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PO
E050 Ruiz Resa, Josefa Dolores
D473d Derecho y valores en las democracias constitucionales : apuntes para una ética jurídica desde
la libertad, la igualdad y la fraternidad / Josefa Dolores Ruiz Resa ; [presentación Ministro Luis María
Aguilar Morales ; prólogo Leonor Figueroa Jácome]. -- México : Suprema Corte de Justicia de la
Nación, 2015.
xviii, 182 páginas ; 22 cm. – (Serie derecho constitucional comparado ; 1)
ISBN 978-607-630-259-0
Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier medio sin autorización escrita de los titulares de los derechos.
El contenido de esta obra es responsabilidad exclusiva de su autor y no representa en forma alguna la opinión
institucional de la Supema Corte de Justicia de la Nación.
Impreso en México
Printed in Mexico
Esta obra estuvo a cargo del Centro de Estudios Constitucionales de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Primera Sala
Ministro Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena
Presidente
Segunda Sala
Ministro Alberto Pérez Dayán
Presidente
Presentación....................................................................................................................XI
Prólogo............................................................................................................................XIII
Capítulo I
Las relaciones entre el derecho y los valores.................................................... 15
1. Los valores .......................................................................................................... 15
2. Valores, principios y Constituciones................................................................. 22
3. Valores y validez del derecho............................................................................. 25
Capítulo II
La libertad............................................................................................................... 33
1. Dos contenidos básicos para la libertad de los antiguos: la libertad
política (como cuestión de práctica, pero no de teoría) versus
VII
Capítulo III
La igualdad ............................................................................................................ 97
1. La igualdad de la polis griega (isonomía, isegoria, isokratia
y esclavitud)............................................................................................................. 98
Capítulo IV
La fraternidad....................................................................................................... 151
1. La fraternidad antigua...................................................................................... 152
2. La fraternidad cristiana...................................................................................... 154
3. La fraternidad laica de la modernidad: contractualismo,
simpatía y benevolencia....................................................................................... 157
4. De la fraternidad a la solidaridad (aportaciones del derecho,
la sociología y los movimientos obreros)........................................................... 168
5. La fraternidad, tras la crisis del Estado social............................................... 176
XI
A
partir de una clásica escena en la película Casablanca, la doctora Josefa Ruiz
nos hace reflexionar sobre valores importantísimos, como son la libertad, la
igualdad, la fraternidad. Éstos fueron los ideales de la Revolución Francesa, pero se
han convertido en valores que han contribuido a la cultura jurídica y política de las
democracias constitucionales modernas. Su efectividad se relaciona con los idea
les de justicia que buscamos las personas, la lucha contra la opresión y la tiranía.
XIII
Como se puede percibir, en ambos himnos está presente, la lucha por derrocar a
la tiranía al igual que la lucha por la libertad, la igualdad y la fraternidad, para crear
un gobierno democrático, el cual, como se ha visto a lo largo de la historia, ha trai-
cionado los ideales del Siglo de las Luces y de su origen, así como los ideales exigidos
por su propio himno. La democracia, como lo menciona la doctora Josefa Dolores
Ruiz Resa, ha perdido su sentido real, y no sólo porque el Estado ha olvidado salva-
guardar su significado mediante sus actos, sino porque el propio pueblo no ha com-
prendido que la democracia debe vivirse principalmente en el yo mismo, pero, ¿qué
significa entender la democracia desde la propia personalidad? Significa que, ante
todo, cada uno de nosotros, para ser libre, debe liberarse de prejuicios, debe ver al
otro como un ser digno del cual necesita y aprende cada día, sin juzgar su apariencia,
condición social, religiosa, etc.; que para vivir la fraternidad tenemos que procurar al
otro, no permitir que viva indignamente, colaborar como sociedad para que el Estado
cumpla con las necesidades de la persona para que ésta viva dignamente, y que la
igualdad no significa ser iguales, porque ninguna persona es igual, sino que tenemos
los mismos derechos, los cuales contribuirán a que vivamos en comunidad y digna-
mente. La democracia no debe circunscribirse a una ideología, la democracia es una
forma de vida que tiene que desarrollarse a partir de diversos puntos de vista, par
ticularmente —como lo deja ver Ruiz Resa— la democracia basada en el derecho,
surgida de leyes objetivas, debe unirse con la ética, donde el sistema axiológico circular
expanda las normas y las leyes en favor del bienestar, de la dignidad de la persona.
Es importante resaltar que las leyes y las normas se crean desde una realidad
que no abarca la satisfacción de todas las realidades; en cambio, las leyes y las normas
vistas, o mejor dicho, apoyadas por la axiología, no se preocuparán por cumplir las
reglas, sino por satisfacer y dignificar a la humanidad.
1
Vid. K. MARX, "El 18 brumario de Luis Bonaparte", en F. ENGELS y K. MARX, Obras escogidas, Progreso,
Moscú, 1971. En vez de fraternidad (o artillería) prefería utilizar el nombre de Bentham en El capital, libro 1, secc.
2, Siglo XXI, Madrid, 1978. Más adelante se verá por qué.
sólo hubo luces sino también muchas sombras). Tal proyecto dio paso a la cultura
jurídico-política de las modernas democracias constitucionales, cuyos sistemas jurí-
dicos incluyen estos valores con diverso alcance y consecuencias. Son valores que
integran o remiten a su vez a otros valores, como la paz o la dignidad, y que, en general,
se expresan por medio de principios o del catálogo de derechos humanos inclui
dos en los textos constitucionales. Y los tres, libertad, igualdad y fraternidad, confluyen
en la idea de justicia que caracteriza a las democracias.
2
Vid. L. GEYMONAT, Historia de la filosofía y de la ciencia, Crítica, Barcelona, 1985, vol. 2., pp. 257 y ss.
La Edad Media se consideró, pues, como una época "oscura" que supuso una
ruptura o un paréntesis aciago en el progreso de la humanidad. Tal oscuridad sólo
desaparece con la llegada de la "luz" que encarna la razón ilustrada, la cual prende
en el siglo XVIII o Siglo de las Luces. Este "iluminismo" retoma el proceso de crecimiento
humano, interrumpido en la Edad Media, y que se estaba produciendo en la Antigüedad
clásica. Hay una mirada hacia ese pasado, de donde pretende tomarse no sólo un
modelo político sino también estético. Y de la misma manera que la república demo-
crática ateniense y el clasicismo, los conceptos y símbolos de ese pasado vuelven a
la "luz", especialmente de la mano de los discursos y parafernalia jacobina: y así, el
3
Vid. G. BUENO, "Libertad, igualdad y fraternidad", El Basilisco, núm. 3, 1990, p. 29.
gorro de los libertos romanos es lucido por los revolucionarios, mientras que las
coronas de laurel y las águilas de la Roma imperial retornan al Imperio francés de
Napoleón, junto a los títulos de cónsul y los haces de varas que simbolizaban la auto
ridad de los magistrados republicanos. Por lo demás, moda, decoración y arte greco-
rromanos resurgen en los salones, palacios y calles de la Francia del XIX.4
4
Vid. G. HIGHET, La tradición clásica. Influencias griegas y romanas en la literatura occidental, FCE, México, p. 150.
5
Vid., sin ir más lejos, R. DESCARTES, Discurso del método, trad. y prólogo de M. García Morente, cuando
expone las reglas de su método analítico sintético en la segunda parte de dicho escrito, y en donde la duda constituye
su piedra angular.
6
Tal es el juicio de B. CONSTANT, "De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos" (Confe-
rencia pronunciada en el Ateneo de París, en febrero de 1819), en Escritos políticos, trad. y estudio de M.L. Sánchez
Mejía, CEC, Madrid, 1989.
cierto tipo de libertad política por medio de un mandatario con el que se establece
una relación de derecho privado, el mandato imperativo, que en los parlamentos de
la democracia representativa liberal se transmutará en mandato representativo.7
Por lo demás, algunos elementos de la caridad medieval no dejarán de detectarse en
la fraternidad moderna, mientras que cuando el individualismo moderno otorga a
su noción de individuo unos rasgos muy peculiares, de egoísmo y maldad congénita,
está reproduciendo el pesimismo antropológico ya cultivado en la época medieval por
algunos padres de la Iglesia. Incluso en lo que se refiere al carácter natural que se da
a la libertad del individuo, aquél fue también un argumento recurrente de la filosofía
medieval, bajo la noción de libre albedrío, derivada a su vez, desde la Antigüedad, de
la libertad política y del ejercicio del poder, no para el gobierno de los asuntos públicos
sino para el gobierno de uno mismo.8 Lo genuinamente moderno (mejor cabría decir
"ilustrado") fue convertir esta facultad en algo que podía esgrimirse como palanca de
cambio político-social, frente a un orden, el Antiguo Régimen, que, por lo demás,
también era moderno.
7
Vid. P. DE VEGA, "Significado constitucional de la representación política", Revista de Estudios Políticos, núm.
44, 1985, pp. 26 y ss.
8
Vid. al respecto, A.J. CARLYLE, La libertad política. Historia de su concepto en la edad media y en los tiempos
modernos, trad. V. Herrero, FCE, México/Madrid/Buenos Aires, 1a. ed., 1942, 1a. reimp., 1982.
organicista y busca la restauración del orden del universo, que queda roto por las
injusticias. La primera se funda en un orden político-jurídico autónomo, y lleva a
considerar los derechos reconocidos a los individuos como poderes; la segunda se
funda en un orden político-jurídico heterónomo, y los derechos son vistos como ins-
trumento para el cumplimiento de los deberes que impone el orden trascendente del
universo, un orden que al venir determinado desde el principio de los tiempos no
puede ser alterado ni reconfigurado por los seres humanos. Teniendo en cuenta estas
dos concepciones diversas, es muy posible que se produzcan desacuerdos, no sólo
teóricos sino también políticos y sociales, en la atribución de contenidos a los valores.
Esta circunstancia justifica prestar atención, precisamente, a la forma en que se
fueron conformando, y la importancia que tiene un marco político democrático para
que la opción por unos contenidos u otros se produzca de manera pacífica y reglada.
Pero aceptar la posibilidad de elegir nos acerca a la primera de las cosmovisiones, la
cual responde a un orden político, jurídico y también moral, autónomamente confi-
gurado por los seres humanos.
Hay que tener en cuenta, no obstante, que aunque se ha revelado como el menos
malo de los regímenes políticos, parece que la democracia y su legalidad no dejan
tampoco de ser el fruto de discursos estratégicos del poder, como lo prueba el que
hayan ido variando sus criterios o registros de verdad y normalidad y sus exclusiones
(pensemos, por ejemplo, en el carácter restringido de la soberanía nacional, el sufragio
censitario y su lenta marcha hacia la universalidad, y la dimensión estamental y corpo
rativa que tuvieron las cámaras representativas, hasta el desarrollo de los partidos
políticos, con los que se generaliza la idea de representación de ideas). Pero, a pesar
Proponía este autor que, para eso, tomáramos la democracia como procedimiento
pero también como método, lo cual exige erigirla sobre la conexión inextricable entre
la libertad o autogobierno de los ciudadanos de una comunidad y el autogobierno
de la misma, conexión esta que sólo es posible por medio de la participación de los
ciudadanos en la elaboración de las leyes que los gobiernan. Pero nada de esto es
posible si los ciudadanos no son ellos mismos antes democráticos, es decir, si no
incorporan una actitud que, aunque no sea espontánea, sea al menos aprendida, y
con la que manifiesten la concienciación de que su autogobierno como sujetos no es
posible sin el autogobierno de la comunidad a la que pertenecen, y viceversa.
9
Vid. C. CASTORIADIS, "La democracia como procedimiento y como régimen", Jueces para la Democracia,
núm. 26, julio, 1996.
10
Esta imbricación entre moral, derecho y política (democracia) está en la base de los trabajos de los filósofos
contemporáneos John Rawls o de Jurgen Habermas, en los cuales late como premisa el pensamiento kantiano.
11
Por lo que se refiere a Asia, véase el estudio de Amartya SEN, "Derechos humanos y valores asiáticos",
Anales de la Cátedra Francisco Suárez, núm. 35, 2001, pp. 129-147.
12
Vid. Boaventura SOUSA SANTOS, Toward a New Common Sense. Law, Science and Politics in the Paradigmatic
Transition,Routledge, Londres/Nueva York, 1995, pp. 340 y ss.
en estas páginas permiten descubrir los contenidos que han desembocado en algunos
de los significados básicos que actualmente se les dan a la libertad, la igualdad y la
fraternidad en la cultura jurídica de los Estados constitucionales.
13
Tomo la definición de axiología jurídica dada por Elías DÍAZ, Sociología y filosofía del derecho, 2a. ed.,
Taurus, Madrid, 1984, pp. 255 y 256. El término "axiología", empezó a ser usado, desde principios del siglo XX, para
hacer referencia a la "teoría de los valores". Se consideró entonces una nueva parte, fundamental, de la filosofía, junto
a las clásicas gnoseología, ontología y teología. Incluso se la llegó a considerar como totalidad de la filosofía: así lo
hacían los integrantes de aquella corriente conocida como filosofía de los valores. Nicolai Hartmann, uno de sus culti-
vadores más importantes, fue, precisamente, uno de los primeros filósofos que empezaron a usar la expresión "axio
logía". Vid. N. ABBAGNANO, Diccionario de filosofía, trad. A. Galletti, FCE, México/Buenos Aires, 1963, voz "Axiología",
p. 120.
Pérez Luño utilizaba en cambio la expresión "deontología jurídica" en vez de "axiología jurídica", pues entendía
que el deber ser jurídico se identifica con el derecho natural como expresión ideal de justicia. En ella considera que
se aprecian mejor las conexiones entre derecho y moral, pues la axiología hace referencia a una doctrina de los valores
que no tiene por qué implicar únicamente una perspectiva moral, ya que puede ser meramente cultural o formal (así
ocurre cuando se apuntan valores como la legalidad o la certeza del derecho). Vid. A.E.PÉREZ LUÑO, Lecciones de
Filosofía del derecho. Presupuestos para una filosofía de la experiencia jurídica, op. cit., pp. 122 y 123. La expresión
deontología se debe a Bentham, quien la utilizó para designar "la ciencia de lo conveniente o la moral", fundada en la
tendencia que persigue el placer y huye del dolor. En otro sentido la usó Rosmini, que llamó deontológicas a las
ciencias normativas que indagan cómo debe ser el ente para ser perfecto. Vid. N. ABBAGNANO, Diccionario de Filosofía,
op. cit., voz "Deontología", pp. 292 y 293.
Norberto Bobbio propone, en cambio, la denominación teoría de la justicia. Vid. N. BOBBIO, "Naturaleza y
función de la filosofía del derecho", en Contribución a la teoría del Derecho, edición a cargo de Alfonso Ruiz Miguel,
Fernando Torres, editor, Valencia, 1980, pp.98-100.
1. Los valores
Usado por vez primera por los estoicos, el valor reaparece en el Renacimiento,
tras el paréntesis del predominio medieval de la ética objetivista cristiana. Hobbes lo
recupera, junto con la noción subjetiva de bien, para identificarlo con la estimación
que un hombre siente por algo, y otorgarle un valor económico al identificarlo, a su
vez, con el "precio" de ese algo. Semejante operación significó un importante cambio
15
El término valor no se generalizaría hasta las discusiones morales del siglo XIX,
aunque manteniendo el significado económico, lo que explicaría su utilización exitosa
en la teoría económica. En la filosofía de Kant, el valor expresa el bien en un sentido
objetivo, excluyendo lo placentero y lo bello. Pero serán los seguidores de la filosofía
kantiana quienes, incluyendo en el significante "bien" estos últimos significados,
impulsarán definitivamente la ética hacia los valores. De esta manera, y a partir del
siglo XIX, las tendencias objetivistas y subjetivistas se refieren ya, no al bien sino al
valor; y así, Windelband, Rickert, y luego, rompiendo con el formalismo kantiano,
Scheler y Hartmann, tratarán de otorgar al valor una existencia independiente, libre
de las dudas del conocimiento, gracias al concepto del a priori. En cambio, desde una
perspectiva subjetivista, Nietzsche usará la expresión con la intención de proceder a
la "inversión de los valores tradicionales", sustituyendo los del cristianismo, fundados
a su juicio en el resentimiento, por los de la vida, entendida en un sentido dionisíaco.
También es subjetivista la concepción relativista de los valores desarrollada en el seno
del historicismo (de la mano, por ejemplo, de Dilthey o Simmel), si bien no todo el
historicismo desembocó en el relativismo.15
14
Así lo resalta J. BALLESTEROS, Postmodernidad: decadencia o resistencia, Tecnos, Madrid, 1989, p. 26.
15
Vid. N. ABBAGNANO, Diccionario de filosofía, op. cit., voces "Bien" y "Valor", pp. 130-133 y 1173-1178,
respectivamente.
Las teorías que sostienen el carácter absoluto y universal de los principios morales
acaban concluyendo siempre en la superioridad de la moral sobre el derecho; de ahí
que el legislador humano, y por lo tanto imperfecto, deba adaptarse al imperativo de
esos valores absolutos. Y si esto no ocurre, las leyes serán consideradas malas leyes,
leyes imperfectas y, en consecuencia, no obligarán en conciencia. Es decir, no serán
válidas. El racionalismo moderno y la Ilustración moderna remozaron esta concepción
aunque respetando siempre el valor absoluto de los principios morales básicos, los
cuales se hacen derivar en adelante de la razón, y no de Dios. En cualquier caso,
este filósofo reivindica un nuevo papel para la filosofía, que, convertida en "ciencia de
los fenómenos", se ocuparía de la captación fenomenológica de la esencia, es decir,
de lo que las cosas son, considerando que se presentan como realmente son. Por
consiguiente, el camino por seguir sería la descripción de lo intuido (el fenómeno), lo
que exige situarse en una dimensión olvidada hasta el momento por las ciencias:
el mundo de la vida.16
Aplicado este pensamiento a la concepción del derecho, dio como resultado una
concepción antiformalista, por oposición a la mantenida por el positivismo jurídico
(formalista), aunque no exenta de elementos idealistas, en cuya elaboración destacaron
las obras de Reinach y Schapp. La fenomenología otorga existencia fenoménica no
sólo a los objetos empíricos sino también a los conceptos, como, por ejemplo, el de-
recho y la justicia. Esto significa que el derecho, y otros conceptos jurídicos, se con-
ciben como un ser independiente, una realidad específica con existencia ideal.17
16
Vid. E. HUSSERL, La filosofía como ciencia estricta, Nova, Buenos Aires. L. GEYMONAT, Historia de la filosofía
y de la ciencia, t. III, pp. 351-353.
