Mayo Fantasmasdedia
Mayo Fantasmasdedia
Mayo Fantasmasdedia
CUANDO me morí, no lo entendí muy bien. Quiero decir que no supe cómo había sido.
Ni siquiera sabía que estaba muerto, y cuando oí decirlo a los otros me dio rabia no haberme
enterado de cómo me había muerto. Por eso empecé a pensar en lo ocurrido el día anterior,
desde que me encontré con Seve.
Se veía que estaba de muy mal humor, porque fue todo el camino azotando con un palo
los hierbajos. Seve siempre azota los hierbajos cuando está enfadado.
–Y ahora quiere que vuelva para estudiar y me ha buscado un profesor de sociales y
francés. Estoy seguro de que será insoportable –dijo de repente.
– ¿Quién?
–El profesor, ¿quién va a ser?
–Pues a mí me parece que el profesor no te puede obligar a volver a tu pueblo. Además,
el colegio estará cerrado y no creo que lo vayan a abrir sólo para ti.
–Dice que me dará clases en el comedor de mi casa.
–Eso será si tu tía le deja. Tu tía tiene un genio horrible y no creo que quiera que un
profesor entre el comedor solamente porque a él se le pone en las narices.
–No lo entiendes. Al que se le ha puesto en las narices lo de estudiar en verano es a mi
FANTASMAS DE DIA padre. Lo que yo digo… ¿qué importancia tiene lo que hicieran los hombres de hace cientos y
Lucia Baquedano cientos de años?
Me pareció que tenía razón, así que se lo dije. Y de momento se puso muy contento,
pero enseguida volvió a pensar en lo de los insuficientes y el profesor y se puso muy triste.
–No sé por qué tiene que pensar que mi actitud es negativa. Negativo es aprender las
cosas que han pasado, porque ya no sirve de nada. Yo le dije que estudiaría muy a gusto las cosas
que van a pasar… Tú figúrate, si en el libro que pusiera el dieciocho de agosto de dentro de
cinco años invadirán España los rusos, nosotros podríamos ir ya preparando la contraofensiva y – ¿Y por qué hay que ir a Francia a comprar pantalones? –gritó Seve–. Cualquiera diría
sorprenderlos en los puntos estratégicos. que aquí no hay pantalones... Mira, mira a tu alrededor y los verás a miles... ¡Pantalones! ¡Pero si
no se ve otra cosa!
Yo mire a mí alrededor y solo vi dos vacas y algunas ovejas y ninguna tenia pantalones
pero no se lo dije a Seve porque, como estaba tan triste me daba pena.
¿Tú no sabes lo que pasó en Babel hace cientos de años?
Yo tenía alguna idea, pero, como a mí tampoco me gusta estudiar la historia de las cosas
que va han pasado, se me olvida todo enseguida.
– ¡Bah! ésa es otra clase de historia –me contestó cuando se lo dije–. Es de unos
hombres muy orgullosos, que querían hacer una torre que llegara hasta el cielo para ser tan altos
como Dios Y entonces, Dios los castigo y les cambio las lenguas, y como unos hablaban en
francés, otros en inglés, otros en catalán otros en ruso y otros en sudamericano no se entendían
nada y se quedaron sin poder terminar la torre, porque a lo mejor iba el arquitecto y le pedía al
aparejador los planos y el aparejador le daba un alicate el carpintero le pedía al albañil los clavos y
el otro le pasaba el berbiqui
– ¡Ahí va! ¿Y eso que es?
– ¡Yo que sé! ¿Cómo quiere que lo sepa si me obligan a estudiar sociales y francés que
no sirven para nada, cuando hay tantas cosas útiles que no me dejan ni mirar?
Y Seve empezó a lamentarse de que acabaría siendo un ignorante por obedecer a su
padre, a quien los maestros engañaban con eso del francés. No le dejé continuar, porque ene
interesaba más saber cómo terminó lo de la torre, y hasta qué piso construyeron, pero no lo
sabía.
–Y claro..., lo que yo le dije a la señorita: si lo de los diferentes idiomas es un castigo que
–Estudiar así, sí tendría sentida. Sería útil.
Dios nos dio, ¿por qué los hombres seguimos tan orgullosos que todavía no nos hemos dado
– Pero ellos nunca escriben los libros antes de que pase la historia... Además, lo tomó a
cuenta de que no debemos derrochar nuestras energías estudiando otras lenguas? ¿Por qué no
mal..., el profe, quiero decir. Le contó a mi padre que, además de decir tonterías, yo le estaba
nos decidimos a hablar todos en la misma?
tomando el pelo por todo lo que puse en el examen de estudiar la historia antes de que pase, y
Le miré con admiración. Jamás me había dado cuenta de lo listo que es.
ahora mi padre está enfadado conmigo.
–Oye, ¿y qué lengua podría ser?
–Sí. Los padres se ponen furiosos por cualquier cosa. ¿También has cateado el francés?
Me miró, sorprendido de que yo fuera tan tonto.
Seve suspiró fuerte.
– ¿Cuál ha de ser? ¡El español!
–También. ¿Y has visto tú mayor tontería que aprenden frances?
–A mí me parece muy bien, pero me da miedo que a lo mejor los franceses prefieren que
–Bueno..., sirve cuando a a Francia. Un día fuimos nosotros con mi madre y, como sabe
se hable en francés, y los italianos en italiano, y los ingleses en inglés y, como se pongan
francés y quería comprarnos pantalones, se entendió con la de la tienda.
cabezones, a lo mejor no quieren colaborar.
– ¿Cómo no van a querer? Todo el mundo sabe que el español es el idioma más fácil. También a mí me pareció una injusticia. Seve viene al pueblo todos los veranos, a casa
Está claro, ¿no? de José Ignacio, porque son primos, y se pasa bien con él. Y ahora a causa del francés, que es un
–No sé... idioma innecesario, y de la historia, que tampoco sirve para mucho, va y se lo llevan.
– ¿Cómo que no sabes? El español se aprende sin estudiar, cosa que no ocurre con las –Así que he pensado escaparme –dijo Seve
otras lenguas. ¿Has estudiado alguna vez español? Me quedé con la boca abierta.
–No. – ¿Adónde piensas ir?
– ¿Sabes hablar español? –Me da igual Seguramente al monte, a vivir como uno que vi en una película, que se
–Sí. alimentaba de la cara y de frutos silvestres y de raíces y cosas así. Yo creo que lo pasaba muy
– ¿Has estudiado inglés? bien. Lo único que necesito es una linterna y algunas herramientas para construir la cabaña, pero
– ¿Alemán? José Ignacio me las va a dejar.
