Armelino Cunial ConsensoOrtodoxo
Armelino Cunial ConsensoOrtodoxo
Armelino Cunial ConsensoOrtodoxo
Nuevas reflexiones
sobre filosofía y métodos
de las ciencias sociales
Introducción
Desde sus orígenes, a fines del siglo xix, la ciencia política estudia las insti-
tuciones de gobierno y la forma en que se produce y distribuye el poder en
una sociedad, y lo hace de manera comparada. Estudiosos de la política como
Woodrow Wilson, quien fuera presidente de la American Political Science
Association y más tarde de los Estados Unidos, Theodore D. Woolsey, James
Bryce, Herman Finer y Samuel Finer, entre otros, fueron pioneros de un tipo
de reflexión sobre la política que ligaba un objeto de estudio (las instituciones
de gobierno) a una metodología específica (la comparación entre los Estados
Unidos y Europa) para hallar claves explicativas y normativas acerca del buen
*
Agradecemos los comentarios y sugerencias de Carlos H. Acuña, Ernesto Calvo, Sebastián
Etchemendy y Germán J. Pérez que contribuyeron a mejorar este texto. Una versión preliminar
fue publicada en Ciencia Política, vol. 16, nº 32, jul-dic 2021 (pp. 192-222).
21
Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?
gobierno (Peters, 2003: 16-18). Con esta impronta se funda una disciplina que
busca independizarse de la filosofía, el derecho y la historia para abordar los
problemas y desafíos del gobierno y del Estado desde una perspectiva propia. Sin
embargo, el fuerte impacto en las ciencias sociales de la revolución conductista
durante la década de 1950 alteró este vínculo, que se reanudaría recién en la
década de 1980, lo que renovó el estudio comparado de las instituciones. En
ese interregno de casi treinta años, el análisis comparativo1 se afianza como
perspectiva metodológica protagónica en la ciencia política, que se distancia
de la reflexión especulativa y fortalece la investigación empírica sistemática.
Desde entonces, influye decisivamente en los términos y condiciones del debate
metodológico de la disciplina para definir las estrategias más rendidoras en la
formulación y justificación de hipótesis. La reconfiguración del vínculo entre
instituciones políticas y política comparada, a partir de las últimas décadas del
siglo xx, ha establecido así una suerte de consenso ortodoxo en la ciencia política
que, como se desarrollará en este trabajo, supone un modelo de ciencia empírica
hipotético-deductiva y una estrategia metodológica comparativa aplicada a este
objeto de estudio específico para la explicación politológica.
Conviene señalar que el estudio de las instituciones políticas puede exami-
narse desde otras perspectivas metodológicas, así como el análisis comparativo
puede aplicarse a otros objetos de indagación politológica. En efecto, no todo
análisis político tiene su foco en las instituciones. Existen enfoques que sin des-
estimar el potencial explicativo de las instituciones lo relativizan para destacar
su relación con otras variables. Para estos enfoques, las instituciones pueden
ser tanto variables dependientes como independientes o, incluso, variables
intervinientes que median la relación con otros factores. Aunque obvio, este
señalamiento quiere subrayar, sin embargo, que el vínculo entre ambas temáticas
no es necesario; en todo caso, si su tácita asimilación por la academia polito-
lógica contemporánea lo ha ponderado como necesario es porque allí se cifra
el calibre del mentado consenso ortodoxo. Esto implica que otras perspectivas
queden en la periferia de las discusiones politológicas, con las consecuencias
1
Optamos por utilizar “análisis comparativo” en lugar de “método comparado”, ya que el pri-
mero engloba el estudio comparativo de la política a partir de métodos cuantitativos (es decir, de
muchos casos) y cualitativos (esto es, de pocos casos). Reservamos, entonces, el término “método
comparado” para aquellos enfoques que parten del estudio de pocos casos para explicar un deter-
minado fenómeno político, contrastar hipótesis y elaborar conceptos. Sobre estas disquisiciones
metodológicas, la bibliografía es vasta; pueden consultarse, entre otros, los trabajos de Brady y
Collier (2004), Della Porta y Keating (2013), King, Keohane y Verba (1994).
