Cultura de Clase - Mattheu Karush
Cultura de Clase - Mattheu Karush
Cultura de Clase - Mattheu Karush
KARUSH
CULTURA DE CLASE
Radio y cine en la creación de una
Argentina dividida (1920-1946)
ariel +listoria
Título original: Culture ofClass. Radio an d Cinema in the M aking o f a D ivided Argentina, 1920-
1946 de Matthew B. Karush
Publicado en inglés por Duke University Press (EE.UU.)
Karush, Matthew B.
Cultura de clase: radio y cine en la creación de una Argentina dividida (1920-1946) -1a ed.-
Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ariel, 2013.
308 pp.; 23x15 cm.
Traducido por: Paola Cortés-Rocca
ISBN 978-987-1496-63-1
1. Historia Argentina. 2. Estudios Culturales.!. Cortés-Rocca, Paola, trad. II. Título
CDD 982.061 ___________________________________________________________
I a edición, agosto d e 2013
© 2012, Duke University Press, Culture ofClass. Radio and Cinema in the making o f a D ivided
Argnetina, 1920-1946
© 2012, Matthew B. Karush
© 2013, Paola Cortés-Rocca (por la traducción)
© 2013, Ezequiel Adamovsky (por el prólogo)
© Museo del Cine “Pablo C. Ducrós Hicken” (por imágenes de cubierta)
© 2013, de todas las ediciones en castellano:
Editorial Paidós SAICF
Publicado bajo su sello Ariel®
Independencia 1682/1686,
Buenos Aires - Argentina
E-mail: [email protected]
www.paidosargentina.com.ar
Agradecimientos........................................................................ 11
Prólogo, Ezequiel Adamovsky ................................................... 13
Introducción................................................................................ 17
La importancia de la cultura de masas........................................... 19
El contexto transnacional: la modernidad periférica
de Argentina................................................................................... 23
Una historia cultural interdisciplinaria.......................................... 30
La cultura de masas en los orígenes del populismo...................... 33
1. El comentario de Arlt era parte de un debate con el líder del Partido Comu
nista, Rodolfo Ghioldi (véase Saítta, 2001: 405).
18| MATTHEW B. KARUSH
poráneos que describen la década del veinte y del treinta como un
período en el cual la conciencia de clase trabajadora y militante de los
años anteriores cedió paso a una identidad menos clasista. Para estos
académicos, la floreciente economía argentina dio lugar a una suerte
de integración nacional en la que las ideologías radicales fueron reem
plazadas por la búsqueda de una movilidad ascendente. A principios
del siglo XX, los políticos y los intelectuales estaban acechados por el
espectro de una numerosa clase trabajadora inmigrante deslumbrada
por el sindicalismo y el anarquismo. Unas pocas décadas después, estos
temores se habían disipado. Los nuevos “sectores populares” — funda
mentalmente hijos argentinos de inmigrantes- se concentraban en el
desarrollo personal y eran mucho menos hostiles al Estado y a la na
ción que lo que habían sido sus padres; apoyaban la integración a la so
ciedad argentina como un modo de acceso a una vida más confortable
(Gutiérrez y Romero, 1995).2 La radio y el cine se ven como contribu
ciones a este proceso. A través de las distribuidoras cinematográficas y
las emisoras radiales instaladas en Buenos Aires, los argentinos de todo
el país se vieron expuestos de manera creciente a una cultura nacional
común. Es más, esta nueva cultura masiva supuestamente alentó el
consumismo y las aspiraciones de las clases medias y, por lo tanto,
reforzó el declive de la militancia proletaria.
A pesar de esta dinámica, Argentina estaba más dividida en 1950
que lo que estaba en 1910. Aunque toda una generación de traba
jadores se había alejado de las ideologías de izquierda ortodoxas, su
entusiasmo por el peronismo revela que permanecían dispuestos a
adscribir a una identidad de clase. Juan y Eva Perón movilizaron a los
trabajadores de la nación alrededor de un proyecto de organización
social corporativa y de una industrialización liderada desde el Estado.
Se dirigieron a sus seguidores como “trabajadores”, celebrando así su
carácter proletario. El peronismo polarizó al país a partir de una fron
tera de clase y creó una identidad nacional fragmentada que persistiría
por décadas. De algún modo, una sociedad caracterizada por la inte
gración étnica y la caída de las ideologías de izquierda también con
tenía la semilla de la explosión populista y de la intensa polarización
9. Otros trabajos recientes que examinan el complejo uso que los latinoame
ricanos hicieron de la cultura de masas de Estados Unidos son los de Seigel
(2009) y Alberto (2009: 3-39).
MATTHEW B. KARUSH
radioemisoras en la capital y se exhibían películas en más de 150 cines
en los distintos barrios de la ciudad. Junto con las producciones nacio
nales, estas radios y cines ofrecían a sus anunciantes una programación
fija de música jazz y películas de Hollywood. En 1927, Argentina se
había convertido en el segundo mercado para el cine de Hollywood,
superando así a su más extenso vecino, Brasil.10
Como en otras partes de América Latina, la adopción entusiasta de
tecnología y contenidos culturales de Estados Unidos no obliteró las
prácticas culturales nacionales, pero sí ejerció una poderosa influencia.
Los representantes argentinos de las compañías discográficas multina
cionales producían muchos discos de tango marcados por la influencia
de los arreglos y la instrumentación del jazz. Pero, a pesar de esta in
fluencia, esos discos seguían ofreciendo al público una alternativa clara
al jazz importado y doméstico. Las radios nacionales desarrollaron una
fórmula de programación que enfatizaba el tango y el jazz, más un
creciente grupo de radioteatros, modelados en parte por los guiones de
Hollywood, en parte por las tradiciones teatrales y literarias naciona
les. De modo similar, los estudios de cine argentinos elaboraron un es
tilo cinematográfico que combinaba elementos de Hollywood con un
localismo autoconsciente. Así, las industrias culturales producían lo
que llamaré, parafraseando a Miriam Hansen, “modernismos alterna
tivos"’, que reconciliaban la modernidad cosmopolita con la tradición
local (Hansen, 2000: 10-22). En otras palabras, los productores cul
turales argentinos competían por las audiencias locales emulando los
estándares técnicos y estilísticos fijados por los productos norteameri
canos importados, incluso cuando distinguieran su propia producción
y remarcaran en ella su argentinidad.
Este esfuerzo autoconsciente de representar la nación era visible
en el rechazo de muchas orquestas de tango a incorporar baterías, en
las letras de tango que recurrían al lunfardo, en los guiones y persona
jes cinematográficos extraídos de la tradición nacional del melodrama
popular y en incontables otras formas. Todos estos gestos significaban
esfuerzos por construir y mercantilizar la autenticidad. Como seña
la Michelle Bigenho, cualquier afirmación de “autenticidad cultural
11. Sobre los esfuerzos por comercializar la autenticidad en Brasil, véase McCann
( 2 0 0 4 : 9 6 - 128 ).
12. Para una consideración similar, véase Vianna (1999).
13. Muchas consideraciones recientes acerca del nacionalismo musical en Lafi-
28 ¡ MATTHEW B. KARUSH
en este libro, la radio y el cine -sin estar completamente liberados de
la intervención estatal- fueron modelados fundamentalmente por las
presiones contradictorias del mercado. Los modernismos alternativos
surgieron del intento de apelar a consumidores que estaban acostum
brados a los estándares norteamericanos de modernidad, pero que
también querían productos auténticamente argentinos.
En la medida en que no surgieron de una iniciativa vertical, sino
del funcionamiento desordenado del mercado capitalista, la música,
los programas de radio y las películas argentinas diseminaron mensajes
involuntarios e, incluso, contradictorios. Eran polisémicos en el mis
mo sentido en que los investigadores han definido la cultura de masas
norteamericana: construidos a partir del rediseño de elementos traídos
de la cultura popular existente, llevaban en sí las bases para lecturas
contrapuestas. Además, la modernidad periférica argentina -su posi
ción subordinada dentro de las redes culturales transnacionales- ahon
daba aún más este potencial al requerir el recurso a la autenticidad.
Al carecer de los medios para replicar la modernidad de Hollywood o
del jazz, los productores culturales argentinos necesitaban reforzar la
distinción nacional. Y la iconografía y narrativa argentinas que estaban
disponibles eran de tono marcadamente populista. Como en el resto
de América Latina, durante el siglo XIX las elites habían adoptado los
productos y las prácticas culturales europeas; la “alta cultura’ argentina
ofrecía algo muy poco distintivo. Las únicas prácticas culturales que
podían ser rediseñadas como auténticamente argentinas eran las de los
pobres.14 Tomando muchos elementos prestados de la altamente desa
rrollada tradición popular del melodrama, la cultura de masas no solo
tendía a celebrar al pobre como verdadero representante de la nación,
sino también a denigrar al rico.
Como argumentaré en los capítulos que siguen, la comparación
-con Estados Unidos pone en evidencia la centralidad de la clase en
la cultura de nlasas en Argentina. En una serie de ensayos clave, el
historiador Warren Susman describe el rol esencialmente conservador
15. Esta historiografía se discute en Agnew (1994). Los ensayos de Susman pue
den consultarse en Susman (1984). Para un desarrollo del consumo como
causa de la militancia laboral durante los años treinta, véase Rosenzweig
(1983: 226-228). Para una revisión reciente del modo en que, en Estados Uni
dos, se ligaron la ciudadanía y e! consumo, véase McGovern (2006).
16. La cita está en la página 196. Para una revisión que enfatice tanto los ele
mentos conservadores como los progresistas del cine de Hollywood de los
años treinta, véase el análisis de Frank Capra en Gary Gerstle (2001:170-175).
301 MATTHEW B. KARUSH
mo con el que los productores culturales locales imitaban los estilos
populares de Estados Unidos, sus productos tendían a reproducir
una imagen de la sociedad argentina profundamente dividida por la
clase. Como sus colegas norteamericanos, los cineastas celebraban
el esfuerzo, pero este rasgo era habitualmente insuficiente para so
brellevar el prejuicio de clase. Las películas argentinas apelaban a los
sueños de las audiencias de obtener prosperidad y mejor calidad de
vida, pero entregaban estas fantasías junto con la denuncia explícita
del egoísmo y la avaricia de los ricos. Las estrellas de tango vestían
formalmente y eran celebrados como modernizado res e innovado
res, aunque solo eran considerados auténticos en la medida en que
tenían raíces en el sórdido mundo de los conventillos que habitaban
las clases bajas. Las letras de tango revisitaban sin cesar la historia
de la pobre y humilde chica de barrio que es seducida y arruinada
por un malvado niño bien, y por el mundo lujoso e inmoral de los
cabarés del centro. En síntesis, la cultura de masas argentina alentó
a los consumidores a identificar la nación con los humildes. Tanto
el cine como la radio celebraron la solidaridad, la generosidad y la
honestidad de los pobres mientras atacaban el egoísmo, la frivolidad
y la falta de sinceridad de los ricos.
En esta línea, este libro ofrece una historia cultural que explora
cómo se producen los significados en una interacción compleja entre el
Estado, los empresarios, intelectuales, críticos, artistas y consumidores.
Tal historia cultural requiere interdisciplinariedad. Más específi
camente: requiere préstamos, por un lado, de la historia social y, por
otro, de un amplio espectro de ios “estudios de cultura”. Este libro se
apoya profundamente en la extensa bibliografía sobre historia social
argentina, particularmente en la subárea de estudios de migración,
historia del trabajo e historia urbana. Esta bibliografía provee las ba
ses sobre las cuales puedo contextualizar la producción y el consumo
de la cultura masiva. El cambio en la geografía de Buenos Aires, el
desarrollo de instituciones sindicales y barriales, la interacción entre
grupos inmigrantes y “nacionales”, la fluctuación de la economía y la
transformación del sistema político ayudaron a determinar los senti
dos diseminados por la cultura de masas, aun cuando los mensajes ma
sivos formaron el modo en que la gente experimentó estos fenómenos
sociales, económicos y políticos. Y sin embargo, una aproximación
sociohistórica a la cultura de masas sería insuficiente. Los historiadores
sociales frecuentemente señalan la existencia de la cultura de masas y,
al mismo tiempo, evitan examinar sus contenidos. Abrumados por la
dificultad de definir cómo, en el pasado, las audiencias decodificaban
los mensajes masivos, habitualmente se limitan a examinar las condi
ciones de producción y recepción. ¿Quién produjo las películas y los
programas de radio y bajo qué condicionamientos? ¿Quién era el pro
pietario de la radio? ¿Quiénes iban a los cines? ¿Cuándo, cómo y con
quién más realizaban esas actividades? Estas preguntas son vitales, pero
la historia cultural también debe explorar directamente el contenido
de la cultura de masas que consumían los argentinos.
Con ese objetivo, he consultado la extensa y sofisticada bibliogra
fía de una variedad de disciplinas, incluyendo estudios de cine, mu
sicología, crítica literaria y estudios culturales. Las letras de tango y la
música, las revistas, los diarios, los deportes, las películas y las obras de
17. Para una revisión previa de esta investigación, véase Stern (2001: 32-77).
Ejemplos de la historiografía argentina pueden encontrarse en Karush y Cha
mosa (2010).
32 ¡ MATTHEW B. KARUSH
teatro han sido el objeto de análisis de muchos investigadores de esas
disciplinas. Junto con un abundante análisis de productos específicos
de la cultura de masas, estas investigaciones remarcan la importan
cia de prestar atención al género y a la forma. Cuando tratamos una
canción como si fuera un poema para ser leído, cuando analizamos el
guión de una película sin considerar los mecanismos del aparato cine
matográfico, cuando ignoramos el proceso de la formación de un gé
nero y el modo en que construye sentido, nuestro análisis se resiente.
Sin embargo, la historia cultural hace sus propias contribuciones.
La historia cultural puede evitar el encasillamiento de una interpreta
ción herméticamente cerrada que se impone sobre ciertas formas de la
cultura de masas. De manera muy entendible, los investigadores del
cine tienden a no considerar la historia de la industria discográfica,
y, a su vez, los musicólogos tienen poco que decir sobre el cine. Sin
embargo, en la práctica, estos dos campos culturales están ligados, a
todo nivel, de manera inextricable. Los dueños de las radioemisoras
frecuentemente se involucraban en la producción cinematográfica, los
cantantes populares se convertían en estrellas de cine, los guiones de
películas y las letras de tango se desarrollaban en conjunto y, lo que es
más importante, las audiencias de estas formas de entretenimiento se
superponían de manera evidente. El abordaje “general” del historiador
de la cultura puede traer aparejada, en algún momento, una falta de
conocimiento especializado, pero aun así le permite identificar ten
dencias y movimientos más amplios que pueden ser mal leídos como
específicos de un medio u otro. Y algo todavía más importante: la
historia cultural produce preguntas que son diferentes de las de otras
disciplinas. La mejor historia de la cultura, centrada alrededor de las
cuestiones de poder, aborda las películas o las canciones populares del
mismo modo en que aborda los manifiestos o los discursos políticos.
Por supuesto que ir a ver una película no es lo mismo que ir a un acto
político o a una huelga. Pero tampoco la gente suspende su conciencia
política cuando va al cine. La cultura masiva mercantilizada disemina
los bloques discursivos e ideológicos sobre los cuales los individuos
construyen sus identidades y puntos de vista. Al explorar la cultura
de masas y, en particular, al considerar los puntos de tensión o las
contradicciones que estructuran las posibilidades de lecturas opuestas
o alternativas, la historia cultural puede iluminar puntos clave para la
historia política social y económica.
INTRODUCCIÓN 33
Este übro examina un amplio rango de fuentes y documentos con
el objeto de mapear la dinámica central de la cultura de masas du
rante los años veinte y treinta. Mi objetivo principal son los textos
en sí: películas, obras para radio, tango y canciones populares. Pero
mi lectura de estos textos está formada por el análisis del proceso de
producción y por la consideración de las prácticas de consumo de la
cultura de masas. En lugar de dividir el proceso de producción de
sentido en dos momentos diferenciales de análisis, la producción y re
cepción -o lo que Stuart Hall define como “codificar” y “decodificar”
(Hall, 1980: 128-138)—, trato de considerar los modos en que estos
niveles de producción de sentido están imbricados. Los directores de
cine, por ejemplo, son consumidores de los productos de Hollywood
y de las tradiciones teatrales locales, incluso mientras producen sus
propias versiones. En el mercado transnacional, no hay momento de
producción que no sea también un momento de recepción. No es
necesario agregar que este abordaje no logra paliar la escasez de recur
sos disponibles para estudiar las formas de apropiación de la cultura
masiva desde sus raíces. Desde que la historia oral ya no es una opción
viable para enfocar este período y debido a la ausencia de encuestas o
materiales semejantes, me he apoyado extensamente en la prensa para
documentar mis lecturas de los textos así como el debate que se tejía
alrededor de la cultura de masas. Por suerte, las vibrantes secciones de
“cartas al editor” dan lugar a las voces de los consumidores, a pesar
de que se trata de voces muy mediadas. Finalmente, este libro no
ofrece una historia cultural de la nación. La producción de cultura
masiva durante este período se dio predominantemente en Buenos
Aires: los estudios de cine estaban ubicados en la capital o apenas
afuera, al igual que las cadenas radiales. Y algo de igual importancia:
el mercado principal para la cultura de masas estaba compuesto por
los residentes de los barrios porteños. La recepción de estos produc
tos en el interior de Argentina es un objeto de estudio importante,
aunque supera los límites de este libro.
18. Se trata de una historiografía demasiado extensa como para resumirla aquí.
Para una síntesis reciente, véase Karush y Chamosa (2010: 3-8).
MATTHEW B. KARUSH
la celebración del ascenso individual, la misoginia y otros mensajes
conservadores. El resultado fue un discurso profundamente contradic
torio, pero en el que las lealtades de clase todavía resonaban de manera
muy poderosa. En otras palabras, los proletarios de Arlt estaban orgu
llosos de ser proletarios, incluso si soñaban con besar como Valentino
o con ser Valentino. Cuando Juan Perón surgió luego del golpe de
Estado de 1943, hablaba una lengua construida en gran medida por
elementos de la cultura popular. Estos préstamos discursivos ayudan a
explicar su atractivo para los trabajadores que, como advertía Arlt, sen
tían pocas simpatías hacia el comunismo. Al caracterizar la emergencia
del populismo en el seno de la cultura comercial de masas de los años
veinte y treinta, este libro ilumina tanto el poder del peronismo como
sus contradicciones internas.
El capítulo 1 examina el proceso fluido de la formación de clases
en el contexto de la expansión barrial de Buenos Aires, de donde pro
venía la principal audiencia de la cultura de masas. En estas áreas, el
crecimiento económico desigual y una serie de discursos contradicto
rios de los anunciantes, las asociaciones barriales, los sindicatos y los
partidos políticos indicaban que la identidad de clase estaba en proce
so de cambio. El ascenso social era el sueño de muchos, pero coexistía
con expresiones de la conciencia de clase. Como los productores cul
turales buscaban atraer a los consumidores, estos discursos en disputa
inevitablemente encontraban una expresión en las películas y la radio.
Y, sin embargo, la fluidez y la indeterminación de las identidades de
clase en los barrios también dejaban que la nueva cultura de masas
ejerciera una profunda influencia sobre los que la consumían.
El capítulo 2 explora la introducción del fonógrafo, la radio y el
cine en Argentina, y analiza las estrategias a través de las cuales las
compañías pequeñas y sin demasiado capital buscaban competir con
sus rivales más prósperos del norte. Los empresarios que llegaron a
dominar las nuevas industrias culturales tendían a ser inmigrantes que
estaban dispuestos a explotar el potencial comercial de las formas de la
cultura popular, menospreciadas por la elite argentina. Aunque emu
laban los estándares norteamericanos de la modernidad de la cultura
masiva, eran incapaces de duplicarlos. En su lugar, ofrecían a los con
sumidores un modernismo alternativo que rediseñaba la cultura popu
lar existente y ofrecía al público una visión distintivamente populista
de la autenticidad argentina. Mientras este tipo de populismo llegaba
INTRODUCCIÓN 37
a dominar la programación radial, la incipiente industria cinemato
gráfica se veía forzada a aceptar un mercado segmentado en el que
las películas nacionales se proyectaban en los cines “populares” y eran
ignoradas por gran parte de ias clases acomodadas. Estos patrones de
consumo reforzaban el clasismo de la nueva cultura de masas.
El capítulo 3 examina el significado del melodrama argentino. Más
que un género, el melodrama era un lenguaje que le dio forma a casi
todos los productos masivos del período. El melodrama estaba basado
en una visión del mundo profundamente fatalista, en la que los indivi
duos eran víctimas del destino y la resistencia era infructuosa. Al mis
mo tiempo, al proponer una visión maniquea del mundo en la que la
pobreza funcionaba como garante de la virtud y la autenticidad, el me
lodrama presentaba a Argentina como una nación dividida de manera
irreconciliable, entre los pobres y los ricos. De este modo, la cultura
de masas melodramática diseminó los ingredientes para una crítica
profunda de los valores que sostenían el statu quo. Incluso los aspectos
más marcados por el género -por ejemplo, su tendencia a castigar a las
mujeres por el “pecado” de ir en busca de una vida mejor- reforzaban
un mensaje clasista y subversivo al celebrar la solidaridad obrera.
El capítulo 4 explora los resultados contradictorios de los muchos
intentos de sanear y mejorar la cultura de masas. A pesar de los esfuer
zos por erradicar las asociaciones entre la música, el cine, la radio, la
cultura plebeya y la violencia, la viabilidad comercial de estos objetos
dependía justamente de su capacidad para satisfacer la nostalgia por un
pasado auténtico, que estaba definido por estas asociaciones problemá
ticas. Incapaz de reconciliar modernidad y autenticidad, la cultura de
masas argentina navegaba entre una insistencia por la respetabilidad de
la clase media y la defensa del coraje plebeyo, entre la búsqueda del as
censo social y la celebración de la solidaridad obrera. A pesar de la mul
tiplicación de los esfuerzos por construir una identidad nacional por
medio de la cultura masiva -intentos, por ejemplo, por identificar una
cultura folclórica prístina en el interior del país o por elaborar un arte
culto basado en las tradiciones folclóricas nacionales—,los productores
culturales no lograron generar mitos nacionales que fueran capaces de
superar las divisiones de clase e integrar la nación.
Finalmente, el capítulo 5 examina la apropiación política de las
imágenes y narrativas producidas por la cultura masiva después del
golpe de Estado de 1943. Leo la retórica de Juan y Eva Perón entre
38 | MATTHEW B. KARUSH
1943 y 1946 a la luz del análisis precedente para mostrar que su visión
esencialmente moral del conflicto de clase, su crítica del egotismo de
los ricos y su celebración de la humildad, solidaridad y autenticidad
nacional de los trabajadores tienen sus raíces en la cultura de masas.
Del mismo modo, sostendré que el peronismo heredó muchas de sus
contradicciones —tales como la tendencia a atacar la avaricia de la elite
mientras legitimaba la envidia de la clase trabajadora o su adscripción
simultánea al antielitismo y al conformismo- del cine y de la radio del
período anterior. La deuda del peronismo con la cultura de masas ayu
da a dar cuenta del impresionante atractivo del movimiento. También
ayuda a explicar cómo un movimiento político tan polarizador parece
surgir tan de repente. La profunda división social que caracterizó a
Argentina luego del surgimiento del peronismo estaba ya en germen y
siendo reforzada, en los años veinte y treinta, por la pantalla del cine,
las ondas radiales y las revistas populares.
Capítulo 1
LA FORMACIÓN DE LA CLASE EN LOS BARRIOS
9. Sobre las leyes de rezonificación de 1914, véase Scobie (1974: 199). Sobre la
expansión industrial en los barrios, véase Walter (1993: 235-236).
LA FORMACIÓN DE LA CLASE EN LOS BARRIOS 151
seminaron de manera activa un conjunto de valores que incluían el
progreso, la educación, la cultura y la moral. En 1926, Labor, el diario
de la corporación Mitre -la sociedad de fomento del barrio Nazca—,
describió la evolución de la institución del siguiente modo:
12. Los historiadores de las asociaciones mutuales étnicas en Argentina han iden
tificado un fenómeno similar: el liderazgo de una pequeña elite adinerada
coexistía con la igualdad forma! dentro de instituciones y con una retórica
que enfatizaba la unidad étnica por sobre ¡as diferencias de clase (Devoto
y Fernández, 1990: 140).
MATTHEW B. KARUSH
para hacerle frente.13 Para que los líderes barriales tuvieran este poder
y relevancia política, necesitaban aparecer como defensores de la mo
dernización y el progreso y, al mismo tiempo, como representantes le
gítimos de sus comunidades. El compromiso con una visión inclusiva
e igualitaria del progreso era, así, un componente clave de su hegemo
nía. Los líderes barriales, que por lo general eran médicos, comercian
tes o empleados públicos, estaban involucrados simultáneamente en la
construcción de una imagen del barrio igualitaria e inclusiva y a la vez
en la búsqueda de un estatus de elite que les permitiera hablar por la
comunidad. De hecho, se alentaba a los vecinos para que participaran
en las organizaciones comunitarias como un modo de obtener cierta
distinción: incluso si el ingreso a la elite política o económica estaba
fuera de su alcance, un oficinista o el dueño de un pequeño negocio
podía, de manera realista, aspirar a convertirse en un vecino notable
de su barrio (De Privitellio, 1994; González Leandri, 2001: 223-225).
A veces la tensión entre inclusión y elitismo podía producir conflictos,
como por ejemplo cuando las elites del barrio criticaban la preferencia
de muchos vecinos por el fútbol por sobre otros intereses culturales
“más serios” (González Leandri, 1990: 103-105). Claramente, los es
fuerzos de las elites barriales por vestir de ropajes igualitarios a sus ins
tituciones no convencían a todo el mundo. Dante Linyera, un poeta
del tango con simpatías por la izquierda, ofrecía una interpretación
más cínica y con conciencia de clase: “En cada barrio hay una sociedad
de fomento para los ricos y una comisaría, para los pobres”.14
Las tendencias en disputa hacia el igualitarismo y la distinción
eran visibles más allá de la esfera pública de los barrios; se veían tam
bién en las cambiantes prácticas de consumo de los porteños. Como
ha explicado Fernando Rocchi, el veloz crecimiento económico, la ur
banización y el aumento de la producción industrial en Argentina de
fin de siglo sentaron las bases para le emergencia de una “sociedad
de consumo” (Rocchi, 2005: 50). En la medida en que la cultura de
mercado se expandía, la demanda por productos nacionales produ
cidos masivamente, como cigarrillos, cerveza y ropa, se disparó y la
publicidad adquirió un nuevo sentido. A partir del comienzo del siglo
13. Sobre el problema con CHADE, véanse De Privitellio (2003: 149-182) y Walter
(1993: 173-175).
14. La Canción Moderna, vol. 1, n° 4, 16 de abril de 1928.
LA FORMACIÓN DE LA CLASE EN LOS BARRIOS 155
XX, los diarios y las revistas argentinas se llenaron de coloridos anun
cios que buscaban atraer a potenciales consumidores y fomentar cierta
lealtad con una marca. La audiencia a la que le estaba destinada la ma
yor parte de esta publicidad, y el grueso del mercado para estos nuevos
productos de la industria nacional, estaban compuestos por la misma
población heterogénea que se mudaba a los nuevos barrios: trabajado
res y oficinistas que buscaban, en cierta medida, emular los gustos y las
costumbres de las clases más altas. Como reconocían los industriales
argentinos, las elites compraban productos importados; la demanda
para los productos de la industria nacional surgía por completo de los
trabajadores que buscaban ascenso social y por “las clases sociales de
poder adquisitivo medio”.15 Esta nueva sociedad de consumo ayudó a
producir una borradura de las distinciones de clase en la vida pública.
