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Los movimientos sociales de la década ganada
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Los movimientos sociales de la década ganada

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¿De qué manera impacta el proceso político comandado por los Kirchner sobre las trayectorias de politización que observamos? ¿Cómo leer los cambios en la movilización colectiva durante la "década ganada"? Los movimientos sociales en la década ganada avanza en la comprensión de las transformaciones socio/políticas iniciadas en 2003, comprendiendo al período como uno de reconfiguración de la politización de los sectores populares y una trasformación en la cultura política de manera integral que dislocó el rol del Estado impuesto por el neoliberalismo en la década de los noventa. Los diversos autores y movimientos sociales se encuentran atravesados por tres ejes analíticos: el estado y la política; la relación de estos movimientos con la emergencia de nuevas demandas, intereses o aspiraciones; y la generación de nuevos marcos interpretativos y la producción de sentido en torno a su movilización.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 nov 2018
ISBN9789876994156
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    Los movimientos sociales de la década ganada - Massetti, Astor

    autores

    Introducción. La hermenéutica de los Movimientos Sociales durante el kirchnerismo

    Astor Massetti y Marcelo Gómez

    La sociología tiene un objeto más complejo que todas las otras ciencias. No puede sino emitir hipótesis fragmentarias, y estas no han tenido hasta hoy día acción sobre la conciencia popular.

    Durkheim, [1914], pág. 151.

    Pre texto (s)

    Este libro en cierto modo es la culminación de un largo transitar que algunos de los integrantes del equipo venimos realizando desde el año 2001, hace ya más de 15 años. En ese tiempo hemos publicado ocho libros entre compilaciones y obras individuales, producido un documental; conducido siete proyectos de investigación; organizado congresos y seminarios; dictado materias de grado y postgrado en al menos seis universidades nacionales y fundamentalmente hemos crecido mucho como personas. Tres miembros del equipo se han doctorado en este trajín, otros están a punto de hacerlo. Algunos han sido padres y otros están a punto de serlo. Algunos han hecho estadías en el exterior, otros han migrado a otras ciudades. Nunca hemos dejado de militar, de involucrarnos en la gestión académica y sindical de las universidades. Esta enumeración vaga de acontecimientos, que puede ser solo de relevancia íntima, da cuenta de dos cosas: desde qué lugar se propone este libro y de la tozudez de un equipo de investigación que, contra todo pronóstico, ha insistido en profundizar en el análisis de una de las problemáticas sociopolíticas más relevantes de la Argentina de los últimos 50 años: las transformaciones en la politización de las clases populares. Aunque esta compilación de trabajos de investigación se ciñe al periodo 2004-2014, no puede dejar de observarse que hoy, con un escenario político y orientaciones gubernamentales completamente diferentes, la herencia de la década ganada en materia de organización y capacidades políticas y de movilización sigue siendo insoslayable para entender las dinámicas del presente. Entender la década K es también entender el potencial de movilización frente al retorno de las políticas pro statu quo y también es entender las estrategias que asumen esas mismas políticas de recomposición neoconservadoras.

    Al inicio de este viaje no hubiera sido necesario remarcar la importancia de tal transformación: el clima social y político que se vivía en Argentina a finales de la década del 90 era de tal efervescencia que tornaba innegable que algo nuevo se estaba forjando en nuestro país. Tras el fracaso del proyecto de reconstrucción institucional democrática encarado por el alfonsinismo y la derrota social que implicó el ascenso arrasador del neoliberalismo, se consumió la capacidad de representación social de sindicatos y partidos políticos, poniendo a la Argentina a tono con el proceso internacional que implicó el fin de la Guerra fría y el Consenso de Washington, pero abriendo al mismo tiempo nuevos procesos de movilización y politización que madurarían hacia fines de la década del 90.1 Pero hoy, haciendo un balance retrospectivo en términos de objeto de estudio académico, es necesario remarcar que aquella novedad fue difícil de asir, en el mejor caso, o permanece impronunciable o incomprensible, en el peor. Durante estos 15 años como investigadores hemos intentado aportar al esfuerzo colectivo, generacional, de comprender esa novedad.

