Qué impide una existencia de relaciones más estrechas entre


los diversos países que conforman Hispanoamérica?

JB — Pienso —vinculándolo con lo anterior— que es la falta de


políticas y acuerdos específicos de los gobiernos de los distintos países en
favor del intercambio cultural entre nuestros pueblos.

14 — ¿Tenés un escritor que te haya mostrado que la literatura


podía llegar a ser tantísimas “cosas” más de las que habías leído o
imaginado?

JB — Varios. Como ya dije, los primeros fueron —por una cuestión


meramente generacional— los autores del boom. En especial libros como
“Rayuela” de Julio Cortázar y “La ciudad y los perros” de Mario Vargas
Llosa, ambos del mismo año (1963). Fue el descubrimiento de las
potencialidades de la literatura, una “entrada” a autores que posteriormente
me deslumbraron aún más, como Faulkner y otros que mencioné antes.

15 — Te cito un párrafo redactado por el poeta Jorge Aulicino:


“Storni vuelve a ser influyente, o es por primera vez influyente, más bien
por temperamento que por una concepción particular de la poesía. Tal
vez no exista poesía femenina, pero existe femineidad en la poesía. Y eso
se encuentra en cantidad muy apreciable en Storni, quien fue mucho más
que esa Alfonsina que flota entre sirenitas y caballitos de mar en una
especie de santuario popular creado por Félix Luna. Storni ha sido
femeninamente áspera y concreta, a la vez que ornamentalmente lírica.”
¿Acordás?

JB — No puedo sino estar de acuerdo con él. Desde ya que la


relevancia de Alfonsina Storni nada le debe a la canción de Luna, más bien
lo contrario. No sorprende que su poesía —según señala Aulicino— sea
influyente, dado el lugar central que tienen hoy las cuestiones de género y
la situación social de la mujer.

16 — Transcurridos ya más de dos lustros de la aparición de tu


último poemario, cabe preguntarte si prevés publicar uno o más que
pudieras tener inéditos. Y complementariamente, ¿no reunirías en
algún volumen una selección de entrevistas realizadas por vos y
artículos de tu autoría que sólo se difundieron en publicaciones
periódicas?

JB — Sí, preveo volver a publicar poesía, aunque luego de “Luz


mala” he estado un largo período sin escribirla, y de lo escrito últimamente
debo aún pulir y darle unidad. En cuanto a mis entrevistas y artículos,
pensé reunirlos en libro, probablemente como parte de una selección de
notas literarias de “La Marea” que incluya más autores, como ya hemos
hecho con otros temas, por ejemplo, con los textos dedicados a “Trabajo y
globalización”.

17 — ¿Son innecesarias las restricciones formales de los géneros


literarios? ¿Deben derribarse los límites entre lo considerado poesía o
narrativa, en favor de una “simbiosis”?

JB — Las diferencias entre géneros son productos históricos. En la


antigüedad no había esa distinción (pienso en Homero). Existen
restricciones formales o técnicas que son inherentes a géneros literarios
específicos, como la métrica estricta de ciertas composiciones poéticas que
en el Siglo XX fueron siendo desplazadas por el verso libre, pero que aún
siguen practicándose. Son procesos históricos siempre cambiantes e
inacabados. Lo que es innecesario —y en vano— es pretender imponer
restricciones de cualquier tipo a la creación. La poesía y la narrativa están
presentes la una en la otra más allá de las formas.
18 — ¿De qué lecturas has disfrutado últimamente?

JB — Entre las novelas argentinas me gustaron mucho “La mujer en


cuestión” de María Teresa Andruetto; “Blanco nocturno” de Ricardo
Piglia; “Trasfondo” de Patricia Ratto; “El destino” de Carlos Pereiro; “El
viento que arrasa” de Selva Almada; “La vida de los Van Gogh” de
Camilo Sánchez. Entre las extranjeras, “HHhH” de Laurent Binet y
“Zapatos italianos” de Henning Mankell. En poesía, algunas obras
completas que se han venido editando, como las de Roberto Santoro,
Teresa Leonardi o Diana Bellessi.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Jorge Brega y Rolando Revagliatti,
septiembre 2015.
Dolores Etchecopar nació el 4 de julio de 1956 en Buenos Aires, ciudad
en la que reside, la Argentina. Cursó estudios de filosofía en la Universidad
de Ginebra (Suiza). Fundó y coordinó los Ciclos “El Pez Que Habla” y
“Santo Cielo”. Dirige “Hilos Editora”. Obtuvo la Faja de Honor de la
SADE (Sociedad Argentina de Escritores) en 1989. En 1998 apareció el
volumen ensayístico “El pensamiento mágico-sagrado de Dolores
Etchecopar” de Ruth Fernández (Editorial Nueva Generación). Fue
incluida, entre otras antologías, en “Se miran, se presienten, se desean. El
erotismo en la poesía argentina” (con selección y prólogo de Rodolfo
Alonso, Ameghino Editora, 1997), “70 poetas argentinos” ((1970-1994)
con selección de Antonio Aliberti), “Poesía argentina de fin de siglo”
(Tomo IV, Editorial Vinciguerra), “Unidad variable, Bolivia-Argentina.
Poesía actual” (con selección de Laura Raquel Martínez, en Bolivia, 2011)
y “200 años de poesía argentina” (con selección de Jorge Monteleone,
Editorial Alfaguara, 2010). Poemas suyos fueron traducidos al francés,
inglés y portugués. Entre 1982 y 2010 publicó los poemarios “Su voz en la
mía”, “La tañedora”, “El atavío”, “Notas salvajes”, “Canción del
precipicio” (1989-1993) y “El comienzo”. La Editorial Ruinas Circulares
dio a conocer en 2012 una antología de su poesía: “Oscuro alfabeto” (con
selección y prólogo de Enrique Solinas).

1 — La condición de diplomático de tu padre produjo, por así


decir, que tu infancia y adolescencia transcurrieran en países de
Latinoamérica y Europa.

DE — No quisiera armar una cronología estática porque rehúyo vivir


en un tiempo fechado. Pero sí puedo decir que a los dos años viajé a
Estocolmo (Suecia) y los aproximadamente dos años vividos allí fueron de
los más decisivos de mi vida. Guardo imágenes muy vívidas de la casa, la
escalera, del crujido de sus pisos de madera, de Emma Brisa, una yugoslava
que me cuidaba, de mi madre que escribía cuentos ilustrados por ella —yo
corría cada mañana a preguntarle cómo seguían—, de la nieve por la que
me deslizaba con un trineo y del bosque que se veía desde la ventana.
Cuando escribo procuro que las cosas lleguen a mis sentidos como lo
hacían en esos días en que eran presencias que maravillaban, libres aún de
los significados que opacan la percepción del mundo. Después vinieron
años más oscuros. Pasábamos un tiempo en Buenos Aires y volvíamos a
partir. Viví el desarraigo, las despedidas, la impronta de lo extraño. Poco
recuerdo de mi estadía en Lima. El impacto de México sigue obrando en
mí, Bogotá en mi pre-adolescencia también dejó rastros entrañables. Fue
importante para mí vivir en otros países latinoamericanos, respiré sus
atmósferas, otros colores y otra cadencia del idioma compartido, que
también se trasladaron a mi poesía. A los quince años estuve de nuevo en
Europa, en Berna (Suiza) y de allí volví a la Argentina donde terminé la
escuela secundaria. Luego volví a Suiza, pero esta vez sin mi familia: fui a
estudiar filosofía en la Universidad de Ginebra. Me faltaba un año para
terminar la carrera cuando volví a Buenos Aires, donde algunos poemas
míos comenzaron a salir aquí y allá, en suplementos, revistas, etc., y
publiqué mi primer libro.

2 — Tu madre ilustraba sus cuentos y de vos se han reproducido


en la Red dibujos a la tinta siendo presentada como artista visual.
¿Expusiste en muestras individuales o colectivas?

DE — Sí, mi madre dibujaba y tejía tapices. Creo que ella me


transmitió la poesía sin darse cuenta. Durante mucho tiempo pensé que la
poesía me había llegado a través de la gran biblioteca de mi padre que era
un lector hedonista y empedernido, pero actualmente intuyo que su
transmisión vino por cauces más invisibles que tenían que ver con esa
secreta concentración que mi madre dedicaba al dibujo y a los tapices. Y lo
advertí al conectarme yo con el dibujo y la pintura, aunque en mi caso es
una actividad marginal, puramente lúdica, no ocupa el lugar central que
doy a la escritura. No sería serio de mi parte hacer muestras ni ningún gran
movimiento hacia el mundo con mis dibujos y pinturas, dado que es algo a
lo que no me dedico, sino que lo practico esporádicamente por puro gusto,
quizá una manera de continuar el secreto materno, mínimas puntadas en las
tapas negras de los libros de hilos editora, como figuritas de un pequeño
teatro de cartón.

3 — Tu padre, Máximo Etchecopar, además de haber publicado


el poemario “Breve y varia lección”, entre otros volúmenes ensayísticos
dio a conocer “Lugones o la veracidad”, “Esquema de la Argentina”,
“Con mi generación”, “El fin del Nuevo Mundo: sobre la independencia
de los pueblos americanos” e “Historia de una afición a leer” (en la
edición de Editorial Universitaria de Buenos Aires, se añade en la tapa:
“Ortega, nuestro amigo”). Y el amigo mentado es el filósofo español
José Ortega y Gasset, fallecido un año antes de que vos nacieras.
Establezco así mi invitación, Dolores, a que nos hables de tu padre
escritor y de lo que a vos te haya llegado de la amistad entre él y
Ortega.

DE — “Breve y varia lección” es un libro de aforismos. Mi padre


era un lector fervoroso de poesía, pero de su autoría solo editó prosa. Su
amistad con Ortega y Gasset representó para él, creo yo, el encuentro más
decisivo de su vida. Ortega distinguió la mirada de mi padre en medio de
una multitud de personas que habían ido a escuchar una de sus
conferencias, y a partir de allí empezó una amistad entrañable. Mi padre era
muy joven por entonces, estaba más cerca de los veinte que de los treinta
años; salir a caminar con Ortega todos los días que duró su estadía en
Buenos Aires, fue una iniciación al pensamiento, a la manera de los
discípulos de Sócrates que también pensaban conversando y caminando. En
reiteradas oportunidades me volvía a contar la diferencia abismal que él
había experimentado entre el acceso fulgurante, instantáneo, al fluir del
pensamiento de Ortega, y el de otros intelectuales que tuvo ocasión de
frecuentar. Fue un deslumbramiento para él que se prolongó a lo largo de
toda su vida, hizo que su propio pensamiento diera un giro radical hacia un
pensamiento historicista. También Ortega, que era un filósofo que escribía
con la elegancia de un literato, reunió en mi padre su afición por la
literatura y por la filosofía.

4 — Con las poetas Claudia Masin y María Mascheroni


condujiste “El Pez Que Habla”, grupo de acción poética.

DE — Sí, ocurrió en la bisagra de los siglos XX y XXI; fue una


experiencia breve pero muy intensa en la que armábamos dispositivos de
toda índole para crear atmósferas propiciatorias de las lecturas de poesía
que tenían lugar allí. Un modo de realzar la voz de los poetas con un
despliegue de sonidos, luces, imágenes, que aportaban un plus sensorial a
lo impalpable que trae la poesía. Lo hacíamos en un espacio muy bello que
yo tuve en esos años, diseñado con una estética Hundertwasseriana, que se
llamó “Bar Beckett”. También Zulma Ducca, música y compositora,
formaba parte del cuarteto de “El pez que habla”. Me quedo con la imagen
de la poeta venezolana Patricia Guzmán leyendo su maravilloso “El poema
del esposo”, y el último día, el sonido de los tambores japoneses tocando en
vivo.

5 — Y unos años después… “Santo Cielo”.

DE — Sí, otro espacio creado para acontecimientos poéticos,


teatrales y alguna que otra muestra de pintura. En los dos casos y por
distintos motivos, la aventura se interrumpió antes de lo esperable.
Umbrales de un sueño que se reinventa, ojalá venga un tercer episodio. Una
lectura a destacar fue la de Lorenzo García Vega, el extraordinario poeta
cubano que esa noche memorable del año 2005 vino a “Santo Cielo” de la
mano de Reynaldo Jiménez.

6 — La Editorial llega más tarde.

DE — “Hilos Editora” nació en el 2010 y de los tres proyectos es el


que más está durando, seguimos en plena tarea, tratando de crear un
catálogo de libros que por distintos motivos nos hacen mella. Se trata de
una editorial independiente, hecha a pulmón, por eso vamos lento,
poniendo un cuidado especial en el armado del libro, en sus tapas y en cada
detalle. No recibimos originales, sino que vamos nosotras (María
Mascheroni, María del Carmen Colombo y yo) a los autores que
programamos editar a pedirles algún material. Forman parte del catálogo
poetas de distintas generaciones y nacionalidades. Los argentinos: Diego
Muzzio, Claudia Masin, María Mascheroni, Cristian Aliaga, Laura Klein,
Mónica Sifrim, Lila Zemborain, Sebastián Salinas, María del Carmen
Colombo, Paulina Vinderman, María Julia De Ruschi, Leopoldo Castilla,
Graciela González Paz, Inés Aráoz, Víctor Redondo. Patricia Guzmán,
poeta venezolana; entre los poetas traducidos: Georges Schehadé, Jerome
Rothenberg, Antonella Anedda, Milo de Angelis. Ahora inauguramos una
línea de ensayos poéticos con las “Notas sobre poesía” de Paul Valéry, una
selección y traducción de textos que hizo Hugo Gola.

7 — ¿Has recibido cartas que atesores?

DE — Sí, cartas entrañables de poetas muy admirados como René


Char (la tinta se está desvaneciendo por haber estado expuesta a la luz
durante mucho tiempo), Humberto Díaz Casanueva, Edgar Bayley, entre
muchas otras; celebro que me hayan tocado años en los que el mundo
virtual todavía no había abolido las cartas!

8 — Algún indicio en Internet me dio a entender que conociste


personalmente a la escritora uruguaya Marosa di Giorgio (1932-2004).
DE — Cuando conocí a Marosa, en una lectura que hizo en Buenos
Aires, la primera vez que vino, fue un antes y un después. Escucharla fue
sentir que se abrían todas juntas las puertas de la poesía, era asistir al sueño
despierto de una voz intemporal que se colaba por los poros de la lengua,
sin barreras, sin censuras, pura eclosión de la inagotable infancia del
lenguaje traída al centro de la escucha por la delicada fiereza hipnótica de
Marosa, con quien me crucé pocas veces; me hubiera gustado ir a sus
tertulias en la mítica confitería de Montevideo, pero no pudo ser. Apenas la
frecuenté, después de los recitales, en algún bar donde ella se mantenía
hierática y tersa. Me llegaron sus palabras en una postal cuando leyó un
libro que le envié; era sumamente gentil e inasible fuera del círculo
encantado de su voz.

9 — “La noche es el país de la poesía” afirmaste en un blog local,


y “No hables tan rápido delante de la noche” sería el título de tu
próximo libro, leí en otro.

DE — El título “No hables tan rápido delante de la noche” ya lo


descarté porque me dijeron que un escritor español tiene un título muy
parecido. Por ese motivo sigo buscando un nombre para el libro inédito que
ya tengo casi listo para ser editado. Quizá lo haga a comienzos del año que
viene. Se trata nuevamente de un libro de poemas.
Sigo pensando que la noche es el país de la poesía, aunque desde
hace unos años escribo más de mañana. Pero la noche sigue siendo ese
tiempo de suspensión de los dispositivos del mundo, de las ocupaciones
con que el día nos distrae. La noche no nos impone horarios ni tareas, la
vigilia y el sueño juntan allí sus manos.

10 — Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido pudiendo, en


general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?

DE — Sí, eso creo. Pasión y entusiasmo me depara la poesía, que


también está en cierto cine, en cierto teatro, en algunos cuadros y
esculturas, en cierta danza, en cierta música y también en dominios que no
son del arte, como en los encuentros que nos dan alegría y nos rescatan de
la inmovilidad de nuestras costumbres sentimentales y de pensamiento.
Momentos de contemplación de ciertos instantes de un paisaje también son
de la poesía. La lectura es una de mis pasiones. Me entusiasman algunos
espacios habitados de las ciudades antiguas, de algunas casas, las librerías
de librero, los bares antiguos, algunas calles. Hay objetos que me
entusiasman también, por lo que sugieren, marionetas, cajas, fotos,
estampas, juguetes antiguos, relojes de arena, lupas, los libros, los lápices y
los cuadernos, los diccionarios, los cuentos infantiles ilustrados, etc.

11 — En la novela “El hombre duplicado” de José Saramago, me


detengo acá: “Eso que cierta literatura perezosa ha llamado durante
mucho tiempo silencio elocuente no existe, los silencios elocuentes son
sólo palabras que se quedan atravesadas en la garganta, palabras
engastadas que no han podido escapar de la angostura de la glotis.”
¿Comentarías, vincularías…?

DE — Dicho así, despectivamente, como lo hace Saramago (no leí


“El hombre duplicado”), “silencios elocuentes” suena a retórico, a falso,
y… sí, las palabras se prestan para todo tipo de usos. Pero hay otro silencio,
el que habita la poesía, que no es “elocuente”, sino todo lo contrario, un
silencio vacío de significado que permite que el poema irradie muchos
sentidos, uno o varios en cada lector. Es el silencio que salva al poema del
poeta, de los saberes que lo llevan a querer utilizar el poema para informar
sobre algo que él ya tiene cocinado de antemano en su mente. Cuando es
así el poema resulta un mal poema, uno que nace muerto, porque dice
únicamente lo que dice, no abre un espacio radiante, necesario para la
comunión entre un poema y su lector. El silencio es tan intrínseco y
necesario al poema como las palabras. El silencio del poema nos garantiza
que estamos siendo invitados al misterio del mundo, a contactar con
aquello que abisma el lenguaje y nos deja sin habla, pero en comunión con
el misterio en el que estamos inmersos.

12 — ¿Con qué autores —de renombre— “no te pasa nada”? Y


por extensión, ¿con qué directores cinematográficos, con qué artistas
plásticos?

DE — Es aventurado proclamar de una vez por todas con qué


autores de renombre “no me pasa nada”. Me ha sucedido que en ciertas
etapas no me decían nada determinados autores que más tarde sí me
hablaron, porque yo estaba preparada para escucharlos. Hay otros autores
que ni siquiera llegué a leer porque imaginé que no me pasaría nada con
ellos. Puedo decir que en términos generales no me pasa nada con los
autores en los que predomina una intención didáctica, una militancia
exterior a la escritura, con los moralistas, con los que hacen de la trivialidad
auto-referencial una cruzada anti-lírica, con muchos narradores que no
ocasionan una experiencia de la escritura misma, que solo apuestan a lo
argumental. Resulta más fácil nombrar a artistas destacados de otros
campos: no me pasa casi nada con pintores como Fernando Botero, Dalí,
cierto Picasso, Marinetti y otros pintores futuristas; los directores de cine
Greenaway y Chabrol tampoco me han interesado, para nombrar dos
representantes del cine de autor que es el que prefiero.

13 — ¿Qué opinás del pasado?

DE — ¡Qué enorme pregunta! ¿Cómo contestar a eso? No tengo una


vivencia estática del pasado, como si fuera un lugar de escenas cristalizadas
en el tiempo, sino como algo que se mueve conmigo, que cambia y se
actualiza según lo que voy pudiendo destilar. No me llama volver al pasado
si éste no modifica mi presente y se modifica en él. Creo que todos los
tiempos confluyen en el presente que es donde operamos, vivimos,
escribimos…; lo que no sigue sucediendo con nosotros son interpretaciones
que inmovilizan nuestras almas.

14 — ¿Rol que cumple la literatura en la actualidad?

DE — Yo diferencio literatura de poesía, y prefiero hablar de esta


última. El rol de la poesía en el mundo actual sigue siendo despertar al
lenguaje que nos atraviesa día a día, lastrado y opacado por los discursos de
los poderes dominantes que capturan nuestro espíritu, nuestras emociones y
nuestro pensamiento, esterilizando la soledad de cada ser humano. La
poesía nos recuerda que nada nos pertenece, que somos vulnerables a lo
inconmensurable, que pretender apoderarnos de los significados nos
empobrece y nos aísla, que hay un hambre que es del alma, que somos
creadores de mundos, que cada uno de nosotros es impar, único, por eso la
voz para llegar a otro tiene que volverse singular, para no quedar presa en
la jaula del ego. La poesía requiere de lectores dispuestos a una entrega
activa, a salirse de las velocidades alienantes del sistema para experimentar
otra duración, otra percepción del mundo.

15 — ¿Practicaste o practicás algún deporte? ¿Cuáles te hubiera


gustado practicar?

DE — No practico deportes. En la infancia y adolescencia subía de


un salto a los caballos y andaba sin montura. Antes, en la primaria, era
buena corriendo y saltando en ancho, por lo que mi padre —que mostraba
un optimismo desmesurado cada vez que yo me destacaba en algo—
pensaba que llegaría a las olimpíadas! Nunca volví a practicar ninguna de
esas actividades. Hace muchos años probé esquiar y me encantó, era como
volar. Pero tampoco volví a intentarlo porque me resultan demasiado
ajenos los lugares preparados para esos deportes, como también los clubs,
los gimnasios, etc. Me hubiera gustado mucho practicar algún arte marcial.

16 — ¿Cómo es un día de tu vida? ¿Dista extraordinariamente tu


transcurrir del que te imaginabas cuando eras una veinteañera?

DE — En un sentido dista bastante de lo que imaginaba cuando era


una veinteañera. Entonces no imaginaba rutinas sino aventuras, encuentros
arrebatadores y toda clase de excesos que nunca viví de un modo que me
deparara felicidad; excesivos solo fueron mis errores. En otro sentido hay
una continuidad, sigo escribiendo, me entusiasman la mayoría de las cosas
que ya me gustaban a los veinte años. Mis días no son siempre iguales,
pero suelo despertarme entre las ocho y las nueve de la mañana. Hago un
poco de yoga y trato de caminar media hora todos los días para compensar
el tiempo de lectura y de computadora. Después leo, contesto mails, me
ocupo de temas de la editorial, escribo cuando surge, a veces solo anoto
palabras, frases. Después, cerca del medio día efectúo esas actividades que
me resultan muy penosas, como son los trámites de todo color y especie.
Vivo con mi hija Camila; Marco, mi hijo mayor, vive solo, pero viene
seguido a casa. Mis dos hijos ocupan un lugar central en mi vida, saber que
están en el mundo me sostiene el corazón. En ocasiones salgo a almorzar
con ellos o almorzamos en casa, aunque muchas veces nuestros horarios no
coinciden. Los fines de semana paso toda la mañana en un bar de mi barrio,
siempre el mismo, donde leo y escribo. Espero con ansiedad ese momento.
El resto del tiempo lo dedico a distintas actividades que van surgiendo con
la vida. Me gusta ir al cine y al teatro. Prefiero encontrarme con los amigos,
con uno o dos a la vez, antes que las reuniones de mucha gente. Pero soy
impaciente y después de un rato de estar acompañada quiero volver a mi
soledad.

17 — ¿Te has obligado a leer la obra, o buena parte de ella, de


autores que no te entusiasmaban? ¿Qué leés que no sea literatura?

DE — No, nunca me impuse leer lo que no me gusta. Por eso no


habría podido estudiar la carrera de letras, por ejemplo. Siempre leí con
placer y si cuando empiezo un libro no me pasa nada, lo abandono
inmediatamente. Fuera de la literatura, leo ensayos, filosofía, algunas
biografías. Hay lecturas que cada tanto me propongo realizar, algo de la
ciencia o de historia, pero por algún motivo lo voy postergando.

18 — Jorge Luis Borges en su prólogo a la “Antología Poética” de


Leopoldo Lugones afirma: “La presencia de Hugo es evidente en ‘Las
Montañas del Oro’; la de Albert Samain, poeta menor, en ‘Los
crepúsculos del jardín’; la de Laforgue, en el ‘Lunario sentimental’”. Y
más adelante sigue: “Dos altos poetas americanos, Ramón López
Velarde y Ezequiel Martínez Estrada, heredaron y trabajaron su estilo [el
de Lugones], más afín a ellos que a él.” ¿Qué presencias o herencias
dirías que pudieran advertirse en tu poética?

DE — Tuve muchas influencias a lo largo de mi vida. Rimbaud,


Federico García Lorca, César Vallejo, Jacobo Fijman, Héctor Viel
Temperley, Paul Celan, Ungaretti, Michaux, Francisco Madariaga, Mark
Strand, para nombrar solo a algunos de ellos (a los que sumaría influencias
de otros lenguajes, como el cine de Andréi Tarkovski y el teatro de Tadeuz
Kantor). No sé si la presencia de estos poetas puede registrarse en mis
poemas en un sentido tan taxativo como lo plantea Borges para los autores
que destaca, pero en ellos ciertamente encontré revelaciones fulgurantes y
propiciatorias para escribir.
19 — “Obras narrativas”, “Ejercicios estilísticos”, “Modelos de
orquestación literaria”, “Literatura sincopada y ‘pura’”, son
expresiones con las que a veces se definen o presentan ciertos textos de,
por ejemplo, Peter Weiss y Samuel Beckett. ¿Algún comentario?...

