15 Skocpol

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Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual

El Estado regresa al primer plano:


Estrategias de análisis en la
investigación actual*
THEDA SKOCPOL

En la última década ha tenido lugar un súbito aumento del interés por el “Estado” en
las ciencias sociales comparativas. Ya sea como objeto de investigación o como algo a lo
que se recurre para explicar consecuencias de interés, el Estado en calidad de actor o de
institución viene ocupando un lugar destacado en una extraordinaria profusión de estudios
de investigadores de diversas tendencias técnicas procedentes de todas las disciplinas
importantes. La gama de los temas estudiados ha sido muy amplia. Investigadores de
América Latina, África y Asia han examinado el papel de los Estados en la configuración
del desarrollo económico nacional y la negociación con las grandes compañías multinacio-
nales1. Los estudiosos interesados en las democracias industriales avanzadas de Europa,
Norteamérica y Japón han ahondado en la participación de los Estados en el desarrollo de
programas sociales y en la resolución de los problemas económicos nacionales e interna-
cionales2. Los investigadores de historia comparativa han examinado la formación de los
Estados nacionales, la desintegración y reconstrucción de los Estados en las revoluciones
sociales, y la influencia de los Estados en la formación de las clases, las relaciones étnicas,
los derechos de la mujer y las formas de protesta social3. Los estudiosos de la historia eco-
nómica y de la economía política han teorizado sobre los Estados como creadores de los
derechos de propiedad y como reguladores y distorsionadores de los mercados4. Y los
antropólogos culturales han estudiado los significados y las actividades especiales de los
“Estados” en marcos no occidentales5.

Estos estudios diversos no han estado vinculados por ningún programa de investigación
o teoría general explícitamente compartida. Sin embargo, en este ensayo argumentaré que
en muchos de ellos se ha registrado una convergencia implícita de las estrategias de aná-
lisis y los razonamientos complementarios. La mejor forma de alcanzar ese objetivo es
explorar los problemas abordados en una serie de estudios comparativos e históricos que
han considerado a los Estados como factores importantes y han profundizado en la forma
en que los Estados influyen en los procesos políticos y sociales a través de sus políticas y
de sus relaciones con los grupos sociales. No obstante, en primer lugar es conveniente
subrayar la reorientación paradigmática implícita en la frase “El Estado regresa al primer
plano”6.

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Lecturas sobre el Estado y las políticas públicas:

De las teorías centradas en la sociedad al renovado


interés por los Estados

No puede negarse que se está operando un notable cambio intelectual, porque no hace
mucho las teorías y los programas de investigación dominantes de las ciencias sociales rara vez
hablaban de los Estados. Esto era cierto incluso -o quizás debamos decir especialmente- cuan-
do estaban en juego la política y la elaboración de la política pública. Pese a algunas excepcio-
nes importantes, las formas de explicar la política y las actividades gubernamentales centradas
en la sociedad eran características sobre todo de las perspectivas pluralistas y estructural-funcio-
nalistas predominantes en la ciencia política y la sociología de Estados Unidos en las décadas
del 50 y del 607. En estas perspectivas, el Estado era considerado como un concepto antiguo,
asociado a tediosos estudios jurídico-funcionalistas de principios constitucionales de ámbito
nacional. Los conceptos alternativos eran juzgados más compatibles con las investigaciones cien-
tíficas generalizadoras8. El “gobierno” era considerado primordialmente como un terreno en el
que los grupos de interés de carácter económico o los movimientos sociales normativos conten-
dían o se aliaban entre sí para configurar la adopción de decisiones sobre política pública. Se
entendía que esas decisiones eran repartos de beneficios entre los grupos que los reclamaban.
La investigación se encontraba en las “aportaciones” de las sociedades al gobierno y en los efec-
tos distributivos de las contribuciones gubernamentales. El propio gobierno no era tomado muy
en serio como actor independiente y, en la investigación comparativa, las variaciones en las
organizaciones gubernamentales se juzgaban menos significativas que las “funciones” generales
compartidas por los sistemas políticos de todas las sociedades.

Como ocurre con frecuencia en la vida intelectual, los paradigmas pluralistas y estructural-
funcionalistas fomentaron investigaciones que llevaron a nuevas preocupaciones por fenóme-
nos a los cuales en un principio habían restado importancia conceptualmente. Cuando los plu-
ralistas se centraban en los factores determinantes de decisiones concretas de política pública,
comprobaban a menudo que los dirigentes gubernamentales tomaban iniciativas que iban
mucho más allá de las demandas de los grupos sociales o los electorados o comprobaban que
los organismos gubernamentales asumían el papel principal en la adaptación de decisiones
políticas concretas. Dentro de las premisas teóricas pluralistas, sólo había un reducido núme-
ro de fórmulas para conciliar esas conclusiones9. En los clásicos pluralistas de la política de
New Haven, las enérgicas iniciativas personales del alcalde Richard Lee en pro de la renova-
ción urbana fueron ampliamente documentadas, pero no fundamentadas en ningún análisis
global, centrado en el Estado sobre las posibilidades de que ciertas categorías de alcaldes uti-
lizasen de una forma nueva los fondos federales10. En obras importantes sobre la “política
burocrática”, como Essence of decision, de Graham Allison (1971) y Bureaucratic politics and
foreing policy, de Morton Halperin (1971), los organismos oficiales eran tratados individualmen-
te, como si fuesen puros análogos de los grupos sociales de interés enfrentados del pluralismo
clásico. La estructura y las actividades del Estado norteamericano en su conjunto desaparecían
de la vista y del análisis en este enfoque11.

Al igual que en el caso de los pluralistas, aunque sobre un entramado más amplio, cuando
los investigadores estructural-funcionalistas del desarrollo político comparativo se aprestaban a
“aplicar” sus grandes teorías a la historia de Europa occidental o a grupos concretos de orga-
nizaciones políticas no occidentales, descubrían a menudo que los modelos y secuencias his-

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Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual

tóricas no encajaban bien con los postulados por los conceptos y supuestos originales. Al final,
el “desarrollo político” (que resultaba ser una idea excesivamente evolucionista) tenía que ver
más con las luchas concretas internacionales y nacionales por la construcción del Estado que
con ninguna lógica intrínseca de la “diferenciación” socioeconómica. Sumamente reveladores
a este respecto fueron los estudios de orientación histórica fomentados o patrocinados por el
Commitee on Comparative Politics del Social Science Research Council hacia el final de su exis-
tencia (1954-1972)12. En no pocos sentidos, las ideas y descubrimientos sobre los Estados a los
que vamos a pasar aquí revista nacieron de reacciones provocadas por esos menfrentamientos
de las grandes teorías del Committee con los datos de los estudios de casos concretos y las his-
torias comparativas.

También, específicamente entre los estudiosos más jóvenes, hay nuevas ideas y conclusio-
nes que provienen de una genealogía teórica alternativa. A partir de mediados de la década
del 60 los “neomarxistas” críticos iniciaron una serie de vivos debates sobre el “Estado capita-
lista”. Hay ya una bibliografía conceptualmente ramificada y empíricamente amplia que se
ocupa en especial del papel de los Estados en la transición del feudalismo al capitalismo, de
las intervenciones socioeconómicas de los Estados en las democracias capitalistas industriales
avanzadas y de la naturaleza y el papel de los Estados en los países dependientes dentro de
la economía-mundo capitalista13. Los neomarxistas han debatido, sobre todo, interpretaciones
alternativas de las funciones socioeconómicas desempeñadas por el Estado capitalista. Para
algunos, el Estado es un instrumento de dominación de clase; para otros, un garante objetivo
de las relaciones de producción de la acumulación económica; y para otros, en fin, un terre-
no en el que se libran las luchas políticas de clases.

De estos debates neomarxistas han surgido conceptos y cuestiones valiosos, y muchos de


los estudios comparativos e históricos que vamos a analizar aquí se han inspirado en ellos para
definir problemas e hipótesis investigables. Sin embargo, a nivel teórico, prácticamente todos
los neomarxistas que han escrito sobre el Estado han mantenido unos supuestos, profunda-
mente arraigados, centrados en la sociedad, lo cual no les ha permitido dudar de que, en la
base, los Estados están configurados intrínsecamente por las clases o las luchas de clases y sir-
ven para mantener y ampliar los modos de producción14. Y así, muchas formas posibles de
acción estatal autónoma se descartan por definición. Por otra parte, los teóricos neomarxistas
también han tratado de generalizar con excesiva frecuencia -a menudo de forma sumamente
abstracta- las características o funciones que comparten todos los Estados dentro de un modo
de producción, una fase de acumulación capitalista o una posición en el sistema capitalista
mundial. Esto hace difícil asignar una importancia casual a las variaciones en las estructuras y
actividades de los Estados de una nación a otra y en breves períodos de tiempo, con lo que
se reduce la utilidad de algunos esquemas neomarxistas para la investigación comparativa15.

Hasta el momento el análisis se ha referido principalmente a paradigmas de la ciencia social


norteamericana de la época posterior a la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, la resisten-
cia de pluralistas y estructural-funcionalistas a hablar de los Estados y la falta de disposición
incluso de los neomarxistas críticos a admitir una auténtica autonomía de los Estados tienen
resonancias de tendencias presentes desde el principio en las ciencias sociales modernas. Estas
ciencias nacieron con las revoluciones industrial y democrática de Europa occidental en los
siglos XVIII y XIX y resulta del todo compatible que los teóricos fundadores situaron el lugar

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Lecturas sobre el Estado y las políticas públicas:

exacto de la dinámica de la sociedad y el bien social no en los Estados monárquicos y aris-


tocráticos, anticuados y superados, sino en la sociedad civil, entendida de modo diverso
como “el mercado”, “la división industrial del trabajo” o las “relaciones de clase”. Teóricos
fundadores tan opuestos políticamente como Herbert Spencer y Karl Marx (a quienes ahora,
en una circunstancia no del todo inadecuada, sólo separa un camino en el cementerio de
Highgate, Londres) coincidían en que el capitalismo industrial estaba venciendo al militaris-
mo y las rivalidades territoriales de los Estados. Para estos dos teóricos, la realidad socioe-
conómica de la Gran Bretaña del siglo XIX presagiaba el futuro de todos los países y del
mundo en su conjunto.

Mientras la historia mundial avanzaba -a través de sangrientas guerras mundiales, conquis-


tas coloniales, revoluciones de formación de Estados y movimientos nacionalistas anticolonia-
les- desde la Pax Británica del siglo XIX hasta la Pax Americana del período posterior a la
Segunda Guerra Mundial, las ciencias sociales occidentales se las arreglaban para mantener su
vista apartada en gran medida del fundamental papel explicativo de los Estados como poten-
tes y autónomos actores organizativos16. No se trataba de que se ignorasen fenómenos como
el autoritarismo y el totalitarismo político, sino que las explicaciones teóricas preferidas se
expresaban en términos de retraso económico o de la desafortunada persistencia de “valores
tradicionales” no occidentales. Cuando la capitalista y liberal Gran Bretaña y después la capi-
talista y liberal Norteamérica, pudieron ser consideradas plausiblemente como las “sociedades
punteras” incuestionables, las ciencias sociales occidentales pudieron realizar la hazaña de
minimizar el papel explicativo de los Estados en sus principales paradigmas teóricos, ya que
estos paradigmas se cimentaban en la compresión de la modernización, sus causas y su direc-
ción. Y en Gran Bretaña y Norteamérica, los países “más modernos”, el cambio económico
parecía espontáneo y progresivo y las decisiones de los órganos legislativos parecían ser la
base de la política.

A medida que transcurría el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, varios cambios
hicieron perder credibilidad a las concepciones del cambio social y la política centrada en la
sociedad. Como consecuencia de la “revolución keynesiana” de las décadas del 30 a la del 50,
la gestión macroeconómica nacional se convirtió en la norma y el gasto público con fines socia-
les creció rápidamente en todas las democracias capitalistas industriales avanzadas, incluido
Estados Unidos. El desmantelamiento de los imperios coloniales dio lugar a decenas de “nue-
vas naciones”, que no tardaron en poner de manifiesto que no se limitarían a recapitular los
modelos democráticos liberales de Occidente en su organización política o sus opciones polí-
ticas concretas. Por último, aunque quizás sea lo más importante, tanto Gran Bretaña como
Estados Unidos comenzaron a sufrir, a mediados de la década del 70, fuertes y claras presio-
nes en un mundo de competencia económica internacional más intensa e incierta.
Probablemente no sorprenda el hecho de que, en esta coyuntura, volviera a ponerse de moda
hablar de los Estados como factores y como estructuras institucionales configuradoras de la
sociedad.

