Analisis de Etica
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SIERRA
ASUNTO: ANALISIS
13/02/2023
HABILIDADES ÉTICAS FRENTE AL RETO DE LA GLOBALIZACIÓN
La globalización es una realidad compleja y multidimensional que según la perspectiva desde la que
se examine, presenta interpretaciones distintas y juicios dispares. La globalización puede definirse
como la interconexión cada vez mayor de las distintas áreas de la vida social en todas las partes del
mundo. De esas áreas las tres que mantienen una especial interrelación son la cultura, la economía
y la política, y aunque se hable de globalización cultural, económica y política se trata de una misma,
solo que en diferentes dimensiones.
Cultura global significa convergencia de símbolos culturales, formas de vida, creencias y costumbres
que paulatinamente van universalizándose a medida que las ideas circulan de forma cada vez más
rápida a través de las distintas tecnologías de la información y de la comunicación. La ventaja que
ofrece la globalización cultural es que sitúa a las personas ante múltiples conceptos, permitiéndoles
combinar ideas procedentes de orígenes diversos. Pero junto a esta ventaja existe un cierto temor
que no residiría tanto en la difusión de valores universales como la dignidad humana, en la extensión
del inglés como lengua mundial de comunicación en Internet o la circulación de esas ideas
innovadoras que permiten hacer mejor las cosas a un coste más bajo, sino en el denominado
“imperialismo cultural”, donde una potencia hegemónica impone al resto del planeta su peculiar visión
del mundo y su propio ethos. La manera de pensar, sentir y vivir de un pueblo se convierte en la
forma en que deben pensar, sentir y vivir los demás pueblos.
En un mundo global, el principio moral básico que debe regir las relaciones entre países debe ser un
principio de aceptación universal. Este principio es el derecho que tiene toda sociedad al desarrollo,
lo que incluye la necesidad de establecer relaciones de cooperación que conduzcan a este objetivo.
Pero este derecho abstracto y genérico debe ser modulado por un criterio normativo que permita
guiar las decisiones de los individuos en situaciones conflictivas concretas. Este criterio debe ser la
opción por los que en peor situación están. La meta principal de la ética consistía en formular
principios que tuviesen un doble cometido. Por un lado, ser aplicados imparcialmente a todos. Por
otro, utilizarse en aquellos casos en los que existen situaciones conflictivas para así determinar qué
intereses tienen prioridad.
En este proceso de globalización los que están peor son: los países que menos recursos tienen o
los que no pueden acceder a los avances tecnológicos; las personas cuyas condiciones de vida se
van deteriorando progresivamente por carecer de ciertos bienes básicos o los que no han podido
adaptarse al avance de la globalización y los trabajadores no cualificados o aquellos cuyos activos
se van devaluando con el paso del tiempo. Lo que da sentido y fundamento a este criterio normativo
es un concepto base, la idea de humanidad
la declaración de la Asamblea General de las Naciones Unidas15 afirmaba en su artículo 1.1. que
“el derecho al desarrollo es un derecho inalienable de todo ser humano y de todos los pueblos”, es
necesario explicitar en qué consiste ese “derecho al desarrollo” el cual se ha convertido en el principio
básico para definir una globalización auténticamente humana. El desarrollo es un proceso
multidimensional que busca el mejoramiento constante de las condiciones de vida de las personas.
Las dimensiones de ese desarrollo son cinco: personal, social, político, tecnológico y ecológico.
En segundo lugar, la satisfacción de las necesidades básicas. Las necesidades son las carencias
que una persona tiene para poder llevar una existencia plenamente satisfactoria. La primera
necesidad básica es la de la supervivencia. Mejorar la asistencia sanitaria de los pueblos
subdesarrollados o cuidar la alimentación de los habitantes de los países pobres constituyen dos
formas de aumentar la esperanza de vida en los pueblos subdesarrollados.