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Es lo que se desprende, por ejemplo, del manual de política comparada editado por Landman
(2011).
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Una muestra de ese debate está en Pierson y Skocpol (2008).
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Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?
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Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?
ni método (Peters, 2001 y 2003; Rhodes, 1997 y 2006). Por ejemplo, la des-
cripción sobre las instituciones era inductiva y la justificación de sus hipótesis
se apoyaba sobre un ejercicio hiperfactualista de observación reiterada, propias
del empirismo-lógico. Asimismo, el análisis sobre las estructuras formales de
la administración pública y del derecho público estaba guiado por una com-
paración entre países.4 Con estas herramientas, habían examinado el modo en
que las reglas, los procedimientos y las estructuras formales condicionaban el
comportamiento político, al tomar a las instituciones como variable indepen-
diente o explicativa.5
Esta crítica al estudio de la política no escapaba al debate más general sobre
la rigurosidad de las ciencias sociales y humanas que se había instalado en los
Estados Unidos desde el tiempo de entreguerras. Había alcanzado ahora a la
ciencia política el impulso positivista que había atravesado ya a la sociología y, a
través de ella, al conjunto de las ciencias sociales, por concebir genuinas teorías
científicas como las que elaboraban las ciencias naturales. La influencia domi-
nante allí del Círculo de Viena en la definición de los criterios que delinean un
método científico –esto es, los criterios que permiten distinguir entre enunciados
científicos y no científicos y la aceptabilidad o la falsedad de tales enunciados
(Schuster, 2002: 34)– perfiló una perspectiva naturalista de la ciencia que gravitó
con particular énfasis en las universidades estadounidenses, tras el exilio de un
contingente de científicos acechados en Europa por las guerras y el totalitaris-
mo.6 Asimismo, discípulos dilectos del estructural-funcionalismo parsoniano
como Robert Merton, Neill Smelser, e incluso críticos de este enfoque como
George Hommans, se habían esforzado por ajustar la teoría social afín al canon
naturalista de la teoría empírica, convencidos a la vez de que las ciencias sociales
4
El énfasis de Rhodes (2006) por las varias vertientes que posibilitaron el estudio institucional –de
allí su insistencia en el plural de los viejos institucionalismos en lugar del singular que habitualmente
utilizamos para describir este momento– procura explicitar que la reducción del viejo institu-
cionalismo al análisis formal-legal remite solo a la experiencia de la academia estadounidense.
5
Rhodes (1997: 57) lo ilustra con el clásico trabajo de Maurice Duverger, Los partidos políticos,
que explicaba la fragmentación de los partidos políticos y el debilitamiento de la democracia
representativa por el impacto de las reglas electorales que alientan la proporcionalidad.
6
Federico Schuster (2002: 33-34) señala que ha habido tres corrientes principales en la filosofía
de la ciencia durante el siglo xx: la anglosajona, la francesa y la alemana. De ellas, la anglosajona
concitó la mayor atención, pues abarcó los tres grandes momentos de los debates epistemológicos:
el empirismo lógico, el racionalismo crítico y el posempirismo. Los Círculos de Viena y Berlín, y
la Escuela de Oxford formaron parte del primero de esos momentos de discusión internacional.
Entre los varios nombres prominentes de este primer momento no pueden dejar de mencionarse
a Otto Neurath, Kurt Gödel, Rudolp Carnap, Carl Hempel, Ernest Nagel.
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Según David Sanders (1997: 70), es probable que la mayoría de los conductistas aceptara que:
a) una teoría empírica es un conjunto de enunciados abstractos interconectados, compuestos por
presupuestos, definiciones e hipótesis constatables empíricamente, para explicar los fenómenos
sociales y políticos; y que b) una explicación consiste en demostrar la causalidad de los fenómenos,
especificando las condiciones necesarias y suficientes para que se produzcan.