Los industriales advirtieron con alegría la tendencia de ios trabajado
res porteños a gastar mucho dinero en camisas y corbatas e incluso
en relojes de oro, mientras los porteños de buen pasar lamentaban la
presencia de las familias plebeyas en los antes aristocráticos parques de
Palermo. Como mostró Rocchi, las denuncias de los nuevos ricos eran
frecuentes en la literatura de los años veinte y treinta. En 1932, por
ejemplo, el escritor Enrique Loncán declaró que Argentina era la tierra
del guarango, un trepador pretencioso, bruto y poco educado que no
podía apreciar la verdadera elegancia (Rocchi, 2003: 155-156).16
Mientras que estas críticas daban cuenta del impacto democra-
tizador del nuevo consumo, también revelaban un deseo por resistir
esa tendencia y por reafirmar la distinción de clase. Y el mundo del
consumo aún proveía los medios para alcanzar tal distinción, tal como
lo revela la preferencia de la elite por los productos extranjeros. Si
bien los trabajadores y otras personas de modestos recursos eran cada
vez más capaces de copiar a los ricos a través del consumo, una gran
diferencia de calidad aún separaba los objetos adquiridos por los po
bres y aquellos a disposición de los ricos. En todo caso, incluso si la
publicidad apelaba al deseo de ascenso social, los peligros del consumo
como medio de obtener cierto estatus eran bien conocidos. La tira
cómica Timoteo Puertonuevo presentaba el intento de un pobre tipo de
pasar por una elegante estrella radial. En una tira de 1933, Timoteo ve
15. El empresario del calzado Luis Pascareíla, cit. en Rocchi (2003: 62).
1ó. El texto citado es Mirador porteño (Nuevas charlas de mi amigo), de Loncán.
56 | MATTHEW B. KARU5H
una publicidad de un traje que promete que “por solo 50 pesos, usted
puede convertirse en Jhon [sic\ Barrymore”. Corre al negocio, compra
el traje y le pide al sastre que no le ponga "hombreras militares como
socialista”. Después impresiona al objeto de su afecto, una corista que
le dice que es “elegante” y, utilizando para ello la palabra en inglés, un
verdadero “gentleman”. Pero desafortunadamente, cuando empieza a
llover y la chica le pide la chaqueta, Timoteo duda. Cuando ella decla
ra que un verdadero caballero (y esta vez usa la palabra en castellano)
con gusto le hubiera dado hasta la camisa, él se quita la chaqueta re
velando que no tiene camisa.17 Como todos sus intentos, los esfuerzos
de Timoteo por comprar respetabilidad y un estatus social más alto
están condenados al fracaso. La tira critica la lucha social, pero desde
una perspectiva diferente de la que adopta Loncán para atacar al gua
rango. Acá lo que produce risa no es el mal gusto de Timoteo, sino su
credulidad. La tira cómica muestra el deseo de ascenso social bastante
extendido y la tendencia de las publicidades de apelar a ello, incluso si
también revela un escepticismo resultado del sentido común hacia las
promesas utópicas de la publicidad. La nivelación social que caracteri
za a la nueva sociedad de consumo tenía límites claros.
Tanto las elites barriales como los anunciantes tendían a fomentar
la búsqueda del ascenso social y a borrar las diferencias de clase. Ya sea
a través de la adquisición de cultura y respetabilidad en la biblioteca
local o de la compra de un traje adecuado, los porteños podían aspirar
a superar las crecientes barreras invisibles que los separaban de los que
estaban arriba en términos socioeconómicos. La tendencia a atenuar
las diferencias de clase era evidente también en la esfera de la política
electoral. Luego de las reformas electorales de 1912 y 1917, la expan
sión del electorado y la implementación del voto secreto crearon un
ambiente competitivo en el que los partidos políticos ya no podían
confiar exclusivamente en el fraude y el clientelismo, y así la retó
rica electoral adquirió una importancia novedosa (Horowitz, 1990;
Karush, 2002: 91). Durante esos años - y es importante señalar que
el sufragio universal masculino y las elecciones competitivas funcio
naban a nivel municipal incluso después del golpe militar de 1930—,
los partidos tendían a evitar apelar a clases sociales particulares y a
18. Sobre la democracia no pluralista y sobre los esfuerzos pro laborales de los
radicales de la ciudad de Rosario, véase Karush (2002). Sobre los modos de
evitar las apelaciones basadas en la clase y sobre las semejanzas entre el
radicalismo y el socialismo en Buenos Aires, véase De Privitellio (2003: 87-99,
208-209). Sobre el uso del obrerismo en Yrigoyen, véanse Horowitz (1990: 115-
147) y Persello (2004).
MATTHEW B. KARUSH
sus padres, estos porteños disfrutaban por completo de la ciudadanía y
del sufragio efectivo. Como hemos visto, también vivían en una socie
dad en la que existían las oportunidades económicas y el ascenso social
y en la que la posibilidad de tener una casa propia y una buena edu
cación para sus hijos eran posibilidades reales. Con frecuencia vivían
lejos del lugar en el que trabajaban, en barrios heterogéneos donde se
los alentaba a participar en una nutrida red de clubes locales, asocia
ciones y bibliotecas. Y vivían en una sociedad de consumo en la que
el número de productos manufacturados en el país era cada vez más
creciente y estaba disponible a precios accesibles, y en el que los pu
blicistas frecuentemente apelaban al deseo de los hijos de inmigrantes
por adquirir estatus. Para Luis Alberto Romero y otros historiadores,
estos desarrollos produjeron un nuevo conjunto de valores, así como
la identidad de clase de décadas anteriores le cedió su lugar a una
“ideología espontánea del ascenso social”. De acuerdo con este punto
de vista, los barrios de esta época estaban habitados no por los miem
bros de la clase trabajadora, sino por una población diversa mejor en
tendida como “sectores populares”. Para Romero y otros, la búsqueda
cada vez más extendida del autodesarrollo, de un estatus más alto y
una vida mejor era esencialmente una característica de la clase media.
En otros términos: aunque muchos individuos no lograran realizar
el sueño de ingresar a la clase media respetable, la aspiración era casi
universal. Esta era una “sociedad masiva de clases medias” (Romero,
2002; Rocchi, 2003: 154).
Esta descripción captura, por cierto, algunos aspectos del perío
do. Es innegable que Buenos Aires tenía un gran y creciente número
de dueños de pequeños negocios, oficinistas y empleados públicos,
maestras y otros grupos medios. En otras palabras, muchos porteños
no eran ni pobres ni ricos. De acuerdo con un estimado reciente ba
sado en las estadísticas sobre ingreso anual en 1914, las clases bajas
ascendían al 55% de la población mientras que los ricos constituían
una pequeña elite menor al 1%. Entre estos dos extremos, había un
grupo inmenso —casi el 45% de los argentinos—que podía ser llamado
clase media (Rocchi, 2005: 62). Aunque imprecisos, estos números
son sugestivos y ayudan a demostrar que el crecimiento económico de
esos años proveyó de importantes oportunidades económicas para la
gente común. En este sentido, parecían sustanciar tanto la imagen de
este período como caracterizado por altos rangos de movilidad social
LA FORMACIÓN DE LA CLASE EN LOS BARRIOS |59
como la fama de Argentina como el país con la clase media más grande
de Latinoamérica. Es más, en ciertos ámbitos, las afiliaciones con la
“clase media” eran cada vez más visibles en los años veinte y treinta.
Los líderes de las asociaciones barriales, por ejemplo, ocasionalmente
abrazaban su “medianía”. Las elites del barrio de Boedo remarcaban
la importancia de la modestia, criticando a los que desdeñaban los
negocios locales a favor de los más pretenciosos y caros negocios del
centro (De Privitellio, 1994: 116). Al celebrar su propio ascenso de
clase mientras se distinguían de los ricos, estaban comenzando a forjar
una identidad de clase media.
Sin embargo, como lo demuestra Ezequiel Adamovsky en su his
toria reciente sobre el tema, la identidad de clase media no estaba
extendida en Argentina durante los años veinte y treinta. Aunque al
gunos políticos e intelectuales esperaban que algo llamado “clase me
dia” sirviera como contrabalance al proletariado radicalizado, ningún
partido político o sindicato se presentó a sí mismo como defensor de
ese sector. Por el contrario, las organizaciones que representaban a los
empleados administrativos, empleados públicos y trabajadores de la
telefónica adoptaban una identidad explícitamente de clase trabajado
ra, mientras que los sindicatos de maestros y bancarios habitualmente
expresaban su solidaridad con el movimiento obrero. A diferencia de
sus equivalentes en otros países latinoamericanos, estos trabajadores
del sector administrativo no adoptaban una explícita identidad de cla
se media. En otras palabras: el 45% de los argentinos con niveles de
ingreso medios no parecían percibirse a sí mismos como miembros
de una clase distinta, con un conjunto de intereses particulares que los
distinguía de los que estaban por debajo y encima de ellos en el espec
tro social (Adamovsky, 2009b: 135-216).19
Esto no niega que muchos valores habitualmente asociados con
la clase media estuvieran, de hecho, en alza, incluyendo no solo el
desarrollo personal como camino hacia el ascenso social, sino también
el pudor, la frugalidad, la respetabilidad y el patriarcado. Una ima
gen idealizada de la familia respetable, con un padre trabajador que
provee educación para sus hijos y una madre ama de casa que cultiva
19. Véase también Adamovsky (2009a: 209-251). Enrique Garguin acuerda con
la periodización de Adamovsky (véase Garguin, 2007: 161-184). Perú y Brasil
constituyen casos opuestos (véanse Parker, 1998, y Owensby, 1999).
MATTHEW B. KARUSH
el desarrollo moral de ellos, se volvió prominente durante la época
(Míguez, 1999: 21-45). Los anunciantes reforzaban este mensaje ge
nérico al hacer foco en las amas de casa que, ellos creían, estaban a
cargo del presupuesto familiar. Al patrocinar los programas diurnos de
radio diseñados para apelar a las madres que se quedaban en la casa,
los productores de comida y medicinas ayudaban a construir una ima
gen poderosa de la domesticidad respetable (Rocchi, 2003: 177-180).
De todas maneras, estos supuestos valores de clase media no eran in
compatibles con la identidad obrera, tal como lo sugiere la noción de
“suburbio de clase trabajadora decente”. Es más, estos valores no se
integraron a una ideología o una identidad unificada. Por el contra
rio, las tensiones y la ambivalencia persistieron. Por ejemplo, las elites
barriales y los políticos enfatizaban su compromiso con la moderni
zación, pero también estaban preocupados por la presencia creciente
de las mujeres en los lugares de trabajo modernos que amenazaba la
respetabilidad tradicional de la familia (Míguez, 1999: 38-42). Los tres
berretines presenta a una familia estereotípica de la clase media gober
nada por el patriarca que busca inculcar un ethos de trabajo y esfuerzo
a sus hijos mientras espera que su hija consiga un buen marido. Sin
embargo, la cultura moderna atenta contra el control patriarcal de
Manuel Sequeiro sobre su esposa e hijos así como contra su idea
de respetabilidad. Finalmente, la educación y el desarrollo personal
son cada vez menos los medios para alcanzar el ascenso social, y cada
vez más unas antiguas reliquias de una época pasada. Por supuesto, la
promesa de una cultura de masas transgresora está claramente limitada
por el género: a diferencia de los hijos de Manuel, su hija permanece
confinada por las nociones de respetabilidad y acepta dejar de ir al
cine. Aun así, Los tres berretines ofrece para los varones jóvenes una
opción entre la antigua respetabilidad y la afiliación con las prácticas
culturales de los pobres. Una identidad moderna y de clase media no
es ni siquiera una opción.
La idea de que una identidad de clase media estaba desarrollándose
se ve complicada aún más por el hecho de que la militancia obrera
persistía e incluso se expandió durante este período. La extensa movi
lización laboral en Argentina data de la primera década del siglo XX.
Esta primera ola de luchas laborales estuvo liderada principalmente
por los anarquistas, cuyo mensaje parecía estar hecho a la medida de
una sociedad en la que el fraude rampante hacía de la garantía consti
LA FORMACIÓN DE LA CLASE EN LOS BARRIOS 161
tucional del sufragio universal masculino una promesa vacía (Falcón,
1987: 378-387). Con pocos motivos para obtener la nacionalidad ar
gentina, los trabajadores inmigrantes eran frecuentemente receptivos
al mensaje antipolítico del anarquismo. Sin embargo, incluso durante
la época de oro de la militancia anarquista de la primera década del
siglo XX, el crecimiento del movimiento obrero le debe mucho a la
capacidad de los sindicatos para representar las demandas salariales de
los trabajadores (Thompson, 1984: 81-99; Korzeniewicz, 1989: 25-
45). El pragmatismo del movimiento obrero se hizo incluso más evi
dente después de 1915 con el ascenso de los sindicalistas, que estaban
más dispuestos que los anarquistas a aceptar la mediación del Estado.
La orientación pragmática y realista de los sindicatos argentinos refle
jaba la conciencia de ios trabajadores inmigrantes, que combinaron la
identidad de clase con un profundo deseo de ascenso social, que era lo
que los había motivado a cruzar el Atlántico.20
Esta combinación produjo una militancia agresiva que culminó en
una oleada de huelgas masivas durante el período 1916-1921. Aunque
la revolución bolchevique ciertamente inspiró un nuevo radicalismo
entre una parte del movimiento obrero, el pragmatismo de la clase
trabajadora persistió. El movimiento obrero sindicalista buscó abierta
mente el apoyo del gobierno radical de Hipólito Yrigoyen, una estra
tegia que en sus inicios tuvo éxito cuando la administración respaldó
las demandas de los trabajadores con el objeto de mantener el flujo
de exportaciones y de fomentar el favor de los votantes de las cla
ses trabajadoras (Rock, 1975; Horowitz, 2008). Pero la movilización
laboral eventualmente provocó la represión: el gobierno alentó a ios
rompehuelgas a interrumpir el conflicto portuario en curso, permi
tiendo que los nacionalistas de derecha atacaran a los sindicatos y a los
izquierdistas, y lanzando al ejército sobre los huelguistas durante la in
fame Semana Trágica de enero de 1919. En la estela de esta represión,
y frente a un nuevo aumento de la inmigración, el movimiento obrero
entró en un extendido período de declive. En 1920, la federación sin
dicalista había movilizado a más de 100.000 trabajadores en más de
21. Sobre las huelgas de 1928 en Rosario, véanse Karush (2002: 180-195) y Korze
niewicz [1993a: 1-32).
LA FORMACIÓN DE LA CLASE EN LOS BARRIOS 63
sindicatos comunistas. Con cientos de trabajadores no calificados y
semicalificados en sus filas, estas organizaciones no podían depender
de sus posiciones estratégicas en el proceso de producción, como ha-
bían hecho los viejos sindicatos de artesanos y también los portuarios y
ferroviarios. Los comunistas, en cambio, construyeron organizaciones
nacionales con burocracias altamente centralizadas y forjaron alianzas
políticas para beneficio de sus miembros.22
El resurgimiento del movimiento obrero en la década 1930 de
muestra que las afiliaciones de la clase trabajadora y sus lealtades per
manecieron extendidas durante este período. Si el crecimiento de ba
rrios multiclasistas y el advenimiento de una sociedad de consumo
sirvieron para borrar las diferencias de clase, la industrialización y los
esfuerzos de los líderes comunistas empujaron en dirección opuesta. Es
más, la solidaridad obrera no se confinó a zonas industriales discretas,
sino que para la segunda mitad de los años treinta estaba expandida in
cluso en los nuevos barrios. Los tres distritos periféricos del censo que
eran el hogar de un 40% de la población porteña en 1936 también
alojaban aproximadamente al 20% de los trabajadores industriales de
la ciudad. Incluso si vivían en barrios multiclasistas, estos trabajado
res no habían intercambiado simplemente su conciencia de clase por
la búsqueda del ascenso social. En los momentos claves, muchos de
los residentes de estos barrios se mostraron dispuestos a expresar su
solidaridad con los trabajadores en huelga. A fines de 1935, 60.000
obreros de la construcción abandonaron sus trabajos para demandar
un aumento salarial, mejoras en la seguridad del espacio de trabajo,
reducción de la jornada laboral y reconocimiento sindical. Como el
conflicto se extendía en enero, los principales sindicatos convocaron
a una huelga general. El resultado fue dos días de protesta masiva, la
más larga y violenta desde la Semana Trágica de 1919- El epicentro
del conflicto y el sitio de casi todos los choques entre los huelguistas
y la policía fue la zona de urbanización más reciente, los florecientes
barrios del norte y oeste de Buenos Aires (Iñigo Carrera, 2004).23 Es
22. Sobre el surgimiento de las nuevas uniones industriales, véanse Durruty (1969)
y Korzeniewicz (1993b: 7-40). Sobre el éxito de los comunistas, véase también
Tdmarin (1985:152).
23. Sobre la ubicación de los incidentes de la huelga, véase Iñigo Carrera (2004:
84-85).
64 MATTHEW B. KARUSH
más, la solidaridad de clase no estaba limitada a los trabajadores in
dustriales. Durante los años treinta, muchos oficinistas y administrati
vos adscribieron al movimiento obrero (Adamovsky, 2009b: 135-76).
Particularmente influyente fueron los empleados de comercio sindica-
lizados, que usaban sus conexiones con el Partido Socialista para ase
gurar la sanción de una legislación protectora. Para fines de la década,
casi un 15% de los administrativos de la ciudad estaban organizados, y
el Sindicato de Empleados de Comercio le dio su apoyo a los comunis
tas (Horowitz, 1990: 79-84, 105-109, 165-168). Tanto la intensidad
de la huelga general en enero de 1936 como la fuerza del sindicato de
los empleados de comercio sugieren que la expansión de las filiaciones
de la clase trabajadora tuvo un impacto significativo más allá de las
paredes de la fábrica.
A pesar de este aumento en la militancia obrera, los miembros
de los sindicatos seguían siendo una minoría entre los trabajadores
activos de Buenos Aires. Sin embargo, la solidaridad obrera tenía una
influencia y un atractivo más allá de los sindicatos. Era evidente, por
ejemplo, en la prensa hegemónica y particularmente en Crítica, el pe
riódico de la tarde más popular de la ciudad. Durante los años vein
te, el dueño de Crítica, el uruguayo Natalio Botana, adscribió a las
técnicas sensacionalistas de Hearst y Pulitzer, incluyendo los titulares
estridentes, una extensa cobertura policial y de la vida nocturna en la
ciudad. Para octubre de 1924, el promedio de circulación de Crítica
era de 166.385 ejemplares, quedando en tercer lugar entre los muchos
matutinos porteños; al final de la década," él diario estaba vendiendo
más de 300.000 ejemplares por día (Saítta, 1998: 49, 73). Sylvia Saítta
sostiene que el diario constituyó su público a partir de dos estrategias
complementarias. Por un lado, el diario buscó “la expansión por me
dio de la especialización”, generando continuamente nuevas seccio
nes con el objeto de apelar a distintos grupos de lectores potenciales
(Saítta, 1998: 117). Por otro lado, Crítica adoptó una consistente pose
editorial como “la voz del pueblo55 (Saítta, 1998: 55-90). El diario em
pleaba con frecuencia este lenguaje de un modo inclusivo, usando su
volumen de circulación como evidencia de su lugar como el verdadero
representante de los intereses populares. Pero el populismo de Crítica
también lo lanzaba hacia una alianza explícita con la clase trabajado
ra y los pobres. En 1923, Crítica lideró una campaña, con un perfil
bastante alto, en apoyo a Kurt Wilckens, un anarquista que había ase
LA FORMACIÓN DE LA CLASE EN LOS BARRIOS | 65
sinado a un coronel en venganza por su rol en la brutal represión de
los huelguistas de la Patagonia. Durante el resto de la década, Critica
apoyó a los sindicatos argentinos, organizando eventos de beneficencia
y presentándose a sí mismo repetidas veces como el defensor de los po
bres (Saítta, 1998: 65-79). Aunque el diario de Botana nunca hubiera
sido confundido con una publicación de izquierda ortodoxa, la defen
sa de los intereses de los trabajadores era uno de los aspectos que lo
hacía atractivo. El hecho de que esta estrategia resultara exitosa revela
la continua relevancia de la identidad obrera para muchos porteños.
En los años veinte y treinta, los barrios de Buenos Aires no alberga
ban a una clase media consciente de sí misma. Estas áreas, en cambio,
experimentaban un proceso fluido y ambiguo en el que una población
diversa era abordada de muchas maneras, competitivas y contradicto
rias. Los partidos políticos, las asociaciones barriales y los publicistas
tendían a enfatizar la modernidad, el ascenso social y la respetabilidad,
mientras atenuaban las diferencias de clase, pero la solidaridad obrera
persistía. Era sumamente obvio en el refortalecimiento del movimien
to obrero, pero era también visible en la instancia populista de Crítica,
en los conflictos entre los líderes y los miembros rasos de asociaciones
étnicas, en el recurrente conflicto de las asociaciones barriales entre la
“cultura’ promovida por las elites del barrio y los deportes adoptados
por los residentes más plebeyos, así como en la esporádica pero notable
aparición de apelaciones a los trabajadores en la política electoral. Las
audiencias de estos discursos se superponían de manera significativa.
Un miembro de un sindicato liderado por un comunista, por ejemplo,
bien podía vivir en un barrio multiclasista, participar en la sociedad de
fomento local y votar por los radicales.
La ambigüedad de la formación de clase en este período es visible
en la memoria de Edmundo Rivero, un gran cantante de tango de los
años cuarenta, cincuenta y sesenta (Rivero, 1982). Nacido en 1911,
Rivero creció en Saavedra, un barrio del noreste de Buenos Aires re
cientemente urbanizado. Su padre había sido jefe de la estación de
tren y después oficial de policía, su madre era ama de casa. La familia
vivía en una gran casa con los abuelos de Edmundo. Así era entonces
el modelo de casa propia, ostensiblemente clase media de un barrio de
Buenos Aires. Cuando era chico, Rivero usó mucho la biblioteca mu
nicipal de Saavedra, donde leía novelas de Dumas y poesía de Dante.
Es más, cierta expectativa de respetabilidad estructuró su juventud.
66 | MATTHEW B. KARUSH
Rivero mantuvo sus intereses musicales en secreto frente a sus padres,
porque pensó que no lo aprobarían, y aunque cantaba con su hermana
en casa, ella, como chica joven, no estaba autorizada para entrar a un
bar. Sin embargo, este no era un mundo uniformemente de clase me
dia. Además de la biblioteca, Saavedra también tenía un bar frecuenta
do por malevos y delincuentes, donde el joven Rivero podía escuchar a
los músicos que venían a tocar. Rivero recuerda la tristeza que reinaba
en el barrio después de los conflictos laborales de enero de 1919. Es
más, él creció hablando lunfardo y se fascinó con los payadores Juan
Pedro López y Martín Castro, cuyos versos denunciaban la pobreza y
la injusticia social. Rivero no terminó la escuela secundaria y se con
virtió en cantor de tango después de hacer el servicio militar en 1929.
Crecer en el barrio le dio un deseo de ascenso social, pero también una
fuerte filiación con la cultura popular de los argentinos pobres.
Los pequeños empresarios y artistas que desarrollaron la música,
los programas de radio y las películas de los años veinte y treinta busca
ron formar una audiencia entre los residentes de los barrios porteños.
La cultura masiva que crearon lleva dentro los trazos de este ambiente
ideológico: combinó un compromiso progresivo con el ascenso social
con un discurso populista y hasta consciente de la clase. Valores os
tensiblemente de clase media, como la respetabilidad, el esfuerzo y la
búsqueda del ascenso social encontraron su expresión en los nuevos
medios, como también lo hicieron las críticas a la modernidad, las
denuncias populistas contra los ricos y la celebración de las virtudes
y la autenticidad nacional del trabajador pobre. De todas maneras, la
cultura de masas no fue un simple espejo de su público. De hecho,
la cultura de masas del período remodeló elementos de la cultura na
cional para construir una imagen de la sociedad argentina que difería
notablemente del mundo heterogéneo y ambiguo de los barrios. La
representación positiva de la cultura plebeya en Los tres berretines fue
típica de la cultura masiva nacional, aunque el foco de la película pues
to en una familia de clase media lo fue en menor medida.24 La mayoría
4. También en Brasil, Whiteman era una estrella mucho mayor que la de las
bandas lideradas por afroamericanos como Duke Ellingfon y Count Basie.
Según Bryan McCann, esta percepción era el resultado de! éxito local de
la película hollywoodense de Whiteman, Kíng of Jazz {Anderson, 1930)
(véase McCann, 2004: 138). Sin embargo, a mediados de los años treinta,
Ellington en particular empezó a llamar ¡a atención de los aficionados de jazz
argentinos. Véase, por ejemplo, Sintonía 3, nD98, 9 de marzo de i 935.
5. La Canción Moderna , vol. 1, n° 4,1 ó de abril de 1928. A mediados de ios años
veinte, las publicidades de Discos Dobles Nacional, de Max Glücksmann,
incluían invariablemente grabaciones de jazz y tango interpretadas por los
mismos artistas. Véase, por ejemplo, Caras y Caretas, 17 de enero de 1925,
p. 17. Sobre las grabaciones de jazz de Firpo, véase Pujol (1994: 20-21).
6. La Canción Moderna, vol. 1, n° 6, 30 de abril de 1928.
COMPETIR EN EL MERCADO TRANSNACIONAL
hecho de que Firpo tenía el mismo apellido que el gran peso pesado
Luis Firpo, la tira mostraba al líder de la orquesta como boxeador y
proclamaba que él había iniciado “una lucha encarnizada contra el
foxtrot”.7 Y Firpo no estaba solo en este deseo de ver al tango triunfar
sobre el jazz. Una de las cartas de lectores enviadas a la revista Sintonía
exhortaba a la orquesta típica de Osvaldo Fresedo a que dejara de to
car foxtrots y se concentrara, en cambio, en “aquellos acompasados
y hermosos tangos a que nos tiene acostumbrados”,8 mientras otros
lamentaban la omnipresencia del jazz en la radio: “No concibo cómo
ocho de las dieciséis emisoras de radio actualmente en funciones pue
dan transmitir simultáneamente foxtrots”.9
No todos los porteños veían el jazz y el tango como antagonistas
implacables; además, los dos ritmos coexistían en los mismos catálo
gos discográficos y revistas, así como en las mismas radioemisoras y
escenarios durante el período. Sin embargo, la competencia con el jazz
tuvo un profundo efecto sobre el tango. Muchos músicos de tango se
inspiraban en los discos de jazz que escuchaban y de los cuales toma
ban prestadas ciertas ideas musicales. Adolfo Carabelli, un pianista
con educación clásica, se convirtió en un devoto de la nueva música a
fines de la primera década del siglo, formó una banda de jazz y empezó
a grabar, primero para el pequeño sello Electra y luego para Victor.
En 1925, cuando Victor decidió que necesitaba una orquesta propia
para competir con Nacional-Odeon en el mercado del tango, el sello
contrató a Carabelli para formar la ahora legendaria Orquesta Típica
Victor. Al año siguiente, Victor nombró a Carabelli su director artísti
co en Argentina y él mismo supervisó el catálogo del sello tanto en jazz
como en tango. La orquesta del mismo Carabelli incluía el bandoneón
y el violín, típicos de las orquestas de tango, pero también una tuba y
una batería. La suya fue una música híbrida (Pujol, 1992: 33-35).10
Del mismo modo, la conocida orquesta de Osvaldo Fresedo estuvo
profundamente influenciada por el jazz estadounidense, a pesar de las
11. Sobre la transición desde la Vieja Guardia a la Nueva Guardia, véase Labra-
ña y Sebastián (1992: 45-49),
12. Un historiador del tango que se detiene en De Caro es Sierra (1985: 97-99).
Un crítico contemporáneo que vincula las innovaciones de De Caro con e!
jazz y lo compara con Duke Ellington es Nudler (2005b: 45-48). Sobre eí "violín-
corneta” de De Caro, véase De Caro (1964: 51-52).