Los científicos sociales están dispuestos ahora a ofrecer explicaciones centradas en el


Estado, no sólo respecto de los países totalitarios y de industrialización tardía, sino también de
Gran Bretaña y Estados Unidos. Oportunamente, algunos razonamientos recientes subrayan las
formas en que las estructuras del Estado van configurando de modo característico el desarro-

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Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual

llo económico y las políticas económicas internacionales en Gran Bretaña y Norteamérica y


analizan, además, cómo podrían estos Estados obstaculizar o facilitar los respectivos intentos
de regeneración de la industria nacional en curso17. En resumen, ahora que los debates sobre
amplios sectores públicos han adquirido un gran protagonismo en todas las democracias capi-
talistas, y que Gran Bretaña y Estados Unidos se parecen mucho más a Estados-sociedades con-
cretos en un mundo incierto, comparativo e independiente, compuesto por numerosas entida-
des de esa índole, parece que está en curso un giro paradigmático en las ciencias sociales
macroscópicas, giro que implica un replanteamiento profundo del papel de los Estados en rela-
ción con las economías y las sociedades.

¿Renacimiento de una perspectiva europea continental?

En el siglo XIX, los teóricos sociales, orientados hacia las realidades de la política y el cam-
bio social en el continente europeo, se negaron a aceptar (incluso después de que la indus-
trialización estuviese en plena marcha) la minimización de la importancia del Estado, caracte-
rística de los que colocaban a Gran Bretaña en el centro de sus reflexiones. Aun valorando
positivamente los ideales liberales, los estudiosos continentales de la vida social, especialmen-
te los alemanes, insistieron en la realidad institucional del Estado y en su influencia permanen-
te sobre y dentro de la sociedad civil. Ahora que los científicos sociales comparativos subra-
yan de nuevo la importancia de los Estados, quizás no sea sorprendente que muchos investi-
gadores vuelvan a confiar -desde luego, con diversas modificaciones y ampliaciones- en la
interpretación básica del “Estado” transmitida a los estudiosos contemporáneos a través de las
obras muy difundidas de intelectuales alemanes tan importantes como Max Weber y Otto
Hintze.

Max Weber mantenía que los Estados son asociaciones obligatorias que reivindican el
control de los territorios y las personas que en ellos habitan18. Las organizaciones adminis-
trativas, jurídicas, recaudatorias y coercitivas constituyen el núcleo de todo Estado. Estas
organizaciones tienen estructuras variables en los distintos países, y pueden enmarcarse en
algún tipo de sistema constitucional respectivo de gobierno parlamentario y contienda elec-
toral por los puntos ejecutivos y legislativos clave. No obstante, como señala atinadamente
Alfred Stepan (1978: 12) en una formulación que capta la causticidad de la perspectiva
weberiana.

Los Estados deben ser considerados como algo más que “gobiernos”. Son siste-
mas administrativos, jurídicos, burocráticos y coercitivos permanentes que no
sólo tratan de estructurar las relaciones entre la sociedad civil y la autoridad
pública en una organización política, sino también de estructurar muchas rela-
ciones cruciales dentro de la sociedad civil.

Ciertamente, en esta perspectiva el Estado no lo es todo; también otras organizaciones y


agentes modelan las relaciones sociales y la política, y el análisis debe estudiar a fondo la
estructura y las actividades del Estado en relación con ellos. Pero esta concepción weberiana
del Estado exige que veamos en él mucho más que un simple foro en el que los grupos socia-
les formulan demandas y emprenden luchas políticas o concluyen acuerdos.

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Lecturas sobre el Estado y las políticas públicas:

Es más: como demostraba la obra de Otto Hintze, pensar en los Estados como organizacio-
nes que controlan territorios nos hace olvidar las características esenciales comunes a todos los
sistemas políticos para considerar las diversas formas en que las estructuras y acciones del
Estado están condicionadas por contextos transnacionales históricamente cambiantes. Estos
contextos influyen en los distintos Estados a través de las relaciones geopolíticas de domina-
ción y competencia interestatal, a través de la comunicación internacional de ideales y mode-
los de política pública y a través de las pautas económicas mundiales de comercio, división de
las actividades productivas, flujos de inversión y finanzas internacionales. Los Estados se sitú-
an necesariamente en la intersección entre los órdenes sociopolíticos nacionales para sobrevi-
vir y avanzar en relación con otros Estados. El Estado moderno tal como lo conocemos, y tal
como fue conceptualizado por Weber y Hintze, ha sido siempre, desde su nacimiento en la his-
toria de Europa, parte de un sistema de Estados competitivos e interrelacionados.

Aunque podemos estar presenciando una reformulación de los intereses de la ciencia social
significativamente inspirada en la interpretación weberiano-hintzseana del Estado, la verdade-
ra labor de reorientación teórica sólo está en sus comienzos. Es comprensible que esta labor
esté plagada de dificultades, porque se está intentando considerar e investigar las repercusio-
nes de los Estados en un contexto de tendencias teóricas profundamente arraigadas que se obs-
tinan en centrarse en la sociedad. Las recientes tentativas de los neomarxistas y de los que
podrían llamar neopluralistas por teorizar en términos muy generales sobre “la autonomía del
Estado” no han ofrecido conceptos ni hipótesis explicativas lo bastante ricos como para incluir
los argumentos y descubrimientos de diversos estudios históricos comparativos19.

Sin embargo, en lugar de extendernos sobre los defectos de estas teorías generales, dedica-
remos el resto de este ensayo a analizar lo que algunos estudios históricos y comparativos
seleccionados tienen que decirnos acerca de los Estados o contextos sociales y transnaciona-
les. Dos tendencias del conocimiento actual, un tanto distintas pero igualmente importantes,
reclaman nuestra atención. En primer lugar, examinaremos los argumentos sobre la “autono-
mía del Estado” y sobre las capacidades de los Estados en cuanto actores que tratan de alcan-
zar objetivos en materia de políticas concretas. A continuación estudiaremos los argumentos
sobre la influencia de los Estados en el contenido y funcionamiento de la política. La intención
global de este ejercicio no es proponer una nueva teoría general del Estado o de los Estados
y las estructuras sociales, empresa que tal vez no sea conveniente, al menos por el momento,
y que en cualquier caso no sería factible en el espacio de un solo ensayo. En cambio, confío
en presentar e ilustrar un marco de referencia conceptual, junto con algunas hipótesis y cues-
tiones a medio plazo que podrían inspirar a la investigación futura sobre los Estados y las
estructuras sociales a través de diversos problemas locales y zonas geoculturales del mundo.

Autonomía y capacidad de los Estados

Los Estados, concebidos como organizaciones que reivindican el control de territorios y


personas, pueden formular y perseguir objetivos que no sean un simple reflejo de las deman-
das o los intereses de grupos o clases sociales de la sociedad. Esto es lo que se entiende nor-
malmente por “autonomía del Estado”. A menos que tenga lugar esa formulación de objeti-

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Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual

vos independiente, apenas se plantea la necesidad de hablar de los Estados como actores
importantes. Si se profundiza en la cuestión, se puede continuar con el análisis de las “capa-
cidades” de los Estados para alcanzar los objetivos oficiales, especialmente por encima de la
oposición real o potencial de grupos sociales poderosos o en circunstancias socioeconómi-
cas recalcitrantes. ¿Cuáles son los factores determinantes de la autonomía y de las capacida-
des del Estado? He aquí una muestra de los argumentos de una serie de estudios recientes
que abordan estas cuestiones.

Los Estados como actores

Se han empleado varias líneas de razonamiento, individualmente o en combinación, para


explicar por qué y cómo los Estados formulan y persiguen sus objetivos. La articulación de los
Estados en estructuras transnacionales y corrientes internacionales de comunicación pueden
mover a los altos funcionarios estatales a seguir estrategias de transformación, incluso ante la
indiferencia o la resistencia de fuerzas sociales políticamente importantes. De modo similar, la
necesidad fundamental para los Estados de mantener el control y el orden puede propiciar
reformas por iniciativa estatal (así como la simple represión). En cuanto a quién tiene más pro-
babilidades de actuar en esas circunstancias, parece que serán los colectivos de funcionarios
estatales coherentes desde el punto de vista organizativo, en especial los colectivos de funcio-
narios de carrera relativamente desvinculados de los intereses socioeconómicos dominantes en
el momento, los que probablemente pongan en marcha nuevas y características estrategias
estatales en épocas de crisis. Asimismo, los colectivos de funcionarios pueden desarrollar de
formas características las políticas públicas ya establecidas, actuando de modo relativamente
continuo a lo largo de períodos temporales prolongados.

Las orientaciones extranacionales de los Estados, los desafíos a los que pueden hacer fren-
te para mantener el orden interno y los recursos organizativos a los que pueden recurrir y que
pueden desplazar los colectivos de funcionarios estatales, todas estas características del Estado,
considerado desde una perspectiva weberiano-hintzeana, pueden contribuir a explicar la
acción autónoma del Estado. En las explicaciones de Alfred Stepan y Ellen Kay Trimberger de
lo que podemos considerar casos extremos de acción estatal autónoma -situaciones históricas
en las cuales las élites estratégicas utilizan la fuerza militar para hacerse con el control de todo
un Estado nacional y después emplean medios burocráticos para imponer desde arriba cam-
bios reformistas o revolucionarios- aparecen de forma especialmente clara, distintas combina-
ciones de factores de esta índole.

En su libro State and society: Peru in comparative perspective, Stepan (1978: cap. 3 y 4)
investiga los intentos de las élites estatales de América Latina de instaurar regímenes corpo-
rativos “incluyentes” o “excluyentes”20. Un elemento clave de la explicación que da Stepan
de esos episodios es la formación de un cuadro estratégicamente localizado de funcionarios
que gozan de una fuerza organizativa interna y en las organizaciones estatales existentes, y
que goza, asimismo, de una idea unitaria de carácter ideológico sobre la posibilidad y con-
veniencia de utilizar la intervención del Estado para asegurar el orden político y promover
el desarrollo económico nacional. En el caso del golpe corporativo “excluyente” de Brasil
en 1964 y del golpe corporativo “incluyente” de Perú en 1968, Stepan subraya la socializa-

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Lecturas sobre el Estado y las políticas públicas:

ción previa de lo que denomina “nuevos profesionales militares”. Se trataba de oficiales


militares de carrera que habían pasado juntos por escuelas de formación en las que además
de otros conocimientos militares más tradicionales, habían aprendido técnicas e ideas sobre
planificación económica nacional y contrarrevolución. Posteriormente, estos nuevos profe-
sionales militares instauraron regímenes corporativos para responder a supuestas crisis del
orden político y del desarrollo económico nacional. Los profesionales militares utilizaron el
poder del Estado para conjurar o desviar amenazas contra el orden nacional procedentes de
clases y grupos no dominantes. También emplearon el poder del Estado para implantar
reformas socioeconómicas o planes para fomentar la industrialización nacional, algo que
consideraban un requisito fundamental para mejorar su posición internacional en el mundo
moderno.

En su obra Revolution from above, Ellen Kay Trimberger (1978) se centra en una serie de
casos históricos la restauración Meiji en Japón, la revolución de Ataturk en Turquía, la revo-
lución de Nasser en Egipto y el golpe de Estado en Perú en 1968 en los cuales burócratas
dinámicamente autónomos, entre los que figuraban oficiales militares tomaron el poder del
Estado y lo reorganizaron. A continuación, utilizaron el Estado para destruir una clase domi-
nante, una aristocracia de la economía nacional. Al igual que Stepan, Trimberger subraya la
formación, a través de la socialización y los intereses profesionales anteriores, de una élite
coherente de funcionarios dotada de una orientación ideológica estatista y nacionalista.
Trimberger coincide también con Stepan en la importancia dada a la preocupación de la
élite por reprimir cualquier posible agitación desde abajo. Sin embargo, tal vez porque en
realidad expone una versión más transformadora de la acción autónoma del Estado para
reorganizar la sociedad, Trimberger insiste más que Stepan en el papel de las amenazas
exteriores contra la autonomía nacional como factor que precipita la “revolución desde arri-
ba”. Y desde una variable estructural que Stepan había pasado por alto: la relación de la
élite del Estado con las clases económicas dominantes. Trimberger señala: “Se puede decir
que un aparato estatal burocrático o un sector de éste es relativamente autónomo cuando
las personas que ocupan puestos elevados de carácter civil y/o militar cumplen dos condi-
ciones: 1) no son reclutadas en las clases terratenientes, comerciales o industriales dominan-
tes; y 2) no establecen vínculos personales y económicos estrechos con esas clases después
de su acceso a los altos cargos” (Trimberger, Ellen Kay, 1978:4). Trimberger examina tam-
bién la relación de la élite del Estado con las clases económicas dominantes con el fin de
predecir la amplitud de los cambios socioeconómicos que puede intentar un Estado en res-
puesta a “una situación de crisis, cuando el orden social, político y económico vigente está
amenazado por fuerzas externas y por la agitación desde abajo” (Trimberger, Ellen Kay,
1978:5). Cuando las élites burocráticas mantienen sus vínculos con las clases dominantes,
pueden tener lugar reformas autoritarias por iniciativa estatal, como, por ejemplo, en Prusia
de 1806 a 1814, en Rusia en la década de 1860 y en Brasil después de 1964. Pero los cam-
bios estructurales más radicales que Trimberger califica de “revolución desde arriba”, inclui-
da la expropiación real de una clase dominante, sólo se producen en situaciones de crisis
cuando las élites burocráticas del Estado están libres de vínculos o alianzas con las clases
dominantes21. Como se habrá advertido, Trimberger ha dotado al concepto neomarxista de
autonomía relativa del Estado de un nuevo poder analítico como instrumento para predecir
las posibles consecuencias sociopolíticas de diversas configuraciones sociales e históricas
del Estado y del poder de clase22.

