8 3 Crisis98

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8.3.

La crisis del 98 y la liquidación del imperio


colonial
A finales del siglo XIX, España experimentó una profunda crisis que tuvo como
detonante las guerras de independencia colonial en Cuba y Filipinas. El origen de
estos conflictos estuvo en la mala política colonial de los partidos dinásticos, que
bloquearon las reformas administrativas y económicas dirigidas a conceder cierta
autonomía a Cuba, así como en los intereses expansionistas de Estados
Unidos. La pérdida de los últimos restos del imperio generó graves repercusiones
que trascendieron el ámbito militar y económico y se prolongaron hasta bien entrado
el siglo XX.

Cuba era el principal exportador mundial de azúcar y gran productora de café y


tabaco. España monopolizaba el comercio colonial mediante aranceles que
perjudicaban los intereses isleños; surgió así un sentimiento autonomista entre los
hacendados cubanos, que vieron en la autonomía política la única vía para la mejora
económica. Toda reivindicación autonomista era contestada por las autoridades
españolas con políticas represivas, favoreciendo el estallido de insurrecciones.

En Cuba terminó la Guerra de los Diez Años (1868-1878) tras la intervención


del general Martínez Campos y la Paz del Zanjón que incluía una amplia amnistía
y las promesas de reformas políticas y administrativas. La tardanza o desgana en
aplicar estas reformas condujo a un nuevo levantamiento de los independentistas
cubanos, la Guerra Chiquita (1879-1880). Ambas guerras tuvieron como
consecuencia un impulso del nacionalismo cubano.

La mayoría de los políticos españoles eran contrarios a conceder autonomía a la


isla. El Plan de Reformas Coloniales (1893) del ministro Antonio Maura, que preveía
dotar a Cuba de autonomía, fue rechazado por las Cortes. Tan solo se admitió la
abolición de la esclavitud y la representación cubana en las Cortes.

Las tensiones entre Cuba y España habían aumentado por los aranceles
proteccionistas que imponía España. Esto dificultaba el comercio con Estados
Unidos, que había aumentado sus intereses en la isla (compraba el 88% de los
productos cubanos y era el principal receptor del azúcar cubano). El presidente

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norteamericano McKinley amenazó con cerrar el mercado estadounidense a los
productos cubanos si el gobierno español no modificaba su política arancelaria.

En 1895 estalla la Guerra de Independencia Cubana con el llamado Grito


de Baire, sublevación dirigida por José Martí, José Maceo y Máximo Gomez.
España envió al general Martínez Campos, pero este no pudo frenar la rebelión
generalizada y organizada en guerrillas, por lo que sería sustituido por el general
Weyler. Su objetivo era la victoria sin negociaciones. Para ello utilizó la estrategia de
reconcentración, consistente en reunir a los campesinos en aldeas aisladas y vigiladas
para que no pudieran ayudar a las tropas insurrectas.

Tras el asesinato de Cánovas (1897), el nuevo gobierno liberal decidió la


estrategia de la conciliación, relevando a Weyler, y concediendo a Cuba la autonomía,
el sufragio universal, igualdad de derechos, etc., pero estas reformas llegaron
demasiado tarde y los independentistas, que contaban con el apoyo de los Estados
Unidos, se negaron a aceptar el fin de las hostilidades.

Estados Unidos propuso a España la compra de Cuba por trescientos mil dólares.
Ante la negativa española, en 1898 los Estados Unidos mandan al puerto de La
Habana al acorazado Maine con intenciones intimidatorias. El buque de guerra
explotó y se hundió en extrañas circunstancias, lo que sirvió de pretexto a Estados
Unidos para enviar un ultimátum exigiendo la renuncia de España a la soberanía
sobre la isla. En España, la prensa desplegó una campaña de patriotismo belicista
lanzando al país a una guerra para la que no estaba preparado.

La guerra fue breve y se decidió en el mar. Comenzó en Filipinas con la destrucción


de la flota española del Pacífico en la batalla de Cavite, y siguió en Cuba. La guerra
concluye con la rendición de Santiago (destrucción de la escuadra del Atlántico) y
la ocupación de Puerto Rico por los Estados Unidos.

Coincidiendo con la insurrección cubana, se había producido la rebelión en


Filipinas (1896-1897), archipiélago prácticamente olvidado por el Gobierno
español. El descontento contra la administración española se arrastraba desde la
década de 1860, con una demanda de igualdad entre filipinos y peninsulares. El
levantamiento de Katipunan (movimiento independentista filipino) fue duramente
reprimido y uno de sus líderes, José Rizal, ejecutado. Al estallar la guerra de España
contra Estados Unidos, estos pactaron con los rebeldes y la insurrección filipina

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resurgió; los españoles se tuvieron que replegar a Manila, donde capitularon en 1898
derrotados por los estadounidenses.

Tras la derrota se firma el Tratado de París (1898) en el que Estados Unidos


impuso sus condiciones: cesión de Puerto Rico, Guam (islas Marianas en el Pacífico)
y Filipinas, a cambio de veinte millones de dólares; Cuba, aunque formalmente
independiente, quedó bajo control norteamericano.

Perdidas las Filipinas, a España ya no le interesaba seguir manteniendo los


territorios del Pacífico, demasiado alejados, por lo que vendió a Alemania las islas
Carolinas, las Marianas y Palaos.

El llamado desastre del 98 no supuso solo la pérdida de colonias, sino que trajo
para España otras consecuencias:

- las pérdidas humanas durante la guerra, más por culpa de enfermedades que
por los combates;
- la desaparición del mercado colonial y la consiguiente contracción de la
economía;
- el resentimiento de los militares hacia la clase política;
- el cambio de status internacional; España quedó como un pequeño país sin
relevancia internacional de cuyo vasto y fabuloso imperio solo quedaban
algunos enclaves en África;
- la pérdida del imperio provocó una crisis cultural de gran trascendencia y el
surgimiento de una conciencia crítica que, desde una perspectiva intelectual,
exigía una profunda regeneración política, económica e ideológica de la vida
española, cuestionando incluso a la propia Restauración.

La aparición del regeneracionismo, movimiento intelectual y crítico


caracterizado por el rechazo al sistema de la Restauración. Se censura la corrupción,
el caciquismo y el atraso de España con respecto a otros países europeos. Esto se
reflejó en una gran producción literaria y artística representada por la llamada
Generación del 98: Unamuno, Maeztu, Azorín…

El representante más destacado del regeneracionismo es Joaquín Costa, quien


denunció la incultura, la decadencia de la oligarquía y el atraso español; propuso
incentivar la educación, la europeización (como sinónimo de modernización), la

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descentralización y políticas que incentivaran obras hidráulicas y la agricultura, y
para ello era necesaria la movilización de las clases medias.

El regeneracionismo influyó en la actividad política española del primer tercio del


siglo XX, pero en la práctica tuvo poca efectividad, puesto que cualquier intento de
llevar estas ideas a la práctica era bloqueado por la clase dominante.

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