SILVESTRONI Mariano - Cap. XII. Principio de Culpabilidad PDF

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XII.

Principio de culpabilidad

No hay delito si no se puede reprochar constitucionalmente


la conducta ilícita. No hay reproche si el autor no pudo decidir
libremente motivarse en la norma y actuar de otro modo.

1. Introducción
El principio de culpabilidad es la característica distintiva de un orden
jurídico que considera al hombre como un ser libre y responsable, capaz
de motivarse en las prescripciones jurídicas, y susceptible de ser alcanza-
do por la coerción punitiva sólo en la medida de su responsabilidad y nun-
ca en función del azar o de la razón de Estado.
La consecuencia principal de este principio es que nadie puede ser
penado sin que haya podido motivarse en la norma, para decidir libre-
mente entre cumplirla o quebrantarla, lo que, como recaudo mínimo, pre-
supone la existencia de una conexión subjetiva entre el autor y el hecho
(no es admisible la responsabilidad objetiva), y su libertad de actuar al
momento de la comisión (no se puede castigar al que no tuvo libertad pa-
ra motivarse en la norma, sea porque no pudo conocerla –por inmadurez,
enfermedad u error–, sea porque, conociéndola, se vio compelido a no res-
petarla). En otra palabras, es necesario que el autor haya tenido libertad
para actuar de un modo diferente al que lo hizo.
En general se distingue a la culpabilidad como principio constitucio-
nal, de la culpabilidad como estrato sistemático del delito. Personalmente,
creo que ambas son una misma cosa: el principio constitucional coincide
con su sentido como estrato del delito. Éste existe como expresión de aquél
pero son lo mismo: el reproche por la falta de motivación en la norma.
Esto no significa que la culpabilidad como escalón sistemático conten-
ga todas las exigencias subjetivas que se derivan del principio constitucio-
nal. La subjetividad respecto del hecho es un presupuesto de la culpabili-
dad pero no forma parte de ella. Dicho de otro modo, como en el tercer
peldaño sistemático se debe llevar a cabo el juicio de reproche, es necesa-
rio que el ilícito se configure también subjetivamente porque sino deven-
dría irreprochable. Por esa razón, la existencia de dolo o culpa respecto de
la realización del suceso objetivamente descripto en los tipo penales, es
una de las consecuencias más relevantes de este principio constitucional.
Si el suceso no fue cometido dolosa o, al menos, culposamente, no consti-
tuye un ilícito apto para ser sometido a la valoración propia del estrato de
la culpabilidad, porque la irreprochabilidad es manifiesta de antemano.
A continuación estudiaremos la configuración precisa del concepto y
su derivación constitucional. Posteriormente (infra XX) se analizará el

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principio en su manifestación sistemática, y se hará referencia a su evolu-
ción y a la crítica de las modernas posiciones.

2. Concepto, contenido y fuente del principio de culpabilidad


Hay culpabilidad cuando al autor le era exigible motivarse en la norma,
y evitado la comisión del ilícito penal. Hay culpabilidad, entonces, cuando
puede formularse un juicio de reproche jurídico-penal (sobre la base de los
principios que irradian de la Constitución) por no haberse motivado en el
mandato normativo.
La doctrina y jurisprudencia de los derechos penales emparentados
con el sistema continental europeo, consideran que el principio de culpa-
bilidad está consagrado en los textos constitucionales. Se sostiene que se
deriva de la dignidad de la persona humana reconocida constitucional-
mente, o que se trata de uno de los tantos derechos implícitos o innomi-
nados1.
En relación a la Constitución española, BACIGALUPO2 considera que
este principio se deriva de: a) la consagración del estado de derecho (art.
1.1, CE): b) la dignidad de la persona humana y del libre desarrollo de su
personalidad (art. 10.1); c) el principio de legalidad (arts. 25.1 y 9.3, CE)
al que considera una garantía que rige también al momento de la decisión
del hecho; d) la protección a la libertad y seguridad (art. 17, CE), porque
“nadie es libre ni goza de seguridad si el Estado puede aplicarle penas por
hechos u omisiones inevitables, es decir que no sean consecuencia de su
acción voluntaria evitable”3; y e) la exigencia de proporcionalidad entre la
pena y el hecho que se deriva de la prohibición de penas inhumanas y de-
gradantes (art. 15, CE).
Creo que en varios textos constitucionales existen disposiciones ine-
quívocamente indicativas de la vigencia de este principio. Se trata de pau-