DE — No leo mucho este tipo de crítica literaria, en la que pululan


términos y conceptos de la índole de los mencionados en la pregunta. De
Peter Weiss solo vi la magnífica versión cinematográfica que hizo Peter
Brook de su obra sobre la representación de la muerte de Marat. La lectura
de Beckett, su escritura críptica, siempre me resultó profundamente
atractiva y movilizadora, adherí inmediatamente a la dificultad de su
escritura, me resisto a encerrar en categorías académicas la experiencia
única y renovada que me deparan sus textos.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Dolores Etchecopar y Rolando Revagliatti,
septiembre 2015.
Susana Rozas nació el 30 de octubre de 1954 en Rosario, ciudad en la que
reside, provincia de Santa Fe, la Argentina. Habiendo cursado el
Profesorado en Castellano, Literatura y Latín, es Profesora Postitulada en
Lengua y Literatura por la Universidad Nacional de Rosario. Entre 1989 y
2015 ejerció la docencia en escuelas secundarias y profesorados. Impartió
seminarios y presentó ponencias en instituciones y ferias del libro, coordinó
talleres literarios y fue jurado en certámenes de su provincia. Ha sido
traducida al catalán e incluida en antologías de la Argentina y México.
Publicó las plaquetas “Astillas de poesía” y “Un resplandor de voz” así
como “Caballo bifronte” (nouvelle en prosa poética, en co-autoría con
Marcelo Juan Valenti, en 2003), “Polifonía” (nouvelle, en 2008),
“Alternativas” (novela, en 2013); “El comienzo de la llamarada” (ensayos
sobre Puig, Rulfo y Juarroz, 2009), “Laberinto de ficciones” (ensayo sobre
la obra de Manuel Puig, en co-autoría con Ana María Serra, 2010); y los
poemarios “Sin prólogo” (en co-autoría con Victoria Lovell, 1979), “El
lado débil de la eternidad” (1993), “Las palabras no pronunciadas”
(2000), “Hacer el olvido” (2015).

1 — En 1953, a pedido de José Portogalo, quien estaba


escribiendo para el diario “Noticias Gráficas” una serie de notas, José
Pedroni le describe una estampa familiar de su niñez y adolescencia.
¿Puedo requerirte a vos, Susana, que nos describas una estampa
familiar de tu niñez y otra de tu adolescencia?

SR — Cuando cumplí cuatro años, mis padres se mudaron a la casa


propia, mi casa natal. Él tenía un bar y mi mamá se dedicaba a nosotros y a
mirar cuadros. Ella cantaba. Su madre había fallecido debido al parto.
Convivíamos con mi bisabuela. El barrio fue el primer continente, el que
gesta hasta la marcha de la respiración. Desde los cinco años hasta los
dieciocho, estudié en una escuela religiosa. Cofradía que me transmitió el
germen de lo que después sería el puente a la adultez. Fui una niña
introvertida cuya alegría era compartir las siestas y los secretos con mi
hermano menor. Lamentablemente falleció a sus veintinueve años, herida
que no sé si cerrará. Yo no fui de hablar mucho pero sí inquieta, entiéndase
que me costaba un esfuerzo sentarme a ver televisión, esa novedad. Un
sábado a la tarde escuché la voz de un muchacho que decía “que por doler
me duele hasta el aliento”. Era Joan Manuel Serrat entonando a Miguel
Hernández. Ahí supe que me iba a dedicar a leer y escribir.
Al lado de mi casa hubo una librería en mi adolescencia (antes era un
delicioso espacio con árboles frutales); pero la librería fue la fuente de mis
primeras lecturas importantes. En casa había enciclopedias, biografías y lo
que la escuela pudiera sugerir. ¡Pero yo estudiaba para Perito Mercantil!
Así que comencé con los españoles, el ya citado Hernández, Antonio
Machado, Federico García Lorca, también Pablo Neruda y todo lo que
pudiera averiguar que existía. Nacía mi espíritu de investigación. Con el
tiempo supe también que, al haber concluido la secundaria, ese mundo me
expulsaba a la realidad. Nunca se sabe cuál es la realidad. Sin embargo,
haber elegido la enseñanza con adolescentes, me pareció uno de los logros
más valiosos, educar y aprender continuamente. Así que mi universo de
lecturas nocturnas nunca se fue, transmutó, se flexibilizó, se expandió. Allí
sigo, está en mí. La vida también me sorprendió ya que, aunque no tengo
un temperamento gregario, me sugirió un destino nómade. Me he mudado
veintidós veces; y desde 2002 estoy asentada. Con respecto a mi casa natal,
mis padres la vendieron en 1978. No puedo regresar y un espejismo me
muestra que entonces era feliz, tema espléndidamente tratado por Marcel
Proust en “El tiempo recobrado”.

2 — ¿Cuáles fueron las marcas dominantes, positivas y


negativas, del período de tu formación?

SR — El profesorado me dio lo que estaba necesitando, que era


“método”. Un método desde donde arribar la literatura. Antes había
estudiado Relaciones Públicas, es decir, siempre las lecturas, los libros
entraban en el territorio del placer. Y eso continúa. Ejercer la docencia me
instruyó en esa patología que trae la denominada vocación; en mí se reveló
después de estar ejerciendo. Los estudios posteriores me permitieron
categorizar, priorizar, poder ver los universos que convergen en la palabra.
Las ramificaciones, los rizomas bibliográficos se expandieron, fue un
enriquecimiento. Alcanzar desde otros lados las palabras. Así fue como, en
algún momento, trabajé en la Escuela de Orientación Lacaniana, motivando
a los pacientes desde el área escritural. En 2009 me llamaron de la Facultad
de Psicología para formar parte de un grupo cuya investigación se centraba
En el nombre del padre; por supuesto, mis aportes siempre estuvieron
enmarcados dentro del espacio de lo literario. Exploré la paternidad en
“Pedro Páramo”, de Juan Rulfo; la novela ofrece frondoso material,
debido a la categorización de los hijos, especialmente la orfandad. Luego,
busqué modelos más actuales y con respecto a la ausencia del padre, llegué
a Manuel Puig [1932-1990] y “La traición de Rita Hayworth”. Escribí
algunas ponencias relacionadas con el entorno político de la Argentina. Y
me relacioné con una profesora que me propuso asociarnos para el análisis
de las ocho novelas de Puig. No se puede obviar que “Pubis angelical” es
la primera novela feminista. Concluida la elaboración, publicamos el
volumen “Laberinto de ficciones”. Un mundo mágico y glamoroso.
No sé si hay marcas negativas, sé que nunca tomé examen si no era a
carpeta abierta; me interesa que los alumnos (especialmente en el terciario,
donde se preparan para ser profesores) sean capaces de razonar y de crear.

3 — Ni lo que solemos denominar “performances”, ni la


actuación teatral, ni la locución, te son ajenas.

SR — Bueno, estos terrenos que encubren la exposición del cuerpo


más que la letra escrita donde nos escondemos, me han ofrecido
experiencias diversas, situaciones dispares. Cuando hice una prueba para
actuar en “Saverio, el cruel”, de Roberto Arlt, me fue fabuloso. Aclaro que
no soy buena actriz, sólo puedo hacer de mujer cruel. Lo que me resultó
extraño a cualquier vivencia, fue la adrenalina con que se vive en el
ambiente teatral. Hacíamos dos funciones los sábados. Cuando comenzaron
a superponerse las fechas, los horarios de ensayos con los exámenes, dejé
el teatro y seguí estudiando.
En cuanto a la radio, trabajé como locutora publicitaria, pasando las
tandas. Así era antes del auge de las FM. Había que hablar muy bien, saber
coordinar el tono correcto. Nada de improvisar. Tiempo después tuve un
programa en FM sobre temas de la cultura, y ya en 2004 acompañé al poeta
Armando Raúl Santillán con un bloque que iba los jueves, efectuando
algún reportaje. Me reencontré con Juan José Hernández [1931-2007], con
quien había estado unos años antes. Siento una profunda admiración por su
obra; por trabajar con la parodia y la ironía de forma refinada, elegante.
Cuando le comenté que enseñábamos literatura en 2º año con cuentos
suyos, se horrorizó entre risas: “¿Cómo pueden hacerle leer mis cuentos a
un adolescente?”. De esa etapa guardo recuerdos fuertes; y una foto de J. J.
Hernández y Alejandra Pizarnik cuando reciben el Premio Municipal de la
Ciudad de Buenos Aires: ella en poesía y él por sus relatos. La radio es un
medio magnífico y la relación que se va estrechando con el micrófono
permite un modo de expresión: soltar la voz con vida propia.
Con respecto a las performances, fue el principio de todo este
recorrido, aún antes de publicar un poemario. Habíamos formado un grupo
que llamamos Ixión. Éramos cuatro poetas (jovencísimos): tres compañeras
del profesorado (de ahí el nombre hallado en el diccionario de latín) y un
estudiante de psicología (todos nos recibimos); había una acompañante en
flauta y Carlos Luchesse, que se convertiría en el mejor percusionista de mi
ciudad. Recitábamos poemas con melodías adecuadas al texto. Lo más
importante, sin embargo, fueron otros detalles: el montaje y habernos
presentado el día en que Jorge Rafael Videla visitó Rosario, a causa del
Mundial ’78. Habíamos provisto la sala (en un teatro) con candelabros de
latón y velas, no usamos electricidad; detrás del escenario hervía una olla
con eucaliptos —no se comercializaba el sahumerio—, y recibíamos al
público con copas de vino. Un ambiente donde se despertaban los sentidos
y se homenajeaba la poesía. Presentamos ese espectáculo, “Permeón, el
camino de la poesía”, unos meses después en la Sala de la Pequeña
Muestra, que pertenecía a Armando R. Santillán. Años después, con la
artista plástica Marta Greiner realizamos una performance, “Poesía de lo
efímero”, donde también nos acompañó Carlos Luchesse, coincidencias
que nos regala la vida. Con una caja de luz donde depositábamos poemas,
todo en un papel de transparencias dando ilusión por lo sutil. El sonido era
suave, hecho con metales. También estuvo Marcelo Juan Valenti y el
dibujante Max Cachimba. Al año siguiente, Marcelo y yo presentamos de
ese modo nuestra novela a cuatro manos: “Caballo bifronte”. En cuanto a
una performance titulada “Donde crece el silencio”, participamos dos
poetas. Aquí el eje estaba puesto en lo visual, la ropa, los objetos. Guitarra
de Carlos Casaza y un homenaje central en rojo y algo de negro hacia
García Lorca, de parte de mi compañera, y por mi lado, a Miguel
Hernández. Eso sucedió en 1983.
Las performances me dan mucho placer; es más: intento eso cuando
presento los libros. La más parecida a una producción de esa índole fue la
realizada por “Laberinto de ficciones”. Respetando la época en donde se
plasma especialmente la literatura de Puig y los años dorados de
Hollywood, la poeta Clara Rebotaro, quien me acompañó, lució un traje
varonil blanco y corbata, tipo Marlene Dietrich y, por mi parte, intenté una
Hedy Lamarr. La sala tenía arreglo para cine y Leandro Arteaga proyectó
fragmentos de “Gilda” (Rita Hayworth), “El beso de la mujer araña”, un
reportaje a Manuel Puig y una escena de la obra del chileno José Donoso
[1925-1996], “El lugar sin límites”. Al público que llegaba se le regalaba
un lápiz labial (por “Boquitas pintadas”) y una copa de licor (rojos y
verdes). La música fue la recopilación de tangos y boleros que Puig
intercala en los capítulos de sus obras, y también de la canción “La
distancia” interpretada por el brasileño Roberto Carlos, ya que es el fondo
donde se sitúa su novela “Sangre de amor correspondido”. Clara Rebotaro
fue invitada para hablar acerca de las locuciones y giros cotidianos propios
de esa época, ya que es contemporánea a Puig. La presentación se produjo
entre las diez y las trece horas de un sábado; el impacto entre el ambiente y
el mediodía rosarino fue portentoso. Una nota que reproduje en el blog de
“La anémona vidente”, realizada por la periodista Eleonora Marín, da
constancia de este hecho. Te cuento que tanto Clara como yo nunca nos
informamos sobre el atuendo. Una vez más Roberto Juarroz se me presentó
por su frase: “El azar es siempre una mano más segura.”

4 — Fuiste seleccionada en un concurso de Afiches por los


Derechos de la Mujer. Pintás, creo. Y has expuesto Arte Correo.

SR — Sí, en 1997 hasta el ‘99 inclusive, tomé clases de dibujo y


pintura con pastel. Una gran sorpresa, porque no se usan pinceles, los dedos
hacen todo. Trabajé mucho y me gustaba, un día el profesor trajo la
invitación a participar en el concurso de Afiches. También fue él quien
envío los trabajos. Sólo éramos dos alumnos. Los docentes hacemos esas
cosas, como alumna no lo hubiera presentado nunca. No gané, pero haber
sido seleccionada me conmovió.
Ahora, este año estoy pintando con óleos y siempre acrílico; soy
mejor dibujando. Todo esto que hago es como mail art. Empecé cuando
Marcelo Juan Valenti me trajo una propuesta, a partir de cómo a cada uno
le resonara el título “La condesa sangrienta”. Me entusiasmó, recuerdo
haber hecho lágrimas de sangre con pétalos de malvón. Se envía por
correo…, así que el original se fue, pero eso no importa, lo que
sinceramente vale es estar produciendo sin palabras, un recreo. En 2010 me
llegó el catálogo de la Tercera Edición Bienal de Poesía Experimental de
Euskadi. Y luego, varios de exposiciones. Lo mágico es que, por lo menos
en mi caso, ni bien llevo el sobre al correo ya está, lo disfruté. Me encanta
el collage y creo que aprendí en este tiempo.
Otra de las bifurcaciones fue trabajar con objetos intervenidos; hice
varios, pero el que más me estimuló y cuyo resultado me satisfizo fue una
convocatoria titulada “Corpiños”. Me valí de uno de una amiga; más bien
grande, lo decoré con hojas, flores y bastante pintura, desde las más
ingenuas, pasando por el dorado y arribar al otoño. Lo titulé “Las edades de
Clara-Eva”.
También adopto las mixturas con la literatura, y de esa manera, en
2006 he hecho plaquetas, un tríptico que se llamó “Biografía”, en sobres
artesanales estampados entre hojas y flores del herbario y tinta, difundiendo
una prosa poética. Lo hice en adhesión al Segundo Congreso de Poesía
Latinoamericana, organizado por René Villar, en Mar del Plata.
5 — Participaste, cuatro años después, en el XIV Encuentro
Internacional de Poetas en la ciudad de Zamora, Michoacán, México.

SR — Una experiencia brillante e inesperada. Viajé junto al poeta


Gustavo Tisocco. Nunca había participado fuera del país y me sorprendió
la camaradería que se produce entre los poetas en esa convivencia, no sólo
literaria, sino que surgieron espontáneas coincidencias, expectativas. El
nivel de los poetas latinoamericanos, en esa oportunidad, fue muy elevada.
Conocer parte de México, maravilloso. El color y la historia penetran en el
ánimo, pude escribir. Se impusieron otros parámetros y modalidades, el
humor y las canciones. En un marco distendido, la disposición de Roberto
Reséndiz Carmona, el organizador del evento, fue ideal. En los días en que
me alojé en el Distrito Federal, vino a visitarme la poeta Carmen Amato,
con quien nos conocimos en Mar del Plata con motivo del Primer
Encuentro Latinoamericano de Poesía. Ella me llevó a conocer Cuernavaca,
y fue así que paseamos por el Jardín Borda. Le dije: “Acá voy a presentar
el libro sobre Manuel Puig”, y en efecto, allí en 2011 presenté “Laberinto
de ficciones”. Por cierto, lo más significativo es que aún se conservan
algunas admiraciones y amistades. Eso es impagable.

6 — En co-autoría con Maira Máscolo, en 2010, se difundió


“Interiores”, narrativa en CD. ¿Prevén editarlo en soporte papel? ¿A
qué interiores aluden?

SR — El CD está conformado por dos partes. La primera se llama


“Interiores” y consta de cuatro cuentos y un tango de Maira Máscolo, con
prólogo mío. Y esos interiores aluden a lo más turbio de la personalidad.
Mi sección, titulada “El pentágono de Bajtín”, son cinco cuentos unidos por
la teoría crítica del lenguaje, el planteamiento de Mijaíl Bajtín [1895-1975]:
“Hablamos con nuestra ideología (nuestra colección de lenguajes, de
palabras cargadas con valores).” Son ficciones concebidas con
delectación, desde ese dicho: somos lo que leemos. No hay proyecto para
llevarlo al papel, quedó todo ahí, surgió espontáneamente y el trabajo dual
fue más que satisfactorio, pero ya está.
7 — Eduardo D’Anna es el autor —estudio y prólogo— de
“Capital de nada. Una historia literaria de Rosario (1801-2000)”
(Editorial Identydad, 316 páginas, 2007), en el que has sido incluida.

SR — Para mí fue una sorpresa recibir la invitación para la


presentación de este volumen que trasunta una investigación concienzuda,
comprometida, respecto a publicaciones de mi ciudad. Transcribo de la
contratapa: “Más de 500 nombres y referencias a más de 2000 obras
literarias constituyen el contenido de este libro, de consulta indispensable
para cualquier interesado en la cultura de Rosario”.

8 — Otra propuesta se materializó en otro volumen, en 2008, y


de ella sos la compiladora y prologuista: “Hybris”, poesía póstuma de
René Villar (1964-2008).

SR — En 2004, cuando viajé a Mar del Plata para participar en la


Marathónica, cuyo lema era “Cuando cese la noche”, línea de César
Vallejo, conocí a René Villar e inmediatamente nos unimos como pareja.
Me interesó de una manera recóndita su concepción poética: su elaboración
para ser dicho el poema, su plasmación para la lectura individual. Su
muerte fue rápida, enigmática y radical en mi vida. Generador de tantos
espacios artísticos, y que tenía editado un sólo poemario: “El canto de la
mujerosa”, que prologué con un texto denominado “Funámbulo de la
palabra”. Teníamos como proyecto armar una editorial —“Del pasaje”—, y
estaba en edición mi nouvelle “Polifonía”. El impacto de su ausencia me
hizo olvidar todo, llegó el libro y dejé que quede así, sin presentación.
Entonces una fortaleza mágica, quizás, me llevó a empeñarme en
buscar sus plaquetas. En Rosario él había ofrecido un recital llamado
“Hybris”, con exposición de poemas objetos escritos, y trabajos con
pinturas y collages realizados por él en tan sólo un mes. Armé un volumen
y lo titulé como a su presentación, lo prologué. Ahora, han pasado siete
años y puedo hablar de esto. El tiempo cercano a su muerte fue impregnado
por la dolencia (que siempre resulta impotente y creemos infinita) y no tuve
la fuerza de espíritu para asumirlo de inmediato. “Hybris” está agotado; ya
ronda la idea de la segunda edición ampliada. Hay algunos amigos que
tienen otras plaquetas de las que él colocaba en cada mesa de los ámbitos
públicos de lectura y estoy efectuando una nueva recopilación. Este año
pude publicar “Hacer el olvido”, un largo lamento a su ausencia. La
Fundación de Poetas continúa con sede en la bonaerense ciudad de Mar de
Ajó, y todos los noviembres se realiza una Marathónica. También mantuve
la revista virtual de Villar, “La Anémona Vidente”, durante dos años, desde
el 2008. Y esta labor me pareció determinar un territorio entre Villar y yo.
Como una cierta vuelta al inicio de lo que voy trasmitiendo, me
agradaría compartir un breve texto de Marguerite Yourcenar, que incorporé
en la contratapa de “Las palabras no pronunciadas”: “He soñado mis
sueños; no pretendo que sean más que sueños. Me guardé muy bien de
hacer de la verdad un ídolo, prefiriendo dejarle su nombre más humilde de
exactitud. Mis triunfos y mis riesgos no son los que se cree; existen glorias
distintas de la gloria y hogueras distintas de la hoguera. He llegado casi a
desconfiar de las palabras. Moriré un poco menos necio de lo que nací”.

9 — ¿Hay por allí algún libro que preveas editar?

SR — No lo hay. En realidad, nunca preparo un libro y espero.


Viene la oportunidad y extraigo de la computadora lo que ya está
corregido. Tengo pendiente un volumen de cuentos desde 1993, con varios
intentos fallidos. Estoy elaborando una ponencia sobre “La carta como
recurso de estilo”. Y se está extendiendo porque en mis lecturas va
apareciendo cada vez más bibliografía para aportar. Lo aplico en el Taller
con mis alumnos y escucho sus opiniones y observaciones.

10 — Has ido mencionando a un poeta —y también galerista—


santafesino al que has tratado, imagino, bastante: Armando Raúl
Santillán (1929-2013).

SR — Ha sido una amistad de cuatro décadas, alimentada


lentamente. Armando fue una persona muy importante en la cultura de la
ciudad, por sus conocimientos, sus contactos, su gusto. Estaba en todo
evento, no sólo de literatura y pintura. Hemos compartidos lecturas,
películas, música y también domingos en casa de Clara Rebotaro. A su
galería se acercaba toda índole de artistas: Marco Denevi y Ernesto Sábato,
entre los narradores más reconocidos; Pedro Giacaglia y los plásticos y
escritores de Rosario. Esencialmente era un difusor y un compañero para la
conversación y el intercambio de opiniones.
De su poética puedo acercarme con sus propias palabras, los últimos
versos de “Poema con perfil nunca elaborado”: “Ahora marcho a decir por
esta aurora, / no me arranquen el temor / de lo vivido, no me duelan la
injusticia / de lo amado. / Que llovizne / sembrando con mis manos / los
secos brotes de malvones, / sobre la casa triste, / que nunca pudo superar /
mi infancia.” Así lo evoco. Y lo extraño.

11 — ¿Qué alternativas muestra u ofrece tu “Alternativas”?...

SR — Es una novela breve cuyo tema fundamental es la crisis de los


cincuenta años en dos hombres. El título juega con la polisemia que depara
el vocablo, ya que se refiere a las posibilidades de seguir o quebrar
caminos. Uno de los personajes pasa de ser un psicólogo ortodoxo a
implementar medicinas “alternativas”. Y entre otras ramificaciones, la
nostalgia de los años juveniles.

12 — ¿Artistas plásticos, cineastas, narradores?

SR — Siempre estoy cercana a las artes plásticas, recorro museos,


estudio un poco; pero fundamentalmente es como una herramienta en mis
clases de escritura. Hay cuadros que cuentan historias, otros que derraman
pinceladas de sentidos. La imagen es un motivador desmesurado. Para
nombrar alguno, más allá de los clásicos, ahora estoy trabajando con
cuadros de Edward Hopper. Fijate, Rolando, que “casualmente” una de sus
pinturas inspiró la casa de “Psicosis”. ¿Ves?, esa película de Alfred
Hitchcock la he visto innumerables veces. (De chica me había enamorado
de los cuadros de Utrillo y creo que de él también. Fue la primera biografía
que leí.) He tomado pequeños cursos de cine, nada más que para aprender,
y tengo un listado variopinto de films que me atraen: cito uno: “Los
sueños” de Akira Kurosawa. También elijo las películas por las
actuaciones: Daniel Day-Lewis me parece el más maleable de los actores.
Me entusiasma lo que hace Rebecca Miller (esposa de Day-Lewis e hija de
Arthur Miller y la fotógrafa Inge Morath), guionista y directora de cine,
actriz, pintora y novelista.
Fui formada en literatura latinoamericana y mis trabajos finales en
cada carrera han sido sobre Juan Rulfo y luego Juan Carlos Onetti (quien
me enseñó el uso de la adjetivación comprometida con el texto). Pero más
allá de Faulkner, Henry James, Milan Kundera, Yourcenar, Roberto
Bolaño, Yasunari Kawabata, que están dentro de mi categoría de relecturas,
los últimos descubrimientos fueron, apenas por nombrar a algunos, Irène
Nemirovsky, J. M. Coetzee, Alessandro Baricco, Sándor Márai, Doris
Lessing.

13 — En 2005 dictaste un seminario, “Imposturas de las


tramas”, sobre la obra de Silvina Ocampo (1903-1993) en el Centro
Cultural “Villa Victoria Ocampo” de la ciudad de Mar del Plata.
¿Cuál fue tu enfoque, los ejes principales?