17
Vid. F. WIEACKER, Historia del derecho privado en la edad moderna, trad. F. Fernández Jardón, Aguilar, Madrid,
1957, pp. 527 y 528.
valor. Por otra parte, presupone para los valores una ontología que no es idealista-
formalista, como la que proponía la filosofía de los valores de Stammler, sino que es
realista.18 En realidad, la ética material de los valores, que tiene entre sus represen-
tantes a Scheler y Hartmann, había surgido en el entorno neokantiano, y polemiza
con la filosofía formalista kantiana, frente a la cual sostienen que los valores no son
meras estructuras formales carentes de contenido sino que son estructuras de conte
nidos, materias y estructuras. Los valores constituyen, pues, un reino axiológico, que
existe por sí mismo como el de las ideas platónicas, aunque la mirada histórica les
proporciona apariencia de relatividad, la cual es sólo la relatividad de nuestra con-
ciencia de los valores, no de los valores en sí. Con estos planteamientos, Scheler y
Hartmann definieron la realidad de la idea del derecho como la realidad de un valor,
y como tal, es contenido, materia y estructura.19
18
Vid. L. HIERRO, El realismo jurídico escandinavo, cap. primero, "Introducción al realismo", p. 25.
19
Vid. F. WIEACKER, Historia del derecho privado en la edad moderna, op. cit., pp. 528 y 529.
20
Vid. E. SERRANO VILLAFAÑE, Concepciones iusnaturalistas actuales, Editora Nacional, Madrid, 1967.
Por lo tanto, el derecho se concebirá como algo más que el conjunto ordenado
de disposiciones jurídicas escritas, emanadas de la voluntad del Estado soberano,
21
Sobre este particular, Francesca Puigpelat ("Principios y normas", Anuario de Derechos Humanos, núm. 6,
1990, pp. 231-233), que al respecto apunta las obras de Giorgio del Vecchio (especialmente, "Sui principi generali del
diritto", Archivio Giuridico, LXXXV, pp. 39-90); o de algunos representantes de la hermenéutica jurídica, como Josef
Hesser (Principio y norma en la elaboración jurisprudencial del Derecho Privado, trad. E. Valenti Fiol, Bosch, Barcelona,
1961). Este último trata de presentar una consideración de los principios, que pretende ser equidistante del positivismo
y del iusnaturalismo, pero que se desliza hacia el segundo. También aparece una concepción del derecho en el que
encuentran cabida los principios morales en las teorías de la argumentación jurídica, adoptando un desarrollo espe-
cíficamente iusnaturalista en la obra de Foriers, "Le juriste et le droit naturel. Essai de définition d’un Droit naturel
positif", Revue International de Philosophie, 1963, XVII, pp. 335 y ss. Sobre estas derivaciones iusnaturalistas de la
hermenéutica y las teorías de la argumentación jurídica, vid. L. Prieto Sanchís, Ideología e interpretación jurídica,
Tecnos, 1987, pp. 57 y ss., donde apunta como causa principal de esto la posibilidad, admitida por estas corrientes,
de que la decisión judicial se base, por exigencias de "justicia", en consideraciones extrajurídicas, que le sitúan
"más allá de las normas jurídicas".
según indicaba el positivismo jurídico (desde Bentham a Austin, pasando por la Es-
cuela de la Exégesis francesa y llegando hasta Kelsen). Pronto la discusión se dirigirá,
no hacia si esos valores formaban o no parte del derecho, algo cuya admisión se
empieza a generalizar, sino hacia cómo distinguirlos, en cuanto elementos jurídicos,
de otros elementos como las reglas jurídicas.
el cenit pero también el declive del iusnaturalismo racionalista como ética jurídica y
como disciplina dominante en el estudio teórico del derecho). Incluidos en la parte
dogmática de las Constituciones, todavía esos valores y derechos tendrán carácter
programático, especialmente en Europa, donde habrá que esperar precisamente al
final de la Segunda Guerra Mundial para que se erijan en auténticas normas jurídi
cas, una vez que las propias Constituciones son consideradas en su integridad como
tales, y no solamente en algunas partes de su articulado. Así, los valores que recogen
las Constituciones de diversa manera —en forma de derechos fundamentales, prin-
cipios superiores del ordenamiento jurídico, "valores superiores del ordenamiento
jurídico", "principios rectores de la política social o económica", etc.22— tienen
valor jurídico y no son meras recomendaciones.
Por lo demás, estos valores funcionan, en clave de ontología jurídica (es decir,
ateniéndonos a la estructura del derecho), como principios y no como reglas jurídicas.
En esta caracterización de los valores se detectan numerosas aportaciones, como la
que desde la hermenéutica jurídica realizaba Esser. Éste sostiene que los principios
no contienen, como las normas, una instrucción vinculante de tipo inmediato, sino
que requiere o presupone la acuñación judicial o legislativa de dichas instrucciones.23
Para Larenz, no son inmediatamente aplicables como las reglas, si bien distingue
entre principios abiertos, que son los que requieren las concretizaciones, y principios
Son los términos que emplea, por ejemplo, la Constitución española de 1978.
22
Vid. J. ESSER, Principio y norma en la elaboración jurisprudencial del Derecho privado, trad. E. Valentí Fiol,
23
con forma de normas, los cuales se presentan como reglas inmediatamente apli
cables, constituyendo una especie de punto intermedio entre las normas y los
principios.24
24
Vid. Larenz, Metodología de la ciencia del derecho, Ariel, Barcelona, 1980, pp. 418, 465 y 471.
Las expresiones valor y validez comparten raíz gramatical, por lo que no es difícil de
ducir que se da alguna conexión entre ambas. Para entenderla, tal vez debamos tener
presente en qué momento el juicio de validez sirve para armar el concepto de sistema
jurídico, y para ello hay que retroceder hasta el iusnaturalismo. Según éste, el derecho
natural, en cuanto conjunto de preceptos morales absolutos, universales y de origen
divino, representaba para el derecho positivo su esencia modeladora, hasta el punto
de que si éste no la respetaba, se convertía en un derecho malo y "corrupto" que no
obligaba en conciencia, es decir, que no "valía" como precepto, que no era "vá
lido". Semejante planteamiento había sido tempranamente ilustrado en la Antígona
de Sófocles, donde la protagonista desobedecía la ley dada por el rey Creonte, que
prohibía enterrar los cuerpos de los traidores muertos (entre ellos, el hermano de
Antígona), por considerarla contraria a las leyes de los dioses.
bueno totalmente, absolutamente; limitada es, sin embargo, la bondad que produce
la ley humana, sólo referida a los actos exteriores.25
Siguiendo, pues, una larga tradición que se remonta a las concepciones iusna-
turalistas, el positivismo jurídico sigue concibiendo los mandatos jurídicos como
dotados de una propiedad "intrínseca" que se denominaba "validez". Pero aquélla, a lo
largo de su uso, había aglutinado al menos tres significados con los que llega hasta
la teoría jurídica positivista: la obligatoriedad moral de las normas jurídicas, su existencia
25
Vid. Santo Tomás DE AQUINO, Suma teológica, II, 1. qu. 92, 1.
26
Vid. K. OLIVECRONA, El derecho como hecho, Depalma, Buenos Aires, 1959, pp. 1-15; A. ROSS, El concepto
de validez y el conflicto entre el positivismo y el Derecho Natural", Revista Jurídica de Buenos Aires, núm. 4,1961,
pp. 51 y ss.; y Sobre el derecho y la justicia, Eudeba, Buenos Aires, 1963, pp. 238 y ss.
Éstos fueron los riesgos que Kelsen quería evitar, sosteniendo que la validez era,
ante todo, el criterio que determinaba la existencia objetiva de la norma jurídica;28 es
decir, que la validez consistía en una especie de llave para introducirla y declararla
existente, como una norma obligatoria, en el mundo propio del deber ser, que es para
Kelsen un nivel ontológico y real, distinto del mundo del ser y del mundo de los valores.
A este respecto, Kelsen sostiene que el deber ser al que él alude no es axiológico sino
lógico, y afirma que su existencia puede ser objetiva, es decir, independiente de facto
res eventualmente conectados a ella, como la fuerza y su efectividad, el Estado, la
27
Así lo expresa C.S. NINO, "Some confusions around Kelsen´s concept of validity", Archiv für Rechts-und
Sozialphilosophie, LXIV, 1978, pp. 357-377.
28
Vid. KELSEN, Teoría pura del Derecho, trad. Roberto J. Vernengo, Porrúa/Universidad Nacional Autónoma de
México, México, 1991, pp. 57-63.
29
Así nos lo recuerda E. PATTARO, Elementos para una teoría del derecho, trad I. Ara Pinilla, Debate, Madrid,
1986, pp. 66 y 67
30
Vid. J. DELGADO PINTO, "Sobre vigencia y validez", Doxa, núm. 7, 1990.
31
Vid. Hans KELSEN, Teoría pura del derecho, op. cit., pp. 201 y ss.
32
Vid. HART, El concepto de derecho, trad. G. C. Carrió, Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1963, pp. 125-155 y
310-315.
33
Vid. al respecto, J.R. DE PÁRAMO ARGÜELLES, H.L.A. Hart y la teoría analítica del derecho, CEC, Madrid,
1984, pp. 248 y ss., donde además da cuenta de la discusión doctrinal suscitada en torno al carácter de la Regla de
Reconocimiento.
34
Ésta la expone Hart en el capítulo IX de su libro El concepto de derecho, op. cit.
E
n este capítulo veremos cómo la participación directa en el gobierno de la comu-
nidad, la representación política, el libre albedrío y la autonomía de la volun
tad, las relaciones con la legalidad, el egoísmo, el interés o la seguridad jurídica se
convierten en algunos de los tópicos de la libertad, los cuales giran en torno a la
distinción, no siempre diáfana, entre la esfera pública y la esfera privada. Se trata de
una distinción que se detecta en la Antigüedad. Por esa razón, retrocederemos a
aquellas épocas de la humanidad en las que empezaron a conformarse, deteniéndo
nos en las obras y en los periodos históricos en los que los significados de la libertad
se reconfiguraron, para determinar hasta qué punto se alejaron de sus contenidos
primigenios.
33
35
Vid. B. CONSTANT, "De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos", op. cit.
36
Vid. H. ARENDT, "¿Qué es la libertad?", en Between Past and Future, trad. Agustín Serrano Haro, Claves de
razón práctica, núm. 65, 1996, pp. 2 y ss.
Por medio de la antigua libertad política, los ciudadanos gozaban, por ejemplo,
de igual libertad de palabra (o isegoria), que implicaba el derecho a decirlo todo (o
parresia), lo cual tenía como contrapartida —y a diferencia de la moderna libertad de
expresión— la responsabilidad de quien la ejercitara, en caso de que por medio
de aquélla se desatase algún tipo de desgracia para la comunidad.40 Tal fue lo que al
parecer ocurrió con el mismo Sócrates, acusado de corromper con su palabra a
la juventud. Por este hecho fue condenado a beber la cicuta; y el ciudadano Sócrates,
37
Vid. M.E. FERÁNDEZ BAQUERO, "La patria potestad en el derecho romano", en Ana RUBIO (ed.), Los desafíos
de la familia matrimonial. Estudio multidisciplinar en Derecho de Familia, Instituto Andaluz de la Mujer, Sevilla, 2000,
pp. 77 y ss.
38
Recordemos, por ejemplo, los argumentos de Platón recogidos en su Política, en la Ética a Nicómaco de
ARISTÓTELES.
39
Vid. H. ARENDT, "¿Qué es la libertad?", op. cit., p. 3.
40
Vid. R. DEL ÁGUILA, "Los precursores de la idea de democracia", en R. DEL ÁGUILA, F. VALLESPÍN
et al., La democracia en sus textos, Alianza Ed. Madrid, 1998, p. 28.
Así se expresa Sócrates, en la página final del diálogo Critón o del deber, como
si las leyes le persuadieran de no huir de su destino, como le proponía Critón:
‘Ahora bien: es cierto que ahora vas a marcharte al Hades, si es que vas, víctima
de una injusticia —te la han ocasionado los hombres; no nostras, las leyes—; pero
si escapas de la ciudad, devolviendo tan vergonzosamente injusticia por injusticia,
mal por mal, quebrando los convenios y acuerdos que con nosotras concertaste y
dañando a quienes menos deberías dañar, es decir, a ti mismo, a tus amigos, a tu
patria y a nosotras, en ese caso, nosotras seremos duras contigo mientras vivas,
y allí nuestras hermanas, las leyes de la morada de Hades, no te acogerán con
benevolencia, sabedoras de que hiciste lo posible por acabar con nosotras. Así
pues, que no te persuada Critón a hacer lo que dice, más que nosotras.’
Ten por seguro, mi querido Critón, que, al modo como los coribantes creen oír
las flautas, me parece oír todo eso, y que en mi interior resuena el clamor de
esas palabras y hace que no pueda escuchar cualesquiera otras. Sabe, pues, que,
al menos según mi actual modo de pensar, si hablas en contra de eso, lo harás
en balde…42
41
Sobre estas cuestiones, vid. PLATÓN, Apología de Sócrates. Critón o el deber del ciudadano, Espasa Calpe,
Madrid, 1978
42
Vid. PLATÓN, Critón, op. cit., 53e/54e.
Para los juristas romanos, cuya vasta cultura jurídica culmina la orientación de
la antigua libertad política hacia el específico mundo del derecho, la libertad política
43
Vid. PLATÓN, Las leyes, 689b y 700a; y ARISTÓTELES, Política, trad. Carlos García Gual y Aurelio Pérez Jiménez,
Alianza Editorial, Madrid, 1a. ed., 1986, 1o. reimp., 1991, 1292a
44
Vid. ARISTÓTELES, Política, libro III, VIII, 1279b
del ciudadano romano exige el sometimiento de toda autoridad política a las leyes de
la comunidad, pues ésta ha sido erigida en su fuente. Y tal exigencia perdura incluso
en tiempos del Imperio, en el que la circunstancia de que "lo que plazca al príncipe
tenga fuerza de ley", deriva de la Lex Regia, por medio de la cual el pueblo romano
—cuya presencia languidecía en un Senado frecuentemente manipulado por el
emperador— le había conferido su imperium y potestas.45
45
Vid. A.J. CARLYLE, La libertad política. Historia de su concepto en la Edad Media y en los tiempos modernos,
trad. V. Herrero, FCE, México/Madrid/Buenos Aires, 1982, pp. 21, 22 y 24.
la libertad interior adopta, sin embargo, las nociones políticas que la acompañaban
en la esfera política —el poder, la dominación y la propiedad—, para proyectarlos
ahora sobre el mundo íntimo del ser humano. De esta manera, la libertad hace al
hombre "dueño de sí mismo", le otorga el "poder" más absoluto, que es el que ejerce
sobre su yo, y lo pone a salvo de toda interferencia exterior, como por ejemplo, la que
puede ejercer la política. Así, la libertad que interesa a la filosofía deja de ser la libertad
"tangible" y manifestada en una acción públicamente evidente, para pasar a ser una
experiencia íntima y no visible a los demás.46
Con este contenido que la convierte en un reducto interior, la libertad bien puede
convivir con un sistema político totalitario que niega la libertad política, a no ser que
pretenda extender su domino a ese ámbito íntimo, como ocurría con los Estados-nación
confesionales de la Europa moderna (la España católica de los Reyes Católicos y de
los Austrias, o la Inglaterra anglicana de los Tudor). Contra esta situación se elevó
Tomasio, proponiendo distinguir entre el ámbito interior y el ámbito exterior de las
acciones: el primero correspondía a la moral del súbdito; el segundo, al Estado y su
derecho. Pero esto ocurría en la modernidad y aun hablamos de la época clásica y de
sus dos discursos sobre la libertad: el discurso práctico político y el discurso teorético
filosófico. Volvamos al segundo de ellos.
46
Vid. H. ARENDT, "¿Qué es la libertad?", op. cit., pp. 4 y 5, quien atribuye a Epicteto esta inversión de los tópicos
políticos de la dominación, el poder y la propiedad.
"internas" del ser humano y distintas entre sí, como son el "conocimiento" o el "saber",
y la "voluntad" o el "querer" (que en la Edad Media pasó a ser, sobre todo para la filosofía
agustiniana, el "problema" que enfrenta el "quiero y no puedo", o "querer" y "poder",
que son dos instancias de la propia voluntad). Se asiste entonces a un trasvase de los
tópicos privados de la libertad a lo público: sólo quien hacía coincidir el saber con el
querer, y por tanto era capaz de autogobernarse, estaba en condiciones de gobernar
a los demás; sólo los sabios, por lo tanto, según concluyó Platón. Y el autocontrol del
que aquéllos hacían gala se convirtió, también, en una virtud política,47 que los hacía
merecedores de gobernar. De ahí la defensa del "gobierno de los sabios".
Como se apuntó, la Edad Media había sido considerada por los ilustrados moder
nos una etapa más bien oscura en la historia de la humanidad. Sin embargo, y de
cara a la determinación de los contenidos de la libertad, aporta la institución de la
47
Vid. H. ARENDT, "¿Qué es la libertad?", op. cit., p. 9.
48
Vid. H. ARENDT, "¿Qué es la libertad?", op. cit., p. 9.
En sus Confesiones, san Agustín sintetiza la angustia que suscitan los conflictos
en el ámbito de la voluntad (en ocasiones, su batalla interior nos resulta muy actual),
cuyo poder se expresa con las palabras que provenían del ámbito de la política:
que el rey no podía ejecutar ninguna acción contra sus súbditos —su persona o ha-
cienda— sin un procedimiento jurídico en el que se recababa el consentimiento de
la corte.49 Esto se traduce en que la libertad, como ejercicio de la voluntad personal
e íntima del sujeto, podía estar a salvo de interferencias de la esfera pública; lo que
implica, de alguna manera, la confluencia, quizá casual, entre la libertad política y la
libertad como reducto de la voluntad.
No se puede pasar por alto cómo un elemento teórico, el contrato social, fue
puesto por el iusnaturalismo cristiano a disposición del origen comunitario del poder
político, como una manifestación, precisamente, del ejercicio de la libertad "política"
medieval. Incluso puede hablarse de una concepción medieval de la "soberanía del
pueblo": la que se expone en la obra de Marsilio de Padua.50 Como sostiene Hannah
Arendt, la soberanía —un concepto tan usado en adelante— es el resultado de la
equiparación entre libertad y voluntad libre, en su camino de vuelta hacia la política
y el derecho.51
No obstante, la hipótesis del contrato social sirve para "liberar" al hombre medieval
de cualquier ejercicio de su libertad política, posterior al del contrato social, ya que
constituye un acto de atribución de aquélla a otro u otros (quienes gobiernan), y su
paso, de hipotético ciudadano, a súbdito. Sin embargo, dejaba a salvo ciertos "reduc-
tos", como los que representaban algunas libertades (que no se disfrutaban por igual,
49
Vid. CARLYLE, La libertad política, op. cit., pp. 31 y 32.
50
Vid. G. SABINE, Historia de la teoría política (1937), trad. V. Herrero, 2a. ed., FCE, 1963, pp. 217 y ss.
