Armelino Cunial ConsensoOrtodoxo

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Luz de giro

Nuevas reflexiones
sobre filosofía y métodos
de las ciencias sociales

Germán J. Pérez y Martín Armelino


(editores)
Luz de giro : nuevas reflexiones sobre filosofía y métodos de las ciencias sociales /
Martín Armelino ... [et al.] ; editado por Germán J. Pérez ; Martín Armelino.
- 1a ed -
Los Polvorines : Universidad Nacional de General Sarmiento, 2022.
Libro digital, PDF - (Política, políticas y sociedad / 46)
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-630-625-6
1. Filosofía Contemporánea. 2. Ciencias Sociales y Humanidades. I. Armelino,
Martín II. Pérez, Germán J., ed. III. Armelino, Martín, ed.
CDD 199.82

© Universidad Nacional de General Sarmiento, 2022


J. M. Gutiérrez 1150, Los Polvorines (B1613GSX)
Prov. de Buenos Aires, Argentina
Tel.: (54 11) 4469-7507
[email protected]
ediciones.ungs.edu.ar

Diseño gráfico de la colección: Andrés Espinosa - Ediciones UNGS


Diseño de tapas: Daniel Vidable - Ediciones UNGS
Diagramación: Eleonora Silva
Corrección: María Valle

Hecho el depósito que marca la Ley 11723.


Prohibida su reproducción total o parcial.
Derechos reservados.

Impreso en Ediciones América,


Abraham J. Luppi 1451, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina,
en el mes de julio de 2022.
Tirada: 100 ejemplares.
Capítulo 1
¿Existe un consenso ortodoxo
en la ciencia política?
Una mirada desde las instituciones políticas
y el análisis comparativo*

Martín Armelino y Santiago Cunial

Introducción
Desde sus orígenes, a fines del siglo xix, la ciencia política estudia las insti-
tuciones de gobierno y la forma en que se produce y distribuye el poder en
una sociedad, y lo hace de manera comparada. Estudiosos de la política como
Woodrow Wilson, quien fuera presidente de la American Political Science
Association y más tarde de los Estados Unidos, Theodore D. Woolsey, James
Bryce, Herman Finer y Samuel Finer, entre otros, fueron pioneros de un tipo
de reflexión sobre la política que ligaba un objeto de estudio (las instituciones
de gobierno) a una metodología específica (la comparación entre los Estados
Unidos y Europa) para hallar claves explicativas y normativas acerca del buen

*
Agradecemos los comentarios y sugerencias de Carlos H. Acuña, Ernesto Calvo, Sebastián
Etchemendy y Germán J. Pérez que contribuyeron a mejorar este texto. Una versión preliminar
fue publicada en Ciencia Política, vol. 16, nº 32, jul-dic 2021 (pp. 192-222).

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Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?

gobierno (Peters, 2003: 16-18). Con esta impronta se funda una disciplina que
busca independizarse de la filosofía, el derecho y la historia para abordar los
problemas y desafíos del gobierno y del Estado desde una perspectiva propia. Sin
embargo, el fuerte impacto en las ciencias sociales de la revolución conductista
durante la década de 1950 alteró este vínculo, que se reanudaría recién en la
década de 1980, lo que renovó el estudio comparado de las instituciones. En
ese interregno de casi treinta años, el análisis comparativo1 se afianza como
perspectiva metodológica protagónica en la ciencia política, que se distancia
de la reflexión especulativa y fortalece la investigación empírica sistemática.
Desde entonces, influye decisivamente en los términos y condiciones del debate
metodológico de la disciplina para definir las estrategias más rendidoras en la
formulación y justificación de hipótesis. La reconfiguración del vínculo entre
instituciones políticas y política comparada, a partir de las últimas décadas del
siglo xx, ha establecido así una suerte de consenso ortodoxo en la ciencia política
que, como se desarrollará en este trabajo, supone un modelo de ciencia empírica
hipotético-deductiva y una estrategia metodológica comparativa aplicada a este
objeto de estudio específico para la explicación politológica.
Conviene señalar que el estudio de las instituciones políticas puede exami-
narse desde otras perspectivas metodológicas, así como el análisis comparativo
puede aplicarse a otros objetos de indagación politológica. En efecto, no todo
análisis político tiene su foco en las instituciones. Existen enfoques que sin des-
estimar el potencial explicativo de las instituciones lo relativizan para destacar
su relación con otras variables. Para estos enfoques, las instituciones pueden
ser tanto variables dependientes como independientes o, incluso, variables
intervinientes que median la relación con otros factores. Aunque obvio, este
señalamiento quiere subrayar, sin embargo, que el vínculo entre ambas temáticas
no es necesario; en todo caso, si su tácita asimilación por la academia polito-
lógica contemporánea lo ha ponderado como necesario es porque allí se cifra
el calibre del mentado consenso ortodoxo. Esto implica que otras perspectivas
queden en la periferia de las discusiones politológicas, con las consecuencias

1
Optamos por utilizar “análisis comparativo” en lugar de “método comparado”, ya que el pri-
mero engloba el estudio comparativo de la política a partir de métodos cuantitativos (es decir, de
muchos casos) y cualitativos (esto es, de pocos casos). Reservamos, entonces, el término “método
comparado” para aquellos enfoques que parten del estudio de pocos casos para explicar un deter-
minado fenómeno político, contrastar hipótesis y elaborar conceptos. Sobre estas disquisiciones
metodológicas, la bibliografía es vasta; pueden consultarse, entre otros, los trabajos de Brady y
Collier (2004), Della Porta y Keating (2013), King, Keohane y Verba (1994).

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Martín Armelino y Santiago Cunial

académicas y científicas, institucionales y políticas, que se desprenden de dicho


desplazamiento.
No es una novedad observar las instituciones políticas con una estrategia
comparativa. Desde las reflexiones de Aristóteles sobre las constituciones hasta
las averiguaciones por las formas políticas, sus circunstancias y condiciones de
reproducción en los regímenes antiguos y modernos de Tocqueville, pasando
por los insoslayables estudios de Maquiavelo o Montesquieu, los problemas
del Estado, el gobierno y las constituciones han sido abordados en forma
comparada. Sin embargo, lo que sí ha resultado novedoso en el afianzamiento
contemporáneo de la disciplina es la forma de aproximarse a las instituciones
políticas –el sustrato epistemológico– y el ímpetu metodológico asumido por
la comparación.
De los varios enfoques surgidos hacia fines de los años setenta y ochenta
para comprender y explicar las instituciones, dos concitaron la mayor atención:
el institucionalismo histórico y el institucionalismo de la elección racional.
Ambos definieron a las instituciones y al tipo de relaciones que establecen con
los actores sociales y políticos de manera particular (o bien se trata de prácticas
sedimentadas en el tiempo que condicionan las opciones de los actores, o bien
se trata del resultado buscado por los actores para resolver problemas de acción
colectiva). Respecto del método, el análisis institucionalista desarrolló desde
su génesis una modalidad específica de abordaje de los fenómenos políticos:
el análisis comparativo. La literatura destaca que la política comparada surgió
con el estudio de las constituciones y los sistemas políticos. Aunque no podría
afirmarse que la política comparada ha sido la única estrategia metodológica
adoptada por los nuevos institucionalistas, sí puede afirmarse que tal vínculo
se ha vuelto dominante. Y esto tanto porque el estudio de las instituciones
políticas sigue siendo fundamental en las agendas de la academia politológica
como porque la política comparada condensa, por detrás de las discusiones
metodológicas, el monopolio de la metodología en la ciencia política.2 Prueba
de ello es la discusión entre institucionalistas acerca del diseño de sus respectivas
investigaciones y de sus recíprocas ventajas y desventajas; no obstante, queda
fuera de dichas discusiones el ejercicio comparativo desplegado para contrastar
hipótesis y elaborar conceptos.3

2
Es lo que se desprende, por ejemplo, del manual de política comparada editado por Landman
(2011).
3
Una muestra de ese debate está en Pierson y Skocpol (2008).

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Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?

Este capítulo se propone examinar el vínculo no necesario, pero muy in-


fluyente, entre instituciones políticas y análisis comparativo. Su consolidación
resultó del cimbronazo que produjo en la ciencia política la irrupción del
conductismo y de la teoría de la elección racional, que sentaron las bases para
renovar el estudio de las instituciones políticas (el pasaje desde el viejo al nue-
vo institucionalismo) y para privilegiar la política comparada como estrategia
metodológica. Importa señalar que fue ese un momento de crisis que abarcó al
conjunto de las ciencias sociales y puso en evidencia dos puntos insoslayables
de los debates en torno a la ciencia empírica del siglo xx: la alteración de la
forma de hacer ciencia con la irrupción del posempirismo y el modo en que el
universo anglosajón, con los Estados Unidos a la cabeza, revisó las condiciones
de la tradición naturalista de las ciencias sociales. Refiriéndose a este segundo
punto, Richard Bernstein subrayó oportunamente: “Muchos practicantes
[científicos sociales] no han vacilado en hablar de la ciencia social como una
disciplina ‘norteamericana’, y se han enorgullecido de su rompimiento con las
investigaciones más especulativas y filosóficas” (Bernstein, 1982: 21).
Dado que el tema que tenemos entre manos se centra en la ciencia política
estadounidense, la mención a Bernstein importa, al menos, por tres razones: pri-
mero, porque fue en el escenario posempirista donde la ciencia política adquirió
su estatus científico y desplazó a la sociología como usina de ideas y técnicas de
análisis para proveer resultados utilizables por la sociedad; segundo, porque si
el posempirismo abrió el debate entre diferentes disciplinas y perspectivas de
investigación, en la ciencia política fue relegado por el afianzamiento de un perfil
teórico-metodológico rígido, que la asoció en varios de sus pilares –sobre todo
el de la política comparada– mucho más con el empirismo lógico en crisis que
con el emergente posempirismo para definir su criterio de cientificidad y, en
consecuencia, un consenso ortodoxo; tercero, porque aun cuando el recorrido
de los estudios sobre las instituciones políticas y la política comparada en los
círculos europeos no ha sido idéntico al de la academia estadounidense, el faro
de atracción e influencia de esta última ha sido mucho más potente que en
el resto y la reconstrucción histórica de sus condiciones de estudio y análisis
se ciñen a lo sucedido en los Estados Unidos. Dicho de otro modo, la ciencia
política no experimentó el impacto del posempirismo como la sociología y la
antropología precisamente porque se consolidó como ciencia (objeto y método)
en el contexto conductista-racionalista del consenso ortodoxo que la definió
como ciencia empírico-analítica más afín a la economía que a la sociología y
a la hermenéutica.