SR — El grupo estaba integrado por escritoras. Participaban la poeta


de México que ya nombré, Carmen Amato, y Leticia Ruíz, de Puerto Rico.
Para ellas, Silvina —de quien sólo me aboqué a su obra narrativa— era una
novedad reveladora, y terminado el curso fueron a las librerías a buscarla.
La idea de elaborar un trayecto con respecto a la extensa y heterogénea
producción de Silvina Ocampo, surgió de la necesidad de articular los
conocimientos que se podían transmitir, ya que la autora innovó desde el
ámbito semántico tanto como desde la estructura formalista. Si algo
justifica su vigencia es la perdurable gravitación que poseen para la
imaginación infantil las voces que cuentan los cuentos. Esto acerca al relato
con sus raíces populares para encontrar una sintaxis más próxima a la del
sueño y del recuerdo que a la linealidad del discurso comunicativo.
Me basé en el artículo “Tesis sobre el cuento” de Ricardo Piglia:
Primera Tesis: Un cuento siempre cuenta dos historias. “El cuento clásico
narra en primer plano la historia 1 y construye en secreto la 2.” Segunda
Tesis: “La historia secreta es la clave de la forma del cuento y de sus
variantes.” El eje fue desprendiendo otras ramificaciones, como la
inclusión de lo kitsch, la evolución y desdoblamiento de los narradores en
el mismo texto, el corte social, la perversión en la infancia. Nos valimos,
además, del ensayo “Sobre los recuerdos encubridores” de Sigmund Freud.
Los textos analizados de la Ocampo fueron: “Cielo de claraboyas”, “El
impostor” y “Las fotografías”. Y concluyo esta respuesta con una frase de
Silvina que me impacta: “No queremos a las personas por lo que son, sino
por lo que nos obligan a ser.”
14 — Fritz Perls, entiendo, es el autor de la siguiente oración de
la Gestalt: “Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo./ No estoy en este mundo
para llenar tus expectativas./ Y tú no estás en este mundo para llenar las
mías./ Tú eres tú y yo soy yo./ Y si por casualidad nos encontramos es
hermoso./ Si no, no puede remediarse.” ¿Comentarios... o, acaso, una
“oración” de tu autoría?

SR — Como expresé en renglones anteriores, mi acercamiento al


pensamiento de Mijaíl Bajtín me hace comprender que somos una cadena
de voces, nada es tan personal. No puedo adjudicarme ningún pensamiento
propio, lo que es propio es el modo en que la experiencia nos lleva a
producir.

15 — ¿Cómo afecta tu obra el mundo de los sueños? ¿Tomás


prestado o trasponés el contenido de tus sueños o ensoñaciones a la
literatura?

SR — El mundo de los sueños es el germen de la mayoría de los


cuentos y prosas poéticas, es algo tan inconsciente que el mecanismo se me
escapa, pero no lo sabría traspasar sin filtrarlo por la literaturidad que da la
escritura. Lo más atrayente es la función estética que indulgentemente
aporta. El estallido inimaginable de sinestésicas emociones.

16 — ¿Te sentís vinculada a la estética de una generación o


grupo literario?

SR — Realmente no; quizás otros al leerme encuentren afinidades


porque los autores tenemos la posibilidad de cambiar permanentemente; los
grandes que han marcado camino nos han legado un estilo, una ruta
necesaria para la formación en nuestra condición de lectores. En un
comienzo atino a entrever una adhesión a la poética setentista con el verso
libre y una protesta camuflada en mi caso, pero luego vinieron otros
descubrimientos y en la actualidad me apoyo en mis textos para partir de
allí y alumbrar otras voces.
17 — ¿Cómo juzgar la autenticidad de un poema? ¿Cómo juzgar
la validez de un poema?

SR — Entiendo que el arte poético tiene alguna normativa,


especialmente en el ritmo y la estructura. Hay poemas que son buenos y a
veces no logran conmoverme, porque les falta la pulsión, el
desprendimiento del autor. El dejar todo allí. Al trabajo, al oficio hay que
sumarle el misterio. Y a la manifestación volcada desmesuradamente hay
que atraparla con la estructura que corresponde a cada argumento.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las Ciudades de
Rosario y Buenos Aires, distantes entre sí unos 300 kilómetros, Susana
Rozas y Rolando Revagliatti, octubre 2015.
Héctor Freire nació el 10 de diciembre de 1953 en Buenos Aires, ciudad
en la que reside, la Argentina. Es Profesor en Letras por la Universidad de
Buenos Aires. Recibió el Premio y la Beca a la Investigación Literaria
Ciclo 2003, otorgada por el Fondo Nacional de las Artes, por su proyecto
“Poesía Buenos Aires (1980 / 1990)”. Ha sido fundador de la Primera
Escuela Literaria del Teatro IFT (“Idisher Folks Teater”), jurado del Fondo
Nacional de las Artes (género ensayo), jefe de redacción de la Revista de
Poesía “Barataria”, así como de la Revista Cultural “La Pecera” (Mar del
Plata) y director de la Revista de Cultura “Rizoma”. Forma parte del
consejo de redacción de la Revista “Topía” (Psicoanálisis, Sociedad y
Cultura), además de ser el responsable de la sección Arte y Cine. Lo es
también de las secciones Arte y Erotismo de la revista virtual “El
Psicoanalítico”. Es integrante fundador del Grupo de Investigación
(filosofía, arte y psicoanálisis) Magma y secretario de la ONG del mismo
nombre, y fue el compilador junto a Yago Franco y Miguel Loreti del
volumen “Insignificancia y autonomía (debates a partir de Cornelius
Castoriadis)”. Seleccionó y prologó la antología “El cine y la poesía
argentina” (Ediciones en Danza, 2011). En el género ensayo publicó
“Literatura y cine, uso del video en el aula” (en co-autoría con
Maximiliano González Jewkes, 1997), “Sostiene Tabucchi (todo es una
película)” (en co-autoría con Roberto Ferro, Maximiliano González Jewkes
y Ana Paruolo, 2000), “De cine somos (críticas y miradas desde el arte)”
(2007), “El cine en su laberinto: literatura, pintura y sociedad” (2009),
“Cine en tiempos de insignificancia” (2013). Entre 1994-2014 formó parte
del grupo de docentes-capacitadores del CEPA (Escuela de Capacitación
Docente. Pedagogías de Anticipación), dependiente de la Secretaría de
Educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Poemas de su autoría
han sido incluidos en las antologías “De la utopía al compromiso” (1988),
“La poesía del siglo XX en Argentina” (Colección Visor de Poesía,
Madrid, España, 2010), “Muestra 18 poetas argentinos” (2014), “Muerte”
(2015), “Poesía de pensamiento. Una antología de poesía argentina”
(Editorial Endymion, Madrid, España, 2015). Publicó los poemarios
“Quipus” (en co-autoría con Patricio Sabsay y Daniel Calmels, 1981),
“Des-Nudos” (en co-autoría con Daniel Calmels, 1984), “Voces en el
sueño de la piedra” (1991), “Poética del tiempo” (Grafiti, Montevideo,
Uruguay,1997), “Motivos en color de perecer” (2003; Premio Fondo
Nacional de las Artes), “Satori” (2010; con segunda edición, castellano-
francés, en 2013).

1 — Uno de los tres narradores de la novela “La pista de hielo”


de Roberto Bolaño, dice: “Las calles estaban luminosas, como las calles
que uno identifica, a veces, con la infancia, y pese a que aquel fue un
verano caluroso…” ¿Qué calles —o plazas o salas cinematográficas
o…— identificás con tu infancia?

HF — Creo que la infancia junto al lenguaje son “la patria” del


poeta. Y teniendo en cuenta que la infancia es hiperbólica y exagerada, ya
que está atravesada por la memoria, me hace acordar a la metáfora que
utilizaba Federico Fellini al respecto, y que para él es fundamental en el
proceso creador de un artista: la figura de un inmenso transatlántico
sumergido en la oscuridad del fondo del mar. Que de vez en cuando manda
alguna lucecita a la superficie. No es casual que ese inmenso transatlántico
aparezca muchísimos años después en su famoso film “Amarcord” (que en
dialecto quiere decir “yo me acuerdo”). Muchos de mis poemas surgen de
esas “epifanías” provenientes de la lejana y a la vez próxima infancia. El
barrio, las calles que rodean al Parque Lezama, el patio de la casa grande
con sus helechos y jazmines, y en especial la presencia de mi abuela
materna, aparecen a menudo en mis textos. Además, fue mi abuela la que
me regaló mi primera máquina de escribir. En este sentido, la poesía como
la infancia, tienen una cualidad estática y estética propia. Su presente es la
extensión del pasado, de la memoria. Sin tiempo, me sigo preguntando
¿qué fue de las caricias de mi madre?, de la dulce música de las siestas en
verano? Es como si solamente hubiésemos aprendido a olvidar. Sin
embargo, es extraño que esas imágenes sigan habitando el recuerdo: lo
imposible es cierto. Así es el recuerdo: “olvido habitado”. Un espectáculo
que aparta lo físico de lo real. El resultado, simulacro y representación:
poesía. ¿El lugar donde se guarda lo que fuimos? ¿Lo que alguna vez fue
nuestro?
Y entonces ese barco del que hablaba Fellini, hoy navega a través de
los poemas, por los rincones de la vieja casa, perdido y sin tripulantes,
alterando el equilibrio interior de nuestros sueños. Ajeno a la velocidad de
la vida actual, se siente protegido en su viaje doméstico hacia ninguna
parte, porque lo esencial es navegar, seguir escribiendo. Las mismas
habitaciones, los mismos seres, las mismas puertas que dan a distintos
puertos. La prisa en el retraso que persiste: nunca ha llegado, porque nunca
ha partido. ¿O es que sólo se viaja para regresar? Éxodo, destierro, exilio.
Infancia-Poesía: movilidad en la fijeza. Entonces ese barco, vuelve exótico
lo que nos es más familiar. Hay un poema de mi libro “Poética del
tiempo”, llamado “Nocturno”, que en los versos finales sintetiza esta idea:

Ahora los sentimientos y los sueños/ de los días nuestros llegan al antiguo
patio/ como húmedos pasos para recordarnos/ que no sabíamos, ni
sabemos aún qué decir/ acerca de la muerte. “—¿Dónde estábamos?—”
Preguntó mi hermano/ que todavía no había nacido./
“—En ninguna parte—”, contestó la abuela/ que ya había muerto,/
pasando una ramita de albahaca fresca/ sobre los ojos secos de los
helechos.

El recuerdo torna circular al tiempo, la infancia no es el pasado, sino


su interpretación. La captura de esos instantes luminosos plasmados en la
escritura poética, es lo que dura. Y ésta, creo, es la “lógica” de la poesía y
su relación con mi infancia: en la superficie de su profundidad, el tiempo se
hace humano. Un raro instante de emoción que huye. En ese sentido, la
poesía entre lo que huye, permanece. Y donde lo insólito, lo extraño nace
de lo común. La infancia, la poesía, concentra así lo eterno en lo fugaz.
Madura la mirada: da peso a la levedad y gravedad a lo pequeño. Confronta
y a la vez desliza una intuición: no juzga, trata de comprender. Trata de
“cazar fantasmas” con palabras. La poesía quizás, no sea más que la mirada
de ese niño solo, sobrepasado por lo que le rodea.
En cuanto a mi primera experiencia cinematográfica: recuerdo dos, la
“local”, cuando íbamos con los amigos del barrio a ver los sábados o los
domingos a la tarde, dos o tres films seguidos. Varios géneros por el mismo
precio: westerns, aventuras, de terror (los cuentos de Edgar Allan Poe
llevados al cine). Y la otra experiencia inolvidable e irrepetible, cuando mi
padre me llevó por primera vez al centro, la sala Gran Rex, el Metro, el
cine Ópera, y las salas de la calle Lavalle. ¡¡¡Qué maravilla!!!, haber visto
en pantalla gigante “Lawrence de Arabia” del director David Lean,
“Espartaco”, del genial Stanley Kubrick, y más adelante en la escuela
secundaria, guiados por la profesora de inglés, “2001, Odisea del espacio”,
del mismo director. Film que transformó el marco de referencia de un
género —la ciencia ficción— que se convertiría en uno de los pilares de la
industria durante las siguientes décadas. Pero toda esa cuestión la entendí
muchos años después, cuando me dediqué a estudiar e investigar historia y
crítica de cine. Sin embargo, todavía hoy, en los distintos cursos de cine
que dicto, nos sigue sorprendiendo: el célebre y enigmático símbolo del
monolito, el prólogo del film con el mono arrojando el hueso que se
transformará en segundos en una nave espacial. Quizá una de las escenas
más logradas y sintéticas de la historia del cine. Lamentablemente, hoy hay
en el cine una masiva industrialización de la visión, en detrimento de la
construcción de una mirada. En el cine actual (el de los efectos especiales)
no hay tiempo para el suspenso, en él solo puede haber sorpresa. Se
privilegia el accidente en lugar de la substancia duradera del mensaje.
Esas experiencias, fueron como trazar un círculo poético que produce
tranquilidad ante la inmensidad de lo desconocido. Esa sensación que
todavía sigo sintiendo, como un estado de ánimo luminoso, cada vez que
vuelvo a ver los films de Fellini o Kurosawa. También al releer un poema
de Fernando Pessoa, de César Vallejo, o de algún cuento de Borges.

2 — ¿Cómo fueron tus inicios literarios? ¿Quiénes fueron tus


referentes poéticos del país y del extranjero?

HF — Fueron muy dispersos. Creo que todo empezó cuando me


recibí en la secundaria. Y gracias a una profesora de Literatura, que daba
unas charlas sobre arte, poesía, cine, teatro, los días sábados a la tarde en
una institución. Esos cruces de disciplinas, con sus consecuentes
relaciones, dejaron huellas. Luego vinieron los talleres literarios, en
especial el de una poeta y traductora argentina, lamentablemente olvidada o
no reconocida como se merece. Me refiero a Elizabeth Azcona Cranwell,
traductora, por ejemplo, de la obra de Dylan Thomas. Con ella, además de
trabajar nuestros textos, fuimos conociendo a poetas como Antonin Artaud,
y a sus amigas, Alejandra Pizarnik y Olga Orozco. Solía visitarnos de vez
en cuando Alberto Girri. Un libro de Elizabeth, “De los opuestos”,
publicado por Editorial Sudamericana, con comentario de Jorge Luis
Borges, me había impresionado mucho. Recuerdo dos poemas del libro:
“La mudez del poeta” (dedicado a Rimbaud) y “Las voces que destruyen”.
Y que según Borges parecen dictados por dos pasiones: “la de sentir y la
de comprender lo sentido”. Esas marcas las reconozco hoy en mi poesía.
Luego vinieron las reuniones informales con poetas amigos, Patricio
Sabsay, Daniel Calmels, con quienes fundé la Primera Escuela Literaria del
Teatro IFT. Mucha lectura autodidacta a la par de los estudios
universitarios en la Facultad de Letras de la UBA. Otro poeta importante
para mí fue el contacto y la lectura de la obra de Joaquín Giannuzzi. Y a
través del traductor y poeta Lysandro Galtier (también injustamente
olvidado, sobre todo por el grupo de traductores locales), conocí a los
poetas griegos contemporáneos: Odysséas Elytis, Constantino Cavafis,
Yorgos Seferis. Traducidos del francés por Galtier, como así también la
obra de Henri Michaux, de Saint-John Perse. Y muy especialmente los
poemas del lituano Oscar Vladislas de Lubicz Milosz [1877-1939]: cómo
no recordar su monumental “El cántico del conocimiento”. Y esos versos
que dicen: “sóplame la palabra envuelta de sol, / la palabra grávida de
cólera de este peligroso tiempo.”
Después, y gracias a mis precarios estudios de italiano en la Dante,
disfruté de los poetas italianos Eugenio Montale, Salvatore Quasimodo,
Giuseppe Ungaretti, Dino Campana, Umberto Saba, Cesare Pavese, y de
toda la obra de Pier Paolo Pasolini, quizás el último artista renacentista que
dio Italia. Admiro mucho su obra que abarca casi todas las artes: poesía-
cine-teatro-pintura-ensayo-novela, además de su compromiso y militancia
política. Incluso le he dedicado varios poemas. Otro italiano notable es
Italo Calvino. Su obra también es monumental, y si bien no se lo ubica
como poeta, su bellísimo libro “Las ciudades invisibles”, es poesía de gran
nivel.
Todos ellos, junto a T. S. Eliot, Pessoa y Vallejo (la lista sería muy
larga), fueron un eficaz estímulo a la imaginación. Aprendí que la poesía es
una espinosa rosa que crece en el centro del jardín de las vanidades.
Escribir poesía es descubrir. La poesía como “duración inmóvil”: gradual
acumulación de pequeñeces visuales. Un detalle tras otro, ya que en los
detalles se detiene el tiempo. Un intento por agotar todo lo que se expresa
por la inmovilidad y el silencio. Poemas como sitios en el tiempo.
Pensamientos que son instante y memoria. Su sola existencia es un acto
íntimo y sencillo. La evidencia de las preguntas antes que la pertinencia de
las respuestas.

3 — ¿Qué films ubicarías en lo más alto del podio?

HF — Pregunta difícil de contestar, ya que son muchísimos. Voy a


tratar de ser lo más objetivo posible, en cuanto a la importancia y
permanencia en el tiempo. Su pertinencia técnica y sus innovaciones en el
discurso cinematográfico. Y por supuesto, mi gusto personal.
Podríamos utilizar el criterio que despliega Italo Calvino, en cuanto a
los clásicos en literatura, en su “Por qué leer los clásicos”, o sea aquellas
obras que soportan el paso del tiempo. Dispositivo que tomaré de prestado,
aplicable también a las obras cinematográficas y sus respectivos directores.
Films de los cuales se dice:
* “Estoy volviendo a ver, y nunca estoy viendo”: “El ciudadano”, de Orson
Welles.
* “Toda relectura de un film clásico es en realidad una lectura de
descubrimiento como la primera”: “Vértigo”, de Alfred Hitchcock.
* “Un film clásico es un film que nunca termina de decir lo que tiene que
decir”: “Ocho ½”, de Federico Fellini.
* “Un film clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de
discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima”:
“El acorazado Potemkin”, de Serguéi Eisenstein; “El gabinete del doctor
Caligari”, de Robert Wiene; “Metrópolis”, de Fritz Lang.
* “Un film clásico es el que persiste como ruido de fondo incluso allí
donde la actualidad más incompatible se impone”: “Ran”, de Akira
Kurosawa; “El padrino”, de Francis Ford Coppola; “Blade Runner”, de
Ridley Scott; “Taxi driver”, de Martin Scorsese.
* “Clásico es un film que se configure como equivalente del universo, a
semejanza de los antiguos talismanes”: “El sacrificio”, de Andréi
Tarkovski; “El séptimo sello”, de Ingmar Bergman.
Dentro de la historia del cine argentino: “Invasión”, de Hugo
Santiago; “Últimos días de la víctima”, de Adolfo Aristarain; “Apenas un
delincuente”, de Hugo Fregonese; “Las aguas bajan turbias”, de Hugo del
Carril; “El dependiente”, de Leonardo Favio; “Un oso rojo”, de Adrián
Caetano; “La casa del ángel”, de Leopoldo Torre Nilsson.

4 — Fuiste guionista televisivo, columnista en programas


radiales, y conducís tu propia propuesta radial.

HF — Sí, en ATC: para el programa televisivo “DNI”, fui autor del


ciclo “Escritores Argentinos del Siglo XIX”. Se proyectó también en varios
países de Latinoamérica. Los guiones fueron sobre las figuras y las obras
de Esteban Echeverría (1805-1851), Juana Manuela Gorriti (1818-1892),
Roberto Payró (1867-1928), Ricardo Rojas (1882-1957) y Domingo
Faustino Sarmiento (1811-1888).
Mi actividad radial empezó en Radio Palermo como columnista de
cine. Después lo fui en Radio América, junto a Daniel Chiron y Vicente
Battista. Y desde hace ya varios años soy el conductor del programa
Ciudad Cultural, junto a Mario Hernández y Ana Laura Xiques. Se emite
todos los jueves de 19 a 20 horas por FM La Boca. Recibimos y hacemos
entrevistas a cineastas, dramaturgos, poetas y políticos. Comentamos la
agenda cultural de la semana. Además, realizamos programas culturales
especiales, por los que fuimos varias veces premiados. Por ejemplo, los
dedicados a Julio Cortázar, Leonardo Favio, Gabriel García Márquez y
José María Arguedas.
5 — ¿Kafka, Arlt, Borges y Cortázar van al cine?...

HF — Estos nombres responden a ciclos realizados en distintas


instituciones. Y en especial, a los cursos dictados en Capacitación Docente,
en la Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y
en el Centro Cultural del Teatro General San Martín. Además de pequeños
ensayos que fueron publicados en revistas argentinas y del exterior.
Básicamente responden al interés por investigar los cruces entre literatura y
cine. Y cómo escritores tan emblemáticos e importantes, se interesaron por
el cine. Y cómo el cine llevó a la pantalla en numerosas adaptaciones,
homenajes, parodias, transposiciones, sus cuentos o novelas. En el caso de
Borges o Roberto Arlt, es aún más complejo: ya que ambos escribieron
textos, guiones, sobre el fenómeno cinematográfico. Borges concibió, por
ejemplo, el guion de “Invasión” de Hugo Santiago, además de participar en
el film de René Mugica, “Hombre de la esquina rosada”, sobre el cuento
del mismo Borges. Y “Los orilleros” y “El paraíso de los creyentes”, en
colaboración con Adolfo Bioy Casares. Arlt publicó varios artículos sobre
el cine en el diario “El Mundo”, recopilados en el volumen “Notas sobre el
cinematógrafo”. En ellos abordó de modo sintético el tema de los nuevos
medios y géneros comunicacionales: la radio, el periodismo, el cine.
El caso de Kafka y el cine, como no podía ser de otro modo, es
bastante paradojal: apasionado espectador de los primeros films mudos,
manifestaba en sus cartas y diarios, su desconfianza y crítica sobre este
nuevo arte. Que es la suma de todas las artes, y en su origen, a diferencia de
las otras, nació siendo vanguardia. No un punto de llegada, sino de partida.
De ahí la frase sostenida por Jean-Luc Godart y Pasolini: “El futuro del
cine está en su pasado”. En la recuperación de su aspecto pictórico y
poético, más que narrativo o prosaico.

6 — ¿Qué cursos y seminarios de capacitación para docentes


dictaste en CEPA?

HF — Muchos cursos y ciclos durante más de diez años


ininterrumpidos. Dos cursos por cuatrimestre destinado a maestros,
profesores de literatura, historia, historia del arte. El objetivo al principio, y
a partir de la publicación del libro “Literatura y cine (uso del video en el
aula)”, era generar la alternativa de intentar la introducción del lenguaje
cinematográfico a través de la proyección de films en el ámbito educativo.
Sin embargo, el cine en el aula no pretende ser ninguna opción definitiva,
sino un complemento auxiliar didáctico, una herramienta necesaria y
actual. Por medio de algunos elementos para una didáctica más integral,
dinámica y expandida. Otra idea central es la de la recuperación de la
capacidad de asombro, y del placer de la lectura, así como señalar los vasos
comunicantes entre los distintos lenguajes. En resumidas cuentas, los
cursos y seminarios trataban de una actividad didáctica que estimulaba,
junto con la adquisición de un complejo aparato técnico-conceptual, la
puesta en práctica de una facultad de relación crítica. También señalar la
presencia de una verdadera “alfabetización audiovisual”, basada en el
análisis del lenguaje del cine y su relación con las otras disciplinas y artes.
Algunos de los cursos que dicté, y que más satisfacciones me dieron y me
siguen dando son, entre otros: “Estéticas en el cine”, “Las vanguardias y el
cine”, “Literatura y cine”, “Historia del cine argentino”, “Cine y poesía”,
“Pintura y cine”, “La cuestión de los géneros”, “Cuentos de Borges y
Cortázar llevados al cine”, “Nuevo cine argentino”, “Roberto Arlt y
Manuel Puig van al cine”, “Grandes directores”.
El cine, es evidente, no constituye únicamente un medio de
entretenimiento. En una época en la que el desarrollo de las
comunicaciones nos satura de información, llegando, en ocasiones, a
generar desconcierto, el cine se nos ofrece para el desarrollo social e
individual.

7 — ¿Cómo fue aquella experiencia tuya en 2008, como docente


invitado por dos universidades de México, dictando el seminario “Vida
actual, el avance de la insignificancia y la violencia institucional.
Insignificancia, tedio y violencia desde el cine”?

HF — Enriquecedora y estimulante. México es un país maravilloso,


a pesar de los problemas de violencia y narcotráfico. En realidad, fuimos
invitados por la UNAM a participar de un congreso internacional, por
profesores que un año antes habían participado del Primer Congreso
Internacional sobre Cornelius Castoriadis, organizado por la ONG Magma.
Quedaron muy interesados por la obra de Castoriadis, que abarca filosofía,
arte, psicoanálisis, economía, política. Y en especial por la cuestión del
“Avance de la insignificancia”. Fueron varios días en el Distrito Federal,
donde presentamos varios trabajos y ponencias. Mis aportes fueron desde el
cine. Mejor dicho, cómo utilizar el cine como herramienta de estudio e
investigación sobre distintas temáticas, como la violencia, la problemática
del tedio en relación al trabajo, y el avance de la insignificancia en la actual
sociedad del espectáculo. A propósito, la Editorial Biblos nos publicó
“Insignificancia y autonomía (debates a partir de Cornelius Castoriadis)”.
El volumen recopila varios textos que fueron presentados y debatidos en
distintos congresos. Sobre la imposibilidad de la pertenencia a un colectivo.
El fenómeno del avance de la insignificancia, y que se encuentra habitado
por una subjetividad leve, superficial. Mi texto giró en torno a la “creación
artística en tiempos de insignificancia”.