8
Según George Hommans: “[E]n lugar de tratar de analizar la conciencia y los estados mentales,
los investigadores podrían hacer mayores progresos en psicología atendiendo a las acciones de
hombres y mujeres y a los estados observables de los individuos y su entorno que es posible
relacionar legalmente con tales acciones” (1990: 81).
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de método que aquella revolución planteaba como por los desafíos sociales y
políticos que enfrentaron las ciencias empíricas para comprender e intervenir
en el mundo de la posguerra. El surgimiento de nuevos Estados en el mundo
no occidental, el proceso de descolonización y la consolidación de la Unión
Soviética como amenaza para las democracias occidentales volvían obsoleta a
la política comparada que hasta entonces se circunscribía a las instituciones de
gobierno de los Estados Unidos y Europa noroccidental.
En el incierto escenario político e institucional de la Guerra Fría, la ciencia
política estadounidense halló en la política comparada el instrumento apropiado
para medir la distancia entre el mundo occidental que lideraban los Estados
Unidos y las periferias occidentales que podía arrebatarle el comunismo, con
el fin de preservarlas en el polo de la democracia liberal y el capitalismo. Esta
exigencia de estricto equilibrio y dominio de poder en el sistema político in-
ternacional tuvo su correlato científico puesto que se sofisticaron los criterios
para encarar este renovado impulso comparativo y la disciplina, con la política
comparada al frente, afirmó su rango científico. En 1966, Gabriel Almond
y George Bingham Powell exponían claramente en la introducción del libro
Política comparada –uno de los estudios pioneros de esta nueva camada de com-
parativistas– los desafíos temáticos y metodológicos afrontados para adaptarse
al nuevo escenario. Entre ellos: 1) escapar al “parroquialismo” y etnocentrismo
dominado por los americanistas y europeístas para abrir el espacio a especialistas
en otras regiones; 2) abandonar el formalismo por la “búsqueda de realismo” e
identificar la dinámica de la política en el análisis de las clases sociales, las elites
políticas, el cambio social y económico, la cultura o el ámbito internacional a
través de la observación sobre la conducta de los actores políticos;12 3) mejorar
la precisión de los instrumentos de producción y análisis de datos mediante
estudios cuantitativos, sostenidos en la estadística, y estudios cualitativos, impul-
sados por los hallazgos de la psicología y la antropología experimental acerca del
comportamiento de individuos y grupos; 4) asimilar la renovación conceptual
proveniente de la sociología, la psicología y la antropología, para el análisis de
los partidos y grupos de presión, de los medios masivos de comunicación o
de las prácticas sociales familiares y domésticas, que habían alterado el estudio
12
Al respecto, los autores afirmaban: “La consigna bajo la cual se ampara esta tendencia realista-
empírica es el ‘enfoque conductual’. Esto quiere decir, simplemente, que se trata del estudio de
la conducta real de los depositarios de los roles políticos más que del contenido de las normas
sociales o los modelos ideológicos” (Almond y Powell, 1972 [1966]: 16).
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Por nombrar solo algunos de los estudios de la vasta literatura sobre desarrollo político y de-
sarrollo económico, están: Lipset (1959), Huntington (1968), O’Donnell (1972), Przeworski y
Limongi (1997), Przeworski et al. (2000), y Boix y Stokes (2003).
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servían al gobierno de los Estados Unidos para retener a los países del llamado
“tercer mundo” dentro de las coordenadas de la democracia y la economía de
mercado. Esto fue claro en una de sus aproximaciones: la de las teorías de la
modernización.14 Con el horizonte en el desarrollo político de los países que
tenían instituciones y prácticas culturales muy diferentes a las de los desarro-
llados, estas teorías ponían el foco en los problemas del cambio social y sus
consecuencias para conquistar la democracia.15 Señaló al respecto David Apter:
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ciegos del populismo latinoamericano de entonces. Agradecemos a Germán J. Pérez por habernos
recordado este punto. Ver, asimismo, Pérez (2017).