51
Vid. H. ARENDT, "¿Qué es la liberad?", op. cit., p. 11.
pues esto era algo ligado al estamento al que se pertenecía) o el "derecho de resisten
cia", a ejercer en caso de incumplimiento del contrato por parte del príncipe. A éste,
lo que le corresponde es garantizar la seguridad de sus súbditos; es decir, la subsis-
tencia y la supervivencia frente a posibles ataques de enemigos externos, imposible
de garantizar fuera del contrato (es, en definitiva, lo que expresan las nociones de
imbecilitas o de socialitas humanas: según la primera, el hombre no puede vivir fuera
de la sociedad, y de acuerdo con la segunda, el hombre aparece caracterizado como
ser sociable).52 Un ejemplo de esta fórmula medieval de contrato social entre los
distintos estamentos sociales (los más poderosos) y el rey se encuentra en la Carta
Magna de Juan sin Tierra, documento inglés de 1215. En realidad, se trató de una
imposición de los nobles al rey, y fue considerada el primer documenta de carácter
constitucional en Inglaterra que tanto este rey como sus sucesores debieron
confirmar.53
Vid. WIEACKER, Historia del derecho privado en la edad moderna, op. cit., pp. 216 y 217.
52
Vid. Textos básicos sobre derechos humanos, edición preparada por Gregorio Peces-Barba Martínez con la
53
colaboración de Liborio Hierro, Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 1973, pp. 25 y ss.
Si bien hemos apuntado que la terna de principios prácticos que parece caracterizar
la acción práctica del hombre medieval es la que constituyen las virtudes teologales
cristinas "fe, esperanza y caridad", lo cual revierte la acción humana a un ámbito
privado —el que representa la búsqueda personal e intransferible de la salvación, a
merced del "libre albedrío"—, lo cierto es que también aquélla se orientó a la actividad
política.
Sin embargo, ese derecho supremo es no un derecho legal, que coincidiría en-
tonces con la ley (o voluntad) del príncipe; por el contrario, es un derecho consuetu-
dinario, coincidente con la costumbre de la comunidad, y cuya determinación no la
54
Vid. CARLYLE, La libertad política, op. cit., pp. 25-27.
55
Vid. CARLYLE, La libertad política, op. cit., p. 33.
La modernidad es un espacio temporal que se sitúa entre finales del siglo XV y prin-
cipios del XVI, es decir, aproximadamente entre la llegada de Colón a unas costas que
resultaron ser las de un nuevo continente y la caída de Constantinopla, último reducto
del imperio romano, en poder de los turcos. Hasta la llegada de la época contempo-
ránea, los siglos siguientes verán, si nos atenemos al tema que nos ocupa, la profun-
dización y culminación de la idea de libertad como facultad que pertenece a la esfera
privada, al lado del desarrollo del instituto de la representación política y de las demo
cracias modernas. Es la época del desarrollo del individualismo, al ser el individuo
racional el sujeto de la libertad, aunque éste no será un asunto pacífico. Al final, los
acontecimientos socioeconómicos, políticos y jurídicos derivarán en la crisis del
modelo moderno y en el resurgir de la comunidad y de la esfera pública.
por ejemplo la imposición de las leyes, o libertad orientada a tomar decisiones también
sin la interferencia de extraños (así ocurría en la Declaración de Derechos del Hombre
y del Ciudadano); o como facultad sometida al menos al gobierno de las leyes (así
aparece en el absolutista Hobbes, pero no en el Leviatán, sino en el De cive; en el
Segundo tratado del gobierno civil del liberal Locke y en la Metafísica de las costumbres
de Kant, o en El espíritu de las leyes del conservador Montesquieu).56
Junto a estos rasgos, la libertad moderna, como libre voluntad y facultad innata
del hombre, constituye el núcleo de la llamada dignidad humana: así se aprecia en la
obra de los idealistas alemanes (aunque luego continúa en la de autores tan dispares
como Ernest Bloch). Más concretamente, Kant empieza a delimitar la noción de
dignidad cuando apunta que la voluntad libre sólo se ejerce si se cumple el imperativo
categórico: que el hombre sea tratado como un fin en sí mismo, y no como un medio.57
Sólo así, el hombre será libre, es decir, su propio señor, sui iuris.58
i. Libertad y seguridad
56
Así lo indica N. BOBBIO, Libertad e igualdad, trad. Pedro de Aragón Rincón, Paidós ICE/UAB, Barcelona,
1993, p. 99. Sobre la noción de libertad en Kant y su reconducción a la legalidad, vid. F. GONZÁLEZ VICÉN, "La filosofía
del Estado en Kant", en De Kant a Marx. (Estudios de historia de las ideas), Fernando Torres editor, Valencia, 1984, pp.
23 y ss.
57
Vid. N. LÓPEZ CALERA, Filosofía del derecho (II), Comares, Granada, 1998, pp. 166-168.
58
Vid. E. KANT, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Porrúa, México, 1983, cap. III.
59
Vid. K. MARX, El capital, trad. Juan M. Figueroa, R. Peñalosa et al., EDAF, Madrid, 1970, t. I, libro I, secc. 2a.,
"Compra y venta de la fuerza de trabajo".
60
Vid. al respecto M. WEBER, "La ética protestante y el espíritu del capitalismo", Revista de Derecho Privado.
Derek SAYER, Capitalismo y modernidad. Una lectura de Marx y Weber, Losada, Buenos Aires, 1994, pp. 132 y ss.,
polemiza con la importancia concedida por Weber al protestantismo en el desarrollo de la ciencia y el capitalismo en
la modernidad.
Vid. F. BATTAGLIA, "Filosofía del trabajo", Revista de Derecho Privado, Madrid, 1955, caps. II y IV.
61
Vid. J. LABASTIDA, Producción, ciencia y sociedad: de Descartes a Marx, Siglo XXI, México, 1969, III, "El hombre
62
Entre tanto, la teoría política orienta el origen y ejercicio del poder, en pos de esa
seguridad, mediante el contractualismo y el principio de legalidad, lo que subraya,
nuevamente, la concepción jurídica del poder. El contrato social, en el contexto de
desmembramiento del organicismo medieval, lleva a la formación de una única comu
nidad, el Estado, que surge de la monopolización de todo el poder social, político y
jurídico, antes repartido entre otros múltiples "estados". Desde el contractualismo
moderno, el Estado se considera una creación de los individuos modernos, aunque
63
J. LABASTIDA, Producción, ciencia y sociedad..., op. cit., III, pp. 96 y ss.
64
Vid. BOBBIO, El positivismo jurídico, Debate, Madrid, pp. 80-83.
los representantes más señeros de este contractualismo, esto es, Hobbes, Locke
y Rousseau, concluyen, no obstante, en diferentes modelos de Estado, libertad y
seguridad.
el Dios Inmortal, nuestra paz y defensa. Pues mediante esta autoridad, concedida
por cada individuo particular en la república, administra tanto poder y fuerza
que por terror a ello resulta capacitado para formar las voluntades de todos en el
propósito de paz en casa y mutua ayuda contra los enemigos del exterior. Y en
él consiste la esencia de la república, que (por definirla) es una persona cuyos
actos ha asumido como autora una gran multitud, por pactos mutuos de unos con
otros, a los fines de que pueda usar la fuerza y los medios de todos ellos, según
considere oportuno, para su paz y defensa común.
Y el que carga con esta persona se denomina soberano y se dice que posee el poder
soberano; cualquier otro es un súbdito.65
Siendo, según se ha dicho ya, los hombres libres, iguales e independientes por
naturaleza, ninguno de ellos puede ser arrancado de esa situación y sometido al
poder político de otros sin que medie su propio consentimiento. Éste se otorga
65
Vid. HOBBES, Leviatán, Editora Nacional, Madrid, 1979, cap. XVII, pp. 266 y 267.
mediante convenio hecho con otros hombres de juntarse e integrarse en una co-
munidad destinada a permitirles una vida cómoda, segura y pacífica de unos con
otros, en el disfrute tranquilo de sus bienes propios, y una salvaguardia mayor
contra cualquiera que no pertenezca a la comunidad […]. Una vez que un deter-
minado número de hombres ha consentido en constituir una comunidad o go
bierno, quedan desde ese mismo momento conjuntados y forman un solo cuerpo
político, dentro del cual la mayoría tiene el derecho de regir y de obligar a todos.
66
Vid. J. LOCKE, Segundo ensayo sobre el gobierno civil: un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del
gobierno civil, trad, prólogo y notas de Carlos Mellizo, Alianza Editorial, Madrid, 1990, cap. VIII, "Del comienzo de las
sociedades políticas", pp. 73 y 74.
67
Vid. J.J. ROUSSEAU, El contrato social, trad. M. Armiño, Alianza Editorial, Madrid, libro I, caps. VII y VIII.
Supongo a los hombres llegados a ese punto en que los obstáculos que se oponen
a su conservación en el estado de naturaleza superan con su resistencia a las
fuerzas que cada individuo puede emplear para mantenerse en ese estado. Entonces
dicho estado primitivo no puede ya subsistir, y el género humano perecería si no
cambiara su manera de ser.
Ahora bien, como los hombres no pueden engendrar fuerzas nuevas, sino sólo unir
y dirigir aquellas que existen, no ha tenido para conservarse otro medio que formar
por agregación una suma de fuerzas que pueda superar la resistencia, ponerlas
en juego mediante un solo móvil y hacerlas obrar a coro.
Esta suma de fuerzas no puede nacer más que del concurso de muchos: pero
siendo la fuerza y la libertad de cada hombre los primeros instrumentos de su
conservación, ¿cómo las comprometerá sin perjudicarse y sin descuidar los cui-
dados que a sí mismo se debe? Esta dificultad aplicada a mi tema, puede enunciarse
en los siguientes términos:
"Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda la fuerza común
la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual, uniéndose cada uno a todos,
no obedezca, sin embargo, más que a sí mismo y quede tan libre como antes".
Tal es el problema fundamental al que da solución el contrato social.
68
Sobre estas cuestiones, vid. por ejemplo A. TRUYOL Y SERRA, Historia de la Filosofía del Derecho y del Estado,
t. II, "Del Renacimiento a Kant", pp. 264-267, donde apunta a una posible interpretación autoritaria de los textos de
Rousseau.
Las cláusulas de este contrato están tan determinadas por la naturaleza del acto
que la menor modificación las volvería vanas y de efecto nulo; de suerte que
aunque quizá nunca hayan sido enunciadas formalmente, son por doquiera las
mismas, por doquiera están admitidas tácitamente y reconocidas; hasta que, vio
lado el pacto social, cada cual vuelve entonces a sus primeros derechos y recupera
su libertad natural, perdiendo la libertad convencional por la que renunció a
aquélla.
Estas cláusulas, bien entendidas, se reducen todas a una sola: a saber, la enaje-
nación total de cada asociado con todos sus derechos a la comunidad: Porque, en
primer lugar, al darse cada uno todo entero, la condición es igual para todos, y
siendo la condición igual para todos, nadie tiene interés en hacerla onerosa para
los demás.
Además, por efectuarse la enajenación sin reserva, la unión es tan perfecta como
puede serlo y ningún asociado tiene ya nada que reclamar: porque si quedasen
algunos derechos a los particulares, como no habría ningún superior común que
pudiera fallar entre ellos y lo público, siendo cada cual su propio juez en algún
punto, pronto pretendería serlo en todos, el estado de naturaleza subsistiría y la
asociación se volvería necesariamente tiránica y vana.
En suma, como dándose cada cual a todos no se da a nadie y como no hay ningún
asociado sobre el que no se adquiera el mismo derecho que uno le otorga sobre
uno mismo, se gana el equivalente de todo lo que se pierde y más fuerza para
conservar lo que se tiene.
Por lo tanto, si se aparta del pacto social lo que no pertenece a su esencia, encon-
tramos que se reduce a los términos siguientes: Cada uno de nosotros pone
en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad
Pese a las diferencias entre los modelos de contrato social en Hobbes, Locke y
Rousseau, se percibe que la libertad, que se considera innata, debe armonizarse con
la seguridad que proporciona la ley, la cual es erigida en garantía de orden, supervi-
vencia y paz del grupo; también permite la predicción de los efectos que acarrean
determinadas conductas, sean "legales" (derechos y obligaciones que derivan de un
contrato) o no (sanciones o indemnizaciones que pueden "experimentarse" por la
realización de conductas ilegales). Y el principio de seguridad jurídica en el ejercicio
del poder, gracias al respeto del principio de legalidad, será desarrollado, por ejemplo,
69
Vid. J.J. ROUSSEAU, Del contrato social o Principios del derecho político, libro primero, cap. VI, "Del pacto
social".
La libertad moderna, como voluntad libre, va a girar en torno a una noción típicamente
jurídica: el interés.72 Se trata, por consiguiente, de una juridificación de la moral, lo
cual, como se avisaba al inicio, se nos aparece como una manifestación de la influencia
70
Vid. BOBBIO, El positivismo jurídico, op. cit., pp. 54-57.
71
Vid. FOUCAULT, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo XXI, México, 1978, pp. 38 y ss. Y La verdad y
las formas jurídicas, Gedisa, Barcelona.
72
J. HABERMAS, "Human rights and popular sovereignty: the liberal and republican version", Ratio Juris, núm.
7, 1994, p. 6, confirma el uso en la modernidad de conceptos de derecho romano para definir sus "libertades negativas",
con objeto de asegurar la propiedad y el tráfico comercial de las personas privadas frente a las intervenciones del
poder político.
73
Vid. Angelo FALZEA, Introduzione alle scienze giuridiche. Parte prima: il concetto del diritto, Giuffré editore,
Milano, 1975, pp. 132 y 133.
74
Vid. Angelo FALZEA, Introduzione alle scienze giuridiche..., op. cit., pp.133 y 134.
75
Vid. Albert O´HIRSCHMAN, Las pasiones y los intereses. Argumentos políticos en favor del capitalismo antes
de su triunfo, trad. Eduardo L. Suárez, FCE, Méjico, 1978, pp. 19, 45 y 46.
76
Vid. Albert O´HIRSCHMAN, Las pasiones y los intereses. Argumentos políticos en favor del capitalismo antes
de su triunfo, op. cit. p. 63.
límite al poder del Estado, una vez que la moral había dejado de desempeñar esa
función, debido a la progresiva secularización de la política. Posteriormente y de la
mano de Hobbes, comienza la teoría política a ocuparse del interés del gobernado,
ámbito en el que resultará más útil, pues como interés público fracasó en su función
de límite al poder del gobernante.77
77
Vid. A. HIRSCHMAN, Las pasiones y los intereses, op. cit., pp. 40-44.
78
Vid. Thomas HOBBES, Elementos de derecho natural y político, trad. y prólogo de Dalmacio Negro Pavón,
CEC, Madrid, 1979, I, VII, 5.
79
Vid. Thomas HOBBES, Leviatán, op. cit., parte primera: "Del hombre", VI: "De los orígenes internos de los
movimientos voluntarios llamados comúnmente pasiones, y de los vocablos mediante los cuales son expresados",
pp. 156 y ss.
Ahora bien, como cualquier individuo pone todo su empeño en emplear su capital
en sostener la industria doméstica, y dirigirla a la consecución del producto que
rinde más valor, resulta que cada uno de ellos colabora de una manera necesaria
en la obtención del ingreso anual máximo para la sociedad. Ninguno se propone,
por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve.
80
Vid. F. HUTCHESON, "Inquiry into the original ideas of our ideas of Beauty and Virtue", British Moralist,
1965, p. 69.
81
Vid. A. SMITH, Investigaciones sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, trad. G. Franco,
ed. de E. Cannan, México, 1979.
82
Vid. A. SMITH, Teoría de los sentimientos morales, trad. Eduardo O´Gorman, FCE, México, 1978, p. 35.
83
Vid. A. SMITH, Investigaciones sobre la naturaleza..., op. cit., p. 402.
84
Sobre las conexiones entre Smith y Bentham, vid. M. ESCAMILLA CASTILLO, "Utilitarismo y liberalismo en
la teoría del derecho", Telos, vol. VI, núm. 2, 1997, pp. 115 y ss.
Con la asepsia de un nuevo nombre —el interés—, las antiguas avaricia y codicia
servirán para explicar la conducta humana, sustituyendo a los mecanismos que hasta
entonces habían aspirado a explicarla —la razón y la pasión, operando sobre el me-
canismo de la "voluntad libre"—. Las ventajas frente a éstas es que no era considerado
ni ineficaz como la primera, ni destructivo como la segunda, lo que supuso una
perspectiva más esperanzadora para la comprensión de los estímulos del compor
tamiento de los seres humanos.88
85
Vid. J. BENTHAM, An introduction to the Principles of Morals and Legislation, eds. J.H. Burns y H.L.A. Hart,
University of London, 1970, I, 3, y V: "Pleasures and pains, their kinds", pp. 12 y 42 y ss., respectivamente.
86
Vid. J. BENTHAM, An Introduction to the Principles of Morals and Legislation, op. cit., I, "Of the Principle of
Utility", 3, "Utility, what", p. 12.
87
Así nos lo indica HIRSCHMAN, Las pasiones y los intereses, op. cit., pp. 17, 38, 39 y 48.
88
Vid. HIRSCHMAN, Las pasiones y los intereses..., op. cit., p. 50.
En concreto, lo que aportaba el interés era una base empírica que aspiraba a ser
el reflejo verdadero y objetivo de la realidad, y que se ofrecía como la plataforma sobre
la que construir un conocimiento científico, aséptico y antimetafísico de las acciones
políticas, éticas, económicas y jurídicas del hombre. La existencia presuntamente
obvia del interés en todas las acciones humanas será la mejor baza para reclamar su
realismo, pero determinará también la falta de preocupación teórica para delimitarlo
conceptualmente, lo que a la larga afectará sus pretensiones de veracidad. Pero, con
independencia de estas dificultades, el interés se convierte en la causa del compor-
tamiento humano, pasando entonces el asunto de su libertad a un segundo plano;
concretamente, el de los medios que se usan para la consecución de un fin, que no
es otro que la satisfacción del interés (o egoísmo o placer).
89
Vid. J. BENTHAM, An Introduction to the Principles..., op. cit., III: "Of the four sanctions or sources of pains
and pleasures", 2, "Four sanctions or sources of pleasures and pain", pp. 34 y 35
Vid. Angelo FALZEA, Introduzione alle scienze giuridiche..., op. cit., p. 144.
90
Vid. J.D. RUIZ RESA, "El concepto de interés en Ihering", Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad
91
Las modernas teorías política, económica, jurídica e incluso ética habían atribuido a
la voluntad del ser humano una tendencia natural hacia el egoísmo o satisfacción de
su interés, identificado primordialmente como interés crematístico o económico, y,
por ende, a desenvolver (como ya había sostenido Aristóteles) en el ámbito privado;
si bien entonces no se concebía como algo opuesto o diferenciado de lo público y lo
comunitario.93 Ante estas teorizaciones, no extraña que el ejercicio de la libertad
moderna, primordialmente concebida como libre voluntad, obtuviera una intensa
significación económica y privatista, que llevó a rechazar toda intervención estatal en
la misma; una significación esta, por lo demás, ya elaborada en la obra de Locke,
cuando erigía en el prototipo de las facultades naturales del ser humano libre la
"natural" tendencia a la apropiación, sea de cosas materiales o inmateriales.
