Tema 3 Los Reinados de Carlos I y Felipe II

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Tema 3 Los reinados de Carlos I y Felipe II.

La Europa
del siglo XVI: Reforma y Contrarreforma
Sumario: 1.Contextualización. 2.Los reinados de Carlos I
y Felipe II. 3.La Europa del siglo XVI: Reforma y
Contrarreforma.
1.Contextualización.
El siglo XVI fue el periodo de hegemonía de la Monarquía
Hispánica con la llegada de la dinastía Habsburgo. Una
privilegiada situación mundial que suscitó la rivalidad de
otros reinos europeos, provocando enfrentamientos en los
mares y en tierra, especialmente con Francia, a la que
luego se sumarán Holanda e Inglaterra.
El siglo XVI vivio ́ también un periodo de convulsiones
religiosas de extraordinaria magnitud, que fragmentó la
unidad del cristianismo al aparecer los movimientos
protestantes englobados genéricamente con el nombre de
la Reforma, y la Contrarreforma.
2. Los reinados de Carlos I y Felipe II
La temprana muerte de su abuelo Maximiliano I y el
fallecimiento de sus abuelos, los Reyes Católicos, hicieron
recaer en Carlos una herencia prodigiosa. Del primero
recibio ́ el archiducado de Austria, es decir, Austria
propiamente dicha y los estados patrimoniales de Estiria,
Carintia y Carniola, además de El Tirol y los territorios
dependientes de los derechos del Sacro Imperio Romano
Germánico vinculados por tradición desde el siglo XIII.
De su abuela paterna, María de Borgoña, recibio ́ los
Países Bajos, Flandes, Artois, Luxemburgo, Franco
Condado y otros territorios de esa zona. De su abuelo
materno, Fernando el Católico, heredó Aragón con su
proyección mediterránea en Italia y el norte de África. Y
de su abuela materna, Isabel la Católica, Castilla y su
proyección atlántica.
Nacido en Gante en 1500, al ser declarado mayor de edad,
Carlos llegó a España en 1517, acompañado de un séquito
de personajes flamencos que ocuparon los principales
cargos y sin conocer su lengua materna ni las costumbres
del país del que se iba a convertir en soberano,
provocando un general descontento. A principios de
febrero de 1518 fue jurado rey de Castilla en Valladolid y
meses después, en Zaragoza, rey de Aragón. A comienzos
de 1519 lo hizo en Barcelona y alli ́ recibio ́ la noticia de
su elección como emperador del Imperio (Alemania) al
morir su abuelo Maximiliano. Fue entonces cuando Carlos
solicitó subsidios a las Cortes castellanas reunidas en
Santiago y La Coruña para tomar posesión de su nueva
herencia. No obstante, el descontento por su proceder se
había generalizado provocando un desencuentro entre el
rey y sus súbditos, manifestado en la sublevación de las
ciudades castellanas en la llamada Guerra de las
-

Comunidades (1520-1521). Los insurrectos constituyeron


-

la Junta Santa, radicalizándose el movimiento contra


señores, nobleza y privilegios eclesiásticos. El conflicto
acabó con la derrota comunera de Villalar (1521) y el
ajusticiamiento de sus principales cabecillas, Padilla,
Bravo y Maldonado. Casi al mismo tiempo se desarrolló
otra sublevación de índole parecida en Valencia y las
Baleares, las Germanías (1521-1522), en la que los
-

artesanos se organizaron en la Junta de los Trece,


radicalizando el movimiento, sintiéndose amenazados por
la política realista y la presencia del corso musulmán, a lo
que se unio ́ también una epidemia de peste. La lucha fue
desfavorable para los agermanados y su aventura terminó
en 1522, siendo la represión aún más dura que la
comunera.
El 20 de mayo de 1520, Carlos abandonó España para
dirigirse a Alemania. El Emperador tenía por delante la
misión de fortalecer su autoridad para configurar un
Estado moderno, pero el luteranismo truncó su política de
Universitas Cristiana, al introducir en Alemania un
conflicto religioso de consecuencias gravísimas para los
postulados de la Iglesia Católica. A este enemigo se unio ́
la amenaza turca, que suscitó problemas de defensa y el
reino de Francia, temerosa de la unión hispano-alemana:
franceses, luteranos y turcos combatieron
simultáneamente la política imperial, defensora de un
Imperio ordenador de todo el mundo, sostenido sobre un
poder lo suficientemente fuerte para hacerse sentir en toda
la Cristiandad.
Como defensor fidei, al Emperador le correspondía la
defensa de la fe, pero dos graves amenazas, la externa
representada en el infiel y la interna en la reforma
luterana, le impidieron salir victorioso y el balance no fue
favorable: no hubo paz cristiana, no vencio ́ a los turcos,
no acabó con la herejía y no hizo triunfar la idea de
imperio universal. No obstante, Carlos sí logró dejar un
Imperio de nuevo cuño en América.
En la política exterior del Emperador podemos distinguir
una etapa española (1522- 1529) en la que Carlos