    El punto de partida de esa aventura fue precisamente darle un contenido a esa idea de novedad: luego de cincuenta años (o desde la década del 40) y por tercera vez en la historia Argentina, las clases populares por sí mismas lograron posicionarse como los principales actores de la política nacional. Y a diferencia de otros momentos históricos, tanto por la capacidad de movilización como por las organizaciones que las impulsaban y por el tipo de representación política que estas encarnaban, la preponderancia de las clases populares no parecía tener ningún encauzamiento posible dentro del sistema político; sino más bien, implicaban un quiebre generacional e institucional con el sistema de partidos.2

    Retrospectivamente, este punto de partida permite delinear un recorrido. Y remarcamos, retrospectivamente, porque tal como señala el epígrafe de Durkheim que encabeza este texto, los fragmentos de hipótesis desarrolladas durante más de una década de estudios se ordenan al mirar lo transitado: efectivamente y a decir verdad, estos años de investigación fueron la concatenación de proyectos y procesos de investigación con un rumbo que se fue ajustando a partir de las investigaciones realizadas. Partiendo entonces de esa idea de novedad, deconstruirla analíticamente, trazar las rupturas y continuidades y anticipar sus devenires, fue un esfuerzo que cada uno y en conjunto realizamos con algún acierto. La disección del fenómeno nos llevó entonces a delimitar ciertos vectores analíticos: la emergencia de organizaciones sociopolíticas, la constatación de nuevos paradigmas de acumulación política, nuevas tecnologías de representación política y de clivajes específicos de relación con el Estado.

    (De)construyendo la novedad o las reconfiguraciones de la politicidad popular

    El primer desafío entonces fue ponerle rostro a esa novedad. En el contexto social de alta efervescencia social, las Ciencias sociales por supuesto no eran las únicas interesadas en nombrar lo nuevo. Se debía convivir con estigmatizaciones y simplificaciones que desde los medios de comunicación de masas se derramaban sobre la comprensión de todos los contemporáneos. La popularización del término piquetero a partir de las páginas del diario Clarín, no ayudó a sortear la brecha entre el fenómeno visibilizado con la intermediación mediática y la investigación social. Si se quería aludir al objeto, la imposición mediática compelía a usar esa palabra que se fue naturalizando. Pero, ¿quiénes eran los protagonistas de esa nueva politización emergente? ¿Cuál era la base social que sustentaba esas movilizaciones? ¿De dónde provenía su repertorio de acciones de protesta? ¿Qué vínculos tenían con otras organizaciones sociales, políticas, sindicales? ¿Cómo se organizaban? ¿Cómo tomaban las decisiones? ¿Cómo elegían a sus líderes?

    Deconstruir al piquetero puede parecer hoy, cuando ya no es moda, cuando ya no está en los medios ni en los proyectos de tesis, un anacronismo o un mero juego nostálgico; por suerte. El problema teórico de fondo era que a través de la nominalización se realizaba una operación de reducción de los procesos sociales de politización, centrando la atención exclusivamente en el momento de la acción de protesta en sí mismo: piqueteros son los que hacen los piquetes (y desgraciadamente, piquete por aquel entonces, era cualquier acción de protesta realizada por los piqueteros; indistintamente se tratara de un corte de ruta o una tradicional manifestación). Una tautología existencialista que no aportaba gran cosa. La operación deconstructiva comenzó con poner entre paréntesis piqueteros como una categoría nativa: efectivamente, durante los años que se fogoneaba culturalmente la idea de que el que salía perdiendo en el modelo neoliberal (el pobre, el desocupado, el trabajador precario, el de pocos ingresos) era portador de defectos de carácter (no tener la voluntad de trabajar, de esforzarse), la emergencia de una acción de protesta exitosa (la pueblada de Cutral-Co en 1996/7), invitó a un amplio abanico de sectores sociopolíticos a adoptar estratégicamente el constructo simbólico piquetero. Elementos como pañuelos para taparse la cara (originalmente para protegerse del humo de las fogatas en la ruta), palos, chalecos distintivos, fueron reproducidos como una (re)presentación política en sí misma durante las acciones de protesta, dándole continuidad a esa lucha exitosa y apropiándose del significante que esta había dejado. Los piqueteros no existen, insistíamos entonces, existe el piqueterismo, entendido como el recurso regular a una metodología de lucha con altos rendimientos en términos de visibilización y presión sobre los poderes públicos para la obtención de paliativos frente a las urgencias sociales de todo tipo que se vivían en los barrios. Piquetero no es una identidad política, sino una suerte de tecnología de (re)presentación simbólica que permite enmarcar la acción de protesta. Lo que sí existían eran organizaciones sociopolíticas, de origen popular, que saltaban a la acción de protesta como forma de escalar la resolución colectiva de las necesidades de subsistencia. Volveremos a esto.