24
Martín Armelino y Santiago Cunial

El capítulo se organiza de la siguiente manera: primero, pone en perspectiva


la revolución conductista y racionalista contra el telón de fondo del pasaje del
empirismo lógico al posempirismo, para contextualizar el eclipse de las insti-
tuciones políticas como objeto de estudio de la disciplina; segundo, describe
el fortalecimiento de la política comparada como estrategia metodológica
dominante; tercero, presenta el nuevo institucionalismo y enmarca las agendas
de investigación en política comparada institucionalista; cuarto, presenta los
trazos generales de dicha perspectiva en América Latina a partir de una breve
ilustración de las investigaciones sobre los procesos de reformas de mercado
en la región.

La revolución conductista y el eclipse del estudio


sobre las instituciones
La revolución conductista y, dentro de ella, el predominio que alcanzó el en-
foque de la elección racional entre las décadas de 1950 y 1960, abre en dos la
historia de la ciencia política del siglo xx. Este movimiento, desarrollado en las
universidades de los Estados Unidos con el fin de elevar al rango de científica
la producción politológica, tuvo una influencia decisiva en la redefinición de la
disciplina a nivel mundial, dotándola de un perfil teórico-metodológico rígido
y refinado del que hasta entonces había carecido. La ciencia política surgida
hacia fines del siglo xix se había desarrollado en torno a la descripción minu-
ciosa de las instituciones de gobierno, de su estructura formal y de la valoración
normativa del quehacer gubernamental; tras la revolución conductista, hacia
la década de 1980, recuperaría a las instituciones como objeto de estudio pero
sobre supuestos teóricos, epistemológicos y metodológicos distintos de los que
habían constituido a la disciplina. De allí la distinción entre “viejo” y “nuevo”
institucionalismo que da cuenta de los contrastes teóricos y empíricos entre
ambos grupos. En la mayoría de los estados del arte sobre instituciones políti-
cas (March y Olsen, 1984; Goodin y Klingemann, 2001; Hall y Taylor, 1996;
Peters, 2003; Rhodes, Binder y Rockman, 2006) se destaca que la renovación
de los estudios sobre las instituciones políticas se benefició de los progresos
y debilidades teórico-metodológicas surgidas con la revolución conductista.
Esta revolución cuestionó la falta de cientificidad en el estudio de la política
y de sistematicidad para hallar resultados y, sobre todo, para que alcanzaran un
nivel de generalidad semejante al de las leyes científicas. No obstante, los viejos
institucionalistas no habían llegado a sus conclusiones sin supuestos teóricos

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Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?

ni método (Peters, 2001 y 2003; Rhodes, 1997 y 2006). Por ejemplo, la des-
cripción sobre las instituciones era inductiva y la justificación de sus hipótesis
se apoyaba sobre un ejercicio hiperfactualista de observación reiterada, propias
del empirismo-lógico. Asimismo, el análisis sobre las estructuras formales de
la administración pública y del derecho público estaba guiado por una com-
paración entre países.4 Con estas herramientas, habían examinado el modo en
que las reglas, los procedimientos y las estructuras formales condicionaban el
comportamiento político, al tomar a las instituciones como variable indepen-
diente o explicativa.5
Esta crítica al estudio de la política no escapaba al debate más general sobre
la rigurosidad de las ciencias sociales y humanas que se había instalado en los
Estados Unidos desde el tiempo de entreguerras. Había alcanzado ahora a la
ciencia política el impulso positivista que había atravesado ya a la sociología y, a
través de ella, al conjunto de las ciencias sociales, por concebir genuinas teorías
científicas como las que elaboraban las ciencias naturales. La influencia domi-
nante allí del Círculo de Viena en la definición de los criterios que delinean un
método científico –esto es, los criterios que permiten distinguir entre enunciados
científicos y no científicos y la aceptabilidad o la falsedad de tales enunciados
(Schuster, 2002: 34)– perfiló una perspectiva naturalista de la ciencia que gravitó
con particular énfasis en las universidades estadounidenses, tras el exilio de un
contingente de científicos acechados en Europa por las guerras y el totalitaris-
mo.6 Asimismo, discípulos dilectos del estructural-funcionalismo parsoniano
como Robert Merton, Neill Smelser, e incluso críticos de este enfoque como
George Hommans, se habían esforzado por ajustar la teoría social afín al canon
naturalista de la teoría empírica, convencidos a la vez de que las ciencias sociales

4
El énfasis de Rhodes (2006) por las varias vertientes que posibilitaron el estudio institucional –de
allí su insistencia en el plural de los viejos institucionalismos en lugar del singular que habitualmente
utilizamos para describir este momento– procura explicitar que la reducción del viejo institu-
cionalismo al análisis formal-legal remite solo a la experiencia de la academia estadounidense.
5
Rhodes (1997: 57) lo ilustra con el clásico trabajo de Maurice Duverger, Los partidos políticos,
que explicaba la fragmentación de los partidos políticos y el debilitamiento de la democracia
representativa por el impacto de las reglas electorales que alientan la proporcionalidad.
6
Federico Schuster (2002: 33-34) señala que ha habido tres corrientes principales en la filosofía
de la ciencia durante el siglo xx: la anglosajona, la francesa y la alemana. De ellas, la anglosajona
concitó la mayor atención, pues abarcó los tres grandes momentos de los debates epistemológicos:
el empirismo lógico, el racionalismo crítico y el posempirismo. Los Círculos de Viena y Berlín, y
la Escuela de Oxford formaron parte del primero de esos momentos de discusión internacional.
Entre los varios nombres prominentes de este primer momento no pueden dejar de mencionarse
a Otto Neurath, Kurt Gödel, Rudolp Carnap, Carl Hempel, Ernest Nagel.

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Martín Armelino y Santiago Cunial

carecían de la madurez de las naturales, pero perseguían el mismo objetivo:


hallar leyes o enunciados nomológicos para explicar los fenómenos sociales a
partir del refinamiento en la recolección de datos, el descubrimiento de corre-
laciones, la formulación de generalizaciones empíricas verificables e hipótesis
(Bernstein, 1982: 69). El optimismo en las ciencias sociales de raíz anglosajona
por los resultados que podría traer aparejado este impulso científico de corte
empirista desplazó la reflexión especulativa y filosófica (Bernstein, 1982: 27).
En la ciencia política, este impulso naturalista fue acaparado por el con-
ductismo, cuya posición sobre la teoría empírica y la explicación estaban muy
influidas por el positivismo lógico y el racionalismo crítico popperiano. Los
conductistas postulaban la validez de una teoría sobre la base de la coherencia
interna de sus enunciados, la consonancia con otras teorías que aspiraran a ex-
plicar fenómenos similares y la posibilidad de predecir fenómenos contrastables
empíricamente (Sanders, 1997: 71).7 Como los empiristas lógicos, los conduc-
tistas se valieron de la observación para obtener la mayor cantidad posible, o al
menos una muestra representativa, de los datos abarcados por un enunciado
teórico.8 De allí, también, su interés por la estadística como técnica apropiada
para la recolección y análisis de datos relevantes sin por ello desestimar el aná-
lisis cualitativo. Asimismo, adoptaron el criterio de demarcación científica de
la “falsabilidad” de las teorías planteado por Karl Popper para criticar el criterio
de la “verificabilidad” promovido por el empirismo lógico.
Con la irrupción del conductismo, la ciencia política abandona el estudio
de las instituciones; se desinteresa de sus principios filosóficos, sus descripciones
procedimentales y legales, y sus marcos históricos, y coloca el comportamiento
de individuos y grupos en el centro del análisis político. La pregunta conductista
sobre por qué las personas se comportan de determinada manera cobra especial
interés entre los investigadores sociales, ávidos por hallar las claves analíticas de
la apatía política de una ciudadanía como la estadounidense frente a la amplia-
ción de los canales de participación e influencia sobre la opinión pública de los

7
Según David Sanders (1997: 70), es probable que la mayoría de los conductistas aceptara que:
a) una teoría empírica es un conjunto de enunciados abstractos interconectados, compuestos por
presupuestos, definiciones e hipótesis constatables empíricamente, para explicar los fenómenos
sociales y políticos; y que b) una explicación consiste en demostrar la causalidad de los fenómenos,
especificando las condiciones necesarias y suficientes para que se produzcan.
8
Según George Hommans: “[E]n lugar de tratar de analizar la conciencia y los estados mentales,
los investigadores podrían hacer mayores progresos en psicología atendiendo a las acciones de
hombres y mujeres y a los estados observables de los individuos y su entorno que es posible
relacionar legalmente con tales acciones” (1990: 81).

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Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?

medios de comunicación en la democracia de masas. La propuesta conductista


plantea distintos tipos de experimentos para examinar las afinidades de los indi-
viduos con respecto al voto y sienta las bases de lo que luego se conoció como
marketing político, pero también con respecto al incremento de las huelgas
y otras protestas, al comportamiento de las elites y sus líderes, de los partidos
políticos y grupos de interés, de las redes clientelares, entre otros.
Este giro hacia los problemas y expectativas de la población, que surgían
en la sociedad y que tenían efectos en las instituciones, fue muy importante
porque el análisis político traspasó así la frontera de la glosa institucional para
adentrarse en aspectos de la economía y la sociedad que influían en la conducta
de los individuos y repercutían en sus valoraciones políticas, pero que hasta
entonces habían sido ignorados. Este énfasis en la conducta individual soslayó
el peso de las instituciones en las acciones del gobierno al colocarlas como
variables dependientes y al invertir la dirección del orden causal, que ahora
partía desde la economía y la sociedad hacia la política y las instituciones de
gobierno. Como señala Peters (2003: 32), esto ocurrió incluso considerando
que los conductistas se interesaban por el comportamiento de los individuos en
las instituciones. De allí, acaso, su principal sesgo, volcado al comportamiento
de los gobernantes más que al desempeño del gobierno.
Con este foco iluminando el comportamiento individual, cobró notoriedad
en la ciencia política de los años cincuenta y sesenta la teoría de la elección
racional. Formulada a partir de los presupuestos de la economía, dado que sus
pioneros fueron economistas que aplicaron al estudio de la acción política una
perspectiva afín a la de la microeconomía, esta teoría asimiló la política a la
economía sobre la base de que, en ambas esferas, los individuos compiten por
recursos escasos.9 El comportamiento político se explica aquí como resultado de
elecciones racionales de individuos guiados por su interés personal para el logro
de sus metas en contextos de información incompleta. A través de la llamada
teoría de juegos, la teoría de la elección racional formaliza la interdependencia
estratégica mediante el supuesto de que todos los individuos son racionales,
egoístas y maximizadores de utilidades; en tal sentido, la estrategia óptima de
cada individuo depende de las elecciones de los demás.10 Los primeros análisis
9
Sobre la teoría de la elección racional, sus supuestos teóricos y metodológicos, ver Elster (1996),
Hollis (1998), Pereyra, Toscano y Jones (2002).
10
Hommans sostiene, en el artículo ya citado, que los científicos sociales inscriptos en la teoría
de la elección racional son parte del conjunto de investigadores que utilizan las proposiciones
del conductismo sin darse cuenta. “Las teorías utilitaristas o de la elección racional pueden
usarse para explicar buena parte de la conducta humana, pero dejan fuera mucho de lo que