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Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual

La autonomía del Estado en los sistemas políticos constitucionales

Stepan y Trimberger se ocupan en términos algo distintos, aunque coincidentes en partes,


de casos extraordinarios de autonomía del Estado, casos en los cuales funcionarios que gobier-
nan de forma no constitucional tratan de utilizar el Estado en su conjunto para dirigir y rees-
tructurar la sociedad y la política. Mientras tanto, otros estudiosos han abordado casos más limi-
tados de autonomía del Estado en la historia de la elaboración de la política pública en siste-
mas políticos constitucionales, democráticos y liberales como Gran Bretaña, Suecia y Estados
Unidos23. De forma diferente, también tiene cabida en estos análisis los mismos factores ana-
líticos esenciales: las orientaciones internacionales de los Estados, sus funciones de manteni-
miento del orden interno y las posibilidades organizativas de que los colectivos de funciona-
rios formulen y persigan una política propia.

Hugh Heclo (1984) ofrece en Modern social politics in Britain and Sweden un complejo rela-
to histórico comparativo del desarrollo a largo plazo del seguro de desempleo y de la política
de asistencia a la tercera edad de esas dos naciones. Sin que se presente explícitamente como
tal, el libro de Heclo trata de las aportaciones estatales autónomas a la elaboración de la polí-
tica social. Pero las acciones autónomas del Estado que Heclo destaca no son en su totalidad
actos de coerción o dominación sino, por el contrario, actividades intelectuales de unos admi-
nistradores civiles dedicados a diagnosticar los problemas de la sociedad y a idear políticas
alternativas para resolverlos. Como dice Heclo:

Los gobiernos no sólo “pueden” (o cualquiera que sea la forma verbal de ese
enfoque); también resuelven. La formación de una política es una forma de reso-
lución colectiva en nombre de la sociedad, e implica decidir y conocer. El proce-
so de elaboración de las políticas de pensiones, desempleo y jubilación va más
allá de decidir qué “deseos” hay que satisfacer, para incluir los problemas de
saber quién podría desear algo, qué se desea, qué debería desearse y cómo con-
vertir incluso el acuerdo general más asequible en una acción colectiva concre-
ta. Este proceso es político no porque toda política sea un derivado del poder y
del conflicto, sino porque algunos hombres se han comprometido a actuar en
nombre de otros (Heclo, 1984:305).

Según la historia comparativa de Heclo, los gestores de la administración pública de Gran


Bretaña y Suecia han efectuado, de forma constante, aportaciones más importantes al desarro-
llo de la política social que los partidos políticos o los grupos de interés. Las condiciones
socioeconómicas y especialmente, las crisis, sólo han propiciado demandas esporádicas de los
partidos y de los grupos de interés, afirma Heclo. Han sido los funcionarios, recurriendo a
“los recursos administrativos de la información, el análisis y la competencia profesional”, quie-
nes han concebido los términos de la elaboración de nuevas políticas como “correctivos no
tanto de las situaciones sociales en cuanto tales como de los fallos apreciados en la política
anterior” en función de “la propia concepción de la burocracia gubernamental de lo que se
venía haciendo” (Heclo, 1984:303-305-306). Los datos de Heclo revelan también que la auto-
nomía de la burocracia para configurar la política social ha sido mayor en Suecia que en Gran
Bretaña, ya que el Estado burocrático centralizado y premoderno de Suecia estaba, desde el
comienzo de la industrialización y antes de la liberalización y la democratización plenas de la

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Lecturas sobre el Estado y las políticas públicas:

política nacional, en condiciones de tomar la iniciativa en el diagnóstico de los problemas


sociales y en la propuesta de soluciones universales para resolverlos.

Heclo dice mucho menos de lo que le resultaría posible acerca de las influencias que deter-
minan el momento y el contenido de las iniciativas estatales características, aunque ofrece datos
acerca de la sensibilidad de los funcionarios civiles hacia los requisitos del mantenimiento del
orden ante los desajustes ocasionados por el desempleo industrial. También señala la perma-
nente conciencia, por parte de los funcionarios, de los precedentes y modelos extranjeros de
política social. Sobre todo, Heclo demuestra que los colectivos de funcionarios administrativos
pueden tener una amplia influencia, tanto directa como indirecta, sobre el contenido y el des-
arrollo de importantes políticas oficiales. Su obra sugiere cómo localizar y analizar las aporta-
ciones estatales autónomas a la elaboración de la política, incluso dentro de sistemas políticos
constitucionales dirigidos nominalmente por órganos legislativos y partidos electorales.

En esta línea, merece la pena examinar brevemente dos obras que defienden las aportacio-
nes estatales autónomas a la elaboración de la política incluso en Estados Unidos, sistemas polí-
ticos en el cual, según prácticamente todos los estudiosos, la base estructural para dicha auto-
nomía es menor que en cualquier otro régimen capitalista liberal moderno. Estados Unidos no
heredó un Estado burocrático centralizado de la época preindustrial y predemocrática. Por otra
parte, la dispersión de la autoridad debido al sistema federal, la división de la soberanía entre
los distintos brazos del gobierno nacional y la estrecha simbiosis entre sectores de la adminis-
tración federal y los comités del Congreso contribuyen a hacer que el poder del Estado norte-
americano en el siglo XIX esté fragmentado, disperso e influido en todas partes por intereses
sociales organizados. Además, el gobierno nacional carece de posibles puntos de apoyo de un
poder estatal fuerte tales como una administración pública profesional, consciente de sus esta-
tutos y con acceso previsible a puestos ejecutivos clave: organismos de planificación dotados
de autoridad; un control ejecutivo directivo sobre un banco central nacional y propiedad públi-
ca de sectores estratégicos de la economía. Habida cuenta de estas características del gobier-
no de Estados Unidos, el concepto de autonomía del Estado no ha sido empleado con frecuen-
cia por los estudiosos para explicar los acontecimientos políticos norteamericanos.

No obstante, Stepan Krasner (1978a), en su obra Defending the nacional interest; sí utiliza este
concepto para explicar la continuidad que se aprecia durante el siglo XX en la formulación de la
política exterior de Estados Unidos sobre cuestiones relacionadas con inversiones internaciona-
les en la producción y comercialización de materias primas. Una ingeniosa táctica heurística res-
palda la selección por Krasner de este “ámbito de estudio” para la investigación histórica siste-
mática: es un ámbito situado en la intersección de los intereses estatales propiamente geopolíti-
cos y los intereses económicos de (a menudo) poderosas empresas privadas. Así, Krasner puede
preguntarse si el tira y afloja a corto plazo de los intereses comerciales configura la definición del
“interés nacional” de Estados Unidos con respecto a la producción de materias primas en el
extranjero o si se registra una presencia constante de un interés autónomo del Estado. Krasner
encuentra el segundo modelo y lo atribuye a actores situados en una posición especial dentro
del gobierno de Estados Unidos, por lo demás débil, fragmentado e influido socialmente.

En lo que se refiere a la política exterior de Estados Unidos, los actores esta-


tales fundamentalmente son el presidente y el secretario de Estado, y las institu-

178
Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual

ciones más importantes son la Casa Blanca y el Departamento de Estado. Lo que


distingue a estos papeles y organismos es su alto grado de aislamiento de presio-
nes sociales concretas y una serie de obligaciones formales e informales que los
encargan de favorecer los intereses generales de la nación (Krasner, 1978a: 11).

Lamentablemente, Krasner no se extiende sobre el concepto de partes “aisladas” del Estado.


En particular, no nos dice si las diversas características organizativas de los organismos estata-
les contribuyen a aumentar o a disminuir el aislamiento. Por el contrario, Krasner subraya fun-
damentalmente hasta qué punto distintos sectores del ejecutivo federal están sometidos a
influencias del Congreso24. Además, no puede disipar plenamente la sospecha de que la pre-
sidencia y el departamento de Estado pueden ser simplemente objeto de influencias comercia-
les basadas en las clases y no en los intereses25. No obstante, Krasner muestra que las políti-
cas públicas sobre materias primas han tendido a discrepar más de las poderosas exigencias
empresariales precisamente cuando han estado en juego cuestiones claramente geopolíticas de
intervención militar en el extranjero y amplias concepciones ideológicas relativas a la hegemo-
nía mundial de Estados Unidos. Así, pues, el estudio de Krasner sugiere que se producen apor-
taciones claramente estatales a la formulación de la política de Estados Unidos exactamente en
aquellos casos y terrenos en los que una perspectiva weberiano-hintzeana insistiría en que
deben producirse, con independencia de lo desfavorable que sea el potencial gubernamental
global para emprender acciones estatales autónomas. Como dijo en una ocasión J.P. Nettl
(1968: 563-564), “con independencia de lo que el Estado sea o no sea internamente (...) ha
habido pocos desafíos a su soberanía y a su autonomía en “asuntos exteriores”.

Mi obra en colaboración con Kenneth Finegold sobre los orígenes de la política agrícola del
New Deal sugiere también que dentro de un “Estado débil” pueden producirse aportaciones
estatales autónomas a la elaboración de la política interior. Estas aportaciones estatales autóno-
mas tienen lugar en áreas de actuación política concretas y en momentos históricos determina-
dos, aunque en general no sean discernibles en todas las áreas de actuación y contribuyan invo-
luntariamente a crear fuerzas políticas que más tarde impondrán severas limitaciones a nuevas
acciones estatales autónomas26. Finegold y yo mantenemos que, en el período que siguió a la
Primera Guerra Mundial, el departamento de Agricultura de Estados Unidos era “una isla de for-
taleza del Estado en un océano de debilidad” (Skocpol y Finegold, 1982: 271) y atribuimos la
formulación de las intervenciones agrícolas del New Deal -políticas que respondían a una “cri-
sis agraria” antigua, aunque no simplemente de la manera exigida por los poderosos grupos de
interés agrícola- a los recursos excepcionales de capacidad administrativa, planificación pública
previa y experiencia gubernamental práctica a disposición de los expertos agrícolas federales en
los albores del New Deal. Nuestro razonamiento se parece a las conclusiones de Hugh Heclo
sobre los funcionarios civiles innovadores de Gran Bretaña y Suecia. En esencia, hallamos que
una parte del gobierno nacional de Estados Unidos en los comienzos del siglo XX permitió que
la capacidad profesional de los funcionarios actuase en una esfera política restringida de forma
semejante a como actuó en Suecia o en Gran Bretaña entre 1900 y 1920.

Pero, además, rastreamos la suerte política que corrieron las intervenciones administrativas
del New Deal en la agricultura. Mostramos que, en el contexto global de la estructura estatal
estadounidense, esta intervención inicialmente autónoma del Estado sirvió para fortalecer inad-
vertidamente a un grupo de presión concreto, la American Farm Federation, a la que propor-

179
Lecturas sobre el Estado y las políticas públicas:

cionó los incrementos decisivos de peso electoral y administrativo que necesitaba para “ganar-
se” una influencia predominante en la política agrícola federal posterior a 1936. Los intentos
subsiguientes de planificación estatal, en especial los que implicaban la redistribución del
poder económico, racial o de clase, fueron limitados y anulados después por los intereses agrí-
colas y comerciales establecidos, capitaneados por el Farm Bureau.

En resumen, la “autonomía del Estado” no es un rasgo estructural fijo de ningún sistema de


gobierno. Puede aparecer y desaparecer. Esto es cierto no sólo debido a que las crisis pueden
precipitar la formulación de estrategias y políticas oficiales por parte de élites o administrado-
res que de otro modo no podrían materializar sus posibilidades de acción autónoma; también
es cierto porque las mismas posibilidades estructurales de acciones estatales autónomas cam-
bian con el tiempo, a medida que las organizaciones de coerción y administración experimen-
tan transformaciones, tanto internamente como en sus relaciones con los grupos sociales y con
sectores representativos del gobierno. Por consiguiente, aunque la investigación internacional
comparativa puede indicar en términos generales si un sistema de gobierno tiene tendencia
“más fuertes” o “más débiles” a la acción estatal autónoma, el potencial de este concepto sólo
puede apreciarse en su integridad en estudios verdaderamente históricos y sensibles a las varia-
ciones estructurales y a los cambios coyunturales que se operan dentro de sistemas políticos
determinados.

¿Son “racionales” las acciones del Estado?