92
Vid. B. CONSTANT, "De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos", en Escritos políticos,
op. cit., pp. 282 y 283.
93
Vid. K. POLANYI, "El lugar de la economía en la sociedad", en El sustento del hombre, Mondadori, Barce
lona, 1994.
Entre los modernos contractualistas tenemos, pues, a John Locke, precursor del
liberalismo político moderno y, pese a su empirismo, usuario del concepto iusnatu-
ralista de los "derechos naturales", lo que le permite situar en la naturaleza humana
un reducto innato, íntimo e inviolable de libertad. Ésta adopta la configuración básica
de autodominio del hombre, que también se proyecta hacia el exterior, mediante
la apropiación de las cosas que se poseen en común, y que él hombre hace suyas,
no sin más, como presuponían los antiguos romanos o algunas corrientes del pen-
samiento europeo medieval, sino mediante el trabajo. El uso de los tópicos antiguos
de la libertad política, como el dominio, adquiere en la libertad interna de Locke una
nueva dimensión: el derecho "natural" a la propiedad privada, ya afirmada por Santo
Tomás de Aquino, hace que la propiedad deje de ser un "tópico" explicativo del alcance
de la libertad, política o íntima, y se convierta, en sí misma, en el derecho natural que
es modelo de los demás derechos naturales del hombre, tales como la misma libertad
o la vida.94 Y esta preeminencia modélica del derecho de propiedad (que es el residuo
de la libertad como autodominio, la cual es a su vez residuo de la libertad política
como acción) determinará que el liberalismo ceda a una posterior formulación en
términos preferentemente económicos.95
94
Así lo indica G. SABINE, Historia de la teoría política, op. cit., cap. XXVI, "Halifax y Locke", pp. 389 y 390.
95
Vid. John DEWEY, "Liberalismo y acción social", en Liberalismo y acción social y otros ensayos, trad., introd.,
y selecc. de J. Miguel Esteban Cloquell, Edicions Alfons el Magnánim, Valencia, 1996, p. 55. Y C.B. MACPHERSON,
La teoría política del individualismo posesivo, trad. J.R. Capella, Fontanella, Barcelona, 1970.
96
Sobre este particular, vid. P. BARCELLONA, L´individualismo proprietario, Boringheri, Torino, 1987 (trad.
española de M. Maresca, Trotta, Madrid, 1996).
97
Es el caso, por ejemplo, de los estudios que provienen de la "Behavioral economics", de la mano de Kahne-
man, Tversky o Thaler.
Pero volvamos a la libertad moderna como libertad económica, que tiene otra
de sus más importantes manifestaciones en la crítica a la doctrina mercantilista, que
sometía el comercio a una serie de medidas proteccionistas dispensadas por los
Estados, y en la demanda de libertad de trabajo. La crítica más importante al protec-
cionismo se debe a A. Smith, quien, como ya vimos, trató de demostrar que el mercado
funciona mejor por sí mismo, gracias a sus leyes naturales —de oferta y demanda—,
que por medio de cualquier política económica proteccionista; mientras que el interés
general se garantiza, no tratando de limitar el "egoísmo" natural de los hombres, sino
dejándolo actuar "libremente", pues todos estos egoísmos confluían naturalmente en
el interés general, como si una "mano invisible" los empujase hacia aquél.98
98
Vid. A. SMITH, La riqueza de las naciones, op. cit., libro IV, cap. II.
cia", pues eso le haría perder su pensión, y cuando volviera a estar en paro, no podría
beneficiarse de las leyes de pobres en la otra ciudad.99
Marx pone de manifiesto que esta libertad de trabajo se invoca, más que en
beneficio del individuo (concretamente, del individuo trabajador), como condición
estructural del modo de producción capitalista. Éste, que se caracteriza por la obten-
ción de un beneficio, sólo se consigue, según Marx, a partir de la detracción del trabajo
excedente o plusvalía, lo cual exige que el trabajador sea "libre", y que lo sea en un
doble sentido: libre jurídicamente y libre respecto de toda propiedad que no sea su
fuerza de trabajo.101
99
Vid. K. POLANYI, La gran transformación. Crítica del liberalismo económico, Ediciones La Piqueta, Madrid,
1989, pp. 135 y ss. Y T.H. MARSHALL, Cittadinanza e classe sociale, trad. Paolo Maranini, Unione Tipografico-Editrice
Torinese, Turín, 1976, pp. 18 y ss.
100
Vid. H. SCHELSKY, "Sociología industrial y de la empresa", en A. GEHLEN y H. SCHELSKY (eds.), Sociología
moderna, trad. O. Popescu, Depalama, Buenos Aires, 1962, p. 199.
101
Vid. K. MARX, El capital, op. cit., t. I, libro I, secc. 2a., "Compra y venta de la fuerza de trabajo".
ni tampoco fue "útil" para el interés del trabajador, quien no pudo lograr en el mercado
la obtención de un salario mínimo, no ya para garantizar su dominio sobre sí mismo,
sino para sobrevivir. Tras la depresión de 1929, manifestación del colapso de la
economía capitalista clásica, se produce un cambio de orientación en la teoría eco
nómica, que, de la mano de Keynes, propugna un intervencionismo estatal en las
famosas leyes de mercado, mediante una política del lado de la demanda, es decir,
orientada a garantizar el consumo de las mercancías ofrecidas, influyendo en los
precios, como por ejemplo, el del trabajo, o garantizando la capacidad adquisitiva de
los trabajadores, gracias a una política social. Es la justificación para el surgimiento
de un Estado interventor, al que se llamó Estado de bienestar o Estado social, y que
impulsó el desarrolló de un derecho de la economía o de un derecho laboral, los cuales
introdujeron límites a la libertad económica contractual,102 y cambios en las leyes
humanas de distribución de la riqueza (según preconizó uno de los representantes
más destacados del liberalismo, John Stuart Mill).103
102
Vid. J. RUBIO LARA, La formación del Estado social, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1991.
103
Vid. J.D. RUIZ RESA, "La Política social en John Stuart Mill", en M. ESCAMILLA (ed.), John Stuart Mill y las
fronteras del liberalismo, Universidad de Granada, Granada, 2004, pp. 231-262.
Distinta era la actitud de Rousseau, quien, por otro lado, no puede calificarse de
liberal, y que trata de establecer una mayor dependencia entre la libre voluntad del
individuo y su libertad política. También para él, la libertad es la facultad de no "obe-
decerse sino a sí mismo", formando parte de la "voluntad general". Pero esta voluntad
no puede representarse: Rousseau exige la participación política directa de los ciuda
danos, al estilo antiguo, aunque eso no le impide seguir siendo deudor de la tesis de
la voluntad, ahora elevada a voluntad política general, cuyo soporte es el Estado
democrático.106 Es en la voluntad general donde cada ciudadano consigue realizar su
104
Vid. E. KANT, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, op. cit., II, 46.
105
Vid. B. CONSTANT, "De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos", en Escritos políti
cos, op. cit.
106
Vid. J.J. ROUSSEAU, El contrato social, trad. Mauro Armiño, Alianza Editorial, Madrid, 1980, caps. VII y VIII.
misma libertad como facultad interior, que lejos de resolverse en mero instinto (como
ocurría con su libertad en el estado de naturaleza) se concreta en la libertad civil, que
está limitada por la voluntad general —de la que él mismo formaría parte indisoluble—,
y en la libertad moral, como la verdadera libertad que convierte al hombre en sui iuris
o dueño de sí.107 Estamos, pues, ante un intento por reconducir la libertad como fa-
cultad interna hacia la libertad como acción política, que se desarrolla en cuanto parte
indivisible de la voluntad general, en una democracia directa, y que será muy criticado
desde las filas liberales, por considerarlo una injerencia injustificable en el núcleo
básico de la libertad humana: el ámbito de lo privado.
La crítica marxista y los movimientos obreros del siglo XIX habían evidenciado
que, en el Estado liberal, el sujeto beneficiado con el disfrute de la libertad política,
en los términos mencionados (es decir, el ciudadano ocupado en sus asuntos privados,
detentador de un derecho al sufragio mediante el cual delega en sus representantes
la creación de leyes a las que está dispuesto a someter su libre albedrío), no era
cualquier ser humano. Y ello a pesar de que el entusiasmo revolucionario francés
parecía declararla como un principio extensible a aquellos sectores de la población,
que componían el "tercer estado", y en donde había sido tradicionalmente ubicada
una insatisfecha burguesía. Y lo parecía porque, al lado de la libertad, también se
reivindicaba la igualdad. Pero a esto nos referiremos más adelante, cuando analicemos
ese otro principio.
107
Vid. ROUSSEAU, El contrato social, op. cit., I, cap. VIII.
Baste ahora recordar que habría que esperar al siglo XX, para la extensión de la
libertad política a la clase obrera, excluida hasta entonces del derecho al sufragio,
mediante el principio de soberanía nacional, precisamente por carecer del nivel de
rentas exigido para tener acceso a la "ciudadanía", como demostración de que, según
sostenía Kant, racionalidad se equiparaba a autodisposición. Más años habría que
esperar para extender el sufragio a las mujeres.
En primer lugar, pregúntense ustedes, señores, lo que hoy día entiende por libertad
un inglés, un francés, un habitante de los Estados Unidos de América.
Es el derecho de cada uno a no estar sometido más que a las leyes, a no poder ser
ni arrestado, ni detenido, ni muerto, ni maltratado de manera alguna a causa
de la voluntad arbitraria de uno o de varios individuos. Es el derecho de cada uno
a expresar su opinión, a escoger su trabajo y a ejercerlo, a disponer de su propie
dad, y abusar incluso de ella; a ir y venir sin pedir permiso y sin rendir cuentas de
sus motivos o de sus pasos. Es el derecho de cada uno a reunirse con otras per-
sonas, sea para hablar de sus intereses, sea para profesar el culto que él y sus
asociados prefieran, sea simplemente para llenar sus días y sus horas de la manera
más conforme a sus inclinaciones, a sus caprichos. Es, en fin, el derecho de cada
uno a influir en la administración de su gobierno, bien por medio del nombramiento
de todos o de determinados funcionarios, bien a través de representaciones, de
peticiones, de demandas que la autoridad está más o menos obligada a tomar
en consideración […]
108
B. CONSTANT, "De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos", op. cit., pp. 259,
260 y 282.
Lo importante es, pues, la esfera privada, que quita tiempo para ocuparse de la
pública; de ahí la necesidad de elegir representantes, si bien Constant insiste en
la necesidad de vigilarlos para que cumplan con las funciones encomendadas. Sus
palabras nos interesan porque reproducen un sentido de la libertad que todavía perdura
en las actuales democracias constitucionales
109
Hay desde luego bastantes diferencias entre Rousseau y, por ejemplo, Marx, pues, entre otras cosas, Marx
pensaba en el pueblo, no en términos de nación sino en términos de clase, y lo identifica con la obrera, cuyos miembros
constituyen, a su entender, el sector más numeroso y con más voluntad de realizar la justicia. Además, para Marx
tampoco la teoría política de Rousseau permite superar la división entre la esfera de la sociedad civil (la de las liber-
tades individuales y los derechos políticos) y la de la sociedad privada. Vid. al respecto José Antonio DE GABRIEL
PÉREZ, "La crítica elitista de la democracia", en DEL ÁGUILA, VALLESPÍN et al., La democracia en sus textos, op. cit.,
pp. 206 y ss. Pero, aunque fuera muy crítico con los derechos políticos y libertades burguesas, a las que consideraba
propias del hombre egoísta y vuelto hacia sí mismo, Marx supo ver en algunos de esos derechos, como el de aso-
ciación y reunión, instrumentos que la clase obrera podía utilizar para su liberación. Los defenderá desde un punto
de vista político, pero no ético. Además, y en relación con determinados países, Marx matizaría su propuesta de
No sólo las demandas de igualdad, sino también de la misma economía política ca-
pitalista, condujeron a la interferencia del Estado en esferas reservadas a la libre
voluntad del individuo. Luego la intervención del Estado en economía se justifica
también en nombre de la eficacia, y tiene como objetivos principales el mantenimiento
del pleno empleo, o, al menos, un alto nivel de ocupación, la provisión pública de una
serie de servicios sociales universales dirigidos a toda la población, sin ningún test
de ingresos (educación, asistencia sanitaria, pensiones, ayudas familiares, vivienda)
y la garantía de un mínimo vital.110
acabar por medio de la revolución con el modo de producción capitalista. Vid. al respecto M. ATIENZA, Marx y los
derechos humanos, Mezquita, Madrid, 1983. Si para Alemania o Francia no encontraba otra vía mejor, para Inglaterra
consideró la oportunidad de utilizar la vía del sufragio, cuya universalización sería la mejor conquista para la clase
obrera, al garantizar así su predominio político. Vid. K. MARX, "El 18 Brumario de Luis Bonaparte" (1952), en K. MARX
y F. ENGELS, Obras escogidas, Progreso, Moscú, 1971. En este sentido, Marx se mostrará partidario de la extensión
del sufragio, cuya universalización será para él uno de los signos más característicos de aquel ensayo de domina
ción política obrera que fue la Comuna de París. Vid. MARX, La guerra civil en Francia, Aguilera, Madrid, 1976.
110
Vid. R. MISHRA, "El Estado de Bienestar después de la crisis: los años ochenta y más allá", en R. BUSTILLO
(comp.), Crisis y futuro del Estado de Bienestar, Alianza Editorial, Madrid, 1989, pp. 56 y ss.
Una vez convenido que el ejercicio de la voluntad libre no puede dejarse única-
mente a las condiciones del mercado, el contenido dado a la libertad por el socialismo,
sobre todo el democrático (que, separándose de ciertos postulados del marxismo, abraza
la cultura liberal de las libertades civiles y los derechos de participación política en
un Estado democrático representativo), va a ser deudor de los contenidos de la libertad
111
Vid. V. ZAPATERO, "Tres visiones sobre el Estado de Bienestar", Sistema, núm. 80/81, 1987, pp. 23 y ss.
112
De hecho, esta posibilidad, así como la situación del Estado de derecho entre el Estado liberal democrático
y un Estado autoritario, llevó a propugnar la desaparición del término "social". Vid., por ejemplo, E. DÍAZ, Estado de
Derecho y sociedad democrática, Taurus, Madrid, 1a. ed. 1966, 8a. ed. revisada, 1981, 2a. reimp., 1984, pp. 111 y ss.
113
Vid. J.A. DE GABRIEL PÉREZ, "La crítica elitista de la democracia", en R. DEL ÁGUILA, F. VALLESPÍN
et al., La democracia en sus textos, op. cit., pp. 197 y ss.
moderna que ya hemos visto, y entre ellos, de su significación económica. Así nos lo
descubre una política destinada a garantizar, ante todo, el perfil propietario del traba-
jador, gracias a la garantía de un salario mínimo, aun en caso de desempleo, o la
traducción de la mayoría de las prestaciones que les concede en términos económicos
(pensiones por desempleo, por invalidez, por enfermedad, etc.). Se trata de garanti-
zarles su acceso al mercado, con algo más que su trabajo (una renta mínima) para
intercambiar.114 Tales fueron los objetivos del Estado social de la socialdemocracia
(del que se afirma que respondía a motivaciones éticas), o del Estado del bienestar del
liberalismo social (persiguiendo el fin económico de evitar los fallos del mercado),115
cuyas intervenciones en la esfera privada del individuo, donde aquél desarrolla su
"libertad", se presentan como "necesarias".116
114
Que la teoría keynesiana hace del consumo de masas la clave del progreso económico, es algo señalado,
por ejemplo, por U. PREUSS, "La crisis del mercado de trabajo y las consecuencias para el Estado social", en J. COR-
CUERA ATIENZA y M.A. GARCÍA HERRERA (eds.), Derecho y economía en el Estado Social, Tecnos, Madrid, 1988, pp.
77 y ss.
115
Vid. U. PREUSS, "El concepto de los derecho y el Estado del Bienestar", en Enrique OLIVAS (ed.), Problemas
de legitimación del Estado Social, Trotta, Madrid, 1991, pp. 68 y 69, donde apunta que estas diferencias terminarían desa
pareciendo: en ambos casos se asiste a la reconciliación entre el capitalismo y la democracia. Frente a la lineal
consideración de que el liberalismo rechaza todo intervencionismo estatal en orden a paliar la situación de desamparo
de los indigentes y trabajadores, ciertas obras de Bentham y John Stuart Mill (sobre éste volveremos en el análisis del
principio de igualdad), donde se admite que no siempre el individuo libre es responsable de su indigencia, vienen a
certificar lo contrario, pues exigen ciertas interferencias del poder público en la esfera privada: en el caso de Bentham,
se propugna incluso la reclusión de los niños indigentes en casas de trabajo: para pagar su asistencia y no crear
parásitos, y para aprender un oficio. J. BENTHAM, "Outlaine of a work entitled Pauper Management Improved", en
The Works of Jeremy Bentham, Edimburgo, 1838-1843, viii, pp. 369 y ss. En cuanto a Mill, vid. sus Principios de Economía
política con algunas de sus aplicaciones a la filosofía social (1848), trad. Teodoro Ortiz, FCE, México, 1a. edición en
español 1943, 3a. reimp., pp. 826 y 827.
116
Vid. J.A. ESTÉVEZ ARAUJO, "Estructura y límites del Derecho como instrumento del Estado Social", en
Enrique OLIVAS (ed), Problemas de legitimación en el Estado social, op. cit., p. 159.
117
Vid. CONSTANT, "De la libertad de los modernos…", op. cit., pp. 282 y 283.
Entre las posiciones que muestra esa nostalgia podemos incluir la corriente deno
minada "neoliberalismo". Éste se presenta, equívocamente, como una reedición del
liberalismo, pero como no es fácil precisar los confines del liberalismo —una tradición
que es capaz de incluir a Locke, Kant, Adam Smith, Bentham, John Stuart Mill, John
Dewey, Richard Rorty, John Rawls o Ronald Dworkin—, tampoco resulta fácil deter-
minar qué es el neoliberalismo.
Para Nozick, la intervención del Estado somete a los individuos a una situación
de esclavitud de la que sólo pueden emanciparse si reducen las funciones socioeco-
nómicas de aquél. Tal reducción es exigible porque toda injerencia estatal en la esfera
de la libertad individual es una violación de la persona autónoma e independiente, así
como una instrumentalización de su persona al servicio de los demás. Por esta razón,
sólo es justificable un Estado mínimo, cuyas funciones consistirán únicamente en la
protección contra la fuerza, el robo y el fraude, así como la garantía del cumplimiento
de los contratos.118
118
Vid. R. NOZICK, Anarchy, State, and Utopia, B. Blackwell, 1974.