17
La comparación con un alto nivel de abstracción busca abarcar a muchos países (más de cin-
cuenta); la de un nivel medio de abstracción se circunscribe a pocos países (menos de veinte), y
la de nivel bajo se concentra en un solo país (Landman, 2011: 51).
18
El trabajo encabezado por Adam Przeworski (2000) analiza en 150 países el vínculo entre
democracia y desarrollo, entre 1950-1990.
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Otra estrategia comparativa surgida también por esos años cuestionó sobre
todo la indeterminación contextual de los fenómenos que se explicaban por
un tipo de comportamiento, de función, e incluso de estructura. A esta otra
estrategia se la conoce como “método comparado”, el que parte de estudios
cualitativos de pocos casos y examina aquellos factores o atributos de los casos
elegidos que permiten hallar similitudes y diferencias de determinado proceso.
El uso comparado de la historia se constituyó en un factor causalmente eficiente,
antes que como mera evidencia empírica, de la explicación entre los cultores de
esta estrategia. Durante la década de 1960, Barrington Moore abrió el camino en
este tipo de enfoque de historia comparada aplicado a pocos casos con su estudio
sobre la transformación de las instituciones económicas y políticas en distintos
países durante el siglo xx, con su libro Los orígenes sociales de la dictadura y la
democracia (1966). Su influencia fue categórica para justificar, por ejemplo, la
selección de determinados países que evidencian un proceso de cambio, el alcan-
ce de la perspectiva comparativa escogida y las posibles generalizaciones a otros
casos y procesos.19 Skocpol y Somers (1980: 196) señalaron oportunamente
que este método busca: a) el análisis macrocausal, en el que casos históricos se
comparan con el fin de sacar conclusiones causales sobre estructuras y procesos
de macronivel; b) la demostración paralela de teorías, mediante la aplicación
de viejas teorías a casos nuevos, y c) el contraste de contextos, que trata de
encontrar el rasgo único de cada caso particular incluido en la investigación.
Otras investigaciones no menos influyentes fueron Los Estados y las revoluciones
sociales (1979), de Theda Skocpol, Bringing the State Back In (1985), de la misma
autora junto con Peter Evans y Dietrich Rueschemeyer, y Shaping the Political
Arena (1991), de Ruth B. Collier y David Collier, para comparar procesos
macrosociológicos de cambio, como las revoluciones y las transformaciones en
la economía, la política y la sociedad. Es sobre esta línea de investigación que
aflorará la crítica sobre la política comparada más funcionalista y cuantitativa,
y por detrás de ella reaparecerá lenta pero sostenidamente en la agenda de fines
de la década de 1970 y principios de la de 1980 el papel del Estado.
19
En el prólogo de su trabajo, Moore señalaba: “En el esfuerzo por entender la historia de un
país específico, una perspectiva comparativa puede llevar al planteamiento de cuestiones muy
útiles y, a veces, nuevas. Hay aún más ventajas. Las comparaciones pueden servir para rechazar
de plano explicaciones históricas aceptadas. Y una aproximación comparativa puede llevar
a nuevas generalizaciones históricas. En la práctica, todas esas características constituyen un
proceso intelectual único y hacen que un tal estudio sea más que una colección heterogénea de
casos interesantes” (1973: 7).
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América Latina o África, que llevaron a Almond a referirse a este escenario –en
una revisión ya famosa de la disciplina– como aquel de las “mesas separadas”
por la ideología y el método.