–Tampoco. Fuimos a casa de José Ignacio y lo encontramos de muy mal humor porque, cuando
–Pero ¿sabes inglés o alemán? estaba preparando las herramientas, le pareció que el alicate estaba algo estropeado y, únicamente
–Pues ahí lo tienes. Bien claro. Sabes español sin haberlo estudiado y no sabes otros para ver si funcionaba bien, se había puesto a aflojar y apretar algunas cosas de la moto de su
idiomas porque no los has estudiado, porque son idiomas que si no los estudias no se aprenden, hermano. Estaba seguro de que al final había quedado todo bien ajustado; pero no se explicaba
y mira el español... ¡Si hasta los niños más pequeños hablan español! por qué, cuando su hermano iba montado en ella, se le había salido una rueda. Tampoco
Empecé a pensar, una por una, en todas las personas del pueblo, y resulta que Seve tenía comprendía la bronca que le echó su padre si, después de todo, a Lorenzo no le había pasado
razón. Todos sabían español, incluso el primo más pequeño de José Ignacio, que todavía duerme nada. Ni tampoco, que su madre anduviera diciendo a todas las vecinas que se le había erizado el
con el chupete puesto, y Macario el peluquero, que es tartamudo. pelo cuando vio desde el balcón cómo la rueda se separaba del resto de la moto y rodaba dos
–Sería estupendo –le dije a mi amigo– Imagínate, todo el mundo hablando español. metros por delante.
Podríamos ir a cualquier país y entendernos los unos con los otros, y no tendríamos que estudiar –Me van a quitar el dinero de la hucha para pagar el arreglo, y yo estaba ahorrando para
otros idiomas. Porque, además, hay veces que no te entienden en Francia, porque mi madre comprarme una bici. Seve..., ¿sabes una cosa? ¡Que me escapo contigo!
aquel día también quería comprar unos guantes para regalarle a mi abuela, y eso sí que no lo Y los dos se pusieron muy contentos y empezaron a hacer planes olvidándose de mí. Yo
entendían. Trató de hacerse entender con mímica, y le sacaron una crema para las manos. Y dijo me fui a buscar a Rodríguez para ver si quería hacer algo, pero aquel día nada me salía bien.
algo así como «¡mitones! » y le enseñaron una caja llena de botones. Por fin, mi madre le dijo a Rodríguez estaba castigado, y además castigado por una tontería que no lograba
mi padre: «¿Sabes tú cómo se dice guantes?» Y entonces fue cuando la señora de la tienda la entender.
entendió, porque resultaba que sabía español. Las dos se rieron mucho cuando lo averiguaron. Le había dicho al boticario que su hermana Angelines tiene una foto suya en la mesilla.
– ¿Lo ves? La francesa sabía español, y seguro que no lo había estudiado. No hace falta Me aseguró que era cierto; él la había visto y estaba seguro de que era él, porque un pelo como
estudiar español, porque es fácil. En cambio tu madre no sabía decir guantes en francés, porque aquél no se puede confundir con otro. Pues bien, dijo que el boticario se había puesto
el francés es difícil. Pues fíjate la señorita también se enfadó cuando se lo conté. Habló con mi coloradísimo, y que le dijo con voz entrecortada que no podía ser.
padre y le dijo que yo, o era un mal educado u deficiente mental. Y mi padre está empeñado en –A mí me ha parecido todo muy raro y, cuando estábamos comiendo, le digo a mi
que no soy deficiente mental y la ha tomado conmigo. Sin embargo, yo creo que debería estar hermana: «Oye, ¿es o no es Víctor ese de la foto de tu cuarto? Porque se lo he dicho y no lo ha
contento por tener un hijo fuerte y robusto, y lo primero que se le ha ocurrido es buscar un creído». Y también ella se ha puesto colorada, ha dicho: «¡Es horrible!», y se ha ido a su cuarto sin
profesor y decirme que vuelva a casa, cuando mejor lo estaba pasando. parar de llorar. Y mi madre, que va y dice: «¡Este niño es idiota!», y sube detrás de ella. Y todos
los demás mirándome, como si hubiera dicho una monstruosidad. Ahora no me habla nadie, y 2
Angelines dice que jamás se atreverá ya a salir de casa por mi culpa. ¿Tú lo entiendes?
Le dije que no. Además, Angelines es horriblemente tonta y muy presumida. A ninguno
de nosotros nos gusta.
–He pensado en marcharme de casa, pero me da miedo aburrirme si voy solo. ¿Por qué
no vienes conmigo?
–Porque yo no quiero irme. En casa todavía no me han hecho ninguna faena, pero Seve
NOS encontramos junto al viejo lavadero cuando aún no había amanecido. Faltaba José
y José Ignacio se van a ir mañana. A lo mejor no les importa que te escapes con ellos.
Ignacio, que siempre llega tarde a todas partes.
Se notaba que Rodríguez estaba muy preocupado con todo aquel misterio de su
Le esperamos mucho rato y, como no llegaba, empezamos a pensar que habría decidido
hermana y de Víctor, el de la farmacia, porque no lo pensó más. Dijo que se iba inmediatamente
no escaparse. Faltó poco para que nos fuéramos sin él. Pero de pronto apareció dejándonos con
a ver a Seve y José Ignacio para hacer planes, y me quedé solo otra vez.
la boca abierta, porque venía montado en un carro, con su mula y todo.
Así que, como no tenía a nadie con quien estar, me fui a mi casa. Cada vez tenía peor
– ¡Venga ya, subid! –nos dijo.
humor, pensando que la culpa de que yo estuviera tan aburrido era de los mayores, que son tan
Se le veía encantado de la cara de admiración que teníamos todos.
raros y se enfadan por cosas tan tontas como las notas del colegio, las motos y las fotos. Si en vez
El carro ya lo conocíamos, porque lo tenían en un cobertizo de su casa y hemos jugado
de preocuparse por bobadas se dedicaran a pensar en que sería mil veces más práctico que todos
mil veces con él, pero la mula era un misterio.
los terrestres hablaran español, la vida sería mucho más llevadera.
–La mula es de Jacinto, el lechero, ya sabeis –nos explico–. La he tomado prestada.
Y no es que a mí me disguste estudiar. Casi diría que me da igual. O por lo menos,
Cuando yos hayamos alejado un poco del pueblo, la soltamos, le damos una palmada en el anca y
cuando estaba vivo no me atrevía a dejar de estudiar, porque a lo mejor me reñían en casa.
vuelve sola a su casa porque conoce el camino. Le he visto hacerlo miles de veces. He pensado
Prefería estudiar a que irte castigaran; pero, si no me hubiera muerto, si llego a ser mayor y
que así nos habremos alejado bastante cuando en casa se den cuenta de nuestra fuga, y les será
mando, me hubiera ocupado muy seriamente de eso del español, de que lo hablaran en todo el
imposible encontrarnos.
mundo, porque es el único idioma que no se estudia.
Da gusto José Ignacio. Piensa en todo.