119
Vid. F. VON HAYEK, The Road to Serfdom, Georges Routledge & Sons, Londres, 1944 (trad. española en Alianza
Editorial, Madrid, 3a. ed., 1990); The Constitution of Liberty, Chicago University Press, Chicago, 1960 (trad. española
Berlin se centra en una "libertad política" que tiene poco que ver con la clásica,
pero que él denomina así porque en su configuración depende de las obstrucciones
que provienen del poder de la comunidad, lo cual se pone de manifiesto porque sus
dimensiones positiva y negativa pueden entrar en conflicto. Esto sucede cuando el yo
es configurado —como ocurre, a su entender, con el racionalismo metafísico que
surge en el siglo XVIII— como un yo dividido entre razón y pasión, que sólo es dueño
de sí mismo si la primera somete a la segunda, lo que ha permitido que se desarrollara
una concepción totalitaria de la libertad, que identifica el verdadero yo con la comu-
nidad, único lugar donde la racionalidad garantiza el acceso a la libertad superior, y
con la posibilidad de coaccionar al individuo en nombre de su verdadero yo racional.
Frente a estas posibilidades, Berlin demanda la primacía de la libertad negativa sobre
la positiva, ante todo para liberar al individuo de las imposiciones de la comunidad,
aunque también pueda tener desviaciones: para un anglorruso como Berlin, siempre
serán menores que las desviaciones a las que ha conducido la libertad positiva, que
en Unión Editorial, Madrid, 1991); Law, Legislation and Liberty, 2 vols., Routledge & Kegan Paul, Londres, 1973 y 1976
(trad. española en Unión Editorial, Madrid, 1978).
tiende a suprimir la elección libre, así como a reducir la libertad (que debe ser en sí
misma un fin) a simple medio al servicio de fines comunitarios. A partir de estas
consideraciones, Berlin defiende como régimen político adecuado una democracia
pluralista, imprescindible para garantizar el cambio continuado que demanda la
inexistencia de respuestas definitivas.120
Con Aron nos acercamos a una defensa de la sociedad democrática liberal, pese
a las limitaciones que aquélla evidencia (por ejemplo, sus tendencias oligárquicas), y
de las que Aron, sociólogo de formación, es consciente. Frente a Hayek, se muestra
partidario de las reglamentaciones que introduce el Estado de derecho, cuyo poder
no le parece desdeñable en el nuevo orden internacional de bloques enfrentados,
pues las considera garantía de una mayor eficiencia y justicia social. Tampoco le basta
la noción de libertad negativa por la que abogaba Berlin, ya que a Aron le parece
imprescindible su dimensión positiva o pública, encaminada a participar en los pro-
cesos de deliberación política.121
Con la obra de Arendt se produce una vuelta a lo que ella considera sentido originario
de la libertad, y que es el que tiene que ver, no con la libre voluntad sino con la libre
120
Vid. I. BERLIN, Cuatro ensayos sobre la libertad (1969), trad. J. Bayón, Alianza Editorial, Madrid, 1988; y
Conceptos y categorías. Ensayos filosóficos (1978), trad. F. González Aramburo, FCE, 1983.
121
Vid. R. ARON, Democracia y totalitarismo, (1965) Seix Barral, Barcelona, 1966.
122
Vid. L. HINCHMAN y S. HINCHMAN, "In Heidegger Shadow: Hannah Arendt´s Phenomenological Huma-
nism", The Review of Politics, vol. 46, núm. 2, abril, 1984.
123
Vid. Paolo FLORES D´ARCAIS, "Hannah Arendt. Una actualidad anacrónica", Claves de Razón práctica, núm.
65, 1996, p. 60.
Para Arendt, nuestra vida política, si bien es una esfera de acción, se desarrolla
en medio de procesos históricos que, aunque han sido iniciados por los hombres, se
han convertido en algo automático, como los procesos naturales, en los que rigen el
determinismo y la ausencia de libertad. Este estancamiento que produce el automa-
tismo de los procesos históricos es, a juicio de Arendt, ruinoso, y en su ininterrupción,
empuja a la libertad hacia la impotencia. No sin cierta amargura, concluye que, como
toda interrupción de un proceso natural, el ejercicio de la libertad que interrumpe el
automatismo de la historia y comienza algo nuevo, también aparece hoy como un
milagro. Pero Arendt sostiene que este proceso histórico que discurre de manera
automática, conduce, como todos los procesos automáticos naturales y biológicos a
los que se asimila, hacia la ruina y la muerte. Sólo el desastre, y no la salvación, "su-
cede" de manera automática, de modo que el hombre debe recuperar el control de
su vida y de su historia; debe, pues, "operar" el milagro de interrumpir el automatismo
en que se ha sumergido su historia, "iniciando" un nuevo proceso.124
En busca del ciudadano antiguo, como ejemplo modélico de quien inicia y lleva
a término una acción, Hannah Arendt critica la figura del pater familiae, vuelto com-
124
Vid. H. ARENDT, "¿Qué es la libertad?", op. cit., pp. 11-13.
Sin embargo, y una vez vencido el totalitarismo, las democracias actuales, sobre
todo los políticos conservadores y su defensa ciega de lo privado, siguen sin enfrentarse
a su problema básico, que es la ausencia de "ciudadanos", es decir, de sujetos "activos".
Los seres humanos que viven en esas democracias, continúan inmersos en sus esferas
privadas, a punto para convertirse, de nuevo, en hombres-masa, "capaces de aceptar
cualquier tarea, incluso la de verdugo" (tal y como ocurrió en los regímenes totalita
rios), con tal de que no se altere ni uno solo de sus privilegios como sujeto "privado".
En este horizonte, la partitocracia de los partidos-máquina y el populismo pululan a
su antojo, y profundizan en la mentira que ha sustraído la libertad humana de la acción
política responsable, para recluirla en la vida familiar.
125
Vid. H. ARENDT, La condición humana, Paidós, Barcelona, 1993; y Los orígenes del totalitarismo, Taurus,
Madrid, 1974.
No obstante, hay elementos que diferencian las teorías de estos autores, pero
en esta exposición sólo nos ocuparemos del primero de ellos, como ejemplo paradig-
mático de esa especial predilección por el pasado clásico, más concretamente, por
la obra de Aristóteles, en busca de soluciones para el estado de confusión que
preside el intercambio de argumentos en las democracias liberales actuales.
126
Vid. sobre estas cuestiones, Stephen MULHALL y Adam SWIFT, El individuo frente a la comunidad. El debate
entre liberales y comunitaristas, trad. E. López Castellón, Temas de Hoy, 1996, pp. 17, 18 y 74.
Con este punto de partida, MacIntyre advierte que sólo en la Grecia clásica, en
especial en la obra de Aristóteles, los seres humanos son considerados desde una
naturaleza específica que les marca objetivos determinados, y a cuya consecución
ayudan las virtudes, concebidas como excelencias del carácter. Estas virtudes no
son un simple medio para un fin, pues éste no puede especificarse con independencia
de aquéllas, que, por lo demás, no pueden practicarse al margen de la comuni
dad política, en la que se comparte con otros hombres el proyecto común de vivir la
vida buena.
127
Vid. MULHALL y SWIFT, El individuo frente a la comunidad, op. cit., pp. 109-123.
128
Ibid., pp. 123-153.
Fue este epígono de la Escuela de Frankfurt uno de los críticos del exceso de juridifi-
cación política que produjo el Estado social, y que suponía la extracción de ámbitos
regulados por la esfera privada para ser regulados por la pública.
129
Vid. J. HABERMAS, Problemas de legitimidad en el capitalismo tardío, trad, J.L. Echeverri, Amorrortu, Buenos
Aires, 1975.
Con Habermas cerramos, sin pretender agotar, el recorrido por el acervo que
subyace al valor de libertad y que se detecta aún en nuestras Constituciones. En ese
acervo, la política, la moral, la economía y el mismo derecho delimitan sus contenidos,
no siempre en diáfana armonía, para convertirla en el contenido de una ley trascen-
dente y metafísica, en propiedad innata de los seres humanos, sea de su razón o de
130
Vid. J. HABERMAS, Tres modelos de democracia, Universidad de Valencia/Asociación Vasca de Semiótica,
Valencia, 1985.
131
Vid. J. HABERMAS, "Human Rights and Popular Sovereignty", Ratio Juris, núm. 7, 1994, pp. 1-13.
L
a igualdad ha sido tradicionalmente una de las emanaciones del contenido de la
justicia desde su enunciación clásica —el otro era el de legalidad—, y las demandas
de justicia social han implicado siempre una remisión a la igualdad. Esto significa
que las elaboraciones teóricas y las exigencias de igualdad se encuentran en mu
chos casos superpuestas a las de justicia, aunque ahora veremos qué formas puede
adoptar.
Por lo demás, el análisis de los discursos sobre la igualdad que veremos a con-
tinuación conducirán a una reconsideración de los discursos sobre la libertad, ya que
los primeros permiten delimitar el sujeto de los segundos, es decir, permiten conocer
quiénes pueden ser libres, en su voluntad y/o en su acción, tanto en la teoría como en
la práctica. Para llevar a cabo este menester volveremos a poner en marcha el reloj
de la historia.
97
132
Vid. ARISTÓTELES, La política, op. cit., I, 1253b-1255b.
133
De ella nos da noticia A. VALCÁRCEL, "El concepto de igualdad", en A. VALCÁRCEL (comp.), El concepto
de igualdad, ed. Pablo Iglesias, Madrid, 1994, p. 3.
134
Vid. ARISTÓTELES, Política, 1275a-b, 1278a y 1329a-b.
tamiento civil. Aquí estaríamos ante un caso de justicia correctiva, que trata de medir
el daño y el beneficio que las partes o sujetos pueden experimentar, y en el que no se
valoran los méritos sino el valor efectivo de actos y cosas.135
135
Vid. PLATÓN, Las leyes, V, 737c.
136
Vid. N. MATTEUCCI, "Dell´eguaglianza degli antichi parangonata a quella dei moderni", en Lo Stato mo-
derno, Il Mulino, Boloña, 1993, pp. 212 y 213.
137
Vid. ARISTÓTELES, Política, op. cit., IV, 1291b-1292a.
Por muy amplio que pudiera ser el número de participantes que un régimen
político democrático admitiera en el gobierno, la libertad política conexa a aquél no
era disfrutada sino por los que eran considerados ciudadanos. La "dignidad" de ciu-
dadano, la cual se define "por ningún otro rasgo mejor" que "por su participación
en la justicia y el gobierno",139 no era disfrutada por cualquier ser humano, sino por un
sujeto libre y económicamente independiente. Esto reducía bastante el número de
beneficiarios de aquella libertad política y, por ende, de seres abstraídos de la esfera
privada: en la República de Platón, donde la propiedad era común a todos los ciuda-
danos, no estaban presentes las mujeres, pues éstas eran parte de lo poseído; y en
su república ideal, los sabios serían en realidad los gobernantes, cuya independencia
económica era literal, pues no podían poseer nada. Para Aristóteles, respetuoso con
la propiedad privada por motivos "prácticos", los ciudadanos debían ser los auto
suficientes,140 que entonces eran los pater familiae. Algo similar ocurría con el ciuda-
dano de la Roma antigua: allí, como en Grecia, la encargada del domus (que coincidía
con el ámbito privado del mundo antiguo), es decir, la mujer, tenía vedada la esfera
pública, al igual que los esclavos, quienes también pertenecían al domus, concretamente
138
Vid. N. MATTEUCCI, "Dell´eguaglianza degli antichi parangonata a quella dei moderni", op. cit., pp. 217 y 218.
139
Vid. ARISTÓTELES, Política, 1275a.
140
Ibid., 1252b-1253a.
141
Vid. ARISTÓTELES, Política, 1253b-1254a.
142
Vid. J. LABASTIDA, Producción, ciencia y sociedad, op. cit., pp. 52 y ss.
143
ARISTÓTELES, Política, 1255a-b.
en los esclavos, en quienes domina el control del cuerpo, razón por la cual deben
someterse por naturaleza a aquellos en quienes domina el control del alma. La misma
justificación da Aristóteles para el sometimiento de la hembra al macho (en cambio,
Platón llega a admitir una concepción de la isonomía como igualación jurídica entre
los hombres y las mujeres que forman parte de la clase de los guardianes de la ley,
mientras que en otros momentos, la proclama respecto de la polis democrática).144
Así expresaba Aristóteles sus puntos de vista sobre la desigualdad natural entre los
seres humanos y las consecuencias que de eso se derivaban:
Mandar y ser mandado no sólo son hechos, sino también convenientes, y pronto,
desde su nacimiento, algunos están dirigidos a ser mandados y otros a mandar.
Hay que estudiar lo natural en los seres que se comportan de acuerdo con la na-
turaleza, y no en los pervertidos. Por eso hay que observar al hombre que está mejor
dispuesto en cuerpo y alma, y en él esto resulta evidente. Ya que en los malvados,
o de comportamiento vicioso, puede parecer muchas veces que el cuerpo domina
al alma, por su disposición vil o contra naturaleza.
Es posible entonces, como decimos, observar primero en el ser vivo el dominio se
ñorial; y a su vez la inteligencia ejerce sobre el apetito un dominio político regio.
144
Vid. PLATÓN, La República, ed. J.M. Pabón, y A. Fernández Galiano, IEP, Madrid, 1949, 456c y 536b,
respectivamente.
Al referirnos de nuevo al hombre y los demás animales sucede lo mismo: los ani-
males domesticables son mejores que los salvajes, y para todos ellos es mejor
estar sometidos al hombre, ya que así obtienen su seguridad. También en la relación
del macho con la hembra, por naturaleza, el uno es superior; la otra, inferior; por
consiguiente, el uno domina; la otra es dominada.
Del mismo modo es necesario que suceda entre todos los seres humanos. Todos
aquellos que se diferencian entre sí, tanto como el alma del cuerpo y como el
hombre del animal, se encuentran en la misma relación. Aquellos cuyo trabajo
consiste en el uso del cuerpo, y esto es lo mejor de ellos, éstos son, por naturaleza,
esclavos, para los que es mejor estar sometidos al poder de otro, como en los ante
riores ejemplos. Así que es esclavo por naturaleza el que puede depender de otro
(por eso, precisamente, es de otro) y el que participa de la razón en tal grado como
para reconocerla, pero no para poseerla. Pues los demás animales, que poseen
sólo sensaciones, no obedecen por cálculo racional, sino que sirven con sus reac-
ciones instintivas. En su utilidad la diferencia es pequeña. Porque con su cuerpo
proporcionan una ayuda para las necesidades de la vida unos y otros, tanto los
esclavos como los animales domésticos. La naturaleza intenta incluso hacer dife-
rentes los cuerpos de los esclavos y los de los libres: a los unos, fuertes, para su
obligado servicio, y a los otros, erguidos e inhábiles para tales menesteres, pero
capaces para la vida política […] Pero muchas veces ocurre lo contrario: que los
esclavos tienen, los unos, cuerpos de personas libres, y los otros, almas. Bien es
evidente, desde luego, que sólo con que todos fuera diferentes [de los demás] por
sus cuerpos en la medida en que son diferentes de los hombres las imágenes de
los dioses la generalidad reconocería que los inferiores merecerían ser esclavos.
Y si esto es verdad respecto del cuerpo, mucho más justo sería trazar tal distinción
con respecto del alma. Aunque no es igual de fácil ver la belleza del alma como la
del cuerpo.
Sin embargo, está claro que, por naturaleza, unos son libres y los otros esclavos.
Y que a éstos les conviene la esclavitud, y es justa.145
145
ARISTÓTELES, Política, 1254a-1255a.
146
Vid. B. MANIN, Los principios del gobierno representativo, versión de F. Vallespín, Alianza Editorial, Madrid,
1998, pp. 23 y ss.
La ley divina es sólo un modelo para la ciudad terrenal, pero no altera el orden
humano, aunque quienes la siguen representan una avanzadilla de la "ciudad de Dios".
De cualquier modo, y como avisa Amelia Valcárcel, las demandas de igualdad de los
textos cristianos, tan explícitas, sirvieron de lema a numerosas revoluciones
sociales.148
147
Vid. A.J. CARLYLE, La libertad política, op. cit., pp. 41 y ss.
148
Vid. A. VALCÁRCEL, "Igualdad, idea regulativa", en A. VALCÁRCEL, El concepto de igualdad, op. cit., p. 4.
Los estamentos eran asimismo funcionales, y la función que a cada uno corres-
pondía estuvo conectada inextricablemente con el privilegio y honor de todos ellos.
149
Vid. S. GINER, "El concepto de igualdad", en A. VALCÁRCEL (comp.), El concepto de igualdad, op. cit., p. 136.
150
Vid. J. HUIZINGA, El otoño de la Edad Media, Alianza Editorial, Madrid, 1984, cap. III.
151
Vid., Dietrich GERHARD, La vieja Europa. Factores de continuidad en la historia europea (1000-1800), trad.
Julio A. Pardos Martínez y Antonio Sáez Arance, Alianza Editorial, Madrid, 1991, pp. 62-65.
Las funciones venían dadas a partir de un tópico de origen indoeuropeo, que compar-
tieron desde Platón y Aristóteles hasta el pensamiento cristiano, y que distinguía entre
oratores, bellatores o defensores y laboratores, las cuales se atribuyeron, respectiva-
mente, al clero, la nobleza y el llamado Tercer Estado.152 Dentro del estamento "traba-
jador" se distinguió, a su vez, una jerarquía entre agricultores, artesanos, comerciantes
y, en último lugar, la "no muy honorable" usura.
152
Vid. D. GERHARD, La vieja Europa, op. cit., p. 63.
sentido de que los representes políticos serán escogidos, no por sorteo, sino elegidos
de entre los mejores de la comunidad.153
b. La igualdad moderna
La igualdad moderna toma como punto de partida la igual naturaleza de los seres
humanos, que hereda del cristianismo, por la vía del iusnaturalismo racionalista. Esta
igualdad, presupuesta en el estado de naturaleza que se abandona merced al contrato
social, es valorada de distinta forma por Hobbes, Montesquieu o Rousseau: para el
primero, la "igualdad aproximada" es fuente de guerras que pueden conducir a la des
trucción del género humano; para los segundos, es un "bien" por recuperar en el
Estado social, gracias, respectivamente, a la ley o a la instauración de la soberanía
popular.154
153
Vid. MANIN, Los principios del gobierno representativo, versión de F. Vallespín, Madird, Alianza Editorial,
1998, pp. 59 y ss. y119 y ss.
154
Vid. A. MARTINELLI, "I principi della Rivoluzione francese e la società moderna", en A. MARTINELLI, M.
SALVATI, S. VECCA, Progetto 89. Tre saggi su libertà, eguaglianza e fraternità, A. Mondadori Editore, Milán, 1989,
pp. 71-73.
Por otra parte, y al igual que la libertad moderna, también la igualdad moderna
es una demanda obligada para el desarrollo mismo del Estado moderno, pues ambas
contribuyen a la extensión del individualismo y al fin del organicismo medieval: si
existiesen los estamentos sociales, las relaciones del Estado con el individuo estarían
mediatizadas por éstos, mientras que los vínculos de subordinación entre los distintos
estamentos impedirían que el Estado concentrara todas las relaciones políticas.157
Esta igualdad supondrá para el liberalismo económico la posibilidad de que los tra-
bajadores y empresarios sean considerados individuos libres y equivalentes que, en
cuanto propietarios (unos, del capital y los medios de producción; otros, del trabajo)
155
Vid. A. E. PÉREZ LUÑO, "El concepto de igualdad como fundamento de los derechos económicos, sociales
y culturales", Anuario de Derechos Humanos, núm. 1, 1980, pp. 265-267.