    Para correr el foco del análisis de la acción de protesta en sí misma, entendiéndola como parte de un proceso de politización de las clases populares, debimos también enfrentar dos desafíos analíticos relacionados entre sí. El primero, lo que hoy podríamos llamar el problema de la monocausalidad y que entonces llamamos el problema del origen; el segundo, el problema del cierre o coherencia intrínseca de los procesos organizacionales.

    El primer problema se hizo evidente cuando la necesidad por explicar lo nuevo se tornó una suerte de competencia por la apropiación simbólica del éxito de aquellas muy resonantes (mediáticamente hablando) protestas/puebladas pioneras en las zonas petroleras de Cutral-Co y Mosconi en un contexto de nacionalización de las acciones de protesta. Pronto, intelectuales y militantes abonaron la hipótesis que la raíz del conflicto se centraba en la destrucción de las fuentes de trabajo como consecuencia de las privatizaciones y la emergencia pues de organizaciones de desocupados homogéneas en tanto base social. En el contexto de la generalización de la crisis, empero, se observaban otros aspectos: el traslado de la conflictividad social a las conurbanizaciones de las grandes ciudades, donde el acceso al trabajo (hoy se diría protegido) arrastraba ya al menos una década de deterioro, aportando otros elementos más complejos al análisis. La categoría nativa emergente, trabajador desocupado (que en sí implica una toma de postura respecto a los orígenes y tipo de lucha política), tampoco ayudaba a despejar este problema. En las conurbanizaciones la base social conflictual era mucho más compleja. Incluía una gran porción de mujeres que hasta ese momento nunca se habían incorporado al trabajo ni a la lucha social, trabajadores precarios, desocupados, jubilados, comerciantes arruinados, jóvenes que nunca habían accedido al primer empleo, etc. La complejidad de la base social de las movilizaciones y organizaciones sociopolíticas nos interrogaba sobre el origen de esta nueva politización: ¿podría al menos tratarse de múltiples orígenes? ¿De al menos dos: uno relacionado con el modo de vida de los pequeños pueblos de la patria profunda y otro relacionado con los modos de vida en las barriadas populares alrededor de las grandes ciudades argentinas?

    Por suerte, Javier Auyero en uno de los estudios más interesantes sobre la politización en las zonas petroleras trajo a la luz la etnografía de una de las personas que lideraron las protestas: una mujer que no era ypefiana, demostrando que tampoco era tan compacto el constructo teórico sobre el que se basaba la hipótesis monocausal. A decir verdad, las revueltas en Cutral-Co y Mosconi, se pueden relacionar con el resquebrajamiento de los poderes locales estudiados de manera excelsa por Marina Farinetti3 para el caso de Santiago del Estero (1993).

    Complejizar la hipótesis monocausal del origen nos permitió a su vez recuperar una vasta tradición de estudios sobre hábitat popular y relacionar hasta cierto punto las problemáticas, los paradigmas y los procesos organizacionales con las propias de las barriadas populares. El acceso a la vivienda (tomas de tierra y asentamientos), la organización barrial (sociedades de fomento, el rol de la iglesia, las cooperativas), la resolución colectiva de las necesidades (los comedores populares, la autoconstrucción) nos remitían a una larga historia de penurias y alegrías en donde el pueblo resuelve su supervivencia cuando es olvidado o combatido por las clases gobernantes. Nos referimos a las organizaciones villeras de los 60 y 70, a las tomas de tierra de principios de los 80 en plena dictadura militar, al fermento4 social que se observaba en los barrios más impensados en pos de mejorar las condiciones de vida a mediados de los 80, a la organización popular en plena crisis hiperinflacionaria a finales de los 80, a las redes de organizaciones barriales para hacer frente al empobrecimiento de los 90 y a las redes de redes barriales que confluían en organizaciones capaces de confrontar con poderes municipales, provinciales y nacionales ya entrando en la pendiente de esa década.

