Cuentos Cortos
Cuentos Cortos
Cuentos Cortos
Durante las largas jornadas del viaje de regreso a su hogar, descubrió en ese
extraño objeto, la familiar figura de su difunto padre. Asustado por esta extraña
presencia, decidió no contarle nada a su esposa y guardar el preciado retrato de
su padre en uno de los baúles del desván.
Todos los días, desde que regresó de su viaje, subía al desván para contemplar a
su padre. Cuando bajaba, siempre se mostraba entristecido y esquivo ante las
preguntas de su mujer.
Tales eran los gritos que daban, que un monje se acercó hasta su hogar para
medrar en la disputa. El matrimonio le contó el motivo de su discusión y cuando el
monje subió al desván, lo único que encontró fue la efigie de un anciano monje
zen.
La nube violeta
El niño cerró el libro y, entonces, sucedió. En las copas de los árboles se paró una
nube de color violeta y le habló. Estaba narrándoles con lujo de detalles lo
sucedido a sus amigos, necesitaba decírselo a alguien. Pero se detuvo; sabía lo
que dirían o incluso pensarían, así que suprimió la última parte de la historia.
Habló de la nube y dijo que le había parecido algo extraño e intentó averiguar si
alguno de ellos la habían visto. No, nadie había visto jamás una nube violeta y,
como al niño le encantaban las historias y sabía contarlas de maravilla, sus
amigos no dijeron nada, se quedaron observándolo con asombro y les pareció
eso, una bonita historia.
La nube le dijo que pidiera un deseo y el niño, que todavía se hallaba bañado de
inocencia y credulidad, rogó por un día de vuelta a esa playa junto a sus padres,
antes del derrumbe. Esa época en la que ellos lo miraban y él sabía que existía
por esa ternura que se posaba sobre su cabeza y lo adormecía.
La nube resultó ser un hada capaz de cumplir cualquier deseo; y el niño vio
realizados sus sueños. Tuvo su día, su ciudad, su playa y, después, de nuevo la
viudez; porque en su caso no era orfandad: sabía exactamente lo que había
perdido y por qué y podía contarlo. Un niño sin padre sólo sabe que no tienen lo
que otros sí.
– Hola, me llamo Stalisky, soy de un planeta muy lejano, mi nave se estropeo, por
lo que no pude completar mi viaje a Venus y caí en este planeta.
– Yo soy Martin – dijo el chico estrechándole la mano – ¿cómo es que sabes
hablar nuestro idioma?
– Nuestra raza ha aprendido las culturas e idiomas de los 25 planetas habitables
que hemos encontrado por el espacio. Te agradecería mucho que me ayudaras a
reparar mi nave, ya que nuestra tecnología para corregir errores no funciona en el
planeta tierra.
Martin aceptó encantado, por varias semanas fue hasta el lugar en donde estaba
la nave a ayudar en la reparación. Él y Stalisky se convirtieron en muy buenos
amigos, y compartieron conocimientos mutuamente. Martin aprendió que no se
debe juzgar a nadie ni nada por su apariencia ni por su raza, sino que debemos
ayudar a todos en lo que podamos.Cuando llegó la hora de partir, se despidieron
con un abrazo y unas bellas palabras, Martin no pudo evitar que las lagrimas
corrieran por su rostro al mismo tiempo que la nave de Staisky tomaba altura y se
alejaba cada vez más de la tierra.
La hermana malvada
Nadie había querido jamás a Paty como su hermana Azul. La adoraba despierta
con todos los sentidos e incluso tenía sueños rutinarios en los que se paseaba
junto a su hermana gemela en un mundo donde no había más individuos que ellas
dos: y eran felices, y se querían intensamente.
Pero a la luz del día las cosas eran diferentes. Azul tenía un carácter muy
posesivo y cada vez que su hermana Paty intentaba hacer algo con lo que ella no
estuviera de acuerdo, tenía que someterla a sus torturas; sentía que así debía ser
para que su hermana comprendiera lo mucho que ella la amaba.El tiempo pasó y
fue separando lentamente a las hermanas; aunque no en el corazón de Azul, que
siguió amando a su hermana hasta el último minuto de su vida. De hecho, en el
instante que sufrió aquel trágico accidente que le quitó la vida, su último
pensamiento fue para Paty.