:
permanecio ́ en España, dirigiéndolo todo, en una fase que
se considera de optimismo y buenos resultados, primando
los problemas franceses; una etapa mediterránea (1530-
1544) en la que la oposición internacional dio paso al
realismo, en la necesidad de convocar un Concilio para
detener la amenaza luterana y en campañas para contener
a los turcos. Por último, la etapa germano-flamenca3
(1544-1556) en la que la cuestión de la fe fue el centro y
no pudo impedir la fragmentación del Imperio en diversas
confesiones religiosas.
La rivalidad franco-imperial fue una constante en su
reinado, pues los motivos de hostilidad de Carlos y
Francisco I se vieron facilitados por una enemistad
personal (provocada por la elección imperial) y tres
cuestiones territoriales pendientes: la posesión de la
herencia de María de Borgoña, la incorporación de
Navarra a Castilla y la rivalidad franco-aragonesa en
Italia. La guerra con Francia tuvo dos épocas diferentes.
Hasta la Paz de Cambray (1529) el conflicto fue casi
continuo, con una dinámica en la que Carlos aspiraba a

:
recuperar la herencia borgoñona y Francisco I quería
liquidar la rivalidad con Aragón. El enfrentamiento tuvo
como escenario preferentemente Italia, donde acabó
afirmándose el poderío español. La segunda etapa se
desarrolló desde Cambray hasta Vaucelles (1556) con una
lucha intermitente en la que las motivaciones tuvieron más
que ver con la ayuda francesa a los luteranos y los asuntos
alemanes. 1556
Para aquel entonces, Carlos ya había abdicado en
Bruselas, dejando a su hijo los Países Bajos, las
posesiones españolas en Italia y las Coronas de Castilla y
Aragón con todos sus territorios. A su hermano Fernando,
legaba el Imperio que ya venía administrando como rey de
romanos y los patrimoniales de los Habsburgo. Se retiraba
al Monasterio de Yuste donde murio ́ en 1558.
Con Felipe II, el Imperio alcanzó su mayor definición y
extensión, consolidándose la colonización y
administración tras la conquista de los imperios azteca e
inca, asentándose también el dominio español al otro lado
del océano Pacífico con la conquista de Filipinas y el
establecimiento del Galeón de Manila como actividad
comercial con Asia, además del sistema de flotas con
América que le garantizaba el monopolio. La
incorporación de Portugal y su Imperio a la Monarquía
Hispánica (1580) le dio a ésta unas dimensiones
extraordinarias repartidas por todo el globo. Mantener y
defender esas colosales dimensiones suscitó las
rivalidades y los enfrentamientos, obligando a un
despliegue militar y a un esfuerzo bélico extraordinario
que resultó agotador, puesto de manifiesto en las tres
bancarrotas (1557, 1575 y 1596) que se declararon durante
su reinado.
Al llegar al trono tenía ya experiencia como gobernante
(fue regente en 1543 y en 1544 recibio ́ de su padre las
Instrucciones de Palamós sobre el ejercicio del poder). A
fin de dar enseguida un heredero a la Corona, casó en
primeras nupcias con su prima María Manuela de
Portugal, de la que enviudó, dejándole un hijo
desequilibrado, el príncipe Carlos, que moriría en 1568.