Debemos hacer otra serie de comentarios sobre la racionalidad de las acciones autónomas
del Estado. A menudo se considera que esas acciones son más capaces de velar por los “inte-
reses de clase capitalistas” o por los “intereses generales de la sociedad” o por el “interés nacio-
nal” que las decisiones gubernamentales fuertemente influidas por el tira y afloja de las exigen-
cias de grupos de interés, bloques de votantes o empresas mercantiles concretas27. En estas
perspectivas, se considera que los funcionarios estatales son especialmente capaces de formu-
lar estrategias globales y a largo plazo que transcienden las exigencias parciales y estrechas de
miras de los capitalistas guiados por el afán de lucro o de grupos sociales que sólo se preocu-
pan de sus propios intereses. Pero los estudiosos que ven con escepticismo el concepto de
autonomía del Estado responden a menudo que los argumentos autolegitimadores de los fun-
cionarios del Estado, sus afirmaciones de que conocen y representan los intereses “generales”
o “nacionales”, no deben tomarse al pie de la letra. Los funcionarios del Estado no tienen más
derecho que otros a reivindicar un conocimiento suficiente de los problemas sociales o de sus
soluciones, afirman los escépticos. Además, sus símbolos legitimadores pueden enmascarar
simplemente políticas formadas para favorecer intereses o fracciones de clases particulares.

Ciertamente, esas dudas sobre la racionalidad superior de las acciones del Estado merecen
una atención respetuosa; sin embargo, no tenemos que descartar totalmente la posibilidad de
que las acciones estatales parcial o totalmente autónomas puedan ser capaces de abordar los
problemas e incluso de encontrar “soluciones” que estén fuera del alcance de los actores socia-
les y de los sectores del gobierno estrechamente constreñidos por ellos. En parte, la materiali-
zación de esas posibilidades dependerá de la disponibilidad y (lo cual resulta incluso más pro-
blemático) del empleo adecuado de ideas correctas sobre lo que el Estado puede y debe hacer

180
Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual

para abordar los problemas sociales; en parte, dependerá de la coincidencia o de la falta de


coincidencia entre el margen de autoridad de la organización estatal autónoma y la escala y la
profundidad de la acción adecuada para hacer frente a un tipo determinado de problema. Por
ejemplo no es probable que los organismos estatales que sólo tengan autoridad sobre regio-
nes o tipos de transporte concretos logren planificar sistemas coordinados de transporte nacio-
nal, con independencia del grado de información y de capacidad para la acción oficial autó-
noma que puedan poseer esos organismos. En resumidas cuentas, las iniciativas autónomas
pueden ser estúpidas o estar mal dirigidas, y las iniciativas autónomas pueden ser fragmenta-
das, parciales y contradictorias. Sin embargo, y a pesar de todas estas posibilidades, las accio-
nes del Estado pueden ser coherentes y apropiadas a veces.

No obstante, con independencia de lo apropiado (para hacer frente a un determinado tipo


de crisis o problema) que pueda ser la actividad autónoma del Estado, nunca puede ser real-
mente “desinteresada” en ningún sentido significativo. Esto es cierto no sólo porque todas las
acciones del Estado benefician necesariamente a algunos intereses sociales y perjudican a otros
(aun cuando los beneficiarios sociales no hayan trabajado en pro de las acciones del Estado ni
las hayan provocado). Es más, las acciones autónomas estatales adoptarán normalmente for-
mas que traten de reforzar la autoridad, la longevidad política y el control social de las orga-
nizaciones del Estado cuyos responsables generaron las políticas o ideas de actuación políticas
pertinentes. Podemos plantear la hipótesis de que una característica (oculta o manifiesta) de
todas las acciones autónomas del Estado será el fortalecimiento de las prerrogativas de los
colectivos de funcionarios del Estado. Que de ello se deriven o no políticas racionales pueden
depender de cómo se defina el término “racional” y puede ser incluso accidental en gran medi-
da. La cuestión es que se producirán políticas distintas de las que piden los actores sociales.
La tarea de investigación primordial para los interesados en la autonomía del Estado es, sin
duda, el estudio en profundidad de por qué, cuándo y cómo los Estados forjan esas políticas
características. Posteriormente, será posible preguntarse por su racionalidad para resolver los
problemas a los que hacen frente, y podremos examinar esta cuestión sin formular supuestos
idealistas sobre la omnisciencia o el desinterés de los Estados.

¿Pueden los Estados alcanzar sus objetivos?

Algunos estudiosos de la historia comparativa no sólo han investigado los puntos en que se
apoyan las acciones estatales autónomas, sino que han emprendido también la tarea más esti-
mulante de explicar las diversas capacidades de los Estados para poner en práctica sus políti-
cas. Desde luego, la explicación de las capacidades del Estado está estrechamente relacionada
con la explicación de la fijación de objetivos autónomos por parte de los Estados, ya que es
sumamente probable que los funcionarios estatales intenten hacer cosas que parezcan viables
con los medios de que disponen. Sin embargo, con no poca frecuencia, los Estados persiguen
objetivos (ya sean propios o impuestos por grupos sociales poderosos) que estén fuera de su
alcance. Por otra parte, la aplicación de sus políticas conducen a menudo a consecuencias bus-
cadas y no buscadas, tanto cuando los Estados intentan cumplir cometidos que no pueden con-
cluir como cuando los medios que emplean generan reacciones sociopolíticas y cambios
estructurales imprevistos. Por consiguiente, las capacidades de los Estados para aplicar estrate-
gias y políticas merecen ser analizadas detenidamente por derecho propio. No voy a tratar de

181
Lecturas sobre el Estado y las políticas públicas:

efectuar aquí un estudio exhaustivo de los hallazgos fundamentales en esta área importante de
la investigación, sino que me limitaré a indicar algunas ideas y enfoques prometedores inclui-
dos en las investigaciones actuales de las capacidades del Estado.

Pueden decirse algunas cosas esenciales sobre los fundamentos generales de las capacida-
des del Estado. Evidentemente, la total y absoluta integridad y el control administrativo-militar
estable de un territorio dado, son condiciones previas de toda capacidad de aplicación de una
política por parte del Estado28. Además, es fundamental que el Estado disponga de funciona-
rios leales y cualificados, y de abundantes recursos económicos para alcanzar con eficacia toda
suerte de objetivos. No es sorprendente que las historias de la construcción del Estado apun-
ten exactamente a estos medios universales del poder del Estado29. Algunos de estos recursos
llegan a arraigar en unas relaciones institucionales que son lentas en cambiar y relativamente
insensibles a las manipulaciones a corto plazo. Por ejemplo, ¿atraen y retienen los puntos de
responsabilidad del Estado a funcionarios interesados en hacer carrera con un amplio bagaje
de conocimiento y una fuerte motivación? La respuesta bien puede depender de las relaciones
desarrolladas a lo largo de la historia entre instituciones educativas de élite, las organizaciones
del Estado y las empresas privadas que compiten con el Estado por el personal con una ele-
vada formación. Pero si esta situación no se ha establecido históricamente al comienzo de la
era industrial, es difícil deshacer modelos alternativos menos favorables para el Estado30.

Los factores que determinan los recursos económicos de un Estado pueden ser un tanto más
manipulables a lo largo del tiempo, aunque no siempre. La cuantía y las formas de ingresos y
créditos disponibles para el Estado se derivan de equilibrios políticos condicionados estructu-
ralmente, aunque cambiantes a lo largo de la historia, y de negociaciones entre los Estados y
entre un Estado y las clases sociales. Entre las categorías fundamentales de hechos que se ofre-
cen en cualquier estudio de las capacidades del Estado figuran las fuentes y la cuantía de los
ingresos del Estado y el grado de flexibilidad posible en su recaudación y empleo. Las dispo-
siciones institucionales internas y las situaciones internacionales dificultan la modificación de
los límites dentro de los cuales deben maniobrar las élites del Estado para recaudar impuestos
y conseguir créditos. ¿Depende un Estado de los impuestos a la exportación (por ejemplo pro-
cedentes de un recurso nacional escaso o de unos productos vulnerables a súbitas fluctuacio-
nes del mercado mundial)? 31¿Le permite a un Estado no hegemónico su situación geopolítica
recoger los beneficios de la ayuda militar para la construcción del Estado o debe confiar en los
banqueros o en los organismos internacionales de ayuda que insisten en favorecer las inver-
siones privadas y restringen las opciones políticas internas del Estado prestatario?32 ¿Qué auto-
ridad establecida tiene un Estado para recaudar impuestos, recibir créditos o invertir en empre-
sas públicas potencialmente rentables? y ¿Qué “espacio” hay en el sistema político-constitucio-
nal existente para cambiar los modelos de recaudación de ingresos desfavorables para el
Estado?

Por último, ¿qué autoridad y qué medios organizativos tiene que desplegar un Estado, con
independencia de los recursos económicos de que disfrute? ¿Están “reservados” rígidamente
determinados tipos de ingresos para usos especiales que no pueden ser modificados fácilmen-
te por personas que adoptan las decisiones oficiales?33 ¿Puede el Estado canalizar (manipular)
las corrientes de crédito hacia empresas y sectores industriales concretos, o las prácticas polí-
tico-constitucionales establecidas sólo favorecen los gastos globales por categorías? A todos

182
Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual

estos tipos de preguntas debe responderse en cualquier estudio de las capacidades del Estado.
Los medios del Estado para captar y emplear recursos financieros nos dicen más que cualquier
otro factor individual sobre sus capacidades actuales (e inmediatamente posibles) para crear o
reforzar las organizaciones del Estado, para contratar personal, para lograr el apoyo político,
para subvencionar iniciativas económicas y para financiar programas sociales34.

Las capacidades del Estado para seguir


modalidades de política concretas

Las cuestiones fundamentales de la integridad territorial de un Estado, sus recursos econó-


micos y el personal de que dispongan pueden constituir el punto de partida de cualquier inves-
tigación sobre las capacidades de ese Estado para alcanzar unos objetivos; sin embargo, los
estudios más fructíferos de las capacidades del Estado tienden a centrarse en áreas de actua-
ción políticas concretas. Como dice Sthepan Krasner (1978a: 58):

No hay un ningún motivo para dar por sentado a priori que el modelo de
puntos fuertes y puntos débiles será el mismo para todas las actuaciones políti-
cas. Es posible que un Estado pueda modificar la estructura de su sistema de
asistencia médica, aunque no pueda construir una red eficaz de transportes,
mientras que otra pueda resolver con relativa facilidad los desplazamientos de
sus ciudadanos y ser incapaz de curar sus enfermedades.

Quienes estudian una estrategia general de cambio impulsada por el Estado, como una “revo-
lución desde arriba” o un episodio importante de reformas patrocinadas por la burocracia, tal vez
tengan que valorar la capacidad global de un Estado para alcanzar objetivos de transformación
de múltiples esferas. Por otra parte, como señala Krasner (1978a), puede ser conveniente demos-
trar que “a pesar de las variaciones entre áreas de estudio dentro de los países, hay diferencias
modales en el poder del Estado entre (por ejemplo) los países avanzados de economía de mer-
cado”. No obstante, tal vez esas valoraciones globales se elaboren mejor a partir de investigacio-
nes sectoriales específicas, ya que uno de los datos más importantes acerca del poder de un
Estado puede ser la desigualdad entre distintas áreas de actuación política. Y el resultado más
revelador, incluso de una revolución de largo alcance o de una reforma desde arriba, puede ser
la disparidad de las transformaciones producidas entre distintos sectores sociopolíticos.

Por ejemplo, en un provocador artículo titulado Constitutionalism, class and the limits of
choice in US. foreing policy, Ira Katznelson y Kenneth Prewitt (1979:38) exponen cómo la polí-
tica de Estados Unidos con respecto a América Latina ha estado condicionada en parte por la
desigualdad de las capacidades del gobierno nacional norteamericano: perfectamente capaz de
intervenir en el extranjero, pero carente de las capacidades de planificación nacional “necesa-
rias para dirigir la distribución interna de los costos que implican una política exterior menos
imperialista”. Por poner otro ejemplo, Alfred Stepan (1978: cap.5 y 8) extrae muchas de sus
conclusiones más interesantes sobre las consecuencias contradictorias e involuntarias del epi-
sodio de “corporativismo incluyente” en Perú de un análisis meticuloso de los éxitos desigua-
les del régimen a la hora de reestructurar los compromisos políticos de diversos grupos socia-
les y reorientar el curso de la evolución económica en diversos sectores.

183
Lecturas sobre el Estado y las políticas públicas:

En numerosos estudios sobre las capacidades de los Estados para alcanzar tipos concretos
de objetivos se emplea el concepto de “instrumento de actuación política” para hacer referen-
cia a los medios pertinentes que un Estado puede tener a su disposición35. Las comparacio-
nes entre distintas naciones son necesarias para determinar la naturaleza y el alcance de los
mecanismos institucionales, cuya aplicación a un conjunto determinado de cuestiones por parte
de los funcionarios del Estado puede ser concebible. Por ejemplo, Susan y Norman Fainstein
comparan la política urbana de naciones de Europa noroccidental con la de Estados Unidos y,
en consecuencia, pueden concluir que el Estado Nacional norteamericano carece de ciertos ins-
trumentos para hacer frente a las crisis urbanas de los que disponen los Estados europeos, ins-
trumentos tales como organismos centrales de planificación, consorcios de inversión de capi-
tal controlados por el Estado y programas de bienestar nacional gestionados directamente36.