78| MATTHEW B. KARUSH
de parte del jazz.13 Intentaba demostrar que el tango, “como el vals o el
jazz”, podía ser la base de una música sofisticada (De Caro, 1964: 98).
En línea con este esfuerzo de modernizar la orquestación del tango
para ayudar a que el género sobreviviera frente a la competencia con el
jazz norteamericano, De Caro fue descripto como el “Paul Whiteman
porteño”.14 Al poner a De Caro y a Whiteman al mismo nivel, la
comparación afirmaba la modernidad de De Caro así como su com
promiso por refinar y mejorar la música popular.
En parte gracias a los esfuerzos de De Caro y de otros cantores de
la Nueva Guardia, el tango demostró su capacidad de sostenerse a sí
mismo en competencia con el jazz. Un anuncio aparecido en 1935
revela hasta qué punto el tango se había reconciliado con la moderni
dad.15 El aviso, que promovía los programas de radio auspiciados por
el lustrador Brasso, mostraba dos imágenes de gente bailando. Bajo
la frase “¿Le gusta el tango?”, una pareja elegantemente vestida baila
mientras un músico toca el bandoneón. Bajo la frase “¿Le gusta el
jazz?”, una pareja igualmente elegante baila mientras toca un trompe-
tista. Dejando de lado la elección de los instrumentos, sutiles diferen
cias distinguen las dos ilustraciones. Las cabezas de los bailarines de
tango miran hacia abajo, dándoles un aire de seriedad, mientras que
los rostros dirigidos hacia arriba de los que bailan jazz, que también
se repite en el trompetista, sugiere frivolidad. El cabello oscuro y el
bigote del varón en el dibujo del tango contrastan con el color claro de
los bailarines de jazz. Pero a pesar de estas diferencias, las dos imágenes
sugieren una mayor semejanza; el tango y el jazz son presentados como
las dos caras de una moneda, incluso como imágenes gemelas. No solo
las parejas están vestidas y colocadas de manera similar, sino que, ade
más, las curvas de los dibujos parecen responderse mutuamente. En
esta imagen, el tango y el jazz son equivalentes, si no idénticos. El tan
go aquí es tan moderno como el jazz; es un modernismo alternativo.
16. Sobre los orígenes musicales del tango, véanse Thompson (2005: 48-167),
Collier (1995: 18-64) y Bates y Bates (1936: 19-27).
MATTHEW B. KARUSH
tonos distintivos fueron entonces emergiendo como la sonoridad que
definía a la orquesta típica, fue una concertina alemana que había sido
introducida en Argentina hacía poco tiempo.17 Sin embargo, en sus
esfuerzos por colocar el tango en un mercado competitivo, las compa
ñías discográficas lo construyeron como algo típico o tradicionalmente
argentino. El catálogo de Columbia reforzó esta construcción al listar
los discos de tango en una sección llamada “criollo” junto con otras
secciones dedicadas al jazz y a la música clásica.
A pesar de la hibridez del tango, sus vínculos con la cultura rural
y folclórica hicieron creíble la etiqueta de “criollo”. Hemos visto que
Carlos Gardel comenzó su carrera como parte de un dúo de cantantes
folclóricos antes de decidirse a especializarse en el tango después de
1917. El dúo Gardel'Razzano interpretaba tanto piezas tradicionales
como canciones contemporáneas compuestas en un estilo tradicional
(Collier, 1986: 50-52). Durante las décadas de 1910 y 1920, esta suerte
de música folclórica, inspirada en formas musicales diversas con raíces
en el interior del país, gozó de gran popularidad entre las audiencias
urbanas. Ignacio Corsini, más tarde aclamado por muchos como el
segundo mejor cantante de tango, también comenzó su carrera como
cantante de canciones de folclore rural, al igual que Agustín Magaldi,
que, antes de convertirse en una gran estrella del tango, actuó como
parte de un dúo siguiendo el modelo de Gardel-Razzano.18 Gardel,
Corsini y Magaldi fueron, en efecto, profesionalizando las tradiciones
de la música regional. En particular, abrevaron en la rica tradición de
los payadores, guitarristas y cantantes itinerantes que eran expertos en
la competencia de la improvisación lírica. El éxito comercial que tuvie
ron fue parte de la moda de la cultura popular y rural en Buenos Aires.
Durante esta época de modernización rápida e inmigración masiva,
los porteños de las diferentes clases sociales se interesaban por todo lo
criollo y le aplicaban esta etiqueta a las prácticas culturales rurales que
contrastaban con la cultura de los aristócratas europeizados o de los
trabajadores inmigrantes. La década de 1890 vio una explosión de la
literatura criollista, una ficción popular que narraba en verso el heroís
19. Sobre la literatura criollista, véase Prieto (1988). Sobre los circos criollos, véase
Chasteen (2004: 51-70).
20. Los tangos de Agustín Bardi y José Martínez se destacan por sus letras criollís-
tas, af iguai que “La morocha”, e¡ clásico temprano de Villoldo y Saborido.
MATTHEW B. KARUSH
fonográficos vendidos en Argentina en 1925, alrededor del 90% eran
discos de tango (Castro, 1999: 94). Considerada de manera retrospec
tiva, la victoria comercial del tango sobre el folclore podría parecer sor
prendente. A pesar de sus conexiones con la cultura criollista, el tango
estaba enraizado en el mundo cosmopolita de Buenos Aires. No solo el
género se originó en la capital, también las letras de tango exploraban
obsesivamente las raíces de la música en los arrabales o suburbios de
la gran ciudad. Por el contrarío, lo atractivo del criollismo, ya sea en
el circo, en panfletos o grabaciones, descansaba precisamente en su
oposición al cosmopolitismo urbano y su adscripción a una cultura
nacional anterior a la inmigración. Seguramente, la música folclórica
interpretada por el dúo Gardeí-Razzano e incontables otros podía ha
ber sido un mejor candidato para el rol de símbolo nacional. Pero tal
como indica la publicidad de Brasso, el tango podía estar a la par del
sofisticado y elegante jazz de los años veinte, no así la rústica música
folclórica de los circos criollos. La capacidad del tango de mezclar lo
tradicional y lo moderno —lo que Florencia Garramuño (2007) ha lla
mado recientemente su “modernidad primitiva’- explica por qué este
género emergió como la forma musical más popular de Argentina y
como la más capacitada para representar la nación. En este sentido, el
tango ocupó el trecho entre el jazz cosmopolita y el folclore tradicio
nal; representó una identidad nacional modernizada.
Un factor importante en la escalada del tango al dominio nacional,
que ha sido enfatizado en casi todas las narraciones de la historia del
género, ocurrió fuera de Argentina. El entusiasmo por el tango que se
dio en París y en Nueva York en 1913 y 1914 indudablemente ayudó
a solidificar el estatus del tango en el país.21 En particular, el sello de
aprobación que recibió en Europa y Norteamérica ayudó a sobrellevar
la prolongada resistencia de las elites argentinas que se habían escan
dalizado por la inmoralidad del baile, sus asociaciones con la prosti
tución y, de manera más general, con el populacho urbano. El pasaje
del tango por los circuitos culturales transnacionales lo transformó, ya
que fue adoptado por los europeos y los norteamericanos como marca
de exotismo. Para los sofisticados parisinos, su atractivo, como el del
turkey trot americano y del maxixe brasilero, residía en sus sugestivas
21. Un reporte útil sobre la fascinación internacional por el tango está en Cooper
(1995: 67-104).
COMPETIR EN EL MERCADO TRANSNACIONAL
asociaciones con la sensualidad primitiva. Sin embargo, como ha se
ñalado Marta Savigliano, el tango tenía un tipo de exotismo diferente.
En parte debido a que el baile era menos obviamente asociado con los
negros (a pesar de sus importantes raíces en la cultura afroargentina),
el tango gozaba de cierta distinción entre las diversas prácticas cultu
rales exóticas disponibles para el consumo europeo. Como lo explica
Savigliano (1995: 111): “El tango podía ser vestido con frac y seda.
Pero podía también ser puesto en su lugar. [...] El tango era un nuevo
tipo de exotismo, versátil e híbrido, que podía adoptar las maneras,
los modales del colonizador y retener al mismo tiempo la pasión del
colonizado”.22 Aquí, nuevamente, está la capacidad del tango para
ubicarse entre lo tradicional y lo moderno o, desde la perspectiva de
París, entre lo salvaje y lo civilizado.
La mirada exotizante de los europeos y los norteamericanos con
dujo inevitablemente a un proceso de estereotipamiento. Los artistas
de tango argentinos que tocaban afuera estaban obligados a aparecer
con un traje típico de gaucho y así ligar el tango directamente con la
cultura rural argentina de un modo que tenía muy poco sentido en
Buenos Aires.23 Ocasionalmente, estos estereotipos alcanzaban un ni
vel caricaturesco. El famoso baile de Rodolfo Valentino en la película
de 1921 Los cuatro jin etes d el apocalipsis, el primero de los muchos
tangos de Hollywood, mostraba a Valentino en una extraña indumen
taria de gaucho que incluía un sombrero andaluz y un poncho mexica
no. Valentino usó este estereotipo tanguero para establecer su imagen
como el latin lover prototípico y para lanzar su carrera como estrella
internacional.
El tremendo éxito de la película de Valentino y del tango en general
significó que los estereotipos extranjeros eran retransmitidos de vuelta
a las audiencias argentinas.24 Al mismo tiempo, artistas como Carlos
Gardel eran presentados de manera tal que atraían audiencias más allá
de las fronteras argentinas. En ambas maneras, el mercado cultural
internacional ejercía una poderosa influencia sobre el tango. El pri
22. Sobre la recepción del tango en Europa, véase también Mataüana (2008).
23. Para citar solo uno de muchos ejemplos, Osvaldo Fresedo, el líder de una
orquesta moderna de tango, nacido y criado en la ciudad de Buenos Aires,
apareció fotografiado en el New York Times en 1930 vestido como gaucho
(véase New York Times, 30 de marzo de 1930).
24. Sobre el impacto de Valentino en Argentina, véase Pujol (1994: 107-110).
MATTHEW B. KARUSH
mer largometraje de Gardel, Las luces de Buenos Aires (Millar, 1931),
visibiliza este proceso. Las películas de Gardel no eran producciones
argentinas; estaban hechas por la Paramount y filmadas en Francia y
Estados Unidos. Habladas en castellano y con numerosas escenas mu
sicales, las películas hicieron de Gardel una estrella con enorme éxito
a través de toda Latinoamérica, aunque también eran inmensamente
populares en el país. Las luces de Buenos Aires fue dirigida por un di
rector chileno, pero el guión fue escrito por dos argentinos, Manuel
Romero y Luis Bayón Herrera, que sabían mucho de las convenciones
que regían las letras del tango. El film cuenta lo que por 1931 era una
historia remanida -de hecho, la prototípica narración del tango-, la
de la joven inocente seducida por los brillos de las luces de la ciudad.
En la película, la joven (Sofía Bozán) deja su hogar rural en las pampas
para cantar tango en Buenos Aires. Abandona a su novio, el dueño
de una estancia, interpretado por Gardel, para ir en busca de fama y
fortuna. Inevitablemente, su éxito en la gran ciudad va acompañado
por una caída en la inmoralidad y el vicio, hasta que es rescatada por
su novio. La por completo explícita oposición de la película, entre la
pureza del campo y lo pecaminoso de la ciudad, se reproduce en lo
musical. Mientras Gardel, el moralmente intachable representante del
campo, canta canciones folclóricas, el tango es la música de Buenos
Aires. Y sin embargo, como ha mostrado Garramuño, Gardel también
desempeña un rol mediador en la película. Mientras está en Buenos
Aires, canta el tango “Tomo y obligo” para denunciar la traición de su
novia (Garramuño, 2007: 223). Así, la película le permite a Gardel
personificar tanto el folclore rural como las tradiciones urbanas del
tango.
La asociación internacional entre los gauchos y el tango hizo po
sible que Gardel representara tanto la ciudad como el campo, y al ha
cerlo funcionara más convincentemente como símbolo nacional. Los
críticos más furiosos del tango, incluyendo intelectuales de derecha
como Leopoldo Lugones, enfatizaban las raíces urbanas, cosmopolitas
e inmorales del género, con el objeto de contrastarlo con las supues
tamente más nobles y rurales tradiciones argentinas (Lugones, 1961).
De manera irónica, los estereotipos exotizantes que se adosaban al
tango, tal y como se lo consumía en Europa y Norteamérica, estable
cieron el género como un símbolo internacionalmente legible de la
identidad nacional argentina, al vincular al tango en forma directa con
COMPETIR EN EL MERCADO TRANSNACIONAL |85
el mundo rural y, por lo tanto, al reconciliar la tradición argentina con
la modernidad cosmopolita. Estos estereotipos no fueron adoptados
de manera indiscriminada en Argentina, pero, como sugiere Las luces
de Buenos Aires, influenciaron los productos de la cultura masiva que
se consumían en el país. No es azaroso que en la voluminosa cobertura
de prensa que siguió al accidente de avión en el que murió Gardel, el
24 de junio de 1935, hubiera numerosas imágenes suyas vestido de
gaucho. Claramente, usaba esta ropa para satisfacer las expectativas
extranjeras. Aun así, la habilidad de Gardel, y por extensión del tan
go mismo, para mediar entre el campo y la ciudad, la tradición y la
modernidad, hizo del género un poderoso símbolo de la identidad
nacional en Argentina. Las crónicas de la reacción ante la muerte de
Gardel describían el intenso dolor tanto del “arrabal porteño” como
del “rancho criollo”.25 Del mismo modo, bastante tiempo después de
que Ignacio Corsini hiciera su propia transición de cantante folclórico
a estrella de tango, continuaba hablando con los periodistas acerca de
su infancia en las pampas y el sabor “a campo” que esta experiencia le
dio a su interpretación del tango.26
Tanto los esfuerzos para hacer del tango una alternativa nacional
a la modernidad del jazz y la adopción internacional del género como
un exotismo civilizable alentaron una asociación cada vez más profun
da entre el tango y la identidad nacional. El tango no solo era típico,
sino que, además, las estrellas de tango eran vistas como reflejos de
ciertas cualidades esenciales de la identidad local. Azucena Maizani
no era solo una cantante talentosa; era “la expresión más grande, más
exacta y popular del sentimiento porteño que condensa la psicolo
gía de nuestra raza sentimental, emotiva y melancólica como ninguna
otra de la tierra”.27 Si el tango se describe aquí como un símbolo de
Buenos Aires, otras descripciones extienden su poder representativo a
Argentina en su totalidad. Sintonía, por ejemplo, encontraba la iden
tidad nacional en la voz de otra cantante de tango: “Mercedes Simone
es muy argentina. Sus canciones son un pedazo de la entraña popular
de todos los ámbitos del país”.28 Estas descripciones recurrentes en
35. El precio de los discos y los fonógrafos así como la cifra del 4,5% están tomados
de Castro (1999:94). La información salarial es de Anuario La Razón (1928), p. 219.
COMPETIR EN EL MERCADO TRANSNACIONAL 89
Europa la hubiese descubierto. La creación del Radio Club Argentino
en 1921 reveló la existencia de un extenso y creciente movimiento
de radioaficionados que de manera amateur, construyeron aparatos,
desarrollaron sus propias mejoras técnicas y comenzaron las emisiones
radiales.36 La radio como pasatiempo pronto cedió su lugar al negocio;
en 1930, había dieciocho estaciones de radio comerciales funcionan
do en Buenos Aires (Claxton, 2007: 147). Estas estaciones llegaban
a una audiencia mayor que aquella con la que contaban las compa
ñías discográficas. Aunque los números estimativos sobre la cantidad
de aparatos de radio son muy variables, muchas fuentes sugieren que
había más de un millón a mediados de 1930 o a razón de una radio
cada diez personas, una proporción que seguramente debía ser bastan
te mayor en las áreas urbanas.37 Estos aparatos no eran baratos, pero,
en marcado contraste con el tocadiscos, una vez que un consumidor
compraba una radio, la música era gratis, al igual que otras formas de
entretenimiento que incluía deportes, noticias, comedia y radioteatro.
Como resultado de su mucho mayor alcance, fue la radio, más que el
fonógrafo, la que formó un público nacional y convirtió en estrellas a
artistas como Gardel, y efectivamente diseminó nuevas versiones de la
identidad nacional.
Aunque no enfrentó una competencia extranjera realmente signi
ficativa, la radio argentina fue modelada de todos modos por el mer
cado transnacional de la cultura de masas. Los dueños de las emisoras
radiales y los directores de los programas crearon una audiencia al sa
tisfacer las demandas tanto de programas modernos como de aque
llos auténticamente argentinos. A comienzos de la década de 1930,
diseñaron una fórmula para lograr satisfacer estas demandas opuestas.
El menú de ofertas, que incluía tanto jazz como tango, pero también
radioteatro, música folclórica y programas de comedia, constituyó un
modernismo alternativo con un enorme atractivo comercial. Fue tan
36. Sobre los primeros años de ¡a radio, véanse Claxton (2007: 10*12), Gallo (1991
vol. 1), Ulanovsky et al. (2004: 16-22) ySarlo (1992: 109*122).
37. Edmundo Taybo estimó que, en 1936, había 1.500.000 radios en Argentina
(cit. en Castro, 1999: 94). En 1940, el Departamento de Comercio de
Estados Unidos calculó "de 1.000.000 a 1.050.000” , pero también sostu
vo que aproximadamente 200.000 se vendían en el país cada año (U.S.
Department of Commerce, 1940: 26). Claxton (2007: 146,149) cita dos cálcu
los de 1934, de aproximadamente 1.200.000. La población de Argentina
en 1930 era de 12.046.000 habitantes.
MATTHEW B. KARUSH
exitoso, de hecho, que llegó a ser ubicuo. A pesar del gran número de
radioemisoras, la radio argentina se volvió cada vez más homogénea
con el paso del tiempo. A fines de la década de 1930, las audiencias de
radio de todo el país, en general, escuchaban lo mismo.
En contraste con el negocio discográfico local, la industria radial
argentina nunca fue dominada por los intereses comerciales europeos
y norteamericanos. La temprana popularidad de la radio en Argentina
creó una oportunidad para los extranjeros que manufacturaban equi
pos de radio, pero fueron lentos en aprovecharla, lo que permitió la in
tervención de los proveedores locales. Las radios norteamericanas eran
las más populares en 1932, y en 1940 el Departamento de Comercio
de Estados Unidos reportó que “casi todas las radios se producían aho
ra en el país” (U.S. Department of Commerce, 1940: 25). Para 1935,
alrededor de 115 fábricas argentinas —que empleaban a 15.000 traba
jadores—proveían al mercado local con la mayoría de las partes y acce
sorios (Claxton, 2007: 106). En un temprano intento por dominar el
mercado argentino, un consorcio de compañías de telecomunicacio
nes de Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania fundó la emi
sora Radio Sudamérica en 1922, con el objetivo de aumentar la venta
de equipos de radio manufacturados por esas compañías. Pero los al
tos precios del consorcio así como su incapacidad para imponer sus
patentes en Argentina limitaron su éxito. Los funcionarios de Radio
Sudamérica se quejaban de que la calidad de la programación de la
emisora en realidad propagaba la demanda de equipos de radio baratos
y producidos localmente (Schwoch, 1990: 134-140). A fines de 1922,
una nueva emisora recibió una licencia comercial del gobierno de la
municipalidad de Buenos Aires e inmediatamente empezó a causar
interferencia en la señal de Radio Sudamérica. Los dueños argentinos
de Radio Cultura, como se llamaba la nueva emisora, aceptaron dete
ner la interferencia a cambio de un pago de parte de su competencia
extranjera (Schwoch, 1990: 137-138; Claxton, 2007: 91-92).
El momento decisivo para la incipiente industria radial argentina
llegó en 1923, cuando Luis Firpo desafió a Jack Dempsey por el títu
lo de campeón de peso pesado. La compañía norteamericana RCA,
miembro del consorcio multinacional dueño de Radio Sudamérica,
transmitió la pelea a Argentina usando el código morse. El consor
cio ahora estaba asociado con su antigua némesis, Radio Cultura, que
transmitió una traducción simultánea de la descripción de cada round.
COMPETIR EN EL MERCADO TRANSNACIONAL 91
La pelea fue un evento importante en Argentina, y el intento de Firpo
de destronar al campeón norteamericano se convirtió en una cuestión
de orgullo nacional. Cientos de fans se congregaron fuera de las ofi
cinas del diario, en cines, clubes sociales e incluso en las oficinas de
los partidos políticos para escuchar la transmisión.38 Aunque la con
trovertida victoria de Dempsey fue motivo de decepción, la pelea de
mostró el fascinante potencial de la tecnología radial. Los productores
y los distribuidores locales aprovecharon la pelea para pasar anuncios
y ofrecer descuentos en la compra de equipos de radio.39 Con la ex
plosión del interés por la radio, varias nuevas emisoras rápidamente se
instalaron en el dial junto a Radio Cultura.
En este mercado en rápida expansión, el capital extranjero des
empeñó solo un rol marginal. Incapaz de competir con las compañías
nacionales y con los muchos individuos que se dedicaron a ensamblar
radios, el consorcio se desarmó en 1924. En noviembre de 1925, el
prominente diario porteño La Nación se hizo cargo de la emisora que
alguna vez transmitió como Radio Sudamérica. Como hemos visto,
los gustos locales fueron influenciados, de un modo importante, por
la cultura norteamericana y europea, pero esta influencia se transmitió
a través de emisoras cuyos propietarios y operadores eran argentinos.
Aun si RCA y sus socios europeos hubieran gozado de mejor suerte
con Radio Sudamérica, es dudoso que hubieran tenido una influencia
decisiva en el contenido de la programación radial argentina. Para po
der vender equipos de radio, el consorcio había aceptado el gusto lo
cal. El programa de Radio Sudamérica del 13 de septiembre de 1923,
por ejemplo, incluía varias ‘ canciones inglesas, norteamericanas y es
cocesas”, pero eran ampliamente superadas en cantidad por la ópera
y por docenas de tangos interpretados por una orquesta típica local.40
Con el crecimiento de las emisoras radiales comerciales, lo que guió la
programación de todas las emisoras exitosas fue conseguir auspician
tes, y es poco probable que el capital extranjero se hubiera comportado
de un modo diferente.
68. Por supuesto, !c¡ influencia probablemente funciona en los dos sentidos: John
Alton tuvo una carrera en Hollywood extensa e influyente, después de pasar
sus años de formación en Argentina. Sobre Alton, véase España (2000: 220-
221). Otro cineasta norteamericano que tuvo una larga carrera en Argentina
fue Bob Roberts.
COMPETIR EN EL MERCADO TRANSNACIONAL
Los cineastas nacionales hacían uso de la larga tradición del teatro
popular en Argentina, especialmente de la obra corta y cómica cono
cida como sainete. Al proveer de un entretenimiento similar a precios
más bajos, podían captar a una audiencia que ya existía. Es más, un
segmento importante de este público era incapaz o reticente a leer los
subtítulos que acompañaban a las películas en inglés, y la demanda de
películas en castellano era un tema recurrente en la prensa dedicada
al entretenimiento (Schnitman, 1979: 61-62).69 A comienzos de la
década de 1930, las compañías de Hollywood trataron de satisfacer
esta demanda produciendo películas habladas en castellano, pero, a
excepción de las películas de Gardel de la Paramount, tuvieron un
éxito muy limitado. Con la muerte de Gardel en 1935, Hollywood
perdió a su estrella más redituable en el circuito de habla hispana, y
las producciones argentinas rápidamente eclipsaron a las películas ha
bladas en español hechas en Estados Unidos (Finkielman, 2004: 166-
184). Irónicamente, el éxito de Paramount con Gardel les mostró a los
cineastas argentinos que podían competir con Hollywood al enfatizar
su propia autenticidad. Las películas argentinas se dirigían al público
argentino de un modo en el que Hollywood no podía. Se desarrolla
ban en escenarios familiares, estaban protagonizadas por actores que
hablaban castellano en el dialecto local y que eran reconocibles para
el público debido a sus carreras previas en el teatro y la radio. Es más,
estas películas tomaban sus materiales de la tradición popular de la
cultura argentina. Mientras Argentina Sono Film se inclinaba al tan
go, Los tres berretines de Lumiton estaba basada en el mayor éxito de
la temporada teatral previa. El uso de los estereotipos de inmigrantes,
que era el gesto cómico más típico de los sainetes, así como la celebra
ción del tango y el fútbol, ligaban la película firmemente a la cultura
popular argentina. Por supuesto, el tango y el sainete eran de Buenos
Aires. Como la vasta mayoría de las películas argentinas se producían
en Buenos Aires y como los barrios de la capital constituían el mayor
mercado local para estas películas, el cine, como la radio, reforzaba la
hegemonía de la cultura porteña en toda la nación.
La tendencia de estas películas sonoras para enfatizar las prácticas
culturales de los argentinos comunes repetía un proceso que se había
70. Cines en los que el costo de lo entrada era un níquel, una moneda de cinco
centavos. [N. de T.]
71. En 1910, por ejemplo, los obreros constituían casi tres cuartos del público de
cine en la ciudad de Nueva York (Rosenzweig, 1983: 194).
72. Sobre el temprano género para la clase trabajadora del melodrama espec
tacular, véase Singer (2001).
COMPETIR EN EL MERCADO TRANSNACIONAL
tendieron a estandarizar la recepción. Aunque los espectadores todavía
entendían las películas de acuerdo con sus propias perspectivas, este
nuevo estilo cinematográfico facilitó los esfuerzos de Hollywood por
lanzar sus productos para una audiencia homogénea y masiva.73
Muchas de las mismas fuerzas comerciales e ideológicas que pu
jaban por disolver el compromiso del cine con la clase trabajadora en
Estados Unidos también estaban presentes en Argentina. Alarmados
por el poder del cine para moldear la ‘ cultura’ de masas así como la
imagen de Argentina en el exterior, muchos intelectuales y políticos
exhortaban al cine a elevar sus estándares. Estos críticos reproducían
a aquellos que habían atacado las estaciones de radio por complacer
el gusto ordinario de las masas y proponían la misma solución: inter
vención estatal. Especialmente expresivos en sus demandas para que
se regulara de modo oficial la industria cinematográfica eran Carlos
Alberto Pessano, el intelectual católico y editor de la revista sobre cine
Cinegraf, y Matías Sánchez Sorondo, el senador conservador. Estos
críticos culturales ligaban su campaña a las demandas de los cineastas
que querían que el gobierno protegiera la industria cinematográfica
local de la competencia extranjera. En 1936, el presidente Agustín
R Justo creó el Instituto de Cine Argentino y designó a Pessano y a
Sánchez Sorondo como sus directores. Sin embargo, durante la admi
nistración de Ortiz, las funciones del instituto se redujeron mucho,
y a pesar de que durante los años treinta se dieron ciertos hechos
aislados de censura, fueron relativamente menores (Maranghello,
2000a: 24-159 y 2000d: 160-183). Pero mientras la censura oficial
permanecía dentro de sus límites en esos años, los críticos opuestos al
supuesto mal gusto que se desplegaba en las películas nacionales eran
casi omnipresentes en los medios gráficos. En Crítica, Ulyses Petit de
Murat denunció “ciertos platos sazonados con gruesas salsas, deter
minadas situaciones que afectan el buen gusto, la grosería del estilo
fotodramático de muchos films” (cit. en Maranghello, 2000a: 27).
