Cuentos Felicidad

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La princesa sin palacio

Hubo una vez un reino en el que una antigua profecía hablaba de una princesa sin palacio. La
profecía decía que una vez que aquella princesa encontrase su palacio, sería la reina más justa
y sabia que hubiera existido nunca. Aquel reino tenía una familia real que vivió en su bello
palacio durante generaciones, pero muchos años después, un gran terremoto destruyó el palacio
real, y en la catástrofe fallecieron el rey y la reina, dejando solas a sus dos hijas, las princesas
Nora y Sabina.

Tras la desgracia, Nora comprendió que ella, la hermana mayor, posiblemente fuera la reina de
la que hablaba la profecía, y acompañada de la joven Sabina, dedicó todos sus esfuerzo a
encontrar su nuevo palacio. En sus muchos viajes conocieron a un viejo sabio, quien les entregó
una vieja llave que debería abrir las puertas del palacio.

- No tengo ni idea de dónde estará el palacio- dijo el anciano-. Sólo se me ocurre que probéis la
llave allá donde vayáis.

Y Nora se llevó a su hermana de viaje probando aquella llave en todos los palacios que conocía.
Cuando ya no quedaron palacios, pensó que igual sería alguna casa importante, pero tampoco
entre ellas la encontró. Desanimada, perdió la esperanza de encontrar su palacio. Y llevaban
tanto tiempo viajando y buscando, que nadie las echaba de menos; tampoco tenían dinero ni
joyas, y cuando llegaron a una humilde aldea, tuvieron que dedicarse a vivir y trabajar el campo
con aquellas gentes pobres y alegres, que sin saber de su realeza, las acogieron como a dos
pobres huérfanas.

Las hermanas vivieron algunos años en aquel lugar. Trabajaron mucho y supieron lo que eran el
hambre y los problemas, pero todos las querían tanto que llegaron a sentirse muy felices,
olvidando poco a poco su pasado real. Una noche, ordenando las cosas de Nora, Sabina
encontró la antigua llave. Divertida, se la llevó a su hermana, quien nostálgica pensaba en el
magnífico palacio que debía estar esperando en algún lugar.

- Igual queda algún pequeño bosque donde haya un palacio que no conocemos- dijo Nora, con
un puntito de esperanza.
- Pues sabes lo que pienso -respondió la pequeña-. Que no necesito más para ser feliz.
Estuvimos meses viajando solas de castillo en castillo para tener una vida de reinas, pero nunca
he sido tan feliz como ahora, aunque no tengamos gran cosa. Si yo tuviera que elegir un palacio
-continuó alegremente, mientras bailaba junto a la puerta- sería esta pequeña cabaña.- terminó
divertida, al tiempo que con gesto solemne introducía la vieja llave en la puerta de la cabaña.

Al momento, la habitación se llenó de luces y música, y de la vieja puerta comenzó a surgir un


maravilloso palacio lleno de vida y color, transformando aquel lugar por completo, llenándolo de
fuentes, jardines y animales que hicieron las delicias de todos en la aldea.
Sólo la humilde puerta de la cabaña seguía siendo la misma, recordando así a todos cómo
Sabina la Maravillosa, que así llamaron a su sabia reina, había encontrado en una vida humilde
la puerta de la felicidad no sólo para ella, sino para todos los habitantes de aquel país.
¿Y si no fueron felices y se
hartaron de perdices?
Érase una vez el final de un cuento de hadas. Todo había acabado felizmente, y el príncipe y la
princesa habían llegado a casarse tras muchas aventuras. Y vivieron felices y comieron
perdices.