Cuando mi madre dio aquel grito, pensé que la estaban matando. Hasta la tijera se me
Nos montamos todos en el carro, y era una gozada porque tenía capota y todo, y nos
cayó de la mano del susto que me dio.
fuimos a la carretera.
Pues no, y aunque no me creyeran no lo hice a propósito. Si ni siquiera me daba cuenta
La mula era buena, porque le decíamos «¡arre!» y empezaba a andar como si tal cosa, y
de lo que estaba haciendo...
cuando decíamos «¡sooo!» se paraba en seco. Rodriguez dijo que íbamos a volver loco al pobre
Estaba distraído. Yo no sabía que eran las mejores sábanas de la casa ni que eran bonitos
animal con tanto arre y con tanto so, y decidimos dejarlo en paz para que siguiera adelante.
bordados. Ni siquiera sabía lo que eran bordados. Yo creía que eran flores cuando las recorté.
A mí aquello me gustó. Ir al trote por la carretera en la tartana viendo como el pueblo se
Cogí la sábana del cesto de la ropa, mientras mi madre planchaba, y empecé a recortar. He
alejaba y cómo, poco a poco, se hacía de día.
recortado mil veces cosas de las revistas y nunca se han puesto así: que si no pienso en nada, que
Entonces empezaron a pasar coches y camiones que corrían mucho. Me alegré de que
si no soy esto, que si soy lo otro…
no nos viera mi madre, porque me haría bajar rápidamente de la tartana diciendo que era
Y decidí que yo también me escaparía de casa.
peligroso.
Cuando ya llevábamos mucho rato, decidimos meternos por un camino de monte, que
es adonde queríamos ir. Además, Seve tenía miedo de que salieran a buscarnos y estaba seguro
de que en la carretera general nos encontrarían enseguida. No estaba dispuesto a volver a su
pueblo con el profesor de sociales y de francés.
–Lo único que siento es que voy a quedarme sin saber si mi tía obligaría al profesor a
entrar en la sala arrastrando las bayetas con los pies. Lo tendría merecido por querer fastidiar a
los demás con sus clases.
Y como ninguno entendimos lo de las bayetas, nos explico que su tía los obligaba a
entrar en la sala sobre unos trapos, como si fueran patines, para no manchar el suelo.
–Es una manía que tiene. No piensa más que en el suelo y lo limpia dándole cera. Tiene
las maderas tan brillantes que, si te miras, te ves como en un espejo. Y se pone furiosa si se lo
manchan.
–A mi no me importarla entrar en nuestro salón patinando en las bayetas. Debe de una
gozada –dije.
–Pues mi padre se enfada. Teníais que oír las cosas que dice. Se pone de un genio. Y sé
que el profesor también se enfadara, pero mi tía no le dejará entrar sin las bayetas. Y eso es lo
único que siento, que no voy a poder ver quién gana, si el profe o ella.
–Ganará tu tía. Mi madre dice que tu tía es una Urrundi, y lo dice porque los que se
apellidan Urrundi son cabezones –dijo José Ignacio.
–Pues yo no me creo una palabra de eso, porque también yo me apellido Urrundi y no
me parezco nada a mi tía.
–Mi madre dice que te pareces a tu madre; pero como tu madre se murió hace muchos
años, no podremos saber nunca si mi madre tiene o no razón.
–Ya.
Seguimos hablando de cosas así y, como íbamos distraídos comentando si los que se
Al fin quedé tumbado en el suelo, y el cielo empezó a alejarse, y yo me dormí tan a
apellidan Urrundi son o no cabezones porque Rodríguez decía que su hermana es cabezona
gusto.
como ella sola, no pudimos ver bien lo que nos pasó.
Después de mucho rato, sentí que alguien me movía; pero, como creía que estaba
Rodríguez dijo que fue porque un burro venía de frente, y quizá nuestra mula estaba en
soñando, no hice caso. Después me colocaron una mano en el lado derecho del pecho, y oí la
celo y se quería ir con él. Pero José Ignacio decía que las mulas no tienen celos, que ocurrió
voz de Rodríguez que gritaba:
porque había un pedrusco muy gordo en medio del camino y la tartana tropezó con él.
– ¡Está muerto!
De todas formas, seguro, seguro no era nada, porque Seve y yo no vimos ni el burro ni
Su voz sonaba diferente a la de todos los días, como si estuviera muy asustado.
la piedra, así que vete a saber si no fueron imaginaciones de los otros.
–No puede estar muerto. Este barranco no tiene mucha profundidad al menos no tanta
Lo único que sentí es que la tartana daba vueltas y más vueltas, y que el fondo del
como para matarse, a nosotros no nos ha pasado nada
barranco iba subiendo, subiendo, hasta que, ¡zas!, chocó contra mi cara. Me parece que oí gritar,
–No le late el corazón. Y cuando el corazón deja de latir, uno se muere.
y a lo mejor eran mis amigos, que también se habían caído del carro, pero tampoco estoy seguro.
Me encanto sentir que incluso Seve parecía asustado. Además me emocioné al ver lo Rodríguez y José Ignacio también se palparon el pecho, cada uno el suyo, y los dos se
preocupados que estaban con mi muerte. pusieron pálidos. Pero ellos no podían hablar, siquiera tartamudeando, como Seve.
Era estupendo notar que me querían, como también yo los quería, aunque jamás me – ¿Qué? ¿A vosotros tampoco? –pregunté. Y sentí un poco así como de remordimiento,
había dado cuenta de ello hasta ese momento. Levante una mano para quitarles la preocupación, porque me alegraba. En el fondo lo deseaba, porque más vale ser cuatro muertos que uno solo.
porque me daba pena verlos sufrir. Si ya es aburrido estar solo cuando se está vivo, cómo será ser un muerto solitario.
Pues bien ellos en lugar de agradecérmelo dieron un pase atrás y se pusieron a gritar Los tres asintieron con la cabeza. Tenían un miedo... Como yo era el muerto más
como conejos: veterano, decidí que tenía que animarlos un poco, por eso, por lo de la experiencia.
– ¡Se ha movido! –No es tan malo –les dije–. Uno no nota nada, no duele..., yo me siento igual que antes.
– ¡Se ha movido! Seve se iba animando, porque ya no estaba blanco.
– ¡Se ha movido! –Entonces... ¿es que nos hemos muerto todos? ¿Los cuatro? –preguntó.
Entonces para que volvieran a quererme otra vez volví a quedarme quieto y con los ojos –Seguro.
cerrados. Hasta que oí como se acercaban de nuevo, primero Seve, luego Rodríguez, y al final Pero me fijé que José Ignacio, que siempre piensa en todo, se pellizcaba en una mano,
José Ignacio. que es lo que suele hacerse para saber si se está dormido o despierto. Pero le dije que la muerte
Me dieron ganas de asustarlos otra vez; pero, como estaban tan callados, empecé a no es lo mismo, que se fijara bien y se convenciera de una vez que, si yo estaba muerto y podía
preocuparme, así que decidí dar un golpe de efecto. Me puse de pie de un salto, y grité: hablar con ellos, era porque también ellos se habían muerto. Pero el muy tonto se resistía, no
– ¡Estoy vivo! quería morirse por nada.