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Martín Armelino y Santiago Cunial

económicos de la política le permitirán, por ejemplo, a Anthony Downs refe-


rirse al “mercado político” en su influyente Teoría económica de la democracia
(1973 [1957]) y sostener que, como la única meta de los partidos políticos
es convertirse en gobierno y ocupar la mayor cantidad de dependencias de la
burocracia estatal, sus plataformas electorales se acomodan al humor colecti-
vo para lograr la mayor cantidad de votos posible; o a Mancur Olson (1992
[1965]) postular que los individuos participan en la acción colectiva si a través
de ella acceden a beneficios selectivos, pues si los obtuvieran sin contribuir a
la acción colectiva no sería racional que participaran en su producción (lo que
daría lugar al denominado “problema del free-rider”). Como puede advertirse,
no hay una determinación económica que condicione la definición y autono-
mía del objeto de la política, sino más bien una aplicación metodológica del
análisis económico a la política. Su aporte podría evaluarse en la innovación de
las exigencias metodológicas de la ciencia empírica para las ciencias sociales y
en la renovación de la agenda temática de la política estadounidense.
Esta teoría se basa en un modelo deductivo que compara las acciones de
los individuos con un esquema ideal de la acción instrumental y estiliza el
conjunto básico de reglas de acción de los individuos. Desde este enfoque se
atendió a temas como la apatía del electorado, la influencia de los grupos de
interés en la definición de la política pública y, sobre todo, los dilemas racionales
de los gobernantes para administrar eficazmente su poder político y el manejo
del Estado. Este herramental teórico-metodológico resultaría rendidor para
estudiar la política en los Estados Unidos y en el mundo anglosajón, e influyó
en otras latitudes periféricas, por ejemplo en América Latina. Este sesgo, que
se afirmaría con los años por el predominio académico de la ciencia política
estadounidense, será una de las claves para cifrar el nuevo impulso del estudio
sobre las instituciones, años después.11

La revolución conductista y la “nueva política comparada”


Al igual que el análisis institucional, la política comparada tampoco quedó
al margen de la revolución conductista. Pero, en su caso, se fortaleció y ad-
quirió un estatus propio dentro de la ciencia política tanto por las exigencias
abarca el conductismo. […] me referiré a ellas como versiones ‘incompletas’ del conductismo”
(Hommans, 1990: 91).
11
La teoría de la elección racional abre paso, en la década de 1960, a las teorías de la elección
pública y de la elección social como enfoques subsidiarios que restringen sus análisis a determi-
nados aspectos del proceso de toma de decisiones.

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Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?

de método que aquella revolución planteaba como por los desafíos sociales y
políticos que enfrentaron las ciencias empíricas para comprender e intervenir
en el mundo de la posguerra. El surgimiento de nuevos Estados en el mundo
no occidental, el proceso de descolonización y la consolidación de la Unión
Soviética como amenaza para las democracias occidentales volvían obsoleta a
la política comparada que hasta entonces se circunscribía a las instituciones de
gobierno de los Estados Unidos y Europa noroccidental.
En el incierto escenario político e institucional de la Guerra Fría, la ciencia
política estadounidense halló en la política comparada el instrumento apropiado
para medir la distancia entre el mundo occidental que lideraban los Estados
Unidos y las periferias occidentales que podía arrebatarle el comunismo, con
el fin de preservarlas en el polo de la democracia liberal y el capitalismo. Esta
exigencia de estricto equilibrio y dominio de poder en el sistema político in-
ternacional tuvo su correlato científico puesto que se sofisticaron los criterios
para encarar este renovado impulso comparativo y la disciplina, con la política
comparada al frente, afirmó su rango científico. En 1966, Gabriel Almond
y George Bingham Powell exponían claramente en la introducción del libro
Política comparada –uno de los estudios pioneros de esta nueva camada de com-
parativistas– los desafíos temáticos y metodológicos afrontados para adaptarse
al nuevo escenario. Entre ellos: 1) escapar al “parroquialismo” y etnocentrismo
dominado por los americanistas y europeístas para abrir el espacio a especialistas
en otras regiones; 2) abandonar el formalismo por la “búsqueda de realismo” e
identificar la dinámica de la política en el análisis de las clases sociales, las elites
políticas, el cambio social y económico, la cultura o el ámbito internacional a
través de la observación sobre la conducta de los actores políticos;12 3) mejorar
la precisión de los instrumentos de producción y análisis de datos mediante
estudios cuantitativos, sostenidos en la estadística, y estudios cualitativos, impul-
sados por los hallazgos de la psicología y la antropología experimental acerca del
comportamiento de individuos y grupos; 4) asimilar la renovación conceptual
proveniente de la sociología, la psicología y la antropología, para el análisis de
los partidos y grupos de presión, de los medios masivos de comunicación o
de las prácticas sociales familiares y domésticas, que habían alterado el estudio

12
Al respecto, los autores afirmaban: “La consigna bajo la cual se ampara esta tendencia realista-
empírica es el ‘enfoque conductual’. Esto quiere decir, simplemente, que se trata del estudio de
la conducta real de los depositarios de los roles políticos más que del contenido de las normas
sociales o los modelos ideológicos” (Almond y Powell, 1972 [1966]: 16).

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Martín Armelino y Santiago Cunial

de la política y volvieron obsoletos los conceptos de Estado, representación,


constitución o derechos y obligaciones de los ciudadanos.
Con este giro, el cambio es epistemológico y temático, por un lado, y
metodológico, por el otro. Las nuevas temáticas de la política comparada
versarán sobre los procesos de cambio en Asia, América Latina, África, y con
ellas se afirmará una línea muy influyente de estudios sobre el denominado
“desarrollo político”. Este término ponía de relieve la diferencia entre países
desarrollados y países “en vías de desarrollo” para distinguir entre aquellos que
tenían democracias consolidadas, economías competitivas y claras divisiones
entre las instituciones del Estado y la sociedad civil, y aquellos que presentaban
deficiencias institucionales en el ejercicio de la democracia, la división de poderes
estatales e incluso la separación de fronteras entre Estado y sociedad civil.13
El escenario para encarar una nueva etapa de la política comparada estaba
montado. En esta operación se complementan el conductismo con las teorías
estructural-funcionalistas, pues las nuevas investigaciones incorporan la no-
ción de “sistema político” para ampliar el alcance de sus observaciones a las
acciones sociales que inciden en la vida política de los países en desarrollo, aun
cuando no configuran el entramado institucional del gobierno ni la estructura
legal del Estado. La definición abstracta del sistema político como conjunto
integrado de funciones necesarias para su estabilidad posibilitaba comparar en
distintos países el desempeño de tales funciones y distinguir entre sistemas más
y menos democráticos. Este enfoque fue concebido por David Easton hacia el
primer lustro de los años cincuenta y fue rápidamente adoptado por Almond
para examinar funciones comunes a sistemas diferentes como los de los países
occidentales, los coloniales y los de regímenes autoritarios. Vale como ejemplo
(una vez más) el trabajo ya citado de Almond y Powell, cuyo subtítulo es “Una
concepción evolutiva” y que despliega en sus capítulos el análisis sobre funciones
y estructuras de gobierno, tipos de sistemas políticos tradicionales y primitivos o
democráticos y autoritarios modernos, y culmina en un capítulo que postula una
teoría del desarrollo político. La impronta estructural-funcionalista se explicita
en el interés por descubrir aspectos político-estructurales, socioeconómicos y
culturales de los distintos sistemas.
Asimismo, el enfoque del desarrollo político asumía un carácter normativo
dado que las investigaciones encaradas por esta “nueva” política comparada

13
Por nombrar solo algunos de los estudios de la vasta literatura sobre desarrollo político y de-
sarrollo económico, están: Lipset (1959), Huntington (1968), O’Donnell (1972), Przeworski y
Limongi (1997), Przeworski et al. (2000), y Boix y Stokes (2003).

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Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?

servían al gobierno de los Estados Unidos para retener a los países del llamado
“tercer mundo” dentro de las coordenadas de la democracia y la economía de
mercado. Esto fue claro en una de sus aproximaciones: la de las teorías de la
modernización.14 Con el horizonte en el desarrollo político de los países que
tenían instituciones y prácticas culturales muy diferentes a las de los desarro-
llados, estas teorías ponían el foco en los problemas del cambio social y sus
consecuencias para conquistar la democracia.15 Señaló al respecto David Apter:

Controlar y rectificar las deformaciones sociales incurridas en el proceso


vino a definir el papel primario del Estado, siendo vista la política como
una cuestión de mantenimiento del equilibrio político, la estabilidad y
la viabilidad. Donde tales deformaciones no pudieran atenderse y los
gobiernos fallasen en institucionalizarse, crecían las posibilidades para los
regímenes autoritarios y el “pretorianismo” (2001: 550).