De manera similar, en El M undo, el crítico de cine Calki (Raimundo
Calcagno) insistía “¡nuestro cine necesita calidad!”,74 mientras su co
lega Néstor (Miguel Paulino Tato) irritaba a los fanáticos del cine
79. Sintonía, vol. 5, n° 226, 19 de agosto de 1937; Sinfonía, voi. 5, n° 221, 15 de julio
de 1937.
80. Radiolandia, 12 de agosto de 1939.
81. La Razón, 7 de julio de 1938, p. 10. La película que se reseña es Mujeres que
trabajan (Romero, 1938).
COMPETIR EN EL MERCADO TRANSNACiONAL
paradigmático. Tal como lo ha señalado Florencia Garramuño, entre
las primeras imágenes de ¡Tango! está el puente que cruza el Riachuelo
en el pujante puerto de Buenos Aires, una imagen que implica tanto
la modernidad industrial del puerto como el pintoresquismo de La
Boca, el barrio popular portuario. El póster de la tercera película de
Argentina Sono Film, Riachuelo (Moglia Barth, 1934), usaba el mis
mo puente como telón de fondo, junto con la imagen del tráfico de
barcos en el puerto para representar el vigoroso comercio de la ciudad
(Garramuño, 2007: 216-218). Estas imágenes tenían el mismo propó
sito que las publicidades de las estaciones de radio que mostraban fo
tografías de antenas gigantes: asociaban las producciones de la cultura
local masiva con los más recientes adelantos de la tecnología moderna.
Los estudios argentinos tenían buenas razones para renunciar a su
compromiso con la cultura popular, tal como lo hizo Hollywood en
los años veinte. No solo los críticos demandaban mejoras artísticas y
morales, también las audiencias locales, acostumbradas al virtuosismo
cinematográfico norteamericano, esperaban un cine más moderno. En
1933, cuando la industria cinematográfica local finalmente despegó,
ya hacía tiempo que Hollywood había negado sus propios orígenes
de clase a favor de una aproximación más interclasista. Al continuar
produciendo cine arraigado en la cultura popular, los cineastas argen
tinos se arriesgaban a parecer anticuados frente a audiencias que esta
ban acostumbradas al estilo de Hollywood. Pero, al mismo tiempo,
otras fuerzas desalentaban a los estudios locales a seguir el camino de
Hollywood. Lo más importante es que el público de cine en Argentina
estaba segmentado de un modo tal que hacía difícil adoptar la búsque
da de Hollywood por una audiencia homogénea y multiclasista. A di
ferencia de la radio, las películas eran consumidas en lugares públicos,
y por lo tanto se prestaban más fácilmente a los intentos de distinción.
En Buenos Aires, la preferencia por películas extranjeras se convirtió
en un marcador de clase alta. Como resultado de esto, la segmentación
de la audiencia reforzó la adscripción de los cineastas locales a las prác
ticas culturales más plebeyas.
Desde el comienzo de 1a era sonora, las películas eran una fuente
de entretenimiento popular en las ciudades argentinas. En 1929, había
972 cines que exhibían películas en todo el país, 152 de ellos estaban
en la ciudad de Buenos Aires (U.S. Department of Commerce, 1929:
15). Siete años más tarde, Argentina figuraba primera entre las ciuda
lló| MATTHEW B. KARUSH
des latinoamericanas, con 1.425 salas (Golden, 1937: 176). Sobre la
base de las entradas vendidas en 1942, el Departamento de Comercio
de Estados Unidos calculaba que el argentino promedio iba al cine
siete u ocho veces por año, y muchos de ellos pertenecían a la franja de
trabajadores más humildes (Golden, 1944: 23). De los 147 cines in
cluidos en la página de cine de un diario porteño en 1939, 101 estaban
ubicados en los barrios fuera del centro de la ciudad,82 y ya en 1930
incluso las áreas predominantemente obreras, como Nueva Pompeya
y La Boca, tenían sus propios cines.83 Las entradas eran más caras en
los cines del centro: 1,5 pesos los palcos y 2,50 los asientos en planta.
Pero los cines de barrio eran mucho más accesibles para el público
general. Ahí, la entrada costaba apenas 20 centavos o el equivalente
a 0,05 centavos de dólar, en un momento en que el salario promedio
de un trabajador sin capacitación oscilaba entre 1 y 2 dólares diarios.
Por ese precio relativamente bajo, los clientes de los cines de barrio
accedían a un programa que consistía en entre tres y cinco películas
(Golden, 1944: 23-24).84 La falta de segregación étnica en Buenos
Aires significó que el público de cine nunca reforzó las identidades in
migrantes del modo en que los nickelodeons lo hicieron en las ciudades
norteamericanas. Sin embargo, las audiencias de cine en Argentina
continuaron siendo, al menos parcialmente, segregadas por clase en
los años treinta, mucho después de que los cines de barrio de Estados
Unidos hubieran cedido su lugar a los grandes cines del centro. En los
barrios de Buenos Aires, el cine era una salida nocturna económica,
accesible incluso para los trabajadores menos calificados. La revista
semanal de la organización sindical más importante de Argentina, la
Confederación General del Trabajo (CGT) probablemente exageraba
apenas al declarar que “el 90% de la clientela para la producción de
películas está entre nuestros lectores” (cit. en Tranchini, 2000).
Sin duda, los miembros de la CGT disfrutaban de todo tipo de
películas, pero constituían un segmento particularmente importante
de la audiencia de las películas nacionales. A través del período, el pú
blico de cine en Argentina estaba dividido grosso modo a partir de las
fronteras de clase: mientras los argentinos de todas las clases sociales
85. Véanse, por ejemplo, las descripciones de Riachuelo (Moglia Barth, 1934) y
Ayúdame a vivir (Ferreyra, 1936) en El Heraldo del Cinematografista del 11 de
julio de 1934 y del 2 de septiembre de 1936. El Departamento de Comercio
de Estados Unidos comentaba en 1944 que “hace no mucho" las películas
argentinas se exhibían en cines de Buenos Aires que solo pasaban estrenos.
86. Llegué a estas cifras cruzando las listas de El Mundo del 29 de junio de 1939,
pp. 30,31 y 34, con Un diccionario de fi/ms argén finos ( 1930- i 995), de Manrupe
y Pórtela.
MATTHEW B. KARUSH
ricanos con el objeto de captar esas audiencias. Pero al mismo tiempo,
los cineastas locales necesitaban mantener sus audiencias en los barrios.
Incluso en los cines de barrio de bajo costo, los espectadores tenían la
posibilidad de elegir entre películas norteamericanas y nacionales, y las
películas argentinas que simplemente copiaban los modelos norteame
ricanos se arriesgaban con figurar segundas en la comparación. Así
como las innovaciones del modernizador del tango Julio de Caro eran
medidas contra los logros de Paul Whiteman, los esfuerzos cinemato
gráficos argentinos siempre serían juzgados a partir de los estándares
de Hollywood. Dada la enorme disparidad de presupuesto, el juego no
era para nada limpio. En respuesta, los estudios locales continuaron
poniendo en juego sus ventajas comparativas, produciendo películas
enraizadas en la cultura popular argentina con el objetivo de captar al
espectador humilde, que constituía la gran masa de su público.
Es más, la cultura popular, y el tango en particular, ayudó a los ci
neastas locales a expandir sus públicos más allá de los límites del país. En
gran parte gracias a la fama internacional de una estrella como Gardel
-en sí, un producto de la industria cinematográfica norteamericana-,
el tango tuvo un éxito comercial importante en toda Latinoamérica.
Después de Gardel, la mayor beneficiarla de esta demanda fue Libertad
Lamarque, cuyas películas de tango se convirtieron en grandes éxitos
tanto dentro como fuera de Argentina, y ella se volvió la mayor atrac
ción del país así como el mayor éxito de taquilla. Lamarque, ya una
estrella radial, había tenido un papel como cantante en ¡Tango! y se
convirtió en una estrella en una serie de películas melodramáticas que
le permitieron exhibir tanto su dotes de canto como su seducción en la
pantalla. Sus películas eran éxitos internacionales y abrieron el camino
para otras producciones argentinas, permitiendo que los estudios del
país dominaran el mercado latinoamericano, hasta que fueron sustitui
dos por la industria cinematográfica mexicana a mediados de los cua
renta (véase el capítulo 5). Así, la adscripción a la cultura popular de la
joven industria cinematográfica y su compromiso con las preferencias
estéticas de la audiencia popular se vieron reforzados por la demanda
extranjera por el tango argentino.
El mercado transnacional empujó al cine argentino en dos di
recciones a la vez. Competir eficazmente requería que los cineastas
emularan a Hollywood y a la vez que distinguieran sus productos
tomando las particularidades argentinas que las audiencias no podían
COMPETIR EN EL MERCADO TRANSNACIONAL
ver en las películas de Hollywood. El cine resultante, construido a
partir de la combinación de elementos tomados de Hollywood y de
la cultura popular argentina, ofrecía un modernismo alternativo que
reconciliaba la tradición argentina con la modernidad cosmopolita.
Pero así como había ocurrido con la industria discográfica y radial,
esta reconciliación era siempre inestable. La relación de subordina
ción que el cine argentino mantenía con la industria cinematográfica
norteamericana impedía que adscribiera totalmente a la estrategia de
Hollywood de moldear una audiencia masiva y homogénea. Era muy
difícil para los productores argentinos hacer películas que pudieran
satisfacer tanto a la elíte que prefería el cine extranjero como a las
masas barriales que constituían el grueso de la audiencia. Así como el
tango mantuvo su identificación con los sectores humildes y Radio
Belgrano se enorgullecía de su lealtad a los gustos populares, el cine
argentino conservó su compromiso con la cultura popular plebeya, lo
cual limitaba sus esfuerzos por emular la modernidad de Hollywood.
Tal como se verá con claridad en los capítulos que siguen, las tensio
nes continuas entre la modernidad y la tradición, entre lo cosmopoli
ta y lo auténtico, entre los esfuerzos de elevación cultural y la celebra
ción de lo popular prácticamente moldeó toda la cultura de masas de
la Argentina del período.
Para las audiencias heterogéneas de Argentina, la cultura de masas
había acercado el mundo, pero las había puesto particularmente en
contacto con la producción de las poderosas industrias culturales de
Estados Unidos. El jazz y Hollywood eran “vernáculos globales” en
términos de Hansen, discursos que facilitaban un compromiso dia
rio con la modernidad. Cuando los argentinos consumían música y
películas producidas localmente, lo hacían como parte de una dieta
de cultura masiva que contenía porciones generosas de estos moder
nismos hegemónicos. El jazz siempre acompañó al tango en las radios
porteñas, las películas norteamericanas siempre superaron en núme
ro a las argentinas en los cines locales.87 Pero a diferencia de estos
productos importados, parecía que la música de tango y las películas
nacionales les decían algo a estas audiencias, algo sobre sí mismas. Las
presiones del mercado transnacional ayudaron a producir un discurso
10. Excepto cuando se indica lo contrario, todas las letras de tango están toma
das de Romano (1998).
132 | MATTHEW B. KARUSH
“milonguita” paga un alto precio: prostitución, tuberculosis, abandono.
Esta misoginia expresa las ansiedades de los hombres que se enfrenta
ban a un mundo moderno que amenazaba los privilegios patriarcales.
El melodrama de la “milonguita” se desarrollaba invariablemente en un
cabaré, pero, metafóricamente, tendía a expresar otras preocupaciones
también. En la Buenos Aires de 1920, no era solo el pecaminoso cabaré
el que sacaba a las mujeres de sus hogares; la presencia de las mujeres
en el mercado de trabajo también amenazaba con socavar los roles tra
dicionales según el género. Previsiblemente, entonces, las nuevas letras
de tango expresaban una “masculinidad dudosa”; el compadrito ya no
recurre tan rápidamente a la violencia, ahora es al menos tan posible
que llore por haber perdido a su amada como que se enfrente al hombre
que se la robó (Archetti, 1999: 152-155).11 Pero incluso si las fantasías
de venganza eran menos comunes, el melodrama ofrecía otras compen
saciones: al presentar un juicio moral y cierta justicia poética, el tango
ayudaba a aliviar las preocupaciones masculinas.
Ai igual que los textos melodramáticos, las letras de tango eran
esencialmente fatalistas. Aconsejaban la resignación, al implicar que
cualquier esfuerzo por cambiar el destino personal era en vano. Como
observa Diego Armus sobre la costurerita de Carriego: su historia
“carece de suspenso: su caída ya está predeterminada” (Armus, 2003:
111). Y esto se aplica también a la “milonguita”, que está condenada
desde el momento en que aspira a una vida diferente. En “No salgas de
tu barrio” (Rodríguez Bustamante, 1928), una voz femenina le acon
seja a una muchacha joven que acepte su lugar en la vida:
Como vos, yo, muchachito,
era linda y era buena,
era humilde y trabajaba
como vos en un taller;
dejé al novio que me amaba
con respeto y con ternura,
por un niño engominado
que me trajo ai cabaret.
(La Canción Moderna, vol. 1, n° 9, 21 de mayo de 1928)
Este mensaje fatalista no estaba destinado solo a las mujeres. Las
letras de tango habitualmente ridiculizaban también a los hombres por
17. Pablo Vila acepta, en parte, el análisis de Matamoro del fatalismo del tango,
pero sostiene que Matamoro no tiene en cuenta la importancia del recono
cimiento social que el tango otorgó a los sectores populares y que ignora las
letras de tango que desafían la hegemonía de la elite (Vila, 1991: 113-121).
REDISEÑAR EL MELODRAMA POPULAR
moral del melodrama. Además, expresaba el escepticismo de la au
diencia acerca de la movilidad social, incluso si alimentaba las fantasías
de volverse rico de la noche a la mañana. Pero ¿qué les ofrecía el tango
a las mujeres? La gran mayoría de las letras de tango estaban escritas
por hombres, un hecho que ayuda a explicar la tendencia del géne
ro a la misoginia. En las letras de tango, las mujeres desempeñaban
pocos roles. Habitualmente, eran muchachas humildes de los barrios
cuya virtud moral se veía amenazada por la seducción del cabaré. Sin
embargo, aunque las mujeres no eran prominentes entre los letristas
de tango, ganaban mayor visibilidad como cantantes. Manolita Poli,
la actriz que debutó con “Mi noche triste” de Contursi en 1918, fue
una de los muchas mujeres que cantaba en el teatro porteño. En 1923,
Victor grabó a Rosita Quiroga, una gran estrella del sello durante el
resto de la década. Azucena Maizani, descubierta por Francisco Canaro
en 1920, debutó en 1923 y grabó para Odeón al año siguiente. Sus
frecuentes apariciones en la radio, en el escenario y en las giras a través
del país y más allá ayudaron a convertirla en la versión femenina de
Carlos Gardel. El éxito de Maizani les abrió el camino a Mercedes
Simone, Ada Falcón, Sofía Bozán y Libertad Lamarque, entre otras. A
fines de los años veinte, las cantantes de tango eran una parte central
del mundo del espectáculo (Matamoro, 1996: 49-52).
La emergencia de estas estrellas dio lugar a lo que Anahí Viladrich
ha llamado “travestismo femenino”, el fenómeno de las mujeres que
cantaban letras escritas para ser cantadas por un hombre (Viladrich,
2006: 272-293). Por lo general, las cantantes no cambiaban el géne
ro de las letras; simplemente ignoraban la disonancia entre la letra y
la interpretación. Maizani literalizó este travestismo al cantar vestida
con ropa de hombre. Aun así, esta práctica no puede ser considerada
un intento de pasar por varón, ya que la voz de soprano de Maizani
era claramente femenina. La película ¡Tango! (1933) termina con la
cantante vestida como un típico compadrito, cantando “Milonga del
900” (Manzi, 1933). Maizani no era un personaje de la película, apa
rece en esta escena como un símbolo del tango mismo, usando la ima
ginería hipermasculina para contar la historia de un hombre que no
puede olvidar a la mujer que lo dejó: “Me la nombran las guitarras/
cuando dicen su canción,/ las callecitas del barrio/ y el filo de mi fa
cón”. De acuerdo con el director de cine y teatro Luis César Amadori,
Maizani disfrutó tanto de vestirse como un hombre que se le ocurrió
140 ¡ MATTHEW B. KARUSH
la idea de cantar tango vestida como un jugador de fútbol. Él fue capaz
de disuadirla solo porque, a cambio, la animó a estrenar “Esta noche
me emborracho” (1928) de Discépolo. Desde un terreno masculino
más familiar, la interpretación de Maizani de la historia de Discépolo
sobre un hombre llevado a la ruina por una mujer colaboró en el lan
zamiento de la carrera del compositor (Calistro et a i, 1978: 238). El
entusiasmo de Maizani por el travestísmo revela cuán restrictivo era el
código genérico del tango: para ser una representante del tango y para
evitar el rol de víctima pasiva, las cantantes tenían que desempeñar el
papel de un varón.
Si “Milonga del 900” y “Esta noche me emborracho” le dieron a
Maizani la oportunidad de hablar como si fuera un hombre, su in
terpretación de los tangos gauchescos como “Amigazo” (Brancatti y
Velich, 1925) le permitieron dar un paso más en su puesta en escena
de la violencia masculina. Sin embargo, lo más habitual en el reperto
rio de Maizani era enfatizar la vulnerabilidad masculina. En “Llevátelo
todo” (Sciammarella, 1928), un hombre le ruega a su amigo que no le
quite a su amada, mientras que en “Malevaje” (Discépolo, 1928), un
tipo duro se lamenta porque su amor por una mujer lo volvió tímido
y cobarde: “Decí, por Dios, qué me has dao/ que estoy tan cambiao,/
no sé más quién soy”. Darle voz femenina a tangos como esos subra
yaba la feminización ya implícita en las letras. En su composición más
famosa, “Pero yo sé” (1928), Maizani evita revelar el género de quien
canta, destacando en su lugar la vida amorosa del hombre que es obje
to de atención de la cantante. Dirigiéndose a uripíayboy rico que goza
de un estilo de vida sin preocupaciones, la cantante revela su secreto:
“Pero yo sé que metido/ vivís penando un querer,/ que querés hallar
olvido/ cambiando tanta mujer”. Fue el predominio de este tipo de
letra en el repertorio del tango, letras que o bien ejemplificaban, o bien
describían la vulnerabilidad masculina y su emotividad, lo que creó un
lugar para las cantantes.
La validación tanguera de la emoción masculina estaba directa
mente ligada a su mensaje de clase. El ataque de Celedonio Flores al
sujeto en ascenso de “Mala entraña” por no sentir nada ante la muerte
de su propia madre reflejaba un sentimiento típico de muchos tangos
interpretados por mujeres. “Muchacho” (1924), un tango que Flores
escribió especialmente para Rosita Quiroga, denuncia a un hombre
rico por su falta de sentimiento, sugiriendo que este defecto lo hace
REDISENAR EL MELODRAMA POPULAR 141
indigno del tango: “No te llora el alma/ cuando gime un bandoneón”
(Néstor Pinsón, “Rosita Quiroga”). En el mundo melodramático
construido por las letras de tango y, en especial en el de las cantantes
femeninas, la capacidad de sentir y expresar tristeza era un elemento
central de la masculinidad de la clase trabajadora, una parte de lo que
los hacía superiores a los ricos.
Si las estrellas de tango femeninas colaboraron con la disemina
ción de esta particular noción de emotividad masculina y obrera, ellas
también expresaron la combinación contradictoria de la fantasía de
riqueza fácil y rechazo del ascenso social. Como sus pares masculinos,
las cantantes mujeres eran celebradas en la prensa por haber superado
sus orígenes humildes. Una nota de una revista mostraba a Maizani
con un lujoso tapado de piel mientras caminaba por el barrio de La
Boca, pero insistía en que ella era una más del pueblo. El periodista le
da la mano al final de la entrevista y comenta: “Una mano pequeña y
sin alhajas. Más linda por eso. Mano de muchacha criolla”.18 Las fans
de Maizani disfrutaban viendo que su cantante favorita vestía un ta
pado tan lindo, pero también necesitaban que les asegurara que no las
había abandonado en la ruta del éxito material. Así como las letras de
tango castigaban a las mujeres más duramente que a los hombres, por
el pecado del ascenso social, el público tanguero parecía tener estánda
res más altos para las cantantes mujeres en lo referente a la solidaridad
de clase. En una carta a Sintonía, “una obrera” denuncia la arrogancia de
una “estrella” femenina que no nombra, que se rehusaba a firmar una
fotografía que la mujer le había enviado. La mujer decía conocer a la
estrella cuando trabajaban juntas en una fábrica, pero ahora que
la buena suerte la había sacado de la clase obrera, la estrella le daba la
espalda a su comunidad: “¿Quién cree usted que la ha elevado hasta el
lugar que ocupa? Nosotros, señora, los integrantes de esa masa anóni
ma, la gente humilde de este pueblo, al que usted también perteneció
una vez, cuando todavía no era la estrella’ rutilante que es hoy [...]
Sus compañeras de pobreza están muy abajo para que usted descienda
hasta ellas”.19 Las cantantes femeninas de tango encarnaban la fantasía
del escape del mundo del trabajo, pero la lógica melodramática del
tango requería que ellas mantuvieran su alianza con los pobres.
20. En otro lado, Lamarque contrasta su atractivo con el de Tita Merello, que se
especializaba en interpretara mujeres de ios arrabales (Calistro efal., 1978:
97).
21. Sobre la trilogía de óperas tangueras que Lamarque y Ferreyra hicieron para
SIDE, véanse Couselo (1969: 79-87); Kohen (2000: 267-271); Di Núbila (1998:
133-140).
148| MATTHEW B. KARUSH
o se prostituyera en un cabaré, sino simplemente porque Lamarque
misma era una estrella del tango. Poniendo en juego esta lógica del
estrellato, el personaje de Lamarque anuncia una de sus canciones en
Ayúdame a v iv ir “Libertad Lamarque, ¡bah! Yo canto mejor que ella”,
dice jactándose.
Para Ferreyra, que había aceptado dirigir Ayúdame a vivir luego
de que Mario Soffici rechazara la presunción de la ópera tanguera, la
trilogía de Lamarque representaba el abandono de su representación
realista de la vida de la clase baja urbana a favor de historias que se
desarrollaban en el mundo de la burguesía. Modernos ambientes con
decoración art déco y exteriores rurales reemplazaban los patios de los
conventillos y las escenas de las calles de barrio de sus primeras pelícu
las. Lo que se mantenía, sin embargo, era el mensaje de clase del me
lodrama popular. Aunque silencioso en Ayúdame a vivir, este mensaje
era explícito en La ley que olvidaron, donde Lamarque aceptó el polé
mico guión de González Castillo. Ella interpreta a María, la humilde
sirvienta de una familia rica que acepta educar al hijo ilegítimo de la
hija malcriada de la familia, así su “honor” queda intacto. La oposi
ción típica del melodrama entre la moral del pobre y la inmoralidad
del rico es central para la película: mientras María ama a la criatura
como si fuera suya, sus patrones se preocupan solo por las apariencias,
separándola de manera brutal del niño cuando la madre está respe
tablemente casada. Ferryra subraya la división de clase en la escena
inicial, que yuxtapone imágenes de mujeres humildes del barrio de
María con imágenes de las mujeres acomodadas en la casa donde tra
baja. Más tarde presenta la misma yuxtaposición al disolver la imagen
desde un balde de champán a un balde para lavar la ropa. Posicionar a
Lamarque en el lado más bajo de la división de clase, y por lo tanto en
el lado moralmente superior, la convertía en objeto de identificación
para el público. Como otras óperas tangueras, esta película está muy
lejos de las historias de violentos compadritos o “milonguitas” con
denadas a la prostitución, pero mantiene la filiación con el pobre y la
condena del rico, propias del melodrama popular.
La trilogía de SIDE fue inmensamente popular en toda América
Latina y convirtió a Lamarque en el mayor éxito de taquilla. Ella so
licitó un salario que la compañía en surgimiento no podía pagar y
firmó contrato con Sono Film. Aunque SIDE había desempeñado un
rol clave en la apertura de mercados extranjeros para el cine argentino,
REDISEÑAR EL MELODRAMA POPULAR
la compañía fue incapaz de capitalizar su propio éxito. La populari
dad de estas películas más allá de Argentina se dio fundamentalmente
debido a la transformación de la cinematografía de Ferreyra. Al aban
donar el realismo urbano, fue capaz de diseñar un tipo de melodrama
más accesible y universal que no dependía de la familiaridad de los
espectadores con el mundo de los barrios porteños. Además, al imitar
los atributos estilísticos y técnicos de las películas de Gardel, Ferreyra
atrajo a los espectadores que estaban acostumbrados a las películas de
Hollywood. Aun así, SIDE se vio forzada a alcanzar resultados mo
dernos con una tecnología atrasada. El estilo de Hollywood se basaba
en el corte para poder producir una narrativa sin fisuras, pero SIDE
no podía costear una Moviola, la máquina moderna que permitía al
editor ver la película mientras la editaba. El resultado era un gran des
perdicio de tiempo y dinero. Incapaz de producir films de manera rá
pida, SIDE permaneció financieramente frágil, vulnerable a cualquier
disminución en la taquilla (Kohen, 2000: 274-276).22 Y una vez que
Lamarque se fue, la compañía de Murúa fue incapaz de reproducir el
éxito inicial. Ferreyra continuó haciendo películas para SIDE, pero,
sin el estrellato de Lamarque, no logró producir otro éxito. En 1941,
el año de su última película, había sido eclipsado por directores cuyo
estilo se ajustaba mejor a la joven industria cinematográfica en compe
tencia obligatoria con Hollywood.
Después de dejar SIDE, Lamarque se volvió aún más taquillera,
ya que continuó aprovechando su estrellato tanguero. En M adreselva
(Amadori, 1938), su primera película para Sono Film, interpreta a
Blanca, una muchacha que canta en los humildes espectáculos de tí
teres de su padre. Conoce y se enamora de una estrella de cine que se
llama Mario, personaje interpretado por Hugo del Carril. Una serie
de malentendidos conducen a Mario a los brazos de la hermana de
Blanca, mientras Blanca se va a Europa y hace carrera como estrella
internacional de ópera. Cuando los malentendidos se aclaran, el ca
mino queda libre para que Mario y Blanca se casen, pero, al haberle
prometido a su padre que ella velaría por la felicidad de su herma
na, Blanca hace lo correcto y acepta una vida de estrellato solitario.
Madreselva proclama uno de los temas centrales de las letras de tango:
23. Sobre la popularidad del tango entre la elite argentino, véase Matalíana
(2008: 19-20).
REDISEÑAR EL MELODRAMA POPULAR
Sin embargo, como señala Diana Paladino, el cine nacional siguió
representando el tango como un género popular rechazado por las
elites esnobs (Paladino, 1999: 69).24 En las películas de Lamarque,
el tango servía para ubicar a la protagonista del lado noble y popular
de la división de clases, y para facilitar la identificación del público.
La lógica melodramática dictaba que Lamarque fuera castigada por
la transgresión de cantar tangos, pero seguramente ese juicio no era
compartido por el público, que se sentía atraído por las primeras
películas de Lamarque, precisamente por la popularidad que había
ganado como cantante de tango. El tango era más que un género
popular; era un poderoso símbolo de Argentina. Interpretando el
papel de una cantante de tango, Lamarque representaba al público
popular, su victimización a manos de gente rica y condescendiente
no podía ser experimentada como un castigo legítimo por una trans
gresión real, sino solo como una persecución clasista.
