Eclipse - Elva Martinez Medina
Eclipse - Elva Martinez Medina
Eclipse - Elva Martinez Medina
(Llegas del capítulo 8. Y hasta aquí lleva a Marina el destino que has
elegido para ella…).
No era la primera vez que se desplegaba ante ella la incomparable y
majestuosa belleza de Chichen Itzá, ni siquiera su primera visita a una de
las siete maravillas del mundo. Sin embargo, era imposible no rendirse ante
la indiscutible mágica belleza de uno de los conjuntos arquitectónicos más
importantes del globo terráqueo, más aún al sentir como el viento le
susurraba al oído un nombre, que no había logrado borrar de su cabeza y,
menos aún, de su piel, de su corazón…
—Daniel —escuchó a su espalda, girándose en medio de la escalinata.
—Soy idiota, como si no hubiera más Danieles en el mundo…
—¿Hablas conmigo? —Felipe le preguntó al oírla.
—No, conmigo misma —sonrió continuando su ascensión.
Noventa y un escalones la llevaron a la cima de Kukulkán. Noventa y un
escalones, que multiplicados por las cuatro escalinatas que conforman la
pirámide, suman trescientos sesenta y cuatro que al unirlos al templo nos
dan la totalidad de los días de un año. Sin duda alguna, Kukulkán es una
clara prueba de los profundos conocimientos de matemáticas, geometría y
astronomía que los mayas poseían. Allí arriba todo le parecía pequeño, los
cientos de turistas que se agrupaban alrededor del castillo, como los
españoles denominaron a la pirámide al descubrirla, cayendo rendidos ante
su descomunal belleza, parecían meras hormigas yendo de un lado a otro.
—México es increíble, pero esto…esto… no tengo palabras que lo
describan —Colgándose del brazo de Felipe comentó.
—Eso es porque estás sin aliento tras la subida —bromeó—, a ti ni los
mayas te callan.
—Eso también —sonrió—, pero de verdad entiendo que la UNESCO la
declarara una de las siete maravillas del mundo.
Marina se soltó del brazo de su amigo para sacar fotos desde allí, poco
tiempo le quedaba para tomar las vistas desde lo alto de la pirámide, si
quería disfrutar del espectáculo para el que habían ido.
—Marina, tenemos que bajar. Ya sabes que la bajada es más pesada y si
quieres ver el sinuoso baile de la serpiente no podemos demorarnos.
—Un minuto —respondió sin dejar de mirar por el objetivo de su
cámara.
Pocos minutos los separaba de la puesta de sol, el aire les daba en la
cara, sentados en el suelo con las mochilas al hombro y rodeados por
cientos de turistas deseosos de vivir aquel momento único. Momento solo
visible dos veces al año, a la llegada de la primavera, como era el caso, y la
entrada del otoño en septiembre. Momento en el que hipnótico baile de las
luces y las sombras de la luz del atardecer te hacen presenciar el sugerente e
imaginario baile de la serpiente deslizándose desde la cima de la pirámide
hasta la cabeza emplumada de la serpiente que se encuentra en la base.
—Dame, yo las hago por ti. Yo ya lo he presenciado varias veces —le
susurró Felipe quitándole la cámara de las manos para tomar las fotos—. A
ver si Quetzalcóatl consigue enamorarte y te quedas en México —dijo
besándola junto al cuello.
—Quetzalcóatl no necesita hacer nada para enamorarme de tu país,
pero…
—Lo sé —respondió Felipe acariciándole la muñeca izquierda que él
mismo había tatuado.—, pero aún tengo casi cuatro meses para convencerte
de lo contrario.
*****
—Tengo algo para ti —dijo Jorge nada más ver a Daniel llegar.
—¿Para mí?
—Sí, en mi móvil.
—No entiendo —Se sentó junto a su amigo y dio un trago a la cerveza
que acababa de pedir en la barra—. Por cierto, un saludo a todos —dijo
dedicándole una sonrisa a Judith, pues, aquella era la primera vez que se
veían desde el verano—. Hola, Judith, ¿cómo estás?
—Bien, ¿y tú?
—Bien. Me alegro de volver a verte y de que le hayas hecho caso al
tonto de mi amigo, si necesitas conocer algún secreto suyo no dudes en
preguntarme.
—Así lo haré.
—Eh, no le hagas caso a lo que te diga este —respondió Jaime, dándole
una palmada a su amigo en el hombro.
—¿Me vas a enseñar lo que tienes para mí?