Dicho de otro modo, el énfasis estaba puesto en cifrar comparativamente las


debilidades de los sistemas políticos de estos países en desarrollo para impulsar
mediante procesos de movilización social los avances necesarios para alcanzar
sistemas políticos democráticamente estables, económicamente competitivos,
y socialmente integrados, y converger así en el modelo arraigado de socieda-
des desarrolladas con democracias estables, que aparecía como presupuesto
teleológico y como enunciado general con visos de ley científica: los países que
atraviesan procesos de movilización social para dejar atrás las características
de la sociedad tradicional e incorporar los atributos de la sociedad moderna
alcanzan la democracia.16
14
La otra aproximación fue la de las teorías de la dependencia desarrolladas por sociólogos e
historiadores más que por politólogos, y cuya mejor exposición en América Latina ha sido la de
Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto (1969). En parte, esta distinción disciplinar influyó
también en la circulación de ambas teorías, volviéndose predominante entre los politólogos las
teorías de la modernización.
15
En esta figuraban nombres como Gabriel Almond, Samuel Huntington, David Apter, Lucian
Pye, el propio Talcott Parsons, que desde la sociología había influido mucho en otros sociólogos
que a su vez informaron a la ciencia política y sus trabajos circularon en ambas disciplinas, como
Seymour M. Lipset, Ralph Darendhorf y Alain Touraine, entre otros.
16
En América Latina, fueron varios los autores los que adoptaron este modelo para explicar los
procesos de cambio social. Gino Germani, uno de los precursores y más talentosos analistas de
dichos procesos en la región, y en la Argentina en particular, mostró que esas experiencias de
“democratización fundamental” ponían de manifiesto la asincronía de la modernización entre
las instituciones sociales, políticas, económicas y culturales. En tales casos, la movilización social
podía ser antes que un vehículo un obstáculo de la modernización. He ahí uno de los puntos

32
Martín Armelino y Santiago Cunial

En el aspecto metodológico, esta revolución le imprime un cambio de


escala a las investigaciones, pues en adelante habrá investigadores que buscan
en la comparación generalizaciones universales mientras que otros buscan ex-
plicaciones circunscritas a determinados contextos. Como ha sostenido Mair
(2001: 457-458), la distinción entre los comparativistas dependerá del nivel
de abstracción y el número de países objeto de estudio.17 Con el estructural-
funcionalismo como soporte teórico, la escala universalista promovida en la
década de 1960 por Almond y sus colegas (por entonces, Almond presidía el
Comité del Consejo de Investigación Americana en Ciencia Social sobre política
comparada) exigía un alto nivel de abstracción en el uso de categorías como
estructura, función, rol. Años después, Giovanni Sartori (1970) se referiría a
esta exigencia al señalar que los conceptos debían poder “viajar” a distintos
países o regiones para probar su aplicabilidad sin caer en el problema del “es-
tiramiento conceptual”, esto es, que para poder aplicarse a una gran cantidad
de casos perdiera su univocidad.
La comparación de muchos países se acerca al método experimental de las
ciencias naturales, se basa en técnicas cuantitativas de recolección de datos para
evaluar distintos indicadores y su variación entre países, siendo la estadística
uno de sus principales insumos. En el marco de la revolución conductista, este
tipo de comparaciones resultó fructífero para desplegar el enfoque del desa-
rrollo político en amplias muestras de países y arribar a conclusiones surgidas
de grandes generalizaciones empíricas. Teniendo presente el desafío científico
asumido a mitad del siglo xx por las ciencias sociales, y por la ciencia política
en particular, este tipo de comparación ofrecía una vía de acceso segura para
contrastar hipótesis aplicables a un gran número de países al utilizar controles
estadísticos para mantener constantes determinadas variables y para realizar
inferencias que permitían distinguir entre casos que las corroboraban y casos
anómalos en los que no se hallaban los resultados previstos por la teoría objeto
de contrastación. Este tipo de análisis comparativo fue muy influyente en las
décadas de 1950-1970 y aunque luego declinó su gravitación hacia fines de
siglo, había aún investigaciones de estas características.18

ciegos del populismo latinoamericano de entonces. Agradecemos a Germán J. Pérez por habernos
recordado este punto. Ver, asimismo, Pérez (2017).
17
La comparación con un alto nivel de abstracción busca abarcar a muchos países (más de cin-
cuenta); la de un nivel medio de abstracción se circunscribe a pocos países (menos de veinte), y
la de nivel bajo se concentra en un solo país (Landman, 2011: 51).
18
El trabajo encabezado por Adam Przeworski (2000) analiza en 150 países el vínculo entre
democracia y desarrollo, entre 1950-1990.

33
Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?

Otra estrategia comparativa surgida también por esos años cuestionó sobre
todo la indeterminación contextual de los fenómenos que se explicaban por
un tipo de comportamiento, de función, e incluso de estructura. A esta otra
estrategia se la conoce como “método comparado”, el que parte de estudios
cualitativos de pocos casos y examina aquellos factores o atributos de los casos
elegidos que permiten hallar similitudes y diferencias de determinado proceso.
El uso comparado de la historia se constituyó en un factor causalmente eficiente,
antes que como mera evidencia empírica, de la explicación entre los cultores de
esta estrategia. Durante la década de 1960, Barrington Moore abrió el camino en
este tipo de enfoque de historia comparada aplicado a pocos casos con su estudio
sobre la transformación de las instituciones económicas y políticas en distintos
países durante el siglo xx, con su libro Los orígenes sociales de la dictadura y la
democracia (1966). Su influencia fue categórica para justificar, por ejemplo, la
selección de determinados países que evidencian un proceso de cambio, el alcan-
ce de la perspectiva comparativa escogida y las posibles generalizaciones a otros
casos y procesos.19 Skocpol y Somers (1980: 196) señalaron oportunamente
que este método busca: a) el análisis macrocausal, en el que casos históricos se
comparan con el fin de sacar conclusiones causales sobre estructuras y procesos
de macronivel; b) la demostración paralela de teorías, mediante la aplicación
de viejas teorías a casos nuevos, y c) el contraste de contextos, que trata de
encontrar el rasgo único de cada caso particular incluido en la investigación.
Otras investigaciones no menos influyentes fueron Los Estados y las revoluciones
sociales (1979), de Theda Skocpol, Bringing the State Back In (1985), de la misma
autora junto con Peter Evans y Dietrich Rueschemeyer, y Shaping the Political
Arena (1991), de Ruth B. Collier y David Collier, para comparar procesos
macrosociológicos de cambio, como las revoluciones y las transformaciones en
la economía, la política y la sociedad. Es sobre esta línea de investigación que
aflorará la crítica sobre la política comparada más funcionalista y cuantitativa,
y por detrás de ella reaparecerá lenta pero sostenidamente en la agenda de fines
de la década de 1970 y principios de la de 1980 el papel del Estado.

19
En el prólogo de su trabajo, Moore señalaba: “En el esfuerzo por entender la historia de un
país específico, una perspectiva comparativa puede llevar al planteamiento de cuestiones muy
útiles y, a veces, nuevas. Hay aún más ventajas. Las comparaciones pueden servir para rechazar
de plano explicaciones históricas aceptadas. Y una aproximación comparativa puede llevar
a nuevas generalizaciones históricas. En la práctica, todas esas características constituyen un
proceso intelectual único y hacen que un tal estudio sea más que una colección heterogénea de
casos interesantes” (1973: 7).

34
Martín Armelino y Santiago Cunial

La consolidación de la política comparada en la ciencia política planteó el


debate en torno a si se había constituido en un subcampo de la disciplina o en
un método específico para producir y justificar el conocimiento científico. El
dilema, introducido en 1971 por Arend Lijphart en su artículo “Comparative
Politics and the Comparative Method”, no ha descifrado aún su intríngulis,
pero hay un consenso extendido en que puede referir al análisis de países o
casos (empleando métodos cuantitativos) o a su aplicación como herramienta
de inferencia causal y control de variables (mediante métodos cualitativos).
Así pues, los estudios comparativos constituyen el núcleo del estudio
politológico como objeto de análisis y como método, y aun cuando hay una
pluralidad de métodos en la disciplina, se considera al análisis comparativo
como el más propio de la ciencia política por el alto grado de sofisticación que
ha alcanzado dentro de la disciplina en relación con otras en el interior de las
ciencias sociales en las que también se usa la comparación (Nohlen, 2008: 3-4).
La comparación sistemática de países se convirtió, primero, en un horizonte
teórico-metodológico a alcanzar y, segundo, en un ejercicio extendido entre
los politólogos para lograrlo y consolidarlo.

Retornando a la comparación de instituciones


Durante los últimos lustros del siglo xx se afianza el estudio comparado de
las instituciones políticas como seña de un consenso ortodoxo en la ciencia
política contemporánea. Tal como hemos reconstruido hasta aquí, la historia
de este vínculo pareciera tener tres momentos: en el primero, el estudio de las
instituciones funda la disciplina y utiliza la comparación de manera ilustrativa;
en el segundo, la comparación entre sistemas políticos cobra un impulso de
aspiraciones universalistas y alcance general que relega a un segundo plano a las
instituciones de gobierno y al Estado mismo; y en el tercero, por fin, reaparece
como variable explicativa central de la política y la comparación se restringe a
una región o a determinadas dimensiones. No obstante, Mair (2001: 457-459)
matiza esta trayectoria y sostiene que la recuperación de las instituciones y del
Estado ocurre no solo por su importancia intrínseca, sino también porque se
lo permiten los menores niveles de abstracción exigidos en la comparación para
estudios con objetivos recortados a una región o a unos pocos países, y que
habilitan además la especificidad conceptual sobre áreas institucionales que las
grandes comparaciones no permiten formular. Ese recorte en el alcance de la
comparación tuvo consecuencias, como la debacle en las comparaciones globales
e, incluso, entre regiones; la conformación de grupos especializados en Europa,

35
Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?

América Latina o África, que llevaron a Almond a referirse a este escenario –en
una revisión ya famosa de la disciplina– como aquel de las “mesas separadas”
por la ideología y el método.
Así, la política comparada avanza hacia el cambio de siglo dividida entre
quienes aún en un universo de análisis circunscrito a una región o al estatus
de los países seleccionados (democracia, desarrollo, crecimiento económico,
integración social o cultural, etcétera) persisten en la búsqueda de conclusiones
generalizables o en la aplicación de modelos deductivos que posibiliten derivar
conclusiones generalizables, y quienes defienden la comparación limitada a
una n pequeña por las ventajas que ofrece la comprensión intensiva sobre unos
pocos casos.20 Mientras que en el primer grupo se estiliza el uso de las técnicas
cuantitativas, en el segundo se renueva el ímpetu de las técnicas cualitativas,
cuyos resultados derivados de unas bases de datos para pocos casos muestran
mayor temple que aquellos referidos a estudios extensivos con n grandes.
En este contexto de discusión metodológica se inserta como contenido epis-
temológico del análisis político el debate en torno al estudio de las instituciones.
La política comparada relocaliza a la política como variable independiente y
deja de considerarla como resultado dependiente de variables económicas y
sociales; en consecuencia, cambia el énfasis de las preguntas de investigación
que priorizaban la influencia de estas variables en la política para considerar qué
hace la política y se dirigen directamente a averiguar qué hacen las instituciones.
Y allí se perfilaron distintas perspectivas sobre las instituciones políticas
y su desenvolvimiento en la política. Con independencia del desarrollo de
estas formas, que venían moldeándose desde los años setenta, la aparición de
los trabajos de March y Olsen (1984 y 1997) puso en el centro del debate el
tópico sobre las instituciones, la discusión con la perspectiva racionalista, y el
peso de las rutinas y destrezas institucionales en la definición de la política.21
20
En política comparada existen también los estudios de caso. Si bien son minoritarios en la
disciplina, permiten un análisis en profundidad del fenómeno indagado y, en determinadas cir-
cunstancias, son útiles para examinar casos desviados, confirmar teorías, o bien falsarlas (Lijphart,
1971). La investigación de O’Donnell sobre el autoritarismo en la Argentina es un claro ejemplo
de este tipo de estudios: a partir del examen de un caso se elaboran conceptos (como el de Estado
burocrático-autoritario) que luego son aplicables a otros países.
21
En 1984, la American Political Science Review publicó el artículo de J. March y J. Olsen “The
New Institucionalism: Organizational Factors in Political Life”, que resituó a las instituciones
en el centro del debate politológico y originó una querella epistemológica muy fructífera sobre
el modo de concebir y estudiar las instituciones políticas. El impacto de sus hipótesis llevó a los
autores a ampliar y fortalecer sus argumentos, publicados en 1989 en el libro El redescubrimiento
de las instituciones. La base organizativa de la política (1997). Como puntualizó R. Vergara en