En Puerta cerrada, Lamarque interpreta a Nina Miranda, una can
tante de tango que sacrifica su carrera para casarse con un hombre rico
cuya familia la desaprueba. Cuando su egoísta hermano le hace creer
que su marido la ha abandonado, ella decide regresar a los escenarios
con el objetivo de mantener a su hijo. Un poco insegura acerca de si
se debe desafiar el decoro cantando un tango, se dirige a su hermano,
que la tranquiliza: “La decencia no está en cantar un vals en lugar de
un tango”. Así alentada, realiza una interpretación conmovedora de un
tango clásico, “La morocha”, cuya letra de Angel Villoldo hace hinca
pié en la autenticidad nacional:
Soy la morocha argentina
la que no siente pesares
y alegre pasa la vida
con sus cantares.
Soy la gentil compañera
del noble gaucho porteño,
la que conserva el cariño
para su dueño.
Yo soy la morocha
de mirar ardiente,
la que en su alma siente
el fuego de amor.
Soy la que al criollito
24. Sobre el consumo del tango por parte de la elite, véase Matamoro (1982:
96-103).
152 | MATTHEW B. KARUSH
más noble y valiente
ama con ardor.
26. Sobre Stella Dallas , véanse los trabajos citados más arriba, en la nota 2.
154 | MATTHEW B. KARUSH
como los interiores de lujo que servían como telón de fondo, tendían
a convocar las fantasías de ascenso social del público. Sin embargo,
la relación de Lamarque con el tango tenía una función clásicamente
populista: al presentar la cultura popular en oposición a la clase domi
nante, estas películas hicieron posible una crítica al elitismo patriarcal
y antinacionalista (Laclau, 1977). En el tira y afloje de las presiones
contradictorias del mercado transnacional, el melodrama cinemato
gráfico argentino fue fundamentalmente ambivalente, ofreciéndoles a
los espectadores tanto conformismo como populismo.
29. Un claro precedente del personaje del ladrón entrañable es el criminal criollo
celebrado en ei sainete. Véase Castro (2002: 46).
158| MATTHEW B. KARUSH
fica local había perdido su interés en los trabajadores manuales urba
nos, Sandrini no iba a repetir su papel como trabajador portuario. Sin
embargo, sus comedias continuaron desarrollándose con el telón de
fondo de una sociedad dividida entre el noble pobre y el rico odioso.
En estas películas, los personajes de Sandrini se encuentran siempre
claramente en el extremo inferior de esta melodramática división de
clases. En El cañonero de Giles (Romero, 1937), es un hombre común
de un pequeño pueblo con un talento inesperado: cada vez que es
cucha el ladrido de un perro, da una poderosa patada a la pelota de
fútbol que la hace inatrapable para cualquier arquero. Es reclutado
para jugar en un equipo importante de la capital y resiste la discipli
na del entrenamiento deportivo: “Soy un jugador de fútbol, no una
corista”, dice cuando el entrenador le pide que haga ejercicio con las
piernas. Manipulado por los hipócritas y codiciosos dueños del club,
es inicialmente seducido por la vida alegre de la gran ciudad, hasta
que recupera sus valores y a su novia del pueblo. En Don Quijote del
Altillo (Romero, 1936), Sandrini interpreta a un tipo perezoso y des-
empleado que está enamorado de Urbana, una chica que es seducida
por su jefe en la oficina en la que trabaja. Aquí, de nuevo, el personaje
de Sandrini resiste a la idea del trabajo y recurre alegremente al robo
para adquirir lo que necesita con el fin de dar una fiesta de cumpleaños
para Urbana. Mientras tanto, desesperada por escapar de la pobreza,
Urbana se convence de que su jefe tiene buenas intenciones y enta
bla una relación con él. Cuando descubre que está casado, Urbana
finalmente se da cuenta de que es el personaje de Sandrini quien en
realidad merece su amor.
Estas películas revisitan el tema central del melodrama tanguero:
el muchacho o la joven mujer seducidos por la promesa de riqueza
abandonan la vida simple pero ética del barrio. Explotan la oposi
ción melodramática entre el rico y el pobre para producir un efecto
cómico. Sin embargo, cada película tiene escenas en las que el per
sonaje de Sandrini está como un pez fuera del agua, entre los ricos y
sin terminar de encajar. En El canillita y la dama (Amadori, 1938),
Sandrini interpreta a Cachuso, un pobre vendedor de periódicos que
se hace pasar por el hijo perdido de un industrial rico. Se enamora de
Martha, la hija del industrial, y la ayuda a escapar para evitar que la
fuercen a casarse con un hombre inescrupuloso que su padre había es
cogido para ella. El cómico choque cultural entre los ricos y los pobres
REDISEÑAR EL MELODRAMA POPULAR 159
se da fundamentalmente en el lenguaje. El vocabulario coloquial de
Cachuso, su uso del término “viejo”, por ejemplo, en lugar de “papá”,
choca con la lengua formal de los personajes acomodados. En cierto
momento, lucha por encontrar la forma correcta del pronombre de
segunda persona del singular, empezando con el coloquial “vos” ar
gentino, después intentando con el más universal “tú”, antes de elegir
la formalidad del “usted”.
El potencial subversivo del simplote que interpreta Sandrini, pere
zoso pero de buen corazón, se lleva a cabo completamente en Chingolo
(Demare, 1940). Sandrini interpreta al personaje del título, un vaga
bundo que mantiene una graciosa filosofía para explicar por qué no
trabaja. Prefiere robar pollos y, junto con sus dos amigos, se ofende
cuando un hombre rico les ofrece pagarles por cambiar un neumático
pinchado. Cuando rescata al hijo de una familia acaudalada, que se
había caído al río, Chingolo tiene la posibilidad de probar la vida del
otro lado de la frontera de clases. Chingolo demuestra su rectitud mo
ral al rechazar una recompensa que le ofrece la familia del muchacho:
“Estas cosas no se cobran”. Impresionada, la madre del chico le da a
Chingolo el premio anual de la asociación de mujeres que ella preside.
Con el intento de transformarlo en “un hombre de bien”, ella lo hace
bañar y cambiar y le da un trabajo administrativo en la fábrica de du
raznos en lata de su marido. Al principio, Chingolo se resiste a estos
cambios porque ellos ofenden tanto su espíritu anarquista como su
sentido moral. Graba en el dictáfono de su jefe que la fruta que sobra
se les dé a los pobres, en lugar de tirarse, un acto de buena voluntad
que es rechazado por su empleador sobre la base de que mantener a la
gente con hambre es parte del negocio.
Eventualmente, Chingolo se deja corromper por el entorno. Les
pide a sus amigos que finjan estar enfermos por haber comido los duraz
nos de la competencia, lo cual mejora el negocio de su jefe y se congracia
con él. A continuación, diseña una máquina que le permitirá al jefe au
mentar las ganancias al despedir a muchos de sus trabajadores. Al final,
sin embargo, Chingolo repudia la inmoralidad de los ricos, rechaza su
nueva vida y vuelve a su vida de vagabundo. El catalizador de este des-
pertar moral proviene de una trama secundaria tomada directamente del
melodrama argentino. Chingolo se enamora de Elvira, la niñera del chi
co que casi se ahoga en el comienzo de la película. Desafortunadamente,
ella está enamorada de Eduardo, el hijo mayor de la familia, un típico
160| MATTHEW B. KARUSH
“niño bien” perezoso y malcriado. Elvira, a pesar de su mal criterio para
el amor, es la voz moral más consistente de la película. Impresionada
con la bondad de Chingolo en un primer momento, ella lo regaña por
ayudar al dueño de la fábrica a enriquecerse a expensas de los pobres
trabajadores. Cuando Elvira queda embarazada y Eduardo y su familia
se niegan a reconocer al niño, Chingolo recupera su sentido de la ética.
Ofrece darle su apellido al niño a cambio de una pequeña fortuna, que
después le da a Elvira para que pueda pagar la educación del chico. Este
acto devuelve a Chingolo al lado virtuoso de la división de clases, pero
no le permite quedarse con la chica. Eduardo, inspirado por el ejemplo
de Chingolo, recupera la cordura, le pide a Elvira que lo perdone y le
promete casarse con ella y reconocer al hijo. En la escena final, Chingolo
y sus amigos suben de un salto a un tren; extraña a Elvira, pero está feliz
de volver a su vida de vagabundo.
El final de Chingolo diluye el mensaje subversivo de la película.
No solo Chingolo está contento con su vida en el fondo de la pirámi
de social, sino que además el matrimonio interclasista de Eduardo y
Elvira propone un modelo optimista de reconciliación de clases, su
giriendo que, en realidad, se puede zanjar la división social presenta
da a lo largo de toda la película. En este sentido, Chingolo parece ser
la prueba del argumento de Quinziano acerca de que los elementos
melodramáticos contienen el potencial subversivo de la comedia. Y
sin embargo, el final de la película parece falso. Eduardo es un perso
naje unidimensional cuya conversión de último momento es, cuanto
menos, increíble. Es más, la reconciliación dé clase y la restauración
del orden moral son posibles solo a nivel de la subtrama. Chingolo
no puede incorporarse a la sociedad dominante de Argentina y su
crítica de la hipocresía, la explotación capitalista y la desigualdad
sigue siendo convincente. Aunque las películas de Sandrini adoptan
una visión melodramática de la sociedad -como un espacio irreme
diablemente dividido entre buenos y malos, pobres y ricos—, no ads
criben a la moral del melodrama. Por el contrario, el personaje de
Sandrini representa una moral alternativa, en la cual la solidaridad
entre los pobres y su generosidad esencial es un valor mucho más
importante que el esfuerzo o la obediencia a la ley. La bondad moral
de Chingolo deriva de su rechazo de la avaricia capitalista y no se
ve amenazada ni por su tendencia a robar las billeteras de los ricos,
cenar pollos robados o negarse a trabajar. Finalmente, confirma su
REDISEÑAR EL MELODRAMA POPULAR
catadura moral a través de un acto de generosidad hacia una persona
humilde.30
La reseña del diario conservador La Nación expresaba su inquietud
por el mensaje de las películas de Sandrini: “En ese personaje de con
tradictorio perfil moral, [Sandrini] explota con facilidad su particular
veta de comicidad popular”.31 Tal como lo sugiere el reseñista, estas
películas proponen una crítica al código moral dominante al promo
ver la identificación del público con el personaje de Sandrini. Y al
mismo tiempo, buscan imponer soluciones conformistas y melodra
máticas. Esta ambigüedad refleja las presiones comerciales que enfren
taba la industria cinematográfica argentina forzada a la competencia
con Hollywood. Como los films de Lamarque, las comedias un poco
desajustadas de Sandrini le daban a la audiencia el placer visual de
ver espacios elegantes y estilos de vida lujosos. Sin embargo, la habili
dad del público para identificarse con el personaje representado tanto
por Lamarque como por Sandrini dependía de que ellos estuvieran
situados de manera muy firme en el espacio inferior de la división de
clase, que era el moralmente superior. En otras palabras: el melodra
ma argentino demandaba una cierta conciencia de clase de parte de
los espectadores. El populismo transgresor de la persona cómica de
Sandrini les hacía dar a estas películas incluso un paso más, socavan
do el moralismo convencional de los finales melodramáticos. En este
universo moral alternativo, robar es excusable si las víctimas son ricos,
el ocio es liberador, la explotación y la avaricia son los peores pecados,
y el autosacrificio por una persona pobre es la acción más noble que
puede haber.
La capacidad de Sandrini para salirse del estricto código moral
del melodrama residía, en alguna medida, en su género. A diferencia
de muchas heroínas melodramáticas, sus personajes no eran invaria
blemente castigados por sus pecados. Puede ser que Chingolo no se
quedase con la chica, pero ha demostrado ser lo suficientemente in
teligente como para ser más hábil que los ricos y los poderosos. En
contraste, los personajes de Lamarque habitualmente no alcanzaban
32. Según el reseñista de radio de Sinfonía, Marshall había logrado lo que nadie
más lograba: apelar a “todas las categorías de radioescuchas" (S/nfonía
6, n° 266, 26 de mayo de 1938). A la luz del enorme éxito de Divorcio en
Montevideo, Ei Mundo declaró a Marshall el mayor éxito de boleterías de
Argentina (E/Mundo, 13 de junio de 1939, p. 25).
33. La Prensa, 7 de julio de 1938, p. 18.
34. Sinfonía, vol. 7, n° 326, 19 de julio de 1939.
35. S/nfonía, vol. 7, n° 330, 16 de agosto de 1939.
REDISENAR EL MELODRAMA POPULAR
cómica número UNO (así, con mayúsculas) que poseen la radio y el
cine. Para los que vivimos en Formosa, como para todos los habitantes
normales’ del país, es una delicia oírla”. El lector señala su identifica
ción con Catita, en particular, al despedirse con una frase típica del
personaje, “as noche”, una versión trunca de “buenas noches”.36 El
uso de las palabras de Catita así como el sentido de pertenencia a una
comunidad implícita en la carta sugieren que muchos de los fans que
no pertenecían a la elite se identificaban de un modo directo con el
agresivo orgullo de clase de Catita; se reían con ella y no simplemente
de ella.
Tanto Sandrini como Niní Marshall combinaban el melodrama
y un populismo más transgresor con el objeto de actualizar una for
ma de comedia más subversiva. Ambos actores crearon personajes de
orígenes humildes que vivían en una sociedad rigurosamente dividi
da entre ricos y pobres. La bondad y generosidad esencial de estos
personajes contrastaban con la mezquindad y crueldad de los ricos.
Como en el melodrama tanguero, la novela semanal, el radioteatro y
las películas de Libertad Lamarque, estas comedias dramatizaban la
ansiedad de la gente humilde que vivía en una sociedad capitalista en
veloz modernización, incluso si los finales felices suministraban una
satisfactoria justicia poética. De todos modos, las comedias populis
tas y melodramáticas argentinas daban también otras satisfacciones.
Sandrini y Marshall socavaban la moral convencional al crear perso
najes que se negaban a aceptar las estrictas reglas del melodrama. En
el universo melodramático, la bondad suponía una aceptación fatalis
ta del propio lugar en la vida y la constancia de evitar el indecoroso
accionar del trepador social, y, sin embargo, tanto los personajes de
Sandrini como Catita envidiaban abiertamente el lujo del que disfru
taban los ricos; incluso ambos recurrían al robo. Del mismo modo, la
típica aversión al trabajo de los personajes de Sandrini y la agresividad
de Catita enfrentaban las normas de conducta aceptadas. Estos perso
najes verificaban su bondad a través de distintos actos de generosidad
y solidaridad, incluso si se negaban a cumplir las demandas estéticas,
éticas y de conducta de los ricos. Los residentes del barrio, que eran
la mayor parte del público de las películas nacionales, deben de haber
37. La frase “películas de teléfono blanco" viene del cine italiano de los años
treinta, en el que proliferaban estas escenografías escapistas y lujosas (Hay,
2002: 115-137).
REDISEÑAR EL MELODRAMA POPULAR |171
a una chica pobre que experimenta cómo vive la otra mitad cuan
do se la confunde con la hija de una familia rica (interpretada por
la hermana melliza de Mirtha en la vida real, Silvia). Otra vez, la
posición del personaje de Legrand como una suerte de extranjera,
alguien que no pertenece al mundo de los ricos, garantiza su inocen
cia y virtud: entre otros logros, ella le enseña al hijo malcriado de la
familia a apreciar las oportunidades que su posición de clase le da. El
director, Luis César Amadori, había perfeccionado la representación
del lujo de la clase alta en películas como M adreselva y El canillita
y la dam a. El escenógrafo habitual de Amadori, Raúl Soldi, recordó
que solía tener listos un club nocturno y una mansión con una gran
escalinata porque el director siempre utilizaba esos escenarios elegan
tes (Posadas, 1993: 69). Pero incluso si jugaban con el deseo popular
de experimentar la buena vida, películas como Soñar no cuesta nada
reforzaban la idea de que nosotros, los pobres, somos moralmente
superiores a ellos, los ricos.38 Apelaban a la vez al orgullo de clase y
a la envidia de clase, alentando a los espectadores a mirar de arriba a
los ricos incluso si a la vez fantaseaban con ser ricos.
El melodrama masivo de los años veinte y treinta representaba
un modernismo alternativo, pero, tal como lo indica la variedad de
respuestas de los fans de Catita, les ofrecían cosas diferentes a las
diferentes audiencias. Para muchos, incluyendo aquellos que aspi
raban a un estilo de vida de clase media, los nuevos programas de
radio y películas sonoras proveían una versión respetable, segura y
sana de la auténtica cultura argentina. Les permitían disfrutar de la
música y el cine, que estaba enraizado en el contexto nacional, pero
era tan moderno, o al menos casi tan moderno, como el del Norte.
Y podían darse el gusto de fantasear con volverse ricos de pronto.
Para otros, en cambio, el melodrama ofrecía un modo de procesar las
dislocaciones de la modernidad en términos de clase, construyendo
un grupo identitario alrededor de valores asociados con los pobres,
como la solidaridad, la lealtad y la capacidad de expresar sentimien
tos verdaderos. Al sospechar los motivos que entraban en conflicto
con esos valores como la búsqueda de ascenso social, el melodrama
38. Las mellizos Legrand podían ser estrellas como "jóvenes ingenuas” en doce
nas de comedias parecidas (Di Núbila, 1998: 336-337).
172 | MATTHEW B. KARUSH
constituía un discurso que funcionaba en contra de las apelaciones
de las publicidades y las asociaciones barriales. En sus encarnaciones
más subversivas, el melodrama de la cultura masiva iba de la mano
de una condena populista de la elite argentina.
Capítulo 4
CONSTRUIR LA NACIÓN POR MEDIO DE LA CULTURA
DE MASAS
21. Sinfonía, vol. 6, n° 228, 2 de septiembre de 1937. Dajos Béla, que era judío,
lideraba uno muy exitosa orquesta bailable en Berlín, antes del surgimiento
de los nazis. En 1935 se mudó a Buenos Aires.
22. Sinfonía, vol. 5, n° 208, 15 de abril de 1937.
23. Radiolandia , vol. 11, n° 538, 9 de julio de 1938, y n° 545, 27 de agosto de 1938.
24. La Canción Moderna , 12 de octubre de 1935.
186 | MATTHEW B. KARUSH
nales, parecía moderno y al día. Y lo que es más importante, ofrecía
un modo de mejorar el tango, de elevarlo de sus embarazosos orígenes
plebeyos sin perder su habilidad para representar la identidad nacional
argentina. El historial de De Caro ayudaba a explicar su interés en
este proyecto. A diferencia de Francisco Canaro y otros miembros de
la Vieja Guardia, Julio de Caro no podía alegar raíces proletarias. Su
padre, un inmigrante italiano que había sido profesor de un conser
vatorio en Milán y que tenía una escuela de música en Buenos Aires,
quería que Julio fuera a la universidad y estudiara medicina. Cuando
Julio insistió en dedicarse profesionalmente al tango, su padre lo echó
de la casa. Tal vez debido a un deseo de justificar su carrera, la ambi
ción tanguera de De Caro siempre estuvo centrada en la búsqueda de
“categoría”, en el deseo de crear “algo muy especial que ennobleciese al
tango” (De Caro, 1964: 35).25 De cualquier manera, dada la crianza
de De Caro en la clase media, no es sorprendente que haya acordado
con muchos críticos que esperaban elevar el tango para que así pudiera
servir como un símbolo nacional más apropiado.
Aunque eran aceptados por muchos críticos, los esfuerzos de De
Caro por renovar el tango provocaban también una oposición amar
ga. Ahora esta polémica es habitualmente entendida como un debate
entre tradicionalistas y evolucionistas, y esos términos se usaban en
aquel momento (Sierra, 1985: 99). Pero en los años treinta, estas di-
ferentes aproximaciones al tango se entienden que eran comúnmente
sobre el ritmo y la melodía. En un relato típico, Radiolandia dividía
la gran cantidad de orquestas de Radio Belgrano en dos categorías
generales: “Desde el tango rítmico al tango melódico, cada director
imprime a su conjunto una personalidad definida”. Devotos del tango
sinfónico, como Roberto Zerrillo, junto con otros innovadores de la
Nueva Guardia, como Osvaldo Fresedo, se ubicaban en el campo del
tango melódico, mientras que intérpretes más tradicionales cultivaban
lo rítmico.26 De Caro mismo compartía esta noción de que las raíces
del tango residían en su ritmo, que, según él mismo explicaba, debía
ser respetado por los innovadores: “Cada uno de nuestros tangos debe
interpretarse según el ritmo propio de su modalidad esencial, pero las
25. Blas Matamoro remarca la posición de De Caro como parte de una “clase
media con pretensiones de estatus” (Matamoro, 1982: 108).
26. Radiolandia, vol. 11, n° 538, 9 de julio de 1938.
CONSTRUIR LA NACIÓN POR MEDIO DE LA CULTURA DE MASAS | 187
orquestaciones, en general, necesitan el aporte de nuevas armonías”.27
Melodía, armonía, instrumentalización: estas eran las áreas donde el
tango debía mejorar; sus ritmos esenciales tenían que ser respetados
para que la música no perdiera su esencia.
Incluso mientras De Caro cultivaba su tango sinfónico, se iba
gestando un revival de la rítmica tradicional. Los fans del tango que
rechazaban las complejas innovaciones rítmicas de la Nueva Guardia
miraban cada vez más hacia el pasado del género. Esta búsqueda
de los auténticos orígenes produjo un renacimiento de la milonga,
una forma musical y un tipo de baile que precedió al tango y que
habitualmente requería un tempo más rápido y una mayor síncopa.
Iniciadas en los años treinta, las milongas recuperaron su posición
en las pistas de baile porteñas y en la radio, ya que las orquestas
típicas las incluían cada vez más en sus repertorios. Mucho del im
pulso de este renacimiento vino de una serie de nuevas milongas
populares compuestas por Sebastián Piaña en colaboración con el
letrista Homero Manzi. Las dos composiciones de Piana-Manzi que
lanzaron el movimiento fueron “Milonga sentimental” (1931) y
“Milonga del 900” (1933). Ambas aparecieron en el film ¡Tango!
(1933) y fueron grabadas por Carlos Gardel entre otros. Escritas
desde el punto de vista de una mujer, “Milonga sentimental” narra
una historia de amor trágico, en un tono melancólico que refuerza
la nostalgia implícita en la recuperación de un viejo estilo musical.
Este estado de ánimo se estableció más firmemente en la letra de
“Milonga del 900” de Manzi, que explícitamente evocaba los subur
bios del Buenos Aires de la década anterior. El redescubrimiento de
la milonga reflejaba una añoranza por el pasado premoderno y rural
de Argentina. La milonga, que había sido incluida durante mucho
tiempo en el repertorio de los cantantes folclóricos, estaba firme
mente asociada con la cultura rural y folclórica de las pampas.
Pero incluso si estas asociaciones rurales ayudaron a producir la
nostalgia que cultivaban las letras de Manzi, la milonga de los años
treinta se entendía como una milonga nueva y modernizada. Desde
sus comienzos, las revistas distinguían entre la milonga pampeana que
formaba parte del canon de la música folclórica y la milonga tanguea
28. Por ejemplo, “Pampita”, del pianista folclórico argentino Valle, es definida
como una milonga pampeana (Sinfonía 3, n° 98, 9 de marzo de 1935), mien
tras que la versión de Ciríaco Ortiz de "Soy porteño" se define como una
milonga tangueada, tocada con auténtico sabor porteño (S/nfon/a 3, n° 125,
14 de septiembre de 1935).
29. En esta entrevista, Piaña le da el mismo crédito a Pedro Maffia por la crea
ción de la nueva milonga.
30. La más reciente y exhaustiva historia de los orígenes africanos del tango es
la de Thompson (2005).
CONSTRUIR LA NACIÓN POR MEDIO DE LA CULTURA DE MASAS | 189
serie de artículos que publicó en Sintonía, en los que sostenía que “el
tango es de neto origen africano”. Kordon estaba convencido de que
el tango y la cultura argentina en general habían entrado en un perío
do de decadencia dada la nefasta influencia dei jazz, al que veía como
música comercial sin valor cultural.31 Para él, la recuperación de las
raíces africanas del tango era un modo de apuntalar la autenticidad de
la música, su conexión con tradiciones folclóricas locales de larga data.
Para fines de los años treinta, la recuperación de la milonga se había
ligado explícitamente al renovado interés por la cultura afroargentina
de los siglos anteriores. En particular, Homero Manzi había empezado
a escribir letras para milongas con temas explícitamente negros, para
Piaña y para Lucio Demare: “Pena mulata”, “Negra María” y “Papá
Baltasar”, para mencionar tres de las más conocidas.
En 1941, Radiolandia señaló la importancia de esta tendencia en
la cultura de masas argentina, declarando que “el candombe ha rena
cido en la danza argentina”. Describiendo el trabajo de Piaña, Manzi,
Demare y otros, la revista estaba entusiasmada por este “proceso de
recreación de lo negro rioplatense”: “Señalamos estos desarrollos con
verdadera alegría. Es una forma de renovar nuestro cancionero y de
abrir para los autores y compositores un camino que habrá de deparar
más de una hermosa sorpresa poética y musical” (Radiolandia 15, n°
690, 7 de junio de 1941). Radiolandia compartía la visión de Piaña
sobre el renacimiento de la milonga: era un esfuerzo por renovar y
mejorar el material de una antigua tradición folclórica y, por lo tanto,
auténtica. Pero la conexión de la milonga con el candombe y con la
cultura afroargentina generalmente funcionaba como algo más que
una mera garantía de autenticidad. También anclaba y explicaba la
reafirmación del ritmo de la milonga. Radiolandia situaba la nueva
música en el contexto de un boom internacional de la música con as
cendencia africana de Brasil, Cuba y Estados Unidos.32 El surgimiento
de la samba, del son y del sw ing en los años treinta representaba una
31. Los artículos de Kordon sobre los orígenes africanos del tango pueden
encontrarse, entre otros números, en Sintonía 5, nc 208, 15 de abril de 1937;
n° 211, ó de mayo de 1937; n° 212, 13 de mayo de 1937; Sintonía 6, n° 226, 19
de agosto de 1937. Sobre las denuncias al jazz, véase Sintonía ó, n° 210, 29 de
abril de 1937.
32. Según Robert Farris Thompson [2005: 131), Piaña mismo se inspiró en estas
tendencias de la música internacional.
190 | MATTHEW B. KARU5H
“liberación del tambor” a través de las Américas. Incluso si la mayoría
de las orquestas típicas, en general, todavía seguían rechazando los
instrumentos de percusión, el tempo más rápido y el ritmo más sinco
pado de la milonga la convertían en una opción lógica para las bandas
que buscaban competir en este nuevo entorno.33 Como el tango sin
fónico de De Caro, el renacimiento de la milonga respondía, enton
ces, a las tendencias internacionales; era otro producto del mercado
transnacional.
La asociación entre la cultura afroargentina y el ritmo acentuado
de la milonga revela la lógica racial implícita en los debates de ese
momento sobre el tango. La idea de De Caro, acerca de que el ritmo
proveía la autenticidad tradicional mientras que la armonía y la me
lodía eran espacios naturales para la innovación y la modernización;
descansaba en una jerarquía racial que ubicaba a la primitiva Africa
debajo de la Europa civilizada. Sin embargo, los que proponían el tra
dicionalismo estaban dispuestos a aceptar los elementos africanos en
la medida en que esos elementos sirvieran para anclar el tango en el
pasado argentino. Este giro hacia la cultura afroargentina se volvió más
fácil por el hecho de que podía representarse como “re-creando” una
cultura que había “desparecido”. Incluso si, como lo demuestra el so
brenombre de “El Negro” Ferreyra, algunos argentinos seguían identi
ficándose como descendientes de africanos, la imagen autoconstruida
de Argentina como una nación blanca estaba para entonces muy bien
establecida (Andrews, 1980).