Su segundo matrimonio fue con María Tudor, su tía
abuela, de la que no tuvo descendencia, abandonando
Inglaterra para estar presente en las abdicaciones de su
padre celebradas en Bruselas, iniciando asi ́ un propio
reinado, en el que se distinguieron dos etapas: la primera,
de 1556 a 1560, periodo de la política heredada en la que
hubo de afrontar los problemas no resueltos por su padre;
la segunda, la de su política personal, que abarcó el resto
de su reinado, hasta 1598, en la que se centró en las
dificultades heredadas de la posición internacional de la
Monarquía Hispánica.
1 En la primera etapa se produjo el momento final de las
guerras en territorio italiano con Francia y la tensión
religiosa en el interior peninsular. El cambio de reinado no
supuso alteración alguna en la pugna franco-española por
Italia y continuó la guerra contra Francia y el Pontificado
en medio del agotamiento económico de ambas
monarquías: España invadio ́ los Estados Pontificios y se
produjeron las dos derrotas francesas consecutivas de San
Quintín y Gravelinas que condujeron a la Paz de Cateau-
Cambresis (1559) en la que Enrique II de Francia
reconocía la supremacía española en Italia (posesiones de
Nápoles y Sicilia, el llamado Reino de las Dos Sicilias, y
Milán) y se acordaba la boda del rey español, viudo de su
segunda esposa, con Isabel de Valois (hija de Enrique II).
Francia se vería envuelta en ocho guerras de religión
sangrientas (calvinistas u hugonotes y católicos) durante la
segunda mitad del siglo XVI y España intervendría
ocasionalmente en la defensa del bando católico hasta la
paz definitiva entre ambos reinos en Vervins, en 1598.
En el terreno religioso, la Península Ibérica,
particularmente Castilla, padecio ́ al igual que el resto de
Europa una efervescencia marcada por el pietismo
flamenco, el apocaliptismo de Savonarola, el misticismo
pasivo y el erasmismo. En este ambiente se descubrieron
los focos luteranos de Valladolid (dos) y Sevilla (dos),
eliminados por la Inquisición en cuatro autos de fe como
actos públicos ejemplarizantes para los feligreses. El
propio Felipe II asistio ́ a uno de los vallisoletanos. El
monarca aun tendría también que enfrentarse a otros serios
problemas, la traición de su secretario Antonio Pérez y la
cuestión del fallecimiento de su primer hijo, el príncipe de
Don Carlos. Distintas versiones atribuyen su implicación
en las intrigas de los rebeldes flamencos, lo que motivó su
arresto, muriendo en sus aposentos, víctima de su
desequilibrio y sus excesos, levantando toda clase de
rumores y sospechas nunca probadas sobre la conducta de
su padre.
Respecto de la política exterior, se ha destacado que sus
objetivos fundamentales fueron la defensa de la fe católica
y el mantenimiento de sus estados, una actuación que se
gestó en la década de 1560 en dos escenarios claramente
definidos: el Mediterráneo y el Atlántico. En el primero la
acción fue discontinua y como acciones significativas
destacaron el asalto turco a Malta en 1565, la rebelión de
las Alpujarras (1568-1571) y la victoria de Lepanto (1571)
-