Pero, al día siguiente, el príncipe tenía un fuerte dolor de cabeza y no le apetecía comer perdiz.
Salió a pasear por los jardines mientras la princesa devoraba una perdiz tras otra. Tantas
comió, que al llegar la noche sufría una gran indigestión.
Esa noche, el príncipe protestaba, pues no se sentía feliz.
- Vaya birria de cuento. No me siento para nada feliz.
- Si no eres feliz, es porque no has comido perdiz.
Y al día siguiente ambos solo comieron perdices, pero el mal humor del príncipe no desapareció,
y la indigestión de la princesa empeoró.
- Vaya birria de cuento- dijo también la princesa.
El tercer día era evidente que ninguno de los dos era feliz.
- ¿Cómo puede irnos tan mal? ¿Acaso no fue todo perfecto durante el cuento?
- Es verdad. Lo tenemos todo, ¡y hasta nos hemos casado! ¿Qué más necesitamos para ser
felices?
Ninguno de los dos tenía ni idea, pues se habían preparado para vivir una vida de cuento. Pero,
al terminar el cuento, no sabían por dónde seguir. Decididos a reclamar una felicidad a la que
tenían derecho, fueron a quejarse al escritor del cuento.
- Queremos otro final.
- Este es el mejor que tengo. No me sé ninguno mejor.
Y, tras muchas discusiones, lo único que consiguieron fue que eliminara lo de comer perdices.
Seguían sin ser felices, claro, pero al menos la princesa ya no tenía indigestión.
La infeliz pareja no se resignó, y decidió visitar a las más famosas parejas de cuento. Pero ni
Cenicienta, ni la Bella Durmiente, ni siquiera Blancanieves, hacían otra cosa que dejar pasar
tristemente los días en sus palacios. Ni una sola de aquellas legendarias parejas había sabido
cómo continuar el cuento después del día de la boda.
- Nosotros probamos a bailar, bailar, y bailar durante días- contó Cenicienta- pero solo
conseguimos un dolor de huesos que no se quita con nada.
- Mi príncipe me despertaba cada mañana con un ardiente beso que duraba horas- recordaba la
Bella Durmiente- pero aquello llegó a ser tan aburrido que ahora paso días enteros sin dormir
para que nadie venga a despertarme.
- Yo me atraganté con la manzana cien veces, y mi príncipe me salvó otras tantas, y luego nos
quedábamos mirándonos profundamente- dijo Blancanieves- Ahora tengo alergia a las
manzanas y miro a mi esposo para buscarle nuevos granos y verrugas.
Decepcionados, los recién casados fueron a visitar al resto de personajes de su cuento. Pero ni
el gran hechicero, ni el furioso dragón, ni sus valientes caballeros quisieron hacer nada.
- Ya cumplimos con todas nuestras obligaciones, y ni siquiera tuvimos un final feliz ¿Y encima
queréis que nos hagamos responsables de vuestra felicidad ahora que ha terminado el cuento?
Chocolate y felicidad
Hace tanto tiempo que ya nadie se acuerda de que hubo una época en la que cada niño vivía
con un duendecillo de la felicidad que lo acompañaba desde el día de su nacimiento. Los
duendecillos se alimentaban de la alegría de los niños, y por eso eran expertos inventores de
juguetes y magníficos artistas capaces de provocar las mejores sonrisas.

Con el paso de los años, los duendes mejoraron sus inventos y espectáculos, pero la alegría que
conseguían era cada vez más breve. Por más que hicieran, los niños se volvían gruñones y
exigentes cada vez más temprano. Todo les parecía poco y siempre querían más. Y ante la
escasez de felicidad, los duendes comenzaron a pasar hambre.

Pero cuando pensaban que todo estaba perdido, apareció la pequeña Elsa. Elsa había sido una
niña muy triste, pero de pronto se convirtió en las más poderosa fuente de alegría. Ella sola
bastaba para alimentar cientos de duendes. Pero cuando quisieron felicitar a su duende, el
pequeño Flop, no lo encontraron por ningún sitio. Por más que buscaron no hubo suerte, y
cuando lo dieron por muerto, decidieron sustituirlo por Pin, el mejor duende de todos.

Pin descubrió enseguida que Elsa era diferente. Ella no disfrutaba mucho con los regalos y
maravillas de su duende. Regalaba a otros niños la mayoría de juguetes que recibía de Pin, y
nunca dejaba que su duende actuase solo para ella. Vamos, que parecía que su propia alegría le
importaba mucho menos que la de los demás niños y a Pin le preocupaba que con esa actitud
se pudiera ir gastando toda su energía.