De manera análoga, Peter Katzenstein (1978) reúne un conjunto de estudios relacionados


sobre cómo seis países capitalistas industriales avanzados gestionan el comercio internacional,
la inversión y las implicaciones monetarias de sus respectivas economías. Katzenstein consigue
establecer distinciones bastante claras entre las estrategias de que disponen Estados como el
japonés y el francés, que tienen instrumentos de actuación política que les permite aplicar
medidas a nivel de sectores industriales concretos, y otros Estados, como el británico y el nor-
teamericano, que deben recurrir a manipulaciones macroeconómicas globales de parámetros
fiscales y monetarios. Una vez más como en el estudio de Fainstein, es la yuxtaposición de los
enfoques de diferentes naciones a un área de actuación política determinada lo que permite
destacar los instrumentos de política pertinentes. Sin embargo, para ninguno de estos estudios
esos “instrumentos” son creaciones deliberadas a corto plazo de los gestores de los Estados.
Ambos estudios se orientan hacia el análisis microscópico de amplios modelos institucionales
de historias nacionales divergentes que explican por qué los países tienen o no ahora instru-
mentos de actuación política para hacer frente a problemas o crisis concretos.

Los Estados en relación con los marcos socioeconómicos

Los estudios pormenorizados de las capacidades del Estado no sólo implican un examen de
los recursos e instrumentos que el Estado puede tener a su alcance para enfrentar problemas
concretos, sino que también consideran necesariamente algo más que el Estado como tal. Estos
estudios analizan a los Estados en relación con tipos concretos de entornos socioeconómicos
y políticos y poblados por actores que tienen intereses y recursos determinados. Una de las
aplicaciones obvias de la perspectiva relacional consiste en investigar el poder de los Estados
sobre las estructuras y los actores no estables de ámbito nacional o transnacional, especialmen-
te los dominantes en el plano económico ¿Qué capacidades tienen los Estados para cambiar el
comportamiento o para oponerse a las exigencias de esos actores o para transformar las estruc-
turas recalcitrantes? Las respuestas se encuentran no sólo en las características de los propios
Estados, sino también en el equilibrio entre los recursos y las ventajas situacionales de los
Estados comparadas con las de los actores no estatales. Este tipo de enfoque relacional es uti-
lizado por Stephen Krasner en su análisis de los esfuerzos de los responsables de la política
estadounidense para aplicar una política exterior de materias primas en las interacciones con
las grandes compañías, cuyas preferencias y prácticas establecidas han sido contrarias a menu-
do a lo que el Estado entiende por interés nacional37.

184
Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual

Este es también el enfoque utilizado por Alfred Stepan (1978: cap. 7) para analizar los éxi-
tos y los fracasos de los dirigentes militares peruanos en el empleo del poder del Estado para
cambiar los modelos de inversión de capital extranjero en un país dependiente como el suyo.
Stepan desarrolla de forma brillante una serie coherente de hipótesis causales para explicar la
diversidad de los resultados en cada sector industrial: azúcar, petróleo y manufactura. Examina
las características del régimen en cada uno de estos sectores: grado de compromiso con unos
objetivos de actuación política claros, capacidades técnicas, aptitudes de supervisión, control
por el Estado. Asimismo, estudia las características de las inversiones y mercados existentes en
la medida en que chocan con las ventajas que las compañías multinacionales peruanas o
extranjeras esperaban conseguir con nuevas inversiones. El razonamiento completo es dema-
siado complejo para que lo reproduzcamos aquí, pero su significación va mucho más allá del
área de estudio de la inversión extranjera y del caso peruano. Al adoptar un enfoque tímida-
mente relacional con respecto al equilibrio de los recursos que los Estados y las compañías
multinacionales pueden aportar en sus acuerdos mutuos, en parte simbióticos y en parte con-
flictivos, Stepan, proporciona un modelo importante para nuevos estudios de las capacidades
del Estado en numerosas áreas de actuación política.

Otro enfoque relacional, ligeramente distinto, del estudio de las capacidades de los Estados
aparece en el libro de Peter Katzenstein Between power and plenty en el cual (como ya se ha
indicado) el objeto de la explicación no es, en última instancia, el poder del Estado sobre los
actores no estatales, sino las estrategias de las naciones para lograr la “interdependencia” den-
tro de la economía-mundo capitalista. Un concepto al que se recurre de modo esencial en la
recopilación de Katzenstein es el de “red de actuación política”, que incluye una relación
estructurada entre el Estado y la sociedad. En palabras de Katzenstein:

Los actores de la sociedad y del Estado que influyen en la definición de los


objetivos de la política económica exterior son los grandes grupos de interés y
los grupos de acción política. Los primeros representan las relaciones de pro-
ducción (incluyendo la industria, las finanzas, el comercio, el trabajo y la agri-
cultura); los segundos provienen de la estructura de autoridad política (princi-
palmente la burocracia del Estado y los partidos políticos). Las coaliciones
gobernantes (...) en cada uno de los Estados industriales avanzados encuentran
su expresión institucional en redes de actuación política características que vin-
culan el sector público y el privado en la aplicación de la política exterior
(Katzenstein, 1978:19).

Katzenstein mantiene que la definición y la aplicación de la política económica exterior surge


del nexo entre el Estado y la sociedad. Tanto los objetivos del Estado como los intereses de las
clases poderosas pueden influir en la orientación de la política nacional y la aplicación de una
política viene determinada no sólo por los instrumentos de actuación política de que dispone el
Estado, sino también por el apoyo organizado que recibe de grupos sociales clave.

Así, objetivos de actuación política como la reconversión industrial podrían llevarse a la


práctica efectivamente porque una administración estatal central controla el crédito y puede
intervenir en los sectores industriales. Sin embargo, puede ser de la misma importancia que las
industrias estén organizadas en asociaciones disciplinadas dispuestas a colaborar con los fun-

185
Lecturas sobre el Estado y las políticas públicas:

cionarios del Estado. En resumen, un análisis completo exige el examen de la organización y


los intereses del Estado, la especificación de la organización y los intereses de los grupos
socioeconómicos, y la investigación de las relaciones tanto complementarias como conflictivas
de los actores estatales y sociales. Un enfoque de esta índole es el que emplean constantemen-
te los colaboradores de Power and plenty para explicar los objetivos económicos exteriores de
Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Italia, Francia y Japón. El enfoque se utiliza también
para analizar las capacidades de las redes de actuación política de estas naciones para aplicar
estrategias económicas existentes o concebibles como alternativa.

Los enfoques relacionales de State and society de Stepan, y de Power and plenty, de
Katzenstein, exponen con especial claridad algunas observaciones importantes acerca de la
investigación actual sobre los Estados en cuanto actores y estructuras. Situar de nuevo al Estado
en el primer plano de los análisis de la elaboración de la política y del cambio social exige una
ruptura con algunos de los supuestos social-deterministas más amplios del pluralismo, del des-
arrollismo estructural-funcionalista y de los diversos neomarxismos. Sin embargo, esto no sig-
nifica que haya que limitarse a volver del revés los antiguos enfoques teóricos: los estudios
sobre los Estados por sí solos no han de sustituir las preocupaciones por las clases o los gru-
pos, como tampoco han de forjarse argumentos puramente estatal-deterministas en lugar de
explicaciones centradas en la sociedad. La necesidad de analizar los Estados en relación con
los contextos socioeconómicos y socioculturales queda demostrada de forma convincente en
las mejores investigaciones actuales sobre las capacidades de los Estados. Y estamos a punto
de examinar otro grupo de estudios en los cuales es aún más fundamental el enfoque plena-
mente relacional de los Estados y las sociedades.

La sección anterior se centraba en el Estado como conjunto de organizaciones a través de


las cuales los colectivos de funcionarios pueden formular y aplicar estrategias o políticas carac-
terísticas. Cuando el Estado aparece en el discurso actual de las ciencias sociales, los no mar-
xistas, al menos, suelen referirse a él en este sentido: como un actor cuyos esfuerzos indepen-
dientes tal vez hayan de ser tomados más en serio que hasta el momento a la hora de expli-
car la elaboración de políticas y el cambio social. Pero hay otra forma de reflexionar acerca de
la influencia sociopolítica del Estado, un marco de referencia alternativo a menudo no articu-
lado, pero quizás más importante incluso que la concepción del Estado como actor. Este enfo-
que puede llamarse “tocquevilliano”, ya que Alexis de Tocqueville lo aplicó magistralmente en
sus estudios El antiguo régimen y la revolución y la democracia en América38. En esta pers-
pectiva los Estados importan no sólo por las actividades de los funcionarios del Estado orien-
tadas al logro de un objetivo. Importan porque sus configuraciones organizativas, junto con sus
modelos globales de actividad, influyen en la cultura política colectivas (aunque no otros) y,
posibilitan el planteamiento de ciertas cuestiones políticas (aunque no de otras).

Desde luego, los “puntos fuertes” o los “puntos débiles” de los Estados en cuanto escena-
rios de acciones oficiales más o menos independientes y eficaces constituyen un aspecto clave
de las configuraciones organizativas y de los modelos globales de actividad en juego en esta
perspectiva. Este segundo enfoque es totalmente complementario de las ideas que analizamos
en la sección anterior, pero aquí el modus operandi del investigador no es el mismo. Cuando
se analiza la influencia de los Estados desde el punto de vista tocquevilliano, esa influencia no
se encuentra mediante la disección de las estrategias o políticas del Estado y sus posibilidades

186
Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual

de ser aplicadas. Por el contrario, el investigador considera de un modo más microscópico las
distintas formas en que las estructuras y actividades de los Estados influyen de modo no inten-
cionado en la formación de grupos y en las capacidades, ideas y exigencias políticas de los
diversos actores de la sociedad. Así, una parte del razonamiento de Tocqueville sobre los orí-
genes de la Revolución Francesa trataba de las formas en las cuales la monarquía francesa, a
través de su estructura institucional y de sus prácticas políticas, socavó de manera no intencio-
nada el prestigio y las capacidades políticas de la aristocracia, provocó al campesinado y al
Tercer Estado urbano y movió a los intelectuales a lanzar andanadas abstractas y racionalistas
contra el statu quo. La influencia del Estado impregnaba todo el razonamiento de Tocqueville,
aunque no dijera mucho acerca de las actividades y los objetivos de los propios funcionarios
del Estado.

Estudios comparativos de las estructuras y políticas del Estado


en las democracias capitalistas industriales

Una buena manera de demostrar la utilidad actual de esos análisis microscópicos de los
efectos socioeconómicos de los Estados consiste en esbozar algunos de los descubrimientos de
los estudiosos de la historia comparativa que se han centrado en las diferencias existentes entre
las naciones capitalistas industriales avanzadas de Occidente y en el seno de ellas. Efectos aná-
logos han sido hallados, o podrían haberlo sido, entre otros grupos de países por ejemplo,
entre las naciones capitalistas periféricas o “de industrialización reciente” o entre los países
“socialistas de Estado”, pero las observaciones analíticamente relevantes serían similares. Por
consiguiente, me limitaré a las comparaciones entre Estados Unidos y algunas naciones euro-
peas, recurriendo a diversas obras para esbozar ideas sobre el modo en que las estructuras y
actividades de los Estados influyen en la cultura política, la formación de grupos y la acción
política colectiva y los programas de estudio de la política.

En un ensayo original e innovador para su década, The State as a conceptual variable, J.P.
Nettl (1968: 559-592) describía una serie de diferencias institucionales y culturales en la “esta-
talidad” de Estados Unidos, Gran Bretaña y las naciones del continente europeo39. Algunos de
los contrastes más llamativos de Nettl hacía referencia a dimensiones de la cultura política, es
decir, a ideas muy extendidas sobre la naturaleza y el lugar del poder político y a concepcio-
nes sobre qué puede lograrse en política y cómo. En su ensayo titulado Constitucionalism,
class, and the limits of choice in U.S. foreign policy, Ira Katznelson y Kenneth Prewitt aplican y
amplían algunas de estas ideas de Nettl.

Debido a las diferencias en las trayectorias históricas de sus respectivos sistemas de gobier-
no, mantenía Nettl, los europeos continentales piensan que la “soberanía” reside en las institu-
ciones administrativas centralizadas, los británicos se centran en los partidos políticos en el par-
lamento y los ciudadanos estadounidenses se niegan a calificar de soberano a ningún órgano
concreto, atribuyendo la soberanía al Derecho y a la Constitución. Según Nettl, en Europa el
orden administrativo puede reconocerse de inmediato como una esfera de acción autónoma y,
tanto los partidarios como los adversarios del orden establecido, tienden a abrirse camino en
él en su condición de agente del bien público. Sin embargo, en Estados Unidos, como expli-
can atinadamente Katznelson y Prewitt (1979:31-33):

187
Lecturas sobre el Estado y las políticas públicas:

La Constitución no establece (...) un Estado (centralizado administrativamen-


te) que a su vez dirija los asuntos de la sociedad hacia alguna concepción clara
del bienestar público; por el contrario, establece una economía política en la
cual el bienestar público es el conjunto de las preferencias privadas (...). Estados
Unidos son un sistema de gobierno de legislación y litigio (...) La política se con-
vierte en la lucha para que los intereses sociales y económicos adquieran rango
de ley (...) La cultura política define que tener poder político es conseguir que
se apruebe una ley.