1 Hacen referencia expresa a la dignidad humana como derecho fundamental (de un


modo útil para elaborar una deducción de este tipo) los textos constitucionales de España
(art. 10.1, que establece: “La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inhe-
rentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás
son fundamento del orden político y de la paz social”), El Salvador (art. 10), Costa Rica (art.
33), Venezuela (art. 3), Perú (arts. 1 y 3), entre otros. Por su parte, el art. 33 de la Constitu-
ción argentina dispone: “Las declaraciones, derechos y garantías que enumera la Constitu-
ción, no serán entendidos como negación de otros derechos y garantías no enumerados; pero
que nacen del principio de la soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobierno”.
Otros textos establecen disposiciones similares como, por ejemplo, las constituciones de Uru-
guay (art. 72), Venezuela (art. 22), Perú (art. 3), Colombia (art. 94), entre otras. En otros ca-
sos, la referencia a la tutela de los derechos inherentes a la persona humana o a la condición
humana o simplemente la referencia a los derechos consagrados en pactos internacionales,
tienen el mismo sentido normativo.
2 BACIGALUPO, Principios constitucionales de derecho penal, cit., ps. 148-151.
3 BACIGALUPO, Principios constitucionales de derecho penal, cit., p. 148.

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tas y criterios que son una derivación necesaria de la culpabilidad y que,
por ello, denotan su consagración como derecho fundamental.
En primer lugar, corresponde destacar la importancia del principio de
legalidad. Éste tiene su razón de ser en la culpabilidad; ¿por qué debe ser
previa la ley penal?: porque sólo así los individuos pueden motivarse en
ella. Si la ley es posterior: ¿qué reproche jurídico se podría formular sobre
el sujeto que no pudo motivarse en la norma que no existía y que no pu-
do ser conocida?
De las diferentes fórmulas con las que se consagra la regla de la lega-
lidad, me interesa destacar una de ellas que denota cabalmente la consa-
gración del principio de culpabilidad penal. Me refiero a la utilizada por
la Constitución argentina en la segunda parte del art. 19:

“Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda


la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe”.

Esta norma –que como ya se ha visto previamente está consagrada en


términos similares en los textos de El Salvador (art. 8), Uruguay (art. 10),
Honduras (art. 70), Perú (art. 2, 2ª parte, 1º ítem), Nicaragua (art. 32) y
Paraguay (art. 98, 2º párr.), entre otras– es la clave del principio de culpa-
bilidad.
Esta regla establece algo más que la mera prohibición de penar sin
ley previa que caracteriza a la legalidad (que, en definitiva, es una prohi-
bición dirigida al gobernante para evitar que, conociendo lo que otro hi-
zo, lo castigue con una ley posterior). Aquí estamos en presencia de una
garantía diferente.
La fórmula citada hace referencia a la norma como motivadora de
conductas, ya que no otra cosa puede inferirse de la referencia al “manda-
to” y a la “prohibición” emergentes de la ley. La ley “manda” o “prohíbe” y
esto es algo más que simplemente sancionar. Es una forma de comunica-
ción con los destinatarios de la norma: mediante la ley el orden jurídico se
dirige a los ciudadanos para transimitirles el contenido de las prohibicio-
nes y de las normas imperativas que, excepcionalmente, les compelen a
realizar ciertas conductas.
En contra del sentido motivador de las normas se ha dicho: “Ni la ley
penal presupone la existencia de una norma metajurídica inmediatamen-
te antepuesta al tipo legal, ni ella tiene por función motivar la voluntad del
hombre al cumplimiento del derecho; el derecho público no es un orden
equivalente en la tierra a un sistema moral natural, porque las malas in-
tenciones del autor, porque la moral, la buena y la mala, es vital para la
autonomía de la persona y para la configuración de un concepto de justi-
cia formal. Nada puede esperarse de la ley penal más que el castigo racio-
nal, aunque la buena intención o tal vez la mala conciencia del dogmáti-
co quiera ver al derecho como la fuente de toda obediencia. No hay norma
penal, ni castigo que pueda pretender ubicarse en el campo social como
un programa estimulante de las buenas acciones, y que quiera influir en