En la cultura de masas de los años treinta, los afroargentinos repre
sentaban frecuentemente símbolos del pasado auténtico de la nación.
Las radionovelas ambientadas en la época de Juan Manuel de Rosas
invariablemente incluían algunos personajes negros y música supues
tamente afroargentina. Por ejemplo, la muy popular Bajo la Santa
Federación incluía varias “canciones de negros” como la “Canción del
candombero”. Un melodrama que exploraba el amor prohibido entre
la hija de un acomodado rosista y un joven opuesto al régimen, el
recurso cómico de la radionovela era “el negro Domingo”, el mayor
domo de la familia, con frecuencia borracho. Los guiones se burlaban
de los patrones discursivos estereotipados de Domingo —la “r” pro
33. “Liberación del tambor" [Líberaf/on of the drum] es una frase acuñada por
Ned Sublette (2004: 433).
CONSTRUIR LA NACIÓN POR MEDIO DE LA CULTURA DE MASAS j 191
nunciada como T —así como de su irreflexiva lealtad a Rosas, pero
también le permitían demostrar su habilidad para improvisar como
payador (Blomberg y Viale Paz, 1935). Ya que era bien conocida la
presencia de sirvientes afroargentinos, su supuesto apoyo a Rosas y su
excesiva presencia entre los payadores, Domingo le dio a esta recons
trucción histórica un poco del muy necesitado realismo. Igualmente,
las películas de tango ambientadas en los sórdidos arrabales del fin de
siglo usaban extras negros del mismo modo que usaban vestimenta
antigua: como un modo de dar una “sensación” de época. La escena
de baile que abre la película ¡Tango! muestra a una bailarina negra en
el fondo. En su interpretación de “La morocha” en Puerta cerrada,
Libertad Lamarque está acompañada no solo por el compadrito, sino
también por una pareja de niños afroargentinos que juegan. En todas
estas representaciones, los afroargentinos son garantía de autenticidad,
firmemente localizados en el pasado. En este contexto, la negritud de
las raíces de la milonga era reconfortante.
Estos debates acerca de la autenticidad rítmica y la innovación ar
mónica y melódica preocupaban a los intelectuales y conocedores del
tango, pero en la segunda mitad de la década de 1930 ios desarrollos
del mercado parecían resolver el asunto. La impresionante populari
dad de Juan D’Arienzo, cuya orquesta frecuentaba Radio El Mundo,
señaló el triunfo comercial del tradicionalismo rítmico. D’Arienzo,
apodado “El rey del compás”, recuperó de manera autoconsciente un
estilo musical previo, asociado con la Vieja Guardia del tango, que
enfatizaba el ritmo simple y rígido y que lo hacía popular entre los
bailarines. La orquesta de D’Arienzo tocaba una gran cantidad de vie
jos clásicos del canon del tango y la milonga y tendía a producir un
clima más festivo. Su éxito, sin duda, respondió a muchos de los mis
mos factores responsables por el renacimiento de la milonga durante
esta misma época, aunque D’Arienzo no compartía el interés de Piaña
por la innovación melódica. D’Arienzo le dio a los fans un respiro del
clima de tristeza y cinismo que había dominado las letras de tango a
comienzos de los años treinta. Para los oyentes masculinos, la música
de D’Arienzo también ofrecía asociaciones genéricas tranquilizadoras.
Muchos fans interpretaban su estilo tradicional como una versión más
viril y fuertemente masculina del tango. Como explicaba un lector
en una carta a Sintonía, el tango era más macho antes de que el “li
rismo” de la Nueva Guardia lo feminizara: “El tango tiene que tener
192 | MATTHEW B. KARUSH
esa ingenuidad un poco rústica y esa hombría sin tapujos que fue la
principal característica de la producción de antaño”.34 Como he veni
do sosteniendo, la película Los tres berretines (1933) marcó una firme
diferencia entre el consumismo femenino y frívolo del público de las
películas extranjeras y la masculinidad productiva de la cultura na
cional como el tango y el fútbol. Así como el surgimiento del cine
nacional ayudaría a los varones argentinos a deshacer su ernasculación,
los fans de D’Arienzo veían su tradicionalismo como un antídoto a las
sofisticadas elaboraciones de la Nueva Guardia, que percibían como
excesivamente elegantes o incluso bonitas.
El fenómeno de D’Arienzo inspiró ataques de los partisanos de un
tango modernizado y mejorado. Refiriéndose a la popularidad dé
D’Arienzo, un lector de Sintonía opinaba en una carta que “la exi
gencia actual de nuestro público significa un retroceso de veinte años
en la evolución del tango”. Unas semanas después, un defensor de
D’Arienzo mandó una réplica, criticando a innovadores del tango
como Julio de Caro y Osvaldo Fresedo que “en el afán de hacer alarde
de conocimientos musicales (exclusivamente técnicos), lo convirtieron
en un merengue filarmónico que no es ni chicha ni limonada, porque
quitaron al tango su sabor porteño y compadre, y no consiguieron, a
pesar de esa mutilación, elevarlo a la categoría de notabilidad musi
cal”. En el mismo número, Sintonía publicó otra nota en defensa de
D’Arienzo. “El rey del compás”, argumentaba el autor, debía ser feli
citado por haber devuelto el tango a sus “cauces primitivos, sencillos
y genuinos. Acentuó su ritmo, que se había "ido perdiendo entre las
muy musicales pero poco tangueras armonías de pistones y saxos. [El]
realizó la vieja novedad de tocar un verdadero tango”.35 Este defensor
del tradicionalismo aceptaba la asociación básica entre ritmo y auten
39. Sobre los Artistas del Pueblo, véase Frank (2006). (La cita de Fació está inclui
da y traducida en la pág. 172.) Sobre el grupo Boedo, véase Leland (1986:
38-44, 57-66).
196| MATTHEW B. KARUSH
de escapismo, o bien adoptaban la cultura masiva, pero evitaban la
dimensión política.
En los años treinta, esto empezó a cambiar. En 1935, un grupo
de jóvenes miembros del Partido Radical rechazaron la decisión de la
cúpula del partido de participar en las elecciones. Estos rebeldes for
maron FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina)
para oponerse a cualquier colaboración con el fraudulento gobierno
conservador. Inspirados por la escritura de Scalabrini Ortiz sobre el
perverso rol de los ingleses en la economía argentina, intelectuales de
FORJA como Arturo Jauretche sostenían que la nación había sido
colonizada por las fuerzas del capital extranjero en alianza con la oli
garquía argentina. Creían que el constitucionalismo liberal servía solo
para asegurar el poder de esta elite atenta a sus propios intereses y espe
raban reemplazarlo con una verdadera democracia popular basada en
el irigoyenismo y en el federalismo del siglo XIX (Spektorowski, 2003:
142-150). Tal vez debido a su compromiso por liberar a los argentinos
del “colonialismo mental”, algunos de los miembros de FORJA reco
nocían el enorme potencial de los medios masivos. Homero Manzi, en
particular, uno de los fundadores del grupo, surgió durante la década
de 1930 como un influyente letrista de tango y guionista así como
un prolífico crítico cultural.40 Mientras Manzi mantuvo todo mensaje
político alejado de sus letras y guiones, su producción cultural estuvo
marcada por el deseo de crear un nuevo nacionalismo popular. Como
los nacionalistas de derecha, Manzi tendía a mirar a la Argentina rural
como base de una auténtica identidad nacional argentina.
Las letras de Manzi y los guiones reflejaban su deseo de produ
cir “una cultura de letras para los hombres y no una cultura para los
hombres de letras”. Este sentimiento revelaba el populismo de Manzi,
pero su deseo de mejorar la calidad de la cultura popular -elevarla al
nivel de “cultura de letras”—también era un esfuerzo que requería una
lucha contra dos fuerzas: la degradación de la comercialización y la
fascinación casi irresistible por lo extranjero. En una serie de artícu
los publicados en la revista M icrófono, Manzi atacaba la radionovela
Chispazos de tradición por ser superficial e inauténtica. De acuerdo
con muchos de la derecha, él sostenía que el predominio de programas
41. Acerca de la mirada ambivalente de Manzi sobre Gardel, véase Salas (2001:
126-130).
42. Sobre las letras de Manzi, véanse Ulla (1967: 122-129) y Salas (2001: 120-124,
134-146,171-181).
CONSTRUIR LA NACIÓN POR MEDIO DE LA CULTURA DE MASAS | 199
doy con lo moderno”. Aunque el cantor dice que fue abandonado por
la mujer que amó, rechaza la respuesta emocional y llorosa de muchos
otros tangos; en su lugar reacciona como un hombre: “La quiero por
que la quiero /y por eso la perdono. / No hay nada peor que un encono
/ para vivir amargao”. Con este tipo de masculinidad, Manzi ofrecía
una alternativa a la emotividad feminizada elaborada por otros letris
tas. Cuando el éxito de Juan D’Arienzo en los años treinta inspiró un
renacimiento del tango más viejo y primitivo, Manzi adoptó el estilo,
precisamente, porque lo veía como “alegre” y “viril” en contraste con el
tono “fúnebre” del tango contemporáneo (Ford, 1971: 82). Al intentar
recuperar una masculinidad viril, Manzi siguió a su colega de FORJA,
Arturo Jauretche, que se burlaba de los cantores de tango emasculados
por andar “llorando en el tango sus desgraciados amores” (cit. en Sarlo,
1988: 210). Y como jauretche, que adscribía a la tradición del criollis
mo, Manzi ubicaba una masculinidad más robusta en el pasado rural
y premoderno: en sus letras, las calles de los suburbios de Buenos Aires
no estaban pavimentadas y olían a yuyos (“Malena”, 1942), y, junto
al omnipresente bandoneón, uno escuchaba a “los sapos redoblando
en la laguna’ (“Barrio de tango”).43 Sus “milongas camperas” hicieron
explícita la nostalgia por el interior, reubicando las historias tangueras
de amor perdido y arrepentimiento en ambientes rurales:
Llegabas por el sendero,
delantal y trenzas sueltas.
Brillaban tus ojos negros
claridad de luna llena.
“ Milonga triste”, 1936 (Manzi, 2000: 148)
43. La nostalgia de Manzi por la Argentina rural puede haber reflejado sus
recuerdos del pueblito de Añatuya, en la provincia de Santiago del Estero,
donde vivió cuando era chico antes de mudarse ai barrio de Pompeya en
Buenos Aires (véase Aién Lascano, 1971a: 8-27).
2 00 | MATTHEW B. KARUSH
cían los estudios dominantes en Argentina. En esto, la compañía no
era única. Ese mismo año, Natalio Botana, el editor de Crítica, creó
la compañía cinematográfica Baires con el objeto de producir pelí
culas sofisticadas basadas en el cine extranjero, con las que esperaba
acceder a una audiencia internacional (Félix-Didier, 2002 : 77-103),
Pero aunque Baires y otros tenían como objetivo mejorar la calidad
del cine argentino con el objeto de venderlo en el exterior, el grupo
AAA aspiraba a hacer películas de alto calibre para las masas argenti
nas. Es más, querían un verdadero cine nacional que tomara los temas
locales en lugar de reciclar guiones de películas extranjeras. Según el
actor Francisco Petrone, uno de los fundadores de AAA, el objetivo era
“hacer cine que fuera verdaderamente nuestro” (Maranghello, 2002:
34). La búsqueda de una cultura de masas de alta calidad, nacionalista
y comercialmente viable alineaba a la perfección a AAA con FORJA y
con los sueños de Homero Manzi sobre “una cultura de letras para los
hombres” (Maranghello, 2002: 17).
Como guionista para AAA, el compañero de Manzi era el disímil
Ulyses Petit de Murat, un ex crítico de cine cuyas denuncias sobre la
mala calidad del cine nacional tenían poco rastro del nacionalismo
popular de FORJA. Sin embargo, fue Manzi quien sugirió que los dos
escribieran un guión basado en La guerra gaucha del poeta modernista
Leopoldo Lugones, una colección notoriamente intelectual de veinti
dós historias sobre las batallas libradas en la provincia norteña de Salta
durante la guerra de independencia de Argentina. Durante los años
veinte, Lugones fue partidario del fascismo de Mussolini y se volvió
uno de los intelectuales claves del nacionalismo antidemocrático y de
rechista en Argentina. Pero La guerra gaucha, escrita en 1905, pertene
cía a una fase anterior en la trayectoria política de Lugones, cuando el
poeta era un socialista que buscaba las bases de la identidad nacional
argentina en la heroica lucha revolucionaria por la independencia de
España. Con el objeto de construir este mito nacional, Lugones nece
sitaba revisar las ideas liberales ya establecidas sobre la Argentina rural
y en particular sobre la figura del gaucho. Mientras los liberales habían
imaginado durante mucho tiempo a los gauchos bandidos como el
mayor obstáculo para la formación de la nación, Lugones veía la gue
rra de independencia como un crisol que transformaba a los gauchos
en un ejército capaz de forjar la nación. Lugones no celebraba el po
der y la acción de las masas. Por el contrario, como ha explicado Juan
CONSTRUIR LA NACIÓN POR MEDIO DE LA CULTURA DE MASAS j 201
Pablo Dabove, el héroe de este relato es el caudillo Martín Miguel
de Güemes, encarnación del patriotismo argentino, que encauzó la
violencia rural hacia el objetivo de la independencia y, por lo tanto, le
dio sentido (Dabove, 2007: 229-240). Lugones vio en el ejército de
Güemes una sociedad profundamente jerárquica y patriarcal que es
peraba que constituyera un modelo para la Argentina contemporánea
(Fürstenberger, 2005: 1109-1119; Gramuglio, 1997: 157-163). De
hecho, el texto de Lugones reduce la población rural a una masa anó
nima; cada relato presenta diferentes personajes y muchos de ellos ni
siquiera tienen nombre. Para Petit de Murat, La guerra gaucha ofrecía
un medio para inspirar el patriotismo y para resistir el impacto de las
influencias extranjeras en el cine argentino (Sintonía 10 , n° 425, 8 de
julio de 1942). Manzi compartía estas aspiraciones nacionalistas, pero
también esperaba democratizar y popularizar la historia patriótica de
Lugones. Al final, se resistió a los esfuerzos de Petit de Murat por
incluir largos fragmentos del texto original, argumentando que nadie
podía entenderlos (Maranghello, 2002 : 49 ).44
La versión cinematográfica de La guerra gaucha (Demare, 1942),
según ciertos relatos la película argentina más exitosa de todos los
tiempos, efectivamente invirtió el elitismo de Lugones (Maranghello,
2002: 67).45 En lugar de ser un himno al líder heroico, la película
ofrece un grupo de caracteres nobles que demuestran su integridad,
generosidad y espíritu de sacrificio en la lucha patriótica contra la
opresión española: el sacristán que pasa los mensajes al ejército pa
triota haciendo sonar la campana de la iglesia en código, los valientes
capitanes que dirigen la lucha a pesar de insuperables adversidades,
la hermosa mujer cuyo amor por un teniente español que había sido
capturado lo convierte a la causa patriótica. Al tejer una narración
unificada a partir de un pequeño puñado de las muchas historias en
el texto de Lugones, Manzi y Petit de Murat convirtieron a las figu
ras anónimas en personajes completamente desarrollados. Del mismo
modo, al sustituir la difícil prosa modernista del poeta con un estilo ci
nematográfico que motivaba la identificación de la audiencia, los reali
44. Sobre la colaboración entre Manzi y Petit de Murat, véase Salas (2001: 198-
207).
45. Sobre el éxito de la película, véase Di Núbila (1998: 392). Véanse también
Lusnich (2007, en esp. pp. 178-183), y Félix-Didier y Levinson (2009: 50-63).
202| MATTHEW B. KARUSH
zadores. destacaban la contribución activa de los pobres en la creación
de la nación argentina. Las palabras finales de la película describen
la guerra de independencia como una lucha colectiva: “Así vivieron,
así murieron. Los sin nombre, los que hicieron la guerra gaucha”. Y
en cierto sentido, la película da un paso más allá al reemplazar a los
“sin nombre” con vibrantes héroes populares. Sin embargo, el hecho
de que los guionistas dependan del texto de Lugones, socava, aunque
sea parcialmente, al mensaje democrático de la película. En particular,
la llegada de Güemes en rescate del ejército gaucho al final del film
sugiere, sin duda, que el pueblo necesita de un líder poderoso para ser
efectivo. Este verticalismo, tan central al libro de Lugones, instala una
tensión con la visión radicalmente democrática del film.
Además de depender de Lugones, La guerra gaucha abrevaba en una
larga tradición de representaciones de los gauchos ofrecidas por la cultu
ra de masas. Como hemos visto, el circo criollo y la literatura criolla de
fin de siglo adaptaron la cultura de las pampas para el consumo de las
masas urbanas. Durante la década de 1910, la música folclórica grabada
por Gardel y Corsini, y la película muda Nobleza gaucha, llevaron el
criollismo a los nuevos medios. En los años treinta, Chispaos de tra
dición marcó el comienzo de una serie de radioteatros ambientados en
las pampas; a su vez, Gardel como gaucho en Las luces de Buenos Aires
de 1931 inspiró a los cineastas locales. Durante los próximos años, los
estudios argentinos lanzaron docenas de películas criollistas. Estas pelí
culas, tanto cómicas como trágicas, participaron en gran medida de las
convenciones del melodrama: la población rural pobre es representada
como víctima inocente, noble, generosa, mientras los villanos son o bien
personajes urbanos desagradables o terratenientes ricos. En Los caranchos
de la Florida (De Zavalía, 1938), por citar solo un ejemplo, el hijo de un
ganadero rico vuelve a casa después de terminar sus estudios en Buenos
Aires y se enamora de una hermosa joven de una familia pobre de la
ciudad. El terrateniente hipócrita, que en realidad quiere a la chica para
sí mismo, fogonea los prejuicios de clase de su hijo con el objeto de con
vencerlo de que “esta gente” está por debajo de él. La película muestra
con una luz positiva a los pobres rurales, pero presenta como fondo el
conflicto familiar por sobre el de clase.46
46. Los caranchos de la Florida está basada en la novela de! mismo nombre de
Benito Lynch (1916). Como su contemporáneo Ricardo Güiraldes, Lynch ere
CONSTRUIR LA NACIÓN POR MEDIO DE LA CULTURA DE MASAS | 203
Una aproximación más incisiva y crítica al interior empieza a apa
recer en el trabajo de Mario Soffici, especialmente en una serie de
películas “folclóricas sociales” que hace entre 1937 y 1942. Discípulo
de José Agustín Ferreyra, Soffici había dirigido una serie de películas
olvidables antes de empezar a aplicar el estilo de realismo socialista de
su mentor a historias ambientadas en el interior. Soffici emulaba la
empatia de Ferreyra por los pobres así como su atención al detalle de
la vida cotidiana, pero estas películas sentaron nuevas bases al hacer
foco de manera directa en la explotación económica.47 Kilómetro 111
(1938) narra la historia de una comunidad agrícola reducida a la po
breza por los terratenientes ricos y los ingleses dueños de la compañía
de ferrocarriles. Aunque la película adopta la oposición melodramática
entre pobres y ricos, los conflictos que explora son económicos, no
románticos: una familia no puede costear el tratamiento médico del
hijo debido a los bajos precios que los terratenientes pagan por la co
secha. Es más, a diferencia de los típicos melodramas, las películas de
Soffici le dan una significativa entidad a la comunidad. Los chacareros
protestan por el maltrato y reúnen sus recursos con el objeto de ayudar
a uno de los suyos. Como las comedias de Luis Sandrini, Kilómetro
111 celebra por sobre todo la solidaridad y el espíritu comunitario de
los pobres. Considerablemente menos optimista es Prisioneros de la
tierra (1939), la película más exitosa de Soffici y, junto con La guerra,
gaucha, una de las obras maestras más reconocidas de la cinematogra
fía argentina. Aquí, Soffici profundiza su crítica a la explotación eco
nómica al examinar los problemas de los jornaleros de la yerba mate
en la remota región de Misiones. Como explica Elina Tranchini, el
héroe de la película, Podeley, combina una visión del trabajador rural
como honesto y sacrificado con una celebración más antigua del co
raje y la violencia masculinos, tomada de las historias criollistas sobre
los gauchos rebeldes como Juan Moreira (Tranchini, 2000 : 134-135).
Cuando la novia de Podeley es asesinada por su padre alcohólico en
un ataque de delírium trémens, él se venga matando al capataz alemán
65. Las películas de Romero inspiraron repetidas veces este tipo de condescen-
dencia crítica. En El Mundo, Calki resumió su opinión sobre Gente bien de la
siguiente manera: "Espectáculo fácil, de recursos directos, con vistas al más
amplio sector popular" (£/ Mundo, 29 de junio de 1939, p. 17). En la reseña de
La vuelta de Rocha, otra película de Romero, La Prensa se hizo eco de este
elitísmo: “Quizá, con vistas a lo popular, lleva la intriga por terrenos vulgares y
toca la nota chabacana [...]. En salas populares su éxito, precisamente por los
factores afines, está asegurado" (La Prensa, 9 de septiembre de 1937, p. 16).
214| MATTHEW B. KARUSH
Las comedias de Romero presentan el mundo del trabajador humil
de como una comunidad digna y respetable cohesionada por firmes la
zos de solidaridad y definida en contraste con los ricos. Habitualmente,
estas películas describen este contraste como una cuestión de identi
dad nacional. Es decir, que la oposición entre los ricos y los pobres se
articulaba como oposición entre lo extranjero y lo nacional. Las pelí
culas de Romero diseñaban una particular versión de la nación argen
tina, una que enfatizaba la moral convencional y los valores conserva
dores como el esfuerzo laboral, pero también contenían un mensaje
profundamente populista desde el momento en que su premisa era
la exclusión de los ricos. La protagonista de Gente bien es Elvira, otra
chica pobre seducida, embarazada y abandonada por un aristócrata
egoísta. Ella es rescatada por un grupo de músicos que le dan un hogar
y, como los prejuicios sociales contra las madres solteras le impedían
encontrar trabajo, ellos incluso la contratan como cantante. Cuando
un juez le da la tenencia del niño a su padre adinerado, los músicos de
sarrollan una complicada artimaña que logra devolverle el hijo a Elvira
e incorporarla a ella, de manera definitiva, dentro de la comunidad.
Gente bien ofrece un marcado contraste entre la maldad de los ricos y
la nobleza de los pobres, y ubica la autenticidad nacional del lado de
los pobres: los músicos prefieren tocar tangos, pero “en estos días” el
público acomodado que los contrata prefiere los bañes “gringos” como
el foxtrot. En las películas de Romero, los pobres no solo son ejemplos
de dignidad y virtud moral, sino que también son los verdaderos por
tadores de la identidad nacional argentina.
En este contexto, las películas que narran historias de amor intercla
sistas son particularmente interesantes. Como las “ficciones fundacio
nales” del siglo XIX que analiza Doris Sommer, estas películas pueden
leerse como romances nacionales, esfuerzos por sobrellevar las divisio
nes sociales forjando una nueva familia nacional (Sommer, 1991).66
Muchas de las comedias de Romero incluían la vieja línea argumental
melodramática de la chica pobre enamorada de un hombre con dinero.
Pero en el estreno de La rubia d el cam ino, en 1938, Romero inaugu
ró una muy exitosa serie de películas que invertían los típicos lugares
genéricos en el romance interclasista. A La rubia d el camino le siguió
66. Por supuesto, El nacimiento de una nación (Griffith, 1915) es el caso paradig
mático de romance nacional cinematográfico.
CONSTRUIR LA NACIÓN POR MEDIO DE LA CULTURA DE MASAS j 215
Caprichosa y millonaria (Discépolo, 1940), Isabelita (Romero, 1940) y
Elvira Fernández, vendedora de tienda (Romero, 1942). Protagonizadas
por Paulina Singerman, como una joven rica que se enamora de un hu
milde trabajador, estas películas invariablemente terminaban bien, con
el amor y el matrimonio conquistando los prejuicios de clase. La rubia
d el camino estaba claramente basada en la película que había ganado el
Oscar cuatro años antes, LtHappened One Night [Lo que sucedió aquella
noché\ (1934), de Frank Capra.67 En ambas películas, una joven rica y
mimada esquiva el control paterno para elegir a su esposo. Ella escapa
a la casa de vacaciones de la familia, conoce a un hombre de un nivel
social claramente más bajo y viaja con él a la gran ciudad. Ellos expe
rimentan una serie de aventuras y finalmente se enamoran. Su unión
se ve amenazada cuando llegan a la ciudad, pero, al final, el amor so
brelleva todos los obstáculos. Sin embargo, a pesar de estas semejanzas,
la película de Romero no es una mera remake con un poco de color
local. Por el contrario, La rubia del camino rompe con su precursora
de Hollywood en muchas y significativas formas. En tanto romances
interclasistas, ambos films buscan reconciliar ricos y pobres. Pero para
Romero, de acuerdo con las ya bien establecidas convenciones cultura
les argentinas, la mujer de la elite y el hombre trabajador reflejan una
serie de oposiciones binarias que son mudas o bien están ausentes en
la película de Capra. En esta visión, los ricos son también extranjeros,
modernos y urbanos, mientras que los pobres son nacionales, tradi
cionales y rurales. Estas oposiciones ensanchan de manera efectiva la
brecha que separa a los ricos y los pobres, atentando contra la capacidad
de la película de generar un mito nacional unificador.
Lt H appened One Night, una de las primeras screwball comedies,68
promueve el ideal de una sociedad sin clases. Como Kristine Karnick y
67. El hecho de que lt Happened One Night provea la base para La rubia del
camino es una cuestión de consenso entre los investigadores. Véanse, por
ejemplo. Di Núbila (1998:190-192), Insaurralde (1994:24) y Valdez (2000b: 286-
287). Los críticos contemporáneos citan con frecuencia la evidente influen
cia de Hollywood en las películas de Romero. Como comentaba La Nación,
en su reseña de Mujeres que trabajan, “El frecuentador de los espectácu
los cinematográficos ha de reconocer [...] la atmósfera, la entraña y hasta
detalles de las películas extranjeras” (La Nación, 7 de julio de 1938, p. 14).
68. Subgénero de la comedia americana que surge en los años treinta. Su nombre
está asociado al término ‘‘tornillo" (screw) o a un lanzamiento de béisbol en
el que se arroja la pelota de manera zigzagueante. Sería algo así como una
comedia loca, disparatada y con giros inesperados en el guión. [N. de T.j
MATTHEW B. KARUSH
Henry Jenkins han explicado, las screwball comedies “postulan explíci
tamente que el trabajo y la ética del trabajo son preferibles a un sistema
basado en la clase en el que la riqueza, el poder y el estatus se trans
miten a través de la herencia” (Karnick y Jenkins, 1995b: 277).69 En
estas películas, la fantasía de un romance interclasista sugiere que las
divisiones de clase pueden superarse si tanto los ricos como los pobres
están dispuestos a sacrificarse: el protagonista rico debe abandonar su
vida de privilegio para luchar junto con un héroe trabajador, mientras
que el personaje del trabajador debe renunciar a su determinación de
progresar en su carrera cueste lo que cueste para alcanzar la felicidad.