156
Vid. G. PECES-BARBA, Curso de derechos fundamentales (I). Teoría general, Eudema, Madrid, 1991, p. 213.
157
Vid. A.E. PÉREZ LUÑO, "El concepto de igualdad como fundamento de los derechos económicos, sociales
y culturales", op. cit., p. 261.
bourgeois o habitante de la ciudad), pues para ser ciudadano, en primer lugar, no hay
que ser niño o mujer, y en segundo lugar, uno debe disponer realmente de sí mismo
(esto es, ser sui iuris). Esto sólo ocurre si se posee alguna propiedad, que, en un primer
momento, puede referirse también a habilidades, oficios, artes o ciencias. Sin embargo,
Kant introduce una diferencia a la hora de alcanzar esa disponibilidad de uno mismo,
entre quienes sólo realizan una "praestatio operae" (que es el caso de los jornaleros,
dependientes de comercio o servidores domésticos) y quienes elaboran un "opus".
Esta diferencia le servirá para establecer respectivamente la distinción entre ciudada-
nos pasivos (que son simples componentes del Estado, que no pueden tomar parte
en las votaciones aunque sí exigir que las leyes no sean contrarias a la igualdad y a
la libertad), y ciudadanos activos (que sí tienen el derecho de participar en las
votaciones).158 Esta caracterización kantiana del ciudadano, como individuo sui iuris,
coincide con un sujeto "real", el pater familiae, lo cual establece cierta continuidad
entre el ciudadano moderno y el antiguo.
Algo similar ocurre con el ciudadano de Rousseau. Para este "ciudadano gine-
brino" (según se define a sí mismo en El contrato social), existen entre los hombres
desigualdades de dos tipos, físicas o naturales y políticas o morales. Las físicas o
naturales —la edad, la salud, las fuerzas del cuerpo y las cualidades del espíritu— son
158
Vid. E. KANT, "Teoría y práctica. En torno al tópico: ‘eso vale para la teoría pero no sirve para la práctica’", en
Qué es la Ilustración, Alianza Editorial, Madrid, 2004, "II. De la relación entre teoría y práctica en el derecho político
(Contra Hobbes)", pp. 204 y ss. Sobre estas cuestiones, vid. Joaquín ABELLÁN, "En torno al concepto de ciudadano en
Kant", en Roberto R. ARAMAYO, J. MUGUERZA y C. ROLDÁN (eds.), La paz y el ideal cosmopolita de la Ilustración.
A propósito del bicentenario de Hacia la paz perpetua de Kant, Tecnos, Madrid, 1996, pp. 249 y ss.
Concibo en la especie humana dos clases de desigualdad: una, que yo llamo natural
o física, porque se halla establecida por naturaleza, y que consiste en la diferencia
de las edades, de la salud, de las fuerzas del cuerpo, y de las cualidades del espíritu,
o del alma; otra, que se puede llamar desigualdad moral, o política, porque depende
de una especie de convención, y se halla establecida, o al menos autorizada, por
el consentimiento de los hombres. Consiste ésta en los diferencies privilegios de
que algunos gozan en perjuicio de otros, como el de ser más ricos, más respetados,
más poderosos que ellos, o incluso el de hacerse obedecer.
159
Vid. J.J. ROUSSEAU, Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, trad.
M. Armiño, Alianza Editorial, Madrid, 1980, pp. 248 y ss.; y El contrato social, op. cit., libro I, pp. 205 y 206.
El más fuerte nunca es bastante fuerte para ser siempre el amo si no transforma
su fuerza en derecho y la obediencia en deber. De ahí el derecho del más fuerte;
derecho tomado irónicamente en apariencia, y realmente establecido en principio.
Pero ¿nos explicarán alguna vez esta palabra? La fuerza es poder físico; no veo qué
moralidad puede resultar de sus efectos. Ceder a la fuerza es un acto de necesidad,
no de voluntad; es todo lo más un acto de prudencia. ¿En qué sentido podrá ser
un deber? […]
Puesto que ningún hombre tiene una autoridad natural sobre su semejante,
y puesto que la fuerza no produce ningún derecho, quedan, pues, las convenciones
como base de toda autoridad legítima entre los hombres […]
160
Ibid., segunda parte.
161
Vid. J.J. ROUSSEAU, El contrato social, caps. III y IV, pp. 13-15.
162
Vid. Ana RUBIO, "Rousseau: el binomio poder-sexo", Anales de la Cátedra Francisco Suárez, núm. 31, 1994,
pp. 147 y ss.
En la unión de los sexos, concurre cada uno por igual al fin común, pero no de la
misma manera; de esta diversidad surge la primera diferencia notable entre las
relaciones morales entre uno y otro. El uno debe ser activo y fuerte, y el otro pasivo
y débil. Es indispensable que el uno quiera y pueda, y es suficiente que el otro
oponga poca resistencia.163
163
Vid. J.J. ROUSSEAU, Emilio o la educación, Edicomunicación, Barcelona, 2002, libro quinto, "Sofía o la
mujer", pp. 331 y 332.
164
Vid. J.J. ROUSSEAU, Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, op.
cit., pp. 286 y 287.
165
Vid. B. MANIN, Los principios del gobierno representativo, op. cit., pp. 70-118.
166
Vid. A. RIVERO, "El discurso republicano", y Elena GARCÍA GUITIÁN, "El discurso liberal", en Rafael DEL
ÁGUILA, F. VALLESPÍN et al., La democracia en sus textos, op. cit., pp. 49-72 y 117 y ss.; y Pedro DE VEGA, "Significado
constitucional de la representación política", Revista de Estudios Políticos, núm. 44, 1985, pp. 30 y 31.
167
Vid. J.J. ROUSSEAU, El contrato social, op. cit., libro II, cap. VII, pp. 46 y ss.; y Discurso sobre el origen y los
fundamentos de la desigualdad entre los hombres, op. cit., pp. 248 y ss.
168
Así lo recoge N. MATTEUCCI, "Dell´eguaglianza degli antichi...", op. cit., p. 208. Alexis de Tocqueville se
refiere a la envidia en múltiples ocasiones en su texto "La democracia en América". Considera que la envidia de las
clases bajas hacia las clases altas es un sentimiento típico de la democracia.
no extraña que el capitalismo haya fundado, como se vio, sus relaciones de producción
en el contrato sinalagmático de compraventa, basado en la simetría de las partes
contratantes. Es el primer paso hacia una igualdad jurídica, que no es más que la
traslación al campo del derecho de la igualdad entre propietarios.169
169
Vid. K. MARX, El capital, op. cit., t. I, pp. 174, 182 y 183.
todos, entre otros, a la clase obrera. Entonces se adoptan medidas de política eco
nómica y social, tendentes a paliar la penosa situación de los trabajadores, ante todo,
por el miedo a las revueltas y la inseguridad que ello acarreaba para la producción
capitalista.170 Ya hemos apuntado que a solventar estas cuestiones se aplica una po-
lítica social, que en el discurso de la socialdemocracia y del liberalismo adoptaba
distinta justificación, y que conduce al reconocimiento de los llamados derechos
sociales, como presupuestos para que los trabajadores alcancen el nivel de indepen-
dencia precisa como para comenzar a ser dueños de sí mismos; es decir, libres,171 y
así concurrir en igualdad de condiciones que los capitalistas y empresarios al mercado
de trabajo.
En el contexto del siglo XIX resulta fundamental la figura de John Stuart Mill,
conspicuo representante del liberalismo pero, al mismo tiempo, iniciador e inspirador
de diversas corrientes posteriores que le convierten en la intersección entre un socia-
lismo democrático y reformista (como fue, por ejemplo, el socialismo inglés y la so-
cialdemocracia alemana de Lasalle y Bernstein), y el liberalismo alejado de la economía
clásica y el imperio de la leyes de mercado (como el liberalismo social de John Dewey
o el liberalismo benefactor que está en la base del New Deal estadounidense y del
Welfare State británico posterior a la Segunda Guerra Mundial, y que fue el liberalismo
de los británicos Keynes y Beveridge).172
170
Vid. A. MONTOYA MELGAR, Ideología y lenguaje de las primeras leyes laborales en España, Cuadernos Civitas,
Madrid, 1975.
171
Vid. PECES-BARBA, Libertad, poder, socialismo, Civitas, Madrid, 1978, pp. 134 y ss.; y U. PREUSS, "El concepto
de los derechos y el Estado de Bienestar", en E. OLIVAS (ed.), Problemas de legitimación en el Estado Social, op. cit., p. 68.
172
Vid. J.D. RUIZ RESA, "John Stuart Mill y el socialismo", Telos, vol. XIV, núm. 1, 2005, pp. 181-210.
Las leyes y las condiciones que rigen la producción de la riqueza participan del
carácter de realidades físicas. En ellas no hay nada de arbitrario o facultativo. Sea
cual fuere lo producido por la humanidad, tiene que producirse en formas y con-
diciones impuestas por la constitución de las cosas externas, y por las propiedades
inherentes a su propia estructura física y espiritual […] No sucede lo propio con
la distribución de la riqueza. Ésta depende tan sólo de las instituciones humanas.
Una vez que existen las cosas, la humanidad, individual o colectivamente, puede
disponer de ellas como le plazca (…). La distribución de la riqueza depende, por
consiguiente, de las leyes y costumbres de la sociedad. Las reglas que la determinan
son el resultado de las opiniones y sentimientos de la parte gobernante de la
comunidad y varían mucho según las épocas y los países.173
Aunque Mill será siempre refractario a la intervención del Estado, sus Principios
de economía política marcan un punto de inflexión respecto a las leyes de la economía,
justificando la intervención humana para garantizar la distribución justa de la riqueza
que genera la producción. Y, en cualquier caso, sus Principios de economía política abrie
ron el camino a la nueva economía del Bienestar que desarrollarían Marshall, Pigou,
Pareto y Keynes, y que ya había puesto en marcha, no obstante, Bentham, cuando
173
Vid. J. S. MILL, Principios de economía política con algunas de sus aplicaciones a la filosofía social (1948),
trad. Teodoro Ortiz, FCE, México, 1a. edición en español 1943, 3a. reimp., 1996, pp. 191 y 192.
174
Vid. Joseph SCHUMPETER, Historia del análisis económico, trad. Manuel Sacristán, Ariel, Barcelona/
Caracas/México, 1982, pp. 589 y ss. y 1161 y ss. A juicio de Schumpeter, la economía de John Stuart Mill no era ya
simplemente una economía clásica, pero parecía serlo. De ahí que sus Principios tuvieran buena acogida entre los
defensores de aquella economía.
175
Vid. T.H. MARSHALL, "Cittadinanza e classe sociale", en Cittadinaza e classe sociale, op. cit., pp. 9 y ss. El
informe "Social Insurance and Allied Services" fue encargado por el gobierno británico a sir William Beveridge, con
vistas a la reconstrucción del país tras la Segunda Guerra Mundial.
176
Vid. V. ZAPATERO, "Tres visiones sobre el Estado Social", op. cit., pp. 26-32.
177
Vid. J. RAWLS, Teoría de la justicia, trad. M.D. González Soler, FCE, México, 1979, y Sobre las libertades,
trad. J. Vigil, introd. de V. Camps, Paidós, Barcelona, 1990.
178
Vid. V. CAMPS, "Introducción", en J. RAWLS, Sobre las libertades, Paidós/ICE-UAB, pp. 11 y 12.
179
Vid. Victoria CAMPS, "La igualdad de oportunidades en la filosofía actual", Intervención Psicosocial 6(3),
293-300, que remite a las obras de A. SEN, AMARTYA, Nuevo examen de la desigualdad, Alianza, Madrid, 1995; y
Bienestar, justicia y mercado, Paidós, Barcelona, 1997. Y Ronald DWORKIN, Ética privada e igualitarismo político,
Paidós, Barcelona, 1993.
180
Vid. M. WALZER, Las esferas de la justicia: una defensa del pluralismo y la igualdad, FCE, México, 2004.
Estas excepciones, con las que se dio nombre a unas políticas que desde la
pasada década de los sesenta llevan a cabo los Estados Unidos para tratar de igualar
las oportunidades de dos grupos especialmente desfavorecidos (las mujeres y las
"minorías étnicas"), en su acceso a las universidades importantes y a los puestos de
responsabilidad, han levantado un intenso debate. En él, el mismo término "discrimi-
nación" incorpora un elemento deslegitimador, precisamente por conculcar la igualdad
jurídica. Frente a ellas se ha esgrimido su carácter imprudente, pues puede generar
cierta hostilidad social hacia el grupo favorecido; la perversión de los fines persegui
dos, pues en vez de ayudar pueden estigmatizar a los grupos a los que se dirigen; o
el carácter arbitrario de los criterios usados (por qué la raza o el sexo y no la edad o la
extranjería).181
181
Vid. A. RUIZ MIGUEL, "Discriminación inversa o igualdad", en A, VALCÁRCEL, El concepto de igualdad, op.
cit., p. 84.
182
Vid. H. HELLER, "Democracia política y homogeneización social", en Escritos políticos, trad. y ed. a cargo
de A. López Pina, Alianza Editorial, Madrid, 1985, p. 264.
183
Vid. M. GARCÍA PELAYO, Las transformaciones del Estado contemporáneo, Alianza Editorial, Madrid, 1982,
pp. 30 y ss.
184
Vid. P. BARCELLONA y A. CANTARO, "El Estado Social entre crisis y reestructuración", en J. CORCUERA
ATIENZA y M.A. GARCÍA HERRERA, (eds.), Derecho y economía en el Estado Social, op. cit., pp. 63 y 64 y ss.
185
Vid. V. FARGION, "Welfare State: contenuti e limiti delle politiche sociali", Il Mulino, núm. 270, 1980.
186
Vid. U. PREUSS, "La crisis del mercado de trabajo y las consecuencias para el Estado Social", en J. COR-
CUERA Y M.A. GARCÍA HERRERA (eds.), Derecho y economía en el Estado Social, op. cit., p. 84.
187
Vid. G. ZAGREBELSKY, El derecho dúctil: ley, derechos, justicia, trad. M. Gascón, Trotta, Madrid, 1995, p. 81.
Esto ha sido contestado por Peces-Barba, para quien, al menos el socialismo humanista, se encuentra dirigido hacia
el ejercicio de la libertad de los individuos: ésta sólo será posible si, previamente, han sido eliminados los obstáculos
para su ejercicio, obstáculos como las situaciones de necesidad en que se encuentran algunos individuos respecto
de otros, lo cual evidencia desiguales situaciones y condiciones para un pleno ejercicio de la libertad. Vid. G. PECES-
BARBA, "Epílogo. Desacuerdos y acuerdos con una obra importante", en G. ZAGREBELSKI, El derecho dúctil, op. cit.,
pp. 157 y ss.; en línea con lo que ya afirmaba en su libro Libertad, poder, socialismo, Civitas, 1978, cap. IV, "El socialismo
y la libertad", pp. 133 y ss.
188
Vid. G. ZAGREBELSKI, El derecho dúctil, op. cit., pp. 75 y ss.
189
A. VALCÁRCEL, "Igualdad, idea regulativa", op. cit., p. 11.
Las críticas vertidas sobre la homogeneización del sujeto moderno, hacia la que
habría conducido, entre otros factores, el principio de igualdad, pueden articularse
en dos grupos básicos: por un lado, las que se realizan desde posiciones que cues-
tionan el éxito del proyecto moderno, porque consideran que se ha agotado, ha entrado
en crisis o que incluso ha sido superado; por otro lado, están las críticas a las políticas
de igualdad, a las que culpan de la crisis y abogan por la vuelta a la libertad de mercado
190
Vid. al respecto K. POPPER, Miseria del historicismo, trad. P. Schwartz, Taurus, Madrid, 1973.
su necesidad sino el de dar a cada uno según su mérito o esfuerzo personal. Por lo
demás, la competencia permite el desarrollo personal de los individuos, que de esta
manera, converge en la mejora del Todo social (en una nueva aplicación de la "mano
invisible").191
Al hilo de estas ideas, las obras de Minc, Bloom o Berger constituyen, desde las
ciencias sociales y con el telón de fondo de una crisis económica que está deslegiti-
mando al Estado social, críticas que se presentan como neutrales (por su carácter
científico) a la homogeneización económica. Para ello tratan de demostrar sus
perjuicios. En esta línea cabe también considerar la crítica al intervencionismo estatal
de la sociología sistémica de Luhmann.
En el contexto de la crisis financiera del Estado social, que le lleva a abogar por
una vuelta a la economía de mercado, Alain Minc afirma que la igualdad es una "má
quina de rendimientos decrecientes", lo que ha desembocado en el malfuncionamiento
del Estado del bienestar, que ha aplicado sus políticas igualitarias indiscriminada-
mente, sin tener en cuenta las diferencias sociales, y ha hecho más ricos a los ricos
y más pobres a los pobres. Esto ha producido una gigantesca clase media, pero ha
desembocado también, ante la aplicación universal de sus políticas sociales, en
la producción de nuevas desigualdades, que afectan a sujetos que constituyen una
clase, no revolucionaria sino de excluidos. Se trata, a su entender, de una situación
que evidencia que el principio de la igualdad está agotado.192
191
Vid. K. POPPER, La sociedad abierta y sus enemigos, Paidós, Barcelona, 1981.
192
Vid. A. MINC, La máquina igualitaria, Planeta, Barcelona, 1989.
193
Vid. BLOOM, Gigantes y enanos: interpretaciones sobre la historia sociopolítica de occidente, 1990.
194
Vid. BERGER, La revolución capitalista, Península, Barcelona, 1988.
195
Vid. N. LUHMANN, "The Self-Reproduction of Law and its Limits", en G. TEUBNER, Dilemms of Law in Welfare
State, op. cit., pp. 124 y 125.
namiento "natural" del mercado, hay otros estudios, como los de Polanyi, que tratan
de mostrar que la economía de mercado no es natural ni sus leyes son científicas.196
b. La reivindicación de la diferencia
196
Vid. K. POLANYI, La gran transformación. Crítica al liberalismo económico, La Piqueta, Madrid, 1997, pp. 90 y ss.
197
Que el marxismo está inmerso en este "humanismo" lo ha señalado M. FOUCAULT, Las palabras y las cosas,
op. cit. Para UDANIBIA, "Lo narrativo en la postmodernidad", en G. VATTIMO et al., En torno a la postmodernidad,
Anthropos, Barcelona, 1990, p. 51, en el pensamiento del sujeto moderno se asiste, de su conceptualización como
sujeto individual a su introducción en categorías colectivas, como la clase social.
