El Siglo XVI: La España de Carlos I y Felipe II

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El siglo XVI: la España de Carlos I y Felipe II


A lo largo del siglo XVI, partiendo de las bases del Estado moderno creadas
por los Reyes Católicos, la Monarquía hispánica amplió sus fronteras hasta
convertirse en una potencia hegemónica mundial.

Carlos I (1500-1558) era hijo de Juana la Loca, hija a su vez de los Reyes
Católicos, y de Felipe el Hermoso, hijo del emperador Maximiliano y la duquesa
María de Borgoña. Su herencia configuró un gran imperio formado por los
territorios en los que fueron soberanos sus cuatro abuelos, tras la temprana
muerte de su padre (1506) y la incapacidad de su madre.

De los Reyes Católicos heredó Castilla, Aragón, Navarra, las posesiones


italianas (Cerdeña, Sicilia y Nápoles), las ciudades norteafricanas y las posesiones
americanas. De su padre heredó los territorios de la casa de Borgoña (Países Bajos
y el Franco Condado). Por último, de su abuelo Maximiliano I heredó las
posesiones de la casa de Austria (Austria, Tirol…) y los derechos al trono imperial
alemán, del que se convirtió en emperador en 1519 con el nombre de Carlos V.

Nacido en Gante y criado en Flandes, cuando Carlos llega a Castilla en 1517 era
un extranjero: apenas conocía la lengua, se vestía a la moda flamenca y venía
rodeado de sus amigos y consejeros de los Países Bajos. Esto provocó recelos
entre la nobleza castellana. Tras ser jurado rey conoce la muerte de su abuelo, por
lo que decide emprender viaje a Alemania para ser proclamado emperador.

El malestar en sus nuevos reinos derivó en la revuelta de las Comunidades en


Castilla y las Germanías en Valencia y Mallorca. La autoridad del rey salió muy
reforzada de estas dos revueltas.

La revuelta de las Comunidades (1520-22) fue protagonizada por varias


ciudades castellanas encabezadas por Toledo, Segovia y Salamanca. Los
comuneros se opusieron a las autoridades impuestas por Carlos I. Propusieron
varias condiciones al monarca: prescindir de sus consejeros extranjeros, reducir
impuestos, evitar la salida de oro y plata de Castilla, etc. Los nobles se pusieron
del lado del rey. En la batalla de Villalar (1521) los comuneros fueron derrotados
y sus líderes (Padilla, Bravo y Maldonado) ejecutados. Con ello se puso fin a la
insurrección y se aseguró el autoritarismo real.

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La revuelta de las Germanías (1519-1523) destaca por su carácter
antiseñorial. Los habitantes de las ciudades del reino de Valencia, descontentos
por los abusos señoriales, se sublevan contra la nobleza, que huyó de la ciudad de
Valencia. La rebelión fue dominada por las tropas reales. En 1521 se extiende a
Mallorca, que durante un año fue controlada por los agermanados hasta que
fueron sofocados.

Durante su reinado avanzó la conquista de América. Al acceder al trono


Carlos I los españoles solo controlaban las Antillas. Desde estas islas
desarrollarán las expediciones a la costa continental y su posterior conquista.
Entre 1519 y 1521 Hernán Cortés conquista el imperio azteca (México) y lo
incorpora a la corona. Francisco Pizarro y Diego de Almagro serán los encargados
de la conquista del imperio inca (Perú) en 1532. El territorio americano se dividió
en virreinatos, audiencias y capitanías generales, mientras que la administración
colonial se controlaba desde Sevilla a través de la Casa de Contratación y el
Consejo de Indias.

La política exterior de Carlos V se basó en la defensa de su herencia y el


dominio en Europa. Principalmente tuvo tres objetivos: aislar a Francia, vencer
al Imperio otomano y pacificar Alemania.

La enemistar con Francisco I de Francia, que también había optado al trono


imperial, se manifestó con una guerra por dominar el norte de Italia. Tras la
derrota francesa en la batalla de Pavía (1525) Carlos se convertía en duque de
Milán. Aunque el rey francés, tras un año de cautiverio en España, se
comprometió a no reanudar la guerra, esta no tardaría en volver a estallar.
Mientras, Carlos decidió castigar al papa Clemente VII por haber apoyado a
Francia (saco de Roma, 1527).

La guerra contra los turcos tuvo dos escenarios. En Europa central el


momento más peligroso fue el sitio de Viena (1529) por Solimán el Magnífico, que
no consiguió tomar la ciudad. En el Mediterráneo occidental los corsarios
berberiscos dirigidos por Barbarroja ocuparon Trípoli y Bujía y saqueaban las
costas italianas y españolas.