—Ahora te lo envío al móvil —contestó sonriente, buscando en su
smartphone y dándole a enviar bajo la atenta y curiosa mirada de Daniel.
JORGE
Me han dicho que te copie esto. Creo que no necesitas que te diga
quién: Casi ha pasado el año, perdona que no diera antes señales de
vida, en cuatro meses la tienes en papel. Si el atardecer es
impresionante, ver la entrada del equinoccio de primavera ha sido
inolvidable. Sin duda alguna, te daría un buen motivo para un cuadro.
Jorge no apartó la vista de su amigo, quería ver su reacción al leer el
mensaje, ver en primera persona la sonrisa tonta que sabía se adueñaría de
su cara. Tras ver aquella sonrisa le dio de nuevo a enviar a la foto que
acompañaba el mensaje.
—Guauu…
—¿Se puede saber qué secretos os traéis? —preguntó Jaime que la
curiosidad le estaba matando.
—No, no se puede —respondió Daniel sin apartar la vista del móvil.
Ella no estaba en la foto, no había rastro de ella, ni siquiera su sombra,
sin embargo, no necesitaba ver su cuerpo para sentirla cerca; la emoción lo
invadió en forma de un incesante cosquilleo que lo recorría desde los pies a
la cabeza. Ella no estaría en la foto, pero la sentía allí mismo, oculta tras el
objetivo captando aquel momento para él.
JORGE
¿Te paso unas servilletas? Las babitas se te caen, ja ja ja…
Daniel no dijo nada, solo levantó la vista del teléfono un momento para
sonreírle a su amigo, sin la menor de las dudas, aquella era una inmejorable
señal. Daniel volvió a mirar la fotografía, intrigando al resto del grupo al
verlo tan ensimismado en aquel mensaje que no sabían ni qué contenía, ni
de quién era.
—¿Puedo saber qué le has enviado? —Una más que intrigada Sofía
preguntó a su novio.
—Luego te cuento —respondió en voz baja.
No, no era ningún secreto a guardar, pero Jorge no estaba seguro si
Daniel o, la propia Marina querían que Judith se enterase de aquel pequeño
guiño entre ellos. Daniel soltó el teléfono sobre la mesa, dio un trago a su
cerveza, dándose cuenta que era el centro de atención de todas las miradas.
—¿Qué pasa? ¿Tengo algo en la cara?
—¿Qué pasa? Eso tendrás que decirlo tú, que te has quedado
agilipollado mirando el móvil. ¿Se puede saber qué veías?
Daniel dio un nuevo trago a la cerveza pasando la mirada de Jaime a
Judith, en un intento de discernir si podía o no decir de quién era la foto.
«¿Por qué no? Es solo una fotografía y ella está con Jaime», se dijo.
—¿Recordáis que le pedí a Marina ver la foto del atardecer en Chichen
Itzá? —mirando a Judith preguntó—, pues, ha tenido la suerte de vivir la
entrada del equinoccio de primavera allí, se ha acordado de su deuda, ha
sacado la fotografía y se la ha enviado a Jorge para mí.
—¿Puedo verla? —preguntó Jaime mirando a su amigo, dedicándole un
gesto con los ojos haciendo sonreír a Daniel—. ¿O solo es para ti?
—Puedes verla —dijo, buscando la foto en el móvil antes de pasárselo a
su amigo.
—¡Guauu! Es verdaderamente impresionante —respondió, notando la
barbilla de Judith sobre su hombro mirando con curiosidad aquella foto.
—Es curioso, esta misma tarde hablamos por Skype y, no me dijo que te
había enviado la foto y, eso que le dije que íbamos a vernos.
—Se despistaría, ya sabes cómo es Marinita —intervino Jorge—, justo
antes de venir le envié mensaje y fue cuando me pasó la fotografía para
Daniel.
—Sí, supongo. Ahora que lo pienso, seguro que es así, se iba corriendo
que Felipe la estaba esperando, creo que iban a Teotihuacán.
—Teotihuacán, también ha de ser impresionante. México es mi
asignatura pendiente —respondió con cierto resquemor al escuchar el
nombre de Felipe.
—Igual deberías aprovechar que tenemos allí a Marina, seguro que te
hace de guía encantada —intervino Sofía, dedicándole una mirada
cómplice, consiguiendo hacerle sonreír.
—Ojalá pudiera, pero ahora es complicado, tengo mucho trabajo.
—Marina no vuelve hasta cerca de julio —intervino Judith—. Bueno, si
nadie la convence de quedarse.