Una noche, mientras Pin descansaba en su cama de duende, sintió algo extraño bajo el colchón,
y al levantarlo descubrió la ropa de Flop, cubierta de chocolate dorado. Como todos los duendes,
Pin conocía las leyendas sobre el chocolate dorado, pero pensaba que eran mentira. Ahora,
viendo que podían ser ciertas, Pin corrió hacia la cama en que dormía Elsa y miró a través de
sus ojos. ¡Allí estaba Flop, regordete de tanta felicidad! Pin sabía que desde dentro Flop no
podía verle, pero volvió a su cama feliz por haber encontrado a su amigo, y por haber
descubierto el secreto de la felicidad de Elsa: Flop la había convertido desde dentro en un
duendecillo de la felicidad, y ahora que estaba tan ocupada haciendo felices a otros se había
convertido en una niña verdaderamente feliz.

Los días siguientes Pin investigó cuanto pudo sobre el chocolate dorado para enseñar a los
demás duendes cómo hacer el mismo viaje. Bastaba con elegir un niño triste, posarse en su
mano mientras dormía, darle un fuerte abrazo, y desear ayudarlo con todas sus fuerzas.

Así fue como Pin se convirtió en un bombón dorado. Y a la mañana siguiente aquel niño triste se
lo comió. Aunque sabía que no le dolería, pasó muchísimo miedo, al menos hasta que le tocó la
lengua, porque a partir de ese momento sintió las cosquillas más salvajes y rió y rió y rió… hasta
que estalló de risa. Y entonces apareció en el alma de aquel niño triste, dispuesto a convertirlo
en un auténtico duendecillo de la felicidad ayudando a otros a ser más felices.
Los demás duendes no tardaron en imitar a Pin y a Flop, y pronto cada niño tuvo en su interior
un duendecillo de la felicidad. El mismo que aún hoy nos habla todos los días para decirnos que
para ser verdaderamente felices hay que olvidarse un poco de las propias diversiones y hacer
algo más por los demás.
El dinero sí compra la felicidad: un
estudio confirmó que la satisfacción
aumenta a la par de los ingresos
Una investigación realizada en EEUU y publicada en Proceedings of the
National Academy of Sciences reveló que las personas son incluso más
felices a medida que el salario supera los USD 100 mil al año
8 Mar, 2023
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La satisfacción aumenta a la par de los ingresos


El dinero realmente compra la felicidad, y la correlación va mucho más allá del umbral
salarial de USD 75.000 anuales (en EEUU) que había sido considerado como el límite
superior para tener un impacto, según un equipo de científicos que incluye a un psicólogo
ganador del Premio Nobel que introdujo la idea de un nivel de estabilidad de felicidad hace
más de una década.

La satisfacción aumenta a la par de los ingresos e incluso se acelera a medida que el salario
supera los USD 100.000 al año, siempre y cuando la persona disfrute de un cierto nivel básico
de felicidad en un inicio. Eso es según el estudio realizado a 33.391 personas que viven en
Estados Unidos, publicado el 1 de marzo en la revista Proceedings of the National Academy of
Sciences. En él, los científicos argumentan que el efecto se puede observar en salarios de hasta
USD 500.000, aunque carecen de datos concluyentes más allá de ese nivel.

Los resultados contradicen a un famoso trabajo de 2010 del psicólogo Daniel Kahneman y el


economista Angus Deaton, que revelaba que la felicidad aumenta con los ingresos hasta que la
relación comienza a “aplanarse” entre los USD 60.000 y USD 90.000 al año.

Ahora Kahneman ha vuelto a analizar su trabajo en colaboración con Matthew Killingsworth,


estudiante de doctorado en psicología de la Universidad de Harvard y ex gerente de productos
de software, quien encontró que no hay punto de estabilidad de la felicidad en un estudio de
2021 que investiga el mismo tema.

Su nuevo artículo, que describen como una “contradictoria colaboración”, encontró un nivel de
estabilidad, pero solo entre el 20% más infeliz de las personas, y solo cuando comienzan a
ganar más de USD 100.000. Pero incluso los miembros de este grupo “infeliz” se volvieron
más felices a medida que sus ingresos aumentaron hasta seis cifras. Es solo en este punto donde
el efecto felicidad de más dinero deja de funcionar y “las miserias que quedan no se alivian
con altos ingresos”.