Por último, el cumplimiento de los derechos (individuales y sociales) tanto en su dimensión positiva
(deben constituir la garantía de una vida digna) como en su vertiente negativa (deben buscar la
eliminación de cualquier tipo de abuso y privación). Se puede decir, por tanto, que el fin del desarrollo
personal es conseguir que toda persona de cualquier sociedad disfrute de un conjunto de bienes que
son los que hacen que una vida pueda definirse como valiosa. La ausencia de uno o de varios de
estos bienes coloca ciertamente a las personas y a los países en situación de vulnerabilidad e
indefensión.
El desarrollo político se refiere tanto al sistema de libertades que debe existir en una sociedad
democrática como a la ausencia de corrupción que debe presidir la actividad de una clase política
que está obligada a gestionar los recursos públicos de un modo eficaz y honesto. El desarrollo
tecnológico se refiere al avance de las ideas y de la tecnología en el mundo. No sólo se necesitan
innovaciones tecnológicas que permitan acelerar el progreso, sino que es necesario también que
funcionen mejor los sistemas de transferencia de tecnologías para que se beneficien igualmente
aquellos países que no la han generado. El desarrollo ecológico se refiere a la necesidad que tienen
las sociedades y los individuos de habitar en un medio ambiente sano y protegido. Tal como afirma
el principio 4 de la Declaración de Río la protección del medio ambiente es parte integrante del
proceso de desarrollo. Asegurar la calidad de vida y la supervivencia humana constituyen, pues, dos
objetivos éticos que permiten alcanzar este desarrollo ecológico.
Hay tres preguntas clave que las naciones desarrolladas deben plantearse. La primera es hacia
dónde quieren que se dirija el proceso de globalización, es decir, qué rumbo quieren darle y qué
resultados quieren que se obtenga para cada uno de los países que se integran en esta dinámica
globalizadora. La segunda es qué medidas van a adoptar para evitar, eliminar o minimizar los efectos
negativos de la globalización en la vida concreta de las personas, cualquiera que sea la sociedad en
la que vivan. La última pregunta es si se puede avanzar más de lo que se ha hecho hasta el momento,
sobre todo con relación a los países más desfavorecidos. Estas tres preguntas colocan a los países
desarrollados ante cinco desafíos. El primero es tener la suficiente voluntad política y el coraje
necesario para ir más allá de la defensa de ciertos intereses económicos y situarse en la perspectiva
de las necesidades de los países que están peor. Entrar en la óptica de los países más desventajados
forma parte de esa cualidad ética que se llama empatía21, que consiste en la capacidad de sentir y
vivir la situación del otro como si fuera la mía propia. Cuando las políticas se hacen en beneficio de
ciertos sectores pertenecientes a los países ricos, entonces las dificultades de los pobres pueden
ser mayores. Así, Stiglitz, refiriéndose a la mala fe de los Estados Unidos al mantener algunas
subvenciones como las del algodón.
El tercer reto que tienen los gobiernos es aplicar políticas que garanticen la justicia social. Cuando
se plantea la pregunta por la justicia de un sistema (como, por ejemplo, el mercado) o de un proceso
(como es la globalización) las respuestas que se dan pueden reducirse a dos. Según la primera un
sistema es justo si funciona según leyes universales de carácter negativo. Se trataría de fijar normas
que deberían aplicarse a todos por igual, sin distinción de personas o situaciones, donde los
individuos podrían perseguir sus propios intereses, siempre y cuando se abstuviesen de realizar
comportamientos que la propia sociedad considera ilícitos (como el fraude o el engaño). De esta
manera cada agente participa en un juego donde lo que recibe se corresponde con el valor de lo que
aporta u ofrece. La tarea que tienen los participantes en ese juego sería mejorar su aportación, para
lo cual tendrían que hacer uso de todos los medios lícitos que tienen a su alcance. Los resultados
que obtendrían los agentes estarían en función de sus conocimientos, habilidades y destrezas. Si
los individuos respetan las reglas de juego entonces esos resultados, cualesquiera que sean, pueden
considerarse que son justos.