36
Martín Armelino y Santiago Cunial

De las varias aproximaciones institucionalistas que surgieron en este nuevo


escenario, dos de ellas –el institucionalismo de la elección racional y el institu-
cionalismo histórico– definieron los términos de las querellas epistemológicas,
metodológicas y políticas suscitadas por entonces en la ciencia política.22 Aun
cuando estos dos enfoques destaquen la importancia de las instituciones para
explicar la política o para mejorar el diseño y la implementación de políticas
públicas, ambos han estilizado una concepción opuesta sobre las instituciones
que les exigió a los especialistas revisar sus argumentos para mejorar sus res-
pectivos planteos y considerar acuerdos básicos.
El institucionalismo de elección racional surgió como respuesta al modo
insatisfactorio en que se había estudiado la política legislativa de los Estados
Unidos durante los años setenta, tras la revolución conductista y racionalista.
Se había abandonado prácticamente el estudio de las instituciones –incluso en
el análisis del Congreso– para centrarse en el agente racional, desvinculado de la
estructura institucional y/o social, y movido por elecciones individuales basadas
en preferencias o valores privados.23 Los teóricos de la elección racional se habían
volcado al examen de parlamentos, sistemas electorales, tribunales o burocracias
su estudio introductorio a la versión de la obra en español, el planteo de March y Olsen cues-
tionaba el dominio racionalista de la ciencia política anglosajona y la utilidad para el análisis
de la política del concepto de racionalidad, sobre todo de las teorías de la elección racional y
la elección pública, que circunscribían su estudio a las elucubraciones instrumentales de unos
actores políticos enfrentados por distinto tipo de intercambios y negociaciones, y descuidaban
la dimensión institucional. Para March y Olsen, la unidad de análisis no era el individuo y sus
preferencias en conflicto con otros, sino el marco institucional, es decir, el conjunto de reglas,
normas y tradiciones de las organizaciones que crean mecanismos de formación de consensos y
metas de acción colectivas. No hay espacio aquí para una exégesis al texto, pero sí para indicar
el malestar con el paradigma racionalista que su aparición contribuyó a explicitar y confrontar.
22
A estos dos, Hall y Taylor (1996) agregan un tercero, “institucionalismo sociológico”. También
lo hace Peters (1999) y, a su vez, agrega otros tres: “institucionalismo normativo”, caracterizado
por su énfasis en las normas institucionales y su efecto sobre los individuos; el “institucionalis-
mo empírico”, concentrado en la estructura gubernamental para analizar cómo se procesan las
decisiones y políticas de los gobiernos; y el “institucionalismo internacional” para referirse al
vínculo entre los Estados y organismos internacionales en dicho plano.
23
Recordemos que este agente racional interviene en una relación social con preferencias or-
denadas sobre estados posibles de la sociedad, creencias sobre ese mundo exterior y capacidad
para utilizar eficazmente esos datos, con lo que convierte sus elecciones en el producto de un
cálculo inteligente o de unas reglas internalizadas que dan cuenta de una adaptación óptima a
la experiencia. A partir de la teoría económica, los teóricos de la elección racional aplicaron a la
política esquemas propios de la elección social, la teoría de juegos y la teoría de la decisión sin
preocuparse prácticamente por el origen de las preferencias y creencias del agente, sino por los
resultados sociales que esa alquimia producía.

37
Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?

y agencias estatales, sustrayéndoles sus aspectos estructurales o procedimentales,


que consideraban pormenores idiosincrásicos contradictorios con el ímpetu de
una teoría general que estuviera por encima de esos aspectos circunstanciales y
específicos. Según Kenneth Shepsle (1999: 361-365), uno de los pioneros del
institucionalismo de elección racional, estas explicaciones habían empobrecido
sus resultados al suprimir esta información predominantemente empírica sobre
el desenvolvimiento de la política legislativa.
El institucionalismo de elección racional se propuso explicar los fenómenos
políticos al tomar en cuenta las preferencias individuales, el comportamiento
optimizador y el marco institucional, que aparecería ahora como un juego
estratégico constituido por reglas generales que delinean el comportamiento
optimizador de sus jugadores. Estas reglas definen quiénes son los jugadores y
cuáles son los resultados previstos, admiten formas de deliberación alternativas
y especifican las preferencias de los jugadores que participan. Sobre esta base,
entonces, Shepsle y otros colegas comenzaron a trabajar en la elaboración de
modelos formales de análisis de las instituciones, con sus atributos estructurales
y procedimentales, que permitieran ligar rasgos de contextos determinados con
propiedades más generales de las instituciones.
Para esta corriente, las instituciones son reglas que tienden a perdurar salvo
que fallen (solo entonces se modifican, porque ya no son funcionales) o que
un “shock externo” modifique sus condiciones iniciales (Acuña y Chudnovsky,
2013). Se las concibe como constreñimientos de la acción, es decir, las insti-
tuciones constriñen la secuencia de interacción entre los actores, sus opciones
disponibles y creencias, la estructura de la información y de payoffs a individuos
y grupos. Las instituciones, bajo este esquema, existen para resolver problemas
de coordinación entre actores en situaciones de incertidumbre al reestructurar
los incentivos para que los individuos cooperen (North, 1993; Weingast, 2001).
El institucionalismo histórico, en cambio, ve a las instituciones como
legados sedimentados de conflictos políticos, en un tiempo y secuencia de-
terminados (Thelen, 1999). Suele enfatizar el proceso histórico por sobre el
equilibrio funcional y la importancia de examinar la política como un proceso
dinámico que produce consecuencias no intencionadas. Según Pierson y Skocpol
(2008: 9), tres rasgos caracterizan a esta corriente: el estudio sobre cuestiones
amplias y sustantivas, sobre secuencias de transformaciones y procesos de es-
calas y temporalidades variables, y sobre contextos macro a partir de los que se
formulan hipótesis sobre los efectos combinados de instituciones y procesos.
Respecto del primer atributo, el institucionalismo histórico busca averiguar
el origen y desarrollo de determinados resultados institucionales, de interés

38
Martín Armelino y Santiago Cunial

generalizado, como las transformaciones del Estado en una región o país con
características específicas tras una revolución, o la aparición de los Estados de
bienestar en la posguerra, o las formas del autoritarismo contemporáneo, o los
procesos de reformas de mercado, entre otros. Las investigaciones llevadas a
cabo sobre estos temas han seguido dos estrategias metodológicas. Están, por un
lado, las que han buscado comprender esos fenómenos a través de la selección
de casos que confirmaban un proceso, como los clásicos trabajos de Skocpol
y O’Donnell; y están por otro lado las investigaciones que han seleccionado
casos de estudio que mostraban resultados diferentes en un mismo proceso,
como ha mostrado la literatura especializada en las reformas de mercado. Res-
pecto de los argumentos temporales, el segundo atributo, el institucionalismo
histórico acuñó la categoría path dependency, como factor clave de la causalidad
de los fenómenos políticos sustantivos. Este término refiere a la “trayectoria
dependiente” generada por las instituciones en un tiempo y momento espe-
cíficos, a partir de la retroalimentación de una dinámica de prácticas, reglas e
interacciones, que autores como Pierson (2000) y Mahoney (2000) denominan
“retroalimentación positiva” de un sistema político. Dicha dinámica estructura la
habituación a marcos institucionales establecidos y, eventualmente, condiciona
el cambio institucional. Bajo este esquema, las instituciones se reproducen en
el tiempo con cambios marginales (North, 1993), salvo que sucedan cambios
abruptos que modifiquen la distribución de recursos y poder en una sociedad.
Frente a este tipo de “coyunturas críticas”, como los procesos de incorporación
política de las clases trabajadoras en América Latina (Collier y Collier, 1991) o
de liberalización económica en Iberoamérica (Etchemendy, 2015), los cambios
producidos metabolizan legados e innovaciones institucionales a las que se re-
curre en el futuro al retroalimentar un patrón particular de comportamiento.
El path dependency, según Pierson y Skocpol (2008: 13), permite comprender
la “poderosa inercia” de los procesos políticos respecto de las relaciones de po-
der entre diferentes grupos sociales y el mantenimiento de sus desigualdades,
enraizados en organizaciones, instituciones y modalidades de comprensión
política, y que señalan las limitaciones de las explicaciones funcionalistas para
resultados sociales y políticos importantes. Por último, la atención puesta en
contextos y configuraciones remite a los procesos sociales de gran escala y de
lento devenir, cuya maduración se prolonga en el tiempo y, en el marco de
esos procesos macroscópicos, los investigadores de esta corriente averiguan
por las precondiciones estructurales que inciden en determinados resultados
particulares más que en la temporización específica de esos resultados (Pierson
y Skocpol, 2008: 16).

39
Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?

Un ejemplo claro del vínculo tácito asumido entre estos institucionalis-


mos y el análisis comparado se advierte en el temprano estado de la cuestión
sobre el nuevo institucionalismo y sus avatares elaborado por Hall y Taylor
(1996). Se trata de una valiosa recopilación de investigaciones que comparan
determinados países o regiones y aunque el punto de estos autores no es ese, sí
lo es para nosotros y nos muestra un fresco de los abordajes comparados po-
sibles en la ciencia política de fines del siglo xx. También muestra este trabajo
que estos institucionalismos abrevaron en los años ochenta y noventa en la
economía política. En el caso del institucionalismo histórico, por el impacto
económico-político del fin de la Guerra Fría, la implosión de la Unión Soviética,
el declive del comunismo y los desafíos económicos y políticos de los países
del este de ese continente, la crisis de los Estados de bienestar, los embates de
la izquierda socialdemócrata en los países del oeste europeo y el giro neoliberal
en las nuevas democracias del mundo. Esta corriente abrió toda una agenda
de investigación orientada a revisar cómo el Estado influía decisivamente en
las interacciones y resultados de los conflictos entre actores colectivos,24 y aunó
intereses y perspectivas con la literatura del neocorporativismo concebida para
evaluar las trayectorias nacionales específicas que surgían en torno a las rela-
ciones entre asociaciones empresariales y obreras.25 A través de comparaciones
trasnacionales, el campo de la economía política fue afirmándose con investi-
gaciones que rastreaban las diferencias nacionales sobre políticas impositivas,
laborales, de seguridad social o de la salud, de las que la obra colectiva dirigida
por Sven Steinmo (1992) sigue siendo un punto de referencia. En el caso del
institucionalismo de elección racional, la agenda se abrió a los desafíos de la
democracia en diferentes regiones y su relación con el desarrollo económico
o con los conflictos sociales que afloraban en ellas al seguir las propuestas de
análisis político en los términos del mercado económico de Downs y Olson ya
nombradas. Los trabajos de Bates (1981 y 1998), Ames (1987), Geddes (1991),
Przeworski (1995), Przeworski y Limongi (1997), Przeworski et al. (2000),
Tsbelis (1998 y 2002), entre otros, inspeccionaron en contextos como África,
Asia, América Latina y Europa del Este los condicionantes institucionales del
comportamiento de los actores políticos y económicos, los incentivos para
mejorar sus intercambios en el juego democrático y asumir como preferencia

24
La obra de Evans et al. (1985) es una referencia ineludible en ese sentido.
25
Ver Schmitter y Lehmbruch (1992), Zysman (1983), Goldthorpe (1991) y Hall (1993).