8 — “Satori” (poemas sobre pintores y películas) fue presentado


en la Feria del Libro de París (2013-2014).

HF — Sí, la segunda edición: incluye poemas sobre pinturas de Van


Gogh, M. C. Escher, Roberto Aizenberg, Fernando Fader, Claude Monet,
Caravaggio, Johannes Vermeer, J. M. W. Turner. Y sobre films de
Kurosawa, Theo Angelopoulos, Antonioni, entre otros. Fue traducido al
francés por Cristina Madero y Pablo Urquiza, publicado en edición bilingüe
por Reflet de Lettres y Abra Pampa Éditions. “Satori” resultó el disparador
para escribir el ensayo preliminar y la antología “El cine y la poesía
argentina”. Poesía y cine, cine y poesía, dialogan a lo largo de un siglo,
dentro del amplio y rico mapa de la poesía nacional. En una relación casi
no investigada en nuestro país. Cuarenta y dos poetas y más de sesenta
poemas, algunos de ellos conocidos y otros no difundidos como se
merecen. De hecho, creo, ésta es la primera antología de poesía argentina
relacionada con el cine. También incluyo al final del volumen, una pequeña
muestra llamada “Voces en off”: voces (poemas) de grandes directores de
cine que además fueron y son poetas: Luis Buñuel, Jean Cocteau, Manoel
de Oliveira, Federico Fellini, Jean Luc Godard, Peter Greenaway, Yasujiro
Ozu, Pier Paolo Pasolini, Andréi Tarkovski y Leopoldo Torre Nilsson.
.

9 — Fuiste incluido en “Poesía de pensamiento. Una antología de


poesía argentina”.

HF — Con selección y estudio preliminar a cargo del poeta Osvaldo


Picardo. Una excepción dentro del mapa de la poesía argentina actual,
donde lo que prima es la poesía-espectáculo. La iniciativa “propone
reflexionar acerca de una constante transversal que hasta entonces parecía
velada debajo de etiquetas generacionales, con que neobarrocos y
objetivistas hegemonizaron la visibilidad del reducido sistema poético
argentino.” Es una antología federal conformada por poetas que nacidos
entre 1948 y 1979, han ido elaborando una obra poética en la que es posible
verificar esa relación con las proteicas formas que la poesía puede ofrecer
cuando se acerca a un máximo de conciencia.

10 — Pronto aparecerá tu poemario inédito “La amenaza de lo


breve”. El título es un hallazgo.

HF — Responde a la temática del paso del tiempo, y muy


especialmente a la problemática de la vejez. Y es el título de uno de los
poemas que componen el libro. La estructura total está dividida en cuatro
partes, donde los paisajes, las ciudades con sus lugares que los hacen
únicos, los museos, las gentes, en definitiva, las distintas culturas que me
impresionaron, y que fui recogiendo a partir de mis últimos viajes por Italia
(Roma-Sicilia-Ravena), Turquía y África. La luz y el tiempo, “ese agobio
de la lucidez”, son los ejes centrales. Y que se cierra con un largo poema en
prosa, a modo de apéndice reflexivo: “Notas sobre un poema de Paul
Celan”.
A propósito de la problemática de la vejez, se publicó en la Revista
Topía un “ensayito”: “La vejez en el cine”, cuyo disparador o “botón de
arranque” fueron tres frases poético-reflexivas que tienen mucho que ver
con la “atmosfera” de “La amenaza de lo breve”. La primera es del poeta
italiano Giacomo Leopardi: “Murió el supremo engaño/ de creerme yo
eterno.” La segunda es del pensador, también italiano, Norberto Bobbio,
que pertenece a su ya clásico libro “De Senectute”: “Respeta la vida quien
respeta la muerte. Toma en serio la muerte quien toma en serio la vida, esa
vida, mi vida, la única vida que me ha sido concedida, aunque no sepa por
quién e ignore por qué. Tomar en serio la vida significa aceptar firme y
rigurosamente, lo más serenamente posible, su finitud.” Y la tercera es de
Oscar Wilde: “La tragedia de la vejez no es que uno sea viejo, sino que
una vez fue joven.”
11 — ¿Tenés ya completamente reunido el material para ese otro
volumen que prevés: “Cine gay y otros ensayos”? ¿Nos podrías aportar
precisiones?

HF — Relacionar la homosexualidad y el cine, o sea las historias que


éste ha representado en torno a las relaciones amorosas entre personas del
mismo sexo, ha pasado a ser después de más de un siglo de historia, un
clásico del “séptimo arte”. Un buen número de directores así lo demuestra:
Luchino Visconti, Bernardo Bertolucci, Pasolini, Reiner Werner
Fassbinder, Derek Jarman, Almodóvar, nombres entre muchos otros, que
no ofrecen ninguna duda en cuanto a la calidad de sus discursos visuales, y
que no sólo han creado ficciones emblemáticas, sino que han profundizado
en la temática de la homosexualidad desde múltiples y variadas
perspectivas. Ante tal propuesta, surge una pregunta obligada: ¿Existe un
género cinematográfico (como lo son el policial, el western, la ciencia
ficción), que se pueda denominar “gay”? Si entendemos el concepto de
género, no sólo como un emergente pretensioso-estandarizado de la
industria del cine para dirigir y facilitar las elecciones del público, por un
tipo de cine clasificado de antemano. Y recuperamos la noción de “género”
desde su etimología: (genus-generis) el término contiene dos elementos
esenciales: lo específico de una serie, rasgos comunes dentro de un
conjunto más amplio. Y la diferencia con otros conjuntos que no lo
comparten. Categorías organizadas de acuerdo a ciertas temáticas, formas
narrativas, estrategias de composición y producción, estilos determinados.
Sin olvidar, la relación con las tradiciones culturales, los cambios sociales.
Y fundamentalmente la relación con lo ideológico, en un momento
determinado del proceso histórico.
En este sentido, muchos críticos no contestarían tan rápidamente con
un rotundo no. Ya que lo evidente después de más de un siglo de cine, es
que sí existe un gran número de films que han elegido como núcleo central
de la trama el tema de la homosexualidad, y que además dan cuenta, para
un mayor conocimiento, de las estrechas relaciones que siempre han unido
y unen el cine con dicha temática. Y acercarse a la homosexualidad, a
través del cine es, cuanto menos, una interesante perspectiva de lectura. Si
hacemos un “paneo general” de la historia, nos encontraremos con la
primera sorpresa: es una de las más variadas, sugerentes y ricas
filmografías que existen.
El cine de temática gay abarca como un abanico, un “menú de
opciones” más que amplio: del drama a la comedia, de la tragedia al
policial, de la obra de arte y la biografía a la historia del poder y la
denuncia social. De autores no tan conocidos a “grandes” directores, de
vanguardistas a clásicos. Un recorrido laberíntico por historias
apasionantes, formas de narrar y maneras diferentes de contemplar el
ejercicio de una mirada tolerante y de respeto hacia otras elecciones
sexuales y culturales. Siguiendo este itinerario, el cine gay, comprendería
todos aquellos films cuyo argumento principal, cuya trama central, se basa
en una historia —en el entorno y de la clase que sea— vivida por
homosexuales, y en la que la homosexualidad sea la razón fundamental de
las vivencias, actitudes y reacciones de los personajes del film.
Muchos otros films, no considerados dentro de este “género gay”,
serían todos aquellos en los que aparece alguna consideración a la cuestión
homosexual, pero en forma aleatoria o como subtrama. En estos films, la
homosexualidad funcionaría como complemento del desarrollo del guion, a
veces muy importante, pero nunca determinante. Como ocurre en tantos
films cuyo argumento se desarrolla, por ejemplo, en ámbitos carcelarios. O
los que se refieren a formas de vida colectivas o comunidades como
cuarteles, conventos o campos de concentración, frecuentemente
relacionados con sistemas totalitarios. Además, el volumen incluye, entre
otros capítulos: “El cine y el mal”, “Las madres en el cine”, “El cine y la
primera guerra mundial”, “El cine y la vejez”, “Los nuevos muros en el
cine”, “A propósito de Shakespeare, hablemos de Kurosawa”.

12 — Acaso el primer diario íntimo de escritor haya sido el de


Stendhal, en 1801, a sus dieciocho años. Otros: Gustave Flaubert,
Henry James, Paul Valéry, Witold Gombrowicz. Entre nosotros:
Abelardo Castillo, Alejandra Pizarnik, Bioy Casares, César Aira,
Ricardo Piglia. ¿Qué te provocan, cuáles te atrajeron más y cuáles
menos?

HF — En realidad, y sinceramente, no leo ni me interesan demasiado


los diarios íntimos. Y que al ser publicados —por lo general después de
muertos los autores; y muchas veces sin su consentimiento— y leídos
posteriormente, dejan de ser íntimos, privados, para transformarse en
públicos. Si bien conforman la obra total del autor, en gran parte de los
casos es poco lo que aportan. En numerosas ocasiones son un negocio post
mortem de las editoriales. Por supuesto hay excepciones, que son de
estimable ayuda para los críticos e investigadores. Además, considero que
habría que leerlos después de acceder a la obra del autor, y nunca antes,
para no condicionar ni dirigir la lectura. Desde ya que estos comentarios
son una opinión muy personal. Sin embargo, reconozco que estos “diarios
de escritores”, para un amplio público es estimulante. Algunos de los que
leí y me despertaron cierta “curiosidad morbosa” fueron los de Katherine
Mansfield, los de Franz Kafka, traducidos por Juan Rodolfo Wilcock, los
de Virginia Woolf, Cesare Pavese y Goethe. Me aburrí con los
“Fragmentos de un diario” de Ricardo Piglia y con los “Diarios” de
Alejandra Pizarnik, publicados por Lumen en 2010.

13 — ¿Habrás escuchado poemas fónicos o presenciado


espectáculos teatrales con textos poéticos? ¿Qué opinás de esas
experiencias?

HF — Por lo general no me convencen. Salvo raras excepciones,


como por ejemplo un unipersonal sobre los poemas de García Lorca (“Un
poeta en Nueva York”), muy bien actuado, y donde los poemas adquirían
una “carnadura”, una voz y una intensificación dramática notables. Otros
“espectáculos teatrales con textos poéticos” me resultaron simplemente
descriptivos y tediosos. Hay un exceso de espectáculo sin para qué. Una
especie de pérdida del aura del texto poético que resulta proporcional a la
vacuidad de la mirada y de la escucha. Para decirlo con palabras sencillas y
claras: “mucho humo y poco fuego”.

14 — ¿Cómo ordenás tu biblioteca? ¿Están todos tus libros en un


mismo ambiente? ¿Te desprendés de los que no te interesan,
vendiéndolos o canjeándolos?

HF —Vivo en una casa bastante grande, junto a mi esposa, y hasta


hace un año con nuestro gato Horus. Por lo tanto, tengo mucho lugar para
la biblioteca principal, que se fue armando a lo largo de las décadas. No
suelo desprenderme, ni vender, ni canjear los libros. Los amo demasiado, y
creo que ellos nos eligen a nosotros, y no nosotros a ellos. Mi biblioteca es
un verdadero “caos ordenado”, o un “cosmos caótico”, que posee un cierto
orden que sólo yo entiendo. Ya que poseo —según mis amigos— una
memoria visual notable, los ubico y encuentro según tamaño, forma o
color. Dentro de este “laberinto manierista”, conviven libros leídos más de
una vez, los de consulta esporádica, los de consulta permanente, los
obligatorios que sirvieron para terminar la carrera de letras, junto a los que
aún no fueron leídos, y que no sé si leeré alguna vez (y que a menudo me
sorprenden, ya que no sé cómo llegaron ahí, por y para qué los adquirí).
Además, creo que independientemente de mí, por una cuestión del azar,
muchos terminan juntos y dialogan entre sí. Entablan afinidades electivas y
selectivas, que suelen dejarnos al margen, y que no dependen de nuestra
voluntad. En este sentido, mi biblioteca es como el arte: inefable, paradojal
y contradictorio.

15 — Por muy sincero que uno pretenda ser, ¿hay cosas que uno
debe guardarse para sí?

HF — Por supuesto. A propósito, recordemos los geniales versos del


genial Fernando Pessoa:

El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que en verdad siente.
Y, en el dolor que han leído,
A leer sus lectores vienen,
No los dos que él ha tenido,
Sino sólo el que no tienen…

16 — ¿Qué es para vos la contemporaneidad?

HF — Esta es una pregunta muy interesante y pertinente para los


tiempos que corren. En mi libro “De cine somos (críticas y miradas desde
el arte)”, hay un capítulo, “El cine dromocrático. Ante la globalización
estética”, donde trato de problematizar esta cuestión, al proponer la
recuperación del cine de autor, contraponiendo actualidad versus
contemporaneidad. Para no caer en una visión meramente apocalíptica o
nostalgiosa, convendría recordar aquella frase de Antonio Gramsci,
repetida hasta el cansancio por Pasolini ante situaciones como la que nos
ocupa: “Seguir luchando con el pesimismo del pensamiento y con el
optimismo de la voluntad”.
La recuperación del cine de autor amerita una aclaración: una
cuestión es la actualidad y otra la contemporaneidad. La actualidad es el
cine “del día”, lo efímero, un cine hijo de la moda, y que podríamos llamar,
utilizando una metáfora “gastronómica”: cine hamburguesa, tan
instantáneo como fugaz, films que como las hamburguesas están
producidos industrialmente no para ser “saboreados”, sino para ser
“tragados”. En estos “menús cinematográficos”, como los que ofrece la
cadena McDonald´s, no hay muchas opciones, y sus productos son iguales
en todo el mundo. Es más, no ofrecen ninguna resistencia, incluso como si
se tratara de una regresión infantil, son tragados con la sola ayuda de las
manos, sin la necesidad de cubiertos. Y en el menor tiempo posible. Estos
films se consumen en el presente, con la misma rapidez que una
hamburguesa. En oposición, el cine de autor, tiene que ver con la
contemporaneidad, entendida como lo que resiste y dura. Films que se
“anclan” en el pasado, no reniegan de la historia ni del sujeto, y se
proyectan hacia el futuro. En este sentido Welles, Fellini, Visconti, Sergei
Eisenstein, Coppola, etc., no son actuales, sí contemporáneos. Para
Francois Truffaut, el cine de autor se asemejaría a la persona que lo hiciese,
no tanto a través del contenido autobiográfico como merced a su estilo, que
impregna el film con la personalidad de su director. Estos directores
intrínsecamente “fuertes”, exhiben con el paso del tiempo una
“personalidad” estilística y temática reconocible que los hace
contemporáneos, únicos e irrepetibles, incluso algunos de ellos, como
Hitchcock, mostraron autonomía dentro del marco de los estudios de
Hollywood. Dicho en términos sartrianos, el cine de autor se esfuerza por
alcanzar la “autenticidad” bajo la “mirada castradora del sistema de los
grandes estudios”. En última instancia, más que una teoría que recupere al
autor, es sobre todo una perspectiva metodológica, y una verdadera
“política de los autores”, que une el “que” y el “cómo” en una proclama
personal. En la que el director se arriesga y lucha contra la homogeneidad
estética, contra la estandarización de un sistema establecido, sometido a
rígidas jerarquías de producción. Resistiendo y gozando del control
artístico sobre sus propias producciones. En síntesis, y rescatando la
opinión de Andrew Sarris: “La forma en que un film se presenta y progresa
debe estar relacionada con la forma en que el director piensa y siente”.
Asimismo, Sarris proponía tres criterios cuestionados por muchos críticos,
para reconocer a un autor, que creo, merecen ser repensados: 1) la
competencia técnica; 2) una personalidad, un estilo reconocible; y 3) un
significado interno surgido de la tensión entre su personalidad y el material.
En cierta forma la recuperación del cine de autor, frente a la globalización
estética imperante, se relaciona muy directamente con la idea de Italo
Calvino, expuesta anteriormente, a propósito de una obra clásica,
contemporánea: “Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso
allí donde la actualidad más incompatible se impone.”

17 — ¿Sabías que Stephen King —no sé dónde— sentenció


“Escribir es humano y corregir es divino” ? A ver…, ¿improvisarías
algo alrededor de dicha sentencia?

HF —Yo invertiría los términos de la frase de Stephen King, que


escribió una novela admirable, “El resplandor”, llevada al cine por Stanley
Kubrick: Escribir es divino y corregir es humano.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Héctor Freire y Rolando Revagliatti,
noviembre 2015.
Susana Romano Sued nació el 27 de mayo de 1947 en Córdoba, capital de
la provincia homónima, donde reside, la Argentina. Es Licenciada en
Letras Modernas (1971) y Licenciada en Psicología (1988) por la
Universidad Nacional de Córdoba, así como Doktor der Philosophie (1986)
por la Universidad de Mannheim, República Federal de Alemania. Desde
1990 es profesora titular de Estética y Crítica Literaria Moderna en la
Facultad de Artes de la UNC. Pertenece desde 1997 a la carrera de
investigador de CONICET Consejo Nacional de Investigaciones Científicas
y Técnicas, en la que ha obtenido la categoría de Investigadora Superior.
Participó en congresos nacionales e internacionales y dictó conferencias,
cursos y seminarios en universidades de Sudamérica, Estados Unidos,
Canadá, países europeos y Japón, además de formar parte de cuerpos
académicos y científicos de numerosas universidades de su país. Fundó y
dirigió entre 1989 y 1999 la revista “E. T. C.”, de ensayo, teoría, crítica, de
la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC, recibiendo en 1992 y
1994 la Distinción Máxima de Docencia e Investigación de dicha
universidad. En el género ensayo publicó tres libros que recibieran el
Premio Fondo Estímulo Editorial de la Municipalidad de Córdoba: “La
diáspora de la escritura. Una poética de la traducción poética” (1995),
“La escritura en la diáspora. Poéticas de traducción” (1998) y “La
traducción poética” (2000); además, “Travesías, estética, poética,
traducción” (2003), “Consuelo de lenguaje” (dos ediciones: 2005 y 2007).
Fueron editados sus poemarios “Verdades como criptas” (1981; Primer
Premio en el Certamen Nacional de Poesía “Luis José de Tejeda”, de la
Dirección de Cultura de la Municipalidad de Córdoba), “El corazón
constante” (1989), “Decantar” (1990; Premio Publicación Antología
Ediciones del Dock), “Escriturienta” (1994; Premio Fondo Estímulo
Editorial Municipal), “Nomenclaturas / Muros” (1997), “Algesia” (2000),
“El meridiano” (2004), “Journal” (2009), “Parque temático” (2011),
“Algo inaudito pasa. Antología personal” (2014). Poemas suyos, algunos
traducidos a varias lenguas, fueron incluidos en volúmenes colectivos:
entre otros, “Lyrik aus Lateinamerika”, 1988, Frankfurt; “Ireland poetry”,
2003; “En el país de los sueños posibles”, México DF, 2008. En 2007 se
publicó su novela “Procedimiento. Memoria de la Perla y la Ribera” en la
Editorial El Emporio, que la reeditó en 2010; en 2012 la Editorial Milena
Caserola / El Asunto, publicó una edición crítica provista de prólogo y
posfacio, la cual obtuvo la subvención Prosur para su publicación en
alemán, editada por Abrazos Ediciones, de Stuttgart. Prosur seleccionó
también “Algo inaudito pasa”, volumen publicado bilingüe en francés y
castellano a través de la editorial Reflet de Lettres. Fue la cordobesa
Editorial Babel la que en 2012 publicó su libro de relatos “Rouge”, y en
2013 “Amazonia Central”, antología con estudio crítico de cuentos de
escritoras de Córdoba, distinguida con el auspicio del Premio Universidad
de Córdoba 400 Años, de la que ha sido compiladora.
1 — “Las hablas babélicas de los familiares: padres, abuelos, tíos,
primos.” Así comenzás a responder en 2011 un cuestionario de tu
coterráneo, el poeta Alejandro Schmidt.

SRS — Dada la condición multilingüe de mi familia, en la que el


árabe, el ladino, el hebreo, el idish, el inglés y el francés concurrían en
charlas y lecturas, en canciones y bailes, en recitados y cuentos provistos
por los mayores, a nosotros, descendientes de distintas generaciones, desde
temprana edad me interesé por la lectura, la escritura y la traducción,
actividades que practiqué en forma continuada en múltiples géneros. Mi
inserción en la comunidad social a partir de la escuela y la universidad, en
calidad de estudiante y docente han sido y son el marco de desarrollo de mi
escritura y del fortalecimiento de los vínculos de dichas instituciones con la
sociedad, estableciendo y profundizando sus intercambios y lazos de
múltiples y variadas maneras. Practiqué la escritura de la poesía ya desde la
escuela primaria, alentada por maestros y por mis padres, quienes poblaron
de libros y enciclopedias los anaqueles de nuestra biblioteca familiar.
Estudié y aprendí francés, inglés e italiano, en institutos y academias,
concluí la escuela secundaria en New Jersey, y traduje desde muy joven a
poetas de esas lenguas, escribiendo yo misma poemas en inglés, que se
publicaron en el periódico de mi escuela de Woodbridge. Siempre
palpitaron en mí el ritmo, la melodía, las rimas de la poesía.

2 — Tu primer poemario obtuvo un primer premio.

SRS — Sí, reúne textos escritos desde 1971 hasta 1980; en realidad
son tres libros en uno. Constituyó un aliciente y un impulso fructífero para
mi desarrollo artístico y profesional, contribuyendo al logro de una beca de
Doctorado en Alemania, en tiempos de la dictadura cívico-militar de
nuestro país. Miguel Delorenzi, artista diseñador, fue quien me acompañó
en esa aventura, que tuvo tanto de desventura como de fortuna, pues
tuvimos que “declarar” sobre el contenido y la portada del libro ante los
agentes de inteligencia de la dictadura, pues deducían del título, “Verdades
como criptas”, de los nombres de algunos poemas, y del diseño de la tapa,
una fotografía de un muro con unas marcas de tiza hechas por Delorenzi
para la diagramación, que podría tratarse de un libro subversivo, con
códigos cifrados y mensajes para la guerrilla. Nos interrogaron en los
sótanos de la imprenta municipal, nos obligaron a modificar la imagen de
tapa, y el libro se imprimió un año más tarde, con una tirada que fue menos
de la mitad de lo que correspondía por el premio. Fue muy amargo. Con el
libro marché hacia Heidelberg, donde tuvo su primera presentación
honrosa, y de donde surgieron traducciones que luego integraron antologías
alemanas. En 2011 se realizó el evento conmemorativo “A 30 años de
Verdades como Criptas” en un panel de ética y estética en el marco de la
Feria del Libro de Córdoba.
Como estuve un par de años bajo vigilancia, y sin acceso a
instituciones públicas de pensamiento (universidad, academias, escuelas,
etc.) me vi obligada a trabajar en el comercio, vendiendo bijouterie y
accesorios. Hasta que pude emigrar con mi familia (esposo e hijo de cinco
años) a Alemania, donde viví seis años. Durante ese exilio pude
perfeccionarme en todos los aspectos, estudiando, comparando y
difundiendo literatura de mi provincia, de la Argentina y de América Latina
en el contexto de las producciones alemanas y europeas, alentando con ello
mi propia escritura. En ese contexto di a conocer la situación de nuestro
país durante el terrorismo de estado, las purgas de las bibliotecas, cuyos
títulos eran leídos en el exterior. De esa estancia surgió mi obra “Males del
sur”, ciclo de poemas que capturan el escenario del horror; uno de sus
poemas, “País de las sombras largas”, obtuvo una distinción de la
Secretaría de Derechos Humanos en 1985. Y más tarde, en 1994, fue un
capítulo del poemario “Escriturienta”.
Retomando la experiencia en la dimensión académica, mi desarrollo
y perfeccionamiento en el exterior, en calidad de docente e investigadora,
me permitieron obtener los títulos de Doctora en Filosofía, Letras,
Psicología y Pedagogía, así como de Traductora Diplomada de varias
lenguas, lo cual alimentó a su vez mi desarrollo escriturario, en los géneros
de poesía, narrativa, ensayo, drama y canción. La investigación comparada
entre poesía alemana y argentina, las cuestiones del vertido de una lengua a
la otra, problemática que fue el tema de mi tesis de doctorado, ha sido una
cantera importante para mi entera producción en todos los géneros, que
entiendo que pueden ser separados relativamente.

3 — ¿Cuándo te reintegraste a la UNC?

