Cristina 04

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Cristina

Esteban volvió a encontrarla cuando se levantó del sillón y caminó hacia el comedor

a buscar un vaso. Ella le sonrió, la misma expresión acogedora y franca que le había

dirigido cuando se encontraron llegando a la puerta de la casa. Empezaron a hablar, de lo

fría que estaba la tarde o alguna trivialidad por el estilo, y a medida que pasaban los

minutos le fue asombrando lo fácil que resultaba hablar con ella, una conversación

divertida y algo inconexa sobre una infinidad de temas, a los que Cristina – que no

mencionó su apellido – saltaba con velocidad y agudeza, mirándole con sus ojos divertidos

y brillantes, sonriendo de una manera que él debió reconocer como deliciosa.

Apenas se dio cuenta del paso de las horas, y de cómo los asistentes al cumpleaños se

retiraban a medida que avanzaba la noche. Con sorpresa reparó en su reloj cuando notó que

el salón ya estaba virtualmente vacío, y recordó que debía volver a su casa a preparar la

clase de mañana. Cristina pareció leer su expresión, y con un tono de preocupación le dijo

que era muy tarde, que estaba atrasada y que tenía que irse corriendo porque su padre

pasaría a buscarla a Vitacura, ya que esa misma noche partían de viaje.

“¿Dónde voy? Es un secreto. No seas preguntón.”, le dijo sonriendo. Salieron

juntos, y Esteban le preguntó si podía llevarla a donde su papá la iba a ir buscar, si podrían

verse otro día....Ella le clavó la mirada, y por un segundo el brillo de sus ojos se hizo

sombra, y con una seriedad que le resultó extraña le dijo que no se preocupara, que se fuera

su casa, que estaba apenas a un par de cuadras de donde habían quedado de juntarse, y que

sí, que le encantaría verle otra vez. Ahora ella se iba, esa misma noche, pero se podrían ver

cuando ella volviese. Él quiso insistir, pero ella le contestó con una negativa que le resultó
extraña por lo tajante, que no, que no la acompañase, que su papá estaría por llegar a

buscarla y que era muy estricto, así que no le gustaría verla en la calle con un desconocido.

Mirándolo con una intensidad que le sorprendió le dijo que le había gustado mucho

conocerlo, y que pensaría en él hasta que volviera. Él quiso decir algo, y el abrazo de

despedida fue acompañado de un roce suave de labios. Ella se dio vuelta, y sin mirar atrás

se perdió en la esquina. Él se quedó mirando, perplejo, dándose cuenta que de ella sabía

poco mas que el nombre, y que ni siquiera había preguntado cuando volvería del viaje.

Esa noche, mientras preparaba la clase, mientras veía televisión, mientras intentaba dormir,

no hizo otra cosa que pensar en ella, en su voz, en su sonrisa, en esa conversación larga, en

el beso sutil de la despedida. También en lo extraño de la situación, en no saber más que su

nombre, en que mañana tenía que llamar a Andrés para obtener información. Antes de

dormirse, en ese umbral de conciencia en el que su mente se abría a grandes convicciones,

profundos temores o repentinas decisiones que al despertar le parecían absurdas, pensó con

absoluta seriedad – y con la certeza de no arrepentirse en la mañana – que había conocido a

la mujer de su vida.

Al llegar a la universidad llamó a Andrés, para preguntarle sobre Cristina, que hacía, donde

vivía, cuando podría verla de nuevo. Primer pensó que Andrés bromeaba, pero pronto

comprendió que su voz expresaba real desconcierto..

“¿Quién? No, compadre, no sé quien es...Pensé que venía contigo, como estuvieron juntos

todo el tiempo...” El resto de la semana lo pasó en eso, la búsqueda extraña de una mujer

que ahora parecía un fantasma. Habló con sus amigos, con Patricio, con Andrea, y todos le

dijeron que no, que no sabían quien era. Recordaban a alguien, sí, una mujer joven que toda
la noche había conversado con él y que pensaron le había acompañado, pero por algún

motivo nadie era capaz de recordar su rostro, como hubiese sido una sombra. Ninguno de

sus amigos había hablado con ella, y tras unos días se dio cuenta que en verdad nadie la

conocía, ni era capaz de describirla, ni explicar que hacía ella en ese cumpleaños. Recordó

que alguien había sacado fotos, y le preguntó a Andrés si podía mostrárselas. Iba a dejarlas

en la mesa con desaliento, porque ni ella ni él aparecían en ninguna, cuando el corazón le

dio un vuelco. En la foto de un grupo, dos personas aparecían reflejadas en el espejo, como

espectros, dos figuras de ensueño asomadas por el umbral a este mundo. Uno era él. La

otra, de perfil, era Cristina.