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la conformación y preservación de la convivencia humana. No hay en la
historia sociedad que haya perdurado, ni ciudadanía que aceptara obe-
dientemente la autoridad a base de puro castigo”4.
No veo que de la asignación de efecto motivador a las normas pena-
les pueda inferirse que la ley es la única fuente de toda obediencia. El de-
recho (el penal también) puede servir como motivador de conductas aun-
que su sentido existencial no sea ese. Es cierto que en la ética (social,
religiosa, individual) hallamos las verdaderas pautas que regulan la con-
vivencia humana y que sin ellas el respeto de la ley puede reducirse a la
nada. Pero eso no autoriza a privar al legislador de hacer un último inten-
to por motivar conductas, justo allí donde la ética ha fracasado y donde se
está a punto de causar un daño grave a un tercero. Si no lo dejamos, si no
permitimos que anuncie el castigo asociado a la conducta prohibida, no
podremos reprochar al autor el haberla llevado a cabo, porque éste podrá
decir “a mí no me avisaron”, “ustedes no hicieron nada para motivarme a
desistir”. Porque el castigo no puede ser racional si no tiene una explica-
ción a su vez racional; y no es racional atender tan sólo al daño para aso-
ciarle una pena, sin que nos importe tratar de evitar la lesión mediante el
intento de motivar conductas fieles al derecho o, visto de otro modo, de
desmotivar las conductas que afectan de determinada forma los derechos
de los demás. Más que motivación en la ley, lo que podemos pretender es
la desmotivación de ciertas conductas lesivas de bienes jurídicos, y no po-
demos ver en ello ninguna etización del derecho. En la medida, claro es-
tá (y en ello coincido con el planteo general del autor citado), de que la
mera falta de motivación (disvalor de acción) no absorba todo el conteni-
do del injusto (sobre ello ver infra XVIII. 1).
El sentido motivador (o desmotivador) de las leyes presupone que el
sujeto al que se encuentran dirigidas sea capaz de motivarse en el manda-
to normativo. La comunicación con los ciudadanos presupone que éstos
entiendan lo que se les comunica; de lo contrario no puede existir. Y tam-
bién requiere que tengan libertad para motivarse, esto es, que no se vean
compelidos a quebrantar el mandato legal. En definitiva, la regla presupo-
ne la habilidad de los destinatarios de las normas para motivarse en ellas,
o sea, para conocerlas, entender su significado y poder decidir libremente
(sin condicionantes externos decisivos) entre respetarlas o contradecirlas.
De este presupuesto debemos deducir que la ausencia de esa habili-
dad, o sea, de la posibilidad para motivarse en la norma, imposibilita la
aplicación de una sanción. Ése es el trasfondo de la regla, es su razón de
ser, ya que de lo contrario bastaría con la mera consagración de la legali-

4 ALAGIA, Alejandro, De la crítica a la fe, a la fe en la autoridad: Una crítica a la teoría del


ilícito fundada en el disvalor de la acción, en “Revista Jurídica de la Universidad de Palermo”,
año 2, nº 1 y 2, Buenos Aires, abril de 1997, p. 188.

