Cuentos Cortos

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El espejo del cofre

En uno de sus múltiples viajes, un mercader compró a un buhonero un pequeño


espejo, un objeto que sus ojos jamás habían contemplado y le pareció algo
sumamente extraordinario. A pesar de no conocer cómo debía utilizarse, se lo
llevó muy contento para mostrárselo a su mujer.

Durante las largas jornadas del viaje de regreso a su hogar, descubrió en ese
extraño objeto, la familiar figura de su difunto padre. Asustado por esta extraña
presencia, decidió no contarle nada a su esposa y guardar el preciado retrato de
su padre en uno de los baúles del desván.

Todos los días, desde que regresó de su viaje, subía al desván para contemplar a
su padre. Cuando bajaba, siempre se mostraba entristecido y esquivo ante las
preguntas de su mujer.

Harta de esta situación, subió al desván para descubrir el motivo de la tristeza de


su marido. Tras rebuscar en las pertenencias de su esposo, encontró el retrato de
una hermosa mujer. Muy enfadada ante el engaño del mercader, le echó en cara
que la estaba engañando con otra mujer. Una acusación a la que su marido
respondía con que la persona del baúl era su padre.

Tales eran los gritos que daban, que un monje se acercó hasta su hogar para
medrar en la disputa. El matrimonio le contó el motivo de su discusión y cuando el
monje subió al desván, lo único que encontró fue la efigie de un anciano monje
zen.
La nube violeta

El niño cerró el libro y, entonces, sucedió. En las copas de los árboles se paró una
nube de color violeta y le habló. Estaba narrándoles con lujo de detalles lo
sucedido a sus amigos, necesitaba decírselo a alguien. Pero se detuvo; sabía lo
que dirían o incluso pensarían, así que suprimió la última parte de la historia.

Habló de la nube y dijo que le había parecido algo extraño e intentó averiguar si
alguno de ellos la habían visto. No, nadie había visto jamás una nube violeta y,
como al niño le encantaban las historias y sabía contarlas de maravilla, sus
amigos no dijeron nada, se quedaron observándolo con asombro y les pareció
eso, una bonita historia.

La nube le dijo que pidiera un deseo y el niño, que todavía se hallaba bañado de
inocencia y credulidad, rogó por un día de vuelta a esa playa junto a sus padres,
antes del derrumbe. Esa época en la que ellos lo miraban y él sabía que existía
por esa ternura que se posaba sobre su cabeza y lo adormecía.

La nube resultó ser un hada capaz de cumplir cualquier deseo; y el niño vio
realizados sus sueños. Tuvo su día, su ciudad, su playa y, después, de nuevo la
viudez; porque en su caso no era orfandad: sabía exactamente lo que había
perdido y por qué y podía contarlo. Un niño sin padre sólo sabe que no tienen lo
que otros sí.

No pudo contarles la verdad a sus amigos, porque en el fondo, sabía que no lo


entenderían. Así que, después de pasar la tarde con ellos regresó a su casa,
observando cada rincón del cielo, con la esperanza de que otra vez, la maravillosa
nube le arrebatara esa viudez
Caperucita roja
Había una vez una dulce niña que quería mucho a su madre y a su abuela. Les
ayudaba en todo lo que podía y como era tan buena el día de su cumpleaños su
abuela le regaló una caperuza roja. Como le gustaba tanto e iba con ella a todas
partes, pronto todos empezaron a llamarla Caperucita roja.
Un día la abuela de Caperucita, que vivía en el bosque, enfermó y la madre de
Caperucita le pidió que le llevara una cesta con una torta y un tarro de mantequilla.
Caperucita aceptó encantada.
- Ten mucho cuidado Caperucita, y no te entretengas en el bosque.
- ¡Sí mamá!
La niña caminaba tranquilamente por el bosque cuando el lobo la vio y se acercó a
ella.
- ¿Dónde vas Caperucita?
- A casa de mi abuelita a llevarle esta cesta con una torta y mantequilla.
- Yo también quería ir a verla…. así que, ¿por qué no hacemos una carrera? Tú ve
por ese camino de aquí que yo iré por este otro.
- ¡Vale!
El lobo mandó a Caperucita por el camino más largo y llegó antes que ella a casa
de la abuelita. De modo que se hizo pasar por la pequeña y llamó a la puerta.
Aunque lo que no sabía es que un cazador lo había visto llegar.
- ¿Quién es?, contestó la abuelita
- Soy yo, Caperucita - dijo el lobo
- Que bien hija mía. Pasa, pasa
El lobo entró, se abalanzó sobre la abuelita y se la comió de un bocado. Se puso
su camisón y se metió en la cama a esperar a que llegara Caperucita.
La pequeña se entretuvo en el bosque cogiendo avellanas y flores y por eso tardó
en llegar un poco más. Al llegar llamó a la puerta.
- ¿Quién es?, contestó el lobo tratando de afinar su voz
- Soy yo, Caperucita. Te traigo una torta y un tarrito de mantequilla.
- Qué bien hija mía. Pasa, pasa
Cuando Caperucita entró encontró diferente a la abuelita, aunque no supo bien
porqué.
- ¡Abuelita, qué ojos más grandes tienes!
- Sí, son para verte mejor hija mía
- ¡Abuelita, qué orejas tan grandes tienes!
- Claro, son para oírte mejor…
- Pero abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- ¡¡Son para comerte mejor!!
En cuanto dijo esto el lobo se lanzó sobre Caperucita y se la comió también. Su
estómago estaba tan lleno que el lobo se quedó dormido.
En ese momento el cazador que lo había visto entrar en la casa de la abuelita
comenzó a preocuparse. Había pasado mucho rato y tratándose de un lobo…
¡Dios sabía que podía haber pasado! De modo que entró dentro de la casa.
Cuando llegó allí y vio al lobo con la panza hinchada se imaginó lo ocurrido, así
que cogió su cuchillo y abrió la tripa del animal para sacar a Caperucita y su
abuelita.
- Hay que darle un buen castigo a este lobo, pensó el cazador.
De modo que le llenó la tripa de piedras y se la volvió a coser. Cuando el lobo
despertó de su siesta tenía mucha sed y al acercarse al río, ¡zas! se cayó dentro y
se ahogó.
Caperucita volvió a ver a su madre y su abuelita y desde entonces prometió hacer
siempre caso a lo que le dijera su madre.
Martin y el extraterrestre
Cierta noche, Martin observó desde su ventana, una estela de luz que caía desde
el cielo, la velocidad de la luz aumentaba cada vez más y más por lo que Martin
sentía miedo y al mismo tiempo curiosidad. La luz aterrizó en un terreno
abandonado a pocos metro de su casa, así es que se armó de valor y fue a
investigar el origen de aquella luz tan grande y luminosa.Encontró un gran cráter
en el lugar del choque y justamente en el centro había algo en forma de disco, que
sin duda era un platillo volador o una nave extraterrestre. La puerta de ésta
comenzó a abrirse y el chico no tuvo tiempo ni de correr, cuando de ella salió una
criatura de lo más extraña. Era de un color jade oscuro con orejas enormes que
llegaban hasta el piso, media aproximadamente 60 centímetros y tenia la piel
arrugada, Martin se las arregló para reprimir un grito cuando la criatura comenzó a
hablar.