    Y aquí entra el segundo problema al que hacía referencia más arriba: el problema intrínseco de la coherencia interna de los procesos organizacionales. La hipótesis monocausal complica el análisis no solo por homogeneizar la base social movilizada (como trabajador desocupado), sino también porque impide sopesar las problemáticas propias de las tradiciones comunitarias barriales en relación con las organizaciones que generan.5 La organización surgida para dar respuesta a problemáticas urgentes de un barrio (desde el hábitat en general hasta la provisión misma de la comida) es un tipo de organización impregnada de temas pre-políticos; o más precisamente, de baja ideologización. Las discusiones, las metas, los liderazgos, las tomas de decisiones de un grupo de madres que se juntan para darle de comer a sus hijos implican procesos organizacionales atravesados de conflictos relacionales y de soluciones prácticas que no responden al ethos ni a la disciplina partidaria o sindical. Se impregnan por supuesto de modalidades políticas y sociales presentes en el territorio: la relación con el Estado, los partidos, los comercios y la iglesia a través de redes clientelares. Por supuesto que la territorialización (como comenzó a llamarse a este proceso ya avanzada la primer década del milenio y que tuvo gran repercusión entre muchos investigadores) de la política está también atravesada de esfuerzos de los partidos políticos y de la aparición de un nuevo foco, en términos de acumulación política, que sectores emergentes del sindicalismo (mayormente agrupados en la cta) solían abreviar en la consigna de Germán Abdala, el barrio es la nueva fábrica. Es decir, los procesos espontáneos de auto-organización barrial se enriquecen con esfuerzos conscientes y solidarios de una multiplicidad de sectores. Por ello, para ser precisos, la politización que emerge claramente, lo nuevo, a finales de la década del 90 debería llamarse movimiento socio-sindical-político;6 que es, a decir verdad, poco económico en términos de nomenclaturas.

    Sin embargo, esta multiplicidad de sectores que contribuyen a la politización popular construyen organización, potenciando la capacidad de resolver las necesidades urgentes con escasa capacidad de organizar verticalmente a la base social. Sobre esto hay múltiples estudios, algunos propios y análisis de los propios actores (algunos que vale la pena remarcar, como la Hipótesis 891 del Colectivo Situaciones de 2002). La organización de la resolución colectiva de las necesidades escala en redes de organizaciones barriales que, aunque logren largos y nutridos procesos de movilización, en raras ocasiones escalaron el horizonte de demandas (y de resultados) más allá de la consecución de recursos inmediatos para la supervivencia o mejoramiento de la vida de la base social. Es más, la propia movilización fue siempre un desafío; y algunas organizaciones optaron por sistemas de incentivos y reconocimientos en función a la participación en protestas para nutrir de militantes a las nacientes organizaciones: los planes obtenidos se asignaban a través de decisiones asamblearias preferentemente a aquellos que participaban en los piquetes y en los proyectos de la organización. Tan marcada es la fuerza centrípeta de los recursos en los procesos organizacionales en el período 1997-2001 que los partidos de izquierda que comenzaron por no aceptar los indignos planes sociales, terminaron transitando por ese mismo camino. La fuerza de la necesidad sobrepasaba los planteos ideológicos o principistas y pronto la totalidad del espectro político de izquierda militante se vuelca con fuerza a la lucha por los planes y las nacientes organizaciones sociales autonomistas planteaban exitosamente la novedad de un uso colectivo de estos recursos.