SRS — En 1987, como profesora de Teoría Literaria, y luego de


Estética y Crítica Literaria Moderna. Me ocupé de vincular la institución
universitaria con la comunidad, organizando ciclos y talleres de lectura,
escritura y discusión, en centros culturales, en Ferias del Libro, en cursos
de extensión, en charlas y conferencias en colegios profesionales, con
distintos actores de la sociedad, como artistas plásticos, músicos,
psicoanalistas, docentes, estudiantes, comunidades y centros vecinales
barriales. A la vez que introduje en las cátedras un espacio para las
producciones de literatura de Córdoba, de nuestro país y de América
Latina, así como di lugar a producciones del hemisferio norte y Europa, de
las cuales en muchos casos hice las traducciones, para ponerlas a
disposición de colegas y estudiantes con la intención de enriquecer nuestro
medio educativo con el intercambio. Destaco, a manera de ejemplo: la
creación y dirección de la Revista “E.T.C.”, promoviendo la publicación de
trabajos académicos nacionales e internacionales, y el ciclo “Poeticón”, que
diseñé y organicé en la década de 1990 en el marco de la programación de
la Feria del Libro de Córdoba; los talleres de la Fundación FoCo Cultural
en Villa Azalais con el programa PRIMER (Programa de Recuperación de
la Identidad y la Memoria en Redes), en conjunto con Radio La Ranchada
y con auspicio de Desarrollo Humano de la Municipalidad de Córdoba.
Asimismo, el ciclo 2005 y 2006 Itinerarios Literarios, “La Cocina de la
Escritura” y “Programas de Escritura”, auspiciado por la Fundación Osde.
Fundé y dirigí y aún dirijo el sello editorial “epoKé”, que alberga
volúmenes importantes de producción intelectual y cultural de autores
argentinos y del exterior.

4 — Hay un par de títulos que me resultan muy atractivos:


“Topologías de los inclasificables en ‘Sobre héroes y tumbas’ de Ernesto
Sábato” y “Amazonia Central”.

SRS — Por el primero tuve la satisfacción de obtener con ese estudio


de la obra de Sábato el Premio Internacional de Ensayo “Lucian Freud”
2007; posteriormente, en 2008, integró en versión ampliada el volumen
crítico de la obra “Sobre héroes y tumbas”, coordinado por María Rosa
Lojo y editado por la Colección Archivos Poitiers / Alción-Córdoba. Un
trabajo arduo y riguroso que llevó adelante María Rosa, superando
innumerables dificultades hasta cernir ese volumen imprescindible para la
historiografía de la literatura argentina. “Amazonia Central” está provista
de un estudio crítico de mi autoría sobre el género “antología”, así como de
comentarios sobre cada uno de los textos. Es el resultado de una larga
investigación y numerosos intercambios con las autoras, que me llevó tres
años de trabajo. Ofrece, además de los cuentos y el estudio crítico, una
viñeta autopoética de las autoras, en las que cada una responde a la
pregunta: ¿cómo concibe un texto?

5 — Es desde 2012 que participás activamente en el proyecto del


Archivo Provincial de la Memoria “Los Tiempos del Exilio”.

SRS — Allí he aportado mi trabajo en defensa y consolidación de los


derechos humanos, contribuyendo con ciclos, escritos, charlas y debates
abiertos a la comunidad, y con el auspicio de la Secretaría de Cultura de la
UNC. El programa incluye la conformación de un Álbum del Exilio, en el
cual ex-exiliados brindan sus testimonios acerca de esa experiencia, en
muchos casos enriqueciendo con fotografías, dibujos, objetos, recuerdos,
afiches de sus propios acervos. En ese mismo marco hemos realizado “Los
hijos del exilio”, justamente con la presencia de hijos de exiliados que
nacieron en el extranjero, la muestra de “Libros prohibidos” y la
publicación del “Diario de la memoria”. Éstas son algunas de las
actividades que se desarrollan en el Archivo Provincial de la Memoria.

6 — Contemos que fuiste secuestrada el 24 de junio de 1977 y


llevada al Campo de la Ribera, donde permaneciste hasta mediados de
agosto de ese año. Y que debiste declarar en octubre de 2014 ante el
Tribunal Federal Nº 1 por “El caso Mackentor”, una empresa
apropiada de manera extorsiva por los militares. Y esto lo enlazo con
tu novela —¿por qué experimental?— “Procedimiento. Memoria de la
Perla y la Ribera”.

SRS — En realidad deberíamos llamarla “experiencial”, citando la


expresión que Silvia Hopenhayn utilizó cuando presentamos en la ciudad
de Buenos Aires la edición 2012 de la novela, junto a Luisa Valenzuela
(autora de una de las contratapas) y Susana Cella, en el Centro Cultural de
la Cooperación a fines de 2013. El experimento consiste en una dislocación
de lenguaje en varios niveles, como por ejemplo en la gramática, la
supresión de todos los artículos determinados e indeterminados, que se
semantizan en tanto figuran la supresión de lo humano; el abundante uso de
gerundios que fónicamente resuenan como endecha o elegía, un continuum
coral que se corta abruptamente mediante diálogos cuasi dramáticos. Hay
también una lista de nombres propios que son anagramas de nombres
verdaderos de los represores. Así como el recurso de la dislocación
temporal, pues comienza con el día tres, sigue con el día ocho, hora
setentaiseis, de modo que se puede iniciar la lectura en cualquier parte del
libro, pues su estructura es espiralada. Se trata entonces de un verdadero
experimento fono y morfosintáctico, semántico, retórico y de estructura
discursiva, que hace de la experiencia real un texto ficcional-poético. La
obra ha sido estudiada y comentada desde su primera edición, fue objeto de
seminarios en universidades nacionales e internacionales, temas de tesis de
grado y posgrado, está traducida al inglés, parcialmente al francés y al
italiano, y en este momento está siendo traducida al alemán.

7 — Has dirigido programas multilaterales nacionales e


internacionales de investigación sobre las estéticas y la teoría de la
traducción literaria, sobre las relaciones de la ciencia y la cultura con
el pasado histórico, etc. ¿Es en la actualidad que estás dirigiendo un
proyecto interuniversitario internacional o ya está concluido?

SRS — Llevo desde hace décadas la investigación acerca de la


importación de discursos bajo la rúbrica “Aduanas”, pensando la
traducción, el traducir y lo traducido como el núcleo fundamental de los
saberes en nuestra cultura. Se realizó, por ejemplo, el II Simposio
Internacional “Aduanas del Conocimiento”, con participación de estudiosos
de la Argentina y de otros países que han investigado la importancia de la
traducción en la constitución de las disciplinas, sus categorías y sus
metodologías, así como en la creación de lo que conocemos como
literaturas nacionales.
Es muy interesante constatar que al mismo tiempo en que vivimos en
un mundo de traducciones (y hoy con la web más que nunca) desde los más
remotos tiempos —acaso desde el desastre de Babel…—, y sin embargo no
reparamos específicamente en ello. En el terreno de las prácticas teóricas,
esto es muy notable puesto que los aparatos bibliográficos en su mayoría
provienen de otras lenguas, son traducciones (cuando no se usan
directamente en idioma original, como suele ocurrir con varias de las
ciencias llamadas exactas, físicas y naturales). En el campo literario hemos
leído y leemos las obras clásicas de variado origen siempre en
traducciones. Una práctica naturalizada. Es realmente milagroso que a lo
largo de los milenios las obras atraviesen toda clase de fronteras
empezando por las lingüísticas. Cruzan geografías, épocas, miradas y
contribuyen tanto a la fundación de géneros, discursos, movimientos,
perspectivas en los ámbitos de llegada.
Estoy dirigiendo también un proyecto sobre Metapoéticas de
literatura de la Antigüedad Grecolatina y de las letras y las artes de la
literatura argentina y latinoamericana, auspiciado por la Secretaría de
Ciencia y Técnica de la Universidad de Córdoba y por Conicet. Estos
proyectos están radicados en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre
Cultura y Sociedad, CIECS-CONICET-UNCOR, en el marco del Programa
Multilateral Interdisciplinario EST/ÉTICAS, que dirijo desde hace varios
años y que articula proyectos asociados internacionales como el de la
UNAM-MÉRIDA, sobre Poéticas y Pensamiento, el de ÉTICA Y
ESTÉTICA en la literatura y las artes que dirijo en conjunto con la
Universidad de Artes Visuales de Hamburgo, entre otros. Por otra parte,
soy responsable junto a tres investigadoras de CONICET del proyecto “El
cine que nos empodera” y que investiga las producciones audiovisuales del
conurbano bonaerense y las del cine independiente de Córdoba.

8 — Es a quien ha traducido obras teóricas o de literatura de


lengua inglesa, alemana, francesa, italiana y portuguesa —como Georg
Trakl, Gottfried Benn, Höderlin, Ingeborg Bachmann, Brecht, Celan,
Else Lasker-Schüler, Gertrud Kolmar, Sachs, Rilke, Max Bense, Jean
Bollack, Turk, Bernhard Wandelfels, Oliver, Blake, Yeats, Robert
Frost, Pound, Elliot, Theodore Roethke, Ginsberg, Dickinson,
Greenberg, Haroldo de Campos, Lispector, Pessoa, Joao Cabral de
Melo Neto, Cesare Pavese, Eugenio Montale, entre muchos otros— a
quien le pregunto: ¿prevés un volumen testimonial que reúna una
muestra de todos los autores de los que has dado tus versiones al
castellano?

SRS — Tu pregunta es muy pertinente. Estoy trabajando en una serie


de volúmenes bilingües, una futura colección, que tiene perspectivas de
concretarse en un futuro bastante próximo. Se trata de antologías críticas,
por eso el trabajo es arduo y lleva bastante tiempo. Hay cuestiones de
derechos de autor vigentes, entre otros aspectos que complejizan las
ediciones. La tarea del traductor, como se llama el ensayo bien conocido de
Walter Benjamin, a la vez que exigente y empeñosa, es un interesante
desafío que impulsa el deseo de escritura, lo que llamo “agitación de
lenguaje”, frase que acompaña los dos nombres que he dado al universo de
la traducción: “la diáspora de la escritura” y “consuelo de lenguaje”.

9 — ¿A qué autores de habla castellana has traducido a qué


lenguas?

SRS — Entre varios otros, he traducido poemas de Gabriela Mistral,


de Rafael Alberti, de Sor Juana al inglés, al francés y al alemán. De Carlos
Pellicer al alemán. De Borges y de Alejandra Pizarnik al italiano, en todos
los casos para ilustrar problemas de poéticas comparadas en ensayos
específicos y en mis clases.

10 — “Duelo y melancolía en la traducción” es el título de un


artículo que te publicaron en el Nº 0 de “Docta”, Revista de la
Asociación Psicoanalítica de Córdoba, en 2003. ¿Podrá ser que nos
expliques tu enfoque?

SRS — En primer lugar, quiero señalar que ese ensayo ha sido


reescrito varias veces, la última versión se incluye en el libro “Dilemas de
la traducción”, que está en proceso de edición en la editorial de la UNAM.
La cuestión del duelo y la melancolía se relaciona con la búsqueda de un
objeto, el objeto perdido por excelencia, que nunca cesamos de buscar
alentados por el deseo. Que en el caso de la traducción es el significado
equivalente que falta, cuando se trata de sistemas de lengua muy alejados
uno de otro, como lo relata el cuento de Borges “La busca de Averroes”,
que es el que abordo en el trabajo. Por cierto, que es una referencia
psicoanalítica, específicamente freudiana, tomada de su ensayo “Duelo y
Melancolía”. El trabajo del duelo, animado por el deseo, en este caso el
deseo de lengua, y el entusiasmo de la búsqueda, son las condiciones de
consuelo, de restañación por la búsqueda de una equivalencia, o mejor
dicho la invención de una equivalencia, que a lo sumo será o sería “casi lo
mismo” —“Decir casi lo mismo. Experiencias de traducción” de Umberto
Eco—. La melancolía es el estado de desconsuelo absoluto que suele
terminar en el abandono de sí, cuando se deja de buscar. El relato de
Borges es justamente, a mi juicio, el camino de la búsqueda de Averroes,
que oscila entre el entusiasmo y la determinación por traducir de
Aristóteles, en el incipiente español de su época, los términos Tragedia y
Comedia (que estarían en el tomo de la poética que se perdió en el incendio
de la biblioteca de Alejandría), cuando en su cultura mahometana la
representación teatral no existe, la cultura y la lengua de llegada. La
oscilación, el vaivén entre entusiasmo, esperanza y desolación es
precisamente la travesía que culmina, como se lee en el cuento con un
punto de llegada, en una equivalencia imperfecta, mutilada, pero una
aproximación probable, como sucede con cada caso de traducción.
Averroes sucumbe, o como enuncia Borges “fracasa”, y él mismo, el autor,
se coloca en la posición, irónica y hasta pícara, pues también aparece
sucumbiendo. Es decir, ha triunfado la melancolía, con la supresión del
sujeto y su deseo. A mi entender se trata de establecer una perspectiva y
una invitación a discutir sobre la traducción entre culturas, arrancándola del
dilema entre posible e imposible, y colocándola más bien en el horizonte de
lo probable…

11 — Retomando la adscripción de “experimental”, Susana: has


producido con el músico Federico Flores la obra “Leer3: Los Silencios
del Sonido”.

SRS — El Centro España Córdoba organizaba todos los años, entre


otros, un ciclo llamado “Música con todas las letras”: un escritor y un
músico o banda de música, enlazados por sorteo, realizan un trabajo
conjunto que se presenta en el Centro en una especie de “living” y ejecutan
en vivo la pieza resultante. La mayoría de los escritores entregaba a los
músicos sus textos y luego los músicos trabajaban desde su disciplina con
esa escritura, bien musicalizándola, o incorporándola a una música propia
ya compuesta. En nuestro caso, Fede Flores y yo, lo que resolvimos hacer
fue trabajar en conjunto sobre la base de un principio estético: “la pérdida
del intervalo”, entendida como la ausencia de silencio, pausa, detención, en
todos los tipos de estímulos que acosan permanentemente al sujeto
contemporáneo, minando la capacidad de establecer diferencias: todo el
tiempo suena música de fondo, “ambiente”, de radio, de tv, de cintas
enganchadas, en bares, autobuses, restaurantes, negocios, cenas, autos, a
veces combinadas y superpuestas unas con otras. Esto provoca lo que yo
llamo “horror pleni” por oposición al antiguo horror vacui que atravesaba
cierta melancolía de la subjetividad. Al no haber pausa, detención, espacio
en blanco que haga descansar la mirada, el oído, el ritmo de la sensibilidad,
se impiden o mutilan juicios distintivos, todo se homogeneiza, y por
supuesto, ello maltrata al sujeto. El volumen juega un gran papel, cuyos
efectos nocivos recién ahora se advierten, como la hipoacusia, entre otras
patologías adquiridas por efecto de la cultura global que acosa sin
interrupción. Las advertencias caen en el vacío-lleno, pues la vorágine
arrasa con las buenas intenciones. Y si bien Fede y yo pertenecemos a
culturas que se hallan en las antípodas una y otra, decidimos sin embargo
construir texto y música que hicieran signo con esas marcas. Trabajamos
durante más de un mes. Fede es un DJ que usa samplers, y toda clase de
músicas hechas (ready mades musicales, demos), así como se la pasa
registrando sonidos que le hablan a su sensibilidad estética. Grabamos mi
voz leyendo poemas míos que ya existían: “muro de vacío”, “muro de
silencio”, “muro de ausencia”, “muro de palabras”, por ejemplo, del libro
“Nomenclaturas / Muros” (Libros de Tierra Firme, 1997); también un
texto como arte poética, “escriturienta / cuerperos” (de “Escriturienta”
(Argos, 1994), y fragmentos de “El meridiano” (Alción, 2004 y 2007).
A la vez, construí los textos específicos para LEERE, que quiere decir
VACÍO en alemán y es homofónico de enseñanza, y por supuesto acto de
leer conjugado en tiempo futuro en castellano. Federico se ocupó de
mezclar las voces y hacerlas salir con otros módulos grabados (grabaciones
de la voz de Julio Cortázar, rascados de discos de vinilo, composiciones
propias hechas por él para la obra en sintetizador, etc.). Con el material
grabado, “actuamos” en vivo el once de marzo de 2005, con un mínimo
guión, él haciendo funcionar todos sus aparatos, mis poemas grabados
saliendo en sucesivo y simultáneo por cinco bocas de altoparlantes, y yo
leyendo los textos ad hoc, que son descomposiciones de palabras que se
refieren todo el tiempo a la reducción del lenguaje a sus partículas,
incluyendo frases en alemán, entre otros sonidos y expresiones. Como la
performance en vivo no se grabó, hicimos después un trabajo de edición
que nos insumió dos meses y de ello resultó el cd LEERE.
Fede Flores es un brillante músico de inscripción hip-hop; dirigió
una banda llamada Locotes, con temas propios conocidos en Argentina y
en Europa, tiene 36 años y un talento excepcional. Ha estado y está
intensamente ocupado con actuaciones en distintos y destacados centros
culturales y en auditorios, clubes y teatros de nuestra provincia, del país y
del exterior. Me interesa insistir en que la creación de LEERE ha sido
conjunta, sobre este principio estético que desarrollé por escrito y que fue
acordado por ambos: “Un intervalo es la pausa, la espera entre dos
momentos de una sucesión, o la distancia entre dos puntos del espacio, la
oscuridad entre dos cadenas de luz. La detención, ausencia del sonido o
del movimiento. Cuando la sucesión se detiene, emerge sólido, compacto,
real, el vacío. El intervalo implica distancia, intersticio, hendidura, que
adquiere la materialidad y el espesor por delinearse con límites precisos.
Equivale al instante al que nos lanza el artista para la experiencia del
disfrute estético. El intervalo abarca la dimensión temporal y la dimensión
espacial. La pausa deja que se abra el fluir del pensamiento; es necesaria.
La ausencia de la pausa, esa distancia hueca, en el arte, y la ausencia de
conciencia de ese intervalo, obturan y embotan la sensibilidad y la
inteligencia. Se ha perdido el intervalo, lumínico, sonoro, volumétrico. Los
objetos, en una masa viscosa y envolvente, tienden a ocuparlo todo, forman
muros, espesos. Pero el arte da a ver, muestra, hace oír. Se hace
presentación ostensible, ostentosa, desafía las letosas, que no dan
respiro.”
Entonces lo experimental, que también abarca otras obras mías,
como poesías visuales, o lenguajes construidos para la poesía, es un
principio que orienta las búsquedas en las que me embarco. Una aventura,
ya lo dije, experiencial.

12 — Transcribo de una entrevista que le realizaran a Alicia


Genovese: “…para articular su voz, cada mujer necesita desarticular los
significados impuestos en una cultura. Es un discurso contracultural,
aunque no aparezca enunciado así en los textos poéticos. El solo hecho
de que una mujer proyecte su propio deseo ya es contracultural.”
¿Comentarías, añadirías…?

SRS — El lenguaje de mujer, no necesariamente inscripto en la


condición anatómica, es sin duda revulsivo con los efectos de
desarticulación que menciona Alicia Genovese. La sociedad patriarcal está
hoy jugándose su posición de predominio, de hegemonía, que entre
nosotros ha alcanzado un grado de violencia sin precedentes. Esto coincide
con el empoderamiento de las mujeres, lo cual suscita, como
lamentablemente constatamos cada día, actos mortíferos de venganza. La
escritura es un campo a desbrozar, para abrirse paso en medio de esa
hegemonía, y el costo es alto. La construcción del canon literario es una
muestra cabal de la posición que consolida un predominio universal e
histórico de varones, y eso tiene como efecto la generación de un
contracanon que termina siendo una discriminación positiva. Es una lucha
muy larga, entre otras, que llevamos adelante las mujeres.
13 — ¿Sobre qué asuntos de la literatura considerás que se
investiga poco y nada?

SRS — Creo que es escaso lo que se estudia sobre literatura


traducida como género que convive con todos los géneros de un sistema
literario. Incluyo en ello la importación de todo tipo de saberes y discursos,
no solamente literarios. Merced a la traducción construimos mundos,
lenguas, textos, y conservamos el acervo de las culturas más allá de las
fronteras lingüísticas, geográficas e históricas. Por eso las traducciones son
utópicas y ucrónicas. Actualmente se están expandiendo las investigaciones
del fenómeno traducción como proceso de transferencia interlingüística,
intersemiótica e intercultural. Investigaciones se desarrollan puntualmente
en algunas instituciones científicas y académicas del mundo. A las
traducciones les debemos los sucesivos enriquecimientos de las lenguas de
llegada. Aunque ahora con los traductores automáticos digitales, que están
creando nuevos lenguajes y hasta nuevas lenguas, entiendo que dichas
investigaciones deben incorporar necesariamente la algorítmica como
campo lingüístico que ha transformado radicalmente la tradición de la
lectoescritura, si es que no la está empezando a sustituir, lisa y llanamente.
Con la convergencia digital, que ha creado nuevas subjetividades, el acceso
a los acervos culturales se está orientando a lo puramente audiovisual, y
sospecho que las futuras generaciones olvidarán la letra.

14 — Prologando Jorge Luis Borges su propia “Antología poética


1923-1977” (Alianza / Emecé, 1981), este breve párrafo: “Se de poetas
admirables —Enrique Banchs, Arturo Capdevila, Toulet—, que han sido
relegados al olvido, porque no fueron otra cosa que admirables poetas,
que no modificaron el curso de la literatura.” ¿Tu apreciación…?

SRS — Creo que es un juicio de gusto personal, de pertenencia


grupal e institucional y de época. Siempre se trata de una convención, por
lo tanto, es arbitrario. Ya conocemos sobradamente los “descubrimientos”
y redescubrimientos de valores que en su momento no entraron en el canon
por diversas razones. Y a veces entran por cuestiones de mercado (o
mercanon, como le llamo yo). Existen innumerables casos en que la
literatura, su curso, se modifican por retroacción, reparando en lo excluido,
lo olvidado, lo desechado, revalorizando sus aportes, que en su momento
no fueron tales. Se trata de políticas de consagración y por lo tanto del
ejercicio del poder en lo que concierne a juzgar. Un ejemplo ya remanido
es el Canon Occidental de Harold Bloom. Últimamente se empezó a
rescatar a Carlos Mastronardi, entre algunos otros, convirtiendo sus obras
en obras de culto. También se re-re-re-rescata a Leopoldo Marechal. En
cierto Coloquio muy importante se lo colocó en el ápice de la literatura no
solo argentina. Me atengo por el momento a una cuestión de gusto: leo
mucho a Gabriela Mistral. Claro, obtuvo el Nobel… Y los poemas de
Ezequiel Martínez Estrada…

15 — ¿Estimaciones respecto de tu modo prevaleciente de ser


alcanzada por el abatimiento, la desazón, la frustración y de tu modo
prevaleciente de restaurarte, equilibrarte, gratificarte?

SRS — El abatimiento no me ha sido ajeno. Y seguramente no lo


será. Pero es la condición del ser humano: atravesado por el lenguaje,
sexuado y mortal. Cada uno elige o queda elegido por una forma de
consuelo, de cura. Por el amor, por la creación artística, por la invención,
adquisición y transmisión de saberes, por la fe. Me gusta la invocación
CURATE IPSUM. La escritura y la lectura son balsámicos. Ser analizante
también.

16 — ¿Tinto, blanco o rosado?

SRS — Tinto, roble, y en lo posible Pinot Noir o Cabernet


Sauvignon.

17 — Aldo Pellegrini afirmó: “El humor es el elemento que provee


a la poesía de su mayor virulencia. Acerado como la luz, el humor se
constituye en la vanguardia combativa en pro de la autenticidad del ser.
Con su filo luminoso corta la oscuridad, y aporta el fuego que consume
lo muerto y reanima lo vivo.” ¿Qué poetas o poemas humorísticos —o
donde se asome o despliegue el cinismo, la burla, la acidez, la
chocarrería, lo sardónico, lo punzante, la parodia, lo corrosivo, lo
incisivo, lo zumbón— recomendarías?
SRS — Los del “Oulipo”: Taller de Literatura Potencial (Francois Le
Lionnais, Raymond Quenau), y sin dudas Leónidas Lamborghini. Me
encanta el libro “Fecunda” de Livia Hidalgo, de un género incalificable,
que es especialmente poético y humorístico. Así como me capturan las
microficciones de Luisa Valenzuela.

18 — ¿Qué pensás del nacionalismo? ¿Qué es la patria?