40
Martín Armelino y Santiago Cunial

el fortalecimiento de este juego frente a uno no democrático.26 Así, mientras


que la economía política posibilitó, en esta corriente, sofisticar las herramientas
de la economía neoclásica y modelar formas de comportamiento político en
contextos institucionales cambiantes, en el institucionalismo histórico introdujo
toda una línea de estudios sobre los cambios en las instituciones económicas
de los Estados de bienestar y las interacciones que en ellos realizaban actores
colectivos e institucionales para adaptarse al nuevo escenario de la pos Guerra
Fría sin perder sus legados institucionales.
En los años noventa, además, la agenda de la política comparada estuvo
influida por los procesos de “transición a la democracia” en Europa central y
oriental, en África y en América Latina.27 Paulatinamente, fue incorporando
otros asuntos a esa agenda para examinar las condiciones de su fortalecimien-
to y estabilidad o los factores de su debilidad y desestabilización. Entre ellos,
el diseño institucional, la acción de protesta y los movimientos sociales, o el
patrocinio y preservación de los derechos humanos.

América Latina: democracia y reformas institucionales


en clave comparada
Desde fines de los años setenta y principios de los ochenta, ha ocupado un es-
pacio prominente entre los latinoamericanistas la relevancia teórica y empírica
por la democracia, primero ante los procesos de democratización tras sucesivas
dictaduras militares y, luego, ante los procesos de reformas estructurales en
democracia. Los estudios comparados sobre la democratización, las reformas
de mercado y, más acá en el tiempo, el diseño institucional y el rendimiento de-
mocrático han ocupado una cuota importante en las agendas de los especialistas
sobre la región. Es cierto que los trabajos sobre reformas y diseño institucional
se han ajustado más a los criterios delineados por ambos institucionalismos que
los de democratización, acaso por una cuestión de época. Pero también es cierto
que los hallazgos y resultados de estos últimos introdujeron claves insoslayables

26
Una oportuna compilación a cargo de Sebastián Saiegh y Mariano Tommasi (1998) presentó
un conjunto de artículos de varios de estos autores, insertos en la llamada “nueva economía
política” o “nueva economía institucional”, que reproducen partes de trabajos ya concluidos o
profundizaciones de sus principales hipótesis.
27
Señalaba a mediados de esa década Gerardo Munck (1998: 661) que el intenso debate teórico
suscitado alrededor de dichas transiciones se cifraba en el hecho de haber generado más literatura
que cualquier otra área de estudios de política comparada.

41
Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?

para el debate comparado posterior sobre las instituciones en América Latina.


La obra de O’Donnell es, en ese sentido, una clara ilustración al respecto.28
A través de algunas investigaciones comparadas sobre la implementación y
resultados de las reformas de mercado en la región, este apartado ilustra sobre
el uso de los principales enfoques institucionalistas perfilados desde fines de
los años ochenta.29 En principio, debe recordarse que el ingreso de las refor-
mas estructurales a las agendas gubernamentales de esta y otras regiones fue
precedido por o simultáneo a los procesos de democratización, de modo que
la variable institucional “tipo de régimen democrático/autoritario” fue funda-
mental para distinguir en el ejercicio comparativo el contexto que condicionó
su realización en los distintos países. Una primera ola de estas investigaciones,
entre fines de los años ochenta y de gran parte de los noventa, averiguó sobre
las condiciones de la crisis económica y cómo se impulsaban las reformas en la
región y en otras, como Asia, África o Europa del Este (Nelson, 1992 y 1994;
Haggard y Kaufman, 1995; Weyland, 2002). Algunos colocaron su interés en
el grado de autonomía que gozaban gobiernos y burocracias para implementar
el cambio, mediante la comparación de casos en los que ya estaban instaladas
las instituciones democráticas y casos en los que no lo estaban. La diferencia no
era menor debido a que los gobiernos autoritarios contaban con un margen de
maniobra para imponerlas y evitar la resistencia de los potenciales afectados y de
la sociedad en general, algo con lo que no contaban los gobiernos democráticos
(Haggard y Kaufman, 1995). Incluso, varios de ellos –como en la Argentina
con el gobierno radical de Raúl Alfonsín– debieron hacer frente casi al mismo
tiempo a los embates de la institucionalidad democrática y la crisis económica.
También hubo, dentro de este primer grupo, quienes se detuvieron en la variable
internacional y los condicionamientos sobre la macroeconomía de los países en
crisis y en vías de reforma (Stallings, 1992; Nelson, 1992).
Años después, cuando los programas de ajuste estructural estaban en mar-
cha, una nueva ola de estudios dejó atrás esta preocupación inicial por explicar
cómo se habían lanzado para concentrarse en los distintos resultados que su
implementación había provocado. En otros términos, los procesos de ajuste es-
tructural y apertura comercial dejaron de ser la variable dependiente y en su lugar
cobró interés la indagación sobre un aspecto reconocido, pero no examinado

28
Al respecto, es un buen ejemplo el conjunto de artículos incluidos en su volumen Contrapuntos
(1997).
29
Vale señalar al respecto que la agenda de investigación sobre estos temas abarca a otras regiones
que atravesaron estos procesos, pero su reseña escapa a las posibilidades de este texto.

42
Martín Armelino y Santiago Cunial

por la literatura: el de los acuerdos previos a las reformas entre gobiernos y


actores colectivos implicados, que condicionaban la orientación del cambio
y las consecuencias institucionales que de esos acuerdos se desprendían en el
tiempo. Ben Ross Schneider (2005) ha analizado diferentes tipos de coalición
en América Latina y resaltó que no solo se han restringido a la estructuración
de apoyos de actores económicos con énfasis en los cambios distributivos; se
han organizado también coaliciones legislativas (Gibson, 1996; Eaton, 2002),
partidarias (Levitsky, 2005), en defensa de políticas públicas (Schneider, 1999)
y económico-sectoriales (Murillo, 2008 y 2009; Etchemendy, 2004 y 2015).
En lo que resta de este apartado, ilustraremos sobre el uso de las perspectivas
dominantes del neoinstitucionalismo con algunas investigaciones de política
comparada sobre las reformas neoliberales en América Latina a fines del siglo xx.

Aportes desde el institucionalismo histórico


Entre las investigaciones que pueden clasificarse dentro de esta perspectiva se
hallan algunas regularidades. La variable institucional “tipo de régimen demo-
crático/autoritario” es fundamental para distinguir en el ejercicio comparativo
los diferentes contextos que condicionaron su realización en los distintos paí-
ses. Por ejemplo, observar si las reformas ocurren en contextos democráticos
ya establecidos o en simultáneo hace a una primera diferencia comparativa
importante entre lo ocurrido en América Latina (donde la democratización
precedió a las reformas) o en otras regiones, como en Asia o en los países pos-
comunistas de Europa del Este (donde estos procesos sucedieron en paralelo).
El peso explicativo de esta variable importa, además, porque lo acontecido en
estas regiones fue, a su vez, distinto de lo que pasó en los países capitalistas
centrales, donde la liberalización económica llevada a cabo para resolver la cri-
sis del capitalismo keynesiano de los años setenta se procesó dentro del marco
institucional de la democracia.
Otra variable institucional importante en estos estudios es el conjunto
de instituciones económicas, sociales y laborales que las reformas de mercado
proponían desmantelar con el objetivo de liberalizar la economía. Recordemos
que el modelo de desarrollo de posguerra en América Latina había sido el de
industrialización por sustitución de importaciones (isi), que forjó economías
semicerradas, orientadas al mercado interno y con destacada intervención estatal
en distintas esferas de la economía y la sociedad, sostenidas en un conjunto
de instituciones que, por un lado, aseguraron ventajas corporativas para las

43
Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?

industrias y los sindicatos y, por el otro, extendieron el bienestar social a la


mayoría de la población.
Así, para quienes abordaron el estudio de las reformas de mercado desde
esta perspectiva, a comienzos de la década de 1990, el tipo de régimen y las
instituciones que contribuyeron a extender y consolidar el poder de los acto-
res económicos principales (empresas, grupos industriales y sindicatos) de ese
modelo de desarrollo fueron dimensiones básicas a considerar, porque habían
establecido prácticas y habían creado intereses que resultaba costoso remover.
Una cuota considerable del margen de maniobra con que contaban los gobier-
nos para gestionar el cambio institucional dependía del marco delimitado por
estos dos factores. Otros factores tenían relación con el poder de los actores
económicos acumulado en el viejo esquema que las reformas desafiaban y con
la magnitud de la crisis fiscal y de la deuda, que pesaba en el ímpetu con que
avanzaba el cambio y la resistencia o la convalidación de los actores colectivos
implicados. Pero, en todo caso, estos factores entran en juego en el marco
diseñado por aquellos otros.
En el plano metodológico, estos trabajos –al igual que lo sucede con aquellos
que parten de un enfoque de la elección racional– se encuadran dentro de los
estudios cualitativos de pocos casos para hallar variaciones entre sus variables
explicativas y dependientes. El uso de la n pequeña orienta la selección de los
casos a investigar al diseño de los casos más similares para observar contrastes
y diferencias en el proceso y resultado de las reformas realizadas.
Uno de los primeros trabajos en ese sentido fue el de Stephan Haggard y
Robert Kaufman, quienes en The Political Economy of Democratic Transitions
(1995) acotaron el alcance de las transiciones a la democracia a la economía
política del ajuste estructural en un estudio comparado de diez países de Asia
y América Latina, para averiguar las condiciones en que surgían, contemporá-
neamente, la salida democrática y el lanzamiento del ajuste estatal, las opciones
de los actores implicados y los resultados diferentes que se proyectaron, en
particular, en relación con los alineamientos políticos posteriores. Distinguieron
aquellas transiciones que ocurrieron junto con crisis económicas de aquellas que
ocurrieron en contextos de desempeño económico fuerte. Los legados de las
dictaduras militares y los condicionamientos de la crisis económica condensaron
las opciones y resoluciones de las elites gubernamentales que encabezaron estos
procesos. Años después, los mismos autores consignaron en el prefacio de su
Development, Democracy and Welfare States. Latin America, East Asia, and Eastern
Europe, de 2008, que si el intento inicial había sido analizar los efectos de la
democracia y sus variaciones en el diseño institucional, rápidamente advirtieron