Pero no se lo creyeron. Dijeron que mi corazón no latía y que, cuando el corazón deja –Yo no me imaginaba que se pudieran ver unos a otros.
de latir, es que uno está muerto. Entonces yo mismo me puse la mano en el pecho y me convencí –Ni yo, pero ya ves que sí. ¿Tú me ves a mí?
de que sí, de que estaba muerto, porque si llego a estar vivo me hubiera muerto del susto. Era –Con toda claridad.
verdad. Mi corazón no latía. – ¿Entonces qué?
–Pero no puede ser... –dije. José Ignacio es así. Parecía que le había sentado mal eso de morirse. Para disimular, dijo
Y quise ser valiente, no asustarme demasiado, aunque tenía muchas ganas de llorar, que a ver ahora quién pegaría a la mula en el anca para que volviera con el lechero, que al fin y al
porque de repente recordé que faltaban pocos días para mi cumpleaños. Y mi abuelo había dicho cabo era una buena persona y por nosotros iba a quedarse sin mula.
que a lo mejor, si me portaba bien, me regalaban una bicicleta de carreras, y es una faena morirse Y nos miró con cara de mucho rencor, como si nosotros, y no él, hubiéramos tomado
precisamente cuando hay posibilidades de tener una bicicleta, porque yo creo que me estaba prestada la mula de Jacinto.
portando bien. –Yo lo que me pregunto es dónde están los otros –dijo de pronto Rodríguez.
–No puede ser –repetí, porque quería convencerme a mí mismo de que morirse no es – ¿Qué otros?
tan fácil–. Si estuviera muerto de verdad, no podría hablar ni andar, y además os veo. –Los otros muertos.
–Eso no importa A lo mejor los muertos ven a los otros. Tenía razón. Tenía que haber muertos. Muchos más muertos. Sabíamos de mucha gente
Empecé a sentir mucho miedo, porque ellos me miraban asustados, sin decir nada. Al que se había muerto antes que nosotros, y en algún sitio tenían que estar, pero por allí no se veía
fin, Seve se llevó la mano al pecho, se puso pálido, y empezó a tartamudear: ninguno. Él se había empeñado en que le gustaría encontrar a su tío Valentín, porque su padre
–A mí... tamp... tamp... taaampoco me... me... la... la... laaate... –gritó. decía que tuvo que dejar una fortuna escondida en casa, pero no la habían podido encontrar por
más que miraron por todas partes.
–Quiero preguntarle dónde la guardó. Mi padre decía que no quería saber nada de Yo me encare con él, porque me dio rabia que me diera lecciones. Al fin y al cabo yo era
guardar su dinero en los bancos y todo lo tenía en casa. Pero sólo encontraron ciento setenta el muerto más antiguo, o al menos el primero en descubrir que estaba muerto y venía él a
pesetas en el bolsillo de sus pantalones. decirme lo que tenía o no tenía que hacer.
–No te va a servir de nada –le dijo José Ignacio–. Aunque te lo diga, que no creo que –Pues bien –le dije– yo tengo hambre esté o no esté muerto, y ahora mismo voy a
quiera, el dinero ya no te sirve para nada. comer, algo.
–No importa. De todas formas quiero hablar un rato con él. Me gustaría decirle quién –No creo que puedas ni masticar, siquiera. ¿Dónde has visto tú un cadáver masticando?
soy y preguntarle qué tengo que hacer ahora. Mi madre dice que a cualquier sitio que se vaya Yo ni siquiera había visto un cadáver y estoy seguro de que él tampoco Solo por
viene bien tener conocidos. fastidiarle, empecé a buscar hasta que encontré unas manzanitas de pastor y me puse a comer.
–Es verdad –dije–. Creo que alguien debería decirnos qué tenemos que hacer ahora. Comía bien, tan normal igual que cuando estaba vivo Masticaba tragaba, masticaba y tragaba.
Supongo que tendríamos que ir al cielo, pero yo no sé por dónde se sube. Hasta notaba el buen sabor. Para que luego me vinieran a mí diciendo que los muertos no
Como los otros tampoco tenían ni idea, nos quedamos en silencio, a la espera de no sé comen.
qué, que no llegaba. Yo imaginé que de un momento a otro aparecería alguna especie de nave y En cuanto ellos vieron que no me pasaba nada, empezaron a comer manzanitas Y
nos llevaría con el resto de la gente. Me preguntaba también si tendríamos que coger pases o después comimos moras y avellanas. Aunque las avellanas no sabían a nada, pero no porque no
entradas para pasar al cielo, o si tal vez darían un carné con foto y todo y así poder entrar y salir pudiéramos comerlas sino porque todavía era demasiado pronto y no habían madurado. Algunas
cuando nos pareciera. sólo tenían una especie de pelusilla blanca dentro.
Pero pasaba el tiempo y nadie venía en nuestra busca. Empezamos a mirarnos unos a También encontramos un nogal. Lo pasamos bien cogiendo las nueces y quitándoles la
otros. corteza verde para comer el fruto tierno, que es cuando más rico sabe.
–Yo me aburro –dijo José Ignacio. –Mirad. Cuando pelamos las nueces se nos ponen los dedos amarillos como a los vivos
–Yo también. –les dije.
–Oye, ¿y si jugáramos a tres navíos en la mar o al pote–pote, mientras tanto? –preguntó Y todos se echaron a reír, porque tenía gracia que también los muertos se manchen.
Rodríguez. Rodríguez dijo entonces que la única diferencia era que los vivos a su comida la llaman «víveres»,
Pero Seve les hizo una seña para que se callaran. Se notaba que estaba pensando sin y que nosotros tendríamos que llamarla «mórteres», y que lo que podíamos hacer era coger
parar. Siempre que piensa arruga el entrecejo, porque pensar le da mucho trabajo. Su tía, la de algunos mórteres para tener en reserva por si tardaban en venir los del cielo a buscarnos.
aquí, que es madre de José Ignacio, dice que como no piensa nunca, cuando lo hace tiene Pero José Ignacio, que siempre piensa en todo, nos hizo callar, porque había tenido una
agujetas por la falta de costumbre. Es como cuando uno anda mucho sin haber entrenado, que idea.
luego le duele todo, pero bueno, yo creo que lo dirá en broma. – ¡Ya lo sé! –gritó–. Sé lo que nos ha pasado. No estamos muertos del todo. Somos
–Podríamos mirar si hay moras o pacharanes por aquí –les dije–. Yo empiezo a tener espectros.
hambre. – ¿Qué son espectros?