SRS — ¿Debo entender que asimilás nación y patria? En primer


lugar, sostengo que es necesario un concepto muy explicado de
nacionalismo, que de lo contrario puede confundirse con ideologías y
corrientes políticas deplorables. La “nación” es un concepto joven,
proviene de la modernidad europea; es una construcción que surge
alrededor de la segunda mitad del siglo XVIII. Se trata de una entera
creación humana que se realiza en tres dimensiones: la identificación de los
ancestros, el folklore y la cultura de masas. Estos tres elementos clave de la
construcción de las identidades nacionales tienen lugar en diferentes épocas
y bajo formas diversas, y permiten la difusión de la idea nacional. Se puede
observar entonces que la invención de las naciones coincide con una
intensa creación de géneros literarios o artísticos y está estrechamente
ligada a la modernidad económica y social. De acuerdo con Anne Marie
Thiesse, dicha construcción se efectúa en detrimento de otras identidades
minoritarias o débiles, ya que cierta parte de la cultura, y también culturas
enteras, pueden resultar ignoradas, sometidas a olvido, censuradas,
discriminadas, en beneficio de otras que se privilegian de acuerdo con las
fuerzas hegemónicas que instituyen la nación. La invención de la nación al
tiempo que se realiza en el campo de las luchas históricas, políticas,
bélicas, de instauración del poder, se despliega en una narrativa: por medio
de actos performativos, fundantes, discursos que fijan campos simbólicos e
imaginarios a partir de los cuales se gestan políticas y programas,
imperativos de la constitución de comunidades homogéneas, gobernables
según la impronta ideológica y de sistema político económico que informa
a las programáticas de Nación. Es decir que no existe una “esencia” de
nación, sino que se trata de convenciones. Acuerdo con el sentido éste, y
cuando por ejemplo decimos que algo es de raigambre nacional,
identificamos (y nos identificamos) con esos rasgos distintivos e
instituyentes. Sobre todo, cuando estamos, estoy, en el extranjero; ser
argentina, manifestarme como tal, me implica en esa institucionalidad, en
esa afiliación, en esa pertenencia. El riesgo son los fundamentalismos…
Otra cosa, otro concepto es Patria, que merece también un cuidadoso
cernimiento. Una patria puede albergar muchas naciones, como sucede en
Bolivia actualmente. Patria viene de Pater, el que pone la simiente para
generar comunidad, familia, autoridad. A veces se confunde con el Estado.
Depende de la época. Yo me identifico con la patria argentina, más allá de
las efemérides fundacionales y de las epopeyas que les dan sentido.

19 — ¿Cuáles son tus poemas preferidos de esos poetas sobre los


que tanto has investigado y producido: Gottfried Benn (1886-1956) y
Paul Celan (1920-1970)?

SRS — De Benn, el entero ciclo “Morgue”. De Celan, “Tenebrae”,


“Psalm” (Salmo), “Es war Erde in Ihnen” (“Había tierra en ellos”).

20 — Por la fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿a qué


personas admirás?

SRS — Las listas siempre llaman la atención por lo que falta. Pero
aún a costa de ese riesgo, admiro justamente a Paul Celan. También a
Sigmund Freud, a Marguerite Duras, a Ingmar Bergman y a Carlo
Ginzburg.

21 — ¿Cómo son los jóvenes hoy en sus vínculos con el saber


respecto a cómo eran cuando vos cursabas tus carreras y cuando te
iniciaste en la docencia?

SRS — La respuesta, como casi todas, es provisoria, en cuanto a


definir características distintivas. Pues cada año enseño a una nueva
cohorte. Si bien la transformación cultural es enorme desde lo que se llamó
pensamiento único y posmodernidad tras la caída del muro de Berlín, y aun
cuando el estallido tecnodigital global ulterior y dominante en el presente
implica un abrupto corte en la condición humana, al menos como la
conocemos en occidente, puedo decir que quienes estudian literatura como
carrera y acaso como profesión a ejercer, tienen algunas cosas en común
con mi generación de condiscípulos: interés por la lectura, actitud crítica
sobre la sociedad, o sea posturas políticas fuertes que no significan
necesariamente la pertenencia a un partido o a un movimiento político
específico. Sobre todo, encuentro entusiasmo, curiosidad y demandas
exigentes y filosas. Rondan los 22-23 años cuando cursan mi materia. Con
ellos amplío mi inteligencia, y afino la escucha. Aprecio enormemente esa
posibilidad de vínculo en la transmisión.

22 — Noé Jitrik cita en su ensayo “Las marcas del deseo y el


modelo psicoanalítico” (Revista “Literal”, nº 4, Buenos Aires,
noviembre de 1977), lo siguiente: “quien lee determina a quien escribe”
y “quien lee determina la forma de un escrito”. ¿Quién lee, quién te lee,
cómo inferís que sos leída?

SRS — Estoy muy de acuerdo con Noé Jitrik, un maestro del que
nunca se deja de aprender. Y su enunciado tiene una actualidad asombrosa.
Sé quién me lee cuando recibo comentarios directos de los que recorren
mis libros. No puedo hacer una generalización. De cada lectura, ensayo
crítico, comentario personal sobre mi obra, me sobreviene el asombro,
encuentro sentidos inesperados, enriquecedores, que a su vez (re) alimentan
mi escritura y mi juicio sobre lo que he escrito. Durante mucho tiempo se
me ha tratado de “poeta hermética”, y así ha quedado fijado en la idea que
muchas personas tienen de lo que escribo, sobre todo de la época de mis
primeros libros. Por eso, y no sin ironía, escribí mi último poemario
“Parque temático”. El libro contiene poemas “herméticos”, los cuales se
repiten, pero “explicados”.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de
Córdoba y Buenos Aires, distantes entre sí unos 700 kilómetros, Susana
Romano Sued y Rolando Revagliatti, noviembre 2015.
Jorge Ariel Madrazo nació el 26 de agosto de 1931 en la capital de la
Argentina, Buenos Aires, ciudad en la que reside. Ejerció el periodismo
desde 1967, sin interrupciones, y hasta hace pocos meses, en su país y en
Venezuela, ocupando cargos directivos. En 2005, por sus versiones de
poemas de autores de habla portuguesa, obtuvo el Premio “Paulo Ronai” en
Pernambuco, Brasil, y por su traducción de dos libros de Jack London, el
Primer Premio IBBY Internacional. Integra el Consejo Editorial de la
revista “Trilce” (Concepción, Chile). Ha sido incluido en numerosas
publicaciones periódicas y antologías nacionales y extranjeras. La
Biblioteca Nacional de la República Argentina lo distinguió en 2014 con el
Premio “Rosa de Cobre” a la Trayectoria en Poesía. Publicó en 2011 el
volumen conformado por su novela “Gardel se fue a la guerra” (Primer
Premio “Eduardo Mallea”, período 2003-2005) y por diversos textos de su
libro anterior, “Quarks-Microficciones”, de 2006. Sus dos libros de
cuentos editados son “Ventana con Ornella” (1992) y “La mujer
equivocada” (2006). Desde 1966 fueron apareciendo sus poemarios
“Orden del día”, “La tierrita”, “Espejos y destierros”, “Blues de
muertevida” (1984, Premio Nacional Regional), “Cuerpo textual” (1987,
editado por el sello LAR de Chile, Segundo Premio Municipal Ciudad de
Buenos Aires), “Cantiga del otro” (1992, Primer Premio Ediciones del
Dock), “Piedra de amolar”, “Mientras él duerme” (1997, en co-autoría
con el pintor Juan López Taetzel), “Para amar a una deidad” (1998,
Premio Fondo Nacional de las Artes y Premio Fundación Inca), “De mujer
nacido”, “Teoría de ella”, “De vos”, “Ayer decías mañana”, y en 2015
“Lo invisible”. En 2014 se concretó en París, Francia, a través del
Programa Sur de la Cancillería Argentina de apoyo a la traducción, y por el
sello Abra Pampa, una edición bilingüe bajo el título “De vos / De toi”.
Este año, Ediciones Summa, de Lima, Perú, dio a conocer su antología
personal “Alma que has de vivir” y Ediciones Caletita, de México, le
publicó el libro “Poemas de ángel caído”. Fue invitado a encuentros
internacionales de poesía en su país, así como en Perú, Chile, Uruguay,
Brasil, Colombia, Cuba, México, Nicaragua, Ecuador, Estados Unidos,
España, ex Yugoslavia, Irlanda y Francia.

1 — Imaginando la satisfacción que le habrá producido al niño


que eras en 1940, cuando se publicaron dos poemas tuyos, nos
preguntamos por la repercusión en tu familia, por la irradiación en
ellos y en vos, por tu continuidad en la escritura de creación en aquella
década y en la siguiente.

JAM — De hecho, esos dos poemitas vieron la luz en una revista,


“Ceres”, editada por la mutual del Ministerio de Agricultura y Ganadería,
en el que mi padre trabajaba. Como verás, la intervención de mi familia en
tales “inicios” literarios fue directa, pero no porque sí: aquel chico tenía
condiciones. Los poemas estaban consagrados, como era de prever, a mi
madre y a mi padre, y exhibían cierta habilidad constructiva y bastante
“oído”. Aún recuerdo la estrofa final de uno de ellos: “El niño ya se ha
dormido / la madre cesó su canto. / Ya no se oye de la lluvia el ruido. / Las
horas siguen pasando…”. A esa edad, por cierto, ya tenía muchas lecturas
—obvio: desperdigadas, sin ningún orden— gracias a la biblioteca de una
tía, hermana de mi madre y profesora de Arte Escénico y Declamación: esa
biblioteca rebosaba de Rubén Darío, José Asunción Silva, Santos Chocano,
Amado Nervo, Edgar Allan Poe, Fernández Moreno (Baldomero y César),
José Pedroni, Antonio Machado, Federico García Lorca, León Felipe y un
riquísimo etcétera. Los Nocturnos de Silva y “El Cuervo”, de Poe, me
abrieron el alma, el sentimiento y el oído como nada nunca antes. León
Felipe y Vladímir Maiakovski —este último, no sólo por su euforia
revolucionaria sino también por su forma de escandir el verso— fueron con
César Fernández Moreno, García Lorca y Rafael Alberti y el Pablo Neruda
de “Residencia en la tierra”, las influencias más notables, en la prehistoria
adolescente de mi formación poética.
Toda la escritura que siguió, en los ’40 y ’50, se convirtió en
humeante pira cierta noche de rara autopunición: ocurre que sentí miedo, o
rechazo, por lo que era una entrega psíquica casi absoluta a la experiencia
(mágica, obsesiva) del lado poético del universo. Una precoz militancia
política y un precoz casamiento contribuyeron a que mi primer libro de
poesía se publicara muy tarde, a los 34 años, en 1966 y gracias a la
generosidad de José Luis Mangieri con su primer sello: La Rosa Blindada.
Ese opus poético inicial se llamó “Orden del día”. Pese a tal título, no era
para nada panfletario, ni siquiera de carácter preminentemente político, y
aún hoy lo reivindico.

2 — ¿Qué medios periodísticos en los que te hayas desempeñado


destacarías? ¿Qué secciones cubriste y de cuáles llegaste a ser el
principal responsable, con qué otros escritores compartiste
redacciones?

JAM — Los principales hitos de mi trabajo periodístico fueron, en el


país y en gráfica, la revista “Siete Días Ilustrados” (fui Secretario de
Redacción de su edición nacional y luego de la Latinoamericana) y el
recordado matutino “La Opinión”, fundado por Jacobo Timerman. En los
años ’60 estuve muy cerca de “La Rosa Blindada”, publicación que dirigía
Mangieri, donde reencontré al joven Juan Gelman que ya había admirado
en sus lecturas públicas y a través de los discos del Tata Cedrón. Ya en
Venezuela transité por varios medios gráficos hasta desempeñarme como
Director del semanario “Elite” y, luego, Secretario de Redacción de la filial
venezolana de la agencia de noticias italiana ANSA.
Una vez de regreso en la Argentina, pasé por otros medios como la
revista “El Observador”, el matutino “Clarín” —en su sección
Internacional—, y algunas colaboraciones esporádicas para la última etapa
de la importante revista “Crisis”, que dirigió el poeta y periodista Jorge
Boccanera. Por fin, fui colaborador permanente de la publicación virtual y
gráfica “El Arca”, órgano de la Caja Nacional de Ahorro y Seguros, hasta
su desaparición, poco tiempo atrás.
Raúl González Tuñón (con quien apenas tuve trato, por mi timidez
en aquellos años), Gelman, Francisco Urondo, el gran dibujante
Hermenegildo Sabat, Tabaré Di Paula, Sergio Morero, Alberto Szpunberg,
Ramón Plaza, son algunos de los nombres, imborrables hasta hoy, surgidos
en aquella larga etapa periodística y poética a la vez. Hubo más, es claro,
pero no quiero convertir este diálogo en una guía telefónica.

3 — Tras exiliarte en Caracas, entre 1976 y 1983, apenas


regresado a nuestro país se difunde tu poemario “Espejos y destierros”.
Seis, siete años en otra gran ciudad. ¿Cómo fue “volver”?...

JAM — El que vuelve es ya otro, ¿verdad? Y el país también es muy


otro. Ante todo, procuré re-descubrir, conocer el nuevo movimiento
poético, en especial a los autores y autoras jóvenes: era la época de “Poesía
Abierta”, de los cafés y caves donde la poesía sentaba sus reales. Traté
intensamente a magníficos compañeros de mettier, muchos de ellos hoy
fallecidos. Mención especial, entre estas figuras memorables ya idas, para
Enrique Puccia, Antonio Aliberti, Rubén Chihade, Francisco Madariaga,
Edgar Bayley, Enrique Molina, Joaquín Giannuzzi, Juan García Gayo,
Hugo Caamaño, Jorge Smerling, Carlos Débole, Jorge García Sabal, Celia
Gourinski, Élida Manselli, Susana Thénon, Olga Orozco y un riquísimo
etcétera.
De igual modo, debo confesar que tropecé en algunos casos con
sectarismos y afanes por ocupar un paradójico “poder poético” —que ayer
y hoy me pareció un afán tan pobre como risible—, cuya mayor expresión
quizás haya sido la revista “Diario de Poesía”.
4 — ¿Te habrás referido ya en alguna entrevista a ese volumen
titulado “Orgasmo” (Centro Editor de América Latina, 1989),
conformado por poemas de Mario Trejo (1926-2012), con tu selección y
estudio introductorio? Haya sucedido o no, Jorge, te demandamos que
nos hables de Trejo, de tu selección y estudio.

JAM — Trejo —o Trexus, como él se auto-rebautizó— fue uno de


los personajes más singulares que he tratado, mejor dicho: que tuve el
privilegio de tratar. Fue, en mi opinión, una de las voces mayores de la
poesía en lengua española, desde la irreverencia y la ironía que no excluían
una hondura conmovedora de quien había vivido “todo”, y en todas partes.
Cualquier convencionalismo, cualquier gesto mediocre o mezquino se
disolvían en el aire, avergonzados, ante su presencia cáustica e
intransigente. Podía suscitar admiraciones incondicionales y rechazos no
menos absolutos. Era un ser de las noches, del jazz, de la bohemia y los
márgenes, y daba la impresión de que nada de lo humano le era ajeno, a
excepción de los rótulos políticos. Tampoco le fue ajeno ningún género
textual: fue maestro como dramaturgo, guionista de cine y televisión, autor
de poemas que llegaron a ser canciones exitosísimas, como “Los Pájaros
Perdidos”. Y hasta fue actor, haciendo de sí mismo, en la película de
Bernardo Bertolucci “La vía del petróleo”. De mi trabajo para el CEDAL
sólo diré que estuvo movido por la admiración y el amor.

5 — Envidiable bagaje el tuyo tras las participaciones en


encuentros de escritores en más de una docena de países.

JAM — Hay encuentros poéticos de muy distinta índole, carácter y


magnitud. Pero ya sea en Rosario o Córdoba de Argentina, o bien en Struga
—Macedonia, en la ex Yugoslavia—, en Irlanda, en Oregón (EEUU), en
Granada (Nicaragua), en Concepción y Valdivia (Chile), en La Habana, en
Quito, Lima o Medellín (por citar a algunos a los que fui invitado), la
emoción poética suele ser similar. Tal experiencia, que es tanto de vida
como poética, permite además enriquecerse con múltiples aportes, seres
humanos, culturas y voces. Y suelen forjarse amistades duraderas y
entrañables.
6 — Resulta que sos el prologuista de un libro que juzgo
extraordinario: “Lo cierto”, del argentino Diego Viniarsky, fallecido
trágicamente en 2006 a los cuarenta años.

JAM — Amor y admiración: ésas son las palabras que ya usé para
definir mi relación con Mario Trejo, y muy adecuadas para referirme al
vínculo con Diego e incluso con Noemí, su gran compañera.
Diego era un ser de excepción, un talento y una voluntad
descomunales encarcelados en un cuerpecito que sufría un creciente
deterioro por una enfermedad paralizante. Lo conocí cuando me puse en
contacto con él tras leer un número de la excelente revista “El
Perseguidor”, que él fundó y dirigía con la ayuda —no siempre constante—
de un pequeño grupo de amigos y colaboradores. Como bien señalás, “Lo
cierto” es un libro fuori serie. Y quedó inédita una novela suya que
evocaba su niñez y la pasión por el fútbol. Sus dos hijos, una mujercita y un
varón, son también brillantes, y Noemí sigue siendo una de mis amigas más
cercanas.
Por cierto, al hablar de Diego no puedo dejar de recordar y
homenajear a otro gran poeta y crítico, una de las personalidades más
agudas que he conocido, Juan Antonio Vasco, que sufrió su misma y más
que injusta enfermedad.

7 — ¿Está ya concluido, aunque sin editar, tu ensayo “Grandes


poetas olvidados”? ¿Quiénes son ellos?

JAM — Nunca llegué a concluirlo, ni creo que me dé el tiempo para


hacerlo. Algunos de esos nombres (largados así, sin ningún orden): César
Tiempo, Delmira Agustini, Carlos Sabat Ercasty, Martín Adán, César
Calvo, Martín Oquendo de Amat, Porfirio Barba Jacob, Eunice Odio,
Humberto Díaz Casanueva, Rosamel del Valle… En realidad, ¿no están
olvidados la mayor parte de los poetas que merecerían ser frecuentados a
diario?

8 — ¿Cómo se gestó, se produjo tu “Conversaciones con Elizabeth


Azcona Cranwell” (1933-2004), ese volumen que en 1998 fue editado a
través del sello Vinciguerra?
JAM — Ese trabajo, que me permitió transitar la intimidad (a
menudo dolorosa) y la obra de una gran poeta y amiga, ninguneada hasta
por una trajinada antología que pretendió dar cuenta en 2010 de los “200
años de poesía argentina” (sic), surgió a pedido de la propia editorial. Y se
gestó a lo largo de muchas horas de entrevistas y de charlas más
distendidas, en su departamento porteño del barrio Norte. Elizabeth
irradiaba un talento y encanto especiales, y era un tesoro de anécdotas y de
sentimientos muy profundos en cuanto al tan particular reino, o taller, de la
creación poética.

9 — En el género ensayo destacan dos títulos de tu autoría:


“Breve historia del bolero” (1980), y cinco lustros después “El
anticristo” (2006).

JAM — El ensayo sobre el bolero, género que amo, nació por la


impronta del clima musical y sentimental del Caribe, que me llegó con
ímpetu durante mi residencia en Venezuela, donde conocí entre otros al
gran cantante puertorriqueño Daniel Santos y descubrí a su eximio
compatriota Héctor Lavoe (llamado “El cantante” por antonomasia), al
cubano Beni Moré, al panameño Rubén Blades, a la española-venezolana
Soledad Bravo, a los venezolanos Willie Colón y Oscar D’León. Incluso
entrevisté allí al famoso cantante argentino Leo Marini, quien vivió
también en Venezuela. Y al director de la orquesta “La Sonora Matancera”,
el que me abrió los ojos a una nueva visión de estos ritmos al revelarme:
“Chico, tú sólo comprenderás de verdad toda esta cosa cuando vivas a
fondo el sentimiento Caribe.” Y tenía mucha razón.
“El anticristo” lo escribí, en difícil parto, por pedido de una editorial
española para públicos masivos: tenía que ser muy bien documentado y al
mismo tiempo ameno. Creo, modestamente, que lo logré.

10 — ¿Por qué o a instancias de qué motivaciones escribís


poesía? ¿Cuál es tu visión del quehacer poético?

JAM — En más de una ocasión, con éstas palabras u otras


semejantes, he dicho lo que es mi férrea convicción: el poema, si merece tal
nombre, es un cuerpo vivo, un jadeo, una respiración, un dolor y un actuar
tanto físicos como subjetivos, que han de nacer desde el adentro hacia el
afuera: rara vez la gracia poética tutele a un texto surgido prioritariamente
desde lo que Edgar Bayley llamó el “estado de alerta”, o desde el mero
tributo a la herencia literaria, por rica que ésta fuera. Por lo demás, el
poema es lo que es, quiere decir lo que dice, alude, pero no expresa nada
preexistente a sí mismo: es nuevo mundo que se agrega al mundo.
En mi caso (pero dista de ser un patrimonio personal) pesan
fuertemente la obsesión por el Tiempo y sus mutaciones. Uno vive
instantes fugaces, y proyectos más duraderos, deseos y sueños intensos y
poderosos. En igual medida me afectan la injusticia, la hipocresía de una
sociedad que, con un refinamiento mayor o menor, y tantas otras veces sin
ningún ocultamiento, se asienta en la humillación, la marginación y la
muerte —civil o física— de grandes mayorías condenadas a un destino
oscuro.
Y también me motiva el ser-con-otros, el sentir que se es otros, aun
con las gigantescas dificultades de comprensión y la cuasi imposibilidad de
conocerse. La sensación de extrañeza ante uno mismo y lo otro, de estar en
este cuerpo y en este mundo, de lo raro y aun mágico de que exista lo otro,
es uno de los detonantes de mi escritura. Pueden impulsarla en lo
inmediato, es claro, una visión, un momento que se siente único y por ello
epifánico, una irrupción de algo que se unirá convulsivamente con los
yacimientos del recuerdo, hasta un dato científico que me sorprende y
desubica y suscita nuevas relaciones dentro de mí; cada cosa y cada
maravilla del afuera, uniéndose al sustrato interior y al subconsciente. De
otro modo: el misterio. Y el deseo de ampliar y conocer mejor el mundo, al
renombrarlo. Lo que es otra forma de decir: expandir la comprensión de
uno mismo y del resto, el conocimiento por otras vías, en especial la
emotiva (lo intelectual también ha de estar encarnado en imágenes
sensibles: tiene que haber “carne en el asador”). Mención especial para el
lenguaje: a veces se olvida que todo poema es lenguaje; otras veces se
exagera este rasgo, cayendo en una verdadera logorrea. En suma,
permítaseme una obviedad: no hay poema, si no está atravesado desde sus
entrañas por la poesía. Pero ¿será una obviedad?

11 — Críticos literarios destacaron tu modo de valerte de


neologismos, arcaísmos y enclíticos, un uso de los diminutivos, a veces
hasta en los verbos, sustantivación de adjetivos, verbalización de
sustantivos, toques barroquistas en tu poética.
JAM — Así lo ha hecho notar incluso en fecha reciente, en su
prólogo para una antología personal mía, la destacada poeta argentina
Marta Braier. Y tal vez sea así, al menos en cuanto a gran parte de mi
trabajo poético. Quizás esos rasgos —naturales, como una forma de
respirar, nunca rebuscados— se hayan diluido algo con el tiempo y con los
poemas. Quizás predominen más en unos libros que en otros. Es que el
llamado “estilo” no es sino el resultado de lo que cada uno, al labrar el
poema con la máxima honestidad y necesidad, logre hacer con sus
limitaciones y anhelos personales, en cada etapa de su vida física-subjetiva
y de acuerdo con sus deseos, potencialidades y déficits. Cierta vez, en
Caracas, pregunté al enorme poeta chileno Humberto Díaz Casanueva, ya
fallecido, sobre su presunto “cambio de estilo” en sus últimos libros:
“Usted antes escribía poemas en forma de versículos casi elegíacos, muy
abarcadores y dilatados; en sus nuevos poemas se lo ve más austero y
tendiendo al verso corto. ¿A qué se debe eso?”. “Muy sencillo —me
respondió—: ahora estoy mucho más viejo, y me falta el aliento…”: toda
una “lección de estilo”.

12 — Como periodista realizaste un reportaje, por ejemplo, a la


cantautora peruana Chabuca Granda (1920-1983). ¿Qué entrevistas
por vos efectuadas te resultaron más redondas, más logradas? ¿Y qué
te pasaba con los remisos?

JAM — Sería muy difícil para mí escoger una de esas entrevistas.


Las hubo a grandes artistas, a mandatarios y Jefes de Estado, a dirigentes
sindicales, a científicos. Tal vez una en la que hubo mayor empatía con la
persona entrevistada, haya sido el largo y emotivo diálogo con Alfredo
Zitarrosa, en Buenos Aires, para la revista “Siete Días”. O el que tuve en un
hotel venezolano con Jorge Luis Borges, para la sección cultural de la
agencia de noticias ANSA.
No, no me tocaron remisos. También es cierto —valga la aparente
inmodestia— que hay que saber entrevistar, hallar el timing y la forma para
que el remiso vaya aflojándose. Lástima grande: nunca se me dio tener que
entrevistar a Juan Rulfo, o a Augusto Monterroso, cuya parquedad en el
diálogo era proverbial.
13 — Hace más de tres lustros se dio a conocer el volumen que
concibieras con el artista plástico Juan López Taetzel. ¿Cómo se
generó esa asociación, cómo la desarrollaron, qué resulto?