44
Martín Armelino y Santiago Cunial

que ni el tipo de régimen ni las variaciones institucionales ofrecían opciones


sencillas en materia de política social. Es en este libro en el que el análisis his-
tórico comparado de las transformaciones en el largo plazo de las instituciones
del Estado de bienestar cobra espesor, indaga sobre el desarrollo y reforma de la
política social en veintidós países de tres regiones diferentes: nueve en América
Latina, seis en el este asiático y siete en la Europa oriental. Las tres regiones
desarrollaron diferentes modelos de bienestar social en respuesta a los grandes
cambios económicos y políticos de fines del siglo xx. Para ello, reconstruyen
primero los orígenes históricos del llamado Estado de bienestar (1945-1980)
en las tres regiones, para observar las diferencias sobre cómo asumió en cada
caso el Estado la responsabilidad de la prestación de seguridad social y distin-
tos servicios de cobertura para garantizar la igualdad social. Contra ese telón
de fondo, luego, encaran el análisis de los procesos de democratización, crisis
económica y reforma del Estado de bienestar (1980-2005) teniendo presente,
por un lado, que el contexto internacional de la mayoría de los gobiernos fue
mucho menos propicio para el mantenimiento y expansión de los seguros y ser-
vicios financiados públicamente y, por el otro, que la democratización en varios
países de las tres regiones durante este período incrementaron las expectativas
y presiones sociales en defensa de los derechos sociales y de la expansión de los
seguros sociales y servicios para grupos marginados o hasta entonces excluidos.
Aunque el tipo de régimen político influye en el desenvolvimiento de los cam-
bios en torno a la política social, los autores matizan el foco institucionalista al
señalar que hay, además, otros factores que influyeron, como los intereses de
distintos actores y el contexto económico.
El trabajo de Sebastián Etchemendy (2015) se inscribe explícitamente en
el institucionalismo histórico comparado. Sistematiza distintos modelos de
liberalización económica en Iberoamérica y compara las diferentes experiencias
de países con economías isi que se convirtieron en economías abiertas, y pone
atención sobre los tipos de compensación otorgados a los actores poderosos
del viejo modelo (industrias y sindicatos) para habilitar el cambio. Elabora tres
modelos alternativos de ajuste industrial y laboral en Iberoamérica: estatista
(España 1982-1996 y Brasil 1990-2002); corporativo (Argentina 1989-1999 y
Portugal 1985-1995); y de mercado (Chile 1973-1989 y Perú 1990-2000). Los
factores que explican las vías alternativas de ajuste de mercado en economías
isi son el tipo de régimen y la naturaleza de los actores del modelo isi previo,
esto es, el poder económico y organizativo con el que emergieron los actores
económicos industriales y laborales de las economías isi. Mientras que la primera
variable es importante para cifrar el margen de maniobra con que contaron los

45
Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?

gobiernos para dosificar o no el alcance de las reformas, la segunda variable está


íntimamente asociada a los legados institucionales del viejo orden y permite al
autor evaluar cuánto influyeron en la definición de las políticas de reforma el
peso institucional, organizativo y económico edificado por estos actores en el
período isi. En conjunto, le posibilitan explicar las vías alternativas de reforma
y la construcción institucional de las nuevas economías políticas en la literatura
sobre el poscomunismo. El autor sostiene que el curso de la liberalización en
estos países puede abordarse como una “coyuntura crítica” en el sentido de
Collier y Collier (1991) por cuanto una vez elegida una vía de reforma, como
alguna de las tres sugeridas aquí, es difícil volver atrás ya que emergen nuevas
relaciones de fuerza y las opciones para profundizar el cambio institucional se
cierran progresivamente, en un claro ejemplo de mecanismos de “trayectoria-
dependientes” (path dependency).

Aportes desde el institucionalismo de la elección racional


Desde esta perspectiva, los estudios que analizaron las reformas de mercado
también tomaron la variable explicativa “tipo de régimen” como una de las di-
mensiones básicas de análisis, tanto para aproximarse a los países gobernados
bajo la democracia como a los países comunistas que hasta fines de los años
ochenta ni habían estado gobernados bajo la democracia liberal-representativa
ni habían desarrollado una economía de mercado. En esta perspectiva, el con-
texto institucional político y económico importa en el doble sentido en que
sus pioneros lo señalaron (por ejemplo, Shepsle [2007: 25]), es decir, como
constreñimientos externos de reglas de juego exógenas que los jugadores no
definen, y como reglas que los actores crean para jugar el juego que quieren
jugar. Ambas interpretaciones de las instituciones dentro de este enfoque
aparecen como componentes que estructuran la acción de los individuos y
generan incentivos para actuar de una u otra manera. Es en ese sentido que
las instituciones políticas y económicas del pasado son inscriptas aquí como
constreñimientos para explicar las posibilidades de las reformas (incluso, si
correspondiera, del cambio de régimen), los actores implicados y las eva-
luaciones de sus posibles cursos de acción y decisiones para implementar el
cambio institucional. Definidas aquellas posibilidades, las investigaciones
delinean un esquema de análisis teleológico guiado por la evaluación de
las opciones de las elites gubernamentales para ejecutar las reformas y sus
escenarios alternativos. En dichos escenarios, son cruciales para el análisis las
variables fortaleza-debilidad de los gobiernos y de otros actores implicados

46
Martín Armelino y Santiago Cunial

(partidos políticos, empresas, sindicatos, otros actores colectivos, el electorado


en general) pues constituyen el conjunto de los jugadores que definen las
reglas del juego de las reformas y lo llevan a cabo. En algunos casos, se han
propuesto escenarios posibles de cambio institucional referido al cambio de
régimen (instaurar el parlamentarismo), definir las reglas básicas del juego
político (la constitución) y del juego económico (la economía de mercado en
el contexto de la globalización financiera), establecer las preferencias de los
actores involucrados (básicamente los gobiernos, pero también los partidos
políticos, los actores económicos y sociales) y considerar los márgenes de
riesgo e incertidumbre por falta de información completa de parte de los
actores involucrados en los cambios que conllevan dichos procesos y que en
el prisma de cualquier enfoque de elección racional son materia de análisis.
En el aspecto metodológico, también en este enfoque han predominado
los estudios que comparan países de distintas regiones o dentro de América
Latina en estudios de pocos casos. Pero en contraste con la perspectiva insti-
tucionalista histórica, aquí no siempre se ha escogido la estrategia de los casos
más similares, sino también la de los más diferentes, entre otras razones, por
el sesgo teleológico de la propuesta institucionalista racionalista que estiliza
escenarios alternativos de cambio y cuyo objetivo es averiguar los costos y
resultados del procesamiento de las reformas.
Kurt Weyland (1998) parte de la teoría prospectiva para explicar los in-
centivos de los líderes políticos para encarar las reformas en América Latina,
África y Europa del Este. Según los postulados de esta teoría, las personas
no toman decisiones a partir de niveles absolutos de utilidad (como argu-
mentan los enfoques tradicionales de la elección racional), sino en función
de ganancias y pérdidas relativas respecto del statu quo. Las reformas de
mercado, en este sentido, son evaluadas en función de las percepciones de
ganancias y pérdidas relativas de los líderes políticos al momento de imple-
mentarlas. Según Weyland, en contextos de profundas crisis económicas
como las que atravesaron la Argentina, Bolivia, Brasil, Perú y Polonia, las
ganancias relativas de las elites gobernantes para ejecutar las reformas eran
mayores que las pérdidas y por eso fueron más propensas a asumir el riesgo
que comportaba tal desafío. Por el contrario, en condiciones económicas
más favorables, por ejemplo en Chile, Colombia, Hungría y Zimbabwe,
los gobernantes se mostraron adversos al riesgo y tomaron medidas más
cautas. Sin embargo, y en este punto es que el autor considera los contextos
institucionales como habilitantes y/o limitantes, los nuevos líderes políticos
tienen mayores márgenes de maniobra dado que no están asociados a los

47
Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?

modelos de desarrollo previos, mientras que los líderes tradicionales están


imbricados con los modelos económicos anteriores, por lo que su capaci-
dad de reformar los programas económicos es menor. En otras palabras, los
márgenes de maniobra de los líderes políticos están condicionados por la
relación que tienen con los legados de las políticas previas: en aquellos casos
en los que los actores formaron parte del desarrollo de políticas económicas
anteriores, su capacidad de “diferenciarse” de ellas e implementar reformas
es menor respecto de los actores que son outsiders y no están identificados
con esos legados.
Por su parte, Barbara Geddes (1991) formuló un modelo a partir de la
teoría de juegos para analizar las reformas en cinco países de la región en
función de los intereses de los políticos para fomentar tales cambios. Los
líderes políticos deben tomar decisiones que pueden: a) ser funcionales a sus
intereses políticos; o b) mejorar el bienestar de las sociedades en el largo pla-
zo. Destaca que hay dos grupos principales de actores políticos que “juegan”
en el proceso de la reforma: los políticos electos y los líderes de los partidos
(quienes, generalmente, no ocupan un cargo público).30 Geddes explica cómo
los contextos institucionales vinculados a los sistemas electorales y los sistemas
de partidos afectan los incentivos de los legisladores para avanzar en la reforma
de los modos de contratación de los funcionarios públicos. Así, por ejemplo,
en contextos de sistemas de partidos con altos niveles de disciplina, la reforma
solo se aprobará si los líderes partidarios están dispuestos a hacerlo. En cambio,
en contextos de sistemas electorales que aumentan el número de candidatos,
la reforma será más difícil de aprobar dado que se deben armar coaliciones
más amplias y, en consecuencia, la cantidad de actores de veto crece.
A su vez, Susan Stokes (2001) inquirió bajo qué contextos los políticos
“violan” sus promesas de campaña; en particular, se pregunta cómo es posible
que los decisores políticos hayan podido llevar adelante reformas de mercado
que no habían propuesto durante sus campañas electorales y que ocasionaron
costos sociales muy altos. Luego de desestimar hipótesis vinculadas al nivel
de institucionalización de los partidos políticos –al mostrar que las reformas
sucedieron tanto en países con partidos altamente institucionalizados (como
Venezuela y la Argentina) como en países con partidos débilmente institu-
cionalizados (como Perú y Ecuador)–, la autora explica que en contextos
electorales más competitivos –es decir, en los que las diferencias en votos

30
Por lo menos esta condición se constataba en los casos elegidos por Geddes: Brasil, Chile,
Colombia, Venezuela y Uruguay.