El problema alemán se concretó con la aparición de la Reforma protestante


liderada por Lutero. Carlos V intentó llegar a un compromiso entre católicos y

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protestantes (Dieta de Worms), pero ante la imposibilidad de acuerdo reclamó
del papa la convocatoria de un concilio, que no se produciría hasta veinticinco
años después (Concilio de Trento, 1545). Durante este tiempo la posición del
protestantismo se afianzó en Alemania, pues muchos príncipes y nobles se
hicieron protestantes. A pesar de las victorias iniciales (batalla de Mühlberg),
Carlos tuvo que reconocer (Paz de Augsburgo, 1555) el derecho de los príncipes
alemanes a elegir la religión de sus súbditos: cuius regio, eius religio.

Cansado de las luchas en Alemania, Carlos abdicó en 1556, dejando a su hijo


Felipe como heredero de sus dominios, salvo Austria y los derechos al trono
imperial, que pasaron a su hermano Fernando. Se retiró al monasterio de Yuste
(Cáceres), donde murió en 1558.

Felipe II reinó durante la segunda mitad del siglo XVI (1556-1598).


Estableció la corte en Madrid de forma permanente, desde donde gobernó su
inmenso imperio, al que se sumó el reino de Portugal y sus colonias en 1580.

En este reinado se terminó de perfilar el modelo político de los Austrias.


La centralización administrativa generó una gran burocracia, a cuya cabeza
estaban los secretarios del rey, que servían de enlace entre el rey y los
Consejos; estos eran organismos encargados de asesorar al monarca, y eran de
dos tipos: territoriales (Castilla, Aragón, Indias, etc.) o de temas que afectaban a
toda la monarquía (Hacienda). Las Audiencias ejercían las funciones judiciales.
A la cabeza de cada reino se puso a un virrey (Navarra, Aragón, Cataluña,
Nápoles, Nueva España, Perú…) mientras que en Milán y los Países Bajos había
gobernadores. Para que todo este entramado funcionase era necesario un
enorme número de funcionarios, multiplicando cargos burocráticos, a veces
objeto de venta. Además, era necesario para la política exterior mantener una
diplomacia permanente en las principales capitales europeas.

En política interior, Felipe acentuó la defensa del catolicismo, el


centralismo y el autoritarismo, lo que desencadenó dos graves conflictos; el
primero fue la rebelión de las Alpujarras (1568-1571), sublevación de los
moriscos de Granada a los que se les había prohibido la práctica de su lengua y
sus costumbres; los moriscos fueron derrotados y repartidos por toda Castilla, y
sus tierras confiscadas. El segundo fue la revuelta de Aragón, que defendía el
respeto a sus fueros y se oponía al nombramiento de un virrey extranjero; el
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conflicto empeoró en 1591 cuando Antonio Pérez, secretario personal del rey,
acusado de asesinato, se refugió en Zaragoza amparándose a los fueros
aragoneses, y el Justicia Mayor de Aragón se negó a entregarlo; la respuesta de
Felipe fue ocupar militarmente Zaragoza y ejecutar al Justicia.

Apelando a la defensa de la unidad católica, Felipe se valió de la Inquisición


como instrumento para perseguir y reprimir cualquier indicio de herejía (grandes
autos de fe en Sevilla y Valladolid contra focos luteranos).

Los problemas económicos se agravaron; el oro y la plata americanas se


empleaba en gastos militares y en pagar los créditos de banqueros extranjeros.
Hasta cuatro veces se declaró la monarquía en bancarrota.

La política exterior viene marcada por la lucha por mantener la hegemonía


en Europa. Felipe heredó los enemigos de su padre (franceses, turcos,
protestantes) a los que se sumó Inglaterra. Venció a Francia en San Quintín
(1557) dando paso a un largo periodo de paz entre ambos estados. Consiguió
frenar a los turcos en el Mediterráneo tras la batalla de Lepanto (1571).

El problema más grave fue la rebelión de los Países Bajos, donde se había
extendido el calvinismo; pedían autonomía política y tolerancia religiosa. La dura
intervención del duque de Alba empeoró la situación, pasando la insurrección a
ser una verdadera guerra. El conflicto se resolvió cuando Alejandro Farnesio
consiguió retener bajo dominio español las provincias con mayoría católica
(Unión de Arrás, 1578), mientras que las provincias protestantes del norte se
organizaban (Unión de Utrecht) y declaraban su independencia.

Isabel I de Inglaterra, que también se había pasado al protestantismo,


ayudaba a los rebeldes holandeses; además, los corsarios ingleses atacaban los
convoyes españoles de la ruta hacia América. Felipe decidió invadir Inglaterra
enviando la Armada Invencible (1588) pero la superior artillería inglesa, unido a
un enorme temporal, supuso la derrota naval española.

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