A Rodríguez y a José Ignacio les pareció bien, porque se pusieron enseguida de pie. Seve –Fantasmas.
nos miró con severidad y con extrañeza, Y dijo: Nos miramos y nos echamos a reír, porque no teníamos aspecto de fantasmas. No nos
–Los muertos no comen. habían crecido sábanas por encima, ni arrastrábamos cadenas, ni nada. Pero José Ignacio nos dijo
que una vez vio una película de fantasmas, y eran como personas normales y corrientes, no con
sabanas.
–Lo que pasa es que no habían sido del todo buenos y tenían que vivir algún tiempo en lechero se quedara sin su mula, y es que en el pueblo todos lo aprecian mucho y dicen que es un
el mundo, encerrada su alma en el cuerpo hasta reparar sus culpas. Y cuando hicieran muchas buenazo.
cosas buenas, se liberaría su alma, el cuerpo se moriría del todo, lo enterrarían. Y en paz. Me Lo primero que encontramos fue la tartana toda rota. Se le habían salido las ruedas y
parece que ése es nuestro caso. cada una había tomado una dirección. Los laterales estaban completamente destrozados. Esto
Rodríguez dijo que él nunca había matado a nadie, ni nada así. Y no estaba seguro de nos desanimó mucho porque, como dijo Rodríguez, si así estaba el carro, qué habría sido de la
que el disgusto de su hermana Angelines por lo de la foto de Víctor, el boticario, fuera un pecado pobre mula. Podíamos despedirnos de encontrarla viva.
que tenía que purgar, porque su hermana es imbécil y cualquier cosa que él hiciera la molestaba. Al oírlo, José Ignacio casi se echa a llorar Pensaba que si no restituíamos la mula
También Seve y yo creíamos que nos estábamos portando bastante bien. Aparte de lo de nuestras almas vagarían penando toda la eternidad y nuestros cuerpos continuarían en el mundo
las notas y la flores de las sábanas de mi madre, nadie se quejaba últimamente de nosotros. gimiendo de un lado a otro. Y por lo visto eso de andar gimiendo es algo muy malo.
Pero José Ignacio nos miró con cara de asombro. –Pues si hay que gemir, yo gimo –rió Seve.
– ¿Así que todos os creéis tan buenecitos, eh? –dijo–. Ninguno cree que puede tener José Ignacio le puso muy mala cara y dijo que no era para tomarlo a broma. Él, por su
algo sobre su conciencia, ¿verdad? parte, iba a seguir buscando la mula porque, mientras no encontráramos el cadáver por lo menos,
Y los tres dijimos que no. no podíamos decir que estaba muerta.
–Y la mula de Jacinto, ¿qué? Nosotros le seguimos. Subimos al camino del monte, lo desandamos, aparecimos de
Era verdad. nuevo en la carretera general. Para que nadie nos viera, nos arrastramos por la cuneta, pero nada.
–Tenemos que buscar la mula. La hemos cogido sin su permiso, le hemos quitado la La mula no se veía por allí tampoco. José Ignacio estaba cada vez más bobo, diciendo lo de vagar
mula, la hemos robado, y esto pesará sobre nuestras conciencias por toda la eternidad. Y seguro por toda la eternidad, y los demás empezamos ya a cansarnos de estar muertos.
que, cuando hayamos reparado el daño, dejaremos de vagar como fantasmas y alcanzaremos la –Pues si ya os habéis aburrido, imaginad lo que tiene que ser quedarnos así, por los
paz. siglos de los siglos. Si la mula no aparece, eso es lo que nos espera.
Tenía razón. Y es que con José Ignacio da gusto. Piensa en todo. Entonces yo me enfadé. Le dije que ya estaba bien de tanto hablar de la mula como si
Nosotros asentimos y comenzamos inmediatamente a buscar la mula. Si ésta era la ésa fuera la única obra buena que se podía hacer en la muerte, y que yo liberaría mi ánima cuando
misión que se nos había encomendado, estábamos dispuestos a cumplirla. quisiera. Porque había mil cosas que podía reparar como por ejemplo volver a apilar la leña de mi
casa que la había dejado tirada un día que jugué a hacer con ella un fortín fenómeno, y mi madre
se enfadó porque no la recogí.
3 Yo regare las lechugas de la huerta por las noches, y así mi padre no tendrá que
madrugar –decidió Rodríguez
Y José Ignacio, que es un cabezón, dijo:
–Yo seguiré buscando la mula.
Seve tenía puesta la cara de pensar, con el entrecejo arrugado y los dientes apretados. No
paraba de pensar Al fin sonrió y dijo:
–Si alguno de vosotros cree que yo me pienso pasar la muerte haciéndoles cosas a los
EMPEZAMOS a buscar la mula porque queríamos liberar nuestras ánimas.
demás, se equivoca. A mí no me asusta ser un alma en pena y, para una vez que soy un fantasma,
Lo de que éramos ánimas en pena se le ocurrió a Rodríguez. Yo no tenía ninguna pena
lo que pienso hacer es divertirme. Me divertiré de lo lindo apareciéndome a quien me dé la gana.
aunque no lo dije, porque a lo mejor a los otros les parecía mal que a mí no me importara que el
Dejaré huellas de sangre en el suelo de nuestra casa para ver qué cara pone mi tía. Gemiré y
arrastraré cadenas alrededor de la gente que me tiene manía, y entraré en todas las casas
atravesando las paredes.
–No creo que puedas atravesar ninguna pared –le dije.
– ¿Y por qué no? ¿Es que no soy un fantasma?
Era verdad, pero yo no acababa de convencerme.
A lo mejor aún no me había acostumbrado a estar muerto. Seve debía de sentirse muy
seguro de sus poderes. Se fue muy decidido hacia una casa que hay muy cerca de nuestro pueblo,
que se llama la Venta, y se lanzó contra la pared.
Pero no la atravesó y además se hizo sangre en la nariz. Se enfadó mucho cuando nos
reímos.
–Qué gracia, ¿no? –dijo–. Pues duele, ¿eh? ¡Duele!
Y ya iba a empezar a pegarse con nosotros cuando se le ocurrió una idea mejor.
Se limpió la sangre con la mano y después hizo con ella una huella fantástica en el cristal
de una ventana de la Venta. Quedaba fenomenal. Una mano sangrienta, con sus cinco dedos
separados. Daba pavor.
4 Como pensamos que todavía estarían un rato en la habitación buscando las dichosas
manos, dimos la vuelta y entramos por la puerta de la cocina para coger la caja de las acuarelas,
que era estupenda, de treinta y seis colores. Se ponía un poco de agua en un platillo para mojar el
pincel, después se untaba en una especie de pastillita y salía una sangre fenomenal Además, tres Me quede de una pieza. Yo no esperaba que ella supiera hablar con la «ti», pero resulta
tonos diferentes de rojo. que sabía. Micaela es estupenda.