Entre estas corrientes críticas con el sujeto moderno se incluye, desde la filosofía
posmoderna de Deleuze, Derrida, Lyotard, la filosofía posestructuralista de Foucault,
Bataille o Kristeva, hasta el llamado "pensiero debole" de los italianos Vattimo y Rovatti.
Pese a sus diferencias, todos ellos comparten un escepticismo ante el proyecto
ilustrado, frente al que llevan a cabo un proceso de "deconstrucción" o "desestructu-
ración" de sus presupuestos más básicos, entre ellos el sujeto fuerte, a partir del cual
descubren una multitud de sujetos. Ellos son el "otro" diferente de esa subjetivi
dad abstracta y formal, hacia la que no pueden reconducirse, en su especificidad e
historicidad, sujetos como los locos y los enfermos,198 las mujeres o los extranjeros.
De manera general, también abogan por una razón procedimental, experimental y
formal, sostienen el carácter histórico y contingente de la razón, el giro lingüístico
o traslación de una filosofía de la conciencia a una filosofía del lenguaje, y la inversión
de la primacía clásica de la teoría sobre la práctica.199
198
Vid. FOUCAULT, Las palabras y las cosas, op. cit.
199
Vid. J. HABERMAS, Pensamiento postmetafísico, Taurus, Madrid, 1990, pp. 38 y ss.
(equifonía). Por el contrario, las mujeres han sido reducidas a una identidad caracte-
rizada por la privacidad, en la que son indiscernibles (indiferenciables) como individuos,
y en donde no hay poder en el que coparticipar.200 Este "otro" que son las mujeres, que
ni siquiera ha sido beneficiaria directa de las políticas de igualdad del Estado social,201
es explicada desde tópicos que no han sido realmente contrastados en la "realidad"
(su pasividad, por ejemplo), los cuales emanan del discurso dominante o hegemónico,
elaborado por quienes detentan el poder (es decir, los varones).202
200
Vid. A. VALCÁRCEL, Sexo y filosofía, Anthropos, Barcelona, 1981; I. SANTA CRUZ, "Sobre el concepto de
igualdad: algunas observaciones", Isegoría, núm. 6, 1992; C. AMORÓS, "Igualdad e identidad", en A. VALCÁRCEL
(comp.), El concepto de igualdad, op. cit., p. 31; A. RUBIO CASTRO, Feminismo y ciudadanía, Instituto Andaluz de la
Mujer, Sevilla/Málaga, 1997.
201
Vid. al respecto Sharon TURNER, "Back to the future: women and social security", en AA.VV., Law, Society
and Change, Dartmouth, Aldershot, 1990, pp. 134 y ss., donde analiza la exclusión de las mujeres en la Gran Bretaña
del Informe Beveridge y de la legislación social que inspiró. En relación a la política social española de aquellas décadas
y su aplicación a la mujer, vid. J.D. RUIZ RESA, Trabajo y franquismo, Comares, Granada, 2000, pp. 138 y ss.
202
En la caracterización que el discurso dominante hace de las mujeres se hallan desde el despectivo "Marujas"
o "Mari-pilis", en registro popular, o los cultos "Pléyades", "cien mil vírgenes" (de los que da cuenta C. AMORÓS,
"Igualdad e identidad", en A. VALCÁRCEL (comp.), El concepto de igualdad, op. cit., pp. 30 y 45); hasta la caracterización
monstruosa y tenebrosa del otro femenino, que ha sido una constante del registro culto: las sirenas y sus cantos de
muerte, la Efigie y sus fatales enigmas, la Quimera o encarnación del capricho y los deseos exaltados, las Gorgonas
(entre ellas, la atroz Medusa, de cabellos de serpiente), las rapaces harpías, con cuerpo de pájaro y cola de sierpe, o
las vampiras, devoradoras de niños y hombres; de estas últimas también dan cuenta las cinematográficas vampiresas.
Vid. P. PEDRAZA, La bella, enigma y pesadilla, Almudina, Valencia, 1983.
explotación (de la empresa a las naciones ricas) y de los explotados (del proletariado
a los países pobres).203 En cualquier caso, este fenómeno, en el ámbito internacio
nal, ya se producía desde la época del colonialismo y el modelo económico que
conlleva.
Ante estas personas de diferente cultura, una comunidad puede adoptar tres
actitudes: el asimilacionismo, por el cual su cultura quedaría absorbida en la domi-
nante; el multiculturalismo, que niega la existencia de valores culturales universales
y demanda el derecho a la diferencia de las culturas minoritarias, y el interculturalismo,
que aunque también coincide en la exigencia de respeto de estas diferencias, cree que
sí existen unos valores universales tras la diversidad cultural.204 Todos ellos ponen de
manifiesto la relación íntima que se establece entre la igualdad y la tolerancia, debido
a la exigencia de tener que considerar como igual a otro diferente.
Respecto a estos grupos de culturas diferentes, hoy día se han propuesto dos
modelos básicos de política: la liberal, que se orienta primordialmente al tratamiento
igualitario, y si considera algún tipo de "discriminación positiva" es hasta que las
Vid. E. DÍAZ, Estado de Derecho y sociedad democrática, Taurus, Madrid, 1983, pp. 104 y 105.
203
205
Representantes de una y otra tendencia son, por ejemplo. W. KYMLICKA (Ciudadanía multicultural. Una
teoría liberal de los derechos de las minorías, Paidós, Barcelona, 1996, y "Three forms of group-differentiated citizenship
in Canada", en S. BEHNABID (ed.), Democracy and Difference, Princeton University Press, Nueva Jersey, pp. 153 y ss.),
y Ch. TAYLOR (El multiculturalismo y la política del reconocimiento (1992), FCE, México, 1993). Para Kymlicka, es im-
portante reconocer a los grupos culturales marginados derechos especiales de representación política, es decir,
cuotas, para garantizar su acceso al poder político. Estos derechos, que funcionan como cuotas y, por lo tanto, entran
en el concepto de discriminaciones inversas, se consideran necesarios para garantizar la igualdad de los grupos
beneficiarios. Para Michael Walzer (Esferas de justicia, op. cit.), incluido en el grupo de los comunitaristas como Taylor,
la identidad cultural de los individuos se realiza en el proceso de producción, interpretación y distribución de bienes,
de ahí la conexión entre la igualdad y la cultura de la comunidad.
206
Vid. un análisis de esta cuestión en N, LÓPEZ CALERA, ¿Hay derechos colectivos? Individualidad y socialidad
en la teoría de los derechos, Ariel, Barcelona, 2000.
207
Sobre este particular, vid. W.R. BRUBAKER (ed), Immigration and the Politics of Citizenship in Europe and
North America, University Press of America, Londres/Lahnham, 1989.
vive nos determina como individuos ha potenciado que desde las últimas décadas del
siglo XX se reivindique, como contenido de la justicia el reconocimiento frente o junto
a la redistribución. Se trata de grupos tradicionalmente excluidos y estigmatizados,
muchos de los cuales se han erigido en movimientos emancipatorios. Es el caso, por
ejemplo, de las mujeres, de ciertos grupos étnicos, o de las personas con discapacidad.
La fuerza de las reivindicaciones de reconocimiento conecta con la idea de honor
(recordemos cómo, en la Edad Media, el honor estaba vinculado a la pertenencia a
un estamento social determinado, y que había gente que, como los mendigos o los
extranjeros, se consideraban gentes sin honor) y también responde a la crítica al indi
vidualismo, por considerar al ser humano aislado de la comunidad en que nace y vive.
En este sentido, muchos comunitaristas y multiculturalistas insistirán en la importancia
de la identidad cultural en la vida de los seres humanos, y que sea el objeto de políti
cas de igualdad concretas.
208
Vid. N. FRASER, "La justicia social en la era de la política de la identidad: redistribución, reconocimiento y
participación", en N. FRASER y A. HONNETH, ¿Redistribución o reconocimiento?, Ediciones Morata/Fundación Paideia
Galiza, A Coruña, 2006, pp. 17 y ss.
Ciertamente, yo soy de las Indias occidentales. En los años cincuenta, los términos
indio occidental e inmigrante eran equivalentes. Ahora, indio occidental suena
más romántico. Connota reggae, ron y coca-cola, sombras, mangos, y sabrosos
frutos cayendo de los árboles. Pero no hay nada ni remotamente romántico en
"inmigrante". Este término lo sitúa a uno de manera equívoca como realmente
perteneciente a algún lado... En realidad, yo sólo entendí la forma en que ese término
me posicionaba relativamente tarde, y la interpelación me vino de una dirección
inesperada. Fue cuando mi madre me dijo, en una breve visita a casa: "¡espero que
no te confundan con uno de esos inmigrantes!" [...]
El recién nacido que, de acuerdo con la lectura que hizo Lacan de Althusser, aún
tiene que adquirir los significados de ser situado dentro de la ley de la cultura, es
ya esperado, nombrado, posicionado "por adelantado por las formas de la ideología
(paternal/maternal/conyugal/fraternal)".
miró dentro de mi cuna y dijo: "¿De dónde has sacado a este bebé coolie?" Coolies,
en Jamaica, eran los indios orientales, procedentes de los trabajadores forzosos
traídos al país tras la abolición de la esclavitud. Coolie está más abajo en la escala
que negro, si esto es posible. Ésta fue la manera en que mi hermana subrayaba,
como ocurre en la mejor de las familias mezcladas, que yo era más negro que el
promedio de mi familia [...] Desde ese momento en adelante, mi lugar dentro
del sistema de mi familia ha sido problemático. Esto puede ayudar a explicar por
qué y cómo al final llegué a convertirme en lo que se me había llamado al principio:
el coolie de mi familia, el que no pegaba, el fuera de lugar, el que merodeaba en la
calle con la gente equivocada y creció con todas esas divertidas ideas. El "otro".209
209
Stuart Hall, "Signification, representation, ideology: Althusser and the post-structuralist debates", Studies
in Mass Communication, vol. 2, núm. 2, junio, 1985, pp, 91 y ss. Esta traducción es mía, pero existe traducción española
de este texto y del libro en el que se recoge: Stuart HALL, "Significado, representación, ideología: Althusser y los
debates posestructuralistas", en James CURRAN, David MORLEY y Valerie WALKERDINE (comps.), Estudios culturales
y comunicación. Análisis, producción y consumo cultural de las políticas de la identidad y el posmodernismo (1995),
trad. Esther Poblete y Jordi Palou, Paidós, Barcelona, 1998, pp. 27-61.
las demandas de justicia. Y a este respecto, recuerda cómo algunas de las reivindica
ciones de las luchas obreras en Gran Bretaña incluían el fin de las humillaciones.210
He aquí un pasaje en el diario que Darwin escribió en uno de sus viajes, mientras
visitaba Rio de Janeiro que ilustra estas demandas de reconocimiento. En ese pasaje,
Darwin alude a un hecho sobrecogedor, aunque lo hace con una sensibilidad que
podríamos calificar como propia de un hombre blanco británico del siglo XIX que analiza
la situación con los registros de su cultura, que es la dominante, sin considerar otras
posibilidades (en fin, se podría decir que muestra falta de empatía o piedad, asunto
que analizaremos en el siguiente capítulo, relativo a la fraternidad):
210
Vid. A. HONNETH, "Redistribución como reconocimiento. Respuesta a Nancy Fraser", en N. FRASER Y
A. HONNETH, ¿Redistribución o reconocimiento?, op. cit., pp. 100-106.
211
Vid. Ch. DARWIN, Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo, trad. Juan Mateos, Espasa Clásicos,
2009, pp. 36 y 37.
212
Vid. J. S. MILL, Del Gobierno representativo, trad. Marta C.C. de Iturbe y presentación de Dalmacio Negro,
Tecnos, Madrid, 1985, p. 203. Las cursivas son mías.
213
Vid. J. S. MILL, Del gobierno representativo, op. cit., p. 185. Sobre estas cuestiones en Mill, Vid. J. D. RUIZ RESA,
"Pluralismo y reconocimiento: John Stuart Mill y la representación política de las minorías", en JD. RUIZ RESA, John
Stuart Mill y la democracia del siglo XXI, Dykinson, Madrid, 2008, pp. 221-246.
debido a las dificultades que suponía para ejercer sus libertades políticas la lejanía
con España.214 Hay que recordar, además, que en aquel tiempo se había asentado la
idea de que el representante político representaba a toda la nación y no a una parte
o grupo cultural que pudiera haber en su seno. Pero no puede olvidarse que por
aquellos años comenzaron las primeras demandas de independencia nacional en
América, que se achacaron a las insidias de Napoleón.
Hay entonces un factor que dispara la atención, aparentemente nueva, sobre las
demandas de reconocimiento, y éste es, sin duda, la crisis de la Modernidad, y con
ella, la crisis del "sujeto fuerte" (es decir, del individuo propietario, egoísta y maximizador
de su beneficio, y protagonista de la Historia —con mayúscula—), cuya presencia
dominaba en la filosofía, la política, el derecho o la economía. Tras la crítica a la idea
moderna de un individuo abstracto, aislado y racional, se acrecienta la concien
cia acerca de la vulnerabilidad humana, a la vez que los deseos de autorrealización
son situados al mismo nivel que el cálculo racional y la satisfacción de intereses.
"¿Quién soy yo?" se ha convertido en la pregunta radicalmente existencial que recorre
las democracias occidentales y que reemplaza la vieja certeza, obtenida en solitario,
del "cogito ergo sum", por una autoconciencia a la que se accede en el seno de una
colectividad prepolítica, concebida, a su vez, como un sujeto. Los individuos se vuelven
"ahora" hacia esos grupos detentadores de una cultura religiosa, étnica o nacional (o
incluso, como se ha llegado a decir, de una cultura de género, o atribuible a los
214
Vid. Marie-Laure RIEU-MILLAN, "Los diputados americanos en las Cortes de Cádiz: Elecciones y
representatividad", en Quinto centenario, núm. 14, Universidad Complutense, Madrid, 1988, pp. 53-72.
discapacitados), para resolver sus crisis de identidad. Estas crisis de identidad, están
conectadas, desde luego con la del sujeto moderno, pero no sólo responden a moti
vos de índole intelectual y psicológica sino también a las vicisitudes del entorno social
del individuo (guerras, pobreza, maltrato, desarraigo, exilio, enfermedad, discrimina-
ción, extensión de un orden político, económico y social que se conoce como globa-
lización, en el que los Estados-nación, como comunidades protectoras y otorgadoras
de identidad, ven disminuido su poder, etc.). También responden a las limitaciones de
la ciencia y la filosofía modernas para explicar y resolver estas cuestiones. En cambio, las
soluciones parecen venir de grupos o identidades colectivas, que no se circunscriben
al Estado y que son portadoras de una cierta cultura, en cuyo seno el individuo cree
reconstruir su "imagen" rota o deformada. No es sólo el pluralismo de las ideas lo que
se demanda, sino un pluralismo de presencias que se muestran o visibilizan por
medio de específicos lenguajes y símbolos que la cultura dominante había venido
despreciando.
215
"Los Estados Partes tomarán todas las medidas apropiadas para: a) Modificar los patrones socioculturales
de conducta de hombres y mujeres, con miras a alcanzar la eliminación de los prejuicios y las prácticas
consuetudinarias y de cualquier otra índole que estén basados en la idea de la inferioridad o superioridad de cualquiera
de los sexos o en funciones estereotipadas de hombres y mujeres."
216
En 2001, la OMS aprobó una nueva Clasificación Internacional del Funcionamiento de la Discapacidad
(CIF), también conocida como CIDDM-2.
217
En España, esta adaptación se dispuso en Ley 39/2006, de 14 de diciembre, de Promoción de la Autonomía
Personal y Atención a las personas en situación de dependencia (Ley de Dependencia).
218
Vid. R. BODEI, "Voy buscando fraternidad. El papel de un valor frecuentemente olvidado", Debats, núm. 28,
1980, pp. 104 y ss.
219
Vid. H. PRATT FAIRCHILD (ed), Diccionario de sociología, voz "fraternidad", FCE, México, 1949, p. 126.
151
1. La fraternidad antigua
220
Vid. D. MILLER, Enciclopedia del pensamiento político, voz "fraternidad", Alianza Editorial, Madrid, 1989, pp.
211 y 212.
221
Vid. ARISTÓTELES, Política, op. cit., 1262b
222
Vid. G. PECES-BARABA MARTÍNEZ, Curso de derechos fundamentales (I). Teoría general, op. cit., III, 10, "La
solidaridad", pp. 223 y 224.
223
Vid. H. PRATT FAIRCHILD (ed), Diccionario de sociología, voz "fratria", op. cit., p. 126.
224
Vid. M.X. AGRA, "Reflexiones sobre la fraternidad", en Filosofía política. Razón e historia. Monografía temática,
Anthropos, Barcelona, 1991, pp. 109 y 110.
225
Vid. C. LEVI-STRAUSS, Las estructuras elementales de parentesco, Paidós, Buenos Aires, 1969.
226
Vid. D. MILLER, Enciclopedia del pensamiento político, voz "fraternidad", op. cit. pp. 211 y 212.
2. La fraternidad cristiana
227
Vid. N. MATTEUCCI, "Dell´eguaglianza degli antichi parangonata a quella dei moderni", en Lo Stato mo-
derno, op. cit., p. 219.
228
Vid. L. CASTRO DE NOQUEIRO, prólogo a PLATÓN, Diálogos, Espasa Calpe, Madrid, 1984, p. 18.
Por otro lado, la fraternidad, como soporte para la mutua ayuda, se canaliza a
partir de la idea de contrato social, que el iusnaturalismo cristiano teoriza temprana-
mente, y con la que, además, se trata de establecer una conexión entre las leyes po-
sitivas que los hombres se dan y los valores de justicia, y también amor o cooperación
que el derecho natural demanda.
229
Vid. PECES-BARBA, domínguez, Curso de derechos fundamentales (I). Teoría general, op. cit., III, 10. "La solida-
ridad", p. 226.
230
Vid. J. DE LUCAS, "Un test para la solidaridad y la tolerancia: el reto del racismo", en Sistema, núm. 106,
1992, p. 21.
231
Vid. G. PECES-BARBA MARTÍNEZ, Curso de derechos fundamentales (I). Teoría general, op. cit., III, 10., "La
solidaridad", p. 224.
232
Vid. al respecto un representante de esa doctrina en España, J. AZPIAZU, "La moral ante los bienes super-
fluos", Fomento Social, vol. II, núm. 8, 1947.
233
Vid. A. MONTOYA MELGAR, Ideología y lenguaje de las primeras leyes laborales en España, op. cit., pp. 10 y ss.
234
Vid. H.E. BARNES y H. BECKER, Historia del pensamiento social, tomo I, trad. Vicente Herrero, FCE, México,
1945, p. 239.
235
Vid. F. RODRÍGUEZ, "Sobre la participación en los beneficios", Cuadernos de política social, núm. 8, 1950,
p. 109, donde da noticia de las divergentes opiniones que al respecto sostuvieron León XIII, Pío XI y Pío XII; y J. TODOLI,
Moral, economía y humanismo. Los derechos económico-sociales en las Declaraciones del Hombre y textos de las
mismas, Instituto Social León XIII, Madrid, 1955, pp. 108 y ss.