Así, estas películas ejemplificaban una tendencia más global del cine
de Hollywood de esos años. El historiador Lary May ha argumentado
que todos los géneros importantes de los años treinta celebraban un
“ethos de opuestos que se entrecruzan”. Los protagonistas del cine de
esta época combinaban la integridad del ciudadano heroico con los
rasgos de personajes marginales anteriores como la mujer perdida, el
cómico, el gánster. Las películas generaban un vocabulario en el que
los norteamericanos podían imaginar una nación más pluralista e in
clusiva (May, 1983: 55-99). Al final de It Happened One Night, la he
roína Ellie Andrews (Claudette Colbert) se escapa de su elegante boda
con un playboy rico para comenzar una vida mucho menos lujosa con
el periodista Peter Warne (Clark Gable). El interés inicial de Peter en
Ellie es puramente oportunista. Después de haber perdido su trabajo,
el ocurrente periodista le ofrece ayudarla a ir a Nueva York a cambio
de una exclusiva. Al final, sin embargo, él tambiénTiace un sacrificio;
renuncia a la exclusiva para quedarse con la chica. La formación exito
sa de una pareja requiere que ambos aprendan del otro con el objeto
de formar “una unión de opuestos complementarios” que modele una
unificación nacional exitosa.70
En contraste, La rubia d el cam ino, con sus raíces en el melodra
ma popular argentino, propone un insalvable abismo moral entre ri
cos y pobres. La película de Romero comienza con el personaje de
69. Véase también Karnick (1995a: 123-146}. Aunque Robert Sklar (1994: 207)
afirma que It Happened One Night no debe ser considerada una screwball
comedy, la mayoría de los críticos de cine le aplican esa etiqueta.
70. Para ia idea de ia formación de las parejas en las screwballs como una
‘‘unión de opuestos complementarios”, véase Lent (1995: 314-331).
CONSTRUIR LA NACIÓN POR MEDIO DE LA CULTURA DE MASAS } 217
Singerman, Betty, siendo grosera con sus sirvientes, jugando al golf e
insultando de manera esnob a “la chusma”. Luego, cuando su abuelo
le dice que la vida tiene que ver con la lucha, ella protesta: “¡Pero yo
soy rica! No tengo por qué trabajar, ni luchar, ni sufrir”. La película
de Capra se burla de Ellie por su prepotencia, pero deja de presentarla
como una esnob. El contraste entre los protagonistas masculinos de
ambas películas es incluso más brutal. En la película de Romero, Betty
se encuentra no con un periodista preocupado por sí mismo, sino con
un simple camionero, Julián, que le ofrece su ayuda de manera pura
mente altruista, incluso con un tinte paternalista: le preocupa el peligro
que puede correr una mujer al viajar sola a Buenos Aires. El personaje
de Romero no solo pertenece claramente a la clase trabajadora, sino
que además es consciente de esa pertenencia de clase; mientras que
Peter se burla de Ellie porque es malcriada y sobreprotegida, Julián va
un paso más allá, explícitamente denuncia a los ricos en varias escenas.
En ambas películas, la chica rica desprecia al comienzo al protagonista
masculino, pero en el caso de Ellie, su desdén está al menos parcialmen
te justificado, ya que Peter tiene malos modales. Betty, en contraste, ri
diculiza a Julián por sus cigarrillos baratos y su pedestre gusto musical.
No solo el abismo cultural y económico que separa a Betty y Julián es
más profundo, también lo es la disparidad moral entre los personajes.
Al comienzo de la película, ni Peter ni Ellie son modelos de virtud,
en cambio, La rubia d el camino reproduce la representación de clases
típica del melodrama argentino: en Betty y Julián, tenemos, otra vez,
al rico odioso y al pobre noble.71
La rubia d el camino vincula las diferencias de clases mucho más ex
plícitamente con la cuestión de la identidad nacional. En It Happened
One Night, Peter le da a Ellie una serie de lecciones cómicas sobre la
cultura popular: cómo mojar correctamente una dona, cómo llevar
a alguien a caballito, cómo hacer dedo. Al adaptar estos elementos
arguméntales básicos, Romero los transforma. En lugar de mojar una
71. María Valdez ha señalado que La rubia del camino difiere de su modelo de
Hollywood en que la conversación ingeniosa es totalmente unilateral: Julián,
a diferencia de Peter, no participa de las réplicas ocurrentes (Valdez, 2000b:
287). Es evidente que la seriedad de Julián surge de la lógica melodramática
de la película: como encarnación de los pobres, él es un manual de nobleza
y dignidad, no un personaje particularmente adecuado para expresar sar
casmo o el humor ligero.
218| MATTHEW B. KARUSH
dona, Julián le enseña a Betty cómo cebar mate. A diferencia de las
donas, el mate es un símbolo inconfundible de la identidad nacio
nal. Una lección sobre la preparación del mate es una lección sobre la
argentinidad. La seriedad fingida de Peter sobre el arte de mojar una
dona tiene la intención de burlarse de Ellie por estar al margen de la
cultura de la gente común, y ella entiende que está siendo objeto de
burla. Por el contrario, el análisis de Julián acerca del simbolismo del
mate —la yerba amarga y el azúcar dulce representan los dos lados de
la vida—es una lección sincera de la sabiduría popular; no hay broma
que entender. La cuestión de la identidad nacional argentina aparece
en la película también de otros modos. Betty no es simplemente rica;
tal como lo indican tanto su nombre como su cabello rubio, ella está
también asociada con lo extranjero. Ella justifica su ignorancia sobre
el mate señalando que había sido educada en Europa. Julián, por el
contrario, es irreprochablemente argentino; rechaza su sobrenombre
extranjero e insiste en llamarla, en cambio, por su nombre real: Isabel.
El valor de Julián como encarnación de la identidad nacional ar
gentina se ve reforzado por sus raíces en el mundo de la tradición
rural. Al reproducir el binarismo ciudad-campo, que había desem
peñado un rol central en el cine nacional desde Nobleza gaucha, La
rubia d el camino asocia a Buenos Aires con una elite modernizadora
atrapada en la imitación servil de Europa. Repetidas veces se describe
a Betty -alguien que está en casa en la gran ciudad y es un pez fuera
del agua en el interior—como “una niña moderna y frívola’. Por el
contrario, el interior rural del país, representado por Julián, es el locus
de la tradición argentina. En este sentido, la película se acopla fácil
mente al giro de la cultura de masas hacia el interior del país. Dentro
de esta lógica, la clase y la geografía son credenciales de pertenencia a
la nación más importantes incluso que la etnicidad. En un viaje por
el interior, la pareja se detiene en la casa de algunos viejos amigos de
Julián, incluyendo a un inmigrante italiano y su familia. La pobreza
rural los ubica sin problemas en la comunidad imaginada del film, a
pesar de su estatus de inmigrantes.
Dado que Betty comienza La rubia d el cam ino como la encarna
ción de una elite despreciable, el final feliz de la película requiere que
ella experimente una profunda transformación. Debe borrar de su
memoria su materialismo y sus prejuicios de clase, adoptar los valo
res de solidaridad y generosidad asociados con el pobre y, de hecho,
CONSTRUIR LA NACIÓN POR MEDIO DE LA CULTURA DE MASAS ¡219
abrazar su identidad argentina. En otros términos, ella debe seguir a
Virginia Vera eligiendo el asado sobre las alhajas. Su transformación
desde “una niña moderna y frívola” a una noble mujer argentina y
esposa válida para Julián está profundamente marcada en términos
genéricos. En It H appened One Night, la feminidad de Ellie es tanto
maternal como sexual: ella se conmueve al ver a un niño pobre, pero
también muestra las piernas a un conductor que pasa para que los
lleve en su auto. En comparación, La rubia d el camino es bastante
menos atrevida,72 y el instinto maternal de Betty es por sí solo la clave
para su transformación. Cuando la pareja llega a la casa de los amigos
italianos de Julián, la mujer está a punto de dar a luz sin atención
médica. La Betty egoísta e inútil desaparece. Ella supervisa el parto
y les enseña a los hombres cómo arropar al bebé. Esta escena no solo
fuerza a Julián a revisar su opinión sobre Betty, efectivamente inicia
su transformación. En la escena siguiente, ella ha perdido de pron
to su actitud condescendiente hacia la música popular de la radio.
Cuando se les pincha una goma, ella se ofrece a cambiarla y cuando
Julián tiene hambre, le ofrece salamines y pan, el tipo de comida de
las clases populares que antes había desdeñado. El surgimiento de la
feminidad de Betty, su instinto maternal le permite sobrellevar su
arrogancia superficial y adoptar la música y la comida de las masas
argentinas. El género triunfa sobre la clase, permitiéndole a Betty
unirse a la comunidad nacional. Su repentina transformación en una
figura maternal revela la deuda de la película con el código moral del
melodrama, en el que una feminidad más afirmativa y sexual es trans-
gresora e invariablemente castigada. La naturaleza de su transforma
ción revela cuál es el problema con la gente como Betty: su riqueza los
ha corrompido, pervirtiendo su humanidad esencial (es decir, marca
do por el género). En una inversión de Pygmalion de Shaw, Romero
propone que la mujer rica solo puede descubrirse a sí misma cuando
abandona la cultura y las costumbres de la clase alta bajo la tutela de
un hombre pobre.
72. El chiste recurrente en It Happened One Night, en que Peter levanta “las
murallas de Jericó” -una manta colgada de una cuerda- entre su coma y
la de Ellie, no tiene equivalente en La rubia del camino, se aleja de este tipo
de broma erótica. Esta mojigatería probablemente tuvo múltiples causas,
pero surge lógicamente de la identificación de Julián -y de la gente pobre
en general- con ¡a esencia de la rectitud moral.
220 | MATTHEW B. KARUSH
Romero rompe de manera más' decisiva con el modelo de Capra
en la última parte de la película. En It H appened One Night, un simple
malentendido amenaza con separar a Peter y Ellie, pero una vez que la
confusión se resuelve, nada se interpone en el camino al matrimonio.
Al contrario, en La rubia d el camino, la diferencia de clase sigue sien
do un obstáculo poderoso para la constitución de la pareja. Ni bien
llegan a Buenos Aires, Betty se embarca en el proyecto de integrar a
Julián en el mundo materialista y superficial de la alta sociedad por
tería, comprándole ropa elegante y llevándolo a la manicura. Ahora
es Julián el que está fuera de su hábitat y se niega a ser tratado como
un muñeco. Finalmente, Julián sale corriendo de la ciudad cuando
sospecha que Betty se ha encontrado con su antiguo prometido. Al re
sistir a los esfuerzos de Betty por vestirlo mejor, Julián retiene tanto su
rústica masculinidad como su autenticidad nacional. El final feliz está
en duda hasta que Julián va a la casa de su amigo italiano y se cruza a
Betty con el bebé en brazos. En este punto, a cientos de kilómetros de
Buenos Aires y con el instinto maternal de Betty restaurado, la unión
de la pareja es definitiva. Betty hace posible el romance interclasista al
elegir el auténtico mundo de la Argentina humilde y rural por sobre la
sociedad acomodada y europeizante de Buenos Aires.
Como aquellos intentos de actualizar el tango sin amenazar su
autenticidad, La rubia d el camino revela una llamativa ambivalencia
hacia la modernidad. Es la independencia de la “niña moderna” la que
organiza el guión de la película y hace posible la transformación de
Betty. Al rebelarse contra la autoridad paterna, es capaz de escapar del
mundo moralmente depravado de los ricos y cruzar la línea de clase.
Romero, de hecho, se distingue entre los cineastas argentinos por su
tendencia a representar, de manera positiva, a las mujeres indepen
dientes.73 La tenaz Betty ciertamente está en diálogo con las imágenes
de la “mujer moderna” que circulan en forma global en los años veinte
y treinta, y uno se imagina que las mujeres del público deben de ha
ber disfrutado de la voluntad de Betty para hacerle frente a su padre
(Hershfield, 2008). Sin embargo, el desenlace del film reinscribe explí
1. Sobre la política de Perón respecto de ¡os medios, véanse Ciría (1983) y Sirvén
(1984). Sobre la expropiación de los diarios, véase Cañe (2011).
2. Luis Alberto Romero ya ha señalado que el peronismo diseminó modelos cul
turales existentes en lugar de inventar nuevos. Sin embargo, Romero enfatiza
el tradicionalismo implícito en esos modelos en lugar de la corriente populista
que yo he identificado (véase Romero, 1994: 160-162).
POLITIZAR EL POPULISMO |225
Al remarcar esta influencia, no sugiero que la cultura de masas
condujo inevitablemente al peronismo. El cine y la radio de los años
treinta tuvieron efectos importantes sobre la conciencia popular, pero
estos efectos eran multivalentes y contradictorios. La cultura de masas
promovió tanto la solidaridad obrera como la búsqueda de ascenso
social individual; denunció al rico mientras alentaba el conformismo.
Es más, Perón no podría simplemente seleccionar los elementos de la
cultura masiva que le interesaban e ignorar los otros. Las contradic
ciones se daban en cada nivel de los discursos de la cultura de masas.
Cualquier intento de usar políticamente estos discursos requeriría una
innovación sustancial. En la coyuntura específica que se dio a partir
del golpe de Estado de 1943, Perón fue capaz de apropiarse de ele
mentos que circulaban en la cultura masiva y de integrarlos a una po
derosa retórica política. Estos elementos existentes no fueron causa del
peronismo en ningún sentido, pero ayudaron a determinar el universo
de lo posible en la arena política de los años cuarenta. Es más, la deu
da del peronismo con la cultura de masas ayuda a explicar lo atractivo
del movimiento. El mensaje de Perón resonaba con las expectativas y
presunciones de trabajadores que habían sido consumidores durante
mucho tiempo de programas de radio y películas. También fue impor
tante que los orígenes del peronismo en la cultura de masas ayudasen
a dar cuenta de las profundas contradicciones del movimiento. La ten
dencia del peronismo a apelar simultáneamente a la envidia de clase
y al orgullo de clase, y sus oscilaciones entre antielitismo y confor
mismo, eran una herencia de la cultura de masas. Incluso el impacto
profundamente polarizador del movimiento se explica en parte por su
dependencia del mensaje divisivo del cine y la radio de los años treinta.
De todas estas formas, el populismo en Argentina no fue meramente
un producto de la industrialización o una reflexión de la política de
los trabajadores; también fue el resultado de un patrón particular del
desarrollo de la cultura de masas.
7. Sobre los esfuerzos de Amadori y Argentina Sono Film -e! estudio que con
trató a Apold- para congraciarse con el régimen de Perón, véase Manetti
(2000 ).
8. "Banal" es el término de Alberto Ciria, mientras que “anodino” es el de Clau
dio España y Ricardo Manetti (véanse Ciria, 1983: 259, y España y Manetti,
1999: 269). La visión del cine durante la época de Perón como puro escapis
mo ha empezado a ser discutida solo muy recientemente, de manera más
notable en Kriger (2009).
POLITIZAR EL POPULISMO |237
gran continuidad con el período anterior. Muchas de las tendencias
que los críticos han asociado con la época de Perón ya eran muy vi
sibles antes de 1945: el surgimiento de películas “de teléfono blanco”
y las comedias ligeras protagonizadas por jóvenes ingenuas, el gran
protagonismo del melodrama, la fantasía de una reconciliación de cla
se, la tendencia a evitar descripciones de la clase trabajadora urbana.
Al poner más dinero en el bolsillo de los trabajadores, las políticas
peronistas produjeron un impresionante aumento en el tamaño de la
audiencia de cine en Argentina: en 1952, los cines de Buenos Aires
registraban una audiencia mensual de un promedio de casi cinco mi
llones, que triplicaba la suma de la audiencia de cine y teatro de 1940
(Milanesio, 2010: 59). Pero lo que ese público veía en la pantalla no
era tan diferente de lo que había visto antes. Claudio España y Ricardo
Manetti han sostenido que el peronismo no inventó nuevas formas
cinematográficas: “Se apropió de modelos existentes sin lograr pro
ducir formas de representación adecuadas a las masas populares que
apoyaban la estructura política” (España y Manetti, 1999: 274). Sin
embargo, la dependencia del peronismo de los modelos cinematográ
ficos existentes tiene sentido. Estos modelos reflejaban las preferencias
de la estética popular forjada en la década anterior y ofrecían mensajes
que eran muy compatibles con el discurso populista del régimen.
Las películas de la época peronista de Luis César Amadori, que su
puestamente usaba sus contactos con Apold para mantener Argentina
Sono Film congraciado con el gobierno, revelan la continuidad esen
cial con el cine del período anterior. Amadori disfrutó el mayor éxito
de su carrera con Dios se lo pagu e (1948), una adaptación melodra
mática de una obra cómica del escritor brasilero Joracy Camargo. La
película narra la historia de Mario Alvarez, un millonario de día y
un mendigo de noche. Al mendigar, espera adquirir suficiente dinero
como para arruinar a sus antiguos jefes, que lo engañaron cuando era
un simple obrero. Al final, él y su amante, una mujer de la noche, se
redimen cuando se dan cuenta de que hay que “dar lo que se tiene y
pedir lo que se desea”.9 Dos años más tarde, Amadori gozó de otro
éxito comercial con Nacha Regules, otro melodrama protagonizado
por las mismas estrellas de Dios se lo pague\ el mexicano Arturo de
10. Sobre Navidad de tos pobres, véase también Kriger (2009: 209-212).
POLITIZAR EL POPULISMO |239
claro que estos problemas se daban en el pasado (Kriger, 1999: 136-
155). Por ejemplo, cuando el protagonista de Dios se lo pagu e describe
su vida como un trabajador explotado, aclara que este maltrato ocurrió
“cuando todavía no se habían inventado las leyes de protección obre
ra”. La obra de crítica social más duradera del período fue Las aguas
bajan turbias (1951), del peronista Hugo del Carril, que revisitaba
el mundo de los trabajadores explotados de la yerba mate, abordado
primero por Prisioneros de la tierra, de Soffici. Pero, a diferencia de esa
película anterior, el film de Del Carril sitúa el sufrimiento de los tra
bajadores en un pasado premoderno y a la vez extiende la promesa de
un futuro mejor. La película deja este punto en claro en su afirmación
inicial: “El río es hoy un camino de civilización y progreso, pero no
siempre ha sido así”. La pareja central de la película rechaza el modelo
familiar anticuado característico del mundo premoderno de los traba
jadores de la yerba, en el que los maridos autoritarios castigan a sus
mujeres por haber sido violadas por los capataces. Al final, ellos se van
en busca de una vida mejor en el mundo urbano del sur, donde, según
escucharon, los trabajadores están sindicalizados y disfrutan de mejo
res tratos. En este uso de un héroe anónimo para narrar una historia
de injusticia social, la película de Del Carril tiene más en común con
el neorrealismo italiano que con la tradición argentina del criollismo
que influía tanto en el trabajo de Soffici. Su protagonista no es un re
belde violento como Podeley, el héroe de Prisioneros de la tierra', es un
trabajador modelo, un marido comprensivo listo para dejar el mundo
injusto del pasado y unirse a la modernidad utópica que se está cons
truyendo en el sur (Kriger, 2009: 189).
Si la llegada del peronismo significó que la crítica social tenía que
dirigirse sobre el pasado, también trajo cambios sutiles pero significa
tivos para el melodrama cinematográfico, que continuaba siendo el
género dominante en el cine nacional. Kriger sostiene que los melo
dramas de la era peronista presentaban nuevos roles para las mujeres.
Estos roles no rompían por completo con el pasado: la felicidad feme
nina todavía estaba explícitamente ligada al hogar y a la familia. Pero
para muchas de las heroínas melodramáticas de esta época, “la virgi
nidad había dejado de ser el único bien que poseían y la virtud que
garantizaba su felicidad” (Kriger, 1999: 151-155). A diferencia de las
víctimas pasivas de antes, estos personajes eran mujeres duras que se
hacían cargo de sus propias vidas. Entre las estrellas más icónicas de la
240| MATTHEW B. KARUSH
época peronista, estaba Tita Merelío, que habitualmente interpretaba
a una mujer humilde de un barrio pobre que se negaba a someterse a
la autoridad masculina. Sus personajes no transgredían los roles ge
néricos tradicionales —por lo general eran madres sobreprotectoras—,
pero les hacían frente a maridos alcohólicos, derrochadores o abusivos.
Es más, en su exitosa carrera como cantante de tango, Merello creó
una imagen pública distintiva que, efectivamente, alteró las expecta
tivas genéricas. Su voz grave 7 su costumbre de combinar el canto y
el recitado evocaban un estilo tanguero más masculino. Y lo que era
incluso más inusual era que ella se describía a sí misma como fea y, por
lo tanto, rechazaba explícitamente la estratagema de la “milonguita”
que sale adelante atrayendo a los hombres (Viladrich, 2006: 281-285;
D’Addario, 2005: 49-51). La canción distintiva de Merello, “Se dice
de mí”, una milonga que interpretó en la película M ercado de abasto
(Demare, 1955), es un catálogo de bravuconadas masculinas:
Se dice que soy fiera,
que camino a lo malevo,
que soy chueca y que me muevo
con un aire compadrón
[...]
Si fea soy, pongámosle,
que de eso aún no me enteré.
En el amor yo solo sé
que a más de un gil dejé a pie.
13. Vila sostiene que ía audiencia principal de Tormo estaba compuesta por
migrantes internos, un punto de vista que Eduardo Romano (1973: 46-48)
comparte.
POLITIZAR EL POPULISMO 245
popular argentina. Los primeros años del peronismo no fueron para
nada un momento de crisis para el tango; si algo produjeron las po
líticas del nuevo régimen fue un boom del tango. Como populistas,
Juan y Eva Perón abrazaban la cultura de masas siempre que fuera posible,
y el tango no fue la excepción. El régimen levantó las prohibiciones
del gobierno militar con respecto al lunfardo, cultivó el apoyo de im
portantes estrellas del tango, reclutó orquestas de tango para tocar en
eventos públicos e incluso creó un premio nacional para el tango que
sería entregado cada año, el 17 de octubre, el feriado más importante
del peronismo. Lo que es más significativo: el impresionante aumen
to de los estándares de vida de la clase trabajadora producido por las
políticas peronistas, así como el auspicio del régimen de una miríada
de oportunidades para la recreación popular, generó una explosión del
baile popular. El renacimiento de la milonga y el auge de la orques
ta de Juan D’Arienzo habían producido un revival del baile a fines
de los treinta y comienzos de los cuarenta. El peronismo reforzó esa
tendencia. Los cabarés prosperaban en el centro de la ciudad y en
cada barrio, y por su parte, los clubes deportivos y sociales de toda
la ciudad convertían sus espacios de reunión y canchas de fútbol en
pistas de baile de tango para ser usadas todas las noches (Pujol, 2000:
75-84). El barrio de Villa Crespo tenía al menos siete clubes sociales
en los que regularmente tocaban las orquestas de tango (Gálvez, 2009:
6). Además de D’Arienzo, docenas de cantores y líderes de orques
tas disfrutaban del éxito, incluyendo a Aníbal Troilo, Carlos di Sarli,
Osvaldo Pugliese, Horacio Salgán, Pedro Laurenz y Miguel Caló, solo
para nombrar algunos de los más conocidos. Más allá de la pista de
baile, el tango continuaba encontrando un lugar en la radio, y como
lo indica la carrera de Tita Merello, en la pantalla. Como lo recuer
da el cantor Edmundo Rivero, en los cuarenta, “en todos lados el rey era
el tango. Aun cuando compartiera los escenarios ocasionalmente con
orquestas de otros géneros, ni por asomo le podían restar público ni
aplausos” (Rivero, 1982: 84).
Aunque algunos artistas conectados al mundo del tango fueron
incluidos en las listas negras del peronismo y muchos otros estaban
molestos por lo que percibían como un asalto a sus propios intereses
de clase media, muchos de los artistas y poetas más importantes del
tango adscribieron al peronismo. Además de Hugo del Carril, que gra
bó la versión definitiva de la “Marcha peronista”, la famosa canción
246| MATTHEW B. KARUSH
de lucha del movimiento, el líder tanguero Francisco Lomuto era un
reconocido peronista. Pero el intérprete de tango que mejor encajaba
en el peronismo fue la estrella de la canción, Alberto Castillo, proba
blemente el cantor más exitoso de los cuarenta y cincuenta. Aunque
era un médico de una familia de clase media, Castillo cultivaba una
personalidad pública de corte populista. La letra de su éxito “Así se
baila el tango” (1942) estaba sazonada con lunfardo y orgullosamente
insistía en las conexiones del género con los pobres: “¿Qué saben los
pitucos, lamidos y shushetas, qué saben lo que es tango, qué saben de
compás?”. En el escenario, Castillo puntuaba esta línea tirando trom
padas como un boxeador, celebrando la agresiva masculinidad de su
audiencia popular, y simbólicamente noqueando a los ricos. El éxito
comercial de la canción, que precedió el surgimiento de Perón, remar
caba el clasismo implícito en las asociaciones plebeyas del tango. Más
tarde, Castillo vestía las corbatas chillonas y los sacos de solapas anchas
de un divito,14 adoptando orgullosamente el estilo de vestir asociado
con los seguidores de Perón. Dado que, según algunos relatos, muchos
de los que se vestían como divitos eran migrantes internos, es probable
que la imagen pública de Castillo cruzara las líneas étnicas. Haciendo
uso del orgullo de larga data que tenía el tango por sus orígenes popu
lares, Castillo demostró que el género era perfectamente compatible
con el mensaje de clase del peronismo.
Durante la época de Perón, Alberto Castillo se convirtió en una
figura profundamente polarizadora dentro del mundo del tango, re
velando una creciente división de clase dentro del público argentino
de la cultura de masas. El periodista radial Jorge Conti, que había sido
joven durante los años cuarenta, recordaba haber escandalizado a su
madre al imitar el modo de vestir y el estilo para cantar de Castillo,
Como advirtió más tarde Conti, la ropa y el manierismo del cantante,
así como las letras de muchos de sus mayores éxitos, representaban un
14. El estilo divito tomó su nombro del caricaturista Guillermo Divito, que se buria-;
ba de los que se vestían mal. Como señala Natalia Milanesio (2010: Ó8-69), el
estilo estaba basado en la indumentaria que usaban ios compadritos de fin
de siglo y, por lo tanto, ya tenía una asociación con el tango. Ernesto Goldar
(1980: 60J sostiene que muchos fans del tango se vestían como d/v/fos. Sobre
el uso de Castillo del estilo divito y su encarnación de la identidad obrera
peronista, véase Salas (1995a: 133). Sobre la interpretación de Castillo de “Así
se baila el tango”, véase Aresi, “Alberto Castillo, el cantor de los milongueros"
en: <www.todotango.com>.
POLITIZAR EL POPULISMO |247
rechazo deliberado de “las buenas maneras”, una “provocación soca
rrona” dirigida a los conservadores “biempensantes”. De esta manera,
el cantor inspiraba una vuelta del tipo de escándalo moral que el tango
había provocado a comienzos del siglo XX (Conti, 2006: 127-129).
Para el escritor argentino Julio Cortázar, Castillo era un síntoma de la
inmoralidad y la impertinencia que había tomado a Buenos Aires bajo
el peronismo. En un texto escrito dos años antes de su decisión de de
jar la Argentina peronista e irse a Francia, Cortázar atacaba a Castillo
por arruinar el tango de Carlos Gardel y se refería a “la mera delecta
ción en el mal gusto y la canallería resentida que explican el triunfo
de un Alberto Castillo” (cit. en Salas, 1995b: 297). Como Antonio
Tormo, Castillo se convirtió en un símbolo de las masas peronistas y
en objeto de escarnio de la clase media antiperonista.
La cultura de masas argentina había atraído, durante mucho tiem
po, a un público multiclasista, incluso si los consumidores de diferen
tes procedencias disfrutaban del mismo producto por razones diversas.