—¿Qué quieres decir con eso? —se interesó Daniel.
—No sé, a veces creo que ella regresó a México por el tal Felipe, pasan
mucho tiempo juntos. No sé, igual me equivoco.
—Yo creo que te equivocas de lleno —respondió Jorge—. Marina no
tiene nada con ese Felipe, no te digo yo que no se hayan liado en algún
momento —dijo, notando la mirada de Daniel clavada en él, atento a sus
palabras—, pero no significa nada para ella.
—Bueno, de todos modos, aunque Marina y Felipe estuvieran juntos,
ella te haría de guía encantada, eso seguro —volvió a hablar Judith.
—¿A dónde vas? —preguntó Jaime al ver levantarse a su amigo.
—Al baño, ¿o no puedo?
—Sí, claro, puedes y debes. No te nos mees encima —bromeó Jaime, a
sabiendas que su amigo comenzaba a agobiarse con los comentarios sobre
Felipe.
—¿Tienes un tatuaje nuevo? —preguntó Sofía fijándose en la muñeca
izquierda de Daniel.
—¿Qué? Sí… —respondió pasando el dedo índice de la mano derecha
sobre el eclipse tatuado junto al sol.
—Déjame ver. Un eclipse… —Tras observar la tatuada muñeca de
Daniel antes de que el resto pidiera mirarla.
—¿Por tu cuadro? —se interesó Judith.
—Digamos que ambos tienen el mismo motivo… —respondió con una
sonrisa alejándose de sus amigos.
—No hables más del tal Felipe —Sofía regañó a su amiga para sorpresa
del resto.
—¿Por qué? ¿No entiendo cuál es el problema?
Sofía y Jorge se miraron, era el momento de poner las cartas sobre la
mesa. De revelar aquel secreto conocido por todos salvo por Judith.
—Marina no se marchó a México en busca de un chico, sino huyendo de
otro… —se sinceró Jorge.
—¿Qué?
—Judith, no te enfades. De la misma manera que no te diste cuenta que
a mí me gustabas, por muchas indirectas que te soltaba. Tampoco percibiste
la atracción entre Daniel y Marina desde el mismo momento que se vieron
—explicó Jaime acariciándole la mano, que tenía sobre su pierna.
El móvil de Jorge vibró sobre la mesa, consiguiendo la atención de todo
el grupo al sonar por segunda vez rompiendo el silencio que se había hecho
tras la confesión de Jaime.
—¿Hablas en serio?
—Del todo —respondió Jaime al tiempo que Sofía asentía con un ligero
movimiento de cabeza.
—Sí —se sumó Jorge antes de coger su móvil.
—¿Por qué no me dijo nada?
—No quería hacerte daño —intervino Jorge desbloqueando su móvil—.
Sabes lo importante que eres para ella y no quería que nada ni nadie se
interpusiera entre vosotras.
—¿Está en México por mi culpa?
—No, eso no es así. Sabes que Marina se hubiese ido igualmente,
Marina no hubiese dicho que no a pasar un año en México —respondió,
abriendo los ojos de par en par al ver el mensaje—. ¡Joder! —exclamó justo
cuando Daniel se sentaba.
—¿Es verdad que estás enamorado de Marina? —preguntó Judith
pillándolo completamente por sorpresa.
—¿Qué? ¿Puedo saber qué ha pasado en lo que he ido y venido del
baño?
—¿Estás enamorado de Marina? —insistió Judith.
—Bueno, digamos que… —titubeó—, supongo que sí —dijo mirándola
a los ojos, pareciendo pedir perdón—. ¿Has sido tú? —preguntó a Jorge al
verlo soltar su móvil al tiempo que a él le entraba un mensaje.
—Sí —respondió, haciéndole un gesto para que lo mirase.
Daniel estaba estupefacto, no podía terminar de creerse aquella
coincidencia. No, aquello era mucho más que una simple casualidad,
aquella conexión había existido entre ellos desde el momento de conocerse
y, ahora estaba seguro de sus sensaciones al ver la foto tomada para él.
De un plumazo se borró el temor, que llevaba nombre masculino. Entre
ellos no había nadie, solo un océano por medio que en unos meses ya no los
separaría.
—¿Es su mano? —mirando a Jorge preguntó.
—Supongo.
—Déjame su número, por favor.
Nadie decía nada. Nadie sabía muy bien lo qué pasaba, aunque todos lo
intuían, más aún al ver a Daniel fotografiarse su propia muñeca y enviar un
mensaje.