El descontento adopta con suma frecuencia la forma de un intento de forzar


una interpretación nueva y más favorable de la Constitución (...) Nunca en este
interminable ajetreo la propia Constitución se convierte en el objetivo. Por el
contrario, los principios constitucionales legitiman la reivindicación de un repar-
to justo del American way of life, y las interpretaciones y reinterpretaciones
constitucionales son los medios para forzar las redistribuciones.

En resumen, los diversos tipos de Estados no sólo realizan las actividades decisorias, coer-
citivas y judiciales de distintas maneras, sino que también dan origen a diversas concepciones
que influyen en el comportamiento de todos los grupos y clases de las sociedades nacionales.

Las formas de acción colectiva a través de las cuales los grupos plantean exigencias políti-
cas o los dirigentes políticos tratan de conseguir apoyo también están determinadas, parcial-
mente, por las estructuras y actividades de los Estados. Este punto ha sido abundantemente
demostrado para los países occidentales por los estudiosos que se ocupan de las causas y las
formas de la protesta social, del “corporativismo” como sistema de consulta a los grupos de
interés institucionalizado por los gobiernos y de los partidos políticos como mediadores entre
el electorado y el ejercicio del poder del Estado.

Charles Tilly y sus colaboradores han investigado la modificación de las formas de protesta
colectiva, tanto violenta como no violenta. En el proceso han señalado numerosas formas de
influencia de las estructuras estatales, así como las acciones de los funcionarios del Estado, en
la cronología, los objetivos y las formas de protesta colectiva. Las inexorables relaciones exis-
tentes entre la guerra y la construcción del Estado en los primeros tiempos de la Europa moder-
na hicieron, según Tilly, que la mayor parte del “descontento colectivo” de aquellos tiempos
provocara intentos, en especial por parte de las élites regionales y las comunidades locales, de
defender los derechos adquiridos frente a los recaudadores de impuestos y los reclutadores
militares de la monarquía (Tilly, Charles, 1981:109-144). Posteriormente, las redes nacionales
de personas de clase media y obrera en la Gran Bretaña en proceso de industrialización crea-
ron las formas innovadoras de protesta del “movimiento social” asociativo a través de interac-
ciones con las prácticas parlamentarias, jurídicas y selectivamente represivas del Estado britá-
nico (Tilly, 1981: 145-178.). También se propagaron a otras muchas naciones europeas diver-
sas variaciones sobre “repertorios” de acción colectiva de los Estados concretos. Podrían
extraerse de la obra de Tilly numerosos ejemplos más de la influencia de los Estados en la
acción colectiva. Hace muchos años que Tilly defiende enérgicamente la restitución al Estado
de su protagonismo en el análisis de la protesta social, esfera de la sociología política domina-
da anteriormente por los sistemas sociales y por los enfoques de la psicología social40.

188
Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual

Si los estudios de la acción colectiva son un tema permanente en sociología, los estudios de
los grupos de interés ocupan una posición comparable en las ciencias políticas. Recientemente,
como señala Suzanne Berger (1981a: 66-67) los investigadores de diversos países de Europa
Occidental han dejado de considerar a los “grupos de interés como reflejos de la sociedad”. Por
el contrario, han descubierto que “el momento y las características de la intervención del Estado”
influyen “no sólo en las tácticas y estrategias organizativas”, sino también “en el contenido y la
definición del propio interés”, con el resultado de que cada nación europea, de acuerdo con la
secuencia y las formas históricas de las intervenciones sociales y económicas del Estado, tiene
una configuración característica de los intereses que actúan en la política. Además, los estudio-
sos de los grupos de interés, en Europa Occidental han debatido enérgicamente las causas y la
dinámica de los modelos “corporativos” en los cuales los grupos de interés, que representan
exclusivamente determinados intereses socioeconómicos funcionales, consiguen un estatus públi-
co y el derecho a participar con autoridad en la elaboración de la política nacional. Algunos estu-
diosos han subrayado, directamente, que las iniciativas del Estado crean formas corporativas.
Otros, más escépticos respecto de esta concepción tan centrada en el Estado, analizan, no obs-
tante, las innumerables formas en las cuales unas estructuras y políticas estatales concretas fomen-
tan o socavan la representación del grupo corporativo41.

Cuando entra en escena Estados Unidos, quedan perfectamente claros algunos puntos clave
en la línea apuntada. En un provocador ensayo de 1979, Robert Salisbury (1979:213-230) pregun-
taba: “Why no corporatism in America?” (¿Por qué no hay corporativismo en Norteamérica?) y
Graham K. Wilson (1982:219-236) profundizaba en la pregunta en 1982. Ambos estudiosos coin-
ciden en que características tan esenciales (interrelacionadas) de la estructura estatal de Estados
Unidos como el federalismo, la importancia de las unidades geográficas de representación, los
partidos políticos no programáticos, las esferas fragmentadas de la burocracia administrativa y la
importancia del Congreso y sus comités especializados dentro del sistema de soberanía dividida
del gobierno nacional, fomentan todas ellas una proliferación de grupos de interés en competen-
cia, estrictamente especializados y escasamente disciplinados. En resumen, poco de la estructura
y el funcionamiento del Estado norteamericano hace que sea políticamente viable o creíble el
corporativismo, ni para los funcionarios ni para los grupos sociales. Incluso los movimientos de
protesta de Estados Unidos tienden a seguir pautas temáticamente especializadas y geográfica-
mente fisíparas. Las estructuras del Estado, los grupos de interés establecidos y los grupos de opo-
sición pueden reflejar las formas de organización y los fines de los demás.

Junto con los grupos de interés, las formas más importantes y duraderas de acción política
colectiva en las democracias capitalistas industriales son los partidos políticos que compiten
electoralmente. En una serie de brillantes ensayos histórico-comparativos, Martin Shefter
demuestra cómo esos partidos han llegado a funcionar mediante el clientelismo o mediante lla-
mamientos programáticos a bloques de votantes organizados42. Shefter mantiene que esto
dependió en gran parte de las formas de poder del Estado vigentes cuando se estableció el
sufragio democrático en las diversas naciones. En Alemania, por ejemplo, los monarcas abso-
lutistas habían establecido burocracias administrativas centralizadas mucho antes del adveni-
miento de las elecciones democráticas. Cuando nacieron los partidos políticos que solicitaban
el voto, no pudieron ofrecer las “ventajas del oficio” a sus seguidores, porque había una coa-
lición (de funcionarios públicos vinculados a las clases altas y medias e inclinadas a utilizar la
educación universitaria como una forma de hacer carrera en el Estado) que respaldaba el man-

189
Lecturas sobre el Estado y las políticas públicas:

tenimiento de las burocracias públicas a salvo del control de los partidos. Así, los partidos polí-
ticos alemanes se vieron obligados a utilizar llamamientos ideológicos y programáticos que
iban desde el comunismo o el socialismo hasta el antisemitismo y el fascismo43. En cambio
Shefter muestra cómo la desigualdad territorial de la administración central predemocrática en
Italia y la ausencia de una burocracia federal autónoma en la democracia del siglo XIX en
Estados Unidos permitieron que los partidos políticos que ejercían el clientelismo colonizaran
la organización administrativa en estos países, lo cual determinó que los votantes fuesen cor-
tejados con llamamientos no programáticos y especialmente con el clientelismo u otros repar-
tos “distributivos” de los recursos controlados por el sector público.

La obra de Shefter, que aquí no puede resumirse más, abarca también a Gran Bretaña, Francia
y los contrastes regionales dentro de Estados Unidos en el siglo XX. Con coherencia analítica y
vivo detallismo histórico, Shefter muestra la influencia de la evolución de las estructuras adminis-
trativas del Estado en los objetivos y las formas organizativas de los partidos políticos que median
entre los cargos públicos, por un lado, y los electorados arraigados en la sociedad, por otro. A
diferencia de muchos investigadores del proceso electoral y los partidos políticos, Shefter no con-
sidera que los partidos políticos sean simplemente vehículos para expresar las preferencias polí-
ticas de la sociedad, Shefter es consciente de que también son organizaciones para reivindicar y
utilizar la autoridad del Estado, organizaciones que desarrollan sus propios intereses y estilos de
trabajo persistentes. Las líneas de determinación van tanto (o más) desde las estructuras del
Estado a las reorganizaciones de los partidos y al contenido de las políticas electorales como
desde las preferencias de los votantes a las plataformas de los partidos y a las políticas del Estado.

Las estructuras de la administración pública y las organizaciones políticas partidarias, consi-


deradas conjuntamente, contribuyen en gran medida a “seleccionar” los tipos de cuestiones
políticas que se incluirán (o se evitarán) en la “agenda política” de una sociedad. En su libro
sobre la elaboración de la política en relación con la contaminación atmosférica en la política
municipal de Estados Unidos, Matthew Crenson desarrolla este argumento de una manera que
tiene consecuencias que trascienden su propio estudio44. Según Crenson, las maquinarias
urbanas orientadas hacia el clientelismo y personalistas prefieren poner de relieve temas polí-
ticos que creen beneficios o costes divisibles susceptibles de ser asignados de modo diferen-
ciado en negociaciones por separado a cambio del apoyo de grupos geográficos de votantes
o de empresas privadas. Sin embargo, los controles de la contaminación atmosférica generan
unos beneficios colectivos indivisibles, de forma que los gobiernos basados en una maquinaria
y los partidos orientados hacia el clientelismo tratarán de evitar que la contaminación atmosfé-
rica sea un tema de debate. Agendas políticas enteras, mantiene Crenson, pueden estar domi-
nadas por tipos de temas similares, ya sean temas distributivos mayormente “colectivos” o
mayormente “específicos”. Esto sucede en parte porque las necesidades organizativas del
gobierno y de los partidos suscitan temas similares. También sucede porque, una vez que la
conciencia política y la movilización de grupo se inclinan en una determinada dirección, la
gente tiende a hacer más reivindicaciones en la misma línea.

De nuevo observamos una dialéctica entre sociedad y Estado, que en este caso influye al
contenido de la política sobre ese tema básico del mismo modo que anteriormente veíamos
cómo las interrelaciones entre la sociedad y el Estado intervenían en la configuración de las
culturas políticas y las formas de acción colectiva.

190
Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual

Los Estados y las capacidades políticas de las clases sociales

Puesto que son tantos los aspectos de la política relacionados con unas estructuras estatales
que varían de una acción a otra, a nadie debería sorprender que el “clasismo” de la política varíe
también en relación con los Estados, pues el grado (y las formas) en que están organizados los
intereses de clase en la política internacional depende mucho de la cultura política predominan-
te, de las formas de acción colectiva y de las posibilidades de plantear y resolver temas colecti-
vos (sociales o de clase) de carácter general. Tal vez tengan razón los marxistas cuando mantie-
nen que las clases y las tensiones de clase están siempre presentes en las sociedades industria-
les, aunque la expresión política de los intereses y los conflictos de clase nunca esté determina-
da automática o económicamente sino que depende de las capacidades de las clases para con-
seguir concientización, organización y representación. Directa o indirectamente, las estructuras y
actividades de los Estados condicionan profundamente esas capacidades de clase. Así, las ideas
clásicas de la sociología política marxiana deben ponerse, si no de cabeza, sin duda de lado.

Entablando un diálogo crítico directo con Marx, Pierre Birnbaum (1980: 671-686) afirma que la
diferencia de ideología y actitudes hacia la política de los movimientos obreros de Francia y Gran
Bretaña puede explicarse en términos de Estado. Según Birnbaum, el Estado centralizado y buro-
crático francés, claramente diferenciado de la sociedad, fomentó las orientaciones y la militancia
política anarquistas o marxistas entre los trabajadores franceses, mientras que el establishment bri-
tánico, centralizado pero menos diferenciado, alentó a los trabajadores británicos y a sus dirigen-
tes a preferir el gradualismo parlamentario y la negociación salarial contractual privada.