Así, la política comparada avanza hacia el cambio de siglo dividida entre
quienes aún en un universo de análisis circunscrito a una región o al estatus
de los países seleccionados (democracia, desarrollo, crecimiento económico,
integración social o cultural, etcétera) persisten en la búsqueda de conclusiones
generalizables o en la aplicación de modelos deductivos que posibiliten derivar
conclusiones generalizables, y quienes defienden la comparación limitada a
una n pequeña por las ventajas que ofrece la comprensión intensiva sobre unos
pocos casos.20 Mientras que en el primer grupo se estiliza el uso de las técnicas
cuantitativas, en el segundo se renueva el ímpetu de las técnicas cualitativas,
cuyos resultados derivados de unas bases de datos para pocos casos muestran
mayor temple que aquellos referidos a estudios extensivos con n grandes.
En este contexto de discusión metodológica se inserta como contenido epis-
temológico del análisis político el debate en torno al estudio de las instituciones.
La política comparada relocaliza a la política como variable independiente y
deja de considerarla como resultado dependiente de variables económicas y
sociales; en consecuencia, cambia el énfasis de las preguntas de investigación
que priorizaban la influencia de estas variables en la política para considerar qué
hace la política y se dirigen directamente a averiguar qué hacen las instituciones.
Y allí se perfilaron distintas perspectivas sobre las instituciones políticas
y su desenvolvimiento en la política. Con independencia del desarrollo de
estas formas, que venían moldeándose desde los años setenta, la aparición de
los trabajos de March y Olsen (1984 y 1997) puso en el centro del debate el
tópico sobre las instituciones, la discusión con la perspectiva racionalista, y el
peso de las rutinas y destrezas institucionales en la definición de la política.21
20
En política comparada existen también los estudios de caso. Si bien son minoritarios en la
disciplina, permiten un análisis en profundidad del fenómeno indagado y, en determinadas cir-
cunstancias, son útiles para examinar casos desviados, confirmar teorías, o bien falsarlas (Lijphart,
1971). La investigación de O’Donnell sobre el autoritarismo en la Argentina es un claro ejemplo
de este tipo de estudios: a partir del examen de un caso se elaboran conceptos (como el de Estado
burocrático-autoritario) que luego son aplicables a otros países.
21
En 1984, la American Political Science Review publicó el artículo de J. March y J. Olsen “The
New Institucionalism: Organizational Factors in Political Life”, que resituó a las instituciones
en el centro del debate politológico y originó una querella epistemológica muy fructífera sobre
el modo de concebir y estudiar las instituciones políticas. El impacto de sus hipótesis llevó a los
autores a ampliar y fortalecer sus argumentos, publicados en 1989 en el libro El redescubrimiento
de las instituciones. La base organizativa de la política (1997). Como puntualizó R. Vergara en
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generalizado, como las transformaciones del Estado en una región o país con
características específicas tras una revolución, o la aparición de los Estados de
bienestar en la posguerra, o las formas del autoritarismo contemporáneo, o los
procesos de reformas de mercado, entre otros. Las investigaciones llevadas a
cabo sobre estos temas han seguido dos estrategias metodológicas. Están, por un
lado, las que han buscado comprender esos fenómenos a través de la selección
de casos que confirmaban un proceso, como los clásicos trabajos de Skocpol
y O’Donnell; y están por otro lado las investigaciones que han seleccionado
casos de estudio que mostraban resultados diferentes en un mismo proceso,
como ha mostrado la literatura especializada en las reformas de mercado. Res-
pecto de los argumentos temporales, el segundo atributo, el institucionalismo
histórico acuñó la categoría path dependency, como factor clave de la causalidad
de los fenómenos políticos sustantivos. Este término refiere a la “trayectoria
dependiente” generada por las instituciones en un tiempo y momento espe-
cíficos, a partir de la retroalimentación de una dinámica de prácticas, reglas e
interacciones, que autores como Pierson (2000) y Mahoney (2000) denominan
“retroalimentación positiva” de un sistema político. Dicha dinámica estructura la
habituación a marcos institucionales establecidos y, eventualmente, condiciona
el cambio institucional. Bajo este esquema, las instituciones se reproducen en
el tiempo con cambios marginales (North, 1993), salvo que sucedan cambios
abruptos que modifiquen la distribución de recursos y poder en una sociedad.