Esta forma de entender la justicia de un sistema o de un proceso presenta dos problemas. El primero
es que las reglas de juego favorecen a los que están mejor situados (los más dotados en cuanto a
capital intelectual) y el segundo es que puede no resultarles fácil a los menos capacitados corregir
las deficiencias que tienen para así obtener unos resultados mínimamente aceptables. Por tanto, si
queremos que la globalización sea realmente humana para todos los individuos y sociedades es
necesario acudir a otra concepción de la justicia. La justicia social, a la que normalmente se apela
para que los beneficios de la globalización sean equitativos, tiene dos objetivos. El primero es
introducir en las relaciones entre países algunas medidas compensatorias que de alguna forma
tengan en cuenta las desventajas en que se encuentran algunos países en desarrollo26. Se trataría,
pues, de equilibrar situaciones desiguales causadas por factores de los que las sociedades no serían
responsables (como, por ejemplo, su situación geográfica). Los acuerdos que se establezcan deben
servir, entonces, para ayudar a la parte más desfavorecida. El segundo objetivo es establecer
medidas de protección social para todos aquellos que han quedado descolgados por su incapacidad
o por su imposibilidad de adaptarse a la dinámica de este proceso de globalización. El propósito de
estas medidas es eliminar la exclusión social, esa situación en la que se encuentran las personas (o
los países) cuando se les niega las oportunidades que necesitan para mejorar de forma significativa
su vida.
Si se quiere dar a la globalización una orientación más humana es necesario superar el viejo
problema del conflicto entre derechos individuales y sociales y pasar a un nuevo enfoque marcado
por la búsqueda del equilibrio entre el interés nacional y el bien común global. Es la exigencia de ese
bien común global lo que exige un nuevo contrato social que reorganice las relaciones, no ya entre
sociedad, mercado y Estado, sino entre sociedad y mundo global. Es verdad que hay una
responsabilidad individual que es prioritaria y que nos lleva a ocuparnos (hacernos cargo) de nuestra
propia vida y de nuestra familia, pero también es cierto que tenemos una responsabilidad con
aquellos que nos necesitan. Por razones esencialmente humanitarias la contemplación de la pobreza
ajena debe vivirse como una llamada a la acción. Si nada de lo que acontece en la vida de las
personas nos debe ser ajeno, entonces el sufrimiento y la miseria de los más pobres debe llevarnos
a destinar parte de nuestra riqueza a ayudar a los que viven en condiciones infrahumanas. Esto
plantea una vez más la pregunta por la capacidad de sacrificio de las personas, un sacrificio que no
ha de verse como una renuncia a la propia soberanía, sino como una forma especial de ejercer la
autonomía individual. Si la autonomía es la capacidad de las personas para perseguir objetivos
individuales que se refieren a intereses vitales propios, también se ejerce la autonomía cuando se
satisfacen bienes colectivos que hacen que la vida de los demás pueda vivirse de forma satisfactoria.
“Podríamos proponer, por lo tanto, como una política pública que probablemente produciría buenas
consecuencias, que todo el que tenga suficiente dinero para gastar en lujos y frivolidades tan
comunes en las sociedades ricas, deberían entregar al menos el 1% de cada dólar de sus ingresos
a aquellos que tienen problemas para obtener lo suficiente para comer, que no tienen agua no
contaminada que beber, cobijo frente a los elementos ni cuidados intensivos básicos. Los que no
cumplan este criterio se podría decir de ellos que no cumplen con su parte justa de la responsabilidad
global y, por tanto, que están haciendo algo que es moralmente reprobable. Esta es la donación
mínima, no la óptima”31. Somos, pues, responsables no sólo de lo que hacemos, sino también de lo
que podríamos haber hecho y no hicimos.