Una vez más, la hipótesis del contrato social sirve de guía a la concreción de la
fraternidad y los demás valores a ella conectados: cooperación mutua, igualdad,
amistad, pero también gestión de las rivalidades. A este respecto, recuérdense los
términos de las diversas fórmulas propuestas por Hobbes, Locke o Rousseau, y vistas
cuando se analizaban los contenidos de la libertad moderna, donde siempre estaba
presente la defensa frente a terceros ajenos al grupo y la cooperación entre sus
miembros.
A este respecto, un texto jurídico del siglo XII muestra lo arraigado de estas
significaciones que van a perdurar en los siglos siguientes. Se trata de la Carta de
Neuchatel, que contiene el conjunto de las libertades otorgadas a los habitantes
de la ciudad por los condes Ulrico y Bertoldo, y que dice así:
236
Vi. PECES-BARBA, Curso de derechos fundamentales (I). Teoría general, op. cit., III, 10, "La solidaridad", pp.
225 y 226.
237
Vid. Textos básicos sobre Derechos Humanos, op. cit., p. 24.
238
Vid. Carole. PATEMAN, El contrato sexual, Anthropos, Barcelona, 1995, pp. 58 y ss., donde analiza estas
cuestiones en el contractualismo de Hobbes, Locke, Pufendorf o Rousseau.
El peor trato frente a los no nacionales aún persiste en nuestros días, como lo
muestran las políticas migratorias de los países que reciben inmigrantes. Así ocurre
en relación con los países de la Unión Europea, muy restrictivas y que incluso eliminan
derechos que, como la asistencia sanitaria, tenían reconocidos, o adoptando estrate-
gias disuasorias en las fronteras. Hablamos, además, de Estados que se presentan
como democracias constitucionales, contradiciendo, por lo tanto, la tradición del valor
de la fraternidad. La estrategia de rechazo a los extranjeros para que no entren o
permanezcan en el grupo se sigue apreciando también en el seno de comunidades
cuyos miembros supuestamente se han comprometido a la cooperación. Es el caso,
nuevamente de los Estados que componen la Unión Europea, especialmente percep-
tible en tiempos de crisis económicas. Pero esta situación no es nueva, como lo evi-
dencia el hecho de que la libre circulación de trabajadores de los Estados de esta
asociación siempre estuvo sometida a numerosas restricciones, incluso en el caso
de los trabajadores cualificados, es decir, trabajadores que se supone que contribuyen
a la riqueza y prosperidad de los Estados en los que se instalan.240
239
Vid. J.S. MILL, Del gobierno representativo, op. cit., p. 203.
Vid. al respecto Ana RUBIO CASTRO y Mercedes MOYA ESCUDERO, "La ciudadanía en Europa y el fenómeno
240
migratorio: nuevas desigualdades y servidumbres voluntarias", Anales de la Cátedra Francisco Suárez, vol. 45, 2011,
pp. 184-227.
Por más egoísta que quiera suponerse al hombre, evidentemente hay algunos
elementos en su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros, de
tal modo que la felicidad de éstos le es necesaria, aunque de ello nada obtenga, a
no ser el placer de presenciarla. De esta naturaleza es la lástima o compasión,
emoción que experimentamos ante la miseria ajena, ya sea cuando la vemos o
cuando se nos obliga a imaginarla de modo particularmente vívido. El que con
frecuencia el dolor ajeno nos haga padecer, es un hecho demasiado obvio que no
requiere comprobación, porque este sentimiento, al igual que todas las demás
pasiones de la naturaleza humana, en modo alguno se limita a los virtuosos y
humanos, aunque posiblemente sean éstos los que lo experimenten con la más
exquisita sensibilidad. El mayor malhechor, el más endurecido transgresor de
las leyes de la sociedad, no carece del todo de ese sentimiento […]
La lástima, la compasión, son términos que con propiedad denotan nuestra con-
dolencia por el sufrimiento ajeno. La simpatía, si bien su acepción fue, quizá la
misma, puede ahora, no obstante, con harta impropiedad, utilizarse para significar
nuestro común interés por toda pasión, cualquiera que sea.241
241
Vid. A. SMITH, Teoría de los sentimientos morales. op. cit., pp. 31 y 35.
Desarticulados los lazos de ayuda mutua que emanaba del organicismo medieval,
prohibida toda forma de asociación, y denostadas la beneficencia privada religiosa o
la pública, por entenderse que fomentaban la molicie y la inmovilidad de los trabaja-
dores, la simpatía se erige en el mecanismo de cooperación adecuado para la nueva
economía de mercado. Además, aparece como una facultad humana cuya existen
cia se afirma como real, pues se sostiene que es empíricamente detectable en el
comportamiento de los seres humanos, los cuales actúan, no como seres bondadosos,
sino como sujetos egoístas, que buscan el placer y huyen del dolor y el sacrificio. La base
científica de esta antropología negativa es el presupuesto, no sólo de una nueva ciencia
económica, sino de una nueva ética.
242
Vid. M. SALGUERO, La benevolencia. Genealogía de una virtud política ilustrada, Universidad de Granada,
Granada, 2011, pp. 11-13.
243
Vid. B. MANDEVILLE, La fábula de las abejas, o los Vicios Privados hacen la Prosperidad Pública, trad. J. Ferrater
Mora, FCE, México, 1982
interés general, que no es sino garantizar su propia subsistencia, y que no puede ser
sino la suma (milagrosa) de intereses particulares. Este interés general, que conviene
a todos, no necesita de la intervención del Estado, sino que se produce automática-
mente, con un "dejar hacer" a cada individuo lo que le apetezca.244
Por su parte, Rousseau defenderá que los seres humanos tenemos una repulsión
natural a ver sufrir a nuestros semejantes que permite el desarrollo de las virtudes
sociales. En eso consiste la piedad, de la que son productos la benevolencia y la
amistad:
Mandeville se ha dado perfectamente cuenta de que, con toda su moral, los hombres
jamás habrían sido otra cosa que monstruos si la naturaleza no les hubiera dado
la piedad en apoyo de la razón; pero no ha visto que de esta sola cualidad se de-
prenden otras virtudes sociales que quiere disputar a los hombres. En efecto, ¿qué
es la generosidad, la clemencia, la humanidad, sino la piedad aplicada a los débiles,
a los culpables, o a la especie humana en general? La benevolencia y la amistad
son, si bien se mira, productos de una piedad constante, fijada sobre un objeto
particular; porque desear que alguien no sufra, ¿qué es, sino desear que sea feliz?
244
Vid. A. SMITH, Investigaciones sobre el origen y causas de la riqueza de las naciones, op. cit.
245
Vid. M. SALGUERO, La benevolencia. Genealogía de una virtud política ilustrada, op. cit., p. 12.
Aun cuando fuera cierto que la conmiseración no es sino un sentimiento que nos
pone en el lugar del que sufre, sentimiento oscuro y vivo en el hombre salvaje,
desarrollado pero débil en el hombre civilizado, ¿qué importaría esta idea a la ver
dad de lo que digo, sino para darle más fuerza? En efecto, la conmiseración será
tanto más enérgica cuanto más íntimamente se identifique el animal espectador
con el animal sufriente. Ahora bien, es evidente que esta identificación ha debido
ser infinitamente más estrecha en el estado de naturaleza que en el estado de
razonamiento. Es la razón la que engendra el amor propio, y es la reflexión la que
lo fortifica; es ella la que repliega al hombre sobre sí mismo; es ella la que lo aísla;
por ella es por lo que dice en secreto, ante la visión de un hombre que sufre: perece
si quieres, yo estoy a salvo. Sólo los peligros de la sociedad entera turban el sueño
tranquilo del filósofo y le arrancan de su lecho. Se puede degollar impunemente a
un semejante bajo su ventana; no tiene más que taparse los oídos y argumen
tar un poco para impedir a la naturaleza, que se resuelve en él, identificarle con
ese a quien se asesina. EL hombre salvaje no tiene ese admirable talento; y falto
de sabiduría y de razón, se le ve siempre entregarse atolondradamente al sen
timiento primero de la humanidad […]. Es cierto por tanto que la piedad es un
sentimiento natural que, moderado en cada individuo por la actividad del amor a
sí mismo, concurre a la conservación mutua de toda la especie. Es ella la que, sin
reflexión, nos lleva en socorro de aquellos a quienes vemos sufrir; es ella la que,
en el estado de naturaleza, hace de leyes, de costumbres y de virtud, con la ventaja
de que nadie se siente tentado a desobedecer a su dulce voz: es ella la que
hará desistir a todo salvaje robusto que quitar a un débil niño, o a un viejo inválido,
su subsistencia adquirida con esfuerzo, si él mismo espera poder encontrar la suya
en otra parte; es ella la que, en lugar de esta máxima sublime de justicia razonada,
haz con otro lo que quieran que hagan contigo inspira a todos los hombres esta otra
máxima de bondad natural mucho menos perfecta, pero más útil quizá que la
precedente: haz tu bien con el menor mal posible para otro. En una palabra, es en
ese sentimiento natural, más que en los argumentos sutiles, donde hay que buscar
246
Vid. J.J. ROUSSEAU, Sobre el origen de la desigualdad, op. cit., pp. 238-240.
247
Vid. R. MALTHUS, Ensayo sobre la población, trad. J.A. Moral Santos, Akal, Madrid, 1990.
248
Vid. S. DEL CAMPO, J.F. MARSAL y J.A. GARMENDIA (eds.), Diccionario de Ciencias Sociales, Instituto de
Estudios Políticos, Madrid, 1978, tomo II, voz "solidaridad", pp. 946 y ss.
249
Vid. E.J. VIDAL GIL, "Sobre los derechos de la solidaridad. Del Estado liberal al social y democrático de
derecho", Anuario de Filosofía del derecho, X, 1993, pp. 97-99. Vid. también de este autor "Solidaridad", Diccionario de
Derechos Humanos, Universidad Alcalá de Henares, disponible en http://diccionario.pradpi.org/inicio/index.php/
terminos_pub/to_pdf/123 (última visita, 27 de abril de 2014).
Del lenguaje jurídico lo toma la ciencia social de finales del XVIII y principios del
XIX para designar la capacidad de los miembros de una colectividad de concurrir en
la confrontación con otros como un sujeto unitario.251 La sociología posterior se encar
gará de desarrollar este concepto, especialmente Tönnies, Durkheim o Weber, así
como su incidencia sobre el derecho. Es Tönnies quien apunta la existencia de un
antagonismo entre el individualismo, al que considera insuficiente, y el socialismo y
la solidaridad. De ahí que distinga entre sociedades, entendidas como formaciones
ideales y mecánicas, y comunidades, entendidas como vida real y orgánica. La segunda
se caracteriza por que la unidad de las voluntades humanas es el estado originario y
natural, a pesar de las separaciones empíricas. En ella, la comprensión y el consenso
constituyen la voluntad propia de la comunidad, ya que dan lugar al modo asociativo
del sentir común y recíproco. Además, en su interior se poseen y disfrutan bienes
250
Vid. A. LALANDE (ed), Vocabulario técnico y crítico de la filosofía, trad. Luis Alfonso, Librería El Ateneo Editorial,
Buenos Aires, 1953, tomo III, p. 1242.
251
Vid. GALLINO, Dizionario di sociologia, Utet, Turín, 1978, p. 661.
252
Vid. TÖNNIES, Comunidad y sociedad, Buenos Aires; citado por R. TREVES, La sociología del derecho, op.
cit., pp. 45-49, en la edición alemana.
253
Vid. E. DURHKEIM, La división del trabajo social, Buenos Aires, 1987.
254
Vid. Paolo FELTRIN, en G. ZACCANA (ed.), Lessico della politica, Edizioni Lavoro, Roma, 1987, pp. 597 y 598,
que remite a la Economía y sociedad de Weber.
255
Vid. PECES BARBA, Curso de derechos fundamentales (I). Teoría general, op. cit., III, 10, "La solidaridad", pp.
230 y 231.
Owen: todos ellos reclaman la amistad y bondad entre los hombres. Louis Blanc exigirá
la intervención del Estado en pos de una serie de objetivos "solidarios", tales como la
desaparición del egoísmo aislacionista y de la lucha por la existencia y la competitividad
a ultranza, el trabajo común y la cooperación, y la participación en los beneficios y en
el trabajo, según las necesidades y capacidades de cada cual.256 También el anarquismo
tendrá su noción de solidaridad, fundada en la federación libre de asociaciones obreras
y en el mutualismo establecido en su seno, con lo cual se lleva la solidaridad más allá
del pietismo religioso, público y privado.257
256
Sobre la solidaridad en el socialismo democrático, Vid. J. GONZÁLEZ AMUNCHASTEGUI, Louis Blanc y los
orígenes del socialismo democrático, CIS, Siglo XXI, Madrid, 1989.
257
Vid. PROUDHOM, El principio federal, Editora Nacional, Madrid, 1977, p. 325.
258
Vid. PECES-BARBA, Curso de derechos fundamentales (I). Teoría general, op. cit., III, 10, "La solidaridad",
p. 227, donde señala el origen de la acción asistencial y de la cooperación de los Trade Unions y el fabianismo en las
colectas de los protestantes metodistas para pobres, lo que a su juicio evidencia que no todo el protestantismo se
redujo a ser la religión del trabajo y el ahorro.
Sin duda alguna, los Estados sociales que empiezan a desarrollarse en el periodo
de entreguerras y que luego se generalizan tras la Segunda Guerra Mundial, encarnan
un ejercicio de la solidaridad, que supera el corporativismo y pietismo que la carac-
terizaba, y por el cual se desarrollaba en el seno de comunidades particulares o privadas
como los sindicatos, la empresa o las iglesias. Con el Estado social, la solidaridad se
desarrolla, oficialmente, en el seno de la comunidad nacional, conectando entre sí a
todos sus miembros, mediante las políticas fiscales o instituciones como la seguridad
social, con las cuales se trata de transferir bienes de los miembros más favorecidos
a los menos favorecidos, haciendo a toda la comunidad responsable ante las penurias
de sus integrantes. Esta circunstancia implicaba también la lógica superación de la
concepción individualista de la sociedad, así como del egoísmo como principio de
acción social.
259
Esta similitud entre la comunidad nacional y la familia era apuntada por el mismo Francisco FRANCO,
31-XII-1957, Mensaje de fin de año", en Pensamiento político, t. I. ediciones del Movimiento, Madird, 1975, p. 481. Por
Sin embargo, el egoísmo insolidario no sólo puede afectar a terceros, sino que
incluso puede referirse a un mismo sujeto, disociado en situaciones vitales diferentes.
A ello se refiere De Sousa Santos cuando indica que lo que nos interesa como sujetos
lo demás, Stalin era conocido como "padrecito", una expresión con la que los campesinos rusos se dirigían a los señores,
evidenciando el tipo de relación de dependencia que a ellos los unía. Tampoco hay que olvidar que los nacionalismos
abusan de la expresión "padre" para referirse al fundador de la comunidad nacional a la que llaman "patria".
260
Desde distintos planteamientos ideológicos, esta situación es apuntada por U. PREUSS, "El concepto de los
derechos en el Estado del Bienestar", op. cit., pp. 85 y ss, y P. BARCELLONA y A. CANTARO, "El Estado Social entre
crisis y reestructuración", ambos textos en J. CORCUERA y M.A. GARCÍA HERRERA (eds.), Derecho y economía en el
Estado Social, op. cit., pp. 63 y ss.
En esta situación se han sucedido las demandas de una vuelta al egoísmo privado
y al laissez-faire, como fórmulas adecuadas para obtener la cooperación social. Es el
caso de las propuestas de neoliberales como Nozick o Hayek, que también se ampa-
raban en criterios "científicos" como la espontaneidad intrínseca del orden social,
frente a cualquier intervención de la racionalidad humana, para demostrar la bondad
de la vuelta a la libertad de mercado, acompañada de la desjuridificación de las áreas
intervenidas por el Estado social y de una reducción al mínimo de las mismas com-
petencias estatales (de nuevo, sólo policía), pues las acciones solidarias del derecho
público, que llevan a justificar la transferencia coactiva de bienes, desconoce barreras
morales y transgrede, a juicio de estos autores, derechos naturales como la propiedad:
con esta visión, no extraña que Nozick considere los impuestos como "trabajos forza-
dos"; o que Hayek las equipare a adentrarse en un "camino de servidumbre".262
Vid. B. DE SOUSA SANTOS, "La transición postmoderna: derecho y política", Doxa, 1989, pp. 247-260
261
Vid. F. HAYEK, Studies in Philosophy, Politics and Economics, op. cit., cap. 4, y Road of serfdom, op. cit.
262
Y R. NOZICK, Anarchy, State, and Utopia, part II, "Beyond the Minimal State", op. cit., pp. 149 y ss.
263
Vid. E.J. VIDAL, "Sobre los derechos de la solidaridad", op. cit., pp. 94 y 95.
264
Vid. E.J. VIDAL, "Sobre los derechos de la solidaridad", op. cit., p. 104.
Por otro lado, las acciones solidarias han de extenderse a sujetos que no son los
nacionales de un país, dada la explosión del fenómeno migratorio que actualmente
se ha intensificado con la globalización. En este sentido, la solidaridad debe extenderse
más allá de las fronteras nacionales y superar la estructura estatalista, concebida
como un ente distinto de la sociedad, en la medida en que, como se vio, la tradicional
división en clases sociales que se apreciaba en el seno de cada Estado se detecta
ahora también en el plano mundial. Se hace entonces necesario globalizar la transfe-
rencia de bienes y la ayuda mutua, una situación a la que obedece el surgimiento de
las llamadas organizaciones no gubernamentales.
265
Vid. R. PELLOUX, "Vrais et faux droits de l´homme. Problèmes de définition et de classification", Revue du
Droit Public et de la Science Politique en France et á l´Étranger, 1981, 1, pp. 67 y 68.
266
Vid. N. LÓPEZ CALERA, ¿Hay derechos colectivos?, op. cit., pp. 137-142.
267
Vid. A.E. PÉREZ LUÑO, "La evolución del Estado social y la transformación de los derechos fundamentales",
en E. OLIVAS (ed.), Problemas de legitimación del Estado Social, op. cit., pp. 91 y ss., y "Las generaciones de los derechos
fundamentales", Revista del Centro de Estudios Constitucionales, núm. 10, 1001, pp. 203 y ss. Vid. también GALTUNG,
¡Hay alternativas! Cuatro caminos hacia la paz y la seguridad, Tecnos, Madrid, 1984.
benevolencia o altruismo cívico, que se ejerciera no sólo como una empresa moral
pero también colectiva y como expresión de participación cívica, a medio camino
entre los otros dos tipos de altruismo.268
268
Vid. H, BÉJAR, "Los lenguajes del altruismo", Claves de razón práctica, núm. 121, 2002, pp. 65 y ss. y El
mal samaritano. El altruismo en tiempos de escepticismo, Anagrama, Barcelona, 2001.