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dad formal como lo hacen suficientemente otras normas constitucionales.
La mención de la existencia de mandatos normativos, denota la relevan-
cia de sujetos libres y aptos para cumplir esos mandatos, ya que de lo con-
trario la referencia a los primeros no tendría sentido jurídico alguno. De
allí podemos deducir, suficientemente, la relevancia constitucional de la
posibilidad de cumplir los imperativos legales5. Cuando esa posibilidad
no existe (por inmadurez, error o falta de libertad), no puede haber repro-
che constitucional alguno contra el sujeto que violó la ley. Es culpable el
que no se motivó en la ley, pero sólo si pudo actuar de un modo diferente
al que lo hizo. Como luego se verá, una de las principales consecuencias
de este criterio es la relevancia eximente del error de derecho.
Este razonamiento se ve reforzado en las constituciones que consa-
gran el régimen republicano de gobierno porque su esencia es coinciden-
te con la de la culpabilidad. Las leyes deben ser públicas para que las per-
sonas puedan conocerlas y, de este modo, adecuar sus conductas a las
prohibiciones y mandatos emergentes de la norma. El principio republi-
cano es una garantía contra la arbitrariedad del poder y, consecuentemen-
te, en favor de la libertad individual: sólo se puede ser libre si se sabe de
antemano el contenido de la ley, esto es, el límite entre lo permitido y lo
prohibido. Ésa es la esencia de lo que se denomina principio de certeza:
que consiste en la posibilidad de calcular las consecuencias normativas de
las propias conductas; tener certeza es saber a qué atenerse. La exigencia
de culpabilidad es la manifestación de la forma republicana de gobierno
en el ámbito del derecho penal: la aplicación de una sanción penal está
condicionada por la publicidad de la ley, lo que sustancialmente signifi-
ca que está condicionada por la razón de ser de la necesidad de esa pu-
blicidad: la posibilidad de conocimiento y motivación en la norma.
Una cuestión medular en la teoría de la culpabilidad es la determina-
ción de la base sobre la que se formula el juicio de reproche. Si la base es
moral, se cae en una etización del derecho incompatible con el derecho
penal liberal. Si la base es jurídica, cabe preguntarse, entonces, qué senti-
do tiene la culpabilidad como contrapeso al poder punitivo si, en definiti-
va, podría sostenerse que este poder se manifiesta en las mismas normas
penales que consagran el principio limitador. Los funcionalistas deducen
la culpabilidad de la teoría de la pena de la necesidad de imponerla, de los
criterios jurídicos que establecen qué desviaciones son admitidas como
excusa y cuáles son competencia del autor. Consecuentemente, si el repro-
che es jurídico, los funcionalistas dirán que ello termina confirmando su
posición, en la medida en que es el ordenamiento jurídico el que estable-
ce lo que puede ser excusado y lo que no puede serlo.

5 Se trata de “el poder en lugar de ello” al que se refería WELZEL (Derecho penal alemán,
cit., p. 201).

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Como se verá más adelante el juicio de reproche de culpabilidad es
un juicio de naturaleza constitucional que tiene por objeto ponderar (pa-
ra eventualmente hacer prevalecer), las razones que tuvo el autor para co-
meter el injusto en contra de las razones del orden jurídico para reprimir-
lo. La tensión individuo-sistema penal sólo puede ser resuelta de forma
satisfactoria por parte de un sujeto imparcial que no forme parte del po-
der punitivo. Sólo hay un sujeto capaz de revestir (en el mayor grado po-
sible) esa condición: se trata del jurado popular. Si el examen sobre la cul-
pabilidad es constitucional (y así debe ser porque ésta es una garantía de
ese rango), debe ser llevado a cabo necesariamente por el jurado en las
constituciones que establecen ese sistema de juzgamiento, como ocurre
con la Constitución argentina.
Veremos luego las consecuencias de esta propuesta en el debate sobre
la culpabilidad.
La prohibición de la prisión por deudas es otra manifestación del
principio de culpabilidad que denota su rango constitucional. Dicha pro-
hibición está consagrada en los más importantes pactos internacionales
(art. 11, PIDCP; art. 7, CADH) y en muchos de los textos constitucionales,
como por ejemplo los de El Salvador (art. 27), Perú (art. 2, 2ª p., 3º ítem),
México (art. 17, 4º párr.), Ecuador (art. 23, inc. 4), Nicaragua (art. 41), Pa-
raguay (art. 13),; Colombia (art. 28), Suiza (art. 59.3), entre otros.
La pregunta es: ¿por qué no puede haber prisión por deudas? Existen
diversas respuestas.
En primer lugar, porque el no pago de una deuda puede tener su ori-
gen en situaciones de insolvencia que no pueden merecer un juicio de re-
proche. La mala administración del patrimonio que torna imposible el pa-
go de una deuda es una conducta que no puede ser reprochable, en el
sentido en que puede serlo el incumplimiento de un mandato normativo
concreto respecto de la realización o no realización de determinada con-
ducta; la irreprochabilidad jurídica es, en el caso, manifiesta6.
En segundo lugar, porque una vez en la situación de insolvencia, el
pago de la deuda puede tornarse prácticamente imposible. No me refiero
a la imposibilidad vinculada a la posibilidad real física de ejecutar la ac-
ción debida en los tipos omisivos, porque esa posibilidad podría existir
por ejemplo tomando una nueva deuda o vendiendo lo poco que queda pa-
ra el sustento. Me refiero a la imposibilidad vinculada al “poder en lugar
de ello”, que se refiere a situaciones en las que si bien es posible ejecutar
la conducta debida no es posible emitir un juicio de reproche jurídico por
no haberlo hecho.