Esa foto era lo único que tenía de ella y durante meses, aunque se sintiera un idiota

haciéndolo y tal actitud fuera totalmente opuesta a la corrección discreta con la que siempre

se había comportado, preguntaba a la gente – sus alumnos, las secretarias, sus compañeros

de colegio - si conocían a una mujer joven, de nombre Cristina, que se pareciese a la

imagen difusa y fantasmal que ahora llevaba en su billetera. Aunque al principio le

incomodaban las miradas que recibía, las cuales oscilaban entre el desconcierto, la

condescendencia y la burla, con el tiempo comenzó a sentirse crecientemente indiferente a

ellas, y a esas personas que parecían incapaces de entender una urgencia que a él le

resultaba tan simple.

Con el tiempo, las jornadas de investigación en su oficina fueron cada vez menos

ortodoxas, su búsqueda ocupando las horas antes dedicadas a los textos que se conformaban

con acumular polvo en los estantes. Consiguió los registros de su universidad, y de varias

otras, y a través de fotos y llamadas telefónicas rastreó la existencia de cada una de las
Cristinas que encontró en ellos. Si la primera llamada resultó lamentable, incapaz de

explicar de manera coherente quien era y que era lo buscaba a una voz que de inmediato

descartó que fuera la buscada, la turbación desapareció con el tiempo, desarrollando un

libreto que repetía en tono monocorde y ausente, permitiéndole terminar la conversación

apenas se daba cuenta que la voz de la Cristina de turno no correspondía a “su” Cristina,

evitando sí explicaciones incómodas. Buscó hasta cansarse.... en los registros de la

universidad, en Internet, hasta con la publicación de un aviso en el diario, al que

respondieron algunos bromistas ociosos. Cristina se había perdido tal como había llegado,

de improviso entre la lluvia, y aunque sus amigos le decían que ya estaba bien, que no

podía seguir así, que era absurdo estar obsesionado con una mujer que de manera literal se

había convertido en un sueño, él les miraba con expresión ausente para volver a hundirse en

sus cavilaciones.

Pasó casi un año, y aunque sus amigos lograron forzarlo a llamar a mujeres de las que no le

interesaba hacerlo, ellas terminaron siendo sólo nombres sin rostro, sombras pálidas que

desaparecían frente al recuerdo de Cristina. A veces lo pensaba, que en verdad se estaba

volviendo loco, que si no fuera por esa foto hasta podría pensar que todo fue una fantasía,

que no podía pasarse la vida esperando alguien que no tenía como encontrar y que no

parecía fuese a volver. Pero entonces llegaba la noche, y el recuerdo, el recuerdo vívido de

esa sonrisa, y no podía hacer otra cosa que aceptarlo, Cristina era la mujer y no podía ir

contra ello.

Fue una mañana de lluvia cuando fue a ver a Gonzalo al hospital, un par de días después de

la operación. Se perdió, tontamente, y después de un par de vueltas por pasillos en los que
no parecía haber un alma y que le parecían iguales comenzó a buscar una enfermera que le

ayudara a orientarse. Vio una puerta abierta, y con timidez asomó la cabeza. Una enfermera

mayor le observó con sorpresa, y la mujer pareció sobresaltarse al ver la expresión de sus

ojos clavados en la cama. Cristina estaba ahí, los ojos cerrados como si estuviese soñando,

su piel pálida bañada un luz tenue, sus labios finos cerrados

Como en un sueño escuchó lo que le dijo la mujer al ver su cara de turbación. Si, era una

historia muy triste, una niña tan joven, tan bonita. Hace más de dos años que está así. Un

accidente de auto, con su padre. Él falleció. Era la única familia que tenía. Está sola,

totalmente sola, y en coma. Probablemente para siempre. Sí, dos años. Estoy segura. Yo la

he cuidado desde entonces. Sí, Cristina...¿ Ud. La conoce, no? Nunca viene nadie a verla, al

principio había amigos, pero después de un tiempo dejaron de venir.

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Entra a la pieza, como todos los días, y saluda a Norma, la enfermera. El rostro de Cristina,

tan blanco, se ilumina con la luz del sol que entra por la ventana. Ya no es tan joven y, muy

tenues, delgadas líneas cruzan su piel. Norma le dice que vuelve en un instante, y abandona

la habitación. Él toma la mano de Cristina, como tantas veces, y besándola suavemente

cierra sus ojos para una oración que ya ha perdido toda convicción. Entonces lo siente, un

murmullo que proviene de la cama, y sintiendo que el pecho le va a estallar escucha a su

espalda el grito de alegre sorpresa de Norma. Cristina le dirige esa mirada traviesa, y con

voz débil dice : “He vuelto.”

Matías Tapia

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