DANIEL
Esto es mucho más que una simple coincidencia. Deseando tu vuelta.
Solo has pagado la mitad de tu deuda, no lo olvides.
No podía evitar sonreír, haciéndole burla a sus amigos al ver las caras
que le ponían.
—¿Estáis idiotas?
—No, tú es el que tienes cara de tontito —respondió Jaime, dándole una
palmada en el hombro—. Déjame ver el mensaje. ¿Es una foto, me
equivoco?
—No, no te equivocas —dijo enseñándole la foto de un tatuaje
exactamente igual que el suyo.
—¡Joder! Ni poniéndoos de acuerdo y yendo al mismo tatuador os lo
hacéis tan igual —dijo notando la vibración de un mensaje entrante.
—Ni se te ocurra —amenazante, pero con una sonrisa dijo Daniel,
recuperando su móvil.
MARINA
Lo sé, no lo he olvidado. Justo dentro de cuatro meses estoy ahí.
DANIEL
Contando los días para hacer realidad ese eclipse, ja ja ja…
MARINA
¡¡¡Serás idiota!!!
DANIEL
¿Tú no? ¡Qué decepción! Ja ja ja ja…
MARINA
Creo que me voy a borrar el tatuaje, ja ja ja…
DANIEL
¡Ni se te ocurra! Ahora estamos conectados, aún más…
MARINA
¿Puedo hacerte una pregunta?
DANIEL
¿Puedo llamarte?
MARINA
Sí…
Daniel levantó la vista de la pantalla, dándose cuenta que tenía cuatro
pares de ojos clavados en él.
—Ahora vuelvo —dijo levantándose.
—¿Al baño otra vez? —Con mirada socarrona preguntó Jorge.
—No —negó, alejándose de ellos y saliendo a la calle.
Los nervios se apoderaron de él mientras marcaba su número,
escuchando el tono de llamada a la espera de escuchar su voz.
—Hola, presuntuoso —escuchó al otro lado del teléfono.
—Seré presuntuoso, pero te has tatuado un eclipse.
—Solo es un eclipse —Entre risas respondió Marina.—, no es tu
nombre.
—Como si lo fuera.
—¿Entonces ahora junto al sol llevas tu nombre?
—Bien sabes que no.
—Ya no te quedan muñecas para más nombres.
—¿Qué? —preguntó riendo—. No pensaba tatuarme nada más, ya está
todo cubierto y es más sugerente el eclipse, nadie más entiende el motivo,
que ponerme Marina y luego pases de mí.
—¿Cómo Greta? —preguntó, escuchando la sonora carcajada de Daniel.
—Greta nunca jamás pasó de mí.
—¿Entonces qué pasó?
—Murió de vieja.
—¿Qué?
—Era la golden retriever de mis abuelos, ¿creías que era una chica? Así
que estabas celosilla —riendo comentó—. Reconócelo y yo reconoceré que
a mí me joroba el tal Felipe ese —dijo escuchando las sonoras carcajadas de
Marina—. Ríe, ríe, pero estoy seguro que conoce el sabor de tus labios,
cosa que yo no y muero por averiguarlo. Largos se me van a hacer estos
meses.
—¿Has vuelto a pintar?
—Cambiando de temas eres toda una maestra, al menos, podías decirme
que a ti también.
—Lo diría si fuese verdad…
—Eres lo peor…
—Ya ves. Daniel, te tengo que dejar, estoy en la base de Teotihuacán, las
escaleras me esperan.
—Envíame una foto, pero esta vez quiero verte a ti.
—Muy bien, así lo haré. Daniel…
—Dime… —Una sonrisa afloró en su rostro al escuchar de su boca que
también se le iba a hacer largo el tiempo—. Llámame cuando estés de
vuelta en tu casa.
—¿Sabes que tenemos siete horas de diferencia?
—Lo sé, pero llámame —dijo con la más sugerente de las voces—. ¿Lo
harás?
—Así lo haré. Un beso.
—Un beso.
Aquella madrugada Marina realizaría la primera de las muchas llamadas
transcontinentales, que en los siguientes meses harían. Llamadas en las que
ella le describía cada uno de los lugares descubiertos en el trascurso de su
aventura mexicana a cambio de sus minuciosas descripciones de los
cuadros pintados en aquellos meses.
—Hace un año no hacía más que oír hablar de ti y ahora…
—Me oyes a mí —la interrumpió risueño.
