II 2 La Palabra de Dios Hecha Historia

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2. La “Palabra” de Dios Hecha Historia.

Todo lo que acabamos de decir en el capítulo anterior


sobre la palabra en general, tiene su aplicación más
perfecta cuando se habla de la Palabra de Dios.

Se comprende que si la palabra es “pro - yección”,


aplicado todo esto a Dios significa que Dios al hablar
se expresa, se pro - yecta, se pronuncia, se sale de sí
mismo; es una acción hacia fuera, fuerza, dinamismo
y creación. Dios cuando habló se pro - yectó y se in -
yectó en la realidad o historia por él creada y, a la
vez, se ex - presó y se auto - reveló en ella. Al crear
el mundo mediante la palabra pronunciada, el “ruaj” o
aliento divino fecundaba ese mismo mundo (cf. Gén
1,1-2; Jn 1,1s; Col 1,15ss; 2Cor 4,6; Heb 1,1-3). De
esta forma la Palabra de Dios era eficaz, como se dice
repetidamente al compararla con una espada tajante
(Is 49,2; Heb 4,12), con el fuego devorador (Jer 5,4),
con el martillo que tritura (Jer 23,29), con la lluvia
que fecunda la tierra (Is 55,10) y con la semilla
(semen) que germina (Lc 8,11).

Y a la inversa: el mundo, los objetos, la creación, la


historia (acontecimiento) son significativos: expresión
y revelación de la Palabra divina. De ahí la afirmación
común en la Biblia que las obras cantan, pregonan,
revelan la gloria de Dios, es decir, su presencia
amorosa y majestuosa a la vez (cf. Sal 19,1ss; 104;
Sab 13,1-9; Rom 1,20). Basta con saber leer en la
creación y en la historia (y mucho más en los hombre,
relatos de Dios) esta presencia reveladora de Dios; los
que tienen el “corazón limpio” ven a Dios en sus obras
(cf. Mt 5,8), pero los que tienen el “corazón opaco”,
pesado o endurecido como el Faraón (cf. Ex
7,3.13.22) o el pueblo de Israel (cf. Is 6,10), nos
capaces de leer el lenguaje de Dios y se vuelven
“necios” (cf. Sab 13,10ss; Rom 1,21ss; Jn 1,10).

La Palabra de Dios ha sido, pues, el instrumento eficaz


del diá - logo divino con los hombres. Sólo que esta
Palabra son los acontecimientos reveladores:”las
palabras que Dios hizo” son el comienzo de un diálogo
divino con los hombres. La pro - puesta de Dios en
sus palabras - acciones exige, correlativamente, la res
- puesta por parte del hombre, otro pronunciamiento
o compromiso humano. Así se comprende plenamente
lo que es la fe, sin necesidad de recurrir a nociones
demasiado intelectuales y cerebrales: la respuesta del
hombre a la propuesta que inició gratuitamente el
diálogo divino.

Hay todavía algo muy importante que decir: siendo la


Palabra de Dios única y simple, como el mismo Dios,
no impide, sin embargo, tenga múltiple
manifestaciones; tantas como los acontecimientos y
objetos fecundados por ella. Estas manifestaciones
pueden sintetizarse, pedagógicamente, al menos en
tres, que son fundamentalmente: la creación, la
historia (o acontecimiento) y Jesucristo. Veamos:
- La Palabra - Creación, es decir, todas las obras
de Dios en su conjunto, la naturaleza, el cosmos, son
un “sacramento de Dios”, un signo o retrato en el que
se puede descifrar fácilmente las huellas del rostro
divino que habla. Aunque no sea más que “a tientas”
como dice San Pablo (Hch 17,27), el hombre
inteligente puede escuchar el pregón de Dios (cf. Sal
19,2-5). Como lo han cantado los poetas y místicos, el
susurro de la naturaleza es como el eco de un arpa
con la que los dedos divinos hacen vibrar infinitos
acordes que suscitan en el corazón humano otras
tantas resonancias de la multiforme belleza divina. La
creación resulta un de los “lugares teológicos”, una
teofanía donde los auténticos sabios pueden ver un
signo de Dios (cf. Sab 13,1-9; Rom 1,19ss).

- La Palabra - Historia: los acontecimientos son


otros tantos signos reveladores de la vos de Dios.
Parece que esta fue la mejor forma como el pueblo de
Israel oyó la palabra divina: al contemplar sus gestas,
sus maravillas, entendía (mejor que por una
adquisición filosófica) cómo era y cómo se
manifestaba Dios. Era “Yahweh”, el Dios que estuvo
con los padres, ayudándoles y favoreciéndoles (Ex 3),
el Dios del amor - fiel para con los suyos (cf. Ex 34,6),
el Dios que no se puede ver cara a cara, pero que se
revela en sus actuaciones como un poder personal y
cercano: “En esto conocerás que yo soy Yahweh” es
una expresión que resume lo anterior y que se repite
como un estribillo en la Biblia (cf. Ex 7,5.17; 10,2;
16,12; Dt 4,35; Ez 7,13s, etc.) cada vez que Dios
actúa a favor de su pueblo. Así se comprende que la
tradición judía haya resumido toda esta Palabra de
Dios en la Historia, interpretada por los Profetas y
regulada por la Ley: historia, leyes y profecías son
“palabras de Dios”. La historia, tanto bíblica como la
nuestra, es otro “lugar teológico” donde se manifiesta
la presencia dinámica y reveladora de Dios.