sobre los otomanos. Una armada enviada desde Sicilia por


el virrey llegó en ayuda de los Caballeros de San Juan de
Jerusalén poniendo en fuga a los turcos. La sublevación de
-

los moriscos granadinos tuvo mayor gravedad porque


-

pretendieron evitar los decretos de asimilación de Carlos


V, pospuestos una y otra vez. Fue una dura guerra de tres
años tras la cual los moriscos vencidos fueron deportados
y repartidos por las ciudades castellanas, más de ochenta
mil personas que dejaron grandes despoblados en sus
zonas de origen.
Por lo que respecta a Lepanto, en 1570 los turcos habían
tomado Chipre, posesión veneciana, provocando la
reacción cristiana y la firma de una Liga Santa en 1571,
promovida por el papa Pío V, a la que se sumaron España
y Venecia. La batalla tuvo lugar el 7 de octubre de 1571 en
el golfo de Lepanto con un resonante triunfo cristiano. La
Liga se mantuvo hasta 1572 pero las diferencias entre los
intereses españoles y venecianos imposibilitaron su
continuidad. Venecia firmó la paz con Turquía en 1573,
momento en el que la atención filipina se centraba en la
sublevación flamenca. Y en 1577 se rubricó una tregua
con el sultán otomano abriendo asi ́ una larga etapa de paz
en el Mediterráneo.
En el segundo ámbito, el Atlántico, la acción se desarrolló
de forma más continua y los episodios fundamentales
fueron la sublevación de los Países Bajos (1568-1648), la
anexión de Portugal (1580) y la batalla naval contra
Inglaterra cuyo culmen fue la Gran Armada de 1588.
Desde 1568 había guerra en Flandes y el norte exigía una
atención creciente. La sublevación flamenca era la
respuesta a cuestiones políticas, religiosas y económicas.
Gestada en tiempos de Carlos V, la revuelta no obstante se
manifesto ́ bajo Felipe II, cuando trató de detener la
confesión calvinista en los Países Bajos con la erección de
nuevos arzobispados y estableciendo un sistema
impositivo gravoso para las actividades comerciales
flamencas, la base del desarrollo y protagonismo de
Amberes como gran centro mercantil de Europa. Y lo hizo
a través de una política diferente, según el momento,
enviando a sucesivos Gobernadores Generales al territorio
sublevado en su representación: la fuerza (el duque de
Alba), el pactismo (Luis de Requesens), de nuevo las
armas (Juan de Austria) pero sin soporte financiero y, otra
vez la fuerza, con un planteamiento más realista
(Alejandro Farnesio, duque de Parma). El problema se
cerró temporalmente con la cesión de los Países Bajos a su
hija Isabel Clara Eugenia, que los aportó como dote en su
matrimonio con el archiduque Alberto (1598), hermano de
la cuarta mujer de Felipe II, Ana de Austria del que
nacería finalmente su sucesor, Felipe III.
En la década de los 80 se produjeron dos hechos decisivos
en el eje atlántico: la anexión de Portugal y el fracaso de
invasión de Inglaterra (1588). El reino vecino se hallaba
inmerso en una crisis desde años atrás, originada por la
debilidad de sus estructuras, su escasa población y las
consecuencias nefastas de la riqueza colonial en ciertos
grupos dirigentes. Su rey, don Sebastián, joven quimérico
y de espíritu caballeresco, deseoso del espíritu de cruzada
murio ́ en África, en la batalla de Alcazarquivir (1578),
cuando participaba en la guerra civil marroqui ́. Al fallecer
sin sucesión, el trono pasó al viejo y enfermo cardenal
infante don Enrique, cuya inminente muerte desató una
crisis sucesoria en la que varios pretendientes intentaron
hacer valer sus derechos a la corona portuguesa. El 19 de
junio de 1580, Antonio, prior de Crato, hijo bastardo de
Luis de Portugal y nieto de Manuel I se proclamó rey con
el apoyo del pueblo llano. Ante estos hechos, Felipe II,
pretendiente con más derechos a la Corona, por ser hijo de
Isabel de Portugal, envio ́ un ejército al mando del duque
de Alba por tierra y una expedición naval a cuyo frente
dispuso al marqués de Santa Cruz (don Álvaro de Bazán)
hacia Lisboa. El prior huyó a Oporto y más tarde a
Francia. Desde ese momento se consideró anexionado
Portugal y su Imperio colonial a la Monarquía Hispánica,
permaneciendo asi ́ hasta 1640. Con su incorporación, la
dimensión atlántica del Imperio de Felipe II (fue declarado
rey de Portugal en las Cortes de Tomar en 1581), se
ensanchaba de forma espectacular. Pronto provocaría los
recelos de ingleses y holandeses.
En efecto. Inglaterra, que apoyaba la causa flamenca, se
mostró cada vez más agresiva en América con constantes
ataques piráticos y corsarios el monopolio comercial
español. Felipe II entendio ́ enseguida que la guerra con
Isabel I, la reina inglesa, era inevitable y preparó un plan
de ataque contra Inglaterra. Santa Cruz era partidario de la
invasión de la isla mediante una gran expedición