– Hola, me llamo Stalisky, soy de un planeta muy lejano, mi nave se estropeo, por
lo que no pude completar mi viaje a Venus y caí en este planeta.
– Yo soy Martin – dijo el chico estrechándole la mano – ¿cómo es que sabes
hablar nuestro idioma?
– Nuestra raza ha aprendido las culturas e idiomas de los 25 planetas habitables
que hemos encontrado por el espacio. Te agradecería mucho que me ayudaras a
reparar mi nave, ya que nuestra tecnología para corregir errores no funciona en el
planeta tierra.

Martin aceptó encantado, por varias semanas fue hasta el lugar en donde estaba
la nave a ayudar en la reparación. Él y Stalisky se convirtieron en muy buenos
amigos, y compartieron conocimientos mutuamente. Martin aprendió que no se
debe juzgar a nadie ni nada por su apariencia ni por su raza, sino que debemos
ayudar a todos en lo que podamos.Cuando llegó la hora de partir, se despidieron
con un abrazo y unas bellas palabras, Martin no pudo evitar que las lagrimas
corrieran por su rostro al mismo tiempo que la nave de Staisky tomaba altura y se
alejaba cada vez más de la tierra.
La hermana malvada
Nadie había querido jamás a Paty como su hermana Azul. La adoraba despierta
con todos los sentidos e incluso tenía sueños rutinarios en los que se paseaba
junto a su hermana gemela en un mundo donde no había más individuos que ellas
dos: y eran felices, y se querían intensamente.

Pero a la luz del día las cosas eran diferentes. Azul tenía un carácter muy
posesivo y cada vez que su hermana Paty intentaba hacer algo con lo que ella no
estuviera de acuerdo, tenía que someterla a sus torturas; sentía que así debía ser
para que su hermana comprendiera lo mucho que ella la amaba.El tiempo pasó y
fue separando lentamente a las hermanas; aunque no en el corazón de Azul, que
siguió amando a su hermana hasta el último minuto de su vida. De hecho, en el
instante que sufrió aquel trágico accidente que le quitó la vida, su último
pensamiento fue para Paty.

A Paty la entristeció muchísimo la muerte de su hermana; no obstante, estaba


acostumbrada a seguir adelante, así que, como lo había hecho tantas veces,
impidió que la tristeza la estancara y continuó viviendo. Y cuando consiguió
recuperar la estabilidad en su vida; cuando dejó de llorar la pérdida y retomó sus
actividades de siempre, algo pasó que la fundió en la más absoluta incertidumbre.

Una tarde mientras observaba a la gente que viajaba a su lado en el tren un


recuerdo afloró intensamente de su interior. No fue el hecho de evocar un instante
lo que llamó su atención -los medios de transporte eran un espacio ideal para
viajar a otros momentos de su vida-, sino el darse cuenta de que ese recuerdo no
le pertenecía. A partir de ese día comenzaron a asaltarla imágenes, momentos y
emociones que jamás había experimentado. Y cuanto más recordaba más segura
estaba de que esos instantes le pertenecían a Azul.Desde entonces, su vida
nunca volvió a ser la misma. Comenzó a vivir en el recuerdo de su hermana y
pudo conocer en carne propia cuánto la había amado la pequeña Azul. Y también
supo que ya era demasiado tarde para todo. La imposibilidad de sanar el pasado
le pesó como no le había pesado la pérdida, y la acompañó para siempre.

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