—Ríete, pero, a veces pienso, que en el fondo la pobre Judith nos unió…
—¿Pobre? ¿Por qué pobre? Ella está muy feliz con Jaime, ya te lo digo
yo.
—Lo sé, pero estaba tan…
—Encaprichada, Marina, no le des más vueltas al tema. Y sí, no te voy a
negar que no te falte razón, cuando nos conocimos ya casi era como si te
hubiese visto antes, de tanto haber escuchado hablar de ti. Tengo ganas de
que llegue mañana…
—¿Y eso? —bromeó
—Simple, tengo ganas de ver de cerca tu tatuaje y ver cuál es mejor de
los dos.
—Ya te digo yo que el mío. Felipe es el mejor…
—Así que Felipe es el mejor… —la interrumpió.
—Tatuador…
—Tatuador —repitió.
—¿Vas a repetir cada una de mis palabras? —Rio.
—¿Y qué más sabe hacer el mexicano?
—Uy, noto cierto resquemor —bromeó sintiendo una punzada en el
estómago—, pues, Felipe es un guía estupendo. Sin contar lo grandísimo
que es como profesor…
—¿Algo más?
—Hace unas margaritas deliciosas, su abuela hace un mole y una
cochinita pibil de quitarse el sombrero…
—Mi abuela hace la mejor paella del mundo —la interrumpió
aguantando la risa—. Y déjate de margaritas que ya te haré yo una buena
agua de valencia.
—Cuando la pruebe te lo diré.
—¿Mi agua de valencia?
—Y la paella de tu abuela —rio.
—Este fin de semana…
—¿Qué? No… ¿Estás loco? Además, este fin de semana tenemos boda.
—Cierto, lo dejamos para el próximo.
—Ya veremos…
—Y sin contar con las dotes culinarias de la abuela, que digo yo, eso no
le da puntos al mexicano, porque si no a mí ser nieto de tu adorado
Mendizábal debe darme muchos más…
—¿Esto es un concurso? —preguntó soltando una carcajada—. Pues, he
de decir que besa muy pero que muy bien y…
—No sigas —la interrumpió riendo Daniel—. Ya me hago una idea,
pero aún no has probado los míos así que no puedes comparar.
—¿Me estás diciendo que besas mejor?
El nerviosismo crecía por momentos a ambos lados de la línea
telefónica, provocándoles una sonrisa que no veían, pero era percibida por
el otro.
—¿Y si te voy a buscar al aeropuerto? ¿Quién va a ir a por ti?
—Mis padres…
—¿Y si les dices que voy yo?
—Vale, les diré que me recoge el chico que tanta pena les dio.
—Joder, estaban en el aeropuerto aquel día. Bueno, así son conscientes
de lo bruja que es la hija.
—No te pases —contestó sonriente—. Nos vemos en el aeropuerto
entonces.
—Contando las horas para demostrarte que el mexicano es solo un
principiante…
—¿Estás celoso?
—Y eso lo dice la que estaba celosa de Greta —dijo soltando una
carcajada.
—Yo no estaba celosa de Greta —proclamó—, y Judith me había
montado una película que había sido una novia tuya.
—¡Si nunca me preguntó!
—Cariño, a las mujeres no nos hace falta nada para montarnos nuestra
propia película. Y te dejo…
—Hasta mañana.
—Sabes que en realidad no es mañana sino el viernes por la mañana
temprano.
—¿Qué dices?
—Claro, son doce horas de vuelo que sumadas a las siete de diferencia
con España…
—Hostia, no había caído en ese detalle.
—Daniel, no pasa nada si no puedes ir al aeropuerto.
—Sí, sí que puedo. Envíame un mensaje antes de salir de México y
cuando estés en Madrid.
—Así lo haré.
—Un beso.
—Un beso.
*****
—¿Nos volveremos a ver?
—¿Vendrás a España?
—No te digo que no, es una de mis asignaturas pendientes.
—Tú vente para España y prometo hacerte de guía, igual no tan buena
como tú, pero lo intentaré —respondió sonriente antes de fundirse en un
abrazo.
—Muy bien, en España nos veremos —contestó Felipe—. Ha sido un
placer tenerte y hacerte este tatuaje —acariciando su muñeca comentó—.
No me seas infiel con otro tatuador.
—Nunca —respondió—. Además, ¿a qué tatuador voy a encontrar que
esté a tu altura? —dijo antes de tener sus labios sobre los de ella
—Buen viaje, Marina, nos vemos en España.
—Allí te espero.