Disfrutamos muchísimo. Pusimos manos en la puerta de Salomé, que protesta por todo. Y los otros, al ver lo fácilmente que podía comunicarme con ella desde ultratumba,
En la propia casa de Rodríguez, para que se fastidiara su hermana. En la de Vicenta, porque nos pusieron aún más cara de rabia.
tiene tanta manía. En la de Aniceto, por robar las nueces del padre de José Ignacio Y en la de – ¿Tipuetides tivertinos?
José Martín, el practicante, porque goza cuando nos tiene que poner inyecciones. –Tisí –respondió.
Íbamos a poner otra en casa de doña Manuela, más que nada por terminar la pintura, Entonces José Ignacio se echó a llorar, porque dijo que si podía vernos, eso quería decir
cuando se abrió la ventana y apareció la cara de Merceditas, su hija. Empezó a alborotar, gritando que también ella estaba muerta. Y como también a él le gusta Micaela, no quería que se muriese.
«¡socorro!, ¡socorro!» como una loca, porque Merceditas siempre ha sido una exagerada. A mí no Hasta Seve se sentía preocupado diciendo que a ver cómo le explicábamos ahora que se
me parece tan grave que se le grabara la mano roja en la cara. La culpa fue sólo suya por había muerto. Quería avisar a Salomé para que lo hiciera ella, porque su tía, la que les obliga a
asomarse a la ventana justo cuando Seve iba a poner la mano en el cristal, porque nosotros no entrar con bayetas en el comedor, dice que esas cosas son propias de la familia. Pero ninguno nos
teníamos intención de asustarla precisamente a ella. Por eso no veo la razón de que empezara a atrevíamos a enfrentarnos con Salomé, porque tiene tan mal genio que seguramente nos echaría
lanzarme platos, vasos y tazas. Menos mal que no podía vernos y no nos dio ni una vez, pero la culpa a nosotros de que Micaela se hubiera muerto.
tuvimos que correr y meternos por una ventana de casa de Salomé, que siempre protesta por Así que decidimos decírselo con suavidad, para que no le impresionara mucho, porque a
todo y no nos puede ni ver. todos cros gusta Micaela y lo último que quisiéramos es hacerle una faena.
Allí nos ocurrió algo estupendo. Trepamos por la parra y pasamos por la ventana a un –Te has muerto –le dijo Seve–. Ahora eres un fantasma como nosotros.
dormitorio. Allí nos encontramos con que en la cama estaba Micaela, que nos miró como si nos
viera mientras entrábamos a su cuarto, sin causarle asombro que se abriera la ventana.
Simplemente nos miró como si fuéramos la cosa más natural del mundo. Nosotros nos
quedamos sin saber qué hacer. Además, a los cuatro nos gusta Micaela porque es ideal, no como
las demás, y siempre habíamos tenido el deseo de gustarle también a ella. Por eso no queríamos
asustarla, sino más bien tranquilizarla. Como no sabíamos de qué forma, permanecimos muy
nerviosos alrededor de la cama, sin saber cómo hablarle. Todavía no nos habíamos enterado del
lenguaje que emplean los fantasmas cuando se aparecen a la gente, y a nosotros nos gusta hacer
las cosas bien.
Cuando me di cuenta de que me miraba a mí, decidí hablarle con la «ti», que es un modo
de hablar que tenemos los chicos cuando no queremos que los demás se enteren de lo que
decimos.
–Tibuetinas titartides –le dije.
Y los demás me miraron con cara de rabia porque les sentó mal que yo llamara la
atención de Micaela. Creo que tenían envidia.
–Tino tite tipretioticutipes, tisotimos tiatimitigos, ¿tisatibes?
–Tisí –contestó Micaela.
abandonara el mundo deslizándose por la parra que trepaba hasta su ventana, como si fuera un
chiquillo.
Nos dijo adiós con la mano y después cruzó las dos sobre el pecho. Cerró los ojos y dijo
que así la encontraría el Señor y que esperaba volver a vernos en el cielo.
Nos fuimos encantados porque, ya que nos habíamos muerto, era genial pensar que
estaríamos con Micaela, que es tan estupenda, y que además tiene tantísimos años que hasta ha
perdido la cabeza y es una gloria estar con ella.
Nos extraño oír cantar a Salome cuando llegamos abajo, porque parece que lo único que
sabe es protestar por todo. Pero también sabe cantar y lo hacía mientras pasaba la fregona por el
suelo de la cocina. Decía no sé que de una chica que se quería meter monja cuando llegara el
alba, pero que su padre no la dejaba y a ella no le importaba. Era una suerte, porque en la vida
real sí que importa si el padre te deja o no te deja ir a algún sitio, por lo menos el mío, y no
digamos el de Seve, que encima quiere que estudie durante el verano.
Estuvimos un buen rato asomando la cabeza por la puerta, porque eso de que Salomé
cantara no era cosa de perdérselo. Pero Rodríguez no tiene remedio. Otra ver soltó una
carcajada, y ella gritó asustada, y dejó de cantar y, miró hacia el lugar de donde procedía la risa,
pero ta nos habíamos ido.
Como ya no nos quedaba pintura roja y José Ignacio se había aficionado y además estaba
muy impresionado con la canción de Salomé, untó el pincel en el platillo del color azul, y escribió
en una pared:
No le sorprendió nada. Yo creo que hasta se puso contenta. Se sentó en la cama, nos ANGELINES SE QUIERE METER MONJA
estuviéramos tan poco enterados de su futuro, porque empezó a preocuparse por las cosas de su emocionante la cara que puso Víctor, el de la farmacia, que estaba enfrente cuando vio aparecer
funeral. Quería saber si Salomé elegiría el cordero mejor cebado para el banquete y si se acordaría aquellas letras como por arte de magia en la pared, que ya no me pareció ninguna idiotez.
de avisar ele su muerte a todos los parientes, porque Salomé era muy descuidada para algunas Empecé a sentir envidia de todos los vivos del pueblo que tenían ocasión de ver cosas
cosas. tan estupendas. Tiene que ser maravilloso ver aparecer letras en una pared sin haber nadie
Le dijimos que si a todo, porque es tan estupenda que no queda más remedio que darle escribiendo. Porque claro, como éramos fantasmas, no podían vernos.
gusto. Víctor estaba asombrado, de eso no había duda. Se quedó mirando con una cara de
Cuando decidimos irnos, quiso salir con nosotros, pero después no se atrevió a bajar por tonto como si se fuera a desmayar. Todavía seguía allí plantado mirando el letrero cuando
la ventana. Volvió a tumbarse en su cama y nos dijo que de allí no se movería. Que el Señor ya volvimos la cabeza por la otra esquina.
encontraría otro medio para llevársela. No le parecía serio que una mujer de noventa años Cuando vimos el efecto, pensamos que podíamos poner algunos mensajes más. Yo
decidí ir a mi casa para escribir en la pared del comedor:
Tenía que ser ya muy tarde, porque la campana de la iglesia empezó a tocar para que la
CÓMPRALE A TU HIJO UNA BICICLETA gente fuera a rezar el rosario. Nosotros todavía andábamos entre los «bojes» del monte, porque la
mula se escondía nada más vernos.