preparada desde la Península; en tanto que el entonces
Gobernador General de los Países Bajos, Alejandro
Farnesio proponía preparar el asalto desde Flandes,
cruzando el Canal de la Mancha. El monarca español
decidio ́ fusionar ambas propuestas, trazando asi ́ un
ambicioso plan que exigía rapidez, seguridad en las
comunicaciones y coordinación en los movimientos. La
formidable armada (130 navíos con 22.000 hombres)
partio ́ desde Lisboa en dirección a los territorios
sublevados para recoger a los hombres de Parma y
desembarcar en Inglaterra, al mando del duque de Medina
Sidonia por fallecimiento de Bazán. Una tormenta hizo
refugiar a buena parte de los barcos en La Coruña.
Volvieron a salir mes y medio después y los ingleses les
esperaban en el Canal. Con escasez de enfrentamientos
navales, al tiempo que esperaban el embarque de los
hombres de Farnesio que nunca se produjo, la constante
presión inglesa y el mal tiempo, obligó a Medina Sidonia
a ordenar la vuelta a España, que hubo de realizarse por el
norte para rodear las islas británicas en un dantesco y
dramático periplo.
Al fracaso de la Gran Armada (mal llamada Armada
Invencible), siguio ́ el desastre de la denominada
Contraarmada inglesa. En la década de los 90 ya la
sublevación flamenca era imposible de controlar en las
provincias del norte, muy favorecidas por la intervención
española en las guerras de religión francesas apoyando a
la causa católica. El monarca español cedía los Países
Bajos en herencia a su hija Isabel Clara Eugenia, casada
con el Archiduque Alberto; sin descendencia, esos
territorios revertieron de nuevo a la corona española en el
reinado de su hijo y sucesor.
En septiembre de 1598 Felipe II moría dejando como
sucesor a su hijo Felipe III.
2. La Europa del siglo XVI: Reforma y
Contrarreforma
Desde finales de la Edad Media había un clima general de
inquietud religiosa en los problemas de la salvación y del
significado del pecado original. La Iglesia no daba
respuestas y, frente a un Dios justiciero y lejano, los
renacentistas defendían la realidad de un Dios cercano y
próximo a los fieles, multiplicándose por aquel entonces
las devociones a la Virgen, santos, reliquias, rosarios, asi ́
como la compra de indulgencias o perdones concedidos
por la Iglesia. Mientras las élites intelectuales buscaban
las respuestas en la corriente humanista, individualista e
interior, la religiosidad popular - ante el desconsuelo de la
feligresía- recurría a diferentes tipos de superstición.
Resultaba necesaria una reforma del clero en todos sus
niveles, una realidad que había iniciado la propia Iglesia
(Concilio de Letrán, 1511-1517) que, sin embargo, no
abordó los problemas fundamentales. Por su parte, las
propias monarquías trataron de poner en práctica algunos
cambios, encabezando un programa de reforma que, a la
postre, culminaría en las llamadas “iglesias nacionales”.
Uno de los éxitos más rotundos fue el del cardenal
Jiménez de Cisneros de la mano de los Reyes Católicos y
el del propio Francisco I en Francia. Por lo que respecta a
la reforma desde dentro de la Iglesia, los cambios más
significativos afectaron a las órdenes religiosas, bien con
la fundación de nuevos institutos (ursulinas, paúles,
jerónimos...), bien con la renovación de los tradicionales
(observancia y descalcez).
Surgieron asi ́ nuevas posturas religiosas vinculadas al
humanismo que serían la base de las siguientes corrientes
místicas como la Devotio Moderna o el deseo de imitar a
Cristo, especialmente en los Países Bajos y en Alemania,
abocando la mezcla de sus contenidos a dos soluciones
contrapuestas: la doctrina luterana y el humanismo
cristiano, este último fiel a la ortodoxia romana. Lutero y
Erasmo se convirtieron en sus principales defensores. De
manera que hacia 1510 Europa se hallaba en plena
efervescencia religiosa con aspiraciones a una religión
más sencilla, comprensible y directa. En este contexto se
pondría en marcha la reforma propiciada por el fraile
agustino Martin Lutero que sacudiría los cimientos de la
Iglesia Católica y sus principales postulados.
En efecto, Lutero defendio ́ la justificación por la fe, base
de su pensamiento, como suficiente para alcanzar la
salvación, de nada servían las buenas obras por lo que lo
mejor era abandonarse a la voluntad divina. Y sobre ese
fundamento construyó su doctrina: nego ́ la intercesión de
la Iglesia, clero, santos u otros cultos mediáticos, lo que le
condujo a la proclamación del sacerdocio universal, a la
abolición de los votos, a rechazar la autoridad papal y
conciliar. Proclamó la inutilidad de los sacramentos,
admitiendo solo dos, el bautismo y la eucaristía bajo la
consustanciación, no la transustanciación, negando el
sacrificio de la misa, aunque no la presencia real de Cristo