Frente a este tipo de “coyunturas críticas”, como los procesos de incorporación
política de las clases trabajadoras en América Latina (Collier y Collier, 1991) o
de liberalización económica en Iberoamérica (Etchemendy, 2015), los cambios
producidos metabolizan legados e innovaciones institucionales a las que se re-
curre en el futuro al retroalimentar un patrón particular de comportamiento.
El path dependency, según Pierson y Skocpol (2008: 13), permite comprender
la “poderosa inercia” de los procesos políticos respecto de las relaciones de po-
der entre diferentes grupos sociales y el mantenimiento de sus desigualdades,
enraizados en organizaciones, instituciones y modalidades de comprensión
política, y que señalan las limitaciones de las explicaciones funcionalistas para
resultados sociales y políticos importantes. Por último, la atención puesta en
contextos y configuraciones remite a los procesos sociales de gran escala y de
lento devenir, cuya maduración se prolonga en el tiempo y, en el marco de
esos procesos macroscópicos, los investigadores de esta corriente averiguan
por las precondiciones estructurales que inciden en determinados resultados
particulares más que en la temporización específica de esos resultados (Pierson
y Skocpol, 2008: 16).
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La obra de Evans et al. (1985) es una referencia ineludible en ese sentido.
25
Ver Schmitter y Lehmbruch (1992), Zysman (1983), Goldthorpe (1991) y Hall (1993).
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Una oportuna compilación a cargo de Sebastián Saiegh y Mariano Tommasi (1998) presentó
un conjunto de artículos de varios de estos autores, insertos en la llamada “nueva economía
política” o “nueva economía institucional”, que reproducen partes de trabajos ya concluidos o
profundizaciones de sus principales hipótesis.
27
Señalaba a mediados de esa década Gerardo Munck (1998: 661) que el intenso debate teórico
suscitado alrededor de dichas transiciones se cifraba en el hecho de haber generado más literatura
que cualquier otra área de estudios de política comparada.
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Al respecto, es un buen ejemplo el conjunto de artículos incluidos en su volumen Contrapuntos
(1997).
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Vale señalar al respecto que la agenda de investigación sobre estos temas abarca a otras regiones
que atravesaron estos procesos, pero su reseña escapa a las posibilidades de este texto.
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Por lo menos esta condición se constataba en los casos elegidos por Geddes: Brasil, Chile,
Colombia, Venezuela y Uruguay.
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entre los partidos es baja–, los líderes tienen menos chances de poder dar
a conocer sus intenciones de reformas económicas. En cambio, en aquellos
países en los que el margen de victoria del partido gobernante es mayor, los
líderes pueden dar a conocer sus preferencias en materia de reformas. Final-
mente, la autora agrega que la posibilidad de ser reelecto altera las chances
de reformas, dado que líderes políticos con capacidad de renovar su mandato
no quieren implementar medidas que les sean costosas en términos políticos.
Un caso híbrido
La investigación de María Victoria Murillo (2008) presenta un enfoque híbri-
do en el que aparecen, por un lado, los legados históricos de las instituciones
económicas y laborales como pilares determinantes de los resultados de los
procesos de reforma y, por el otro, los escenarios posibles de su ejecución que
están diseñados a partir de las opciones de los gobiernos reformadores y los
actores afectados (sindicatos y trabajadores). Analiza tres casos de gobiernos de
partidos de base popular y de sólidos vínculos con los sindicatos que llevaron
a cabo dichas reformas: la Argentina, México y Venezuela. Pese a que en los
tres casos los sindicatos eran afectados de modo similar, porque las reformas
promovían con la liberalización económica la flexibilidad de las relaciones
laborales entre los trabajadores y entre los sindicatos, las reacciones de estos
actores fue diferente en estos países debido a tres variables fundamentales: la
lealtad partidaria, la competencia por el liderazgo sindical entre dirigentes
aliados con distintos partidos políticos y la competencia por los afiliados
entre distintos sindicatos.