Para ver si mi madre hacía caso. Pero recordé que estaba muerto y que ya nunca Me parece que nos había cogido manía. Aunque no me sorprende, porque si yo tenía
montaría en bici. todo el cuerpo lleno de chichones por la caída, tampoco ella debía de estar muy sana. Al fin y al
Estábamos pensando el mensaje que pondríamos en cada casa del pueblo cuando, de cabo ella tiraba de la tartana y llevaba el peso de todos. Creo que tampoco era para tomarlo así,
repente, José Ignacio gritó: que lo único que queríamos ahora era llevarla a su casa. Pero «Josefina» demostraba ser muy
– ¡Mirad! desagradecida.
– ¿Qué? –dijimos todos. Nos alejamos del pueblo. Llegamos hasta una casa vieja, que dicen que era de bruja. José
––Allí, allí..., en el camino de la fuente. Ignacio propuso que nos quedáramos a pasar la noche allí. Ya estaba anocheciendo y habíamos
Y cuando la vimos, nos quedamos con la boca abierta. perdido de vista la mula. No podíamos pensar en alcanzarla hasta la mañana siguiente.
–Nuestra liberación se acerca –susurró Rodríguez, emocionado. A mí me daba mucho miedo entrar en la casa. Mi abuelo dice que era de una prima de
Y era verdad. Por el camino, y a trotecillo lento, se acercaba la mula de Jacinto. Mari–Zozaya, que debía de ser la bruja más mala de todas. Y era tan amiga de su prima, que solía
ir a vivir con ella cuando había fiestas en el pueblo. Pero Rodríguez dijo que no había nada que
temer, porque las brujas nada pueden contra los espíritus fantasmales, así que entramos. Olía
5 mal, y yo no hacía más que mirar a los lados, porque todo estaba en sombras y no me sentía muy
seguro.
En la cocina no encontramos nada para comer. Nos quedamos sin cenar y nos
tumbamos en el suelo a dormir, aunque ninguno teníamos sueño.
Para no aburrirnos, empezamos a contar historias de ladrones y de aparecidos y de si las
brujas serían brujas de verdad, o si la gente lo decía para dar miedo.
Cuando ya no sabíamos qué más contar, nos quedamos callados. Me fijé en que ya se
LA mula de Jacinto no tenía celos, pero era terca. Nada más empezar nosotros a
había hecho de noche, porque no entraba luz por la ventana y apenas se notaba el contorno de
llamarla:
mis amigos.
– ¡« Josefina»! ¡«Josefinaaaa»! –porque se llama Josefina, apretó a correr alejándose de
Cerré los ojos muy fuerte con ganas de dormirme. Después de oír tantas cosas de
nosotros. Fuimos tras ella cruzando entre las lechugas de Constancio y los gladiolos de
fantasmas y brujas tenía mucho miedo. Hubiera dado cualquier cosa, hasta la bicicleta que a lo
Ramonita. Gracias que no nos podían ver, aunque los dos estaban en la puerta, porque se
mejor me iba a regalar el abuelo, por estar vivo otra vez y volver a casa con mi madre. Seguro
enfadan si pisamos sus cosas. Y no es que nosotros quisiéramos pisarlas, es que no nos quedaba
que ya me había perdonado el haber recortado las flores bordadas de las sabanas, porque mi
más remedio, a ver qué hubieran hecho ellos en nuestro caso. No creo que les gustara quedarse
madre es muy buena.
de fantasmas para toda la eternidad. Y con la mula de Jacinto se liberaban nuestras almas. José
Empecé a pensar en ella y en lo triste que estaría porque me había muerto y ya tenía un
Ignacio, que estaba en todo, decía que la cosa era muy seria y que no era cosa de andar pensando
hijo menos. Al fin y al cabo yo era uno de sus únicos cuatro hijos...
en lechugas y gladiolos.
Más de una hora estuvimos corriendo. Parecía mentira con lo dócil que estaba en la
mañana, que le decías «arre» y andaba, y le decías «so» y paraba.
Y vi mi casa y a mamá rodeada de las vecinas que habían ido a consolarla. Cuando vi siquiera de acuerdo, echamos a correr hacia la puerta. Nos empujamos unos a otros para escapar
también a mi padre paseando muy serio por la entrada, porque también estaría muy apenado, se de allí lo antes posible
me puso un nudo muy duro en la garganta. Pero estaba demasiado oscuro, tan oscuro que nos perdimos dentro de la casa. Además
Oí sollozos y pensé que era yo quien lloraba, que a lo mejor al ser espíritu lloraba sin nos parecía que estaba llena de ruidos y crujidos espeluznantes. Las maderas del suelo se movían
sentirlo. Pero lo último que hubiera pensado es que fuera Seve, que todos lo respetamos tanto, al andar. Cuando ya creíamos haber llegado a la puerta de salida y la abrimos, Rodríguez, que era
porque es fuerte como un toro y se atreve a todo. el que menos miedo tenía, lanzó un chillido aterrador. Dijo que allí estaban Mari–Zozaya y las
– ¡Quiero irme a casa! –gritó angustiado– ¡Me da miedo dormir rodeado de muertos! otras brujas, seguramente celebrando un aquelarre. Todos echamos a correr hacia atrás,
dándonos contra las paredes porque aquella casa tenía paredes por todas partes.
Tuvimos que quedarnos acurrucados en el suelo, y bien callados, que casi ni nos
atrevíamos a respirar. Había que ver al pobre Seve, llorando sin parar, y sin poder sorberse las
narices, por si salían las brujas con el ruido que habíamos organizado.
Yo me había tapado la cara con las manos, pero las retiré cuando vi la luz.
Era la luna que había salido y alumbraba por la ventana.
Poco a poco me fui acostumbrando y empecé a ver. Miré hacia aquel cuarto que tanto
había asustado a Rodríguez y vi que Mari–Zozaya no era Mari–Zozaya, sino una estatua de la
Virgen. Lo sé porque tenía una coronita de estrellas en la cabeza y el niño sentado sobre sus
rodillas. Y aunque la cara no la tenía muy bonita, miraba con una sonrisa que daba confianza. Lo
mismo el Niño, aunque su cara pareciera un poco vieja para ser un niño.