    El énfasis que pusimos por esos años en la hipótesis de que la obtención de recursos para resolver necesidades urgentes era clave para entender el proceso de politización de las clases populares, implicaba un uso antropológico de la idea de politización que resultaba ajeno a las tradiciones más duras de la politología. No se trataba de enmarcar los procesos organizativos en términos de tradiciones (partidarias, sindicales, ideológicas) ni de polaridades identitarias. Simplemente comprender que frente a necesidades compartidas (acceso a la vivienda, a los alimentos, a infraestructura, etc.), la colectivización de la búsqueda de soluciones o paliativos implicaba de por sí una politización que se expresaba en la misma conformación de organización popular: esfuerzos perdurables, con cierto grado de organización interna (división de roles y de distribución de poder interno) y con tendencia hacia la búsqueda de alianzas inter-organizacionales. Entendemos que esta es una hipótesis polémica que depende de la forma en la que se conciba, en el fondo, ontológicamente al sujeto de la experiencia política. Si usted entiende que la movilización es mera conciencia para el sujeto o por el contrario puro interés, es difícil que pueda captar la complejidad de los procesos subjetivos que implican. Un gran aporte en este sentido es la línea de trabajo de Melucci al respecto. Desde nuestro punto de vista, es imprescindible para comprender las transformaciones que operarán en la politización de las clases populares a partir del 2003, observar los procesos subjetivos intrínsecos en los procesos organizacionales.

    Yendo de lo social a lo político o cuando lo nuevo envejece

    La ventaja de la tozudez en el seguimiento de las transformaciones en la politicidad popular es tener una medida de comparación cuando comenzamos a percibir nuevos elementos. En un punto de su trayectoria de politización, la estrategia centrada en los recursos de las clases populares (la organización social propiamente dicha) adquiere nuevos elementos: el desafío de ampliar los horizontes organizacionales para intervenir ahora en la coyuntura política a partir del 2003. Lo que nos demandó la formulación de otras hipótesis y herramientas analíticas.

    Claro, el principal desafío que implica que los procesos organizacionales se inicien como forma de potenciar la resolución colectiva de necesidades urgentes es que convocan a la participación en esa clave. Las personas se acercan a las organizaciones, las encarnan y las desarrollan en base a la capacidad simbólica y relativamente material de paliar esas necesidades. La legitimidad de la organización proviene del éxito que tenga en ese sentido, y cualquier otra dirección que agregue complejidad a ese recorte de la politización se transforma en una tensión al interior de la organización. Dentro de las expresiones de los participantes de estas experiencias, el pasaje de lo social a lo político implica la reconversión de la estrategia de acumulación elaborada precisamente como repliegue del campo popular en una coyuntura política adversa iniciada a finales de la década de los 80.

    Ya en los límites del milenio, en nuestro país se daba una situación distinta a la de los vecinos de la región. Mientras que en Brasil, Bolivia y Uruguay se perfilaban organizaciones de corte popular y progresista de larga data con una acumulación de fuerzas capaz de acceder a controlar el aparato estatal, en nuestro país, el proceso de transformación de la política no había alcanzado para conformar organizaciones con la capacidad de representar electoralmente a sus bases sociales. Las experiencias del pt, del mas y del fa de nuestros vecinos eran un ejemplo para nuestras organizaciones que, a pesar de discontinuos intentos (la conformación del Polo Social, en las elecciones del 99 con su 5% de votos en provincia de Buenos Aires), no conseguían salir (si aspiraban a hacerlo) de la dinámica del reclamo. La problemática derivada de la centralidad de los recursos en los procesos organizacionales y movilizatorios de las organizaciones sociopolíticas tuvo su punto de tensión más álgido luego de la renuncia de De la Rúa. A pesar de que podemos decir que las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 tomaron de sorpresa a las organizaciones sociopolíticas que por entonces gravitaban sobre la política nacional (no participaron como organizaciones durante esas jornadas), el escenario que abrió la renuncia del presidente (de ese y de los posteriores) animaron a renovar diagnósticos dentro de los sectores más politizados. El Partido Obrero, (impulsor del Polo Obrero) hablaba entonces de que se había entrado en una etapa revolucionaria. El pcr (Partido Comunista Revolucionario, impulsor de la Corriente Clasista y Combativa - ccc) más moderado, hablaba de etapa prerrevolucionaria. La cta hizo circular por sus locales un documento preparado por su instituto de formación que diagnosticaba una más moderada crisis de dominación; y proponía seguir el modelo de acumulación política que había sido exitoso en Brasil con el Partido dos Trabalhadores que veía a Lula Da Silva asumir la presidencia. La fundación del Partido de los Trabajadores Argentinos fue un intento de politizar la construcción social-sindical y política por esos años; que empero no logró trascender la mesa de dibujo de sus impulsores.