en ella, contenido que lo diferenció de otras confesiones
que nacieron al calor del luteranismo, los sacramentarios y
los anabaptistas (Muntzer). Se declaró enemigo acérrimo
de las indulgencias, publicadas por León X para recabar
fondos para la construcción de la basílica de San Pedro en
Roma.
La Reforma se propagó con rapidez y animó a otros
reformadores como Ulrico Zwinglio en Suiza, quien nego ́
incluso la consustanciación y la presencia real de Cristo,
considerado solo un símbolo y recuerdo de la pasión,
iniciando además la teoría de la predestinación que luego
desarrollaría Calvino, al afirmar que Dios solo concedía su
gracia a unos pocos elegidos. La paz de Cappel en 531
acordaba finalmente establecer la igualdad de las dos
confesiones (católica y zwingliana) en los cantones suizos.
Calvino fue el segundo gran reformador de la Iglesia en
Ginebra con una doctrina que mezcla el luteranismo, los
sacramentarios (Zwinglio) y de su propia reflexión,
partiendo de la trascendencia divina y de la maldad
humana. Admitio ́ la justificación por la fe, rechazó los
sacramentos (solo consintio ́ el bautismo y la comunión
simbólica), la existencia del clero y de los intermediarios
ante Dios, negando la presencial real de Cristo en la
Eucaristía. La novedad más significativa fue el desarrollo
de la teoría de la predestinación por lo que se admitía que
Dios elegía a unos para salvarse y a otros no y, aunque las
obras no servían a la propia salvación, si eran válidas para
dar gloria a Dios y mostrarle respeto y adoración. Calvino
también establecio ́ un Estado teocrático en Ginebra en el
que el poder religioso se situaba por encima del poder
civil
En Inglaterra, las ideas luteranas fueron mal acogidas por
el entonces rey Enrique VIII, pero entre 1527 y 1534 se
produjeron una serie de hechos que dieron lugar a la
formación de la Iglesia anglicana: conflictos entre el
Parlamento y el clero católico, dimisión del canciller
Tomás Moro, el divorcio del rey y el reconocimiento de
éste como jefe de la Iglesia. El papa excomulgó al
monarca, confirmándose la ruptura definitiva al
proclamarse el Acta de Supremacía en 1534, que no fue
jurada por muchos parlamentarios que acabaron
sentenciados a muerte (el propio Moro). El Acta concedía
al rey el derecho a nombrar obispos, luchar contra las
herejías, excomulgar, disponer de los bienes de la Iglesia,
etc. A partir de entonces se exigía el voto de obediencia al
soberano que, como jefe de la Iglesia, comenzo ́ la
represión de los católicos, la supresión de las órdenes
religiosas y la nacionalización de los bienes eclesiásticos.
El anglicanismo nacía como doctrina intermedia entre el
catolicismo, manteniendo la eucaristía católica, la oración
a los santos, la reducción de sacramentos, el
reconocimiento del valor de las obras y la aceptación de la
jerarquía eclesiástica, aunque con la supresión de los
votos. En el reinado de su heredero, Eduardo VI se
desarrollaron tendencias calvinistas, hubo una vuelta al
catolicismo con su sucesora, María Tudor (segunda mujer
de Felipe II) pero a su muerte, Isabel I restablecio ́ el
anglicanismo.
En Escocia, esta confesión religiosa no fue aceptada,
instituyéndose el presbiterianismo o puritanismo a partir
de 1560 por el reformador John Knox, que impuso una
organización eclesiástica más cercana al calvinismo, pero
más democrática. Todos estos problemas religiosos
originarían la época de las convulsiones político-religiosas
que viviría Inglaterra en el siglo XVII.
La Iglesia Católica respondio ́ a todas estas reformas con
el controvertido término de “Contarreforma” o “Reforma
Católica”, con unos movimientos anteriores a Lutero que
se tradujeron en la reforma cisneriana, el desarrollo del
misticismo y el nacimiento de renovación de las órdenes
religiosas en España, las corrientes reformadoras en torno
a la Sorbona y el círculo místico de Lefévre D`Etaples en
Francia, además de los intentos de cambio de la curia
llevados a cabo por Adriano VI y Paulo III en Italia.
Carlos V sugirio ́ la idea de convocar un concilio que se
desarrolló en Trento, cuyas decisiones se fueron aplicando
de forma distinta en cada país y quedaron plasmadas en el
nuevo catecismo publicado en 1566 que recogía la
ortodoxia católica y demostro ́ la capacidad de la Iglesia
para superar la crisis, fortaleciendo el decaído poder
espiritual pontificio al imponer la unidad dogmática,
litúrgica y disciplinaria del mundo católico. El espíritu de
Trento se fue diluyendo con el avance de las nuevas
corrientes filosóficas (racionalismo cartesiano, empirismo
inglés) cuando comenzo ́ la llamada “crisis de la
conciencia europea” de finales del siglo XVII.

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