Según la autora, la lealtad partidaria facilitó la colaboración entre sin-
dicatos y partidos gobernantes al promover la paz social, a menos que los
dirigentes sindicales pudieran ser reemplazados por competidores que recha-
zaran las reformas de mercado. En ese caso, la competencia por el liderazgo
estimulaba la militancia sindical, pero la disputa por los afiliados, por otra
parte, dificultaba la coordinación entre sindicatos y los debilitaba, con lo que
se reducía su capacidad para obtener concesiones. Aun cuando el despliegue
comprensivo y explicativo de estas variables escapa al paraguas institucionalista
histórico y pivotea con el de la elección racional, en términos de cómo se
estructuran los nuevos escenarios institucionales tras las reformas, la autora
se ampara en él para mostrar el conjunto de opciones de las que disponían
los sindicatos frente a las reformas. En particular, para aquellos sindicatos
ligados a los mismos partidos que, en tiempos de la isi, habían fundado las
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Conclusiones
Este capítulo se propuso observar la reconfiguración del vínculo entre institu-
ciones políticas y política comparada en la ciencia política durante las últimas
décadas del siglo xx. A partir de la revolución conductista y del predominio
que alcanzó dentro de ella el enfoque de la elección racional en las décadas de
1950 y 1960, la ciencia política definió una suerte de consenso ortodoxo en
torno a ese objeto y ese método. Como hemos reconstruido aquí, la historia
de este vínculo tiene tres momentos: en el primero, el estudio de las institu-
ciones funda la disciplina y utiliza la comparación de manera ilustrativa; en
el segundo, las instituciones son desplazadas por la noción de sistema político
y la comparación entre sistemas políticos cobra un impulso de aspiraciones
universalistas y alcance general; en el tercero, las instituciones reaparecen como
variable explicativa de la política y la comparación se restringe a una región o
a determinadas dimensiones.
En la introducción de este trabajo citamos a Bernstein (1982), quien re-
cordaba el énfasis empirista de la academia sociológica y politológica estadou-
nidense tras independizarse de la filosofía y la reflexión especulativa. Dentro
de la disciplina politológica, cuya consolidación científica es posterior a la de
la sociología, el esfuerzo por alcanzar un estatus científico fue de la mano de la
sofisticación de sus herramientas conceptuales y metodológicas, y de su utiliza-
ción extendida para lograr, de manera paulatina, una acumulación de resultados
de investigación y poder referirse a ellos en los términos de un conocimiento
científico. Entonces, contra el telón de fondo del escenario posempirista que
caracteriza la implosión del consenso ortodoxo en la ciencia empírica, la ciencia
política procura el camino inverso, esto es, asume el desafío de convertirse en
disciplina científica –y lo logra– en el marco ortodoxo trazado por la revolución
conductista-racionalista.
En este trabajo hemos buscado mostrar este proceso al tomar en cuenta la
ligazón teórica y metodológica entre instituciones políticas y el análisis compa-
rativo que perfilaron los enfoques del institucionalismo histórico y de la elección
racional tras la revolución conductista de mediados de siglo xx, al confeccionar
agendas de investigación sobre los procesos de cambio institucional ocurridos
en diferentes regiones hacia fines del siglo xx. Así, la comparación sistemática
de países, regiones o incluso unidades subnacionales, se convirtió, primero,
en un horizonte teórico-metodológico a alcanzar y, luego, una vez logrado, en
un ejercicio sostenido entre los politólogos para consolidarlo. Aquí lo hemos
ilustrado centrándonos en los procesos de reforma de mercado experimentados
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Capítulo 1. ¿Existe un consenso ortodoxo en la ciencia política?
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