48
Martín Armelino y Santiago Cunial

entre los partidos es baja–, los líderes tienen menos chances de poder dar
a conocer sus intenciones de reformas económicas. En cambio, en aquellos
países en los que el margen de victoria del partido gobernante es mayor, los
líderes pueden dar a conocer sus preferencias en materia de reformas. Final-
mente, la autora agrega que la posibilidad de ser reelecto altera las chances
de reformas, dado que líderes políticos con capacidad de renovar su mandato
no quieren implementar medidas que les sean costosas en términos políticos.

Un caso híbrido
La investigación de María Victoria Murillo (2008) presenta un enfoque híbri-
do en el que aparecen, por un lado, los legados históricos de las instituciones
económicas y laborales como pilares determinantes de los resultados de los
procesos de reforma y, por el otro, los escenarios posibles de su ejecución que
están diseñados a partir de las opciones de los gobiernos reformadores y los
actores afectados (sindicatos y trabajadores). Analiza tres casos de gobiernos de
partidos de base popular y de sólidos vínculos con los sindicatos que llevaron
a cabo dichas reformas: la Argentina, México y Venezuela. Pese a que en los
tres casos los sindicatos eran afectados de modo similar, porque las reformas
promovían con la liberalización económica la flexibilidad de las relaciones
laborales entre los trabajadores y entre los sindicatos, las reacciones de estos
actores fue diferente en estos países debido a tres variables fundamentales: la
lealtad partidaria, la competencia por el liderazgo sindical entre dirigentes
aliados con distintos partidos políticos y la competencia por los afiliados
entre distintos sindicatos.
Según la autora, la lealtad partidaria facilitó la colaboración entre sin-
dicatos y partidos gobernantes al promover la paz social, a menos que los
dirigentes sindicales pudieran ser reemplazados por competidores que recha-
zaran las reformas de mercado. En ese caso, la competencia por el liderazgo
estimulaba la militancia sindical, pero la disputa por los afiliados, por otra
parte, dificultaba la coordinación entre sindicatos y los debilitaba, con lo que
se reducía su capacidad para obtener concesiones. Aun cuando el despliegue
comprensivo y explicativo de estas variables escapa al paraguas institucionalista
histórico y pivotea con el de la elección racional, en términos de cómo se
estructuran los nuevos escenarios institucionales tras las reformas, la autora
se ampara en él para mostrar el conjunto de opciones de las que disponían
los sindicatos frente a las reformas. En particular, para aquellos sindicatos
ligados a los mismos partidos que, en tiempos de la isi, habían fundado las

49
Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?

instituciones laborales y habían generado un poder organizativo e institucional


para el sindicalismo, mientras que ahora otros gobiernos de aquellos mismos
partidos buscaban desmontar.
Entonces, dice la autora, pese a las diferencias en el tipo de intercambio
político constituido en los tres países, las instituciones fundadas en aquel
tiempo fortalecieron en los tres casos las lealtades partidarias forjadas por la
alianza entre gobiernos y sindicatos. Este punto es clave en el argumento de
la autora dado que esa alianza le había posibilitado a esos partidos cumplir
sus programas de gobierno con el apoyo sindical y a los sindicatos obtener
recursos políticos que compensaban su debilidad en el mercado laboral. En
la Argentina, México y Venezuela, el Estado influyó decisivamente en la
definición de relaciones laborales corporativistas y garantizó mediante legis-
lación tales recursos, volvió más rígidos los mercados laborales y restringió
la autonomía sindical. De allí, entonces, que cuando hacia fines de la década
de 1980 estos partidos introdujeron en sus agendas de gobierno las reformas,
influyeron los modos en que se había modelado la incorporación del sindi-
calismo al sistema político en los tres casos, con lo que se marcaron legados
de estabilidad en México y Venezuela, y de inestabilidad en la Argentina.
En México, el predominio del Partido Revolucionario Institucional (pri)
por más de setenta años restringió la posibilidad de que los sindicalistas se
acercaran a otros partidos para acceder al Estado; en Venezuela, la democracia
multipartidista no amplificó las opciones de los sindicatos, ya que ningún
partido como Acción Democrática (ad) abarcaba las arenas política y sindical;
y en la Argentina, la proscripción del Partido Justicialista (pj) le asignó a los
sindicatos mayor importancia política, volviéndolos la columna vertebral del
partido prohibido y aumentó así la lealtad partidaria de los sindicatos tanto
en la prosperidad como en la adversidad.

50
Martín Armelino y Santiago Cunial

Tabla 1. Democracia y reformas institucionales en América Latina


desde los enfoques institucionalistas
Principal(es)
Autor y año Enfoque variable(s) Rol de las instituciones
explicativa(s)
Haggard y Institucionalismo Instituciones del Legados institucionales
Kaufman (2008) histórico Estado de bienestar del Estado de bienestar
generan demandas sociales
y restricciones fiscales que
limitan el alcance de las
reformas de mercado.
Etchemendy Institucionalismo Tipo de régimen Régimen político habilita
(2015) histórico político y actores o restringe capacidad de
del modelo isi dosificación de reformas;
experiencias y esquemas isi
moldean la fortaleza de los
actores con capacidad de
influir en las reformas de
mercado.
Weyland (1998) Institucionalismo de Percepciones Relación con programas
la elección racional de ganancias y económicos previos limita o
pérdidas relativas habilita capacidad de llevar
de líderes políticos adelante reformas.
Geddes (1991) Institucionalismo de Incentivos de los Sistemas electorales y sistemas
la elección racional políticos electos de partidos afectan incentivos
y líderes de los y poder de los actores para
partidos políticos llevar adelante las reformas.
Stokes (2001) Institucionalismo de Incentivos de Sistemas electorales y
la elección racional líderes políticos competitividad del sistema
electoral alteran incentivos de
los líderes.
Murillo (2008) Híbrido Legados históricos Legados institucionales
de instituciones afectan la lealtad partidaria, la
económicas competencia por el liderazgo
y laborales e sindical entre dirigentes
incentivos de aliados con distintos partidos
gobiernos y políticos, y la competencia
actores afectados por los afiliados entre distintos
(trabajadores y sindicatos.
sindicatos)
Fuente: elaboración propia.

51
Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?

Conclusiones
Este capítulo se propuso observar la reconfiguración del vínculo entre institu-
ciones políticas y política comparada en la ciencia política durante las últimas
décadas del siglo xx. A partir de la revolución conductista y del predominio
que alcanzó dentro de ella el enfoque de la elección racional en las décadas de
1950 y 1960, la ciencia política definió una suerte de consenso ortodoxo en
torno a ese objeto y ese método. Como hemos reconstruido aquí, la historia
de este vínculo tiene tres momentos: en el primero, el estudio de las institu-
ciones funda la disciplina y utiliza la comparación de manera ilustrativa; en
el segundo, las instituciones son desplazadas por la noción de sistema político
y la comparación entre sistemas políticos cobra un impulso de aspiraciones
universalistas y alcance general; en el tercero, las instituciones reaparecen como
variable explicativa de la política y la comparación se restringe a una región o
a determinadas dimensiones.
En la introducción de este trabajo citamos a Bernstein (1982), quien re-
cordaba el énfasis empirista de la academia sociológica y politológica estadou-
nidense tras independizarse de la filosofía y la reflexión especulativa. Dentro
de la disciplina politológica, cuya consolidación científica es posterior a la de
la sociología, el esfuerzo por alcanzar un estatus científico fue de la mano de la
sofisticación de sus herramientas conceptuales y metodológicas, y de su utiliza-
ción extendida para lograr, de manera paulatina, una acumulación de resultados
de investigación y poder referirse a ellos en los términos de un conocimiento
científico. Entonces, contra el telón de fondo del escenario posempirista que
caracteriza la implosión del consenso ortodoxo en la ciencia empírica, la ciencia
política procura el camino inverso, esto es, asume el desafío de convertirse en
disciplina científica –y lo logra– en el marco ortodoxo trazado por la revolución
conductista-racionalista.
En este trabajo hemos buscado mostrar este proceso al tomar en cuenta la
ligazón teórica y metodológica entre instituciones políticas y el análisis compa-
rativo que perfilaron los enfoques del institucionalismo histórico y de la elección
racional tras la revolución conductista de mediados de siglo xx, al confeccionar
agendas de investigación sobre los procesos de cambio institucional ocurridos
en diferentes regiones hacia fines del siglo xx. Así, la comparación sistemática
de países, regiones o incluso unidades subnacionales, se convirtió, primero,
en un horizonte teórico-metodológico a alcanzar y, luego, una vez logrado, en
un ejercicio sostenido entre los politólogos para consolidarlo. Aquí lo hemos
ilustrado centrándonos en los procesos de reforma de mercado experimentados

52
Martín Armelino y Santiago Cunial

desde fines de la década de 1980 en la región y cómo la ciencia política averi-


guó sobre sus causas y sus resultados al comparar diferentes casos dentro de la
región o entre regiones.
Es claro para nosotros que los diferentes institucionalismos están estimula-
dos permanentemente por discusiones y ángulos alternativos de aproximación
al cambio institucional, sus dilemas y desafíos, como así también a la definición
de su herramental teórico-metodológico. Podría indicársenos, en ese sentido,
que tales discusiones son propias de un escenario posempirista en la disciplina
y que, en consecuencia, no hay un consenso ortodoxo tal. Es cierto que las
discusiones entre institucionalistas sobre sus objetos de estudio y los diseños
de investigación que emplean para hallar resultados y concebir teorías sugiere
diferencias importantes acerca de aspectos básicos de su quehacer científico.
Por ejemplo, pueden diferenciarse por la definición de estudios que comparan
muchos o pocos casos, por elaborar conceptos de manera inductiva para explicar
determinados procesos macrosociales o concebir modelos de análisis deductivos
para contrastar hipótesis. No obstante, hay un piso básico de acuerdo sobre el
que se busca incrementar la acumulación de conocimiento politológico que no
está en discusión, y eso obedece a la convicción empírica de una modalidad de
concebir la ciencia que relega –o ignora– muchas otras discusiones (empezan-
do por las de raíz comprensiva-interpretativa que han jalonado muchos de los
debates en la sociología y la antropología, por ejemplo). Y eso es lo que hemos
intentado reseñar en este trabajo.

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