También había otra gente, pero tampoco eran brujas. Aunque no los conocía, parecían
más bien santos, porque estaban subidos en pedazos de altares.
Cuando me aseguré de lo que veía, se lo dije a los otros para que respiraran tranquilos.
Después nos fuimos al pueblo.
Nos costó llegar, porque la luna alumbra poco y casi no veíamos el camino. Menos mal
que las luces de las casas nos guiaban, que si no, nos perdernos otra vez.
Cuando llegamos a la carretera no podíamos más de cansancio, y eso que José Ignacio
decía que nuestros cuerpos no pesaban. Pero yo le contesté que precisamente un cuerpo muerto
pesa más. El decía que no y yo que sí. Y como estábamos agotados, no teníamos ganas ni de
José Ignacio también se echó a llorar. Dijo que la mula podía irse al cuerno, que estaba pegarnos.
harto de ella y que no dormiría en aquella casa aunque le dieran una bici de carreras con cambio Además no hubiéramos podido hacerlo porque, cuando estábamos discutiendo sobre el
de marchas. peso de los cuerpos muertos, Rodríguez levantó la mano y señaló el puente.
Rodríguez todavía no lloraba, pero temblaba tanto que se oía cómo le castañeteaban los Allí estaban su padre, el de José Ignacio, el de Seve y el mío con mucha gente a la que no
dientes. Como resultó que todos estábamos muertos de miedo, sin decir palabra y sin ponernos distinguíamos bien. Hablaban fuerte y miraban por todas partes.
–Nos están buscando –dijo Seve.
– ¿No habrán encontrado nuestros cadáveres todavía? –se pregunto José Ignacio muy También estaba don Genaro, que fue el único que nos defendió. Dijo que eran cosas de
extrañado. niños y que como tal debían tomarse. Bromas de chicos, insistía, aunque sabemos que la sopa de
– ¿Cómo van a encontrarlos si los llevamos con nosotros? ¿No decías que no nos su plato estaba muy caliente y se había quemado un poco cuando le salpicó la manzana. Pero don
íbamos a liberar de nuestros cuerpos hasta haber purgar nuestros delitos? Y mira que nos ha sido Genaro es otra cosa, no hace montañas de cosas pequeñas, como lo estaba haciendo Jacinto, que
por falta de interés, pero la mula no quería saber nada con nosotros... –dijo Rodríguez. no paraba de suspirar:
Yo me asusté. Nuestros padres no tenían cara de estar preocupados, sino más bien – ¿Y mi mula? ¿Qué hago yo sin la mula?
enfadados, que por lo menos yo al mío lo conozco muy bien, y no me equivocaba. Cuando Y mi padre volvía a decirle que no se preocupara, que su mula aparecería, que lo único
estuvimos cerca y pudimos oír lo que decían, me alegré de estar muerto y de que no pudieran que quería era coger a su hijo por su cuenta.
vernos. Y como su hijo era yo, empecé a ponerme nervioso. Mi padre se enfada pocas veces,
Lo que más rabia nos dio fue lo de Jacinto, que es un hombre al que todos apreciamos pero cuando se enfada no lo hace en broma. También estaba allí Ramonita hablando de sus
porque parecía una buena persona. Pero por lo visto de buena persona nada, porque era el que gladiolos con Victorina. Todavía no se había recuperado de la impresión de ver a José Ignacio
más gritaba. Todo el rato hablando de su mula, y de que a él quién se la devolvía ahora. Que se la tapando con el dedo gordo el pitorro del porrón, justo cuando su padre bebía vino. El pobre se
habían quitado el chico del veterinario y otros tres más. Y que más de cuatro nos habían visto había atragantado con lo que ya tenía en la boca y casi se ahoga.
con ella por la mañana, tirando de la tartana. –Cosas de chicos, cosas de chicos…–seguía diciendo don Genaro, pero nadie le hacía
Como el chico del veterinario soy yo y los otros tres Seve, José Ignacio y Rodríguez, nos caso. ¿Cómo iban a hacerle caso si estaban todos mirando a Angelines, la hermana de Rodríguez,
echamos a temblar. Parecía que nuestros padres no pensaban en defendernos como tienen que que cada día es más tonta?
hacer siempre los padres, sino que le daban la razón al lechero. Le decían que tuviera paciencia, Estaba chillando como una loca. No me extraña que Rodríguez diga que no hay quien la
que esperara a encontrarnos, porque en cuanto nos vieran se sabría el paradero de «Josefina». aguante y que es imposible vivir con ella.
La madre de José Ignacio estaba muy triste. Parecía que se iba a poner a llorar hablando Señalaba la pared de la farmacia. Se puso otra vez a llorar, diciendo que a ver quién decía
con Jesusa, que es de casa de don Domingo. Decían que no podían explicarse nuestra conducta que ella quería meterse monja. Que era una calumnia, que todos la hacen sufrir, que nadie la
porque aunque siempre hemos sido chicos traviesos, nunca mal educados Jesusa insistía en que quiere y que se quería morir.
tampoco ella lo habría creído si no lo hubiera visto porque eso de que entráramos por la puerta y En la puerta de la farmacia estaba Víctor, el boticario, y no me extraña nada que se
saliéramos por la ventana sin saludar siquiera, después de coger con los dedos lechuga del plato pusiera a reír, porque Angelines no decía más que tonterías. Pero ella, al ver que se reía, aunque
de su marido... lo hacía con discreción, se fue hacia él y le dijo en voz baja que si se quería meter monja era por
–Créeme, Ana Mari, que nos quedado sin habla. él, y eso que era un completo imbécil.
Otras mujeres empezaron a rodearlas y a acusarnos. Salomé la primera, claro. Contó a Me extrañó que Víctor no se pegara con ella. Ni siquiera se enfadó. Puso cara de tonto y
todo el mundo que, además de meter el dedo en su mermelada, nos habíamos reído de ella en su le dijo que se alegraba de que no se metiera monja, porque también él tenía una foto suya en la
propia cara. María Luisa, la mujer de Bernabé, que tiene mejor carácter se moría de risa contando mesilla, aunque a lo que aspiraba era al original. Ella le contestó que qué cosas tenía.
el efecto que había causado en su casa, paseando alrededor de la mesa, en silencio, con escobas y Como me pareció una conversación de idiotas, empecé a pensar que tenía que estar
layas. Pero que creía que estaríamos jugando a las prendas. Por el contrario, Vicenta no se soñando, que al fin me había dormido en la iglesia del monte y que todo lo que ahora veía
cansaba de decir lo mal que nos habían educado nuestros padres y el susto tan aterrador que le formaba parte del sueño. Pero no era así porque, de pronto, alguien gritó:
habíamos dado. – ¡Miradlos! ¡Ahí están!
explicación. No tuve más remedio que contarle lo de la fuga y el accidente de la mula, que nos