Argumentos análogos de Ira Katznelson en City trenches, y de Martin Shefter en un ensayo


titulado Trades unions and political machines: the organization and disorganization of the
American Worlking class in the late nineteenthn century, apuntan a factores específicamente
centrados en el Estado para explicar la bajísima capacidad política a nivel nacional de la clase
obrera industrial de Estados Unidos45. La democratización (en forma de sufragio universal para
los hombres blancos) tuvo lugar en Estados Unidos precisamente al comienzo de la industria-
lización capitalista. A partir de la década de 1830, la competencia electoral incorporó a los tra-
bajadores al funcionamiento del sistema político, no por medio de una burocracia o un esta-
blishment nacionales, sino por medio de partidos políticos, orientados hacia el clientelismo,
fuertemente arraigados en las comunidades locales. En contraste con lo ocurrido en muchas
naciones europeas, los sindicatos y los trabajadores de Estados Unidos no tuvieron que aliar-
se con las asociaciones o partidos políticos que luchaban por el sufragio en oposición a unas
clases dominantes políticamente privilegiadas y a un Estado administrativo autónomo. En
Estados Unidos no había unos significados y organizaciones comunes que sirvieran de puente
entre el trabajo y la residencia, y en los primeros tiempos la clase obrera industrial de Estados
Unidos experimentó la “política” como cosa de unos grupos estrictamente locales organizados
según criterios étnicos o raciales por los políticos de la maquinaria. Las luchas en el centro de
trabajo fueron asumidas finalmente por los sindicatos interesados en las cuestiones cotidianas.
“De este modo”, concluye Katznelson, “se otorgó a los ciudadanos y a sus bases un significa-
do comunitario independiente de las relaciones laborales. El modelo segmentado de interpre-
tación de clase en Estados Unidos (...) tuvo su origen principalmente en las características de
la organización política creada por el funcionamiento de un sistema constitucional federal
(Katznelson y Prewitt, 1979:30).

191
Lecturas sobre el Estado y las políticas públicas:

La estructuras del Estado influyen no sólo en las capacidades de las clases subordinadas sino
también en las de las clases acomodadas. Nunca basta con postular que los grupos dominantes
tienen un “interés de clase” en mantener el orden sociopolítico o en que continúe un determina-
do desarrollo económico según fórmulas congruentes con sus modelos de propiedad. La mane-
ra exacta -o incluso la posibilidad- de que se mantenga el orden y continúe la acumulación eco-
nómica depende, en una parte muy significativa, de las estructuras estatales existentes y de las
capacidades políticas de la clase dominante que esas estructuras contribuyen a configurar. Por
ejemplo, en mi estudio de 1973 sobre Social origins of dictatorship and democracy de Barrington
Moore, mantenía que el “reformismo” de grupos terratenientes y burgueses clave en la Gran
Bretaña del siglo XIX no fue sólo un producto de los intereses económicos de clase. Fue tam-
bién una función de los intereses políticos particulares, en complejo equilibrio, que esos grupos
tenían en unas formas descentralizadas de administración y represión y en unas formas parla-
mentarias de adopción de decisiones políticas (Skocpol, Theda 1973: 1-34). Del mismo modo,
buena parte del razonamiento de mi States and social revolutions sobre las causas de las trans-
formaciones revolucionarias en ciertos Estados agrarios se basa en un análisis comparativo de las
capacidades políticas de las clases altas terratenientes tal como fueron configuradas por las estruc-
turas y las actividades de los Estados burocráticos monárquicos (Skocpol, 1979).

Una vez más, la cuestión que se debate puede verse con toda claridad en Estados Unidos.
Al igual que la clase obrera industrial estadounidense, los capitalistas norteamericanos carecen
de capacidad política para hacer valer sus intereses de clase en la política nacional. Esta es una
suma de las razones que invocan Susan y Norman Fainstein (1978) para explicar la incoheren-
cia e ineficacia de las respuestas de la política contemporánea de Estados Unidos a las crisis
urbanas a las que las naciones de Europa Occidental han hecho frente de modo más eficaz, en
beneficio de las clases dominantes y subordinadas por igual. Históricamente, la estructura del
Estado norteamericano, relativamente débil, descentralizada y fragmentada, unida a la tempra-
na democratización y a la ausencia de una clase obrera políticamente unificada, ha fomentado
y permitido la división de los capitalistas estadounidenses por estrictos intereses y su adopción
de una ideología antiestatal y liberal (Fainstein S. y Fainstein N., 1978: 39-40; Voguel, D., 1978:
45-78). Puede aducirse que los grupos comerciales estadounidenses se han beneficiado a
menudo de esta situación. Sin embargo, sus intereses comerciales han sido una y otra vez vul-
nerables a intervenciones reformistas del Estado en las que no han podido ejercer una gran
influencia o que no han podido limitar habida cuenta de su desunión política o (como en pleno
New Deal) de su alejamiento de los organismos o administraciones intervencionistas del gobier-
no46. Para el mundo empresarial norteamericano siempre ha sido difícil proporcionar un
apoyo firme a las iniciativas nacionales que pudieran beneficiar a la economía en su conjunto.

Obviamente, los trabajadores y capitalistas industriales no agotan los grupos sociales que inter-
vienen en la política de las democracias industriales. Los estudios de las repercusiones de las
estructuras y políticas del Estado sobre los intereses y capacidades de los grupos también han con-
tribuido, en gran medida, a explicar, en términos históricos y comparativos, las implicaciones polí-
ticas de los agricultores y los pequeños empresarios. Además, nuevas e importantes obras están
analizando en la actualidad las relaciones entre la formación del Estado y el desarrollo de las “pro-
fesiones” modernas, así como las preocupaciones relacionadas con el despliegue de conocimien-
tos “expertos” en la elaboración de la política pública47. No obstante, sin estudiar estas obras tam-
bién ha quedado ilustrado de modo suficiente el razonamiento básico de esta sección.

192
Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual

La política en todas sus dimensiones se fundamenta no sólo en la “sociedad” o en la “econo-


mía” o en una “cultura”, en el caso de que alguna de estas variables o todas ellas se consideren
independientemente de los modelos organizativos y las actividades de los Estados. Los significa-
dos de la vida pública y de las formas colectivas a través de las cuales los grupos adquieren con-
ciencia de los objetivos políticos y trabajan para alcanzarlos no surgen sólo de las sociedades,
sino en los puntos de encuentro de los Estados y las sociedades. En consecuencia, la formación,
por no decir las capacidades políticas, de fenómenos en apariencia puramente socioeconómicos,
como los grupos de interés y las clases, depende en una medida importante de las estructuras y
actividades de los mismos. Estados en los que, a su vez, tratan de influir los actores sociales.

Conclusión

Este ensayo ha realizado un amplio recorrido -aunque inevitablemente selectivo- a través de


la investigación actual sobre los Estados en cuanto actores y en cuanto estructuras institucio-
nales con repercusiones en la política. Se han estudiado dos estrategias analíticas alternativas.
Aunque complementarias, para poner de nuevo al Estado en el primer plano de los estudios
comparativos e históricos del cambio social, la política y la elaboración de políticas concretas.
Por una parte, los Estados pueden ser considerados como organizaciones mediante las cuales
los colectivos de funcionarios pueden perseguir objetivos característicos, alcanzándolos con
mayor o menor eficacia según los recursos estatales disponibles en relación con los marcos
sociales. Por otra parte, los Estados pueden ser considerados de un modo más macroscópico
como configuraciones de organización y acción que influyen en los significados y métodos de
la política para todos los grupos y clases de la sociedad.

Teniendo en cuenta las tendencias intelectuales e históricas estudiadas en la introducción a


este ensayo, no pueden quedar ya muchas dudas de que los Estados han de ser tomados en serio
en las explicaciones que den las ciencias sociales de una amplia gama de fenómenos que han
suscitado interés desde hace tiempo. Sin embargo, quedan muchas cuestiones teóricas y prácti-
cas sobre la forma en que han de investigarse los Estados y sus repercusiones. Mi conclusión pro-
gramática es clara: en lugar de enredarnos en una serie de debates conceptuales abstrusos y abs-
tractos, sigamos las líneas de las estrategias analíticas aquí esbozadas. Con su ayuda podemos lle-
var a cabo nuevas investigaciones comparativas e históricas para desarrollar generalizaciones y
las reformas, y acerca de la influencia de los Estados en los conflictos y los programas políticos.

Es probable que, a medida que se pongan en práctica esos programas de investigación histó-
rico-comparativa, aparezca una nueva interpretación teórica de los Estados en relación con las
estructuras sociales. Pero esta nueva interpretación, casi con toda seguridad, no se parecerá a las
grandes teorías sistemáticas de los estructural-funcionalistas o los neomarxistas. A medida que
pongamos de nuevo al Estado en el primero plano que le corresponde en las explicaciones del
cambio social y la política, nos veremos obligados a respetar la historicidad intrínseca de las
estructuras geopolíticas y asistiremos necesariamente a los ineludibles entrelazamientos de los
acontecimientos a nivel nacional con los contextos históricos mundiales cambiantes. No necesi-
tamos una gran teoría, nueva o restaurada, del Estado, sino interpretaciones sólidamente funda-
mentadas y analíticamente profundas de las regularidades causales que subyacen en las historias
de los Estados, las estructuras sociales y las relaciones transnacionales en el mundo moderno.

193
Lecturas sobre el Estado y las políticas públicas:

Notas
* Versión publicada en Zona Abierta, Madrid, 50, enero-marzo 1989, pp. 71-22.
Este texto es una revisión de “Bringing the State back in: false leads and promising starts in current theories and rese-
arch”, preparado inicialmente para una conferencia del Social Science Research Council titulada “States and social
structures: research implications of current theories”, celebrada en el Seven Spring Center Mt. Kisco Nueva York, del
25 al 27 de febrero de 1982. Los debates de la conferencia me resultaron de gran utilidad. Posteriormente, las reac-
ciones de Pierre Birnbaum, David Easton, Harry Eckstein, Kenneth Finegold y Eric presentada en la conferencia, al
igual que el acceso a ejemplares, previos a su publicación, del ensayo de Stephen Krasner (1984:223-46), y el ensayo
de Roger Benjamin y Raymond Duvall titulado: “The capitalist State in context”, de próxima publicación en R.
Benjamin y S. Elkin (comps.)(1985). Sobre todo, estoy agradecida intelectualmente a los debates e intercambios de
memorandos con todos mis compañeros del Comité del Social Science Research Council sobre Estados y estructuras
sociales: Peter Evans, Albert Hirschmann, Peter Karzentein, Ira Katznelson, Stephen Krasner, Dietrich Rueschemeyer y
Charles Tilly.
1 Entre los ejemplos importantes figuran Alice Amsdem (1979: 341-380); Pranab Bardhan, (1982-83); Douglas Bennett y
Kenneth Sharpe (1979: 57-89); Peter B.Evans, (1979); Nora Hamilton (1982); Steven Langdon (1981); Hyun-chin Lim
(1982); Richard Sklar (1975); Alfred Stepan (1978) y Ellen Kay Trimberg (1978).
2 Entre los ejemplos importantes figuran Douglas Ashford (1983); Pierre Birnbaum, (1982); David Cameron (1978: 1243-
1261); Kenneth Dyson y Stephen Wilks (comps.) (1983); Peter Hall (1983:43-59); Hall, Peter A. “Patterns of economic
policy among the European states: An organizational approach”, en Stephen Bornstein, David Held y Joel Krieger
(comps.), The State in capitalist Europe, Allen & Unwin, Londres; Heclo, Hugh (1984); Chalmers Johnson (1982); Peter
Katzenstein (comp.) (1978); Steven Kelman (1981); Stephen D. Krasner (1978a); Theodore J. Lowi (1978:177-196); Leo
Panith (comp.) (1977); Theda Skocpol y John Ikenberry (1983:87-148); S. Tolliday, y J. Zeitlin, (comps.) (1984) y John
Zysman (1977).
3 Entre los ejemplos más importantes figuran Michael Adas, (1981: 217-247); Bertrand Badje y Pierre Birnbaum, (1983);
Birnbaum, Pierre (1980b:671-686); Jose Murillo Carvalho (1981:378-399); Mounira Charrad (1980); Daniel Chirot,
(1976); Stanley B. Greenberg, (1980); Michael Hechter (1975); Ira Katznelson (1981); Joel S. Migdal, (1974); Gianfranco
Poggi (1978); Joseph Rothschild (1981); Theda Skocpol (1979); Stephen Skowronek, (1982); Ezra N. Suleiman, (1974);
Charles Tilly (comp.) (1975, 1986).
4 Véase especialmente Douglas C. North, (1979: 249-259; 1981); y Robert H. Bates (1981).
5 Véase especialmente Clifford Geertz (1980).
6 Los sociólogos pueden advertir que el título de este capítulo se hace eco del título del discurso presidencial de George
C. Homans de 1964 ante la American Sociological Association: “Bringin men back in”. Naturalmente, los temas son
completamente distintos, pero hay una afinidad de aspiración a explicaciones basadas en proposiciones sobre las acti-
vidades de grupos concretos. Esto contrasta con la aplicación de abstracciones conceptuales analíticas, característica
de ciertas “teorías” estructural-funcionalistas o neomarxistas
7 Entre las excepciones más importantes figuraban el innovador libro de Samuel Huntington (1968) centrado en el
Estado; los numerosos análisis de Morris Janowitz (1964; 1976) sobre las relaciones Estado-sociedad; y los sondeos de
gran perspicacia conceptual de James Q. Wilson (1973) en Political organizations, Basic Books, Nueva York. En sus
numerosas obras de sociología política, Seymour Martin Lipset ha permanecido sensible siempre a los efectos de las
diversas estructuras institucionales de representación gubernamental. Además, Reinhart Bendix ha desarrollado de
forma coherente un enfoque weberiano, centrado en el Estado, de los regímenes políticos, como contrapunto crítico
al desarrollismo estructural-funcionalista; y S. N. Eisenstadt y Stein Rokkan han desarrollado síntesis creativas de los
métodos de análisis político comparativo funcionalista y weberianos.
8 Para exposiciones claras y paradigmáticas, véanse Gabriel Almond (1965:183-214); Gabriel Almond y James S. Coleman
(comps.) (1960); Gabriel Almond y Jr., G. Bingham Powell (1966); David Laston (1957:388-400) y Davis B.Truman (1951).