JAM — La estrecha amistad con ese pintor, que siempre admiré, y


su interés y honda comprensión del quehacer poético, me llevaron a pedirle
ilustraciones originales —en verdad, tintas muy libres— para los poemas
que irían al libro “Mientras él duerme”. Aclaro: no fueron, ni quisimos que
fueran, “ilustraciones de poemas”. Son tintas bellísimas, fuertes y
libérrimas, que conforman a su modo otros discursos creativos
independientes. Por lo demás, esos poemas son, creo, los que más
espontánea y libremente brotaron de mí. Fueron una catarsis en una época
personal difícil.
Ese libro no tuvo buena difusión, pero es uno de los que prefiero.

14 — A donde te lleven…: ¿Qué es la gloria literaria? ¿Cuál es el


miedo químicamente puro? ¿Te gusta escribir adentro de lo ya escrito?

JAM — ¿La gloria? ¡Pero, ésa es una aspiración propia de poetas


imperiales en países imperiales! Entre nosotros, es sustituida por la
pequeña aspiración al “poder” poético individual. Algo muy diferente del
sano y válido prestigio y/o reconocimiento.
El miedo químicamente puro puede ser: estar echado en la cama
mientras los que van a secuestrarte derriban la puerta, o encontrarte
aferrado a una boya en pleno océano y en plena noche. O abrir una ventana
y ver el rostro de uno mismo, muerto.
Escribir adentro de lo ya escrito: creo que esto es,
meramente: escribir: un palimpsesto acaso infinito, aunque por suerte el
texto alguna vez te abandona…

15 — ¿Qué proceso medió desde que concebiste la idea para la


novela “Gardel se fue a la guerra” y el momento en que decidiste
escribirla?

JAM — La novela —paródica, ucrónica—, se fue desarrollando en


diversos momentos. Recordemos: la trama presenta a un Gardel fracasado
en sus pretensiones de Gran Cantor Barrial y a un teniente coronel Perón no
menos frustrado, ambos urdiendo una disparatada odisea redentorista desde
el geriátrico que los dos comparten, y recibiendo instrucciones nada menos
que de un representante de los últimos Cátaros o Perfectos aún
sobrevivientes en la francesa Toulouse, ciudad natal del auténtico Gardel.
Paradójicamente, o no, escribí esta parodia tragicómica mientras mi esposa
luchaba (luchábamos) contra su durísima enfermedad terminal. Realmente,
todo un caso de esforzado desdoblamiento, como vía para sobrellevar
momentos atroces.
No hubo tanta preparación previa, aunque sí debí leer mucho sobre
los Cátaros, su filosofía, las represiones por ellos sufridas, etcétera. Creo
recordar que la novela tuvo tres o cuatro versiones, hasta su forma final. Un
día me atreví a llevársela al muy apreciado y generoso Mario Grabivker,
quien dirigía el Departamento Editorial de las Ediciones “Desde la Gente”.
Pasado el tiempo, y ya jubilado Grabivker, un día me hace llamar Jorge
Testero, en la actualidad al frente de esas ediciones, quien con idéntica
generosidad y espléndida disposición me propone editar el libro. Así es que
vio la luz.

16 — ¿Has llegado a pagar “cualquier precio” con tal de tener la


primerísima edición de —pongamos— un libro nunca re-editado en los
últimos cien años?

JAM — ¡No! Disto mucho de ser un bibliófilo o un coleccionista. Es


claro que amo los libros, y me cuesta desprenderme de alguno (si bien he
regalado, con placer, ciertos libros para mí muy valiosos): pero no llego a
esos extremos. Tampoco podría pagar “cualquier precio”…

17 — Ricardo H. Herrera dice que “cuando el que traduce es un


poeta, difícilmente sus elecciones puedan estar desvinculadas de la
imagen ideal de la poesía que persigue”. ¿Acordás? ¿Qué entra en juego
en vos al elegir un poema para su traducción?

JAM — De preferencia, un autor admirado por mí. Por otra parte,


mis traducciones fueron siempre una actividad aleatoria, surgieron al calor
de diversas circunstancias. No soy lo que puede llamarse un traductor.
18 — El varón, ¿es un arma de destrucción masiva?

JAM — Caramba, prima facie suscribiría eso. Pero habría que ceder
la palabra a los biólogos, genetistas, sociólogos y filósofos. Suponiendo
que ellos pudieran dar una respuesta. Ciertamente, y al margen de algunas
damas de la historia bastante terribles —Catalina de Rusia, la Thatcher, por
ejemplo—, estoy tentado de pensar que un regreso al Matriarcado daría
frutos muy interesantes.

19 — ¿Poéticas que te entusiasmaron alguna vez y para las que


ya “no estás disponible”? ¿Poéticas que te entusiasman y para las que
con anterioridad “no estabas disponible”?

JAM — Para el primer caso, podría decir: la poesía española


(generalizando demasiado, es claro: Gamoneda me atrae mucho). Para el
segundo, ciertos nombres rectores de la poesía anglo-sajona. Y la oferta
poética que brota en América, con la obvia inclusión del Brasil.

20 — Transcribo de la novela “El año de la muerte de Ricardo


Reis” de José Saramago: “Ricardo Reis hace un ademán, tantea el aire
ceniciento, después, distinguiendo apenas las palabras que va trazando
en el papel, escribe, A los dioses pido sólo que me concedan el no pedirles
nada, y habiendo escrito esto ya no supo qué más decir, a veces es así,
creemos en la importancia de lo que dijimos o escribimos hasta cierto
punto, sólo porque no fue posible acallar los sonidos o apagar los rasgos,
pero nos entra por el cuerpo la tentación de la mudez, la fascinación de
la inmovilidad, estar como están los dioses, callados y quietos, sólo
asistiendo.” ¿Tu reflexión?...

JAM — Amén.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Jorge Ariel Madrazo y Rolando Revagliatti,
diciembre 2015.

*Jorge Ariel Madrazo falleció el 22 de marzo de 2016.


Carlos Penelas nació el 9 de julio de 1946 en la ciudad de Avellaneda,
provincia de Buenos Aires, y reside en Buenos Aires, capital de la
República Argentina. Es Profesor en Letras egresado de la Escuela Normal
de Profesores “Mariano Acosta” y es en la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos Aires donde cursó Historia del Arte y Literatura.
Obtuvo primeros premios y menciones especiales en poesía y en ensayo,
así como la Faja de Honor (1986) de la Sociedad Argentina de Escritores
—de la que fue en 1984 director de los talleres literarios— y otras
distinciones. Su quehacer ha sido difundido en innumerables medios
gráficos periódicos nacionales y extranjeros, tanto en soporte papel como
electrónico. Dictó conferencias en un alto número de instituciones de su
país y del exterior. Fue jurado nacional y provincial y panelista en mesas
redondas. Fue incluido, por ejemplo, en las antologías “Poesía política y
combativa argentina” (Madrid, España, 1978), “Sangre española en las
letras argentinas” (1983), “La cultura armenia y los escritores
argentinos” (1987), “Voces do alén-mar” (Galicia, España, 1995), “A
Roberto Santoro” (1996), “Literatura argentina. Identidad y
globalización” (2005). Publicó a partir de 1970, entre otros, los
poemarios “La noche inconclusa”, “Los dones furtivos”, “El jardín de
Acracia”, “El mirador de Espenuca”, “Antología ácrata”, “Valses
poéticos”, “Poemas de Trieste”, “Homenaje a Vermeer”, “Elogio a la
rosa de Berceo”, “Calle de la flor alta” y “Poesía reunida”. A partir de
1977, en prosa, fueron apareciendo los volúmenes “Conversaciones con
Luis Franco”, “Os galegos anarquistas na Argentina” (Vigo, Galicia,
España, 1996), “Diario interior de René Favaloro”, “Ácratas y crotos”,
“Emilio López Arango, identidad y fervor libertario”, “Crónicas del
desorden”, “Retratos”, etc.

1 — Provenís de una familia vinculada a la literatura, la plástica,


el teatro y el cine.

CP — Para empezar, debo decirte, Rolando, que no nací el 9 de


julio, que nací el 5 de julio de 1946. Sucede que mi padre no quiso que
hiciera el servicio militar y por eso me inscribió en fecha patria. Era común
entre los libertarios, como también huir y hacerse crotos. Mis dos hermanos
mayores (por distintas razones que no voy a explicar) no lo habían hecho.
Era injurioso, ofensivo, hacer el servicio militar para cualquier libertario.
Ni curas ni militares, no te olvides. Por eso me anotó el 9 de julio. La
historia es larga: el dictador José Félix Uriburu, en 1930, modificó la ley. A
partir de ese año todos los nacidos el 25 de mayo o el 9 de julio deberían
hacerlo. De eso, mi padre, no se había enterado. Resultado: fui el único de
toda la familia en hacerlo. Y, por mala conducta —arrestos incluidos— la
baja la obtuve después de catorce meses, uno de los últimos de esa camada
en salir. Lo de “la jura de la bandera”, es confidencial. Mi familia es de
origen gallega. Mi padre, Manuel Penelas Pérez, que cuidó cabras desde los
seis años en Espenuca, una aldea cercana a Betanzos de los Caballeros, se
formó en Argentina: a los catorce años conoció a obreros anarquistas y
socialistas en la fábrica en la cual trabajó. Mi madre, María Manuela Abad
Perdiz, de Ourense, apenas sabía leer y escribir. Aprendió con mi padre
cuando ya llevaba criados tres hijos. Poco antes de morir, a los sesenta
años, había terminado de leer “Los Thibaut”, la obra cumbre de Roger
Martin du Gard. Las lecturas de don Manuel comenzaron con Bakunin, el
príncipe Kropotkin, Émile Zola, Dostoievsky, Shakespeare, Arthur
Schopenhauer, Nietzsche y luego el Siglo de Oro Español. Además, claro
está, de la lírica gallega y los grandes escritores del siglo XIX de Galicia.
Allí comenzó todo. Era, como te imaginarás, libertario. Para ser más
preciso: libertario individualista. Heredamos sus hábitos: la lectura, la
conducta, el amor a la naturaleza, la mirada de los conflictos sociales, el
rechazo a toda dictadura, a toda demagogia, a cualquier forma de
autoritarismo y una profunda defensa por la libertad individual. Mi
hermano mayor, Roberto, fue un lector de los clásicos griegos y latinos,
además de los autores del Renacimiento. Un amante de la ópera alemana.
Mi hermana Raquel, la lectura y la pintura. Junto a ella recorrí museos,
descubría biografías, admiraba a nuestros pintores y la gran pintura
universal. Mi hermana Marta, el teatro norteamericano, el teatro inglés y
francés de mediados de siglo, la novelística contemporánea, la historia de
nuestra tierra. Mi hermano Fernando introdujo en el hogar el cine, el
policial, el marxismo, el jazz y el comic. Además de los autores
norteamericanos. Luego vino Carloncho (un servidor), que fue
consumiendo todo ese mundo. Es importante aclarar que también mis
hermanos y mi padre (mi hermano mayor me llevaba veintidós años, fui el
hijo de la madurez) concurríamos a ver al “Rojo de Avellaneda”, a
Independiente. Vale recordar que Independiente es o era “el club de los
gallegos”. La gran mayoría de gallegos, de la inmigración, se refugiaron en
Avellaneda. Muchos eran republicanos, anarquistas, socialistas, comunistas
y el color les llamó el corazón. También por aquellos años me llevaron a
palpitar el box en el Luna Park. Practiqué box, pelota a paleta y jugué al
fútbol e hice natación toda mi vida. Me formé con la templanza y la visión
de lo social pero también con lo estético en todas las manifestaciones. El
teatro independiente, los autores de época, el Teatro Colón, los grandes
ciclos del cine Lorraine, las exposiciones de pintura eran un hábito. Lo
mismo que las discusiones sobre tendencias literarias, la injusticia o la
Guerra Civil Española. Esa infancia y adolescencia me abrió la mente. Y ya
en la adolescencia el amor de muchachas hermosas, idealistas, plenas de
sensualidad y vuelo. Y las lecturas que a su vez fui descubriendo por mi
cuenta, con amigos, con compañeros de escuela, con maestros que la vida
me ofreció. La gratitud de ellos siempre me protege.

2 — Podríamos decir que haber permanecido durante veintidós


años colaborando con el prestigioso cardiocirujano René Favaloro
(1923-2000) debe armar, en algún sentido, un capítulo de tu vida.

CP — Un antes y un después en mi vida. En 1978 había publicado,


casi en forma clandestina, “Conversaciones con Luis Franco”. A Franco lo
conocí de muchacho, y después de la figura de mi padre es la que más me
enaltece. Un día, escuché por televisión al Dr. René Favaloro hablar de
Franco y de Ezequiel Martínez Estrada. Dijo: “Los jóvenes deberían
leerlos, son los dos escritores más importantes de la Argentina”. Le llevé
el libro al sanatorio y al mes me llamó. Quería conocerme, hablar conmigo.
Esa primera entrevista duró más de una hora. Me contó su experiencia en
La Pampa como médico rural, en los Estados Unidos, la técnica del bypass,
su vida, su formación, sus padres, la inmigración siciliana…; yo le fui
confesando mis gustos, mi historia. Después de unos meses volvimos a
vernos. Teníamos almuerzos maravillosos. Se hablaba de todo: Alfredo
Zitarrosa, Sarmiento, el general Paz, Leopoldo Lugones, de actrices bellas,
de cine…; al poco tiempo me nombró Jefe de Relaciones Públicas de la
Fundación. Fui Jefe de Prensa, Sub-director del Centro Editor de la
Fundación (el director era él), Jefe de Coordinación de Pacientes, Miembro
del Comité de Ética. Una vida intensa, llena de sueños, de
emprendimientos, de combates, de pérdidas. Al mes de su suicidio renuncié
a mi cargo, todo había pasado y acumulaba una derrota más. El proyecto
nunca pudo ser, el proyecto de institución, de ejemplo, de investigación.
Esos años, más de veinte, fue un universo rico, pleno. Conocí seres
notables —médicos e investigadores—, hombres probos, muchos de ellos
desinteresados. En varias entrevistas afirmé que Favaloro pudo cambiar la
cardiología en el mundo, pero no pudo luchar contra la corrupción y la
mediocridad de su país. La corrupción se instaló, desde hace décadas, hasta
la médula. Luego escribí, en 2003, “Diario interior de René Favaloro”, en
donde creo haber reflejado a un hombre, pero también a un país que no
supo comprenderlo en toda su dimensión. A la hora y media de su suicidio
estaba en su casa. Ese día, a las 20 horas, daba la noticia al mundo en una
conferencia de prensa que prefiero no recordar. Un golpe muy duro,
tremendo. Recuerdo que una vez me dijo: “Soy tu hermano mayor”.
3 — En tanto sos un insoslayable investigador de la obra del
escritor Luis Franco (1898-1988), acaso también esta condición arme
un otro capítulo.

CP — Sin lugar a dudas. Él era muy amigo de mi suegro, Luis


Danussi, destacado dirigente gráfico del anarco-sindicalismo argentino,
quien leía a Pascoli y se escribió con Albert Camus. Pero fue el poeta
Lucas Moreno, un hombre que supo guiarme en lecturas, quien me lo
presentó un sábado por la tarde en su casa. Yo sabía de su obra, de su
importancia, pero otra cosa fue luego el trato casi cotidiano o semanal.
Moreno me había presentado a Álvaro Yunque, a Jorge Calvetti, a
Francisco Gil, a don Roberto Guevara. Pero con la llegada de Luis Franco
el universo cambió. Otra manera de ver la literatura, el descubrir autores,
tendencias. Venía del Profesorado en Letras en donde estudiábamos latín,
griego, literatura medieval alemana, inglesa, francesa, italiana, española…,
una formación clásica y de primer nivel. Con Franco descubrí no sólo
autores fundamentales como Goethe o Henry David Thoreau (en
profundidad quiero decir), sino que me hizo conocer nuestros escritores con
otro concepto. Allí venía Lugones, Rafael Barret, Horacio Quiroga, Rubén
Darío, Domingo F. Sarmiento, el manco Paz y la mirada de la América
mestiza. Luego conocí a Enrique Molina, Juan L. Ortiz (viajé hasta Paraná
para verlo y entrevistarlo), Juan José Manauta, David Viñas, Osvaldo
Bayer, Alfredo Llanos, Lysandro Galtier… Con Franco escuchaba la voz
de la insurrección, pero también la voz del decoro, de la decencia, del
coraje civil. En 1978 publicamos por nuestra cuenta y con el apoyo de unos
pocos amigos “Conversaciones con Luis Franco”. Luego se editó a través
del sello Torres Agüero y debe andar por la quinta o sexta edición. Franco
es uno de nuestros grandes escritores, casi desconocido. Ensayista,
cuentista, poeta. Y los libros sobre pájaros u otros animales que son
bellísimos. Una prosa donde la tinta aún está fresca. Un ser único. Él me
llevó a leer, además, textos sobre biología, botánica, zoología. Franco y
más tarde Luis Alberto Quesada, Hugo Cowes, José Conde, Ricardo E.
Molinari y Héctor Ciocchini fueron fundamentales en mi vida, hombres
que me guiaron, que iluminaron mi trayectoria. Ejemplos de ética, de
honestidad y además con vidas intensas. Franco concurría a cenar a casa,
pasaba los fines de año en lo de mi suegro. Era el maestro, el hombre que
seguimos admirando y amando.
4 — Los poetas Juan L. Ortiz (1896-1978), en una primera
ocasión, y Ricardo E. Molinari (1898-1996) en una segunda, te
sorprenden preguntándote si eras pariente o conocías al poeta
uruguayo Walter González Penelas (1913-1983). Es en 2001 cuando
publicás tu estudio y antología titulado “El regreso de Walter González
Penelas” (con el auspicio de la Embajada de la República Oriental del
Uruguay).

CP — Efectivamente. El trato de Walter con don Ricardo fue de una


vinculación muy grande. Recordemos, de paso, que Molinari no trataba con
cualquiera. Te cuento cómo empezaron las cosas. Un día, revolviendo en
una librería de la calle Corrientes, descubro un libro que se titula “La
escalera”. Su autor, Walter González Penelas. Una dedicatoria, las páginas
sin abrir. No era un detalle menor. Había una dirección de Montevideo. Lo
compré por el segundo apellido, si se hubiera llamado López o Fernández
lo hubiera dejado. Cuando comencé a leerlo me impresionó. Una poética de
altura, una sensibilidad exquisita. Entre mis amigos nadie lo conocía. En un
programa de radio que yo tenía se me ocurre hablar de él y leer algunos
poemas. El lunes me llaman a mi casa. La hermana había escuchado el
programa, estaba muy emocionada, quería conocerme, darme ejemplares,
una antología que un amigo le había publicado en España. A partir de allí
continúo mis investigaciones, ese año viajo dos o tres veces a Montevideo.
Una amiga de mi hijo mayor, estudiaba antropología, me ayudó mucho,
conoció a la viuda, a algunos profesores. Pero la guía real me la fueron
dando escritoras, mujeres que llegaron a adorarlo, mujeres que lo
recordaban en anécdotas, en poemas, en encuentros. Escritoras uruguayas y
argentinas, mi mundo rioplatense. Un descubrimiento de aquellos.
González Penelas era muy buen mozo y un hombre refinado, culto, de
conversación agradable, obsesionado con la creación. Había buceado en la
literatura clásica, en la mirada social del Uruguay. Era sociólogo. Se
mofaba de la gran mayoría de sus contemporáneos por la mediocridad, lo
bajito que volaban, las reuniones en cuartos espejados, la pobreza
intelectual. Eso le costó, qué duda cabe, el olvido, el menosprecio. Lo
ignoraron. Es, reitero, una poética que vertebra una cosmovisión, una
mirada atenta y sensible. En su lectura, de alguna manera, nos advierte de
esa literatura que se vuelve peligrosamente literaria donde la palabra es
suplantada por manipuladores de vocablos. Su poética está contra la
falacia, contra la novedad, lo banal. Por esa razón, entre otras, es casi
desconocido. Es un gran autor, un hombre profundo que vivió alejado de
círculos, de fetichismos, de los objetos del mundo exterior. En uno de los
homenajes que se hicieron en Montevideo, Rocío Danussi leyó poemas
suyos y la poeta Selva Casal analizó conmigo su poética.

5 — ¿Qué recuerdos tenés de las numerosas entrevistas que has


realizado para el Museo de la Palabra?

CP — Bueno, muchos, una época muy hermosa para mi crecimiento.


En 1983, instalada la democracia, me llaman de Radio Nacional para cubrir
la Feria del Libro de Buenos Aires. Todo estaba por hacer. Contábamos
con muy pocos elementos, casi no había una estructura técnica. Un solo
auricular, transmisiones en directo desde una cabina elemental. En ese
momento era uno de los pocos, conduciendo programas de radio, que
conocía a los autores extranjeros y argentinos. Estamos hablando de Radio
Nacional y de Radio Municipal. Quiero decir, los había leído, siempre leí
con voracidad. Ahí obtuve el Premio a la Mejor Cobertura Radial, cerca de
treinta y cinco entrevistas durante la Feria. Yo hacía las entrevistas, se las
pasaba a Antonio Pérez Prado —un hombre de excepción, galleguista,
guionista de cine, un notable investigador médico, además—, quien
realizaba la traducción al inglés y la enviaba a la RAE Radio Nacional al
Exterior. Ese premio, compartido, lo gastamos en una comida en la cual
invitamos a los técnicos de Radio Nacional. Otro mundo, otra vida. En esas
entrevistas, durante cinco años, conversé con Gonzalo Torrente Ballester,
Martha Lynch, Roberto Fernández Retamar, Juan Rulfo, Alberto Girri,
Héctor Ciocchini, Miguel Barnet, Juan José Sebreli, Carlos Alberto
Brocato, Antonio Di Benedetto, Gustavo Soler, José Donoso, Carmen
Orrego, Luis Rosales, Ana María Matute, Néstor Taboada Terán, Javier
Villafañe, Dardo Cúneo, Juan Carlos Merlo, Dalmiro Sáenz, Manuel
Mujica Lainez, Carlos Gorostiza, Mempo Giardinelli, Mario Benedetti,
Antonio Dal Masetto…, la lista es muy extensa. Lo triste, lo lamentable, es
que años después, como la emisora no tenía cintas, se grabaron entrevistas
o conciertos en ellas. Se perdió un material impensable. La cosa era así: yo
realizaba dos o tres preguntas, ellos contestaban y luego se borraba mi
pregunta. Quedaba sólo la voz de los entrevistados. En algunos casos
leyendo algún fragmento de su obra o un poema. Cada entrevista tenía la
duración de cinco minutos.
6 — ¿Qué características han tenido los homenajes a escritores y
artistas plásticos que has realizado en teatros y centros culturales?

CP — Durante más de quince años fui realizando actos de poesía.