Doce horas de vuelo, más de nueve mil kilómetros recorridos, sentía el
cuerpo entumecido tras el largo viaje, la piel de la cara tirante y un deseo
irrefrenable de pedirle al piloto que siguiera unos kilómetros más; pedirle
que no parase sino recorriera los casi cuatrocientos kilómetros que los
separaba de Valencia, lo cual significaría menos de media hora. Marina se
colocó la camiseta y tras cruzarse su bandolera se levantó de su asiento
siguiendo a sus compañeros de fila.
MARINA
Espero no despertarte. Ya en Madrid.
Poco tardó en escuchar el mensaje de vuelta.
DANIEL
Dormido estaba, nos vemos en unas horas. Un beso.
MARINA
Dulces sueños, un beso.
Eterna se le hizo la espera, pequeño se le hizo el aeropuerto, largo se le
hizo la escasa media hora de vuelo. Marina se miró y remiró en el pequeño
espejo, que siempre llevaba en el bolso. Las muestras de cansancio eran
más que evidentes, a pesar de haberse refrescado y aseado en el aeropuerto
de Madrid, necesitaba disfrutar de una larga y refrescante ducha. Un nudo
se le hizo en el estómago al escuchar la voz del comandante avisando de la
maniobra de aterrizaje y sobre todo al ver las luces de su ciudad bajo los
cálidos rayos del sol. Pronto pudo distinguir el cauce del río, las
inconfundibles siluetas del complejo arquitectónico diseñado por Calatrava
y Félix Candela, las torres junto al río hasta volver a ver su mediterráneo
antes de escuchar el sonido de las ruedas preparándose para salir de su
guarida y tocar el suelo de su tierra.
Los nervios se habían apoderado de él, aún no terminaba de creerse que
de un momento a otro la fuera a ver salir por aquella puerta de cristal, que
cada dos por tres se abría dando paso a un imparable reguero de viajeros,
unos cargados con repletas maletas y otros con una simple bolsa de mano.
Unos sonrientes y emocionados al ver la cara de un ser querido al otro lado,
otros corriendo mirando la pantalla de su móvil y, así, entre enchaquetados
que, claramente, viajaban por trabajo a orillas del mediterráneo, descubrió a
la menuda mujer, que un año atrás se había colado en su vida, arrastrando
una maleta que parecía pesar más que ella.
—Hola —se saludaron nerviosos mirándose a los ojos y dedicándose la
mejor de sus sonrisas.
—Déjame que te ayude —dijo Daniel asiendo la maleta, rozando su
mano con la de ella, notando la calidez y suavidad de su piel.
—No es necesario.
—Lo sé, pero quiero hacerlo.
—Muy bien. Toda tuya…Bueno, hasta que llegue a mi casa y me la
quede —respondió tragando saliva al sentir los dedos de Daniel buscando
su mano.
—Entonces, ¿te dejo en la puerta de casa? —preguntó mirándola a los
ojos, al tiempo que tomaba su mano izquierda para ver aquel pequeño
eclipse.
Daniel pasó sus dedos por el diminuto tatuaje, haciéndola estremecer y
estremeciéndose el mismo con el contacto de sus dedos en la piel de ella.
Dedos que abandonaron su muñeca para subir por sus brazos hasta tomarla
de la cara y acercarla a la suya.
—Llegó la hora… —sonrió antes de besarla.
Largos fueron los minutos que en medio del aeropuerto estuvieron
besándose, siendo esquivados por el vaivén de gente que cruzaba el
aeropuerto, unos con prisas, otros con la parsimonia dada por el relax del
periodo vacacional.
—¿Y bien? —Sujetándola por la barbilla preguntó.
—Tal vez, solo tal vez —respondió sonriente—, necesito otro pequeño
ejemplo.
—Todos los que quieras, todo sea por tu seguridad —Sin poder borrar la
sonrisa de su cara respondió.
—Mi despensa está vacía, pero ¿desayunas conmigo?
—Tu despensa no está vacía —le susurró—, alguien me dejó la copia de
tu llave.
—Vaya, ahora sí que has ganado puntos —notando sus dedos buscando
los de ella contestó.
—De aquí al final del día ya he ganado la liga —dijo poniéndose en
marcha.
—Presuntuoso… —rio Marina reclinándose sobre él.
—Sí, sí, pero alzo la copa —respondió acercándola para volver a
besarla.
Y colorín colorado hasta aquí el destino los ha llevado…
Puedes regresar al CAPÍTULO 4 y ver qué hubiese sucedido de elegir la
otra opción.
Capítulo 12