    Con estos diagnósticos, el período 2001-2003 no vio modificaciones a grandes rasgos en lo que se refiere a la dinámica conflictual.7 Las organizaciones durante ese período basaron su accionar en la multiplicación de acciones de protesta, inclusive haciendo frente a la escalada represiva que se inició en las jornadas del 2001 y que tuvo como saldo trágico el asesinato de dos militantes durante el 2002. La acción directa sin embargo fue acompañada por intentos de avanzar en el frente electoral. Los partidos de izquierda con tradición en estas lides hicieron lo propio en las elecciones del 2003, con magro resultado. Más magro aún fue el experimento de Luis D’Elía, uno de los referentes más visibles del movimiento piquetero, que postulado a gobernador de la provincia de Buenos Aires, no llegó al equivalente de un punto porcentual del electorado (que no se condecía con la cantidad de afiliados a la organización que él lideraba: la Federación de Tierra y Vivienda, una de las organizaciones sociales más importantes de la cta en ese momento).

    La asunción de Néstor Kirchner trajo otra dirección en las políticas públicas, otra agenda, otra respuesta estatal a las clases populares y otra gestualidad política; haciéndose evidente que se intentaba reformular la relación Estado-Sociedad sobre la base de ciertos principios que interpelaron directamente de cara a los procesos de politización de las clases populares. En medio de una crisis social sin precedentes, se aumentó el flujo de recursos para los más necesitados, se controló todo lo que se pudo el accionar de las fuerzas represivas, se generaron interlocuciones directas, etc. Cabe aclarar que en estos años de trabajo, el foco del equipo de investigación no estuvo puesto en un análisis sociológico amplio de la sociedad argentina, como tampoco en un análisis de la política en general. Siempre estuvimos centrados en el estudio de las organizaciones populares o en tal caso, en procesos político organizacionales puntuales. Por lo tanto, poco vale la valoración que se tenga (personalmente) sobre la calidad o profundidad del proceso político iniciado en el 2003. En tal caso lo que vale la pena es explicitar la pregunta que nos orientó desde entonces: ¿De qué manera impacta el proceso político comandado por los Kirchner sobre las trayectorias de politización que observamos? ¿Cómo leer los cambios en la movilización colectiva durante la década ganada?

    En vista a determinados elementos que veníamos observando (la capacidad de negociación más colaborativa en las organizaciones, afinidades identitarias, capacidades instaladas de gestión de recursos), nos preguntamos si la evolución posible de las trayectorias organizacionales podría ser la integración en funciones estatales y/o en la representación electoral. Observamos entonces que efectivamente, un amplio sector de las organizaciones más combativas cambiaban su estrategia confrontativa por un diálogo más estrecho, que a nivel organizacional se profundizaba la especialización de cuadros en la gestión de recursos, que había experiencias de integración a la función pública y que algunos cuadros de las organizaciones participaban en frentes electorales sumando una red de cuadros venidos de la militancia social a los distintos niveles de gobierno. Entonces estuvimos en condiciones de proponer una tipología de trayectoria de politización de las organizaciones del campo popular que tuviera en un extremo la confrontación pura y en el otro la participación en la función pública como forma de visualizar cómo había impactado la nueva coyuntura en el largo camino de aquel elemento nuevo en la política nacional.

    Aquí, hay que poner en contexto el alcance de los tipos ideales: es un recurso analítico exploratorio; es decir, adolece de una hipótesis acerca de la continuidad del piqueterismo como forma de politización. A decir verdad, en el momento que lo pusimos en marcha aún resonaban entre los actores los interrogantes propios del viraje que implica, para decirlo en términos nativos, el abandonar la calle a favor de interlocuciones privilegiadas en el Estado (en contraposición al ganar la calle que corresponde al período de ascenso de la nueva politicidad popular). A pesar del relativo éxito que tuvo esta tipología para trabajar algunas experiencias, queda claro que los propios procesos que intentaba explicar modifican los supuestos analíticos a los que intentaba dar respuesta. Para simplificar este planteo: las tipologías eran útiles en función a la pregunta: ¿Qué ocurre con el piqueterismo cuando cambia la relación con el Estado (cuando la relación confrontativa pierde preeminencia)?

