El abuelo llevó al nieto a conocer el mar, caminando durante siete días desde San José hasta Playas del Coco. Compartieron una experiencia memorable de 20 minutos en la playa antes de emprender el largo camino de regreso.
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El abuelo llevó al nieto a conocer el mar, caminando durante siete días desde San José hasta Playas del Coco. Compartieron una experiencia memorable de 20 minutos en la playa antes de emprender el largo camino de regreso.
El abuelo llevó al nieto a conocer el mar, caminando durante siete días desde San José hasta Playas del Coco. Compartieron una experiencia memorable de 20 minutos en la playa antes de emprender el largo camino de regreso.
El abuelo llevó al nieto a conocer el mar, caminando durante siete días desde San José hasta Playas del Coco. Compartieron una experiencia memorable de 20 minutos en la playa antes de emprender el largo camino de regreso.
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Iván Molina Mamá no sabía que el abuelo ya había decidido llevarme
a conocer el mar, y Jeremías, aunque me advirtió que no se lo
LOS PEREGRINOS DEL MAR dijera a nadie, todavía no terminaba de solucionar el problema de cómo haría para cubrir los gastos del trayecto. Luego, cuando fui mayor, supe lo que hizo: vendió su colección de postales autografiadas de los jugadores de la Liga que ganaron la Copa Intercontinental, y con ese dinero nos fuimos. Antes de partir, por supuesto, hubo la infaltable discusión familiar por los peligros a que nos expondríamos, pero nada nos detuvo. El viejo volvió a ver a su nieto, le dio una última chupada Salimos de mañana, un miércoles, con la esperanza de al cigarrillo y levantó la vista a un cielo tan colmado de aviones llegar a Liberia el domingo y a Playas del Coco el lunes o y naves espaciales que, solo por excepción, se veía el titilar de martes, cuando había menos gente. El abuelo dividió el dinero alguna estrella. Estaban en la azotea de un edificio de treinta en tres partes, dos iban en sus medias y una en su billetera, por pisos, parte de los nuevos residenciales populares de los barrios si acaso nos asaltaban. Sin embargo, tuvimos la enorme suerte del sur de San José. de que eso no pasara; y de veras, ya el sábado en la noche —Cuando tenía tu edad, mi abuelo Jeremías me llevó a dormimos en las afueras de Cañas. conocer el mar. En esa época, el sistema de transporte público En el camino, nos topamos con varios cientos de ya había colapsado, así que tuvimos que irnos a pie, de San peregrinos del mar, que iban en nuestra misma dirección o que José a Playas del Coco, que era la única playa que, entonces, ya venían de vuelta, gentes de todas partes, de Cartago, de no era privada. Tardamos como siete días en llegar. No Pérez Zeledón, de los Santos, de San Ramón, de Siquirres, de llevábamos más equipaje que nuestros abrigos y dormíamos en Tilarán. Aunque el abuelo no les prestaba mucha atención, yo el estrecho espacio que separa el espaldón de la carretera de las oía a los que regresaban cuando se ponían a hablar. Desde el cercas electrificadas. La primera noche nos costó dormirnos otro lado de la carretera, sus palabras llegaban a mí como un por el ruido y las luces de los autojets, que pasaban a apenas susurro de olas; mi imaginación, entonces, echaba a volar entre dos metros y medio de nosotros, pero luego ya nos inmensidades azules; casi podía sentir mis pies hundidos en la acostumbramos. Así fue también con la comida, comprábamos arena, un sabor a sal en mis labios y oía ya los gritos de las aquí y allá pan y queso sintéticos y agua reciclada de segunda gaviotas. para el desayuno, almuerzo y cena. El martes por la tarde, completamente hediondos, pero Al abuelo se le ocurrió la idea de llevarme un día que me muy ilusionados, llegamos a la intersección que conduce a vio jugando con un barquito de papel, en un charco, después Playas del Coco, y unos cientos de metros más allá, ya de un aguacero torrencial. Mientras yo me esforzaba por crear comenzaba la fila, en la cual duramos día y medio. El abuelo y olas con mi mano para poner a prueba mi embarcación, él me yo nos turnábamos para no perder el campo, cada vez que contó cómo, cuando era niño, sus papás, dos profesores de teníamos que ir a comprar provisiones o a satisfacer una colegio, todos los años lo llevaban de vacaciones a alguna de necesidad. El miércoles en la mañana, ya empezamos a oír el las playas de Guanacaste. Eso fue hace más de cien años, allá mar, y a las tres en punto de la tarde, estábamos a la cabeza del por 1970, y en esa época la vida aquí era muy distinta de lo que grupo de 250 personas que tendría derecho a veinte minutos de es hoy. 59 playa. yo había recogido para evitar que el viento volara los billetes que nos quedaban, una vez que también los pusimos a secar al Jeremías me dijo con el tono grave de un general que se sol. prepara para una difícil batalla: “Ponete listo, apenas abran esta mierda, echamos a correr porque si no, nos pasan por Jeremías, que había estado muy serio y callado, me dijo encima”. Y así lo hicimos. No acababan de abrir las puertas, entonces que parecíamos dos iguanas coloradas, yo me reí y a cuando el abuelo y yo bajábamos, a toda velocidad, casi una él se le volvió a atravesar una enorme sonrisa en la boca. treintena de gradas; corrimos por un pasadizo muy poco Sabíamos que nos esperaba un largo camino de vuelta, pero iluminado, de aproximadamente cien metros de largo, subimos estábamos felices. Habíamos tenido juntos nuestros veinte otros escalones y, de pronto, nos recibieron, de golpe, el sol, el minutos de mar y playa, y nadie podría quitárnoslos ya. Ojalá viento y, rebosante de azules, olas y olores, el mar. ahora yo pudiera compartir algo así con vos. Quedé tan impactado al verlo, que casi me detengo, pero el abuelo, sin decirme nada y sin pensarlo dos veces, me tomó entre sus brazos, me alzó, y corrió conmigo, como un desesperado, en dirección a una promesa de ola que, al principio parecía muy pequeña, pero luego resultó ser de más de dos metros. Aferrado a su cuello, yo gritaba que se detuviera, pero él no lo hizo. Por supuesto, ambos terminamos en la playa, revolcados, tosiendo, y con la garganta y la nariz irritadas por el agua salada. Yo estaba tan asustado que me hubiera puesto a llorar, de no ser porque Jeremías empezó a reírse como un loco. Después de ese bautizo, chapoteamos un rato más, hasta que oímos por un altavoz que apenas nos quedaban seis minutos. Empezamos, entonces, a despedirnos del mar, y caminamos muy lentamente por la arena, ya en dirección a la salida. Yo saqué una bolsa y empecé a juntar conchas y piedras; Jeremías, en cambio, miraba a lo lejos, muy serio. Pensé que trataba de seguir el vuelo de las gaviotas, pero luego me percaté de que observaba las verdes colinas distantes, pobladas de hoteles y residenciales privados. Cuando el altavoz anunció que quedaba un minuto, Jeremías y yo ya estábamos otra vez en el túnel, quitándonos con una manguera el agua salada de nuestros cuerpos y ropas. Salimos y nos sentamos a la orilla de la carretera, y en unos arbustos, colgamos las medias, las camisas, los abrigos y las tenis para que se secaran. Y usamos las conchas y piedras que 60
Producción en Laboratorio de Microorganismos Efectivos de Montaña (MM), para Su Uso en La Degradación Acelerada de Residuos Orgánicos de Cosecha en Finca