La palabra de Dios se manifiesta de tres formas: 1) La creación, donde se pueden ver las huellas de Dios; 2) La historia bíblica y humana, donde los acontecimientos revelan la presencia de Dios; 3) Jesucristo, como la máxima revelación de Dios encarnado en un hombre. La Biblia narra la palabra de Dios hecha historia de forma que resalta el significado teológico de los acontecimientos más allá de los hechos.
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La palabra de Dios se manifiesta de tres formas: 1) La creación, donde se pueden ver las huellas de Dios; 2) La historia bíblica y humana, donde los acontecimientos revelan la presencia de Dios; 3) Jesucristo, como la máxima revelación de Dios encarnado en un hombre. La Biblia narra la palabra de Dios hecha historia de forma que resalta el significado teológico de los acontecimientos más allá de los hechos.
La palabra de Dios se manifiesta de tres formas: 1) La creación, donde se pueden ver las huellas de Dios; 2) La historia bíblica y humana, donde los acontecimientos revelan la presencia de Dios; 3) Jesucristo, como la máxima revelación de Dios encarnado en un hombre. La Biblia narra la palabra de Dios hecha historia de forma que resalta el significado teológico de los acontecimientos más allá de los hechos.
La palabra de Dios se manifiesta de tres formas: 1) La creación, donde se pueden ver las huellas de Dios; 2) La historia bíblica y humana, donde los acontecimientos revelan la presencia de Dios; 3) Jesucristo, como la máxima revelación de Dios encarnado en un hombre. La Biblia narra la palabra de Dios hecha historia de forma que resalta el significado teológico de los acontecimientos más allá de los hechos.
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2. La “Palabra” de Dios Hecha Historia.
Todo lo que acabamos de decir en el capítulo anterior
sobre la palabra en general, tiene su aplicación más perfecta cuando se habla de la Palabra de Dios.
Se comprende que si la palabra es “pro - yección”,
aplicado todo esto a Dios significa que Dios al hablar se expresa, se pro - yecta, se pronuncia, se sale de sí mismo; es una acción hacia fuera, fuerza, dinamismo y creación. Dios cuando habló se pro - yectó y se in - yectó en la realidad o historia por él creada y, a la vez, se ex - presó y se auto - reveló en ella. Al crear el mundo mediante la palabra pronunciada, el “ruaj” o aliento divino fecundaba ese mismo mundo (cf. Gén 1,1-2; Jn 1,1s; Col 1,15ss; 2Cor 4,6; Heb 1,1-3). De esta forma la Palabra de Dios era eficaz, como se dice repetidamente al compararla con una espada tajante (Is 49,2; Heb 4,12), con el fuego devorador (Jer 5,4), con el martillo que tritura (Jer 23,29), con la lluvia que fecunda la tierra (Is 55,10) y con la semilla (semen) que germina (Lc 8,11).
Y a la inversa: el mundo, los objetos, la creación, la
historia (acontecimiento) son significativos: expresión y revelación de la Palabra divina. De ahí la afirmación común en la Biblia que las obras cantan, pregonan, revelan la gloria de Dios, es decir, su presencia amorosa y majestuosa a la vez (cf. Sal 19,1ss; 104; Sab 13,1-9; Rom 1,20). Basta con saber leer en la creación y en la historia (y mucho más en los hombre, relatos de Dios) esta presencia reveladora de Dios; los que tienen el “corazón limpio” ven a Dios en sus obras (cf. Mt 5,8), pero los que tienen el “corazón opaco”, pesado o endurecido como el Faraón (cf. Ex 7,3.13.22) o el pueblo de Israel (cf. Is 6,10), nos capaces de leer el lenguaje de Dios y se vuelven “necios” (cf. Sab 13,10ss; Rom 1,21ss; Jn 1,10).
La Palabra de Dios ha sido, pues, el instrumento eficaz
del diá - logo divino con los hombres. Sólo que esta Palabra son los acontecimientos reveladores:”las palabras que Dios hizo” son el comienzo de un diálogo divino con los hombres. La pro - puesta de Dios en sus palabras - acciones exige, correlativamente, la res - puesta por parte del hombre, otro pronunciamiento o compromiso humano. Así se comprende plenamente lo que es la fe, sin necesidad de recurrir a nociones demasiado intelectuales y cerebrales: la respuesta del hombre a la propuesta que inició gratuitamente el diálogo divino.
Hay todavía algo muy importante que decir: siendo la
Palabra de Dios única y simple, como el mismo Dios, no impide, sin embargo, tenga múltiple manifestaciones; tantas como los acontecimientos y objetos fecundados por ella. Estas manifestaciones pueden sintetizarse, pedagógicamente, al menos en tres, que son fundamentalmente: la creación, la historia (o acontecimiento) y Jesucristo. Veamos: - La Palabra - Creación, es decir, todas las obras de Dios en su conjunto, la naturaleza, el cosmos, son un “sacramento de Dios”, un signo o retrato en el que se puede descifrar fácilmente las huellas del rostro divino que habla. Aunque no sea más que “a tientas” como dice San Pablo (Hch 17,27), el hombre inteligente puede escuchar el pregón de Dios (cf. Sal 19,2-5). Como lo han cantado los poetas y místicos, el susurro de la naturaleza es como el eco de un arpa con la que los dedos divinos hacen vibrar infinitos acordes que suscitan en el corazón humano otras tantas resonancias de la multiforme belleza divina. La creación resulta un de los “lugares teológicos”, una teofanía donde los auténticos sabios pueden ver un signo de Dios (cf. Sab 13,1-9; Rom 1,19ss).