    La razón fundamental que hace necesaria la incorporación de otras hipótesis es que si bien la tipología narra el viraje de la estrategia de acumulación política de aquellos sectores que saltan de lo reivindicativo a lo político sobre la base de la integración al proceso kirchnerista, otros sectores optan por adoptar una estrategia diferente: acumulación política sobre la base de la confrontación. Teóricamente hay una amplia corriente de estudios que se preocupan por visualizar esta estrategia, en base a la distinción de movimientos sociales disruptivos. Un movimiento social disruptivo, será aquel que tenga la capacidad de desafiar el orden social, la estructura de clases o la hegemonía de las clases dominantes. Es así que un movimiento social que no evidencie esa capacidad será residual o espurio. Es decir, que es dejado de lado como preocupación teórica.8 En esta visión el polo opuesto del movimiento social disruptivo es el que pierde autonomía, es decir, el que ata su política o sus perspectivas a lo que dicta el estado en función de un vínculo clientelar exigible para hacer efectiva la transferencia de recursos. En ese caso, los movimientos sociales estarían cooptados, atrapados en relaciones peligrosas con el gobierno9 y así es vista la trasformación que sufrió la protesta social en Argentina desde el 2003: muchos de los sectores que protagonizaban la conflictividad antineoliberal durante los 90 engrosan una nueva corriente sociopolítica, el kirchnerismo. Que no nace de la nada, sino que está presente incluso dentro de la tradición de confrontación/colaboración observada mismo durante la resistencia al modelo neoliberal. La categoría de cooptación que intenta discriminar entre movimientos disruptivos o no disruptivos sobre la base de la relación con el Estado (autonomía, independencia o rechazo vs. integración y/o institucionalización) queda problematizada cuando se observa que dentro de los mismos movimientos que quedan estigmatizados como no disruptivos o cooptados existen tensiones, pliegues y texturas que muestran que las corrientes sociales no son compactas y contienen contradicciones importantes. Esto fue muy visible al principio del kirchnerismo cuando organizaciones protagonistas de las luchas de los 90 (como la Corriente Clasista y Combativa y sectores autonomistas de los Movimientos de Trabajadores Desocupados) discutían sobre las posiciones frente al recién asumido gobierno de cara a la nueva relación que proponía el entonces presidente Néstor Kirchner (que había convocado a las organizaciones a un diálogo fructífero, acceso a recursos y prácticas de trabajo en conjunto). Por ese entonces la discusión consistió en determinar si correspondía o no correspondía, si se perdía independencia participando en el Estado y si en definitiva adoptaban una postura populista donde se entendía que Kirchner había logrado una identificación popular muy fuerte y entonces no se podía confrontar. En el caso del pcr-ccc, ese diagnóstico tuvo un momento de esplendor; realizándose en el corazón geográfico de su base social, La Matanza, grandes acciones políticas en conjunto con el gobierno. Con el correr de los años ese diagnóstico fue cambiando, distanciándose hasta confrontar abiertamente con el gobierno en el contexto de la revuelta agraria patronal de 2008-2009. Otro ejemplo ocurrió con el partido Patria Libre que fundó la organización sociopolítica Barrios de Pie, integrante de la cta, protagonista del proceso de territorialización de la política. Barrios de Pie, una vez llegado el kirchnerismo se refunda en Movimiento Libres del Sur, teniendo sus principales dirigentes participación al interior de la gestión estatal. Pero, cuando en el 2009 diagnostican un viraje a la derecha del gobierno kirchnerista, rompen con el gobierno y abandonan su inserción en el Estado, integrando luego distintos frentes electorales opositores incluso con sectores más claramente identificados con posiciones liberales clásicas (fap, unen y faunen).

    El kirchnerismo cierra el ciclo de politización de las clases populares iniciado a

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