6 Es por ello que considero inconstitucional el tipo del art. 177, CP argentino, que dis-
pone: “Será reprimido, como quebrado culpable, con prisión de un mes a un año e inhabili-
tación especial de dos a cinco años, el comerciante que hubiere causado su propia quiebra y
perjudicado a sus acreedores, por sus gastos excesivos con relación al capital y al número de
personas de su familia, especulaciones ruinosas, juego, abandono de sus negocios o cualquier
otro acto de negligencia o imprudencia manifiesta”.

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Creo que nuevamente estamos ante una expresión constitucional del
juicio de reproche que denota la jerarquía constitucional de la culpabili-
dad. Veremos luego que ocurre lo mismo con el denominado principio de
intrascendencia de la pena.

3. La seguridad jurídica
El principio de culpabilidad es la manifestación en derecho penal del
principio general de seguridad jurídica, en virtud del cual los ciudadanos
tienen derecho de confiar en el cumplimiento de la ley por parte del Esta-
do y de los demás ciudadanos.
El principio de seguridad jurídica presupone la posibilidad de saber
a qué atenerse y de poder calcular las consecuencias jurídicas de los pro-
pios actos (principio de certeza). La arbitrariedad estatal es incompatible
con él.
La construcción de una teoría del delito coherente, previsible y fácil
de comprender es esencial para la seguridad jurídica. En primer lugar,
porque otorga a los ciudadanos una pauta concreta de aplicación de la ley
penal que permite saber como ésta será aplicada. En segundo lugar, por-
que brinda a los órganos de aplicación, una especie de manual que les da
a ellos mismos seguridad sobre la tarea que están llevando a cabo. Anali-
zaré estos puntos en detalle al abordar la problemática específica de la
teoría del delito.
Para garantizar la seguridad jurídica, no sólo es decisiva la tarea de
sistematización. Es preciso, además, que la ley penal sea verdaderamente
selectiva y excepcional. La inflación penal es incompatible con la posibi-
lidad de certeza porque por su propia naturaleza, derivada de la imper-
fección del lenguaje en el que necesariamente se traducen los tipos pena-
les, se generan innumerables zonas grises que, multiplicadas, dan lugar a
un vasto universo de discrecionalidad. Cuando es mucho lo que se prohí-
be se termina por no saber qué está permitido y qué no lo está.
El art. 19 de la Constitución argentina expresa con claridad el princi-
pio de seguridad jurídica en todos los ámbitos del derecho y presupone un
catálogo sancionador reducido y limitado, por la sencilla razón de que la
regla constitucional es la libertad y no la prohibición. Por ello, el ámbito
de libertad debe ser sustancialmente más amplio que el ámbito de lo
prohibido y, con más razónc si se trata de lo penalmente prohibido.

4. Incidencia del principio de culpabilidad en la teoría del delito


La concepción de la culpabilidad como reproche incide en la configu-
ración de la teoría del delito. Ante todo, porque determina su punto de re-
ferencia: sólo una acción puede ser objeto de un juicio de reproche. Ade-
más, la culpabilidad establece el contenido de los estratos sistemáticos; no
sólo del estrato que lleva su nombre (que es la manifestación dogmática
del principio constitucional) sino, especialmente, determinando el conte-
nido de la tipicidad. El tipo penal no puede individualizar conductas o he-