194
Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual

9 Eric A. Nordlinger (1981), ha llevado las premisas pluralistas hasta sus límites conceptuales con el fin de incluir la posi-
bilidad de acciones autónomas por parte de políticos o funcionarios administrativos elegidos. De forma reveladora,
Nordlinger define la “autonomía del Estado” puramente en términos de las preferencias conscientes de los funciona-
rios públicos, de quienes se dice que actúan de forma autónoma mientras no cedan deliberadamente ante las exigen-
cias de los actores sociales. Al insistir en que los funcionarios públicos tienen carencias y recursos políticamente per-
tinentes, al igual que los votantes, las elites económicas y los grupos de interés organizados, Nordlinger se limita a
conceder a los funcionarios la misma dignidad que tienen todos los actores en el “proceso político” fluido que postu-
la el pluralismo. La autonomía del Estado, dice en realidad Nordlinger, es simplemente el ejercicio creativo del lide-
razgo político. Cualesquiera que sean la organización o las capacidades del Estado, todo funcionario público, en todo
momento, está por definición en condiciones de hacerlo. En mi opinión, el valor del libro de Nordlinger, no reside en
su bastante insípida conclusión general, sino en las hipótesis investigables sobre las variaciones en la autonomía del
Estado que pueden extraerse de algunas de las tipologías que ofrece.
10 Véase Robert Dahl (1961); Raymond E. Wolfinger, (1974) y Nelson W. Polsby (1961). A la hora de reflexionar en los
elementos analíticos que faltan en estos estudios, me ha sido provechoso el examen crítico de Geoffrey Fougere
(1978).
11 Me ha sido útil el análisis de Stephen Krasner (1978a: 27) de la perspectiva de la política burocrática. El libro de
Krasner muestra también lo diferente que es adoptar un enfoque más microscópico, histórico y centrado en el Estado.
12 Véanse Leonard Binder, James S. Coleman, Joseph La Palombara, Lucian W. Pye, Sidney Verba y Myron Weiner (1971);
Gabriel Almond, Scott C. Flanagan y Robert J. Mundt, (1973); Tilly (comp.) (1975). Las obras de Tilly y Grew critican
abiertamente las concepciones teóricas defendidas por el Committee on Comparative Politics, que patrocinó estos pro-
yectos, y Tilly propugna un enfoque como el incluido ahora en la misión del Committee on States and Social
Structures.
13 Una muestra de las obras neomarxistas más importantes incluye Perry Anderson, (1974); Gösta Esping-Anderson,
Roger Friedland y Erik Olin Wrigpt, (1976:186-220); John Holloway y Simon Picciiotto (comps.) (1978); Ralph Miliband,
(1969); Nicos Poulantzas, (1973); Claus Offe, (1974: 31-75); Göran Therborn, (1978); Immanuel Wallerstein, (1974,
1980).
Algunas excelentes reseñas de los debates neomarxistas son las de Martin Carnoy, (1984); David A. Gold, Clarence
Y.H. Lo y Erik Olin Wright, (1975); Bob Jessop, (1977b, 1982a); y Ralph Miliband, (1977b).
14 De todos los participantes en los debates neomarxistas, Fred Block (1977: 6-28; 1980: 227-242) es quien llega más lejos
al considerar a los Estados como actores verdaderamente autónomos. Para posiciones congruentes, véase también
Trimberger (1978) y Skocpol (1979; 1980: 155-201). Block y yo somos criticados conjuntamente en Carnoy (1984: cap.
8), por haber concedido una importancia excesiva a la autonomía del Estado; y Block, Trimberger y yo somos anali-
zados críticamente en Ralph Miliband (1983: 57-68).
15 El alcance de numerosas proposiciones neomarxistas acerca de los Estados las hace más aplicables/verificables en
comparaciones entre modos de producción que entre naciones dentro del capitalismo. Therborn, en Ruling class, es
uno de los pocos teóricos que no obstante, intenta esas comparaciones entre modos.
16 No pretendo sugerir una mera continuidad. En torno a las guerras mundiales y durante la depresión de la década del
30, cuando se tambalearon tanto la hegemonía británica como la estadounidense, tuvo lugar la irrupción de teorías
más centradas en el Estado, incluidas obras como Harold Lasswell, (1941:455-468) y Karl Polanyi, (1957).
17 Véanse algunos tratamientos sugerentes en Stephen D. Krasner (1978: 51-87); Stephen Blanck (1978: 89-138); Andrew
Martin (1977:323-354); Paul M. Sacks (1980:349-376); y Dyson y Wilks (comps.) (1983).
18 Para los principales escritos de Max Weber sobre los Estados, véase Guenther Roth y Claus Wittich (comps.), (1968:
caps. 9-10-13).
19 Para un análisis de la teoría pluralista más importante sobre la autonomía del Estado, véase la nota 9. Las obras de
Poulantzas y Offe citadas en la nota 13 representan importantes teorías marxistas de la autonomía del Estado. El enfo-
que de Poulantzas es, en última instancia, muy frustrante, ya que se limita a postular la “autonomía relativa del Estado

195
Lecturas sobre el Estado y las políticas públicas:

capitalista” como rasgo necesario del modo de producción capitalista en cuanto a tal. Poulantzas insiste en que el
Estado es “relativamente autónomo” con independencia de los vínculos empíricos variables que se dan entre las orga-
nizaciones del Estado y la clase capitalista y, al mismo tiempo, postula que el Estado debe funcionar invariablemente
para estabilizar el sistema capitalista en su conjunto.
20 Véase también Alfred Stepan (1973: 47-65).
21 Así, al comentar la obra de Stepan, Trimberger mantiene que podría haber explicado la naturaleza represiva y “exclu-
yente” del golpe de Estado de Brasil (en contraste con las reformas “incluyentes” de Perú, que comprendieron la movi-
lización política masiva y la expropiación de los propietarios de haciendas) centrándose en los vínculos de los milita-
res brasileños con los capitalistas brasileños multinacionales. En realidad, Stepan dice (1973: 54) que los profesiona-
les militares brasileños recibieron su formación junto con civiles pertenecientes a las elites, incluidos industriales, ban-
queros y elites comerciales, que también asistieron a la Escuela Superior de Guerra del Brasil en el período anterior
a 1964.
22 La obra de Trimberger confirma así los problemas de la teoría de Nicos Poulantzas analizados en la nota.
23 En el caso de Francia, hay una bibliografía especialmente rica sobre la autonomía del Estado, sus consecuencias y sus
límites. Aquí prescindo deliberadamente de ella al ser Francia un caso sumamente obvio de aplicación de las ideas
sobre la autonomía del Estado. No obstante, véanse las obras de Birnbaum, Hall, Suleiman y Zysman citadas en las
notas 2 y 3, junto con Stepehn Cohe (1976); y Richard F. Kuisel, (1981).
24 Véase también Krasner, (1978b: 51-87).
25 Y así Krasner tiene la mayor dificultad para distinguir su razonamiento en favor de la “autonomía del Estado” de la
perspectiva estructural marxista, según la cual el Estado actúa en favor de los intereses de la clase del capital en su
conjunto. Su solución, insistir en los objetivos ideológicos “irracionales” de la política del Estado como prueba contra
el argumento de los intereses de clase, no me parece muy convincente. ¿Puede una ideología imperialista no ser prue-
ba de una coincidencia de clase así como de una finalidad del Estado? Por el contrario, podría insistirse en los “inte-
reses” geopolíticos apreciados en las intervenciones basadas en el “mundo libre” no son obviamente irracionales habi-
da cuenta de ciertas interpretaciones de los intereses geopolíticos de Estados Unidos.
26 Kenneth Finegold y Theda Skocpol (1980b), ponencia presentada a la asamblea anual de la American Political Science
Association, Washington, D.C. Parte de esta ponencia fue publicada posteriormente como Theda Skocpol y Kenneth
Finegold, (1982a: 255-278).
27 De formas diferentes, Defending the national interest, de Krasner y Political power and social classes, de Poulantzas,
sirven de ejemplo para este punto.
28 O tal vez deba decirse que, en el mejor de los casos, todo movimiento estatal o de construcción del Estado preocu-
pado por un control administrativo-militar total sólo será capaz (y tendrá probabilidades) de aplicar políticas relacio-
nadas con ese objetivo primordial. Este principio es una buena guía para comprender muchos de los cambios socia-
les que acompañan a las luchas por la construcción del Estado durante los interregnos revolucionarios.
29 Véase Tilly (comp.) (1975); Michael Mann (1980:165-208); y Stephen Skowronek (1982).
30 Véase la importante obra histórico-comparativa de Bernard Silberman (1982) sobre los modos alternativos de burocra-
tización del Estado en relación con los procesos de profesionalización.
31 Los ingresos inesperados procedentes de las ventas internacionales de petróleo, por ejemplo, pueden hacer a los
Estados Unidos más autónomos de los controles de la sociedad y, debido a debilidad de las raíces sociales y de los
pactos políticos, más vulnerables en momentos de crisis. Mantengo esa postura en “Rentier State and shi’a Islam in the
Iranian Revolution” (1982:265-283). El Comité Conjunto sobre Oriente Próximo y Medio del American Council of
Learned Societies y del Social Sciences Research Council tiene en la actualidad un proyecto titulado “Social Change in
Arab Oil-Producing Societies” que investiga las repercusiones de los ingresos procedentes del petróleo en las relacio-
nes Estado-sociedad.
32 Véase Robert E. Wood (1980:1-34). El ensayo de Wood documenta y estudia principalmente las repercusiones negati-
vas para la construcción del Estado de la mayor parte de la ayuda extranjera, aunque también señala que “las institu-

196
Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual

ciones militares ‘superdesarrolladas’ favorecidas por la ayuda pueden proporcionar un trampolín para una experimen-
tación estatista no pretendida por quienes ofrecen la ayuda”. Taiwan y Corea del Sur parecen buenos ejemplos de este
caso.
33 Véase John A. Dunn, Jr., (1978: 29-53).
34 Para formulaciones “clásicas” del análisis social de las finanzas del Estado, véanse especialmente Lorenz von Stein,
(1958: 202-213) y Rudolf Goldscheid (1958:28-36).
35 Este concepto es estudiado por Peter Katzenstein (1978:16-97-298)
36 Susan S. y Norman I. Fainstein (1978:125-146); véanse especialmente pp. 140-141.
37 Krasner, (1978), especialmente partes 2 y 3.
38 Estoy agradecida a Jeff Weintraub por haberme enseñado las afinidades de este segundo enfoque con la sociología
política de Tocqueville.
39 Una obra reciente que trata cuestiones afines es The State tradition in Western Europe: A study of an idea and insti-
tution de Kenneth Dyson (1980).
40 Para una visión general de Tilly de la acción colectiva en respuesta crítica a enfoques sociológicos anteriores, véase
Tilly (1978c).
41 Véanse Suzanne Berger (comp.) (1981b); Phillipe C. Schmitter y Gerhard Lehmbruch (comps.) (1979); y Gerhard
Lehmbruch y Phillipe C. Schmitter (comps.) (1982).
42 Véase Martin Shefter (1979: 211-265; 1983: 459-483).
43 De hecho, Shefter (1977: 428) muestra que la gran magnitud de la autonomía burocrática en la República de Weimar
indujo a partidos que podrían haber preferido apelar al clientelismo para obtener votos campesinos a efectuar llama-
mientos ideológicos. Así, recurrieron a las “ideas” antisemitas y nacionalistas para atraer al campesinado, clase a la que
a menudo se supone orientada intrínsecamente hacia los llamamientos del clientelismo.
44 Matthew Crenson (1971), especialmente caps. 5 y 6.
45 Katznelson (1981) y Martin Shefter `Trades unions and political machines: The organization and disorganization of the
American working class in the late nineteenth century”, de próxima publicación en Ira Katznelson y Aristide Zolberg
(comps.), Working class formation: Nineteenth century patterns in Western Europe and the United States, Princeton,
Princeton University Press.
46 Véase David Vogel (1981: 155-185).
47 Véase Gerard L. Geison (comp.) (1984); Arnold J. Heidenbeimer, (1982); Terry Johnson (1982:186-200); Dietrich
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