- La Palabra - Historia: los acontecimientos son
otros tantos signos reveladores de la vos de Dios. Parece que esta fue la mejor forma como el pueblo de Israel oyó la palabra divina: al contemplar sus gestas, sus maravillas, entendía (mejor que por una adquisición filosófica) cómo era y cómo se manifestaba Dios. Era “Yahweh”, el Dios que estuvo con los padres, ayudándoles y favoreciéndoles (Ex 3), el Dios del amor - fiel para con los suyos (cf. Ex 34,6), el Dios que no se puede ver cara a cara, pero que se revela en sus actuaciones como un poder personal y cercano: “En esto conocerás que yo soy Yahweh” es una expresión que resume lo anterior y que se repite como un estribillo en la Biblia (cf. Ex 7,5.17; 10,2; 16,12; Dt 4,35; Ez 7,13s, etc.) cada vez que Dios actúa a favor de su pueblo. Así se comprende que la tradición judía haya resumido toda esta Palabra de Dios en la Historia, interpretada por los Profetas y regulada por la Ley: historia, leyes y profecías son “palabras de Dios”. La historia, tanto bíblica como la nuestra, es otro “lugar teológico” donde se manifiesta la presencia dinámica y reveladora de Dios.
- La Palabra encarna en Jesús de Nazaret es la
manifestación máxima del Verbo divino: la misma y única Palabra divina que había creado el mundo y que había actuado en la historia, sobre todo a favor de su pueblo, aunque Israel no la había conocido (cf. Sir 24,8ss; Jn 1,1-10), pone su tienda en el Hijo de María y viene a revelar al Dios invisible (Jn 1,14.18). Ya no podemos quejarnos de que Dios no hable claro: Dios se hizo carne, Jesús de Nazaret es la misma “imagen de Dios invisible” (Col 1,15), la máxima revelación de Dios, el verdadero retrato de la divinidad, su sacramento originario: “Quien me ve a Mí, ve a mi Padre”, pudo decir (Jn 14,9). Por eso es también la mayor teofanía, el “lugar teológico” por excelencia, la Palabra definitiva de Dios. De ahí que con la glorificación de Jesús y la muerte de sus testigos oculares más calificados, los Apóstoles, se haya cerrado la “revelación pública” de Dios al mundo. Todas las palabras que vengan después hablando en nombre de Dios, deben pasar por el tamiz de la Palabra de Dios en Jesús de Nazaret.
Todo lo que acabamos de afirmar, lo dice también de
una forma más breve y profunda el C. vaticano II:
“La revelación se realiza con hechos y palabras
intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenidos en ellas” (DV 2).
“Dios, creándolo todo y conservándolo por su
Palabra (cf. Jn 1,3), da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas (cf. Rom 1,19 - 20), y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres… En su tiempo llamó a Abraham para hacerlo padre de una gran pueblo (cf. Gén 12,2s), al que luego instruyó por los Patriarcas, por Moisés y por los Profetas… De esta forma, a través de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio” (DV 3).
“Después que Dios habló muchas veces y de
muchas maneras por los Profetas, últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo (Heb 1,1-2). Pues envió a su Hijo, es decir, a la Palabra eterna, que ilumina a todos los hombres… Con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros… No hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tim, 6,14; Tit 2,13)” (DV 4).
De todo lo anterior pueden sacar al menos dos
conclusiones elementales para introducirnos en la lectura bíblica:
- La Palabra divina es a la vez: acontecimiento -
historia y revelación - manifestación. La Historia es la Palabra de Dios hecha - acontecimiento; la Biblia es la Palabra escrita de ese acontecimiento de Dios, Dios al hablar actúa y al actuar se revela; por ello la palabra - acontecimiento se ve por los ojos, se oye por los oídos y se entiende con el corazón.
- Si la Palabra divina es acontecimiento -
revelación hay que tener esto muy en presente al analizar el género literario de la historia bíblica. El hebreo, como lo ha subrayado la crítica moderna (cf. R. Bultmann y su escuela), da tanta importancia o más que al acontecimiento (Historie) al significado del acontecimiento (Geschichte), es decir, a la lectura interpretativa que la fe hace del acontecimiento (y que es lo que los orientales entendían por “historia”, que más bien se parece a lo que nosotros llamamos “teología o filosofía de la historia”). Esto es muy importante para comprender cuando el hebreo narra la historia, no sólo nos da el acontecimiento bruto que está en la base, sino que como buen oriental añade, quita, adorna con elementos literarios el acontecimiento, para resaltar así el significado del mismo. Vgr. no sólo relata el éxodo de Egipto, sino que con su narración épica subraya todo el significado liberador del mismo; cuando los evangelistas narran las apariciones del Resucitado, el significado de fe que tiene su resurrección les importa tanto o más que el hecho de la presencia de Jesús vivo en medio de los suyos; y cuando, por ejemplo, nos hablan de la virginidad de María, no les interesa tanto el aspecto puramente biológico, cuanto el significado de gratuidad o regalo de la concepción de Jesús sin necesidad de varón.