- La Palabra encarna en Jesús de Nazaret es la


manifestación máxima del Verbo divino: la misma y
única Palabra divina que había creado el mundo y que
había actuado en la historia, sobre todo a favor de su
pueblo, aunque Israel no la había conocido (cf. Sir
24,8ss; Jn 1,1-10), pone su tienda en el Hijo de María
y viene a revelar al Dios invisible (Jn 1,14.18). Ya no
podemos quejarnos de que Dios no hable claro: Dios
se hizo carne, Jesús de Nazaret es la misma “imagen
de Dios invisible” (Col 1,15), la máxima revelación de
Dios, el verdadero retrato de la divinidad, su
sacramento originario: “Quien me ve a Mí, ve a mi
Padre”, pudo decir (Jn 14,9). Por eso es también la
mayor teofanía, el “lugar teológico” por excelencia, la
Palabra definitiva de Dios. De ahí que con la
glorificación de Jesús y la muerte de sus testigos
oculares más calificados, los Apóstoles, se haya
cerrado la “revelación pública” de Dios al mundo.
Todas las palabras que vengan después hablando en
nombre de Dios, deben pasar por el tamiz de la
Palabra de Dios en Jesús de Nazaret.

Todo lo que acabamos de afirmar, lo dice también de


una forma más breve y profunda el C. vaticano II:

“La revelación se realiza con hechos y palabras


intrínsecamente conexos entre sí, de forma que
las obras realizadas por Dios en la historia de la
salvación manifiestan y confirman la doctrina y los
hechos significados por las palabras, y las
palabras, por su parte, proclaman las obras y
esclarecen el misterio contenidos en ellas” (DV 2).

“Dios, creándolo todo y conservándolo por su


Palabra (cf. Jn 1,3), da a los hombres testimonio
perenne de sí en las cosas creadas (cf. Rom 1,19 -
20), y, queriendo abrir el camino de la salvación
sobrenatural, se manifestó, además,
personalmente a nuestros primeros padres… En su
tiempo llamó a Abraham para hacerlo padre de
una gran pueblo (cf. Gén 12,2s), al que luego
instruyó por los Patriarcas, por Moisés y por los
Profetas… De esta forma, a través de los siglos,
fue preparando el camino del Evangelio” (DV 3).

“Después que Dios habló muchas veces y de


muchas maneras por los Profetas, últimamente,
en estos días, nos habló por su Hijo (Heb 1,1-2).
Pues envió a su Hijo, es decir, a la Palabra eterna,
que ilumina a todos los hombres… Con su total
presencia y manifestación personal, con palabras
y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su
muerte y resurrección gloriosa de entre los
muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de
verdad, completa la revelación y confirma con el
testimonio divino que vive en Dios con nosotros…
No hay que esperar ya ninguna revelación pública
antes de la gloriosa manifestación de nuestro
Señor Jesucristo (cf. 1 Tim, 6,14; Tit 2,13)” (DV
4).

De todo lo anterior pueden sacar al menos dos


conclusiones elementales para introducirnos en la
lectura bíblica:

- La Palabra divina es a la vez: acontecimiento -


historia y revelación - manifestación. La Historia es la
Palabra de Dios hecha - acontecimiento; la Biblia es la
Palabra escrita de ese acontecimiento de Dios, Dios al
hablar actúa y al actuar se revela; por ello la palabra -
acontecimiento se ve por los ojos, se oye por los oídos
y se entiende con el corazón.

- Si la Palabra divina es acontecimiento -


revelación hay que tener esto muy en presente al
analizar el género literario de la historia bíblica. El
hebreo, como lo ha subrayado la crítica moderna (cf.
R. Bultmann y su escuela), da tanta importancia o
más que al acontecimiento (Historie) al significado del
acontecimiento (Geschichte), es decir, a la lectura
interpretativa que la fe hace del acontecimiento (y que
es lo que los orientales entendían por “historia”, que
más bien se parece a lo que nosotros llamamos
“teología o filosofía de la historia”). Esto es muy
importante para comprender cuando el hebreo narra
la historia, no sólo nos da el acontecimiento bruto que
está en la base, sino que como buen oriental añade,
quita, adorna con elementos literarios el
acontecimiento, para resaltar así el significado del
mismo. Vgr. no sólo relata el éxodo de Egipto, sino
que con su narración épica subraya todo el significado
liberador del mismo; cuando los evangelistas narran
las apariciones del Resucitado, el significado de fe que
tiene su resurrección les importa tanto o más que el
hecho de la presencia de Jesús vivo en medio de los
suyos; y cuando, por ejemplo, nos hablan de la
virginidad de María, no les interesa tanto el aspecto
puramente biológico, cuanto el significado de
gratuidad o regalo de la concepción de Jesús sin
necesidad de varón.

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