Luis Alberto Quesada [1919-2015] fue el que me inició; fui aprendiendo en
la práctica el tema de la organización, los contactos, la planificación. Él
había luchado en la Guerra Civil Española, peleó contra los alemanes en
Francia, estuvo en un campo de concentración, del cual pudo escapar. Al
regresar para unirse a la lucha clandestina, estuvo preso en España durante
diecisiete años. Condenado a muerte, logró salir en libertad durante el
gobierno de Arturo Frondizi. Bueno, aquí formé parte —por supuesto,
siendo mucho más joven que él— del Instituto Argentino Hispano de
Cultura Antonio Machado, del que él era el presidente. Casi todos los actos
se realizaban en la Oficina Cultural de España. Allí organizábamos las
conferencias, pero también presentaciones de libros y recitales. En el teatro
de la Federación de Sociedades Gallegas o en el Teatro Margarita Xirgu
efectuábamos los actos mayores. Los homenajes eran a los relevantes
poetas españoles: Federico García Lorca, Antonio Machado, Miguel
Hernández, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Luis Cernuda, León
Felipe... Las voces: María Rosa Gallo, Alejandra Boero, Alfredo Alcón,
Fernando Labat, Alicia Berdaxagar, Juana Hidalgo, Onofre Lovero,
Ernesto Bianco, Dora Prince, Livia Fernán… Eso significaba selección de
poemas, ensayos, guitarristas, en fin, actos donde la entrada era gratuita y
se llenaban las plateas. La colectividad, el sector republicano, y muchos
amigos nos acompañaron. Más tarde organicé actos con Rocío Danussi, mi
compañera, que lee muy bien. Ella les puso voz a los poemas de Alejandra
Pizarnik y a los de Rosalía de Castro: están en el Museo de la Palabra y por
Internet. Junto a ella y Osvaldo Cané hicimos “El amor en la poesía”,
“Homenaje a León Felipe”, “Poetas rebeldes”, “Cuatro poetas y la
libertad”, “Poetas surrealistas”... Muchos de esos actos fueron dedicados a
Fernando Pessoa, Enrique Banchs, Rosalía de Castro, Eugenio Montale,
Giuseppe Ungaretti, Blas de Otero, Gloria Fuertes, Fernando Arrabal, Raúl
González Tuñón, Luís de Camoens, poetas gallegos medievales, Enrique
Molina, Conrado Nalé Roxlo, Francisco Madariaga, Bertolt Brecht, Pier
Paolo Pasolini, Manuel J. Castilla, Jorge Luis Borges, Juan Gelman,
Oliverio Girondo… Y a artistas plásticos: Rubén Rey, Miguel Viladrich,
Antonio de Ferrari… Algunos comencé a hacerlos durante la dictadura, en
librerías, en trastiendas. Luego, en la inolvidable Sala Taller, en el Centro
Betanzos de Buenos Aires, en La Gran Aldea, en la Sociedad Argentina de
Escritores, en salones culturales de la capital e interior. Nunca hubo menos
de sesenta personas en cualquiera de ellos. El homenaje a León Felipe lo
efectuamos en la Federación Libertaria Argentina, con más de doscientos
espectadores, con un escenario en donde la silla de paja vacía era el lugar
del poeta, la voz de Felipe, la música de Falla. Se entraba de a poco y se
salía de dos en dos. El año: 1979. En primera fila estaban sentados Diego
Abad de Santillán y Luis Franco. Entre el público, René Favaloro y el
director cinematográfico José Martínez Suárez. Una emoción que aún
perdura en mí. Pero el trascendente, el más importante es el que
organizamos en el cincuentenario del asesinato a Federico. Nos llevó seis
meses armarlo. Quesada era el Presidente de la Comisión. El afiche, que
vendíamos para procurar fondos, era de Ricardo Carpani. Realizamos cerca
de treinta y cinco actos en un mes. Conferencias, mesas redondas, recitales,
muestras de grabadores y plásticos. Siempre lo pensábamos con música, a
veces con baile. Guitarristas, flamenco. Mientras duró fue una maravilla,
una alegría permanente, un placer inimaginable. Durante ese mes
lorqueano, artistas, poetas y pintores repartíamos claveles en las mesas de
los bares en homenaje a Federico. Más tarde, el olvido.

7 — ¿Qué relevamiento nos proporcionarías de tu actividad


radial en distintos programas y emisoras?

CP — Trabajé mucho en Radio Nacional y en Radio Municipal, en


diferentes programas culturales. Era una época donde todavía existían
voces, magia, utopías. Hice, además, comentarios de libros para Biblioteca
de Radio Nacional; nos reuníamos con amigos de la radio hasta la
madrugada. Agustín Tavitián era un poeta que congregaba afectos, sueños
y el gusto por el jazz. Muchas de las iniciativas en la radio fueron suyas.
Fue un ciclo en donde intentaba llevar, divulgar autores pocos conocidos o
autores nóveles. Estuve en ambas emisoras desde 1984 hasta 1989. A veces
me llamaban como columnista en otras audiciones de las mismas emisoras
o de Radio Belgrano, Radio Palermo, etc. En mis programas daba cabida
sobre todo a autores argentinos, del interior o de principios de siglo. A
veces abordaba la literatura griega o latina. Planificaba cada programa y a
veces lograba tener un encuentro breve antes de cada audición para ir
formando el clima. Fue un tiempo muy interesante, el país se abría a la
democracia y se necesitaba fomentar aquello que estuvo censurado.
Hablamos de libertad, de comunicación, involucrando al creador con su
mundo. En Nacional llevé un programa que me gustó mucho: “Nuestros
ilustres desconocidos”. Allí iban desde una profesora de ballet del Teatro
Colón hasta el mozo de un bar que había sido extra en Hollywood. En
Municipal, “Los intelectuales hablan en primera persona”. Esas fueron dos
creaciones mías que tuvieron cierta repercusión en el mundillo cultural.
Salían al aire una vez por semana, se dialogaba con amplitud. Sólo
preguntaba, el entrevistado era siempre el personaje importante. Además,
como te conté antes, invitados relacionados con la Feria del Libro, que por
alguna razón no había podido entrevistarlos en el stand de la Feria.
También, años después, conduje un programa de medicina por Nacional —
“Curar en salud”—, pero éste era de la Fundación Favaloro y trataba sobre
la prevención en salud.

8 — Leo en tu sitio de autor que has realizado viajes culturales a


numerosos países europeos.

CP — Sí, tuve la fortuna de viajar mucho. Siempre sentí una gran


admiración por los eubeos, como Adriano. La literatura, como sabrás, no
me dio dinero, pero me otorgó prestigio y viajes. Casi todo el país lo recorrí
dando conferencias, presentando libros, participando de ferias literarias del
interior. Provincias de Chaco, Catamarca, La Rioja, La Pampa, Entre Ríos,
Santa Fe, ciudades bonaerenses como San Pedro, Azul, San José,
Pergamino, Chivilcoy, Mar del Plata, Tres Arroyos, Bahía Blanca, San
Nicolás, San Antonio de Areco, son algunos de los sitios donde me
invitaron en diferentes oportunidades. Casi siempre lo hice con Rocío
preparando alguna lectura poética. Lo mismo ocurrió con invitaciones a
Universidades o centros culturales en Chile y Uruguay. Estuve en La
Habana, en Santiago de Cuba, en Paraguay. Con Europa no fue diferente.
Fui invitado sobre todo a Galicia, Málaga y Madrid. He realizado quince o
dieciséis viajes a Europa. Y nunca menos de un mes. Una vez allá —por mi
cuenta— comencé a moverme, por amistades o por recomendaciones de
escritores. Eso ocurrió en Oviedo, Málaga, Trieste. Después, como las
distancias no son tan abismales como acá, y los contactos empezaron a
surgir, llegaba a París o Londres o Edimburgo, a Roma o Sicilia, Viena o
Colonia, Lubliana o Pola. A Marruecos, por ejemplo, desde Málaga.
También quise conocer el Museo Hermitage, en San Petersburgo. De allí,
Copenhague, Helsinki, Oslo, Tallín, Estonia, Berlín… Insisto: las
invitaciones fueron muchas y también comenzaron a publicarme. Siento
que en ciertos lugares de España o de Italia soy más conocido que aquí. Las
invitaciones, además, las hacen incluyendo viaje y hotel. Como debe ser,
por otra parte. A veces hasta con publicación. Ciocchini, Quesada, algunos
profesores en su momento, me abrieron puertas, ciertas instituciones
académicas hicieron lo mismo. No hace mucho he regresado de Trieste,
otra vez, pues se está traduciendo mi obra poética al italiano. Antes había
estado en Bérgamo, una ciudad de ensueño. De allí viajé a Bologna, a la
Universidad de Letras, donde hay libros de mi autoría; un lugar lleno de
belleza, cultura y emoción. Berger hizo que conociera el Palazzo Re Enzo.
En ese mágico encuentro conversé con Rocío, en sus muros. Y de Bologna
llegué a Rímini hasta la casa de Federico Fellini. De allí, media hora en
bus, y llegamos a la Serenísima República de San Marino. Y luego otra vez
Roma. Uno viaja acompañado de lecturas, de autores, de conciertos, con
obras pictóricas, con esculturas. Pocas veces soy turista. En los años setenta
recorrí con Rocío casi todo Chile, durmiendo hasta en estaciones de tren y
en hoteluchos. Todo es empezar y tener espíritu de aventura. Lo demás,
llega. Debemos pensar que el viaje es un viaje literario, pero también un
monólogo. El próximo año daré conferencias en Santiago de Compostela,
en Betanzos de los Caballeros, en Madrid y seguramente otra vez, Oviedo.
He firmado un contrato por un libro que se editará en los próximos meses.

9 — Es a quien forma parte del Centro Betanzos de Buenos Aires


en su quehacer cultural a quien le comento: Manuel Dans, el abuelo
paterno de mi esposa, Mirta, nació en la ciudad de Betanzos de los
Caballeros; el hermano mayor de Ramiro, el padre de Mirta, Oscar
Dans, y un primo de ambos, Osvaldo Dans, fueron presidentes del
Centro, institución en cuyo restaurante he cenado varias veces.

CP — Bueno, a Osvaldo lo conocí mucho, como a los Pita, a Andrés


Beade y tantos otros. Osvaldo, cuando me veía llegar, se tocaba el pecho y
decía: “meu Penelas, meu, meu”. Hizo un trabajo muy importante en el
Centro Betanzos, un hombre recordado. Era simpático, alegre y de suma
generosidad. Además, un hombre valiente. Recordemos que Alfredo Bravo
estuvo refugiado en el Centro durante la dictadura. Insisto, mi relación
siempre fue muy buena y virtuosa en el amplio sentido de la palabra. Desde
luego, mi relación con ellos es parte de mi vida, de mi orientación. Xeito
Novo, su actual presidente Beatriz Lagoa y tantos seres entrañables,
queridos, honestos, que fueron aportando ideas, compromiso y trayectoria.
Cuando se cumplieron los cien años de su fundación —es el centro
comarcal más antiguo del planeta— se hicieron festejos, vino el alcalde y
funcionarios de Galicia, un coro de jóvenes, se publicó una edición en
donde se reflejaba ese siglo de exiliados, de ex combatientes, de seres
amantes de la libertad y la esperanza. Siempre fue un lugar de ideas, de
cultura, un centro abierto, sin prejuicios. Me emociona ver la bandera
republicana y el mural que realizó Juan Manuel Sánchez en su salón de
actos. Es importante señalar que tiene un sello editorial que sigue
creciendo. La sala de actos lleva el nombre del recordado Geno Díaz. Una
historia de pasión, de compromiso, de amistad. Y de banquetes. Ahora
están trabajando en la finalización de otra sede. Una maravilla, de
verdad. Galegos somos nos.

10 — “Este poeta viene de Boscán” (Juan Boscán, español, 1487-


1542) dejó asentado de tu hálito poético Ricardo E. Molinari.
¿Coincidís? ¿Por qué? ¿Y de qué otros poetas “venís”, Carlos?...

CP — Había recibido cartas y frases auspiciosas de poetas y


escritores a quienes admiraba desde adolescente. Pero bueno, en palabras
de don Ricardo fue en su momento un estímulo enorme, impensable. Era
muy parco con los elogios y, en general, huraño en el trato. Me llenó de
alegría y respiré. Él ponderaba mucho mi poemario “Cantigas”, lo tenía en
su mesita de luz. Poseía una formación muy sólida; desde la poesía
primitiva galaico-portuguesa, la poesía del romancero español hasta la
lírica inglesa e italiana. Al nombrar a Boscán evocaba el clasicismo, el
humanismo, la influencia italiana en la poética española, pero también el
hilo que va uniendo una trayectoria trascendente en la poética universal. Su
ojo era muy sensible y descubrió esa fuente en mi poesía. Sí, coincido pues
me unía a él —entre otras cosas— esa mirada de lo poético, esa búsqueda
de lo clásico, esa pincelada evanescente. Estudié y leí, leí y estudié con
pasión a los poetas medievales españoles, renacentistas y, por supuesto, la
generación del 98 y la del 27. Ellos fueron fuente de estilos, de análisis, de
estructuras formales. Y la poesía italiana de principios del siglo XX:
Salvatore Quasimodo, Giuseppe Ungaretti, Pier Paolo Pasolini, Eugenio
Montale, Cesare Pavese, Mario Luzi, Umberto Saba... Uno viene de esos
poetas, sin duda. Pero sería injusto si dejara de nombrar a Giuseppe Bellini,
Thorpe Running, José Filgueira Valverde, Enrique Molina, Eduardo Blanco
Amor, Ernesto Sábato, María Elena Walsh, Frank Dauster, Raúl González
Tuñón, Lily Litvak, Jorge Luis Borges, Xesús Alonso Montero, Manuel J.
Castilla y tantos otros que con sus lecturas o con sus consejos nos fueron
formando el espíritu, la fineza interior, esa respiración sutil del poema.

11 — En homenaje al compositor y pianista español Enrique


Granados (1867-1016) concebiste tu libro “Valses poéticos”. ¿Nos
hablarías de él y de la edición príncipe —editio prínceps— de 1999?

CP — No quiero ser reiterativo. En casa se hablaba de literatura, de


política, de música, de pintura y de cine. Además de fútbol y de box. Se
nombraba a Manuel de Falla, Joaquín Rodrigo y, por supuesto, a Granados:
era un músico que se le nombraba, se lo escuchaba. En 1998 descubro, a
través de Graciela Ríos Saiz (fundadora del Centro Coreográfico de Danza
Española de Buenos Aires) los “Valses poéticos”. Y me fascinan. Los
escucho, los escucho de día y de noche, me obsesiono. Y comienzo a
escribir poemas durante cuatro meses, siete en total, cada uno según
aquello que me iba sugiriendo cada composición. Así surge “Melódico”,
“Allegro elegante”, “Vals lento”... Al tiempo, le propongo a Rafael Gil que
ilustrara uno de los poemas. Luego de unos meses —había llegado a pensar
que no le interesaba la idea— me viene a ver entusiasmado y me propone
hacer una edición príncipe. Para abreviar: se editaron diez ejemplares,
manuscritos por el autor con siete grabados originales de Rafael,
estampados sobre papel Pescia de 300 gramos, todos numerados y
firmados. Cada folio es de 38 x 34 cm. y el tamaño de la caja de madera
(cuna) de 46 x 34 cm. En cada caja se pegó un grabado, cosa que nunca
más se pueda realizar otra edición. Cada caja llevaba dos bisagras de
bronce, el libro envuelto en una tela. El trabajo manual de cada libro fue de
Gil, yo escribí uno por uno cada libro: los diez ejemplares. Una edición
pre- Gutenberg. Rafael se quedó con un libro y yo con otro; ambos
firmados como prueba de artista. El resto, los ocho restantes, se vendieron a
coleccionistas privados o a instituciones. La Biblioteca Nacional de España
y el Museo del Grabado de Betanzos los poseen. El Fondo Nacional de las
Artes compró en su momento tres ejemplares que desconozco dónde están.
Los otros pertenecen a coleccionistas privados. Se hizo una presentación en
la Oficina Cultural de la Embajada de España, donde estaba presente el
Agregado Cultural de la Embajada, funcionarios, profesores. En una vitrina
estuvo en exposición un ejemplar durante un mes. Luego unos amigos
realizaron una edición paralela al original, impresa, de quinientos
ejemplares. La “vulgata”, como se dice. Se agotó en poco tiempo, un año
fenomenal, significó —además— dos viajes a España. Aquí pasó casi
inadvertido.

12 — El compilador de la antología “Poemas á nai” te incluyó, y


como único autor no nacido en Galicia, con el nombre Carlos Tome
Penelas Abad.

CP — Xesús López Fernández es un sacerdote gallego, de Ourense.


Un gran lector de poesía y un estudioso de las letras galegas. Descubrió
algunos de mis libros (se lo alcanzaron poetas amigos) y cuando formalizó
la edición decidió incluirme. Como su nombre lo indica son poemas
dedicados a la madre, y los autores son gallegos, una antología de poetas
gallegos significativos que le cantaron a la madre a lo largo del tiempo. Me
llamo Carlos Tomás, el segundo nombre en homenaje a mi abuelo materno.
La edición era en gallego y mi nombre completo fue en galego: Carlos
Tomé Penelas Abad. Mi padre, Manuel Penelas. Mi madre, María Manuela
Abad. En Galicia, en muchas oportunidades me presentan como Penelas
Abad, ellos usan los dos apellidos.

13 — No debe ser fácil hallar a otro argentino más imbuido que


vos de la doctrina ácrata. “Anarquía y creación” es el título de un libro
de 1997 del que sos autor.

CP — Sí, estudié el tema en profundidad, me eduqué con una mirada


libertaria, con una conducta que rechaza el totalitarismo, el dogmatismo, el
populismo, en fin..., lo que ya sabés. Pero fundamentalmente conocí a
muchos anarquistas, a viejos anarquistas que lucharon en la Guerra Civil
Española, en Latinoamérica o en la Revolución Rusa. Compañeros de “La
Protesta”, de “La Antorcha”, de “Brazo y cerebro”. Anarquistas
individualistas, naturalistas, anarco-sindicalistas, anarco-comunistas,
tolstoianos... Seres únicos, irremplazables. Por su trayectoria, su moral, su
combatividad, su coraje. Eran vitalistas y por lo tanto uno aprendía
hablando, escuchando anécdotas, hechos. El anarquismo no es una
ideología, es un Ideal. Es complejo, es una posición que me agrada
comentar. “Anarquía y creación” es en verdad una suerte de arte poética,
una búsqueda de la mirada libre y amplia del acto creador, una
transparencia desde la verdad y lo ético, el universo sin dogmas, sin límites,
sin prejuicios. Me llevó mucho tiempo escribirlo, es un libro breve, pero
con intensidad. A veces fue utilizado, no sé si correctamente, en talleres y
seminarios. Quise, además, extenderme en la formación del creador y del
lector, una cultura que nos lleve a comprender la grande bellezza, la
eternidad del objeto, la utopía de sabernos soñadores. Siempre afirmé que
me sentía existencialista, camusiano. Eso y lo libertario hicieron el resto.
La libertad tiene su precio. Nos sostiene la identidad, el asombro, los hijos,
el mar, una mirada entrañable, la memoria de nuestros ancestros, la
amistad. Y fumar una pipa tomando un café en un pueblo de Galicia. En
soledad.

14 — ¿Qué prevés editar?

CP — Terminé de escribir “La luna en el candil de la memoria”, un


libro en prosa en donde hablo de un niño de familia gallega, de un niño que
escucha hablar del exilio, de música, de revoluciones, de afectos, de
nostalgias. Y cómo ese niño se integra desde lo mítico en un mundo
rioplatense. Creo que es mi mejor trabajo en prosa, el lirismo me conforma,
lo trabajé con fineza, con lecturas. Un libro de unas ciento treinta páginas,
pero donde hay huellas, respira. Firmé contrato con una editorial y lo
presentaré en Buenos Aires y en Compostela. Eso es todo lo que puedo
contar hasta ahora. Espero la edición con impaciencia.

15 — ¿“El progreso de la tecnología y de las ciencias avanzan a la


par que el embrutecimiento humano”? (Así lo afirmó Augusto Roa
Bastos en su libro “Contravida” (1994).)

CP — Lo traté bastante a Roa Bastos en Buenos Aires. Un ser


cálido, sereno, especial. Creo que existen varios mundos paralelos. Uno es
el tecnológico, que en general cualquier subnormal conoce y se siente feliz.
Otro es el científico, que se aleja cada día más del hombre de a pie. Y el
embrutecimiento es algo que lo sentimos todos los días. Ahora, que tengo
unos cuantos años, más todavía. Generaciones torpes, analfabetas, que
parecen simios, van sin destino, sin anhelos, aturdidos. ¿Todo es así? No
creo, hay islas, pequeñas islas. Gente solidaria, gente creativa, pocos sin
duda. Es un mundo de grandes contradicciones: la industria cultural, la
imbecilidad al alcance de todos, la creencia en la pata de conejo o en el
líder. Mientras yo escribo estas líneas hay hombres en el espacio, hay
satélites, hay guerras, hay muertes. Todo se ha vuelto, por momentos, más
trágico, más diabólico. Y miro a mi nieto andar en su triciclo y creo que
estoy equivocado. He escrito bastante sobre todo esto, no es fácil
resumirlo. De algo estoy seguro: la ciencia sin ética no tiene salida. Y la
tecnología sin humanismo tampoco. Lo que se vive no es anárquico, es
caótico. El anarquismo implica orden, implica autoridad, no autoritarismo.
Veo simios con celulares en el colectivo, en el cine, en el teatro.

16 — ¿Coleccionabas figuritas, estampillas, banderines…? ¿Sos


actualmente coleccionista de algo?

CP — Era un gran coleccionista de figuritas, de revistas mejicanas,


de escuditos, de bolitas. Pero sobre todo de figuritas. Una época de luces,
de esperanzas, de inocencia. Hoy mi casa es casi un museo; ahora es Rocío
quien colabora, quien compite. Es una mujer de un gran carácter y una gran
imaginación. Podés ver en mi casa libros, pinturas, botellas de diversos
formatos, cerámicas, pisa papeles, mascarones, fotografías, candelabros,
títeres, relojes... en toda la casa, por habitaciones, corredores, baños. Casi
no tengo lugar. Y cochecitos de juguete, sombreros, bastones, perchas de
sastrerías, pipas, abanicos, barquitos de madera, platos...; una pesadilla que
me acompaña y me protege. Nos protege. Talismanes sagrados para alguien
que no cree. Un delirio. Bello, pero delirio al fin.

17 — ¿Qué habilidades, de las cuales carezcas, envidiás o


envidiaste, te mortifican o te han mortificado?

CP — Tengo muchos defectos, pero no soy envidioso ni me golpeo


el pecho. Lamento no saber montar a caballo y no saber bailar tango. En
realidad, no sé bailar, me molesta no bailar tango. Soy en general torpe
para las cosas manuales y los arreglos de la casa. No me desespera. Insisto
con lo del caballo y lo del tango.

18 — ¿Te provocan algún tipo de interés “adicional” las novelas


que se desarrollan en un marco histórico (por ejemplo: “Trafalgar”
(1873) de Benito Pérez Galdós (1843-1920); “Quo vadis?” (1896) de
Henryk Sienkiewicz (1846-1916); “Sin novedad en el frente” (1929) de
Erich Maria Remarque (1898-1970); “Yo, Claudio” (1934) de Robert
Graves (1895-1985); “Las uvas de la ira” (1939) de John Steinbeck
(1902-1968))?

CP — Me parecen obras donde lo histórico nos enseña a ver el


presente, donde podemos descubrir aquello que no se quiso ver, donde las
pasiones o la irracionalidad dominan la posibilidad de elección. No hay
asuntos sublimes y asuntos triviales, es siempre el enfoque, el estilo,
aquello que nos precipita a cierta inmortalidad de la obra, a ciertos
crepúsculos o rostros. En los libros que mencionás la literatura no se vuelve
literaria, hay un impulso vital en ellas que nos salva de la estupidez, de la
mediocridad. ¿Cómo no nos va a enseñar Steinbeck o Graves? ¿Cómo no
advertir en el mundo de Pérez Galdós o en Remarque lo podrido y
decadente? Las obsesiones tienen raíces profundas en el lector y en el
autor. Son libros, todos ellos, recomendables. Por su lenguaje, por su
drama, por todo lo adicional que llevan en sí. Cuando yo era un dudoso
principiante, Henryk Sienkiewicz me iluminó. El arte no puede prescindir
del “yo”.

19 — ¿Champagne o sidra? ¿Licor de huevo o anís? ¿Whisky o


vodka?

CP — Champagne y sidra, según el momento o la ocasión. Licor de


huevo, seguro. Ni whisky ni vodka: vino tinto o blanco de Albariños.

20 — ¿Cómo te gustaría que te recordaran?...

CP — Como una buena persona, como un ser sin dobleces. Como


alguien que, además, amó la poesía e intentó que otros la amen.

21 — No dejaremos de mentar a tus dos hijos, ambos vinculados


también con el arte.
CP — Aquí habla el corazón. Mis hijos lo son todo. Emiliano, el
mayor, hace cine, es director de fotografía, documentalista, profesor, fue
jurado en Viña del Mar y en distintos festivales latinoamericanos, un
muchacho de un talento enorme. Lisandro, el menor, es actor, director de
teatro, clown, profesor de teatro. Es otro muchacho brillante, lleno de
imaginación. Ambos son muy buenos lectores, lectores no sólo de cine o de
teatro, se formaron con docentes de trayectoria, de formación ética y
humanista. Cuando pienso en ellos recuerdo aquella frase de Pierre Boulez:
“La creación sucede cuando lo imprevisto se torna necesario”. Ya en el
secundario se destacaban. Emiliano maneja muy bien el inglés y Lisandro,
el francés. Tienen una mirada amplia, sin dogmas. Pero sobre todas las
cosas son generosos, desprendidos, solidarios, sin vanidades, sin soberbia.
Siento felicidad al saberme superado por ellos. Y soy inmensamente feliz al
ver sus familias, sus chicas —inteligentes y sensibles—, sus hijos. Tienen
lo mejor de la madre.

*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Carlos Penelas y Rolando Revagliatti, enero
2016.
Rolando Revagliatti nació el 14 de abril de 1945 en Buenos
Aires (ciudad en la que reside), la Argentina. Publicó en soporte
papel un volumen que reúne su dramaturgia, dos con cuentos,
relatos y microficciones y quince poemarios, además de otros
cuatro poemarios sólo en soporte digital. Todos sus libros cuentan
con ediciones electrónicas disponibles en
http://www.revagliatti.com
 
 
 
 
 
 

 
 
 
Diseño integral y armado de originales
para esta edición electrónica:

Patricia L. Boero
[email protected]
[email protected]

Se realizó en el mes de abril de 2020,


en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Argentina.

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