Hemos visto, por ejemplo, cómo algunos fans de la Catita de Niní
Marshall se reían de las clases bajas mientras otros veían al personaje
como una vindicación de su propia posición de clase. En los años cua
renta, estas dos audiencias empezaron a desarrollar preferencias distin
tas. Algunas orquestas de tango como la de D’Arienzo y la de Castillo
apelaban en especial a un público de clase trabajadora mientras otros
tenían más seguidores de clase media. En el Villa Malcolm Club de
Villa Crespo, cuyos miembros eran fundamentalmente empleados ad
ministrativos y profesionales, tocaban ambos tipos de orquestas. Pero
los líderes del club imponían un estricto código de vestimenta y reglas
que prohibían la lascivia en la pista de baile. Cuando los seguidores de
una orquesta se comportaban de manera no apropiada, el club rescin
día su contrato (Gálvez, 2009: 7-13). El surgimiento del peronismo
facilitó un boom del tango, pero también le dio importancia política a
la interpretación populista de artistas como Alberto Castillo. Al hacer
lo, fomentó la cada vez más profunda ansiedad de la clase media sobre
las prácticas culturales de los pobres.
El peronismo no transformó el tango. Así como lo hizo con el
cine, el régimen se apropió de modelos existentes, alentando ciertas
tendencias y agregando unas pizcas de retórica. La oficina de Apold
censuró tangos que parecían incompatibles con la “Nueva Argentina’,
pero ni el gobierno ni sus aliados crearon un tango peronista p er se.
248 MATTHEW 8. KARUSH
Las orquestas de tango que prosperaron en la década del cuarenta se
inspiraban mucho en el repertorio existente, incluyendo los tangos
de Discépolo y Manzi, las canciones de “la época de oro” de Flores,
Cadícamo y Contursi, así como los clásicos de la Vieja Guardia de
Villoldo y otros. Muchos de los tangos escritos durante los años de
Perón evitaban cualquier mensaje explícitamente peronista. Quizá la
obra más perdurable del período fue “Sur” (1948), de Manzi, con
música del legendario bandoneonista y director de orquesta Aníbal
Troilo. Con la poesía característica de Manzi, la canción ofrece un
anhelante retrato de los barrios, románticos y tangueros, de la parte
sur de Buenos Aires:
La esquina dei herrero, barro y pampa,
tu casa, tu vereda y el zanjón,
y un perfume de yuyos y de alfalfa
que me llena de nuevo el corazón.
[...]
Nostalgias de las cosas que han pasado,
arena que la vida se llevó,
pesadumbre de barrios que han cambiado
y amargura del sueño que murió.
15. Sobre la relación de Manzi con el peronismo, véase Salas (2001: 241-270).
POLITIZAR EL POPULISMO ]249
límites que el régimen había impuesto sobre la libertad de expresión,
Discépolo se sentía tocado por la sincera preocupación por la justicia
social que parecía motivar a Juan y a Eva Perón. Cuando el régimen
le pidió colaboración durante los meses que precedían a las eleccio
nes presidenciales de 1951, Discépolo aceptó. Entre julio y noviembre
creó una propaganda muy efectiva que tenía la forma de un show de
radio, emitido regularmente y llamado “Pienso y digo lo que pienso”.
El hecho de que Discépolo expresara su apoyo por el gobierno en un
monólogo en lugar de en una letra de tango refleja su sentido de que la
nostalgia del tango así como sus contradicciones internas lo hacían in
adecuado para la propaganda peronista. Como le dice a su imaginario
interlocutor antiperonista, “vos solo conocías el barrio de los tangos
cuando los tocaba una orquesta vestida de smoking. Por eso no puede
conmoverte como a mí este desfile de las casitas dignas [construidas
por el gobierno]”. Aquí, Discépolo critica a la clase media por disfru
tar vicariamente de la cultura de los pobres sin hacer nada con res
pecto a la pobreza. En otro lado, reemplaza la nostalgia del tango por
la clara distinción del peronismo entre el pasado nefasto y la “Nueva
Argentina”: “El suburbio de antes era lindo para leerlo, pero no para
vivirlo”.16 Mientras la nostalgia del tango, su espíritu melancólico y la
tendencia a dar rienda suelta a las fantasías de ascenso social individual
lo hacían inadecuado como propaganda peronista, el populismo del
género —su celebración del mundo de los pobres urbanos- encajaba
bien con el nuevo régimen y le permitió prosperar.
Fue durante los años cincuenta cuando el largo reinado del tango
como la música más popular de Argentina finalmente terminó.17 Los
principales factores de su declinar fueron económicos y transnaciona
les. La bonanza de la posguerra que Perón había administrado empe
zó a terminarse a fines de los años cuarenta. Como las exportaciones
del sector agrícola declinaron y creció el desequilibrio comercial, la
economía se estancó. El salario real cayó un 20% entre 1948 y 1952
(Rock, 1987: 301). En este contexto, la locura por el baile popular de
los años precedentes no pudo sostenerse. Los bajos sueldos implica
16. Sobre el programa radia! de Discépolo, véanse Pujol (2006: 372-385); Viía
(1991: 128-130). Para los guiones, véase Discepolín (1973).
17. Véase, por ejemplo, Goldar (1980: 138-143), quien señala que incluso los
grandes éxitos de Alberto Castillo de los años cincuenta ya no eran tangos.
250 | MATTHEW B. KARUSH
ron menos clientela y una vida nocturna más reducida. Los cabarés y
otros espacios bailables cerraron, y los directores ya no podían darse el
lujo de mantener a las grandes orquestas típicas. En su lugar, los años
cincuenta vieron la emergencia de grupos mucho más pequeños que
tocaban tango para un público más reducido que pagaba para sentar
se a escuchar en lugar de bailar. Eventualmente, esta transformación
conduciría al cerebral “nuevo tango” de Astor Piazzolla y otros. Estas
tendencias reproducían casi perfectamente lo que ocurría en Estados
Unidos, donde el cambio en el gusto y las difíciles condiciones econó
micas de los años inmediatamente siguientes a la guerra condujeron al
declive de las grandes bandas de jazz y a la caída de la música swing.
Con el surgimiento del bebop, el jazz perdió su estatus como música
comercial bailable, ya que las bandas más pequeñas tocaban para un
reducido público de conocedores (Erenberg, 1998: 211-218; Stowe,
1994: 180-220). Esta transformación en la música popular norteame
ricana fue en sí mismo un factor clave en el declive del tango. Como
he sostenido, el éxito comercial del tango se dio en un contexto trans
nacional único. El tango floreció porque fue el género argentino más
adecuado para ofrecerle al público un modernismo alternativo que se
guía los patrones de la sofisticada música bailable de las bandas de jazz.
Con la caída de las grandes bandas de jazz, el tango perdió su com
pañero de baile. Los portadores de la modernidad musical, definidos
según los gustos norteamericanos, eran ahora cantantes como Frank
Sinatra y, a mediados de los años cincuenta, Elvis Presley con el rock
& roll. Aunque queda mucho por investigar sobre la escena musical
argentina de los cincuenta, parece razonable sugerir que, en este nuevo
contexto, el tango ya no parecía muy moderno. Como se lamenta La
Razón en 1956, exagerando un poco:
Con tristeza, el tango cada día se ve más desplazado de las preferencias
populares por los ritmos norteamericanos. Primero, lo dejaron de lado los baila
rines y ahora lo olvidan quienes solo gustan escuchar música [...] En la sintonía
de un receptor radiofónico, cuesta trabajo encontrar una audición de música
típica, relegada la mayoría a los espacios menos comerciales (cit. en Horvath,
2006: 159).
Dejo, pues, el honroso y sagrado uniforme que me entregó la patria para vestir
la casaca del civil y mezclarme con esa masa sufriente y sudorosa que elabora
en el trabajo la grandeza de la patria. [...] Esto es pueblo. Esto es el pueblo
sufriente que representa el dolor de la madre tierra, el que hemos de reivindi
car. Es el pueblo de la patria (cit. en Sigal y Verón, 2003: 50).
20. Sobre los intelectuales nacionalistas católicos de los años treinta, véanse Rn-
chelstein (2010: 118-137), Spektorowski (2003: 109-123) y Zanatta (1996).
POLITIZAR EL POPULISMO |257
obrera argentina ya era propensa a ver el mundo a través de la lente
maniquea y moralista que Perón utilizaba.
Como Juan Perón empezó a construir su movimiento tras el gol
pe de 1943, se enfrentó a un público que había sido formado por la
explosión de la cultura masiva de las décadas previas. No es necesario
decir que otros desarrollos también habían sido importantes: la indus
trialización, la migración, el resurgimiento del movimiento obrero, las
frustraciones políticas de la Década Infame. Pero el entretenimiento
ofrecido en la radio y en el cine se había vuelto una parte significativa
de la vida cotidiana de los argentinos de todas las clases sociales. Sería
una exageración decir que la cultura de masas preparó a la clase tra
bajadora argentina para el populismo. Como he intentado demostrar,
la cultura masiva era ideológicamente ambivalente, oscilando entre el
conformismo y los mensajes heréticos. Tampoco se puede afirmar que
el peronismo fue un caso claro de apropiación selectiva, que Perón
simplemente adoptó los elementos subversivos que circulaban en la
cultura de masas y dejó de lado los aspectos conservadores. Por el con
trario, el éxito político de Perón se debió a su capacidad para superar
algunas de las contradicciones centrales reproducidas por la cultura de
masas de los años treinta. Para hacerlo, no podía tomar el populismo
de la cultura de masas tal como lo encontró; al politizar la cultura co
mercial, la transformó. A la vez, Perón no logró superar todas las con
tradicciones de la cultura masiva. El peronismo fue un movimiento
profundamente ambivalente; su discurso está marcado por numerosas
tensiones. Muchas de estas ambivalencias se originaron en la cultura
comercial del período anterior.
Parte de los logros de Perón descansaron en su habilidad para apro
piarse del binarismo moralista del melodrama y, a la vez, rechazar su
fatalismo. En otras palabras: se las arregló para presentar una sociedad
dividida entre la nobleza del pobre y la maldad del rico y, simultá
neamente, para sugerir que los obreros no tenían por qué aceptar el
statu quo. Perón se apropió de los discursos de la autenticidad que
hicieron del pobre el protagonista de la identidad nacional argentina.
Sin embargo, en la cultura de masas, esta visión de la autenticidad
tendía a dejar a los pobres en una situación de parálisis. Dado que la
pobreza era un signo de virtud moral y de verdadera argentinidad, el
ascenso social y el progreso eran, en sí, objetivos problemáticos. Tanto
la ausencia de trabajadores de fábrica en el cine y la omnipresencia
258 | MATTHEW B. KARUSH
de la nostalgia reflejan una brecha profunda entre la autenticidad y la
modernidad. Si el jazz era la música de la modernidad, entonces
el tango era auténtico en la medida en que mantenía su enfoque en el
pasado. La cultura de masas argentina representaba a los pobres como
auténticamente argentinos en virtud de su afinidad con el pasado rural
de los gauchos o con los bajos fondos urbanos del tango finisecular.
Esta autenticidad sirvió para compensar a los pobres por su aceptación
fatalista de la subordinación.
Perón superó este fatalismo al articular los discursos de la autentici
dad tomados de la cultura de masas con el discurso modernizador de la
industrialización y el nacionalismo económico. Estos compromisos no
fueron del todo únicos del peronismo. Los llamados a la independen
cia económica eran centrales tanto al nacionalismo de derecha como
al de izquierda durante los años treinta, y en 1943, casi todo partido
político sostenía la necesidad de un programa de industrialización li
derado por el Estado (Spektorowski, 2003: 128-132, 181-183). Pero
al combinar estos argumentos con una interpretación melodramática
de la sociedad, Perón ubicó al pobre como el beneficiario principal
de la industrialización. El nacionalismo económico y la promesa de
industrialización le dieron un modo de conectar a los pobres con una
particular visión de la modernización. Podía apropiarse de la cosmovi-
sión maniquea del melodrama sin tomar su fatalismo. De hecho, al fu
sionar estos discursos tan diferentes, Perón logró articular modernidad
y autenticidad con una eficacia nunca alcanzada por los productores
culturales argentinos.21
Otras innovaciones claves del peronismo involucraron ubicar a los
trabajadores, y en particular a los trabajadores urbanos, en el centro de
la visión melodramática de la sociedad argentina. Como hemos visto,
la cultura de masas de los años treinta tendía a borrar a los trabaja
dores urbanos. El cine de crítica social se concentraba en los aprietos
de los pobres rurales, y era más probable que los protagonistas de los
melodramas populares fueran cantores de tango antes que trabajado
res de una fábrica. Perón se apropió de la representación melodramática
de una sociedad dividida entre el noble pobre y el odioso rico, pero
21. Sin embargo, el análisis de Mariano Plotkin de los libros de texto peronistas
revela la persistencia dentro del peronismo de una tensión entre tradición y
modernización (véase Ben Plotkin, 1993: 189-192).
POLITIZAR EL POPULISMO | 259
22. Como ha sostenido Valeria Manzano, el cine del primer período tendía a
representar feminidad y trabajo como mutuamente excluyentes (véase
Manzano, 2001: 267-289).
260| MATTHEW B. KARUSH
a la mañana como de la idea de la superioridad moral de los pobres,
pero su capacidad para usar políticamente estos discursos requirió de
una reelaboración creativa. En particular, los combinó con una visión
corporativista de la sociedad y con la concepción de un Estado activo,
ambos extraídos más probablemente del fascismo italiano que de la
radio y el cine argentinos.23
Sin embargo, el individualismo y el consumismo persistieron. A
pesar del rechazo del peronismo del materialismo elitista y de su ce
lebración de la generosidad de los pobres, la tensión entre orgullo de
clase y envidia de clase nunca desapareció por completo. James ha
sugerido que una de las ventajas del peronismo sobre los partidos tra
dicionales de izquierda era precisamente su habilidad para expresar el
deseo de los trabajadores por consumos caros. En particular, explica,
la figura de Eva Perón dotó a las mujeres de la clase obrera con un
modelo que legitimaba sus sentimientos de envidia y rencor (James,
2000: 240-241). Reforzando este argumento, Barbara Weinstein ha
contrastado el caso argentino con el de San Pablo, Brasil. Las mujeres
de la clase trabajadora que ella estudia fueron incapaces de generar
alternativas al ideal dominante de feminidad respetable encamado en
la esposa de clase media. En contraste, la imagen de Evita como una
mujer de clase baja que, vestida de Christian Dior, desairaba a las da
mas de la alta sociedad argentina les hizo sentir a las mujeres traba
jadoras que ellas también podían ser bellas y glamorosas (Weinstein,
2006: 161-176). Del mismo modo, la coronación peronista de una
“reina del trabajo” implicaba una negación a la idea ya establecida
de que el trabajo manual afea a las mujeres. Esta visión produjo una
resignificación de la feminidad, pero limitada, ya que no se confron
taron las formas tradicionales de belleza. Como señalan Mirta Lobato,
María Damilakou y Lizel Tornay (2010: 171-207), las candidatas de
los certámenes peronistas eran consideradas bellas en la medida en que
se acercaran a los ideales presentados por las lujosas revistas de moda.
De manera similar, Eduardo Elena ha demostrado que la revista pero
nista Argentina alimentaba los deseos de los trabajadores de emular las
preferencias estéticas de la burguesía o de la elite, permitiéndoles a sus
lectores “mirar vidrieras” y darle rienda suelta a la fantasía de lujo y ri
Eva Perón les ofrecía a las mujeres de la clase trabajadora una uto
pía en la que podían adquirir lo que antes solo había estado a disposi
ción de los ricos: belleza, ropa cara y joyas, hogares elegantes. Incluso
si celebraba la cultura de la clase trabajadora, el peronismo reconocía
públicamente la envida de la clase obrera.
Las expresiones de envidia, consumo e incluso materialismo reve
lan las raíces del movimiento en la cultura de masas. Después de todo,
el resentimiento de los pobres hacia los ricos -evidente, por ejemplo,
en las quejas del cantor de tango sobre el bacán cuya fortuna le permite
robarle la mujer- dirigía gran parte del melodrama argentino. Azucena
Maizani vestida con un tapado de piel y Carlos Gardel actuando de
traje les permitían a sus seguidores de la clase obrera fantasear sobre
la adquisición de riquezas. Catita, de Niní Marshall, fascinaba a su
público tanto al rechazar la idea de buen gusto de la elite como al ir
activamente en busca de las cosas que los ricos podían pagar. La idea
de que las mujeres humildes debían aspirar a la belleza y al glam our no
era un invento peronista; era algo explícito en la carrera de Libertad
Lamarque y tantas otras actrices que interpretaban a la bella pobre,
la mujer de barrio, humilde, honesta y abnegada, cuya belleza le per
mitía seducir al protagonista masculino. Como una chica pobre del
interior que había obtenido en la gran ciudad un estatus y un prestigio
inimaginable, Eva Perón encarnaba y expresaba la fantasía de la “mi-
longuita”. La deuda de Juan y Eva Perón con esta tradición diferencia
su populismo respecto de una apelación más ortodoxa de la izquier
da. El peronismo se apropió de los discursos de la cultura de masas
que expresaban tanto el resentimiento popular sobre la desigualdad
social como el deseo popular por los signos de la riqueza. Este marco
discursivo impuso límites a lo que las utopías peronistas podían ima
262| MATTHEW B. KARUSH
ginar. Así, el peronismo avaló los estándares burgueses de decoro y los
modelos convencionales de belleza. También reprodujo la contradic
ción entre el orgullo y la envidia de la clase trabajadora, una contradicción
que resurgió cada vez que las condiciones económicas impedían que
el Estado cumpliera sus compromisos económicos con los trabajado
res.24 En cierto sentido, estos límites fueron una consecuencia de que
Perón construyera su movimiento a partir del melodrama y no a partir
del marxismo.
Muchas de las contradicciones de la cultura de masas persistie
ron en el peronismo. Por ejemplo, la contradicción entre liberación y
control, entre movilización y autoritarismo residía en el corazón del
peronismo. El movimiento invitaba a los trabajadores a desempeñar
un rol activo en la Historia, pero también les pedía que obedecieran al
líder y despejaran las calles. Representaba tanto un cambio herético a
la jerarquía como un intento auto consciente de disciplinar a las masas.
Obviamente, estas dos facetas diferentes del movimiento respondían a
exigencias de momentos históricos distintos. Cuando Perón estaba en
busca del poder, enfatizaba la movilización y la herejía; ya en control
del Estado, remarcó la disciplina y el control social. Sin embargo, aquí
también es posible encontrar los trazos de la cultura masiva. Parece
razonable sugerir que la contradicción entre conformismo y herejía
populista, tan central en el cine y la radio de los años treinta, represen
ta una de las fuentes de la ambivalencia peronista. La cultura masiva
argentina diseminó un antielitísmo visceral, incluso si también despo
litizó el conflicto de clase y sugirió la futilidad dé la transformación
social. El compromiso simultáneo del peronismo con un asalto frontal
a la oligarquía y con la armonía social y la reconciliación de clase revela
sus orígenes en la cultura del melodrama.
Otra de las contradicciones del peronismo fue su impacto pro
fundamente polarizados Un régimen que decía buscar la armonía de
clases y la unidad nacional execraba a sus enemigos, definiéndolos
como oligarcas egoístas, corruptos y antinacionalistas. El lenguaje del
vituperio de Juan y Eva Perón fue igualado por el de sus oponentes que
denunciaban “la dictadura” y despreciaban a “esa mujer”. Perón trató
25. James Brennan y Marcelo Rougier (2009: 17-40) demuestran que, si bien
Perón tuvo que enfrentar la oposición de los dueños de las grandes y ya
establecidas firmas industriales que dominaban la Unión industrial Argentina,
otros segmentos de la incipiente "burguesía nacional" lo apoyaron.
2Ó4| MATTHEW B. KARUSH
245-247). La apelación al autosacrificio y a la solidaridad, y la conde
na a la obsesión con el ascenso social hacen eco de la cultura masiva
de los años treinta. Películas y letras de tango consentían la fantasía
de volverse rico de la noche a la mañana, pero criticaban el intento
mundano de ascenso social. La cultura de masas celebraba al chico
de clase trabajadora que se enriquecía como estrella de tango, pero
generalmente descartaba la idea de la educación y la mejora individual
como caminos respetables para un más alto estándar de vida. Al haber
heredado y apoyado esta crítica al egoísmo y la codicia, Perón tenía
poco que ofrecer a la clase media. Podía tolerar e incluso alentar la
envidia de la clase obrera, pero no tenía paciencia para la lucha por
el estatus de la clase media. Al apropiarse del mensaje populista de la
cultura de masas y al ligarlo a los trabajadores reales, Perón alienó a
los argentinos de clase media para los cuales incluso el populismo de
la cultura de masas parecía, de pronto, amenazante. Antonio Tormo y
Alberto Castillo, cuyo encanto populista apenas constituía una nove
dad en el mundo del tango y de la música folclórica, ahora aparecían
como símbolos escandalosos de la muchedumbre peronista.
Si el peronismo no pudo forjar una nación unificada, en parte fue
porque la cultura de masas en la cual se basó era en sí fundamental
mente polarizadora. No solo porque el melodrama, tan central a la
radio y el cine argentinos, estaba basado en la premisa de una división
irreconciliable entre ricos y pobres, sino también porque la música
popular argentina, el radioteatro y el cine eran profundamente popu
listas. En términos de Ernesto Laclau, esas mercancías de la cultura de
masas presentaban a la cultura popular como “una opción antagóni
ca” contra la elite. Como he argumentado, los esfuerzos por purgar el
tango de sus asociaciones ilícitas e incultas o para tratarlo como mate
rial en bruto, primitivo y folclórico de una sofisticada forma artística
fracasaron, así como los intentos por forjar una identidad nacional
sobre la base de las culturas rurales argentinas. En el momento en que
estas imágenes fueron independizadas de sus asociaciones plebeyas,
perdieron su capacidad de representar a la nación. Del mismo modo,
Manuel Romero podía emular a los directores de Hollywood como
Frank Capra, pero no podía reproducir los mitos nacionales de Capra.
En Hollywood, la ética del trabajo podía conquistar el prejuicio de cla
se y permitir el romance interclasista, pero, en Argentina, la mujer rica
tendría que rechazar a su propia clase para estar con su enamorado de
POLITIZAR EL POPULISMO |265
la clase trabajadora. Las mercancías de la cultura de masas contenían
mensajes de división de clases. En un sentido muy real, el tango signi
ficaba la identificación con el chico de barrio que perdía a su chica en
manos de un aristócrata; el folclore significaba celebrar la simplicidad y
la generosidad del pobre rural opuesta al materialismo y el egoísmo del
rico, y películas como las de Romero significaban alinearse con la cul
tura de los trabajadores pobres en vez de con la de la elite cosmopolita.
Weinstein señala que el modelo de feminidad de la clase trabajadora
habilitado por Eva Perón implicaba la denigración de las mujeres de
la elite y, por lo tanto, excluía una alianza feminista que atravesara las
clases (Weinstein, 2006: 173). Pero la hostilidad de Evita simplemente
sintetizaba docenas de representaciones de los medios masivos de las
elites despreciativas y condescendientes: las madres ricas que rechaza
ban a los personajes de Libertad Lamarque por ser demasiado vulgares
para sus hijos, por citar solo un ejemplo.
El uso que Perón hizo de la cultura de masas fue innovador, pero
sus innovaciones no incluían la introducción de la hostilidad de clase.
Eso ya estaba presente. En sus primeros esfuerzos por ganarse a la clase
medía, Perón trató de forjar la reconciliación de las clases, pero, al igual
que los reformadores de la cultura de masas de los años treinta, fracasó.
El moralismo melodramático que Perón tomó de la cultura masiva
le inyectó a su retórica una división populista. En el relativamente
libre mercado transnacional de la cultura de masas, los productores de
radio y cine de los años treinta tomaron formas culturales populares
ya existentes y, con ellas, moldearon géneros y estilos potentemente
populistas. Perón, entonces, se los apropió, rearticulándolos con otros
elementos ideológicos y reconfigurándolos en ese proceso. James sos
tiene que el "poder hereje” del peronismo fue un derivado de su ca
pacidad de articular las experiencias privadas de los trabajadores con
el maltrato y la explotación, experiencias que antes no tenían nombre
(James, 1988: 30). Pero, sin embargo, en un sentido importante, es
tas experiencias, así como los valores y los supuestos a través de los
cuales se interpretaban, ya habían sido nombradas públicamente; se
nombraban cada día en las pantallas de cine y las radíos. A través de
estas formas de entretenimiento masivas, los pobres argentinos habían
sido interpelados como el noble, digno, largamente sufrido y auténti
co pueblo. Lo que Perón hizo fue tomar este mensaje y convertirlo en
la base de la administración pública y la política. Este gesto lo ayudó a
266 | MATTHEW B. KARUSH
atraer a una legión de seguidores de la clase trabajadora, pero también
alienó a las elites y las clases medias argentinas. En otras palabras: las
imágenes populistas de la nación que circulaban en la cultura de masas
eran profundamente polarizadoras. El uso que Perón hizo de esas imá
genes ayuda a explicar la fuerza divisoria de su atractivo.
Epílogo
EL SURGIMIENTO DE LA CLASE MEDIA (1955-1976)
4. Horacio Guarany, Los Cantores de Quilla Huasi, Los Fronterizos y Los Chalcha-
leros grabaron la canción entre 1957 y 1962.
272 [ MATTHEW B. KARUSH
nuevo sedán en el mercado argentino. En programas tranquilizadores
como este, las familias de clase media porteña se encontraban con
una serie de desafíos y conflictos, pero todo se resolvía felizmente al
final de cada episodio, muchas veces gracias a la sabiduría del padre
(Adamovsky, 2009b: 327-403).5
Al igual que el declive del tango y el boom de la música folclóri
ca, los productos de la cultura de masas que presentaban a familias
felices de clase media aparecieron antes de 1955. Ya en 1933, Los tres
berretines mostraba a una familia respetable liderada por un inmi
grante, dueño de un negocio, aunque, como he sostenido, la película
era bastante ambivalente sobre los valores del patriarca. Así es la vida
(Mugica, 1939), una adaptación cinematográfica de otro sainete de
los autores de Los tres berretines, era menos ambivalente.6 La película
seguía a una próspera familia durante treinta años, presentando una
serie de conflictos generacionales que enfrentaban las ideas moder
nas de los jóvenes y las anticuadas de los padres. En el inevitable
final feliz, los padres se adaptaban y la familia sobrevivía. Para los
años cuarenta, Los Pérez García había empezado su largo recorrido en
Radio El Mundo, siguiendo la lucha cotidiana de una familia de clase
media. En fuerte contraste con la cultura melodramática que era tan
dominante en los treinta, estas películas y programas representaban
un mundo en el que las divisiones de clase se superaban fácilmente.
El romance interclasista, por ejemplo, ya no requería que la persona
rica adoptara los valores de la clase trabajadora. En Así es la vida,
el padre está feliz de que su hija se case con uno de sus empleados,
siempre y cuando no sea socialista o ateo. En Los Pérez García, el
único hijo de la familia se casa con la empleada doméstica en un
episodio de 1955 que fue todo un acontecimiento para los seguidores
del programa (Adamovsky, 2009b: 395).7 En lugar de molestar a los
personajes de clase media de algún modo, el matrimonio le ofrece a
la pobre sirvienta una ruta fácil y nada problemática hacia el ascenso
social. A medida que se volvieron más y más comunes en la radio y la
televisión, los programas como Los Pérez García y La Familia Falcón
Filmografía
Discografía selecta
Otras fuentes