Presupuestos constitucionales 201


chos que, ya desde el punto de vista abstracto, son irreprochables, porque
sería absurdo que individualice conductas que no se puede válidamente
castigar. El tipo es una figura abstracta que puede atrapar en su descrip-
ción diversas acciones, que luego podrán ser o no justificadas o inculpa-
bles. Pero cuando, desde el vamos, el tipo individualiza conductas irrepro-
chables, contiene en sí mismo un vicio que lo hace contrario al principio
de culpabilidad. Si, por ejemplo, el tipo individualiza la acción de causar
la muerte de otro sin previsibilidad alguna, estaría individualizando una
conducta insusceptible de desmotivar y, por ende, de ser castigada en el
marco de la vigencia del principio de culpabilidad penal.
La solución dogmática frente a una norma como esa debe ser la ati-
picidad por inconstitucionalidad del tipo penal y no la de la inculpabili-
dad. Ello es así porque la individualización de una conducta como prohi-
bida supone la posibilidad legal de castigarla. Matar intencionalmente a
otro es una acción susceptible de ser castigada aun cuando en algunos ca-
sos concurran excepciones (causales de justificación o de inculpabilidad)
que eliminen el delito. En cambio, matar a otro sin previsibilidad sobre el
resultado es una conducta que no puede ser constitucionalmente penada,
por lo que es un contrasentido que pueda configurar un ilícito penal.
La solución de la inculpabilidad en el caso sería engañosa, ya que en
realidad no existiría inculpabilidad por el injusto sino inculpabilidad del
injusto. En el juicio de culpabilidad se debe determinar si al autor se le
puede reprochar haber llevado a cabo un ilícito penal; pero cuando éste es
de por sí intrínsecamente irreprochable no existe posibilidad alguna de
efectuar un juicio válido de reproche.
Otra derivación dogmática del principio de culpabilidad es el princi-
pio de evitabilidad, que rinde sus frutos no sólo como criterio de atribu-
ción del resultado (sólo son atribuibles a la acción de un sujeto los resul-
tados que pudo evitar), sino en toda la estructura de la teoría del delito,
en la medida que sólo en función de la no evitación de lo evitable pueden
imponerse al autor consecuencias jurídicas adversas. Dice ROXIN que “la
aparición de la idea de evitabilidad en todas las categorías de la estructu-
ra del delito nos muestra de qué se trata en realidad: no de un concepto
de acción, sino de un punto de vista de imputación (…) Los requisitos res-
pectivamente distintos de la acción, el injusto y la culpabilidad sólo se dan
en todos los casos si el autor no los ha evitado aunque podía evitarlos. Por
consiguiente, la elaboración del principio de evitabilidad desde los puntos
de vista valorativos de las diversas categorías del delito es una importan-
te misión dogmática”7. Basta citar, por ejemplo, las siguientes manifesta-
ciones dogmáticas de este principio:
a) en los delitos de omisión la posibilidad de evitar el resultado es un
elemento esencial del tipo objetivo (infra XVII. 7. b), ya que las normas
imperativas no pueden ordenar metas de imposible realización;

7 ROXIN, Derecho penal. Parte general, t. I, cit., p. 251.

202 Segunda parte


b) como consecuencia de lo anterior, en los tipos de omisión impro-
pia es necesaria la existencia de un nexo de evitación entre la acción or-
denada y el resultado, cuya concurrencia exige, necesariamente, la aptitud
de la conducta para evitar el resultado;
c) en los tipos culposos no basta la relación causal, sino que se exige,
también, la relación de determinación entre la violación del deber de cui-
dado y el resultado (esa relación falta cuando la acción diligente no habría
evitado su producción –infra XVII. 5. b y 8–);
d) la necesariedad como requisito de la legítima defensa y del estado
de necesidad (infra XIX. 4 y 5) exige que no haya posibilidad de evitar el
resultado de un modo menos gravoso; consecuentemente la evitabilidad
del resultado por un medio menos lesivo es condición de la afirmación de
la antijuridicidad;
e) el aporte causal del cómplice sólo es típico en la medida en que ha-
ya podido evitar la incidencia objetiva de su contribución; así, por ejem-
plo, el abogado que sabe que su dictamen –jurídicamente correcto– será
utilizado para la comisión de una defraudación no es partícipe de ésta
porque, sin quebrantar su rol, no tiene modo de evitar producir un apor-
te objetivo al delito (esto podría ser analizado como un problema de pro-
hibición de regreso –infra XVII. 3. b. b– en el marco de la teoría de la im-
putación objetiva, o como una cuestión atinente al ámbito de prohibición
de la norma –infra XVII. 2. b–);
f) los tres sub-estratos de la culpabilidad como escalón sistemático
concurren sólo a partir de la evitabilidad, que falta en el caso del inim-
putable, del que actúa en error de prohibición o de quien obra ampara-
do en una causal de inexigibilidad (infra XX). Éstas son algunas de las
manifestaciones concretas de la posibilidad de evitar como criterio de
atribución.

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