Las personas encuestadas eran adultos empleados entre 18 y 65 años que vivían en
EE.UU., con una edad promedio de 33 años y un ingreso familiar promedio de USD
85.000 al año (REUTERS/Dado Ruvic)
“Para la gente muy pobre, el dinero claramente ayuda mucho”, le dijo Killingsworth a New
Scientist. “Pero si tenemos un ingreso decente y seguimos sintiéndonos miserables, la fuente de
esa miseria probablemente no sea algo que el dinero pueda arreglar”.

Para todos los demás estadounidenses fuera de este grupo, más dinero significa más felicidad,
al menos hasta cierto punto. Y para el 30% más feliz de la población, la tasa de aumento de
la felicidad incluso se acelera a medida que los ingresos superan los USD 100.000.

Dicho esto, los investigadores encontraron que el efecto emocional general de más dinero en
una persona es pequeño en comparación con otras circunstancias, incluso algo tan simple
como dos días libres al final de una semana.
“Una diferencia de aproximadamente cuatro veces en los ingresos es casi igual al efecto de un
fin de semana”, dijo.

Las personas encuestadas eran adultos empleados entre 18 y 65 años que vivían en EEUU, con
una edad promedio de 33 años y un ingreso familiar promedio de USD 85.000 al año. Los
participantes fueron encuestados sobre su felicidad varias veces al día utilizando una aplicación
desarrollada por Killingsworth.

Aunque la encuesta incluyó a participantes con ingresos superiores a USD 500.000, los
investigadores dijeron que era imposible decir definitivamente que el efecto estaba presente
para las personas que ganan más que eso.

“La tendencia aumenta constantemente a través del grupo de ingresos más altos [USD 500 000]
en mis datos, pero cuánto más se extiende es una pregunta abierta”, dijo en un correo
electrónico a Bloomberg News. “Estoy trabajando para resolver esto, pero aún no está
terminado”.

(Con información de Bloomberg)


"El dinero no da felicidad": millonario
canadiense vive como indigente en
Colombia
"Tengo todo lo que necesito (...) aquí con 150 mil pesos (colombianos) vivo como un
rey" aseguró el hombre.

24horas.cl

Jueves 9 de marzo de 2023

Impacto generó el hallazgo de un tiktoker de un millonario canadiense que decidió dejar

todo atrás e instalarse en Colombia. Sin embargo, por azares del destino y una adicción a

las drogas, el hombre quedó viviendo como indigente en el país sudamericano.

Esta es la historia de Jordan, un hombre que le contó al influencer @Stylacho que era

propietario de varias empresas en su natal Toronto, que lo llevaron a recorrer minas de oro de

Brasil, en la frontera de Ecuador y Perú, y también en Chile. 


No fue hasta 2019 que este sujeto decidió irse hasta colombia con la intención de quedarse un

año, pero la llegada de la pandemia del COVID-19 lo obligó a mantenerse en Sudamérica.

Es durante este periodo que Jordan comenzó a tener un consumo problemático de drogas

que lo llevaron a vivir en la calle. 

A pesar de lo anterior, el norteamericano reconoce que la vida en Colombia es mucho más

barata que en su país de origen. "Tengo todo lo que necesito (...) aquí con 150 mil pesos

(colombianos) vivo como un rey", aseguró.

El hombre reveló que vivió en Perú 11 años y que se casó en Lima, manteniendo un estilo de

vida que lo llevaba a vivir un semestre en el país vecino. También dijo que vivió un tiempo en

Chile.

Además, señaló que tiene una hija de la que no ha sabido desde que se instaló en

Colombia.

En ese sentido, el individuo reconoció que su madre no sabe cómo vive, y que si esta se entera

de esto le diría que "ojalá que cambie mi vida y vuelva a ser una persona normal".

También contó que su secretaria le envía dinero todas las semanas desde sus empresas

para subsistir en Colombia. "Cuando yo quiero, ella manda", aseguró.

El registro se viralizó ampliamente, reuniendo cientos de comentarios en los que los usuarios

destacaron que "el dinero no da la felicidad", o que "le falta mucho amor por parte de su

familia".

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